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14-Verdaderos Objetivos (2)

Liu'Er no decía nada. Su rostro malhumorado evitaba la mirada inquisidora de Ao Kuang.

—¿¡Por qué!? ¿¡Por qué fallarías!? ¡Solo tenías que traerme a la mujer! ¡Solo eso! ¿¡En qué rayos estuviste perdiendo el tiempo!? ¿¡Y qué le pasó a mi palacio!?

—Ya estaba así de feo cuando llegué, no te engañes... —contestó al fin.

—¡Dame una buena razón para no hacer que te ahogues ahora mismo! ¡Macaco inútil! ¡No te pagaré un centavo hasta que tenga hasta la última gota de la sangre de esa mujer!

Liuer se rio, no había manera de que este ridículo pudiera causarle el mínimo daño, mucho menos de que pudiera hacerse el loco y no pagara.

—Ya te traje el elixir... La mitad ya está hecha. Quieres que traiga a la chica, quieres que traiga la fórmula... ¿Quieres que también vaya de compras por ti? ¿Debo llamarte abuela?

—Dijiste que podías hacerte cargo.

—Me prometiste que el falso Sun Wukong estaría débil, y era mentira. No volveré a cometer el error de subestimarlo ni de confiar en tus estrategias de porquería... Solo deberás tener paciencia, yo me encargaré a mi manera —contestó echándole la culpa. La verdad no consideraba que hubiera perdido, solo se había retirado por un ligero cambio de circunstancias.

Su Ru Yi Bang era ahora pequeño, del tamaño de un lápiz, y lo pasaba de dedo en dedo en una manía que había adquirido en los últimos años. Pensaba, ¿por qué ella lo supo? ¿Cómo lo hacía? ¿Por qué Wukong podía tener ese hilo al dedo y él no? ¿Por qué en todos estos siglos, ni una sola vez? ¿Cuál era la diferencia fundamental entre ambos? ¿Y qué tenía ella de especial?, ¿era simplemente porque era Táo Hé que los reconocía, o había algo en ese cordón de seda? Le daba demasiada curiosidad... También pensaba en que no confiaba en Ao Kwang. ¿Cómo había logrado él rastrearla? ¿Quién era su informante, que era indetectable hasta para él? ¿Hace cuanto lo vigilaba y cómo sabía que necesitaba el dinero?

—Y voy a aumentarte el precio por el inconveniente, ¿sabes? Entiende que es un gran riesgo si él no está "a la mitad de sus fuerzas" como dijiste.

—Seh, seh, el dinero no será problema... —Se quejó haciendo que le traigan tres valijas llenas de lingotes de oro sin marcar—. ¡Quiero que esa mujer...!

—Te la traeré. Dije que me esperes un poco —contestó interrumpiendo al dragón y su drama. Se levantó acabándose la bebida que le habían servido y dejó el vaso de nácar sobre la mesa.

—¡No hay demasiado tiempo! ¡La necesito antes de la luna llena de otoño! Necesito la marea y no pienso esperar cuarenta años más. —Pero antes de que Ao Kuang se pusiera a hablar del perigeo del año y de por qué necesitaba esta luna azul, Liuer se marchó llevándose su preciado oro—. ¡Tienes dos meses, oíste! ¡Dos!

Había hallado albergue en una formación rocosa justo a la mitad del gran desierto, más allá de Tian Shan; donde el Kara Burán devora ejércitos enteros y los sepulta; donde las montañas mantienen el aire gélido y desgarrador como el paisaje. Allí solo tenía por vecinos a unos cuantos asnos salvajes y a la víbora gigante que guardaba la entrada de la Cueva de la Sempiterna Desgracia. Por ello, podía andorrear sin problemas y sin oír cuando se cansaba de hacerlo. Solo algunas alimañas interrumpían el alivio del silencio, pero servían como cena, así que toleraba la migraña que le provocaba oírlos chirriar y escarbar la arena.

Se tiró en su trono de piedra y levantó las patas sobre el inamovible banquillo tallado. Suspiró profundamente observando la pared de enfrente. Comenzó a tamborilear los dedos en el apoyabrazos. El único sonido que se escuchaba en kilómetros era el de sus uñas chocando la superficie pulida y el de su respiración tramando el próximo movimiento. Sin poder evitarlo, tomó el Ru Yi Bang y volvió a pasarlo girando de dedo en dedo. Ignoraba si el otro Wukong había adquirido alguna especie de tic compulsivo; quizás por fin cada uno estaba definiéndose por separado del otro.

Tao Siu Ling... Tenía muchas fotografías y retratos de su rostro, una o dos por cada vez que había nacido, pero hasta ahora no había hallado más razón para prestarle atención a su existencia que Fei Fei; por lo demás solo la consideraba una criatura atrayente. Una que Wukong tenía y él no. Lo cual era una severa injusticia.

Ao Kuang no sabía que ya desde hace años le seguía la pista a la mujer y había sido muy acertado hacerse el tonto para averiguar un poco más sobre ella. Resulta ser que Sun Wukong se volvía débil cuando se alejaba adrede de la chica, pero era más resistente al daño si ella estaba de su lado. Desconocía si el mismo Rey Mono comprendía bien la situación en que se hallaba, pero, si no era así, Liuer, quien sí lo entendía, corría con la ventaja. Sun Wukong era tan orgulloso que era fácil deducir que huía de la humana para proteger su ego; lo había visto ignorarla muchas veces. Y si la alejaba, sería fácil vencerle de una vez.

Pero había un pequeño problema: la debilidad del Rey Mono también era la suya, ella era la única criatura en todo el mundo que lograba saber la diferencia entre uno y otro.

¿Qué debía hacer?

Matarla era lo más acertado, entonces nadie jamás podría ponerlo en evidencia; o eso decía la parte retorcida de su mente que admitía que era un impostor. Pero, ¿y si él era el verdadero Sun Wukong y el otro era un farsante mentiroso? Entonces, ¿no merecía él tener su destino ligado a la última Semilla de la Inmortalidad? ¿No era esa mujer, suya por derecho? ¿Por qué entonces sin importar cuántos siglos pasaran renacía atada a ese tonto?

Por otro lado, quizás no le serviría matarla. Ella regresaría una vez más y volverían a cero. Además, tenía un secreto: que una de las muchas veces que la muchacha había buscado a Wukong y este la había abandonado, ella lo había encontrado a él en su lugar. Y a él sí que le había gustado mucho jugar a ser buen chico y protegerla. Había creído que así Tao Siu Ling acabaría en una próxima vida atada a él. Pero se había equivocado.

¿Entonces? ¿Matarla y esperar a la próxima, adelantándose a Wukong? No había manera. Solo después de que el Rey Mono o la mujer se buscaban el uno al otro se hacía visible el hilo. Dependía de ese primer acercamiento para detectarla. Y no estaba seguro de que la siguiente le gustara tanto como esta. Esta era especial. Esta hacía que Wukong fuera un simple animal indefenso y cobarde. Y a él mismo, esta Tao Siu Ling solo con sus enormes ojos y con el sonido de su voz le removía las entrañas.

—Si el universo no me la entrega por las buenas —dijo—... Entonces tendré que tomarla para mí sin pedir permiso.

Una lástima para Ao Kuang, pero sus planes de conquista mundial le importaban un comino.

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