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Capítulo Seis

Pétalos secos.

Gracie Fotsis.

Creí que no podría odiar más esto, pero me equivoqué. ¡Claro que puedo odiarlo aun más!

Siendo la hija de mi padre, un hombre honorable, nunca hubiera tenido que pasar por esta clase de humillaciones. Naturalmente cuando hay sospechas de que una mujer está embarazada, nos regimos por el ciclo de menstruación de cada mujer casada y por el cambio en el pulso. Al pasar ya cinco semanas sin menstruar toda mujer debía someterse a un examen medico, sencillo, pero la mayoría del tiempo nunca se equivocaban con el resultado del mismo.

Pero en este sitio es completamente distinto. ¿Cómo pueden saber después de tres semanas si una mujer está embarazada? Ellos examinan a la mujer internamente y no solo es molesto que alguien extraño se meta en mi privacidad, también es doloroso e incomodo.

Según estos señores y señoras que no tengo idea de quienes son, menos Defne y Zahra. Ezequiel y la señora que está a cargo del harén. El resto son extraños. Bueno todos lo son, solo que unos más que otros.

Hasta ahora he logrado evitar que me examinen, por tres razones:

Una, simplemente como dama que soy, sé que tengo mis derechos y estas personas están faltandome el respeto con sus actos.

Dos, a pesar de que no he menstruado en casi tres semanas, pero aun así me niego a creer que estoy embarazada y que en un futuro tendré un hijo de ese hombre.

Tres, si realmente estoy embarazada eso significa que tendré que casarme con el padre de mi hijo y cuando este nazca seré Sultana.

Cuando eso suceda ya no habrá vuelta atrás. Perteneceré al sultanato de este generación, hasta que muera o hasta que obtenga mi libertad. Tendré que apegarme a las normas, reglas, costumbres y tradiciones de este imperio.

Pero en verdad no quiero apegarme a nada que tenga que ver con el ser más de detestable del mundo. No quiero pertenecerle a él, no quiero ser la madre de su descendencia.

Todos en está habitación me miran con desagrado, porque estoy negándome rotundamente a que me examinen...

-Señorita Gracie, por favor permita que la revisen. Debemos corroborar que este esperando un hijo de nuestro señor el gran Sultán.

-No, esto es demasiado atrevimiento de su parte -intento soltarme del agarre de las ayudantes de la doctora.

-Señorita Gracie, tranquilícese. Si está embarazada le hace mal al bebé -pide Zahra a unos cuantos pasos de mí.

-¡No! No pienso tranquilizarme, no quiero un hijo de ese hombre -antes de poder contenerme -, ¡lo odio! ¡Odio con todo mi ser a ese hombre! -me levantan de manera brusca y me abofetean alrededor de cinco veces. Al abrir los ojos veo a la encargada del harén en frente de mí. Ella era quien me estaba golpeando.

-No vuelvas a expresarte así de nuestro señor -regaña ella. Frunzo el ceño.

-No me interesa quien sea él. Nunca voy a llamarlo mi señor -ella vuelve a levantar su mano, pero entonces...

-¡Su Majestad, el gran Sultán! -cuando los guardias dicen eso, ella se agacha y hace una reverencia. Mientras que yo solo estoy allí parada, con las ropas desarregladas.

-Su Majestad -dice todos -menos yo- al unisono.

-¿Ya tienen los resultados, doctora? -pregunta él, con ninguna expresión en el rostro.

-No hay sido posible realizar los exámenes, mi señor... -dice ella aun mirando hacia el suelo.

-¿Por qué no? -pregunta en dirección a la doctora, pero me mira a mí. Creo que ha las marcas en mis mejillas.

-La señorita Gracie no hay querido cooperar, señor -él frunce el ceño y se acerca a mí. Toma mi rostro entre sus dedos y lo examina con paciencia. Muy diferente a lo que hizo ayer por la noche, me trata con delicadeza.

-¿Qué te sucedió? ¿Quién te golpeo? -trago grueso. No respondo. Entonces ejerce un poco de fuerza alrededor de mi antebrazo -. Gracie, solo responde -señalo a la encargada del harén.

-Su Majestad, yo deje que le explique lo que sucedió... -él se niega.

-No puedo permitir que alguien ofenda a la futura madre de mis hijos -los guardias ingresan -, hagan que le azoten los pies quince veces -los guardias asienten y se llevan a la señora -, Gracie, deja que te revisen.

-No, está es mi privacidad. No quiero -manifiesto, él achina los ojos y luego niega con la cabeza, colocando sus brazos detrás de su espalda.

-Gracie, eres de mi pertenencia, eres parte de mi harén. No puedes tener privacidad -mueve la cabeza en mi dirección -. No puedes impedir que esto pase. Debemos saber si llevas a un descendiente de mi dinastía en tu vientre -niego con la cabeza, mientras él calla.

Y así es como la doctora con ayuda de las jóvenes que la acompañan, me ayudan a sentarme en un sillón cómodo, de color café claro. La doctora se arrodilla en el suelo y abre mis piernas, está vez no me resisto, solo espero que la humillación pase lo más rápido posible.

Reviso tres veces, todas las veces me lavo, me limpio. Me pidió que me lavará, me cambiará y que regresará a mi habitación. Después del baño estoy aquí nuevamente. No puedo descubrir cual es la expresión del rostro de la doctora. Me siento como ella me lo pide...

-¿Y bien? -pregunta Zahra, parece ser la más impaciente por saber si realmente estoy embarazada.

-Doctora, por favor. Digamos si nuestra señorita está esperando un hijo de su Majestad -pide está vez Defne. La doctora se para enfrente de mí. Deja una cinta rojo amarrado a mi muñeca. Ni siquiera hace falta que pregunte porque me ha dado esa cinta.

-¡Felicidades señorita! -mis dos ayudantes saltan de la alegría y ambas me abrazan -, con cuidado, debemos estar muy al pendiente de la salud de la señorita -dice la doctora.

-Claro que sí. Ve a comunicarle a su Majestad la gran noticia -ordena Defne, con una enorme sonrisa en sus labios. Se dirige a la puerta y le pide a Ezequiel que pase.

-¿Qué sucedió? -cuestiona él -, ¿la señorita está embarazada?

-Así es Ezequiel... -contesta Zahra -. Has que las concubinas se preparen, daremos una fiesta está noche, celebraremos la fortuna de nuestro señor y le rendiremos honores a su futuro hijo.

-Bien, bien -Ezequiel se dirige a mi y me levanta -. Preciosa señorita, te deseo mucha felicidad, fuerza, belleza y amor. Serás una hermosa madre y una gran Sultana -expresa -. ¡Larga vida a nuestro Sultán!

-¡Larga vida! -exclaman tanto mis ayudantes como la doctora y las jóvenes que vienen con ella.

-Debemos informar ahora mismo al Sultán y a su señora madre -menciona Ezequiel -, todos en el palacio deben de saber la excelente noticia, señoritas.

-Nos encargaremos de eso. Tú encárgate de decírselo a la encargada del harén y a nuestro señores -dice Defne, pero él no se mueve -, Ezequiel, ahora vamos -él asiente y sale de la habitación.

-¿Señorita Gracie? ¿Está bien? -dice Zahra, parándose en frente de mí.

No puedo más, ahora si me permito llorar. Lloro por todo lo que he perdido, lloro porque está no era la vida que esperaba. Por todo el dolor que he atravesado estando en este palacio. Por lo que ese hombre me ha hecho, por la falta de mi familia. Porque ahora me veo obligada a ser madre y amar a mi hijo sin saber como se supone que debo de hacerlo. Porque no tendré alguien que me enseñé a cuidar de mi hijo. Porque extraño a mi madre y sus consejos. Lloro porque ahora tengo un hijo que yo nunca pedí.

Instintivamente llevo mis manos hacia mi vientre. El cual ni siquiera a comenzado a notarse, pero ahora por más que quiera ocultarlo o negarlo. Todo el mundo siempre me recordará que es cierto, que seré madre dentro de unos meses y que mi hijo llevará la sangre del hombre equivocado. De un hombre al que no amo, de un hombre que aborrezco con el alma, pero que no puedo apartar de mí, por más que quiera.

-¿Señorita? -insiste Zahra. Seco mis lagrimas, la miro y sonrío como puedo.

-Quisiera descansar un poco, por favor. Ha sido un día agotador -todas las mujeres asienten.

-Está bien, estaremos fuera si necesita algo, señorita Gracie -informa Defne. Asiento.

-Señorita Gracie. En la tarde haré que le envien una lista de las cosas que no debería ingerir durante el primer trimestre y durante todo el embarazo -asiento también, no confió en mi voz -, nuevamente muchas felicidades, nos retiramos -una vez esto sola de nuevo, me permito volver a llorar, mientras abrazo una almohada.

Esto me recuerda a cuando me caía en mis clases de danza cuando era pequeña, lloraba, pero en lugar de una almohada, era mi padre a quien abrazaba con todas mis fuerzas. Los extraño mucho a ambos. Espero que me cuiden desde el cielo e impidan más desgracias.

.

.

.

Despierto sintiendo como acarician mis mejillas y mi cabello con suavidad. al abrir los ojos me encuentro con él. Entonces retrocedo...

-Me enteré de la noticia, Gracie -sonríe y mientras su mano desciende por mi cuerpo, hasta terminar sobre mi vientre -, nuestro hijo está en tú vientre, debes cuidarlo mucho. Di algo.

-¿Qué hace aquí? Trataba de descansar -él señala las ventanas.

-Ya dormiste lo suficiente, tanto que se hizo de noche. Gracie -señala -. Arreglate, conocerás a mi madre.

-¿Por qué debo de hacer eso?

-Gracie, estás embarazada no me hagas perder el temperamento -por el bien del bebé que llevo dentro, solo asiento, pero cuando estoy levantándome él me jala hacia su cuerpo abrazandome con fuerza -. Gracias por permitirme ser padre, Gracie. Te lo agradeceré siempre, ¿qué deseas solo pidemelo?

-Deje de golpearme. No solo ahora, todo el tiempo, no me golpee más -una lagrima rueda por mi mejilla derecha en silencio.

-Lo haré, hay muchas formas en las que quiero agradecerte este regalo, Sultana de mi vida...

-¿Por qué me dice así? -pregunto con disgusto, alejándome.

-Cuando nuestro príncipe o princesa nazca, serás Sultana -explica, soltandome.

-¿Entonces seré libre? ¿Podré tomar mis propias decisiones?

-No del todo, aun estarás atada a tus obligaciones como mi esposa y como la primera Sultana de mi dinastía -frunzo el ceño.

-¿Primera? ¿Habrán más? -es extraño que yo este hablando con este monstruo sin resistirme o sin querer huir con urgencia de él.

-Tu serás mi primera esposa, pero habrán otras mujeres que también me den hijos y si me dan un hijo varón tiene derecho al sultanato. Igual que tu. Gracie.

-...

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