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10-El dolor de una herida (2)

—Imposible... —susurró el cerdo. Estaba tan conmocionado que ni siquiera seguía mordiendo del pan que tenía a la mitad en la mano, hasta lo dejó sobre la mesa y se quedó observando las heridas gemelas semi curadas. En un impulso tan veloz que Patrisha ni vio lo que hacía y que Wukong no se percató de sus intenciones, tomó la mano derecha de la mujer y un cuchillo de la mesa y le hizo un cortesito minúsculo en el índice.

Path se quejó por el dolor y Sun Wukong gritó enfadado—: ¡Pero ¿qué haces demente?!

El cerdo no se amedrentó ante su amago de golpearlo, se quedó anonadado mirando la mano de su condiscípulo. El dedo índice de la diestra del Rey Mono tenía una gota de sangre.

—¡No...! —exclamó asombrado—. ¡Sangre! ¡¿Sangre?! Pero Wukong ¡tú eres inmortal! ¡A ti se supone que nada en la tierra o el cielo puede herirte! ¡Nada salvo tú mismo! Bueno... Hasta ahora, claro. Mono esto es un problema. Un problema gravísimo. Tenemos que arreglar esto de inmediato.

Sun Wukong no volvió a sentarse en su trono—. La cena se acabó —dijo molesto, marchándose.

—Pero hermano mayor, ¿qué vamos a hacer?

—¡Path! —agregó—. Tengo el sueño pesado. ¿Vienes?, ¿o te quedas con Bajie en la sala?

Bajie sonrió tratando de lucir simpático y no tan borracho. Path también le sonrió, pero para su disgusto se levantó de la mesa con lentitud y luego fue corriendo tras el monarca. Sun Wukong cerró tras ellos la pesada puerta de sus aposentos echándole traba. Y el cerdo se quedó en la sala solo y a oscuras, porque los monos que atendían al rey se marcharon también, llevándose las velas.

—¿Saben? No entiendo por qué me ofrezco a ayudarles...

Nadie contestó.

Ya en su cuarto, se notaba que el problema lo sobrepasaba. Iba de un lado a otro como animal enjaulado —cosa que, en cierta forma, sí era—, chupándose el dedo con la cortadura. Llevaba siglos con este problema, si no tenía como solucionarlo antes ¿por qué ahora sí?

—No hagas eso o se infectará —observó ella su propia mano con el índice tajeado. Sun Wukong gruñó y farfulló alguna cosa. Tomó su báculo y una almohada de la cama, y trepó con un solo brazo hasta la buhardilla que tenía en un punto inaccesible del cuarto, allá a cuatro metros de altura. En ese lugar llevaba durmiendo desde hace ya varios días, pues el cerdo no se iba y mantenía el sofá de su biblioteca personal ocupado. Se puso a jugar con el celular en turno hasta que este se le apagó, pues no le habían explicado que tenía que cargarle la batería —y aún si se lo hubiesen dicho, no tendría cómo—. Entonces lo desechó como a los demás y se quejó de que la última cajita mágica ya no servía, enrabietado como un niño.

El brazo dolía horrores, como si se quebrara y estirara al mismo tiempo.

—No tienes un plan ¿cierto? —dijo Path sentada al borde de la cama. El libro que Sun Wukong se había traído de su casa descansaba en la mesa de noche. La imagen de un mono que miraba hacia lo lejos con diversión no le hacía justicia al personaje que había conocido. Este era más gruñón y embustero, pensó. Últimamente releía ese largo libro antes de dormir. Las cosas que contaba sobre Sun Wukong eran a veces divertidas a veces terribles; y sospechaba que se quedaban cortas. El pobre monje Tang Sangzang habría sufrido mucho al tenerlo como discípulo. Ahora ella también estaba atada a él y comprendía al pobre Tripitaka.

—Claro que lo tengo —se quejó él desde las alturas—. Yo siempre tengo un plan.

—¿Y entonces? ¿Cuál es el plan?

—¿Para ti? Quedarte aquí hasta que yo regrese con las tijeras de Ao Kuang y acabe este suplicio.

—¿Es todo?

—Es la forma más segura. Si no te lastiman, no me lastimarán a mí y acabaré con ellos. —Se cruzó los brazos tras la nuca, muy seguro de que un plan tan increíble le atribuía el título del "Gran Sabio tan grande como el Cielo" que decía portar.

—¿De modo que el plan es que juegue a la doncella encerrada en la torre hasta que vuelvas?

—Que... ¿quieres que lo hagamos al revés? Escucho sugerencias... si quieres puedes ir en mi lugar.

—¿¡Y para qué me hiciste armar el equipaje si no pensabas llevarme contigo?!

—Sí iba a... Solo cambié de opinión y ya.

—¿¡Cuando?!

—Pues justo ahora...

La mujer, porque era igual de impaciente que él, lanzó una mandarina que le dio de lleno en la cabeza.

Agh ¡todos son iguales!

—Apuesto a que te dolió más a ti que a mí...

—¡No se puede confiar en los hombres! Mentiroso...

Frustrada, Path se sentó en la cama y comenzó a hojear el libro. Sun Wukong la observaba desde arriba, comiendo gajo a gajo la fruta, tratando de deducir su comportamiento, porque a su parecer, era obvio que él no había hecho nada mal. Estaba enojada con él, pero estaba leyendo el Viaje al Oeste antes de dormir. ¿Quién la entendía de todas maneras?

—No entiendo por qué te enojas a cada rato... —Dijo al cabo de unos minutos—. ¿Acaso estás...? —Hizo signos con una mano para indicar que estaba loca.

—Yo no estoy loca. Tú no dices la verdad.

—¿Qué yo? —retrucó incrédulo. Aunque su pequeña botana tenía más de su atención que los reproches de la mujer—. Ñeh, como digas... Es increíble que te enfades porque no te llevo a enfrentar un dragón.

—¿¡De verdad eso es lo que dedujiste de mi enojo!?

—Si hay algo que es imposible de entender es la razón por la cual una mujer se enoja. Creo que es un deporte suyo.

—¿Y ahora es mi culpa que tú no lo sepas?

—¿Y entonces qué? Soy Mago no Adivino, mujer.

—¿Cuándo me ibas a decir que la situación era tan grave? Primero Sam Sung no existe...

—Sung Sam...

—Luego resulta que eres el Rey Mono y que un dragón desquiciado me persigue.

—Ao Kwang tiene sus épocas, no siempre es así...

—Ahora parece que no puedes vencerlo porque estás débil.

—¿¡Y quién dice que no puedo?!

—Y me dices que voy contigo, pero quieres que me quede; me dices que haga lo que quiera, pero no puedo hacer nada; me dices que no es mi culpa y actúas como si lo fuera.

—Ya... ya oí, ya oí —Y murmuró—: Me dice que está harta y lee un libro sobre mí...

—¿Quién es el loco aquí? —Cerró el libro y lo dejó a un lado—. Resulta que estoy maldita y que todo lo que te pasa me pasa a mí. ¿No te parece que era un detallito que tendrías que haber compartido conmigo?

—¿Y como para qué o qué?

—¡Porque es mi cuerpo del que estamos hablando!

—Ay relájate, yo nunca me lastimo. No hay por qué preocuparse —contestó mordiéndose una uña. Se lastimó la cutícula y cuando se fijó, la mujer estaba revisando el dolor en su propia mano—. Agh... tendré cuidado ¿ya?

—Dijiste que las tijeras no existen... ¿y ahora te vas a buscarlas?

—Sí existen, tal vez; es una vieja leyenda. Nadie jamás las ha visto. Solo que la última vez que me fijé, Ao Kuang no las tenía. Quizás tengas un poco de razón y las tenga escondidas... ¿feliz? Solo un poco —señaló con dos dedos—. Vale la pena fijarse.

—¿Quizás? —se quejó—. Magnífico... Genial ¿Y cuándo irás?

—Mañana. Ao Kuang no está. Nos sigue buscando en Florida... No sabe que estamos aquí. Dejé clones como cebo.

—¿Y si lo descubre y alguien viene por mí mientras no estás? —Sun Wukong sabía que el dragón no había regresado. Su informante —es decir otro de sus clones— le había dicho que nadie había entrado a los dominios del dragón en estos días. Pero no se lo dijo a Path porque a su parecer nunca necesitaba explicarle nada a nadie. Siempre contaba solo consigo mismo para todo.

—Esta Bajie, y este lugar es una fortaleza impenetrable, no hay manera... —dijo orgulloso.

—Y el hilo se supone que es irrompible. ¿No estás jugando con demasiadas imposibilidades en tu plan?

—Así soy yo. Así de magnífico. O te acostumbras, o te la aguantas —admitió cruzando un brazo sobre la cara—. Ya apaga las velas... tengo sueño.

—¿No que los inmortales no duermen? ¿Qué pasas las noches meditando y practicando y no sé qué?

—Corrijo... tú tienes sueño. Por eso tengo sueño. Y es por culpa de tu sueño que no puedo meditar. Ahora duérmete ya.

Path chistó riendo y se acostó en la cama con la vista puesta en el techo de roca. Era un insoportable. De lo peor. De todos los hombres que había conocido ninguno era tan fastidioso e irresponsable como el desgraciado que la tenía atada a su destino. Sentía el brazo adormecido, acalambrado, y los minutos pasaban. ¿Acaso lo que sentía ahora, físicamente, era por su causa? Él dijo que incluso le quitaba el sueño. Estaba segura de que solo una hora atrás esto no sucedía. Pero ya que era consciente de ello, la conexión era repulsiva y espeluznante. Sus músculos estaban tirantes como si hubiese hecho un millar de cosas, pero en realidad ella no había salido de la caverna en todo el día. Sus pulmones respiraban pesadamente. Las emociones de él se entreveraban con las suyas, incluso su circulación sanguínea se sentía ajena; a su corazón le pesaba una sangre que en realidad no estaba allí. Era como habitar en dos lugares a la vez.

—La vela... —Se quejó el rey luego de un rato.

—¿Duele? El brazo...

—No tanto.

—Yo siento que te duele... Y mucho. Si me concentro lo suficiente, puedo sentir lo que sientes. De hecho, tengo que concentrarme para no sentirlo porque duele demasiado. Es raro. Hoy no era así. —Sun Wukong gruñó por lo bajo, pero fingió no escuchar. El dolor era insoportable. Sentía que el brazo se le estaba trepanando por el ajuste del cordel, justo a la altura de la axila—. ¿Hay...? ¿De verdad no hay nada que se pueda hacer para que no duela tanto?

—No.

—Si cada vez empeora debe ser insoportable...

—Duerme.

—Y en todos estos siglos, debiste de pasarla muy ma...

La pena en la voz de la mujer encendió su rabia inexplicablemente de nuevo. Era tan orgulloso que odiaba que alguien le tuviera lástima; ya por algo se había enfadado en el comedor. Bajó de un salto y agarró el brazo de ella con brusquedad. Y sus ojos se volvieron rojos y su rostro tomó el extraño aspecto simiesco que aterraba a sus enemigos en la batalla.

—¿Qué haces? —Se quejó ella molesta.

No podía hacerle daño. Y Wukong ya lo sabía. El monje Tang había repetido hasta el hartazgo que no debía lastimar a seres vivos inocentes, y aún si eso no le importara un comino, sabía que el hilo se lo impediría. Siempre era igual. Pudo sentir que ella se asustaba y enfadaba a la vez, pudo sentir como el dolor mitigaba de inmediato. Y depender de eso era muy odioso.

—¿¡Porque te esfuerzas tanto por fastidiarme?!

—¡Solo intento ayudarte! ¿¡Ves que sí estás muy loco!?

—No me puedes ayudar.

—¡No tienes que hacerlo todo solo!

—¡Soy el Gran Sabio Sosia del Cielo! Que creas que necesito ayuda de un mortal es más que ofensivo.

—Ah, ¡qué dañado estás! Si tú "Gran Sabio" lo puedes solucionar todo, ¿cómo existen tantos problemas en el mundo, ah?

—¡Porque no se me da la gana arreglarlos!

—Ay sí, claro. ¡Admítelo! ¡No tienes ni idea de qué hacer! ¡Solo eres un egocéntrico fanfarrón!

—¡¿Yo?! Al menos no me la pasé lloriqueando dos semanas... ¡Cobarde quejosa e ingrata!

—¿Ingrata? ¡Tú eres un cabeza dura! ¿Tanto te cuesta pedir ayuda o contarle a los demás lo que está pasando en realidad?

—¿¡Y de que va a servir contárselo a un humano, ah?!

—Tiene que haber algo que pueda hacer, no soy tan inútil Wukong...

—Depende del punto de vista.

—¿Del punto de vista? Bien, ¡¿qué tan útil es un plan a medias y con pocas posibilidades de funcionar?!

—¡Es un plan más que los que tú tienes, muñeca...!

—Pues si será el único plan posible, por lo menos deja que haga algo.

—¡Harás algo! ¡No te metas y no estorbes!

—¡También me siento mal! ¡También es mi problema! —Sus cejas gruesas se arquearon sobre los ojos cafés y acercó su rostro sin amedrentarse un céntimo ante él.

—¡Tú eres mi problema! —Los dedos de su mano aferraban la piel pese a que la mujer tironeaba para que la soltara.

—¡Pues ya somos dos!

—¡No puedo dejar que vengas!

—¡¿Pero y por qué no?!

—¡Porque intento protegerte, maldición!

Sun Wukong se quedó mirándola, de nuevo. Ella también lo miró fijo otra vez. Todo el enojo de repente se apagó. Ninguno de los dos entendía bien por qué.

¡Oye! —se escuchó un llamado débil en la puerta. Tras este unos golpeteos—. Ey Wukong, oye... —repitió.

¿Qué Bajie? ¿Qué quieres? —contestó cansado. Path seguía allí, a centímetros de su cara. Zhu Bajie era muy bueno fastidiando momentos poco propicios.

Te iba a decir que dormiré en la biblioteca...

¡¿Y en dónde más si llevas aquí días?!

Sí. Claro. Bien... Buenas noches.

Descansa Bajie...

Pero... También estaba pensando hermano mayor, que una vez cuando hicimos enojar a un monje y destruimos su árbol de Ginseng, cambiaste lugar con un tronco para que no te azotara... —Wukong se llevó dos dedos de la mano libre al puente de la nariz y apretó con fuerza. Esto no podía ser más incómodo y de seguro tardaría un rato—... Y luego sentías todo lo que sentía el tronco seco ¿recuerdas?

Ash... Sí. ¿Y eso? ¿Qué?

Pues que dijiste que se podía arreglar con un hechizo de protección, ¿no probaste hacer uno para protegerte de ella?

No funciona Bajie. También lo intenté.

¿Pero y sí...?

Bajie... Mañana. ¿Está bien? Hablemos mañana.

Sí... Claro... ¡Buenas noches!

Buenas noches, Bajie...

—¡Y buenas noches Path!

¡Bajie te puedes ir de una vez! —dijo el Gran Sabio exasperado al límite. Apelmazaba las palabras cuando gritaba como cascarrabias, y era divertido. Path, quien ya no estaba ni molesta ni le temía, aguantó el momento porque sabía que no era buena idea reír. De todas maneras, no entendía nada de lo que decían cuando hablaban en chino...

Claro... Sí... Buenas noches... —Del otro lado de la pesada puerta se oyeron sus pasos y uno que otro golpeteo de quién sabe qué. Luces que se prendieron y apagaron, hasta que finalmente se marchó.

Wukong suspiró fastidiado, entonces volvió a la situación que tenían allí—: Quise decir "protegerme". Si te hieren me hieren a mí, eso es nuevo. No vas a venir conmigo y se acabó. Esa es la solución que tengo para nuestro primer problema. Protegerte me protege, al revés funciona igual; no hagamos nada estúpido ni imprudente. Pero este dolor es algo con lo que vengo lidiando desde hace siglos. Esta. Esta es la única forma ¿no ves? No es ningún secreto. Solo se quita así. Siempre el contacto quita el dolor. —Tenía razón. Porque la sostenía, el dolor se detenía de inmediato, se anestesiaba por completo—. ¿Y bueno? ¿Qué? ¿Vas a tomarme la mano toda la noche o algo así? —se burló alejándose sin soltarla en realidad—. No fastidies, no hay manera. No trates de solucionar algo que no te pedí ¿puedes? No es una cosa tan grave.

—¿Y eso es todo? —dijo ella incrédula, mirando como su mano se hundía en la piel de su antebrazo.

—Solo aguanta, toma un calmante hasta que regrese.

—¿Tomarte la mano y ya...? Por eso lo hiciste... Nuestra cita. Por eso me tomabas la mano. Por eso también pasas conmigo al menos una hora al día.

—¿Por qué otra cosa? ¿Tan fácil eres de engañar? Tú y yo no nos conocemos para nada. Nadie decide tomarle la mano a un completo extraño a menos de que tenga una buena razón.

—Okey... lo haré.

—¿Cómo dices? —contestó horrorizado. La miró de lado y se percató de que seguía aferrado a ella. Todo por culpa del insoportable de Bajie que lo había distraído. La soltó de inmediato; lo que es más, se limpió la mano por la túnica como si ella trajera la peste. Esa mujer estaba definitivamente loca; y él estaba más loco si se mantenía cerca suyo sin razones de peso.

—Pero que tontería —se rio la mujer—. ¿No podías decirlo antes? El dolor me estaba matando y recién ahora lo mencionas...

—¿Disculpa...me? —¿No estaban gritándose solo segundos antes? ¿Qué estaba pasando?

—Solo quédate aquí, es todo.

—¡Yo jamás!

—Ay no seas tonto, vas a darme la mano, no a casarte conmigo —se burló de nuevo, jalándolo del brazo.

—No le daré la mano a una criatura tan fea.

—Tú no eres muy bonito tampoco.

—Claro que lo soy.

Ash... Solo ven. Yo duermo de este lado y tú de aquel. Es como acampar.

—¿Qué? Eso jamás, te digo que nunca.

—¿Por qué? ¿Me tienes miedo o algo así, señor Sosia del Cielo? —rio—. Solo quédate y ya. Es tu cuarto y es tu cama ¿o no? Además, lo prefiero así. No confío en tu amigo el cerdo... Es mejor si estas... cerca.

—Y haces bien, pero... —Path lo miró a la cara esperando la excusa que iba a poner. No tenía ninguna salvo esta: no pensaba fallarle a su maestro ni un céntimo más, aunque decirlo era comprometedor y penoso—. No. Olvídalo.

—¿No es mejor ocho horas sin hablarse para nada, que dos horas soportándonos?

—Probablemente, pero olvidaste algo importante...

—¿Qué?

—Aquí se hace lo que a mí se me dé la gana.

—Pero Wukong...

—Que te tomes un calmante.

—Un calmante no funcionará.

—Dos entonces; empastíllate, yo qué sé. Solo no vengas con babosadas...

—Sun Wukong —su voz pausada y triste sonaba cansada, agotada de hecho—. Si mañana viajarás ¿resistirá tu mano tanto tiempo? Mira cómo estás... ¿Cómo vas a sostener el báculo siquiera?

—Con la derecha —dijo con obviedad.

—¿Y yo?

—No sé, da igual. —La chica frunció el ceño en una mueca de desdén que pensó que solo él podía ponerle a los demás. Wukong tenía puesto un chaleco azul sin mangas y la mujer observó con detenimiento toda la extremidad izquierda. Desde el hombro hasta la muñeca se extendía una franja roja que parecía ser una serpentina viva, latiente; tan notoria era que se podía ver a través del pelaje.

El Rey Mono bufó y estirándole la muñeca le arremangó la túnica de forma brusca. El brazo de ella tenía una igual. Y los dedos de la mano ya eran, en el caso de la mujer, de un tono azulón coagulado.

Ish... Iugh... ¿En qué momento? —¿En qué momento había tomado tan mal aspecto?

—Soy dibujante, Wukong. Necesito mi mano para sobrevivir. Y tú luchas literalmente con una vara. También necesitas tus brazos.

—Bien... Si el problema es que temes perder el brazo completo, supongo que como el héroe que soy, me quedaré. Porque probablemente a ti esto te duele espantosamente. No como a mí; yo puedo resistirlo sin problemas. —Se sentó en la cama y la observó con desprecio. Hizo un ademán indicando que se corriera lo más posible—. Ushcale...

Path obedeció virando los ojos, hastiada también. El rey se acostó en su propio rincón, tieso como una estatua y extendió únicamente el brazo izquierdo, cruzado, para enlazar su meñique con el meñique izquierdo de ella. Al hacerlo se quejó con asco, como si estuviera ante el momento más desagradable de su vida. Path apagó la vela, rio en la oscuridad y dijo—: ¿Qué? ¿Vas a llorar? Hazlo... Yo ya lo hice.

—Si me fastidias, roncas o te mueves, haré que duermas en el suelo.

—No esperaba menos de un caballero... —farfulló ella. Sun Wukong gruñó... pero luego sonrió también.

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