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Capítulo Doce

Rosa Floribunda.

Gracie Fotsis.

Antes dejarme ingresar a los aposentos, Erika me mira evaluandome de arriba para abajo a pesar de que había dicho que mi apariencia no importa ahora mismo. A pesar de llevar uno de los vestidos que más me gustan de los que me dieron, a algunos de ellos no les agrada porque no se parece mucho a la vestimenta que normalmente usan las mujeres del harén. Todos mi atuendos suelen llevar algo que me recuerde quien soy y de dónde vengo, cosa que no les gusta a las personas que supervisan el harén.

Sin embargo, su majestad, el Sultán, él no dice nada, él no se queja, él no le ve nada de malo a mis acciones, él no cree que este mal querer conservar algo de mis orígenes. A él solo le interesa que mi integridad y la de su hijo este bien, solo te interesa cuidarnos, incluso podría decir que le gusta el hecho de que sea diferente, aunque esa diferencia sea realmente mínima. Pero como digo a nadie más le gusta, ni siquiera a Defne y Zahra. Aunque ellas dos respetan lo que a mi me gusta y todo lo que deseo vestir, sé que les gustaría que siguiera las reglas y normas que hay en el harén.

Volteo hacia mis dos damas de compañía, que es como debería de llamarlas...

—¿Están seguras que puedo presentarme así frente a ella? —pregunto. Ni siquiera sé porque me preocupa verme bien y sé que a ellas también les confunde. Ni siquiera me molesto tanto con el Sultán pero ahora sí.

—Esta bien, señorita Gracie, no se preocupe al Sultán nunca le ha molestado que se vista así, solo entre. —dice Defne, dándome ánimos. Resignada, asiento.

—Entre. —dice Erika de forma severa. Muevo la cabeza.

Entonces camino por el pequeño pasillo, los guardias abren las puertas e inmediatamente frente a mí puedo ver a una mujer de más de treinta y cinco años, con un porte imponente y elegante a la vez. Sé que no debería mirarla directamente a los ojos, pero es imposible agachar la cabeza. Camino lento, lo más lento que puedo hasta que inevitablemente llegó hasta frente a ella, mi vista se mueve hacia su lado izquierdo donde en una pequeña especie de trono esta sentado el Sultán, quien intercala su mirada entre mi rostro y mi vientre. Ni siquiera me tomo la molestia de hacer una reverencia hacia él, no lo merece.

¿Por qué? Porque hace casi dos semanas que no se digna en molestar siquiera para ir a verme y no es que me importe su presencia, pero tendré un hijo suyo y como su padre debería de estar pendiente.

—Sultana. —bajo un poco la cabeza.

—¿Cuál es tú nombre, señorita? —pregunta ella. ¿En serio no sabe mi nombre?

—Gracie, Sultana, ese es mi nombre. —mis manos descansan sobre mi vientre y aunque sé que no le haría daño a su primer nieto, aun así cubro mi vientre protectoramente.

—Gracie, ¿Cómo te has sentido? —está pregunta la hace el Sultán, lo miro mínimamente y solo respondo su pregunta.

—Me he sentido bien, su majestad. —veo como la Sultana asiente.

—Pidamosle a Dios para que sea una niña sana, fuerte y tan hermosa como su madre. —su comentario me parece muy fuera de lugar.
No me importa para nada el genero de mi bebé, pero creí que ellos querían un príncipe. El Sultán se levanta de su asiento confundido.

—¿Qué dice, madre? —ella suspira y lo mira con firmeza.

—Espero que tengas una hija preciosa, hijo mío... —pestañeo y en serio no comprendo nada.

—¿Porqué tendría que desear que mi primer hijo sea una niña? —cuestiona en tono indignado.

—Ares, como ha sucedido en todas las dinastías de nuestra familia, el príncipe heredero debe nacer de tu esposa legitima, no de una concubina. Si deseas convertirla en Sultana no me opondré, siempre y cuando ya hayas contraído matrimonio con una joven respetable que convierta en la próxima madre de nuestro reino. Tal y como sucedió con tu padre y conmigo. —en este momento siento como mis manos tiemblan.

—Madre, eso es imposible. Si Gracie me da un hijo varón ella tiene... —ella interrumpe a su hijo.

—Ella no puede convertirse en la madre de tu príncipe heredero. Ya he escogido a una jovencita de buena familia y con buena imagen para que se convierta en tu esposa y tu Sultana. —me mira—. Ella puede darte una hija ahora y luego de los príncipes que deseen, pero tenemos tradiciones y deben de ser seguidas.

—Sultana, ¿Qué pasará si doy a luz un príncipe? —pregunto y ahora siento con más intensidad los temblores en mi cuerpo.

—Me temo que tendremos que hacer lo que siempre hacemos en esos casos. —no era la respuesta que espera.

—¿Qué le harán a mi hijo? —mi voz ha comenzado a temblar. Me prometí a mi misma que no dejaría que me vean así de nuevo, pero no lo puedo evitar. Se trata de mi bebé.

—Calma señorita Gracie, con la bendición de Dios tendrán muchos más hijos. —me sonríe.

—¿Su majestad? —él me mira por unos cortos segundos y luego mira a su madre, su ceño se frunce muy notoriamente enfadado.

—Madre, es la persona a la que más respeto en todo el reino y le debo mi Sultanato a usted, pero no puedo permitirle que tome decisiones sobre mi mujer y mi próximo hijo. —ella lo escucha atentamente.

—Ares no creo que vayas a ponerte en mi contra y a desafiar por primera vez una orden mía por una mujer como ella. —me señala. Ya estoy enojada esto solo lo empeoró.

—Sultana, ahora su estatus es mayor al mío, pero no pienso quedarme de brazos cruzados ante lo que esta haciendo. ¿Es capaz de hacerle daño a su primer nieto solo porque no soy lo suficiente digna del Sultanato? —cuestiono, ella me mira y sé que en el fondo desea que me evapore en el aire. Porque estoy siendo la "culpable" de su discusión con el Sultán.

—Seguiremos lo que nuestras normas y reglas del harén dictan y han dictado siempre. Si Gracie me da un hijo, será mi Sultana y como la primera también casaré con ella, puedo casarme lo que joven que has escogido después. —me mira tratando de calmarme—. Si Gracie me da un hija, la niña tendrá derecho a pertenecer al Sultanato al que también pertenecerán el resto de mis hijos y lo o la querrás como al resto, ninguno debe ser tratado como alguien inferior, ¿De acuerdo? —el resto de la Sultana, expresa ira pura. La cual para ella tiene una sola responsable. Esa responsable soy yo.

—¿Me desobedecerás solo por esta señorita? —indaga enojada. Se dirige a su hijo y acaricia su rostro—, Ares, piensa bien cariño. Eres un rey, no puedes perder el tiempo con sentimentalismos. Si la señorita da a luz un hijo, el niño será enviado fuera del país, ella puede quedarse, pero el niño tiene que irse. —niego con la cabeza.

—No, no puedo permitirle que separen a mi hijo de mi lado. —su ceño se frunce. Porque sí, le he levantado la voz. Según las normas del harén hacer eso frente a alguien de la dinastía está prohibido.

—Señorita Gracie, ¿Tienes idea de quién soy yo? —solo la miro, mientras ella se acerca a mí—. Me ves aquí pero para lograr que mi hijo fuera el único heredero al trono hice demasiadas cosas. A travesé el mismísimo infierno por mis hijos, ¿Quién eres tú para levantarme la voz, a mí, una Sultana? Soy una Sultana, una madre, una hija, la única esposa legitima del difunto Sultán. Dime, ¿Tú quién eres delante de mí? —cuestiona de manera déspota.

—Sultana... —ella me interrumpe.

—Responderé por ti, querida señorita. Tú, tú eres una simple y sencilla joven, eres una amante sin título, serás madre sin esposo. No eres nadie frente a mí. ¿¡Te atreves a levantarme la voz otra vez!? —su mano se levanta, entonces doy pasos hacia atrás. Y cuando estoy segura que debió haber llegado el impacto del golpe, abro mis ojos con miedo y me veo en el suelo, y al Sultán frente a mí, tomando con fuerza el brazo de su propia madre.

—¡Ares! ¡Ares, suéltame! Eres un Sultán, un rey como ningún otro. ¿Cómo puedes ponerte en mi contra? Yo te ayude a ascender al trono, no fue ella. —me señala—. Apenas la conoces, ¿Porqué la defiendes tanto?

—Porque quieras o no. Ella, Gracie será mi Sultana. Ya lo he decidido, desde antes de que escogieras a alguien, yo ya había dado la orden de que la haría mi Sultana y mi esposa. No es algo en lo que puedas opinar madre. Ya tome esa decisión yo solo.

—¡Fuera! ¡Fuera de mis aposentos! —grita ella y comienza caminar en círculos, me levanto del suelo como puedo. La cadera me duele demasiados. Con la bendición de Dios el golpe que recibí no será muy significativo.

—Vamonos, Gracie. —él me toma del brazo y me ayuda a terminar de levantarme y aunque no quiero irme con él, eso a él le importa.

—...

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