Capítulo Quince
Una semilla en medio de una tormenta.
Ares Zidan.
Han pasado casi tres semanas de lo sucedido y aunque me moleste, aunque no me guste, ella sigue sin dar señales y sin despertar, el embarazo sigue su ritmo normal, como si nunca hubiese sucedido nada, como si Gracie solo estuviese tomando una muy, muy larga siesta.
La doctora viene todos los días a revisarla por las noches y yo me quedo la mayoría de las noches con ella, excepto las que se me vuelven imposibles debido a mis responsabilidades.
Por otro lado, no muy distinto, mi madre continua insistiendo con que contraiga nupcias con aquella princesa danesa, pero no hay la necesidad de unir nuestras tierras, y si fuese eso lo que su rey espera, en todo casa ofrecería a la mayor de sus propias hijas en matrimonio para que nada de este supuesto acuerdo, fuese sospechoso.
—Sultán, mi señor. —frunzo el ceño al ver a una de las criadas de Gracie pasar por la puerta de mi despacho. Al quedar frente a mí, hace una reverencia.
—¿Qué es lo que deseas? —pregunto, regresando la mirada a los documentos encima de mi escritorio.
—La señorita Gracie... —levanto la mirada apenas escucho su nombre.
—¿Qué sucede con Gracie? —pregunto, mirándola fijamente.
—La señorita, despertó. —me levanto inmediatamente y corro los más rápido posible a los aposentos de mi Gracie, dentro del harem, ni siquiera le permito a Ezequiel que anuncie mi llegada al harem, lo único importante para mí ahora es ella.
Ingreso a la habitación y la veo, sentada en su cama, con mucha, mucha comida alrededor de ella, y con la frente sudada, con la otra de sus criadas al lado, cuidandola. Ella me mira por un breve segundo y pero sigue con comiendo como si yo ni siquiera existiera en esa habitación.
—¿Hace cuánto que despertó? —cuestiono a la doctora quien esta a un lado de su cama.
—Hace un poco más de media hora, señor. —frunzo el ceño.
—¿Ella se encuentra bien? ¿La salud de la criatura? ¿Por qué diablos nadie me avisó que mi mujer había despertado hasta ahora? —levanto un poco el tono de mi voz.
—Yo se los pedí, quería poder comer con tranquilidad aunque sea un rato antes de que usted o su madre aparecieran haciendo este tipo de preguntas exactamente. —su mirada es desafiante, pero también veo cansancio en ella.
—No puedes tomar decisiones, sin mi autorización...
—Ya lo hice, y realmente me alegra haber tenido un poco de tiempo de paz antes de que usted llegara. Gracias Defne. —menciona ella con ironía.
—Respodiendo a su pregunta, majestad. La señorita esta un poco baja de peso, pero se debe al tiempo que pasó inconsciente, así que el aumento en el apetito es más que normal, luego de que ella se sienta más comoda realizaremos otro examen para poder saber con más exactitud como se encuentra el bebé. —asiento.
—Bien, que sea así. A partir de ahora deberán encargarse con mayor precaución de la seguridad, de la comida y todas las atenciones que Gracie necesite. Pero por ahora, déjenme solo con ella. —Gracie intenta refutar pero antes de que logre siquiera abrir la boca ya estamos solo en la habitación. Doy un paso hacia su cama.
—No, no se acerque. No lo quiero cerca de mí. —sonrío ante la imagen que me da, ella con el cabello un poco desarreglado, sudada, con su vientre muy abultado, y su frente fruncida—. ¿Esta burlándose de lo que le digo?
—Por supuesto que no, pero sabes que tu no puedes darme ordenes a mí.
—En un futuro, cuando mi hijo este grande, él me defenderá y dará las ordenes que usted piensa que yo no puedo dar. Soy y seré tanta autoridad en este maldito palacio como usted. Si es lo que quería, felicidades porque acaba de obtenerlo. —sigue comiendo.
—Casi causas la muerte de nuestro hijo. ¿Sabes que hay muchas personas que me han recomendado expulsarte del palacio apenas nazca nuestro hijo? —ella comienza a respirar profundo.
—Cuando dice muchas personas se refiere a su madre. ¿Cierto? —sonrío, no es estúpida.
—Fue una de ellas. Pero en verdad, tu comportamiento fue todo menos el adecuado. No puedes perder la cordura por cosas así. Aún ni siquiera sabemos si nuestro hijo será niño o una niña. —ella niega con la cabeza.
—No sé usted, pero yo no le veo el problema su ustedes tuvieran costumbres normales. Si usted me tuviera solo a mi, la madre de su hijo como esposa, no sucedería nada, porque solo mis hijos tendrían derecho a ser sus herederos. Y no importaría en que orden nacieran, seguirían siendo nuestros hijos, y el mayor de los varones serían sin problema alguno su heredero, y el próximo Sultán. —sonríe mientras acaricia su vientre. Vuelvo a dar unos pasos—, ¿Por qué sigue moviéndose? ¡Le dije que se quedara ahí! ¡Oiga! —la ignora, y me meto en la cama, detrás de ella, para poder abrazarla, ella solo suspira, rindiéndose.
—Mi Gracie, soy sincero al decir, que me gustaría que las cosas fueran tan sencillas como lo que dices tu. Que nuestros hijos, tu y yo fuéramos una familia. Contigo como mi única Sultana y esposa, mi heredero, nuestros príncipes y nuestras pequeñas sultanas. Pero lamentablemente las cosas no son así, sigo intentando convencer a mi madre de evitar el tratado con Dinamarca, para no tener la obligación de volver a esa mujer mi esposa. Y para que ni tu, ni nuestro hijo corran riesgo. —ella reposa su cabeza en mi pecho.
—¿Sigue intentado? ¿No estaba de acuerdo? —cuestiona confundida.
—Gracie...
—Mire, si va a tratarme así, diciéndome solo partes de la verdad y no las cosas enteras y como son, entonces seguiremos teniendo problemas. Y ni hablamos mejor de como es que llegue aquí y las circunstancias en las que quedé en cinta.
—Gracie, por favor, no quiero que... —me interrumpe nuevamente.
—Podrá decirme que deje el tema, pero nunca piensa ponerse en mi lugar, ni como mujer humillada e irrespetada, ni como la madre preocupada que soy. Sé que es importante las alianzas y esas cosas, créame, casi me caso por una, pero también se me enseñó que la familia y aquellos a quienes dices estimar son importantes, así que debe de elegir que es lo que realmente quiere y desea obtener, porque sabe, no se puede tener todo lo que queremos en esta vida, mi señor.
—...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro