11-Portales
"Es tan fácil encontrar el camino a casa... [...] y andar, andar, hacerse un bastón en el camino, contar las estrellas, perderse en el bosque" (Jan Skácel).
Sinceramente, esperaba algún acontecimiento cursi y barato como que ella lo abrazara, cosa que le aterraba pensar como posibilidad. Pero no fue así. Path no molestaba, ni se movía; se mantenía en su zona, en su propio espacio, y unida a él solo por la punta del dedo meñique, lo cual era bueno pues, le permitía relajarse lo suficiente como para dormir de veras. No era que dormir le hiciera falta en realidad, pues no se iba a morir de sueño, así como no se iba a morir de hambre ni de ninguna otra cosa. Pero dormir despejaba su mente, lo ayudaba a tener una idea clara de lo que debía hacer, y ya llevaba sin cerrar los ojos más de una semana completa.
Eran cerca de las tres de la mañana, al umbral del momento de los fantasmas cuando acababa el horario del tigre, y Sun Wukong por fin descansaba plácidamente, magníficamente, sin ningún dolor, como antaño. Cuando cedió al sueño profundo fue él quien se volteó hacia donde ella estaba. No se acercó ni un palmo, pero se ladeó en su dirección como si algo lo arrastrara. Y había paz. Demasiada. Así que soñó incluso con los días pasados en los que su única preocupación era mantener con vida a un joven monje terco y demasiado iluso al que le había dedicado catorce años de su existencia.
Sangzang era el tipo más bueno y bobo que había conocido, y le había tomado cariño; había encontrado en su compañía una serenidad de espíritu, una valentía y unas ganas de ser feliz que no creyó que él necesitara también. Admitía que lo extrañaba. Su maestro. Su amigo. Y no solo a él, sino a aquel punto de su historia tan llena de aventuras y compañeros. Ahora deambulaba solo; "tragando tierra" dijo Bajie, y tenía razón. Carecía de propósito en su existencia, estaba descarriado de nuevo; como antes de conocer a Sangzang. Incluso había vuelto a robar algunas veces, y a embriagarse otras; hasta tenía miedo de volver a ser la criatura horripilante y desagradable que Tripitaka había sacado de la montaña; o peor, de volver a ser aquel joven y bello Rey Mono que se rodeaba de monstruos sanguinarios y fiestas repulsivas. Consciente del vacío, el Rey Mono trató de entender entre tantos pensamientos turbios por qué soñaba con su maestro, por qué Tang Sangzang sonreía como si estuviera orgulloso de él cuando no había ninguna razón para que lo estuviera. Sentía que le había fallado, y aun así parecía que Sangzang buscaba hablarle, como si tuviese algo importante que decirle.
Hubo un ruido fuerte, y luego otro, y luego otro. Despertó a la vez que atacaba, cortando el aire con su báculo. Aterrada, Path despertó también, aferrándose a su mano, a salvo en el perímetro que el Ru Yi Bang creaba entre Sun Wukong y su cuerpo. Ambos observaron con miedo el lugar, pero frente a ellos solo estaba Bajie quien sonreía con una sartén y una cuchara, elementos que había usado como gong. ¿Cómo había entrado?
—Pero buenos días... —dijo mirando con picardía la escena—. Ya veo que dejaron de discutir.
El Rey Mono dejó de estrujar la mano de Patrisha y se tiró en la cama haciendo un drama—. Zhu Bajie... ¿Cuándo te piensas ir de mi casa? ¿¡Por qué estás molestándome!? ¡No me dejas dormir!
—Bajie, son como las cuatro de la mañana —se quejó Path.
—Pues claro... Los desperté a propósito. Solo pensaba que podríamos desayunar todos juntos antes de que saliéramos a la aventura... ¡Como antes Wukong!
—¿Acaso tienes seis años, Tocino? No vendrán conmigo. Ninguno de los dos —se levantó de la cama llevándose el báculo. Bajie miró a Path y ella devolvió la mirada sin saber qué decir. Sun Wukong haría este viaje solo.
Desayunaron en silencio, pues no había mucho que explicar, hasta que Wukong dijo que no era mala idea cerciorarse de que Ao Kuang no tuviera las dichosas tijeras mágicas antes de descartar por completo el plan. Además, sus informantes estaban completamente seguros de que Ao Kuang estaba en el mundo de occidente rastreando pistas falsas; era ahora o nunca.
Aún no había salido el sol cuando Path, Bajie y un buen séquito acompañaron al Rey Mono hasta el magnífico puente a las afueras. El puente de las láminas de hierro.
—Sabios, si algo les pasa a los cachorros será su responsabilidad —advirtió el monarca.
Los cuatro monos asintieron. Siempre quedaban a cargo de los asuntos importantes cuando él no estaba.
—Bajie —llamó entonces a su condiscípulo—. Zhang Wa Mu y... ¿Feng la...?
—Fei Lao —susurró Path.
—Bajie. Zhang Wa Mu y Fei Lao ya saben qué hacer. Solo asegúrate de que el inspector no encuentre nada extraño. Por favor, es importante. Encárgate ¿quieres?
—Okis —contestó Bajie. Sun Wukong ¿acababa de pedir algo "por favor"? —Cuenta conmigo, hermano.
—Y Pat... —No había mucho que decirle. Solo que tenía unos ojos enormes. Enormes como los de un tarsero indonesio; enormes y delicados como dos melocotones maduros; enormes de verdad. Tan enormes que no pudo pensar qué era lo que estaba por decirle. Había sostenido su mano toda la maldita noche, o al menos las tres o cuatro horas que había dormido, y su brazo estaba como nuevo. Quien quiera que hubiera diseñado esos condenados hilos rojos se creía muy chistoso y se las iba a pagar cuando lo encontrara. Esto era denigrante—. Volveré pronto. Solo no salgas de aquí. Usa esto, átatelo a alguna parte —ordenó entregándole una cuerdecilla dorada.
—¿Qué es...?
—Soy yo. Quizás disminuya el dolor por un tiempo. Así ya no lloriqueas tanto.
—Gracias... —Wukong amagó a irse. Patrisha lo detuvo aferrándose a la manga de su traje rojo—. Oye... No te lastimes. O lo sabré —dijo sonriendo, aceptando tan curioso obsequio.
Sun Wukong asintió con la sonrisa ladina, pero contestó preocupado—: Cuídate también, si no lo haces, lo sabré.
Entonces se lanzó de un salto del puente, soplando sobre el arroyo con toda la fuerza de sus pulmones, mientras en su mente susurraba la fórmula que separaba el agua en dos partes. La verdadera isla de la Montaña de las Flores y los Frutos se manifestó mezclándose con las paredes de la caverna; como si los dos puentes de las láminas de hierro fuesen en realidad uno solo. En un despliegue increíble, una gran barrera de agua se levantó armando una ola, dejando ver el suelo seco del riachuelo. Una burbuja de aire lo atrapó dentro y así, sonriendo, emprendió la marcha hasta el palacio del Rey Dragón del Este por un portal de luz dorada.
—"O lo sabré"; "Si no lo haces, lo sabré" —se burló Bajie imitando la voz de Wukong. Path le dio un golpe en el hombro y Bajie comenzó a reír—. Ustedes apestan a amor. Es tan asqueroso.
—Calla Bajie. Dices tonterías.
—Lo digo en serio. Tengo un muy buen olfato para estas cosas...
La mona inmortal de pelaje dorado llamó a la chica con un gesto de la mano y se asió de ella para llevársela consigo, lejos de Bajie, lejos también de los súbditos del rey, que la miraban con asco y desdén. Ella la iba a cuidar, por órdenes de Wukong, hasta que él regresara.
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