1-El papeleo del reino
"A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo" (Jean de la Fontaine).
El rey saltaba de árbol en árbol, riendo y jugando con los monos jóvenes de su montaña. La libertad exquisita que disfrutaban en aquel monte sagrado era tal, que el viento cantaba con dulzura sobre la grácil vida salvaje que allí habitaba, y las flores, permanentemente en primavera, llenaban de su melosa fragancia el suelo de su selvático reino.
En esos parajes la realidad era confusa. Múltiples portales se abrían y cerraban, tan caprichosos como su gobernante, accediendo al mundo espiritual y al humano, engañando a la vista. Y los zorros eran en realidad unicornios y las liebres espíritus del bosque. Todos hallaban albergue bajo el gobierno de Sun Wukong, se adentraban en la espesura huyendo de la civilización colindante. Preferían el gobierno de los monos inmortales que el de los humanos, francamente ¿quién no?
Wukong atravesó un portal sin querer mientras se columpiaba de rama en rama. A ojos cerrados se aferró a una que creyó al alcance y esta cayó con monarca y todo al suelo. El estrépito hizo que los monitos quedaran en absoluto silencio por respeto a su instructor. Luego estallaron en risa y burla, desde luego, también por respeto a su instructor.
Sun Wukong se quejó-: ¡Oigan! ¡Oigan! Les enseñé a burlarse de sí mismos, no a que se burlen de mí. -Pero haciendo caso omiso, los cachorros siguieron riendo a carcajadas y el rey no tuvo de otra que reír también. Nunca los repudiaba por su comportamiento salvaje, al fin y al cabo, eran monos, y trataban de imitar a su maestro y seguir su camino.
Entonces Sun Wukong levantó la mano para ver qué había pasado. Resultó ser que la rama no era una rama, era una bolsa amarronada llena de quien sabe qué porquería. La soltó con repulsión y miró a su alrededor. El lugar estaba lleno de mugre y desperdicios. El viento, siempre tan alegre, sopló un olor pútrido, sumamente apestoso, contra su nariz. Con asco, el Rey Mono se llevó la mano a la nariz por instinto; y con más asco que antes cambio la mano sucia por la mano limpia que no había tocado lo que sea que fuera esa cosa.
-¿Qué pasó aquí? -se quejó indignado. Su bello reino tenía un rincón que parecía un basural-. Muy bien... ¿¡Quién de ustedes fue!?
Sabía que los monos podían llegar a ser muy sucios, pero esto era ridículo. Era más de una hectárea de pura suciedad.
Los monitos chillaron y se quejaron. Uno de ellos quiso comer una bolsa de frituras y el rey lo agarró en brazos-. No, no, no, no, no... No toques nada. Nadie toque nada -ordenó.
Un pitido agudo repetido llamó su atención.
"Beep, beep, beep".
Escondió a sus discípulos con él tras los arbustos y se pusieron a espiar desde lejos. Un gran vehículo humano vertía basura en sus tierras-. Los hombres... -se quejó- son tan sucios. -Y decidió que por supuesto resolvería el asunto ahora.
-¡¿Cómo se atreven!? ¡Este territorio es sagrado! ¡¿El templo del Rey Mono está en la cima de esa montaña y ustedes contaminan su arroyo y sus árboles con toda esta basura?! ¡Llévensela de inmediato!
Su demanda hizo que los obreros se quedaran mirándolo, cesando de trabajar. Estaba disfrazado de un hombre común, por supuesto, y su cola las hacía de curioso cinturón pues le era imposible ocultarla.
-¿Quién es usted, señor? -preguntó uno de ellos.
-Wukong. Sun Wukong y soy dueño de esta montaña sagrada.
-Claro, y yo soy Dicky Cheung-susurró alguno.
-La pregunta aquí es ¿quién es usted? ¡¿Quién es el irrespetuoso que invade mi tierra y hace toda esta mugre aquí?!
-El... ¿Gobierno? Este es el basural de la ciudad, desde hace años.
-¿¡Qué!? ¡Esto es ridículo! ¡Este lugar es mío desde hace siglos!
-¿Siglos? O sea... ¿De sus ancestros, señor?
-¡Pues claro que de mis ancestros! ¡¿Acaso luzco como el inmortal y fabuloso Sun Wukong para ti?!
-Eh... ¿No?
-No. Exacto. Esta es la tierra de mis ancestros y tiene un templo sagrado, y no pueden estar aquí. Así que largo. Shu. ¡Fuera!
-No podemos irnos... -dijo uno.
-Oh... claro que pueden, y lo harán. O se sacan, o los saco. Decide con sabiduría.... -amenazó él.
-Presente sus papeles a la oficina de quejas y haga una petición para que el lugar sea incluido entre los territorios sagrados -agregó una mujer con cara de cansancio- Hasta entonces ni usted ni nosotros podemos cambiar la situación. Que tenga buen día.
-¡Pero mi tierra!
-¿Tiene idea de cuántas "tierras sagradas" tiene China? Y esta es la montaña del Rey Mono. Más de la mitad de la tierra es "sagrada" ni siquiera hay suficiente lugar ya.
-¡El templo...!
-Hay como quince templos solo en esta ladera que dicen ser el oficial. Créame, señor Sun, usted no es el primero ni el último en tener este problema. Resuélvalo como debe ser si quiere que algo se arregle...
Entonces todos siguieron sin prestarle atención. Sun Wukong iba a freírlos a todos. Pero decidió hacer todo eso que dijeron. Sonaba como una solución definitiva, y su segundo maestro, el fastidioso de Sangzang, siempre decía que tomara la opción más pacífica y amorosa aunque fuera la más difícil.
«Tengo paz en mi corazón; el mundo no puede afectarme. Hay que controlar el dragón del espíritu y el mono de la mente. Lo que sucede y lo que no sucede, todo decae en la misma palma» se dijo tratando de relajarse. Se llevó a todos los monitos a un pícnic improvisado en la cima de la montaña, desde donde podrían arrojar cáscaras de fruta a la cabeza de los trabajadores. Y que agradecieran que lo único que lanzaban era cáscaras, porque siendo muy sinceros, todo eso de la paz y el amor no le sentaba muy bien. Está bien, no mintamos tanto... quizás no todo todo eran cáscaras...
Al día siguiente estuvo de pie ante la oficina correspondiente.
Sabía que las burocracias y procedimientos del mundo humano eran todo un tedio, pero que era en el mundo humano donde debían resolverse. Los conocía demasiado bien. Y también sabía que el Emperador de Jade no iba a ayudarlo con algo que podía resolver sólo, menos ahora.
Llevaba siglos salvando tierra y cielo de las criaturas que se empeñaban en perjudicarlos, y logrando grandes hazañas en pos del conocimiento, la sabiduría y la libertad. A cambio, solo había pedido vivir entre ellos y adquirir sus costumbres. No obstante, no pertenecía a la humanidad, así como no pertenecía a ninguna parte del universo y nunca recibía colaboración o ayuda de nadie; es más, siempre lo castigaban sin razones demasiado notorias.
Sun Wukong pensó en ello y reconoció que, a veces, él, el magnífico peregrino, el Gran Sabio, el apuesto, increíble, maravilloso y divertidísimamente carismático Rey Mono, se desanimaba. Y que hoy era uno de esos días. Estaba un poquito desanimado. Últimamente sentía que todo su esfuerzo era inútil, pues pocos humanos siquiera pensaban en él o lo recordaban; pocos dioses lo reconocían, y nadie lo apreciaba, solo le temían aquellos a quienes se enfrentaba en batalla o a quienes de vez en cuando tenía que presionar para que movieran las aposentaderas e hicieran su trabajo-. Montón de ingratos irrespetuosos -se quejó para sí. Él era increíble. No pensaba pedir perdón por ello. Y cuando regresara a casa dejaría boquiabiertos a todos los incrédulos y burlones. Entonces sonrió de nuevo. Siempre había sido él y solo él quien de verdad se preocupaba por su felicidad y la de sus compatriotas.
Averiguó que el templo "oficial" del Rey Mono estaba en la otra ladera y que le costaría hacer legal esta residencia. De hecho, había como setecientos templos, quizás muchos más que no estaban registrados por toda China, y aunque eso lo llenaba de orgullo, en este momento era un inconveniente. Tendría que inventar nombres de ancestros y crear un millón de papeles que no sabía ni cómo se llamaban. Traía algunos, los que pudo conseguir, para empezar.
Pero...
-Lo lamento. El encargado de cultura no está. Tendrá que volver cuando él regrese la semana próxima -dijo una secretaria.
-¡Pero este papel es válido por cuarenta y ocho horas! Eso son... Uno, dos, tres...
-¿Dos días?
-¡Dos días! Dos días es mucho menos que una semana...
-Lo siento.
-Bien. Dígame cómo lo contacto. Traeré su firma y podremos continuar con los papeles -presionó acercándose. Parecía desquiciado, desesperado por acabar rápido con el papeleo en realidad, pero la mujer sabía que así no funcionaban las cosas-. Anda ¡dime ya! ¿Dónde está? No soy una persona de mucha paciencia.
-El señor Zhang Wa Mu está de vacaciones con su familia en Florida. Dudo que usted pueda hacer algo al respecto... Le aconsejo que espere y haga este formulario de nuevo. Además, se necesitan fotos del establecimiento cultural que desea proteger y evidencia de que es suyo. Y...
-¡Y yo le aconsejo...! -interrumpió él-. Que me espere. Porque en dos días le traeré la firma de ese tal Zhang Wa Zu, y usted y sus amigos sacarán la basura de mis tierras personalmente.
-Zhang Wa Mu......
-Lo que dije. Ahora ¿dónde queda esa "florida" región, señora?
-¿Norteamérica?
-¿Y eso dónde queda?
-En occidente... y al norte...
-Volveré en dos días -dijo sombrío-. Espero que tenga una pala.
Se fue de allí muy enojado. No podía esperar una semana. Era muy consciente de que los árboles de su montaña podrían enfermar si se contaminaban, y estos enfermarían a su vez a sus súbditos.
Regresó a casa quejándose, porque siempre hacía las cosas de inmediato y resolvía los problemas a su manera -en general la más rápida-. Pidió un masaje de pies y fruta en una bandeja. Mientras lo atendían explicó que se ausentaría y que no pensaba regresar hasta resolver el grave problema que contaminaba su tierra. Todos alabaron la gran idea. Y celebraron la partida de su maestro y rey con algarabía. Después de todo, nunca sabían cuando iba a volver.
Partió el rey de los monos al día siguiente, después de un gran banquete, claro. Anunciando órdenes a diestra y siniestra.
-¡Primer oficial! -dijo antes de irse. Un mono se puso de pie y se llevó una mano a la frente diciendo un "Señor sí señor" que en realidad solo fue un chillido que ningún humano podría entender-. Si alguien lanza popó dentro de mi casa. Se lo das de comer al monstruo que está en la cueva de las pesadillas ¿Entendido? ¡Y lo mismo...! Con el pipi...
El mono dijo que sí apesadumbrado. Wukong se cruzó un bolso viejo al cuerpo, un morral donde cargaba los enseres más necesarios.
-¡Segundo oficial! -Su llamado tuvo el mismo efecto en un bonobo que se llevó la pata trasera a la cara-. Cuida que ninguno coma basura. Sólo fruta de los árboles que están río arriba ¿escuchaste?
El primate escondió una bolsa de frituras tras su espalda y dijo que sí. Wukong se guardó algo que parecía una pequeñísima aguja de bordar en el oído.
-¿Tercera oficial Ling Ling? Mis discípulos están a tu cargo ahora. Procura que se diviertan y que no se muera ninguno. -Y la chimpancé mencionada se irguió en dos patas aceptando el difícil encargo.
-Y ustedes, mi consejo de sabios... -Cuatro monos muy ancianos, dos machos y dos hembras, le prestaron toda su atención. Eran sus súbditos más allegados, llevaban siglos con él y tenían su plena confianza. No tenían nombre, puesto que no lo necesitaban, pero cada uno tenía un color característico en sus ropajes pues así lo habían decidido por protocolo-. Ustedes están conmigo desde los inicios. Confío en que cuidarán de todos aquí. Regresaré pronto -insistió-. Espero... -Los cuatro dijeron que sí con modestia.
»Y una cosa más. Está estrictamente prohibido entrar a mi habitación o a mi baño. Lo saben ¿cierto? -No iban a hacer caso, pero ya daba igual. No podía estar vigilándolos a todos todo el tiempo y la verdad siempre limpiaban meticulosamente antes de que llegue para que "no lo notara", aunque solían quedar algunas pulgas.
Los monos pequeños, las crías que eran fieles seguidoras suyas, se prendieron de sus rodillas para evitar que se marchara-. Ah, no lloriqueen, saben que el llanto es tedioso para mí. Volveré pronto...
Una de ellas trepó por su pierna y se prendió de su mano para olfatearla. Entonces de pronto le mordió el dedo meñique.
-¡Auch! ¡¿Pero qué te pasa?!
Los demás monos chillaron sorprendidos y se quejaron. Un mono viejo se acercó a la mano del rey y la señaló. Entonces comenzó a girar sobre sí mismo con los brazos en alto, celebrando.
Sun Wukong miró su mano izquierda con atención. Pasó su mano derecha sobre su rostro recitando una frase que sólo él sabía. Entonces sus ojos se abrieron y pudo ver la energía a su alrededor, las semillas brillantes de qi flotar como si fuesen dorados dientes de león. Y en su mano izquierda, justo en el meñique, un grueso cordón rojo amarrado con fuerza.
-Ella... -se quejó molesto. Sun Wukong se puso serio, su porte se agravó, su mirada se tornó sombría-... ¡Monos! Si no regreso pronto, quédense escondidos. Acabo de descubrir que tengo algo más que hacer...
Los monos se quejaron y gritaron, irrazonables como eran, asustados como estaban. Hasta los grandes sabios se turbaron muchísimo.
-No, no, tranquilos. Es un plan en progreso. Por el momento no haré nada...
»Sólo quiero ver a la pobre y desdichada criatura que será mi novia ahora...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro