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Capítulo Cinco

Marchita por dentro

Gracie Fotsis.

Él no solo me violó, también me golpeo. Lo hizo porque no dejaba de llorar, pero quien no lo haría, si un hombre prácticamente está destrozandote por dentro, arrancando cada parte de mí interior. Las sabanas de su cama aun tienen una mezcla de sudor, lagrimas y de sangre, mí sangre. A pesar de que se me educó para no mostrarme débil ante el enemigo, no fue posible para mi no hacerlo, no cuando él fue demasiado brusco, no cuando me golpeo. Tampoco pude defenderme cuando quede inconsciente producto de sus golpes. Es un monstruo total.

No comprendo como las mujeres pueden hablar maravillas de este hombre, como pueden siquiera mirarlo, si cuando yo lo hago solo me producen repulsión. Quizás soy la única que piensa así, porque este no es mí hogar, no conozco sus normas, ni sus costumbres, mucho menos sus tradiciones.

En mi hogar si un hombre desea tomar a una mujer como suya, debe hacerlo bajo el consentimiento de la mujer y el de sus padres. Obviamente antes de cualquier contacto entre ellos deben haberse casado y jurado lealtad. Luego de eso, ellos son libres de cumplir cada uno de sus deseos. Antes deben completar cada una de las pruebas de los padres de la joven, para saber que el caballero será acto para tener a su hija, cuidarla y no lastimarla.

Sin embargo, lo que hizo este "Sultán" no nada parecido a eso, él solo tomo lo que quería, como a él le dio la gana. En mi país tenía al menos el reconocimiento del título de mi padre, el cual asumió al casarse con mi madre, pero aquí, en este reino, no soy más que una esclava. Esclava del hombre al que más puedo odiar, al que me lo arrebato todo, en menos de un día, se ha convertido al único y primer ser que deseo poder asesinar con mis propias manos.

El sultanato de un reino no debería estar en las manos de alguien tan desquiciado como él. No debería estar a cargo de un asesino...

las lagrimas inundan mis ojos, me siento en la cama tapándome con las sabanas, aunque él ya haya visto y tocado lo que no debía. Alzo la vista encontrándome con él vistiéndose.
Entonces las lagrimas ruedan libres por mis mejillas.

-¿No esperarás que me disculpe, cierto? -pregunta con una estúpida sonrisa.

-Me... -no termino de hablar, porque él ahora esta demasiado cerca, tanto que mi cuerpo tiembla al sentirse expuesto.

-Mírame, cuando te hable -ordena, pero no hago caso-. ¡Te he dicho que me mires Gracie! -exclama sobresaltándome y obligándome a mirarlo.

-Me... violaste -susurro por lo bajo-. Quiero... Quiero irme -trato de salir de ahí, pero al levantarme algo rueda por el interior de mis muslos. Sangre-, ¡Oh por Dios! -caigo al suelo de la impresión

-Un medico te revisará -indica queriendo ayudarme a levantar pero aparto su mano de mi brazo.

-No me toques -con la poca dignidad que me queda me levanto apoyándome en la cama, sin embargo vuelvo a caer en frente de él-. Diablos -susurro con lastima de mi misma, al sentir sus brazos alrededor de mi cintura me remuevo incomoda.

-Tienes que dejar que te ayude -demanda dejándome en la cama-. Me voy - informa, no le tomo importancia-. Vendré en la noche, te alistarán saldremos -explica, pero es más una orden.

-No -respondo sin más.

-¿Qué dijiste? - su rostro ahora mismo se a transformado al mismo de hace unos minutos-. Contesta Gracie -no lo hago entonces me toma con fuerza del brazo, seguramente dejará marcas-. Irás a donde yo diga, tu opinión no vale nada. Debes obedecerme o tendrá sus consecuencias.

-¿Me golpearás cómo lo hiciste antes? -pregunto sarcasmo.

-No tientes tu suerte, puedo hacer mucho más que eso -dice con una sonrisa macabra-, recuerda quien es tú superior aquí. Eres mi favorita, pero eso no quita el hecho de que seas una esclava -escupe con rabia en sus palabras.

-Yo no pedí esto. Tus hombres acabaron con todo lo que amé, mataron todo lo que más aprecié -lo señalo-. Y tú, tú me mataste por dentro, me cortaste de raíz.

-Ellos hicieron lo que debían -responde de manera hostil-. Tomaron todo lo que les ordene...

-Por eso es que no tienes una Sultana aun... -susurro, pero él me escucha, se acerca a mí y en menos de lo que creo su mano impacta contra mi mejilla derecha, haciendo que mi rostro se gire hacia la izquierda.

-¡No permitiré insolencias de tú parte! ¡Eres una estúpida esclava! ¡Solo una extrajera, que debe servirme! -exclama, totalmente enojado o lo que le sigue a eso.

-Entonces cometió un grave error al traer aquí. Yo seré su peor pesadilla sultán -me burlo. Sí, aun contengo las ganas de desafiarlo, porque sigo deseando vivir y vengarme. Me levanto de la cama y con dificultad me coloco la bata blanca que llevaba puesta bajo en vestido y me coloco mis zapatos-, con su permiso, su Majestad...

-¡Gracie! -grita mi nombre, pero ya estoy fuera de su aposentos. Eso significa que estoy minimamente segura, que estoy minimamente lejos de él.

Camino entre los pasillos del palacio, pero siento que estoy dando vueltas alrededor de este palacio. Es demasiado grande, cualquiera que no lo conoce se pierde. Sigo un pasillo, el cual tiene una alfombra color morada, la sigo. Pero llego a un lugar de los grandes puertas. Las tocó y después de tres minutos aproximadamente estás se abren, dejándome ver a algunas de las mujeres que vi ayer por la noche. La mayoría me observan como si me tratará de un bicho, sucio y asqueroso. Pero después de un tiempo abren los ojos de par en par y se arrodillan en el suelo. Solo tres mujeres y un hombre se quedan de pie...

Me volteo y detrás de mí, está él. El gran sultán Ares Zidan o más conocido por mí, como el cobarde con poder. Me hago a un lado, ante su intensa mirada sobre mí.

-Señora encargada del harén -dice él, la misma mujer que nos dejo a cargo de Karla, da un paso adelante de los demás-, ella es mi concubina favorita por el momento -me señala-. Así que espero que sus aposentos sean cómodos, también quiero que vigilen su alimentación y aseo.

-Sultán, ya nos encargamos de eso. Ella tiene aposentos dignos de una favorita. Creo que la muchacha está extraviada -responde, mirando con confusión-, pero tengo entendido, que deberían ambos estar en sus aposentos, mi señor.

-Le permití que regresará a sus aposentos. Tendremos el eventos de primavera en dos noches y deseo que se vea preciosa -muerdo mi mejilla internamente-. Que sus damas se encarguen de eso -demanda con firmeza.

-Así será mi señor... -me mira y sonríe, aunque si sonrisa me parece muy mal fingida.

-Necesito que habla con mi madre y que juntas escojan los más bellos adornos para el harén. Quiero que todas mi concubinas luzcan hermosas -dice él, ruedo los ojos-, guíen a Gracie a sus aposentos. Quiero que este lista hoy mismo antes de que caiga el sol. Dentro del tesoro del harén encontrarán joyas, vestidos, adornos y zapatos para ella. Todo ha sido seleccionado ya.

-Cómo desee, mi señor -asegura ella, inclinándose levemente.

-Bien, hablaré del resto de mis ordenes con usted luego de desayunar -él sale del harén y todas las mujeres vuelven a sus actividades, camino hasta la señora y hago una sutil reverencia.

-¿Señora...? -pregunto, ella niega con la cabeza.

-Ezequiel, ayudala a regresar a sus aposentos -el hombre nombrado asiente, me pide que continué y se coloca a mi lado. Ahora todo hombre me genera una profunda desconfianza.

-¿Es nueva aquí? -asiento, él sonríe y vuelve a preguntar-, ¿su familia...?

-Todos están muertos, fueron asesinados por los hombres del Sultán -contesto, tragándome las enormes ganas que tengo de llorar. Pero no tengo tiempo para llorar la perdida de mis seres queridos, ni de lamentarme más por lo que pasó, debo mentalizar que está será mi rutina hasta que él me permita ser libre, otra vez.

-¿Cuándo llegó? -cuestiona.

-Ayer... -sus ojos se abren de manera exagerada.

-¿Y fue llevada los aposentos del señor ayer mismo? -asiento, sin entender a que se puede referir-, ¡oh por Dios! -expresa-. Rápido por favor...

-¿Qué sucede? -esta vez pregunto yo. Asustada.

-Ayer era noche divina -informa-. Ninguna concubina es llevada directamente a los aposentos del Sultán mucho menos si es noche divina. Pero hubo una excepción con usted -sacudo la cabeza, aun más confundida.

-¿Qué tiene eso que ver con...? -él me interrumpe.

-Toda mujer que este con el Sultán en noche divina siempre es bendecida con un príncipe o princesa con derecho al trono.

-Pero, yo solo soy una concubina...

-¡No! Usted podría convertirse en la próxima Sultana -corrige con felicidad en su voz-, ¿será posible? Por fin nuestra Sultana ha llegado al palacio.

Comienzo a caminar más lento, es imposible, ¡debe ser imposible! No con él, no con el hombre que me violó. No deseo ser su esposa, ni su Sultana, ni la madre sus hijos. Simplemente no quiero. Está no era la vida que yo quería. Yo debía casarme con el hombre al que amaba, no con alguien a quien odio profundamente...

-¿Señorita Gracie...? -pregunta el hombre que me acompaña-, ¿se encuentra bien?

-Sí, solo necesito descansar... -respondo, tocándome la cabeza-. Estoy agotada -escuchó risas me volteo y veo a Defne y Zahra, riendo. Al ver se apresuran a donde estoy.

-¡Señorita Gracie! -exclama Zahra.

-¿Está bien? Se ve pálida -dice Defne-. Será mejor llevarla a sus aposentos -asiento.

-¿Ustedes dos sabían que ella estuvo ayer con el Sultán? -pregunto Ezequiel.

-Así es, lo sabíamos -responde Defne-, no sabíamos era que terminaría así -se defiende.

-Eso es lo lógico ya que era noche divina. La pobre gasto más de sus fuerzas... -regaña él.

-Disculpe Ezequiel, pero podría llamar a la doctora -pide Zahra.

-...

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