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4. Pero no deja de doler

Christopher pasó saliva con pesadez tras presentarse, el chico frente a él permanecía con una sonrisa antes de salir nuevamente del agua, acercándose a la bolsa que el castaño había soltado para poder tomarla y revisar su interior. El ruido que provocaba el plástico era lo único que podía escuchar acompañado del sonido del agua, incluso lo escuchaba tan fuerte que pensó en cualquier momento alguien se acercaría a ellos.

— Odio estas cosas —habló, palpando el plástico—. Se pegan a las aletas.

— ¿La-las bolsas?  —tartamudeó el chico, aún atónito ante la cercanía de aquel ser que asintió—. ¿Puedes entenderme?

— Sí, aunque no te escuchas como toda la gente que he escuchado aquí desde hace unos años —sacó uno de los llaveros antes de dejar la bolsa nuevamente en el piso, ahora sosteniendo aquel pequeño lobo de peluche entre sus manos—. No eres de aquí, ¿Cierto?

Chris negó.

— Eso pensé —habló Minho—, hace mucho tiempo que no debía dar un beso para aprender el idioma.

Entonces el castaño pareció entender y no dudó en expresar sorpresa en su rostro antes de preguntar.— ¿Puedes entenderme por un beso?

— Aprendemos el idioma así, pero según recuerdo ustedes no, ¿Cierto?

Chris negó mientras Minho retrocedía hasta poder sentarse en el muelle, manteniendo parte de su aleta dentro del agua para poder permanecer otro rato fuera del agua. Sostuvo al peluche entre su palma izquierda mientras con su índice derecho delineaba la silueta del mismo. Entonces el castaño pudo notar pocas escamas en sus antebrazos hasta perderse poco a poco en sus índices, sus uñas no eran muy largas pero terminaban en puntas. Resopló con resignación mientras se acercaba otro poco hasta sentarse junto a Minho, pero manteniendo sus rodillas flexionadas para no tener que meter sus pies al agua.

— ¿Te gusta? —preguntó el castaño—. Llevas un rato acariciando ese peluche.

— La textura —respondió Minho—. No hay muchas así en el agua. Todo es muy suave o muy áspero, pero esto es un poco de ambos.

Chris frunció un poco sus labios en una mueca de incomodidad mientras llevaba su diestra hacia su nuca para poder acariciar sus propios cabellos, no estaba entendiendo mucho, parecía que su mente seguía en una especie de shock que evitaba comprendiera algo tan simple como una conversación pero de igual forma, intentó sacar adelante la charla en espera de que todo eso se sintiera menos abrumador.

— Puedes conservarlo si quieres.

Miró por unos segundos la madera húmeda del muelle antes de observar de reojo a Minho, sintiendo su estómago contraerse y la sangre irse hacia sus pies cuando pudo ver la mirada atenta del chico hacia él, sentía que se desmayaría en cualquier momento aunque intentaba aparentar valentía.

— ¿No cambiará si intento meterlo al agua?

— ¿Cambiar?

— Hay cosas que se sienten diferentes estando secas —dijo, llevando nuevamente su mirada al peluche—. Una vez vi un aviso de una fiesta, creo que la publicidad voló hasta la orilla del mar, donde solo hay pequeñas piedras en la tierra. Quise llevármela de recuerdo pero para cuando llegué al fondo me di cuenta que solo tenía un pedazo de papel húmedo entre mi índice y pulgar.

El castaño no pudo evitar reír un poco ante lo adorable que le pareció la historia y el pequeño mohín que hizo con sus labios, pero cuando el chico cambió su expresión a una de enfado mientras lo miraba se disculpó por reírse antes de palmear un poco la madera a sus costados.

— Hay cosas que no pueden entrar al agua porque no están diseñadas para eso, pero ese pequeño lobo puede aguantar.

— ¿Estás seguro?

— Doy mi palabra de que llegará intacto al fondo del agua.

Murmuró, mirando con atención la luna que parecía esconderse entre las montañas lejanas, como si estuviera dándoles un momento de privacidad o como si también tuviera miedo de la situación, Christopher sonrió para él mismo por ese pensamiento hasta que sintió nuevamente la fría mano del chico sobre su mejilla. Se quedó quieto, su cuerpo se tensó en su lugar pero poco a poco se empezó a relajar cuando la sensación helada y húmeda fue reemplazada por un poco más de calidez que provocaba el calor corporal del rubio.

— Eres tibio —dijo Minho con aparente fascinación—. Me gusta la sensación.

— Tú eres muy frío, pensé que no encontraría nada más helado que Cabo Norte.

Minho soltó una suave risa por ello antes de retirar su mano, no quería incomodar a su compañero.

— Si no eres de aquí, ¿Qué haces en Nordkapp?

— Te contaré si prometes no llamarme tonto.

Habló el rubio con resignación, prosiguiendo cuando vio al chico asentir y finalmente, contó cómo había terminado en ese lugar. Esperaba una risa estruendosa como todas las reacciones que había sobre la humillación que había recibido, sin embargo, Minho permaneció con una sonrisa como si estuviera esperando que continuara hablando.

— Eso es todo.

— ¿Entonces cambiaste de viaje? Que agradable, no muchos tienen la opción de visitar un sitio u otro.

Chris se sorprendió con su respuesta, Minho regresó su atención al peluche mientras el rubio solo podía pensar en que, pese al engaño, había sido justo su elección. Después de quejarse tanto respecto a no ganar viajes, él eligió entre Miami o Nordkapp, sí, no fue el lugar que esperaba, pero seguía siendo una opción cuando antes no habría podido ni salir a un parque acuático cercano a su casa. Sonrió con más calidez sin dejar de mirar al chico, ¿Cómo alguien que vivía en el agua podía haberle hecho sentir mejor con su decisión?

— ¿Tú llevas mucho tiempo aquí?

— Sí, el mar es enorme, pero hay muchas cosas peligrosas así que evito las aventuras.

— Uhm, ¿Hay más..?

— ¿Seres como yo? —agregó Minho cuando Chris se quedó en silencio unos segundos sin saber cómo llamarlo—. Somos pocos, pero no todos se acercan tanto como lo estoy haciendo ahora. La gente no suele ser amable.

— Imagino.

— Tu especie cree cosas muy locas, hace unos años escuché a un hombre decir que nosotros cantamos para seducirlos y después devorarlos, ¿Por qué me comería a un humano? —el chico hizo una mueca de horror tan solo de pensarlo mientras el rubio reía intentando disimular que era algo que también solía creer—. O peor aún, hace bastante tiempo creían que si comían nuestra cola serían inmortales. ¿Por qué son tan extraños? ¿Hay algo en el aire que los vuelve locos?

— Hay gente más rara que otra.

Chris elevó sus hombros despreocupado antes de estremecerse de frío, la noche empezaba a pasar factura pero no quería alejarse aún, sentía que podría ser la primera y última vez que hablarían, aunque ahora ya no tenía nada qué decir. ¿Qué se supone qué podría preguntar? Claramente no tenía una película favorita o un platillo de su agrado.

Miró de reojo a Minho, notando que el chico ahora solo miraba con atención las estrellas y la aurora boreal que empezaba a formarse, haciendo que Christopher soltara un suspiro de sorpresa mientras terminaba embelesado con el paisaje, no se había dado cuenta del momento en que las luces se adueñaron del cielo y poder ser testigo de aquel fenómeno estaba causando que sintiera tantas cosquillas en el estómago.

— Si mañana traes algo dulce de comer podría cantarte un poco, tal vez descubras si comemos gente o no.

Escuchó de pronto a Minho, volteó a verlo con horror pero al notar la sonrisa burlona del chico terminó por mostrar falsa molestia mientras le mostraba su lengua apenas sacando la punta. El chico sonrió antes de dejar la bolsa más apartada de la orilla del muelle y tras aferrarse al muñeco con su mano izquierda, dió un salto para adentrarse de nuevo al agua, consiguiendo salpicar un poco a Chris cuando la aleta entró por completo y que éste temblara un poco por lo fría que estaba.

Esa noche no pudo dormir bien por lo abrumado que se sentía aún, solo llegó a acostarse aún con la chamarra puesta y a mirar el techo en espera de sentirse agotado, pero el momento nunca llegó, así que cuando vio como la luz empezaba a reflejarse de nuevo en su ventana supuso que sería mejor si se levantaba ya. Con toda la fuerza de voluntad que había necesitado en su vida tuvo que tomar una ducha, porque un día podría pasarlo por completo, pero dos era mucho incluso para él. Fue rápido y había metido su ropa al baño para no tener que salir y morir de hipotermia, aunque tal vez era lo único que faltaba para cerrar con broche de oro aquel viaje. Se colocó nuevamente la chamarra y tras tomar sus cosas, bajó hasta la recepción, saludando esta vez más amigable a Enok.

God morgen!

Dijo Chris en un tono amigable, repitiendo lo que escuchaba a las personas decir en las mañanas aunque sin detenerse a entablar una conversación. Enok asintió a modo de respuesta esbozando una pequeña y casi desapercibida sonrisa, aunque al mismo tiempo sorprendido del cambio de actitud del chico.

Chris se dirigió hacia una de las tiendas de conveniencia cercanas al hotel, Felix le había cambiado unos pocos billetes para comprar cosas que llegase a querer, ya que el trabajo solo solventaba estadía, viaje, actividades recreativas y la alimentación que se consumiera en determinados lugares. Pero no las tiendas de recuerdos o pequeños locales de la gente.

Compró pocas cosas y pagó, pidiendo también una bolsa de manta en vez de una de plástico. Finalmente, salió hacia el muelle, donde tomó asiento evitando de nuevo meter sus pies al agua al flexionar sus rodillas, respiró llenándose del aire fresco del lugar. A varios metros, a otro lado del lago, unos hombres partían para adentrarse a pescar, se alejaban cada vez más pues hace tiempo que dejó de haber peces tan cerca del muelle. Por primera vez en su estadía sintió incluso alegría al ver a esos hombres tan determinados saliendo hacia su trabajo, pensó que debía ser agotador levantarse temprano en medio del frío para salir hacia el mar.

— Llegaste temprano.

Chris bajó su mirada hacia el agua, donde la cabeza de Minho sobresalía con una sonrisa en labios.

— No hay mucho qué hacer donde me estoy quedando. Además, para ellos no debe ser tan temprano.

Respondió mirando a los hombres cada vez más lejos, siendo ahora un punto casi a desaparecer entre la inmensidad del mar, Chris nunca se imaginó salir de su realidad de edificios y una oficina con solo una planta artificial para intentar dar vida al lugar, pero ahora sentía envidia de esos hombres que cada mañana iban hacia nuevas aventuras. Su estómago se revolvía con imaginar adentrarse al océano, Minho tenía razón, era tan grande que ni siquiera un ser acuático como él atrevía a alegarse de su hogar, pero se sentía al mismo tiempo fascinado de lo que pudiese esconderse ahí.

— ¿Qué traes? —preguntó Minho, saliendo para sentarse junto al castaño y manteniendo parte de su cola dentro del agua—. ¡Esto es chocolate!

— ¿Te gusta?

Christopher no obtuvo respuesta, el chico rápidamente abrió la envoltura para meter parte de la barra a su boca y darle una mordida para posteriormente, disfrutar al deshacerlo en su boca. Sonrió, Minho se veía tan feliz moviendo su boca llena y las aletas de sus orejas de adelante hacia atrás, como un gato. Entonces se atrevió a acercar su mano hacia el brazo impropio, Minho no se quejó, siguió disfrutando del dulce. El chico sintió la textura fría, húmeda y escamosa de sus brazos, era tan suave cuando descendía pero áspero cuando las puntas de sus dedos regresaban de la muñeca al codo.

— Hace mucho que no comía chocolate. Es difícil que alguien tire una barra cerca del agua.

— ¿Recuerdas la última vez qué lo comiste? —preguntó Bang, tomando una barra para él mismo.

Se dispuso a abrirla hasta ver el semblante de tristeza en la cara de Minho, se asustó, ¿Le estaba pasando algo? ¿Necesitaba regresar al agua? No sabía exactamente qué preguntar hasta que Minho sonrió con nostalgia.

— Hace mucho tiempo pude conocer más de un hombre. El primer hombre al que me acerqué tanto cuando el tiempo de cazar sirenas disminuyó.

— ¿Puedo preguntar qué pasó? Espera, ¿Es por eso qué dijiste que hace mucho no tenías qué dar un beso?

Minho asintió, mostrándose feliz, los recuerdos le hacían sentir más animado y al mismo tiempo, abatido.

— Él era de Nordkapp, nació en otro lugar pero desde bebé se había criado aquí. Se llamaba Hyunjin. Fue hace demasiado tiempo, él era un soñador, deseaba cruzar algún día el mundo en un gran barco y descubrir muchas cosas, lo veía todas las noches, siempre se acercaba al muelle con su lámpara de aceite y me mostraba unos dibujos de grandes inventos que deseaba realizar pronto, hablábamos hasta que el sol empezaba a salir y él se iba para trabajar en la pescadería de su padre.

Chris pudo sentir como la voz de Minho se quebraba en esa última frase, el rostro del chico se deformaba entre una sonrisa triste y una mueca de querer llorar en cualquier momento. No dijo nada, solo esperó a que decidiera continuar su relato mientras movía ligeramente su aleta creando suaves olas en el agua.

— Un día esa oportunidad apareció y tuvo que irse en un barco muy lejos de aquí. Prometió volver con uno de sus grandes inventos, cada mañana cuando el sol empezaba a besar el agua yo salía en espera de verlo descender de uno de los tantos barcos que había en ese entonces, pero terminé perdiendo la cuenta de cuántos días estuvo lejos. Un día, un atardecer que menos esperaba lo vi bajar de un gran velero que llevaba su apellido grabado, me sentí orgulloso... Hasta que detrás suyo bajó una mujer sosteniendo un niño en brazos. Él se había casado, nunca regresó a verme, solo estuvo unos días aquí antes de volver a irse para no regresar jamás.

— Debió ser difícil...

— Está bien, me sentía orgulloso de él, tuvo lo que realmente deseaba... Salir de aquí.

— Pero no hubo ni siquiera una despedida.

— No me preocupa a mí, Chris. Yo estaré aquí siempre. No me acompleja no despedirme porque no tengo la sensación que será la última vez, como ocurre con ustedes.

— Pero no deja de doler, ¿Cierto?

Minho arrugó su entrecejo, el chico se sintió mal de su pregunta, tal vez debería dejar de hacerlo hablar más de ello; sin embargo, Minho sonrió mientras tomaba una mano de Chris para enlazar sus dedos, causando sorpresa ante la sensación helada de sus palmas y de alerta por las puntas de sus uñas ligeramente presionadas contra su piel.

— ¿Sabes nadar?

El castaño abrió otro poco sus ojos negando con rapidez e intentando articular una palabra, pero la sorpresa le impedía soltar siquiera un "no".

— Entonces no me sueltes.

Y con una sonrisa burlesca, Minho saltó al agua arrastrando con él al chico.

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