Capítulo 2
Me dolieron los ojos de tan solo abrirlos por la mañana. Parecía que aún no se recuperaban de aquella hinchazón que se produce cuando lloras demasiado, sin embargo me levanté con la disposición de seguir en mi farsa de 'todo está perfectamente'
Bajé a la cocina después de ponerme un pantalón de mezclilla y una blusa blanca de tirantes. Mamá preparaba su café como todas las mañanas, la saludé con una sonrisa al encontrarla aun adormilada.
Me colgué la mochila de lado tal y como solía hacerlo, mientras que con una liga me hacía una coleta en el cabello.
– ¿Quieres que te lleve?
– mmm – miré la hora, era temprano – creo que caminaré, necesito algo de aire fresco
– De acuerdo – accedió ella distraída mientras tomaba su termo negro y las plateadas llaves del coche – cuídate, nos vemos en la noche
– Adiós – respondí. Tomé mi llavero rosa del cual colgaba la llave de mi casa y salí después de ella cerrando a mis espaldas. La despedí con la mano mientras se alejaba por la larga calle.
La verdad, no me había detenido a observar el vecindario desde que llegamos aquí, mi mente solo había alcanzado a captar que parecía lindo... pero ahora mire a mí alrededor. Las casas tenían de esos jardines en la parte de enfrente que le daban un aroma de pasto y tierra mojada al aire. Aire limpio.
Comencé a caminar o volvería a llegar tarde a la primera materia, esta vez era historia... creo. Me molestaría en revisar mi horario hasta llegar a la escuela, no antes, ahora solo quería disfrutar del sol calentando dulcemente la piel de mis hombros y cuello.
Una vez recorrido gran parte del camino, alcancé a ver los edificios más altos que tenía la escuela: el auditorio y la biblioteca. Ya solo me faltaban un par de cuadras para llegar pero me detuve en seco al sentir lo más parecido a un bandazo recorrer mi cuerpo, después fue como si se debilitara con sorprendente rapidez.
No tenía idea de que sucedía, pero mi vista se fue tornando negra y mi cabeza pesada. Intenté sostenerme de algo al sentir que perdía el equilibrio, pero no había nada cerca y aunque lo hubiera, no creía que mis débiles brazos alcanzaran a sostenerme por mucho tiempo.
Me dejé caer sin remedio. Alguna parte de mi mente alcanzó a comprender eso pero no hizo nada por evitarlo, mis ojos se cerraron y un mareante letargo me invadió como si me lo acabaran de inyectar en las venas. Caí, pero no me golpee, creo que algo o alguien me sostuvo. Estaba demasiado débil como para molestarme en averiguarlo. Mi cabeza se balanceó hacía atrás y mi conciencia se deslizó hasta llegar a una negrura más sofocante que la noche sin estrellas, la cual me atrapó en su rincón sin dejarme marchar.
***
Abrí los ojos lentamente en cuanto recuperé el conocimiento. El negro se desvaneció poco a poco conforme pestañeaba para recuperar la visión perdida. Respiré hondo para llenar mis pulmones que sentía extrañamente vacíos, como si no hubiera respirado durante horas, aunque bien se sabía que eso era científicamente imposible.
Mi corazón comenzó a latir dolorosamente al darme cuenta de que no reconocía el lugar donde me encontraba. Miré a mi alrededor asustada, al mismo tiempo que me enderecé con una inusual rapidez que solo me provocó náuseas.
Me tomé solo un momento para recuperarme y enseguida volví a mirar. Estaba sentada en una cama, sobre el acolchado color azul marino. Cuatro paredes blancas cubiertas totalmente de afiches me rodeaban. Había un closet, un escritorio, una laptop en el centro de éste rodeada de papeles, una guitarra recargada en la pared, más papeles que parecían tener escritas notas musicales...
Me levanté con cuidado. Aún me sentía demasiado débil pero aquellas notas habían llamado mi atención, me agaché para tomar una hoja rota a la mitad y leí las primeras líneas escritas a mano con una tinta negra.
– Es una canción... – comprendí en un susurro
Busqué con la mirada la segunda parte pues aquellas frases habían tocado las fibras de mi corazón y quería conocer la otra mitad, pero solo encontré una fotografía debajo del vidrio del escritorio. Había una mujer de cabello largo y rubio, que sostenía en sus brazos a un pequeño que aparentaba tener 2 años de edad. Tenían los mismísimos ojos verdes, las mismas pestañas arqueadas e incluso la misma nariz, eran tan parecidos que no quedaba duda alguna de ser madre e hijo.
Acaricié la superficie del vidrio como si acariciara la textura de la fotografía, ambas personas sonreían en su retrato como si se amaran la una a la otra.
– ¿Qué estás haciendo?
Aquella pregunta me tomó por sorpresa. Di un salto hacía atrás y dejé caer el papel roto que hasta ese momento sostenía. Lo vi descender como si fuera una hoja marchita que se desliza por el aire en medio del otoño, después levanté la vista para encontrarme con el dueño de aquella voz y lo único que fui capaz de pensar fue: ay no. Él no.
Miré esos ojos verdes que estaban frente a mí para después compararlos con los del niño de la fotografía. Eran idénticos. Y también ya los había visto antes.
– Yo... – me aclaré la garganta al escuchar lo ronca que estaba mi voz, como si no la hubiera usado en días – lo siento – continúe – no sé... como llegue aquí
Él me miró receloso
– Me refería a que estas haciendo con mis cosas
«¿Sus cosas?» pensé aturdida. Miré de nuevo a mi alrededor y entonces comprendí «Éstas son sus cosas, ésta es su habitación»
Tragué saliva
– Lo siento – repetí – no lo sabía
Y ahí estaba, no sé cómo ni porqué, pero me encontraba en la habitación del chico que había sido mi compañero el primer día de clases y me había ignorado limpiamente. Retrocedí confundida, intentando alejarme de la frialdad que emitía su mirada, una frialdad que me erizaba la piel.
No podía negar que aún me encontraba mareada y las cosas no mejoraron cuando mi vista se nubló... después de eso ya nada pareció concreto.
Algo tomó de mi cintura para guiarme de nuevo a la cama, ni siquiera se me ocurrió rehusarme. Una punzada en mi sien anunciaba un fuerte dolor de cabeza. El estómago se me retorció de nuevo. Imaginé que de haber comido algo ya lo hubiera vomitado. Jadee cuando las náuseas me dominaron y caí de lado sobre el acolchado.
Escuchaba que repetían mi nombre una y otra vez, pero débil y lejos, como si fuera un simple eco que se desvanecía. La cabeza me dolía tanto que creí que me explotaría.
Y volví a abrir los ojos. Esta vez no estaba sola.
– ¿Estás bien? – preguntó su voz, la frialdad había desaparecido. Miré su rostro por un momento en el cual me creí incapaz de responderle. Sus cejas se habían arqueado de una forma que mostraba preocupación y sus ojos parecían un verde más cálido que el de antes – ¿Summer? – insistió
Mis ojos se abrieron un poco más, en señal de sorpresa
– ¿Cómo sabes mi nombre? – pregunté en voz baja
Él torció la boca ante tal pregunta
– Lo escuché cuando nombraron lista – respondió
«Obvio» dijo la vocecita sarcástica de mi cabeza
– Ah – me limité a decir
Él estaba sentado al borde de la cama, mirándome de forma tan intensa que tuve que volver a cerrar los ojos. Y a pesar de que estaba quieta, sentía que todo se movía a mí alrededor
– ¿Cómo te sientes? – preguntó
Abrí los ojos de golpe al escuchar su voz más cerca, solo para comprobar que, efectivamente, se había inclinado sobre mí
– No muy bien – admití
Tenía la sensación de estar dando vueltas y vueltas en un carrusel imparable. Me giré para quedar boca arriba y eso pareció mejorar las cosas. Mi cabeza se hundió en la cómoda almohada como si estuviera hecha perfecta para ella y mi cuerpo se calmó al instante, como si ese cambio de posición hubiera sido mi mejor medicina.
– ¿Mejor? – preguntó
– ¿Cómo lo sabes? – pregunté con curiosidad
– Tu respiración se normalizó – respondió, yo ni siquiera me había dado cuenta que mi respiración había sido irregular – pero sigues estando muy pálida
– Siempre he sido pálida – repuse en defensa de mi piel muy blanca
Él negó con la cabeza
– Ahora lo estas más
No quise reprochar, aún no me sentía del todo bien.
– ¿Cómo llegué aquí? – pregunté de improviso y voltee para verlo
– Te desmayaste justo cuando yo salía de mi casa – respondió sin inmutarse
Un extraño calor se extendió por mi cuello: vergüenza. Ahora no hice otra cosa que evitar su mirada. Sentí un fuerte retortijón en mi estómago y después un sonido me delató.
– Tienes hambre – no fue exactamente una pregunta, pero su voz sonó contenida, como si intentara aguantarse las carcajadas que le habían provocado el gruñir de mi estómago.
Le lancé una mirada fulminante en un intento de defenderme.
– No he comido nada en dos días – me justifiqué
Alcancé a ver como una chispa de comprensión brillaba en sus ojos y casi enseguida lo comprendí también. Eso había sido.
– Te traeré algo – anunció poniéndose de pie, antes de salir por la puerta giró el cuello para verme con severidad – y no te muevas de ahí – advirtió
Fácilmente adiviné que la advertencia se debía a que no me acercara a sus cosas de nuevo y no porque temiera que pueda desmayarme otra vez. Sea cual sea la razón, no me moví. Clavé mis ojos en el techo rugoso. Ni siquiera quería mirar las paredes, no quería averiguar nada más de él.
Unos momentos después escuché que volvía a entrar. Me senté con cuidado al ver que traía un plato en su mano y un vaso en la otra. Él los puso sobre mis piernas cruzadas al acercarse. Examiné la comida, eran dos sándwiches y un vaso de agua con hielo, después levanté mi vista hacía él
– Gracias – le dije
Se sentó en la cama frente a mí y me observó como si yo fuera un objeto brillante y curioso.
– Come – incitó
Obediente, tomé uno de los sándwiches y me lo llevé a la boca, era dulce. Parecía estar preparado con mermelada. La primer mordida fue como un revitalizante, seguí comiendo hasta que me di cuenta que solo quedaban migajas en el plato, entonces me tomé toda el agua fría de un solo trago. Era casi mágica la forma en que la comida me había mejorado. Ya no sentía retortijones, ni estaba mareada.
– Me siento mucho mejor – dije maravillada
Él se acercó más a mí y colocó la palma de su mano sobre mi frente, sentí como un calorcillo recorría mi rostro y ruborizaba mis mejillas.
– Así está mejor, recuperaste algo de color
Sonrió. Era la primera vez que me sonreía.
Él también pareció percatarse de eso puesto que rápidamente dejó de hacerlo y su rostro volvió a tornarse serio.
– De... deberíamos ir a la escuela – mencioné intentando cambiar de tema
Él soltó una risita
– La escuela acabó, niña
Tal vez en cualquier otra circunstancia me habría molestado que me llamara niña, pero aquel comentario me había desconcertado
– ¿Acabó?
Asintió con la cabeza
– Dormiste seis horas – informó
– ¿Seis horas? – parecía que lo único que podía hacer era repetir lo que él me decía
– Si, la segunda vez no – dijo – esa vez solo fueron minutos, pero la primera vez dormiste por seis horas, a lo mejor estabas cansada – musitó como para sí mismo – ¿tienes insomnio?
Recordé que la última semana, en la que me enteré que si nos mudaríamos, me había dormido hasta altas horas de la madrugada llorando. Y en las mañanas siguientes me había despertado temprano, como si nada.
– No – mentí
Pareció ser la respuesta que no esperaba, pero lo dejó pasar.
Me deslicé por la cama hasta bajar de ella. Él me imitó rápidamente como si temiera que fuera a caerme, pero no lo hice. Podía mantenerme en pie, incluso caminar, lo único que sentía era algo de cansancio y no comprendí por que si lo que había hecho durante 6 horas había sido dormir.
