12-El Palacio del Mar del Este (2)
Cuando el inspector y Zhang Wa Mu se fueron, Fei Lao se marchó a darse una ducha, pero Bajie fue a buscar algo de comer. Y Path quedo sola.
El colobo se puso a jugar en los pasillos y —quizás por aburrimiento, quizás por curiosidad— Patrisha lo siguió hasta llegar a un área solitaria y silenciosa.
Path no tenía la costumbre de husmear en casas ajenas. Porque había vivido en numerosas casas de adopción, sabía que no tenía permiso de acceder a ciertas zonas si el hospedador no lo permitía. Recordó el rostro de Wukong cuando trató de tocar la corona de puntas enroscadas y sus advertencias de no abrir sus armarios salvo uno, y temió enfadarlo; le había sucedido en ocasiones que el cuidador temporal se enojara con ella. Por esa razón, desde que había llegado a Huaguo, su vida iba de la sala a la habitación y de la habitación al jardín; del jardín a la naciente y de la naciente al abrevadero, y nada más. Nunca andaba por ahí si no había alguien que la acompañase. Si la orangutana no le permitía meterse en la cocina, lo aceptaba; si no tenía permiso de estar presente en las reuniones de los sabios, lo entendía. Pero hoy había recorrido de punta a punta la montaña, sus templos, sus arroyos, y la emoción todavía transcurría en su torrente sanguíneo. Quizás por eso siguió caminando, pululando por ahí.
Más allá de la habitación del rey había cientos de cuartos, aunque ninguno tenía puerta. Algunos estaban bien iluminados y pulcros, señal de que pertenecían a los grandes sabios. Otros eran un desastre de mugre y tenían los muebles desvencijados, evidencia de que el resto de los monos vivían allí. Y al final del larguísimo corredor, una única habitación sellada. Y el colobo no estaba en ninguna parte.
Como por una extraña atracción, tocó la manija de la puerta. Y esta cedió al contacto de su mano con tanta facilidad que se sintió extrañada. La deslizó y entró despacio. No había mucho allí. Estantes y cofres; algunos libros escritos a mano, similares a los de la habitación del rey mono; frascos bien pintados con ornamentaciones de flores y aves; un armario pequeño. No había cortinas o una cama, el piso estaba lleno de polvo, y se notaba que hace siglos nadie entraba allí. Caminó lento por la habitación, mirando extrañada el lugar.
—Yo... Nunca estuve aquí —se dijo—. ¿O sí?
La disposición de las cosas, la altura de los techos, la posición de la ventana. Todo era muy conocido y, sin embargo, trascendía cualquier lógica. Se acercó a un mueble, un antiguo tocador chino sobre el cual se apoyaba un inmenso espejo de oro pulido. Limpió el polvo y se miró en él. Bajó la vista y se encontró con una pequeña grulla de papel.
—¿Origami? ¿De cuándo es esto? —se dijo. El papel estaba tan viejo y podrido que asumió que era muy, muy antiguo.
«Siempre te ha gustado... Siempre te ha gustado el zhezhi...» susurró un extraño eco. Zhezhi...
—Significa lo mismo que origami —decidió. Pero no tenía idea de por qué presentía que Wukong había plantado en ella ese pensamiento. Era verdad. Siempre le habían gustado los adornos de papel.
Un recuerdo extraño asoló sus pensamientos. El rey mono sentado en la ventana, fastidiando como siempre.
—¿Por qué te gusta tanto esa basura? —decía como si su voz fuese bruma.
—Me gustan. No son basura, señor. Son adornos. Se le dice decoración —contestaba ella riendo.
Pero no era ella, era otra mujer.
Wukong bajó del marco riendo y bailoteando, dejó un libro escrito por su propia mano en el estante. Otro más, porque todos los escribía él. Buscaba cuentos del mundo, leyendas y fábulas y los anotaba para ella, quien no podía salir de allí.
—Decoración... La decoración tiene que ser práctica para que sirva de algo. O al menos ser bonita. Puedo conseguirte adornos de oro, ¿sabes? El papel se usa para escribir, no para eso, ¿qué es eso?
—Solo es una flor de loto... —dijo ella y se la entregó—. Significa el renacer, la iluminación y la pureza. Ten.
—¿Para mí? ¿Tao Siu Ling y yo para qué quiero esta porquería? —contestó extrañado.
La mujer volvió a reír y ató una cuerdecita en la flor de papel—. Las flores de zhezhi traen suerte. No te la quites. —Luego se acercó a él, y con cuidado la colgó del cinturón de la armadura de la misma manera en que se cuelgan los abalorios de jade y los amuletos de oro. Y Wukong observó el momento por largo rato, sin interrumpirla ni alejarse de ella, aunque con cara de pocos amigos. Quizás no estaba acostumbrado a recibir obsequios baratos, sino ofrendas. Tal vez le parecía ridículo tener que andar cargando un capullo rosa por ahí. Pero obedeció, no amagó a quitarse el adorno. Rio, charló con ella, luego se fue. Eran amigos. Pero en la noche dejó una grulla de papel en la ventana... y Tao Siu Ling guardó ese obsequio con esmero hasta el día de su muerte.
Path volvió en sí, asustada por la visión. Pero sostuvo en sus manos la grulla tratando de entender si era posible que, después de tantos siglos, la misma grulla permaneciera intacta.
—Tao Siu Ling... —susurró.
Alguien abrió la puerta de súbito. El mono de túnica verde, el sabio, entró con violencia, hablando en otro idioma, gruñendo y amenazando a Path. La mona vestida de rojo entró tras él vociferando y regañándolo a él también. Luego sacó a Path a rastras de la habitación para que él no le hiciera daño.
De más está decir que Patrisha no volvió a entrar allí por nada en el mundo. Y se quedó con la grulla de papel, guardándola con cuidado, porque la aterraba lo que podía suceder si intentaba devolverla o si Wukong sabía que la tenía.
Unas horas más tarde, sentía que se ahogaba, que moría, y que Wukong se ahogaba con ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro