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Capítulo 33


Salí del auto sin decir una palabra más. Rápidamente metí la llave para abrir la puerta de mi casa y volví a cerrarla una vez dentro. Dejé mi llavero sobre la mesa y a continuación me quité la mochila de los hombros, dejándola caer sobre un mueble.

Mamá apareció frente a mí en segundos, con los brazos cruzados y los labios firmemente apretados. Aun así yo fui la primera en hablar.

– No tenías por que mandarme un niñero – dije con voz fría – si no confías en mí, es tu problema, no el mío.

Ella me lanzó su mejor mirada fulminante y posicionó sus dos manos a cada lado de sus caderas.

– ¿En dónde estabas, Summer? – exigió

– No te interesa

Rodee su cuerpo para continuar el camino que me obstruía pero tomó de mi brazo tan fuerte que me lastimó y me impidió seguir.

– Suéltame – forcejeé

– No, escúchame bien. No puedes desaparecerte de esa forma sin avisarme señorita. Estás castigada.

– Que sorpresa – murmuré – ¿Es todo?

Mamá explotó ante eso, sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a gritarme.

– ¡Estoy harta! ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi hija? ¡No lo soporto! ¡QUIERO A MI SUMMER DE VUELTA!

La miré entre incrédula y atemorizada. Por más molesta que estuviera ella jamás me había gritado de esa forma, pero no eran los gritos lo que me había dolido. Me eché hacía atrás ante sus palabras, habían sido como una bofetada.

Ella me soltó repentinamente y se dejó caer en el mueble, yo no me moví ni un poco hasta que sus cristalinos ojos se volvieron a clavar en los míos.

– Tu maestra de creatividad estuvo aquí – mencionó – Verónica

Un repentino miedo me erizó la piel. Ya imaginaba la razón por la cual había venido. Me quedé inmóvil, tan solo viéndola, ella pareció leer el miedo en mis ojos.

– Expresó su preocupación por ti, dice que ya van tres clases en las que te rehúsas a participar – recordaba esas clases. Yo me había quedado sola en un rincón viendo a todos, de vez en cuando recibiendo miradas de soslayo por parte de la maestra, de Alex o de Casey, incluso parecían turnarse para mirarme – ¿No vas a decir nada?

Me quedé completamente en silencio. Ella se llevó dos dedos a cada una de sus sienes y las masajeó lentamente, como si intentara disminuir un dolor de cabeza.

– Summer – su voz fue tan dulce que me provocó un escalofrío – ya ha pasado un mes, cielo. Me preocupa ver que no mejoras, no se qué hacer...

– Fui a ver a Joe – respondí con un hilo de voz

Ella abrió mucho sus dos ojos, sorprendida

– Por... por qué no me lo dijiste – tartamudeó

– No lo sé – admití honestamente

– Hija – ella se puso de pie y colocó sus manos sobre mis hombros – tienes que dejarlo ir

Agaché la mirada, incapaz de sostenérsela un segundo más.

– Lo sé

Ella me abrazó brevemente, quién lo iba pensar, hace un segundo nos estábamos gritando.

– Estaré en mi habitación – informé una vez que se separó

Asintió insegura y yo me apresuré a desaparecer por las escaleras. Subí con paso lento. Cerré la puerta con un portazo y recargué mi espalda en ella. Un fuerte sollozo escapó de mi garganta. Me deslicé hasta quedar sobre el suelo y abracé mis rodillas, escondiéndome en ellas. El dolor volvió.

El tiempo no lograba desvanecerlo. El tiempo parecía una mentira. Una vaga y débil esperanza de que las cosas mejorarían.

– Basta Summer – me ordené – no puedes seguir así

Levanté el rostro y algo me llamó la atención. Desde ese punto alcanzaba a ver el reducido espacio entre mi cama y el buró. Había algo ahí.

Extrañada, gatee en esa dirección y metí mi brazo para tomar el frío objeto. Lo miré con atención una vez en mis manos y casi lo dejé caer. Ahí estaba la cámara plateada de Joe, esa que creí que había perdido con tanto ajetreo.

– ¿Cómo llegaste aquí? – pregunté

Dudé solo un par de segundos antes, pero casi enseguida busqué unas nuevas pilas para colocarlas y poder encenderla. El corazón me dio un vuelco.

Su última fotografía había sido hermosa. Él salía riendo. Su sonrisa era grande y mostraba la mayor parte de su dentadura. Me le quedé viendo un buen rato, recordando las carcajadas en mi mente como si fueran música para mis oídos. Cambié de foto. En la segunda su ceño parecía perfectamente tallado en su frente, sus cejas estaban casi juntas y los ojos entrecerrados, escondiendo el caoba de sus pupilas. Sonreí al recordar lo seguido que me miraba así, sobre todo cuando no estaba de acuerdo conmigo. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando cambié a la tercera. Era la foto que le tomé molesto. Sus manos en el volante hacían juego con la tensa posición de su cuerpo. Su boca era una fina línea que se formaba cuando apretaba fuertemente los dientes. Sus ojos abiertos y fieros miraban al frente, evitándome a mí. No miré aquella por mucho más tiempo.

Le siguieron muchas de la presa. Sonreí con un nudo en la garganta al recordar todas las fotos que había tomado con la excusa de guardarlas como recuerdo. Era cruel tenerlas en mis manos sabiendo que ahora no pasarán de ser recuerdos que nunca se repetirán.

Me reí en una de las primeras que había tomado. Yo salía de puntitas, besando su mejilla. Siempre tenía que ponerme de puntitas para poder alcanzarlo. La que siguió me pareció la más tierna de todas. Él besando mi frente mientras que yo lo abrazaba, escondida en su pecho. El nudo en la garganta crecía pero no le tomé importancia. Quería seguir viéndolas. Volví a reír en la siguiente y dos lágrimas resbalaron por mis mejillas. En la imagen yo salía desconcertada y con las mejillas completamente encendidas, pero mirándolo a los ojos, pérdida en sus ojos. Él sonreía muy cerca de mí, al parecer divertido y satisfecho de sí mismo por haberme sorprendido. Suspiré al encontrarme con la última: los dos tomados de la mano. Nuestros cuerpos juntos como enredaderas. Él atrapando sin inhibición mi labio superior, compartiendo un beso que, tan solo de recordar, me ponía la piel chinita.

Cerré los ojos un momento y respiré hondo, intentando controlarme. Tuve que hacerlo por lo menos otras tres veces antes de volver a abrirlos. La foto seguía ahí, con el sol del atardecer iluminando nuestros rostros. Definitivamente esa era mi favorita.

Me di cuenta de que aún no terminaba de ver todos los archivos, faltaba uno. Extrañada retrocedí para verlo. La respiración se me cortó cuando noté que era un video. Las manos me temblaron tanto que tuve que hacer tres intentos para poder reproducirlo.

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