– Será mejor que me vaya – anuncié
– ¿Dónde vives? – preguntó él
– No muy lejos – calculé – creo que a unas seis cuadras, más o menos
– Bien – se dio media vuelta para salir de la habitación y yo lo seguí, después de bajar las escaleras llegamos a lo que parecía una sala, cogí mi mochila al reconocerla y me la colgué. Él abrió la puerta principal, ¿tan desesperado estaba por deshacerse de mí?
Salí sin demorarme más. El arduo sol me dio de lleno en la cara encandilándome un momento, pestañee y me volví hacía el chico para agradecerle todo lo que había hecho por mí. Me sorprendí al encontrarlo a mi lado
– ¿Qué haces? – no pude evitar preguntarle
– Te acompaño a tu casa – respondió
– No tienes que hacerlo – aclaré rápidamente, deseando que en verdad no lo hiciera
– Quiero hacerlo, ¿qué si te desmayas en el camino?
Lo miré fulminante.
– Me siento bien – dije entre dientes
– No correré riesgos
Torcí los ojos impaciente y sin más comencé a andar por el camino que me llevaría a casa, a él le resultaba fácil seguirme el paso. Demasiado fácil. Me miraba de reojo seguido y yo intentaba ignorarlo de la mejor manera posible, sus miradas llegaban a ponerme muy nerviosa.
– Es aquí – anuncié cuando reconocí la casita blanca a la que nos habíamos mudado hace tan pocos días. Como era de esperarse el coche de mamá no estaba, pero aún así alcance a sentir alivio por no tener que darle explicaciones
Me acerqué a la puerta mientras rebuscaba mi llave en el bolsillo delantero de mi mochila. Cuando la encontré, la metí a la cerradura y la giré dos veces hacia la izquierda, la puerta cedió ante eso. Respiré profundo antes de darme media vuelta para volver a verlo.
– ¿Quieres pasar? – pregunté con timidez
– No, gracias – respondió haciendo un ademán de rechazo con la mano – me iré, niña
– De acuerdo – acepté aliviada
–Pero antes... – levanté mi vista y lo miré con atención – prométeme una cosa
– ¿De qué se trata? – dije confundida
– Prométeme que no volverás a dejar de comer de esa forma
Lo miré con cierta sorpresa, ¿quién era él como para hacerme prometer algo como eso? No respondí.
– ¿Me escuchaste? – insistió
– ¿Por qué habría de prometerlo? Ni siquiera te conozco
Él vaciló un par de segundos, pero al hablar se oyó muy seguro
– Por que hoy me preocupé por ti – admitió sin apartar la vista de mi. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía admitir algo así viéndome a los ojos? – y no soy de los que suelen preocuparse mucho por la gente, ¿sabes? Así que si tienes un poco de consideración me prometerás que no volverás a dejar de comer de esa forma.
Todo él me impresionaba, no podía negarlo
– Está bien – accedí después de pensarlo un momento – te lo prometo
Él relajó la postura de sus hombros ante mi promesa
– Una cosa más – añadió – descansa
Desvié mi mirada de la suya, apenada, seguro tenía ojeras como de mapache. Esa vez no esperó a que se lo prometiera, se limitó a darse media vuelta y caminar de regreso a su casa.
– Oye – lo llamé antes de que no pudiera escucharme, él no iba a ser el único que reprochara. No se giró por completo, solo volvió el cuello un poco, lo suficiente para alcanzar a verme – mi nombre es Summer, ¿si? No niña
Arqueó sus dos cejas sorprendido y me miró como si fuera la primera vez que me miraba, después soltó una sonrisa pícara.
– Lo se – dijo y continuó por su camino
Cerré la puerta y me recargué en la madera por un par de minutos. Aún no asimilaba por completo todo lo que había pasado en el día. De pronto me di cuenta de lo cansada que me encontraba, mis párpados pesaban de una forma inusual y en ese momento yo solo deseaba estar en mi cama.
«Descansa» ordenó mi mente con voz masculina, su voz.
– Eso haré – hablé conmigo misma
Tardé otro poco en encontrar mi cama debido a lo despistada que estaba, pero en cuanto lo hice me hundí en ella por completo como si no quisiera despertar jamás. El descanso me haría bien, este sería un descanso pacífico, no forzado.
Y esa fue la primera vez que soñé con él.
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