Prólogo
Una carretera de entrada y otra de salida. Broadchurch no es un sitio de paso hacia alguna otra parte, y no se va allí por casualidad.
El aletargado pueblo de la costa inglesa de Dorset duerme tranquilamente la noche del sábado 28 de mayo de 2017. Todas las calles están silenciosas, las luces de las farolas encendidas, y ni un solo alma vaga por ellas en la oscuridad. Esta noche es fresca y despejada, la cual dejará paso a un día soleado, sin apenas nubes. La leve brisa que se ha levantado no hace sino agitar algunos de los recortes de prensa matinales, que esperan con ansias el ser leídos a primera hora de la mañana. La luna llena ilumina con su pálida luz el pequeño pueblo, así como aquellos rincones algo oscuros, confiriéndoles un aura de misticismo e irrealidad. Asimismo, un manto estrellado cubre el cielo nocturno.
La fiesta que está celebrándose a varios kilómetros del pueblo, en una espectacular mansión de campo, continúa con su apogeo y bullicio, siendo desconocido para todos los invitados allí, además de para los anfitriones de dicho encuentro, lo que ha sucedido en los terrenos cercanos a la majestuosa estancia. Todos beben, ríen, conversan y vuelven a beber, completamente ignorantes al mundo que los rodea, así como a su desgarradora realidad.
Una solitaria figura camina por las calles taciturnas de Broadchurch, dando pequeños pasos, como si le costase infinitamente el mantener el equilibrio. Se bambolea de lado a lado, como si no fuera dueña de su propio cuerpo, y éste se moviera únicamente por automatismo. Cualquiera que la viera, sin apenas prestar atención, diría que es una mujer de mediana edad vestida para disfrutar de una buena fiesta, con el cabello pegado a su frente debido al sudor. También se diría, por cómo camina y se bambolea, que ha bebido más de la cuenta...
Sin embargo, para aquellos más avispados, cuyos ojos se posen con atención en la mujer, serían capaces de percatarse de lo siguiente: tiene las plantas de los pies, algo visibles tras sus cuñas, enrojecidas y amoratadas, que son testigo de que ha caminado desde lejos durante varias horas; hay marcas de ligaduras en las muñecas, donde la piel ha sido rasgada, probablemente debido a una sujeción forzosa; posee heridas en la parte posterior de la nuca y en la frente, por la cual brota la sangre, ahora ya seca, lo que da indudablemente testimonio de una violenta agresión, tanto física como psicológica.
La mirada de esta mujer solitaria, de ojos celestes, es apenas consciente, como si se encontrase en un ingente estado de shock, caminando entre bamboleos hacia la que es su casa, sin apenas prestar atención a sus alrededores. Pasa frente a la comisaría de policía de Broadchurch, con su redonda estructura de acero recubierta de madera dorada. La luz azul del exterior se enciende y se apaga. Camina durante varios kilómetros más, y al estar las calles desprovistas de transeúntes, no hay nadie que la detenga y pueda preguntarle qué le ha sucedido.
De hecho. ni siquiera es consciente de que, cuando llega a su casa, a pocos kilómetros de la playa y la costa, abre la puerta principal, entra, la cierra, camina hasta su cama, y se sumerge bajo sus mullidas y blancas sábanas, aún con la ropa puesta. Solo en ese preciso instante, cuando la adrenalina que la ha ayudado a volver a su casa, desaparece por completo, al tocar su cabeza la almohada, se percata de lo que realmente ha sucedido las horas previas... Y las lágrimas comienzan a inundar sus ojos, y su cuerpo es presa de un incesante temblor. Se cobija entre las sábanas, esperando que aquello que ahora empieza a recordar, sea únicamente un mal sueño.
Una carretera de entrada y otra de salida. Aquella noche ningún motor rompe el estruendoso silencio, y ningún faro de coche desgarra la oscuridad que opaca las calles. Nadie viene a Broadchurch, y nadie se va.
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