Capítulo 8
Coraline Harper está en casa, dándose una ducha caliente para relajar sus músculos. Mientras se enjabona el cuerpo con una esponja, cierra los ojos, concentrándose en el sonido del agua que cae desde arriba hasta el suelo. Rememora los eventos del caso, sintiendo una completa compasión y determinación por ayudar a Trish. De pronto, involuntariamente, siente que una mano la sujeta por el cuello, en el mismo lugar en el que tiene la cicatriz, y aprieta con fuerza. Un destello la hace ver cómo Joe Miller la estrangula nuevamente. "¡Controla, controla, controla! Esto no es real, solo es un flash. No es real. No es real", se dice una y otra vez, y gracias a ello consigue abrir los ojos, colocando su espalda en la pared de la ducha, respirando agitadamente. "Oxford Street, Downing Street, Womanby Street, Lloyd George Avenue...", empieza a recitar en su mente los nombres de aquellas calles británicas cerca de las cuales vivió de joven, siendo un recurso nemotécnico que Alec ya la había visto hacer con anterioridad, cuando empezaron a trabajar juntos. Inspira y expira pausadamente, como le han enseñado a hacer, intentando calmarse. Consigue relajar su respiración y el latido de su corazón, pero indeliberadamente, empieza a escuchar una voz. Una voz con un marcado acento ruso que resuena en sus oídos e impide escuchar nada más. Repite una y otra vez las mismas palabras: «Агрессия. Тоска. Рассвет. Кровь. Три. Разум», que significan literalmente «Agresión. Anhelo. Amanecer. Sangre. Tres. Mente». Hace lo posible por acallar esa voz en su cabeza, sin embargo, de improviso, su propia voz se hace presente en su mente, respondiendo a esa cadencia de palabras: «Я подчиняюсь твоим желаниям», que literalmente significa «Me someto a tus deseos».
Se desliza hacia abajo en la ducha, con la espalda aún apoyada en la pared, sujetando su cabeza. Finalmente, las voces remiten hasta que no son más que un mero recuerdo. Sin embargo, una vez cierra los ojos nuevamente, ve las imágenes de un campo de refugiados siendo bombardeado, y al militar que vino a su casa dándole el pésame a su madre, con las voces de ambos sonando completamente distorsionadas. "Basta, basta, basta... Deja de pensar en ello. Deja de pensar en ello", se dice a sí misma, sollozando gravemente. Se abraza el cuerpo para intentar consolarse.
Es perfectamente consciente de que necesita hablar con Alec y contárselo todo. El peso de sus recuerdos y de su trauma la están hundiendo emocional y mentalmente. Tiene que desahogarse, o corre el riesgo de dejarse dominar y perderse por completo en sus horrores más profundos. De volver a la catatonia. Debe compartir la carga y dejar de hacerlo todo ella sola. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo sacar el tema? No tiene respuesta, pero está claro que no puede pasar del día de hoy, o de lo contrario, jamás volverá a ser la misma. Y ahora no puede permitirlo. Tiene que pensar en Alec, en Daisy, en aquellos que la aman y se preocupan por ella. Pensar en el futuro. No puede dejarse arrastrar al agujero negro de su mente. En ese preciso momento, el sonido de su teléfono móvil la sobresalta, y aunque en este preciso instante su cabeza y su cuerpo no están muy por la labor de hacer algo, toma fuerzas y se levanta del suelo de la ducha. Sale de su interior y contempla su figura en el espejo que tiene frente a ella. Sus ojos recorren su anatomía, quedándose fijos momentáneamente en un punto concreto, antes de envolver su cuerpo en una toalla. Se acerca a la encimera del baño y toma el teléfono en sus manos: es su querido inspector.
—¿Alec? —maldice para sus adentros cuando su voz suena temblorosa.
—¿Lina? —como esperaba, el escocés advierte al momento el temblor en su voz—. ¿Estás bien? ¿Ocurre algo? —cuestiona en un tono preocupado, y la taheña chasquea la lengua.
—No es nada grave, pero tenemos que hablar esta noche —decide ser directa y proponerle hablar, o de lo contrario, sabe que no se atreverá a hacerlo más tarde. Recibe un silencio atronador como respuesta, pero conoce lo suficiente al hombre que ama como para discernir que está procesando sus palabras.
—De acuerdo —finalmente, lo escucha hablar, y suspira aliviada.
—Cielo, ¿por qué me has llamado?
—Ah, sí, cierto —el hombre de cabello castaño parece momentáneamente descolocado por el cambio de tema, como si le preocupase esa charla que deben mantener esta noche—. Ellie y yo vamos a hablar con Trish ahora mismo. Beth Latimer está con ella.
—De acuerdo —la pelirroja ya está en su habitación, buscando su ropa de trabajo una vez lo escucha decir esas palabras. Ha puesto la llamada en altavoz para poder vestirse más rápida y eficientemente—. ¿Dónde están Beth y ella?
—En un pequeño bar-restaurante, algo alejado de la casa de Trish.
—Entendido —afirma la pelirroja, colocándose su ropa de trabajo tan habitual, que consiste en un traje compuesto por una camisa blanca abotonada de manga corta, un chaleco de vestir azul marino oscuro, casi negro, a juego con los pantalones lisos de estilo sobrio del mismo color y una chaqueta sobria—. Me reuniré con vosotros allí —asevera mientras se coloca unas medias de color carne y se viste con unos zapatos de tacón negros.
—Allí nos veremos.
La analista del comportamiento cuelga la llamada al mismo tiempo que se viste con su chaqueta de trabajo, del mismo color que el chaleco y los pantalones, apresurándose en salir por la puerta principal. De camino a su vehículo particular se hace la coleta. Entra en su coche y desaparca rápidamente, conduciendo hacia la ubicación que Ellie acaba de mandarle a su teléfono móvil. "Dios, solo espero que Alec no presione a Trish para que dé una declaración oficial... Necesita un día o dos como mínimo para hacerse a la idea. Por no hablar de que esa confesión grabada será su principal prueba en un juicio, si es que se llegase a eso", piensa atropelladamente mientras conduce por la carretera, ansiosa por llegar al lugar lo antes posible, y con suerte, antes que sus compañeros.
En el coche de su compañera de profesión, Alec acaba de colgar la llamada con su querida Lina, y su expresión facial denota su preocupación. Tiene el ceño fruncido y los labios tensos en una delgada línea. "¿«Tenemos que hablar»? Cualquier persona pensaría lo peor al escuchar esas tres malditas palabras. ¿De qué hay que hablar? Espero que no sea nada grave... ¿Pero y si es así? Oh, no, ¿le habrá pasado algo? ¿La habrán...? Dios, espero que no. No debería haberla dejado sola tanto rato...", no puede evitar ponerse en lo peor tras haber mantenido esa extraña y frugal conversación con su pelirroja favorita. "No me ha dado la impresión de que estuviera bien, a pesar de asegurar que así es. Su voz sonaba temblorosa, más aguda de lo normal, y parecía respirar agitadamente. Más nos vale llegar cuanto antes allí...", sus pensamientos discurren por su mente de forma atropellada, conjurando múltiples posibilidades y escenarios acerca de lo que puede haberle pasado a su pareja. La ansiedad aumenta entonces, apretando los puños sobre sus rodillas, siendo un gesto que Ellie nota al momento, con sus ojos pardos desviándose momentáneamente a su compañero.
—¿Te encuentras bien? —inquiere la Inspectora Miller en un tono preocupado, pues aunque únicamente ha escuchado la parte de la conversación de Alec, la mentalista debe haberle dicho algo o dado una impresión lo bastante anormal como para desquiciarlo—. ¿Está Cora bien?
—Tú solo conduce, Miller —la voz de su compañero suena ronca—. Tú solo conduce —repite en un tono más suave, impregnado de preocupación, llevándose la mano derecha a la frente.
Por una milésima de segundo, al contemplar a su compañero hacer ese gesto, la castaña de ojos oscuros siente un escalofrío que le recorre toda la musculatura dorsal: ¿tan grave ha sido lo que ha notado en esa llamada? Espera que su amiga se encuentre bien, pues teniendo en cuenta su charla acerca de su estado y aquellos detalles que ha observado desde hace días, no puede asegurarlo.
—¿Estás seguro de querer interrogar a Trish? —la mujer trajeada intenta cambiar de tema, a fin de aliviar un poco la tensión de su amigo y compañero—. No sé si deberíamos presionarla, si Beth dice que no está lista...
—¡Beth Latimer no manda aquí! —exclama de pronto el escocés, marcándosele el acento en sus palabras, sobresaltando mínimamente a su compañera de fatigas, quien le dedica una mirada turbada de reojo.
—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —repite la misma pregunta que ha realizado hace apenas unos quince segundos, sintiendo que en el día de hoy, hay algo que va realmente mal con sus dos amigos—. Te veo muy alterado...
—El tono de Cora y ese «tenemos que hablar»... Hay algo que me escama —es parco a la hora de dar explicaciones acerca de aquello que ha notado en la actitud y las palabras de su pareja, y cambia de tema a los pocos segundos, pues su ansiedad también se ve influenciada por el caso que lleva entre manos—. Al asesinato le encuentro sentido, a los delitos sexuales...
—Cora estará bien —intenta calmarlo con una voz llena de compasión maternal—. Tranquilo.
—Eso espero...
Ellie sujeta el volante con fuerza mientras conduce. Ha comprendido al momento que su jefe teme que, en todo este tiempo que no ha estado con la joven, algo le haya sucedido. Y teniendo en cuenta el pasado de la mentalista, es evidente que Alec está mortificándose por la posibilidad de que hayan abusado sexualmente de ella y él no haya podido estar ahí para evitarlo. Tuerce a la izquierda en una intersección, y ambos agentes de policía se sienten en extremo aliviados al contemplar el coche de la mujer de treinta y dos años, aparcado cerca del bar-restaurante en el que deben reunirse con Beth y Trish.
Alec no pierde tiempo en desabrocharse el cinturón y en salir del coche, buscando con la mirada a su pareja. La divisa en la distancia, acercándose al establecimiento, pero aún se encuentra lo bastante lejos de Beth y Trish. Se da una corta carrera hasta ella, y a punto está de chocharse contra ella y arrollarla, de no ser por el hecho de que logra frenar sus pies en seco.
—Lina, ¿qué...? —la sujeta por los brazos, pero en cuanto posa su vista parda en su rostro, puede ver una inequívoca palidez en él, y trazas en sus mejillas de surcos rojos, indicando que ha estado llorando—. Oh, Lina... —alarga su mano derecha hacia su mejilla izquierda, acariciándola cariñosamente. Como respuesta, ella le dedica una sonrisa suave, colocando su mano izquierda sobre la suya en un gesto de consuelo—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
—No te preocupes —ella intenta calmarlo, pues puede advertir cómo la ansiedad irradia de todo su cuerpo—. Ahora estoy bien, ¿de acuerdo? —le asegura, aunque los ojos pardos de su pareja dejan claro que esas palabras no le bastan—. Hablaremos de ello esta noche, te lo prometo... Pero ahora tenemos trabajo que hacer —decide zanjar el asunto, pues no se han reunido allí para mantener una conversación de pareja, sino para charlar con Trish.
—De acuerdo —él accede a regañadientes antes de apartar su mano de su mejilla, dirigiéndose con ella hacia el lugar en el que se encuentran Beth Latimer y Trish Winterman, reuniéndose con Ellie por el camino, quien se ha acercado a ellos con pasos rápidos—. Beth, Trish —saluda a ambas mujeres con una inclinación de la cabeza una vez las tiene frente a él, aunque su voz denota su impaciencia por tratar con su superviviente de la agresión lo que es imperativo.
—Trish, venimos a comunicarte que hoy, a última hora, deberemos emitir un comunicado oficial sobre la agresión —comienza a decir Coraline con un tono suave, contemplando nuevamente que los ojos azules de esta mujer se quedan fijos en ella, llenos de esperanza y vulnerabilidad, pues es consciente de que hará lo que sea por ayudarla—. Será muy breve y poco específico, de modo que no tienes que preocuparte —nada más escuchar esas palabras por parte de la analista del comportamiento, la cajera asiente con alivio.
—Como Cora ha dicho, será poco específico, de forma que no mencionará tu nombre ni la localización exacta —clarifica Ellie con un tono amigable, desviando su mirada hacia su izquierda donde se encuentra su superior, quien tiene los brazos cruzados frente al pecho, quedando entre sus dos compañeras de profesión—. Queríamos que lo supieras por si lo ves en algún parte.
—Vale —dice la mujer de ojos azules, asintiendo—. Y tienen que hacerlo, ¿verdad?
—Bueno, sinceramente, es importante que publiquemos un poco de información limitada, por si anima a algún testigo a hablar —la mentalista se explica con rapidez para que su principal testigo tenga las ideas claras—. Cuanta más cantidad de información publiquemos, aunque sea poco precisa, tendremos más posibilidades de que provoque la aparición de un testigo. Si es así, antes podremos encontrar al que te ha hecho esto.
—También nos gustaría que vinieras a la comisaría a las 16:00 para poder interrogarte —la voz de Hardy corta por completo la calma que hasta ese momento había reinado en la conversación, dotándola de una invisible pero asfixiante tensión.
La mirada indignada y llena de escándalo de Ellie se posa en su jefe. "Estoy por jurar que no he escuchado lo que creo que he escuchado... ¿¡Pero qué está haciendo!? ¿¡Acaso se le han fundido todas las neuronas que le quedaban!? ¡Vaya un idiota!", piensa para sí misma, resistiéndose el impulso de abofetearlo con todas sus fuerzas. Su mirada parda se dirige a su buena amiga de cabello carmesí, contemplando que parece haber palidecido, y su expresión facial se asemeja a la de alguien, que acaba de quedarse sin aire en los pulmones por culpa de un fuerte golpe en la boca del estómago. Resulta evidente, que ella también está sorprendida en extremo por la poca delicadeza que está demostrando Hardy en estos momentos, especialmente tomando en cuenta, que Cora los ha aconsejado y los ha sermoneado en multitud de ocasiones, acerca de no presionar más de la cuenta a un testigo que sufre de Trastorno de Estrés Post Traumático.
—Vale —la voz de Trish es vulnerable, sumisa—. Si es lo que quieren...
Beth Latimer pasea su mirada castaña por los rostros de Ellie Miller y Coraline Harper, y encuentra la misma estupefacción que ella debe de estar expresando en su propio rostro. Esto no es lo que habían hablado por teléfono. Y hablando de Coraline... Parece querer estallar de furia y propinarle una buena bofetada al Inspector Hardy, y no es para menos. Pero consigue contenerse, cruzando sus brazos bajo el pecho, con sus manos sujetándose los brazos con fuerza, tanta, que la madre de Danny siente preocupación porque pueda hacerse hematomas en la piel. Es entonces que la asistenta desvía su mirada hacia su clienta, contemplando que, aunque parece nerviosa, interna calmarse: quiere hacer lo correcto y evitar que algo así pueda pasarle a otra mujer.
—No tenemos inconveniente en que Beth te acompañe, si lo necesitas —asevera el escocés tras unos segundos, y contempla cómo la cajera intercambia una mirada llena de ruego con su asistenta. La castaña de cabello corto asiente con una sonrisa, dejando claro que no piensa abandonarla cuando más la necesita—. Nos veremos más tarde —se despide el Inspector Hardy en un tono factual, antes de alejarse a paso ligero de allí, con Ellie tras él.
—Trish, yo... —la pelirroja de ojos celestes, que se ha quedado momentáneamente paralizada en su sitio, no sabe qué decir ante semejante situación. ¿Qué podría decir que no suene a tópico? El daño ya está hecho, y ahora solo queda enfrentarse a las consecuencias—. Lo siento mucho.
Tras esas palabras de despedida, la joven con piel de alabastro comienza a caminar hacia su coche con rápidas zancadas. Por el rabillo del ojo contempla que Ellie y Alec ya se han introducido en el coche de la primera, y están a punto de arrancar el motor para dirigirse a su próximo destino. Lina abre la puerta de su vehículo particular, aun procesando lo que ha escuchado, y deseando haberse equivocado por completo. No puede creer que, a pesar de sus consejos, Alec haya decidido hacer lo que quiera. Enciende el motor tras colocarse el cinturón de seguridad, y comprueba que en su teléfono, hay una ubicación nueva. Se la ha mandado su testarudo inspector. Bloquea la pantalla del smartphone con rabia, dejándolo tirado en el asiento del acompañante de cualquier manera. Intenta calmarse, pero siente que lo ve todo de color rojo, y no es precisamente porque su pelo se haya colocado en el rango de su visión. Comprende que el hombre con vello facial está siendo presionado por los altos cargos para resolver el caso, pero hay mejores y más eficientes maneras de hacerlo, sin tener que presionar en extremo a la superviviente de la agresión. Y él lo sabe perfectamente, porque ella se ha encargado de explicárselo multitud de veces ya. Comienza a conducir, siguiendo el coche de Ellie, el cual es capaz de ver ahora en la distancia, además de las instrucciones del navegador de abordo, en donde ha introducido los criterios de la ubicación. Esta vez no piensa dejarlo estar, y va a cantarle las cuarenta. No importa lo presionado que esté, y no importa que la llamada de antes lo haya descolocado. Esa no es excusa para poner en una balanza la vida y estabilidad mental de una persona, junto con las necesidades de la población, y juzgar que es mejor tener una persona mentalmente inestable y una población segura. A su parecer, tanto como superviviente de una agresión sexual, como analista del comportamiento, es mucho mejor tener una persona mentalmente estable y una población algo insegura. Siempre habrá tiempo para actuar. Pero las secuelas derivadas de un trauma así podrían regir la vida de Trish para siempre. Cora lo sabe perfectamente, pues ella sigue aun luchando contra sus demonios.
Cuando el vehículo gris de la Inspectora Miller se estaciona en el aparcamiento de un instituto cerca de Broadchurch —no es el mismo al que acuden Chloe, Tom y Daisy—, Alec Hardy y su compañera trajeada de cabello castaño se apean de él. Cierran las puertas, y cuando la dueña del coche está a punto de cantarle las cuarenta a su superior por su falta de tacto, y personalidad tan brusca, son interrumpidos por la llegada del Mercedes Benz Vegar C 220 BT azul brillante, de la Subinspectora Harper. Las ruedas del coche chirrían y queman ligeramente la goma, por el derrape que realiza la pelirroja al momento de estacionar su coche en el aparcamiento, a pocos metros del coche de Ellie. En cuanto la mujer de piel clara y ojos cerúleos se apea del vehículo, y se dirige hacia ellos con pasos rápidos y un ademán airado, la policía de cabello rizado y pardo sabe que va a desatarse la III Guerra Mundial. "Que Dios nos coja confesados...", es lo único que es capaz de pensar Ellie en estos momentos.
—¿¡A qué ha venido eso, Alec!? —el tono de la pelirroja se alza conforme lo hace su indignación y el rojo de su rostro, caminando hacia su pareja—. ¡Estábamos negociando los tiempos!
—¡No! ¡Miller y tú lo estabais haciendo! —rebate él, quien corresponde la actitud de su subordinada con la misma molestia e ira que ella expresa—. ¡Yo he tomado una decisión!
—¡Una decisión equivocada! —exclama Lina, quedando frente a su pareja, con su rostro alzándose hacia arriba por la diferencia de altura—. ¡Prometiste que serías flexible! —le recuerda en un tono recriminatorio, mientras lo señala acusatoriamente.
—¡Ya lo he sido! —se defiende con un gruñido bajo—. ¡Le he dado otro día más!
—¡Aún no está lista para hablar de ello! —niega la taheña—. ¡Necesita más tiempo!
—¡No disponemos de más tiempo! —él coloca sus manos en sus caderas, agachando el rostro, sintiendo que la ira y la bilis le suben a la garganta, amenazando con desgañitarse la voz—. ¿¡Y si violan a otra mujer mientras hablamos!? —la indignación se impregna de preocupación en ese instante. Preocupación porque esa otra mujer sea una niña, una adolescente... Una Lina—. ¿¡Como te sentirías si tuvieras que vivir con ello el resto de tu vida, el resto de tu carrera!?
—¡Lo sé perfectamente, porque estoy viviendo con ello desde entonces! —las palabras de ella caen momentáneamente como una losa sobre los hombros de Alec, pues es un golpe bajo para él el hacerle recordar el sufrimiento que ha sufrido la mujer frente a él—. ¡Como superviviente de una agresión sexual, y como analista del comportamiento, no puedo creer que hayas decidido priorizar la situación de la población civil por encima de la estabilidad mental de Trish! —mientras habla, no puede evitar apretar los dientes para tratar de controlar su cólera, pero las siguientes palabras de su pareja mandan al traste sus intenciones.
—¿¡Que habrías hecho tú entonces!?
—¡No la habría presionado, para empezar! —brama ella en un tono que va elevándose a cada palabra, con algunos transeúntes cercanos deteniéndose para contemplarlos—. ¡Con lo que has hecho, solo vas a provocarle a Trish unas secuelas que podrían regir su vida para siempre!
—¡Tengo que pensar en el mal menor, Coraline, lo sabes perfectamente!
—¡Pero no a costa de la vida de una persona! —proclama la joven mentalista mientras entrecierra los ojos. Sigue empecinada en defender a la superviviente a capa y espada—. ¡Es mucho mejor tener una persona mentalmente estable y una población algo insegura, porque siempre habrá tiempo para actuar!
—¡Ah! ¡Estupendo! —la ironía está impregnada en sus palabras, soltando una carcajada—. Entonces, según tu lógica, ¿¡deberíamos dejar que ese agresor sexual continúe campando por ahí a sus anchas, mientras Trish se toma unos días para pensárselo mejor!? —la indignación de Alec va en aumento y está a escasos segundos de rebasar el punto de quiebre—. ¡Tengo que tomar las decisiones que constituyan el menor riesgo para todos, porque soy el responsable de este caso y de las vidas de muchas otras personas!
—¡Según mi experiencia, estás cometiendo un terrible error!
—¿¡Según tu experiencia!? —clama el escocés en un tono sarcástico antes de apretar los dientes—. ¿¡De qué experiencia estamos hablando exactamente, eh!? ¿¡A esconder la cabeza, aún a riesgo de poner en peligro a otros!?
—Alec, Cora, creo que deberíais...
—¡Cállate, Miller!
—¡Ahora no, Ellie! —vocifera Coraline al mismo tiempo que su pareja, interrumpiendo las palabras de la castaña, quien desde hace unos minutos, puede ver cómo esta discusión empieza a tomar un cariz peligroso. La pareja corre el riesgo de decir algo de lo que más tarde pueden arrepentirse—. ¡Yo no escondí la cabeza, como tú lo llamas, para provocar daños colaterales! —la mujer de brillantes ojos celestes aprieta los puños con fuerza—. ¡Mi madre decidió protegerme para evitarme un mayor daño psicológico, Alec! —siente que la sangre le tapona los oídos al mentar a su madre en esta discusión—. ¡Si me hubiera presionado entonces, probablemente habría terminado por quedarme catatónica de por vida!
—¡Pero si quizás lo hubiera hecho, Joe Miller no habría matado a Danny Latimer!
Este es el punto de quiebre para la analista del comportamiento, quien no puede contenerse. De un rápido movimiento de su mano derecha, abofetea al escocés con tanta fuerza que lo hace bambolearse. Al momento de sentir el contacto de la mano de la mujer que ama con su mejilla izquierda, Alec recupera el sentido común. Sabe que ha ido demasiado lejos. Ha dejado que su ansiedad y su preocupación se apoderen de él, convirtiéndolo en una persona despreciable, y no puede odiarse más por ello. La ira da paso rápidamente a un hondo remordimiento, y abre la boca para hablar, cuando la pelirroja se le adelanta, colocando una mano frente a su cuerpo para detenerlo.
—Ahórratelo —la severidad y calma repentina de su voz, hace que incluso a Ellie la recorra un escalofrío que la deja helada en el sitio—. No tiene sentido seguir discutiendo y perdiendo el tiempo de la investigación —niega lastimosamente con la cabeza, lográndose ver que una hilera de lágrimas surcan sus mejillas—. Ellie, te dejo esto a ti —se dirige a su buena amiga entonces, con su voz quebrándose momentáneamente, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta. La castaña asiente en silencio con una gran lástima en sus ojos pardos. Esta es la primera gran discusión de la pareja, y teme lo que pueda significar para su relación en el futuro cercano—. Con dos inspectores es suficiente para continuar con los interrogatorios de los posibles sospechosos —añade, antes de dar media vuelta, encaminándose hacia su vehículo con pasos rápidos.
—Lina... —Alec hace el amago de seguirla, pero Ellie lo sujeta por la flexión del codo derecho, impidiéndoselo. El escocés de delgada complexión se gira hacia ella con la intención de amonestarla por detenerlo, pero inmediatamente desecha esa intención al contemplar que su compañera niega con la cabeza lentamente.
—Déjala por ahora —le aconseja la veterana inspectora, quien vivió en su momento algunas discusiones similares con Joe, hará unos años. Ambos contemplan cómo la mujer con piel de alabastro desaparca el vehículo y conduce lejos de allí—. Necesita espacio para tranquilizar su ánimo, igual que tú. Si ahora vas tras ella, solo empeorarás las cosas con otra discusión —asegura en un tono factual, pues habiendo presenciado en primera fila la discusión, es consciente de que necesitarán enfriarse y hablar largo y tendido acerca de sus posturas y sus comentarios.
—Dios, la he cagado, Ellie —se martiriza el escocés, colocando su mano derecha en su frente.
—Sí, y a base de bien —afirma ella sin tapujos mientras asiente de forma vehemente.
—Eres insuperable dando ánimos...
—Lo sé —se sincera ella en un tono sereno, antes de suspirar pesadamente—. Pero lo importante es que sabes que has metido la pata y estás decidido a solucionarlo —intenta consolarlo como puede, pues sabe que para Alec la pelirroja es su vida.
—Siento haberte gritado, Miller —se disculpa con ella—. Realmente lo siento.
—No me he ofendido —la castaña trajeada se encoge de hombros, pues son años ya de haber trabajado con el irascible Hardy, y está acostumbrada a sus gritos y demandas, aunque admite que nunca lo ha visto así de afectado—. Solo prométeme una cosa —el hombre trajeado de delgada complexión arquea una ceja, preguntándose qué querrá pedirle—. Haz las paces con Cora esta noche. No podéis iros a dormir sin resolver esto.
—Lo prometo —ni siquiera tarda dos segundos en responder a su petición, con Ellie sonriendo tiernamente ante la preocupación y genuino amor que le profesa su jefe a su buena amiga—. Por el momento, centrémonos en hablar con el exmarido —sugiere mientras comienza a caminar hacia el instituto, con Ellie a la par, pues cuanto menos tiempo pase pensando en esta discusión, mejor será para su ánimo.
—Aunque sabes que Cora tiene razón, ¿verdad? —apostilla Ellie con un tono pícaro mientras caminan, tomándose cierta libertad para pincharlo por haberle gritado, por mucho que le haya asegurado que no se ha ofendido.
—Claro que lo sé —afirma él sin tapujos, sintiéndose avergonzado—. Siempre la tiene.
Los detectives entran al instituto esquivando marejadas de adolescentes, que se reúnen en grupos para salir a comer, y se acercan a la secretaría general. Preguntan por Ian Winterman, y la mujer del mostrados les comunica que acaba de finalizar su última clase del día, y que probablemente puedan encontrarlo en su despacho. Tras propiciarles las indicaciones pertinentes, los dos agentes de policía se dirigen allá.
—¿Ian Winterman? —cuestiona Hardy nada más abrir la puerta del despacho tras realizar dos toques en la superficie. El aludido se sobresalta ligeramente al encontrarse cara a cara con dos detectives en su lugar de trabajo, pero hace lo posible por mantener el tipo mientras asiente con la cabeza—. Inspectores Hardy y Miller —los presenta, avanzando hacia el hombre de cabello algo canoso. Sin embargo, se detiene cerca de una encimera, colocándose sus gafas de cerca. En la superficie de ésta hay varios papeles, los cuales comienza a revisar de forma distraída, dejando que Ellie se encargue del interrogatorio de momento.
—Estamos investigando una agresión sexual grave que tuvo lugar en la Casa Axehampton, el sábado por la noche —la castaña comienza con los pormenores del caso, esperando conseguir una reacción por su parte. Para su satisfacción, así es, y su rostro palidece.
—Madre mía. ¿Qué? —esta sorprendido y mortificado a partes iguales. Es cristalino que no tiene claro cómo debe reaccionar—. ¿En la fiesta de Cath Atwood? —cuestiona rápidamente, pues él fue uno de los invitados, o eso asegura el listado que han recibido de Jim Atwood.
—Estuvo allí, según nos han dicho —intercede Alec en un tono sereno, alzando el rostro.
—Sí, soy buen amigo de Cath y Jim —afirma Ian sin reservas, respondiendo honestamente acerca de si estuvo o no presente en la fiesta—. Solíamos, mi mujer y yo... —hace una pausa, como si necesitase rectificar este punto—. Estoy separado de mi mujer, Trish, pero cuando estábamos juntos, solíamos quedar mucho.
—¿Fue a la fiesta usted solo? —cuestiona Ellie, pues necesitan saber esa información.
—No, fui con mi novia, Sarah —señala entonces con el dedo pulgar una invisible aula a su espalda—. Enseña geografía.
Hardy arquea una ceja, pues está dejando claro que, si bien no se ha formalizado aún el divorcio, mantiene una relación sentimental con otra mujer, y de su lugar de trabajo, nada menos. "Aunque no soy el más indicado para hablar de ello", piensa el escocés para sí mismo de forma irónica, pues él también mantiene una relación con una persona del trabajo. Inmediatamente, intentando no pensar en la discusión de hace unos minutos, saca su bloc de notas, colocándolo sobre la encimera, y comienza a apuntar todos los datos relevantes que Ian les proporciona.
—¿Y estuvieron juntos toda la noche? —cuestiona Ellie, apoyándose en una de las estanterías.
—Todo el tiempo no —parece nervioso al responder, y ese nerviosismo se acrecienta en cuanto contempla al hombre con vello facial castaño escribir en su bloc de notas con rapidez.
—¿Pero se fueron juntos? —Alec ni siquiera alza el rostro de la libreta al hablar.
—No —responde, tragando saliva de forma incomoda—. Ella se fue antes que yo.
—¿Por algún motivo? —las miradas pardas de Alec y su compañera están ahora fijas en el exmarido de Trish, puesto que, si llegó a quedarse más de la cuenta en la fiesta, y no hay nadie que pueda corroborar a qué hora se marchó, eso lo convierte en un potencial sospechoso.
—Sarah siente que no siempre es bienvenida, sobre todo por Cath —clarifica, dejando claro que, la marcha de su actual pareja de la fiesta fue a causa de las desavenencias entre la anfitriona y ella—. Así que se marchó primero. Pidió un taxi, creo —intenta rememorar, y por lo que los detectives pueden ver, sus ojos se desvían arriba a la izquierda, e Ian es diestro, de forma que está siendo sincero—. De hecho, lo hizo porque le tocó el mismo conductor que había llevado a Trish a primera hora de la noche —parece abatido con las pequeñas rencillas que se suceden—. Me dijo que no podía huir de mi pasado, ni siquiera volviendo a casa.
—¿Y bebió mucho? —quiere saber Miller, pues aunque como excusa sería realmente horrible, y no disculpa su comportamiento, podría haberle condicionado para cometer una agresión sexual. Y el hecho de estar lo suficientemente ebrio, podría haber propiciado que no fuera capaz de reconocer a la mujer.
—Eh... Un pelín —debido a que su tono de voz resulta dubitativo, Hardy alza el rostro, y su mirada severa se posa en Ian, quien rectifica con un leve titubeo en la voz—. Lo bastante como para dejar el coche allí.
—¿Y cómo volvió a casa?
—Pues... Compartí un taxi con un par de personas más, inspectora.
—¿Podría darnos sus nombres? —es imprescindible que lo haga para comprobar su coartada de aquella noche. De no hacerlo, la situación de Ian podría volverse más precaria de lo que ya parece.
—Pues no, no, lo siento —niega Winterman en un tono apenado mientras niega con la cabeza, posando su mirada en el suelo de la estancia—. Eran una prima y una tía de Cath, creo... —se esfuerza en recordar, pero por lo dubitativo que parece, es indudable que no puede estar seguro.
—¿Y de qué compañía era el taxi? —cuestiona Alec en un tono ronco, habiendo colocado una mano en su cadera izquierda, pues la información que Ian Winterman les está proporcionando, aunque poco concisa, podría ser vital para la investigación.
—No lo sé —se encoge de hombros—. Solo recuerdo la luz que llevaba encima... Yo estaba un poco piripi a esas alturas, la verdad —las respuestas del profesor empiezan a minar la poca paciencia de la que dispone Hardy en estos momentos, especialmente por la discusión que ha precedido a este interrogatorio.
—¿A quién dejaron primero? ¿A ellas o a usted?
—A mí, creo, inspector.
—Cath Atwood sabrá quiénes eran —sugiere en un tono sereno el escocés, tras escribir dichos detalles en su bloc de notas. Arquea una de sus cejas para hacer énfasis en sus palabras, estudiando la reacción del exmarido de Trish.
—Me imagino que sí —Ian responde de forma esquiva, aunque no parece demasiado nervioso.
Sin embargo, dicho nerviosismo pronto se acrecienta mínimamente en cuanto contempla al hombre de cabello y vello facial castaño escribir en su libreta. Los ojos claros de Ian pasan de la libreta al rostro sereno e inescrutable del inspector, y viceversa. Ni siquiera es consciente de que Ellie Miller lo observa concienzudamente. Sin la presencia de la analista del comportamiento, ellos son los mejores para detectar algún cambio en su tono o micro expresiones, aunque lo mejor sería contar con la ayuda de Coraline. Pero van a tener que conformarse con lo que tienen, de momento.
—¿Y dice que su mujer estuvo en la fiesta? —quiere saber entonces Alec, pues dependiendo de si habló con ella o no, podría ser la última persona que la hubiera visto antes de sufrir esa brutal agresión sexual.
—Sí, ¿por qué?
—¿Habló con ella?
—Intercambiamos un par de cumplidos poco después de que llegara ella, y más tarde intercambiamos algunos insultos, inspector —parece irónico al momento de describir su charla con su exmujer, como si ya fuera algo rutinario, predecible.
—¿A qué se refiere con eso? —intercede la mujer trajeada de cabello rizado y castaño, habiéndose percatado de que la mirada de Ian se posa en ella, probablemente buscando una vía de escape del asfixiante y directo interrogatorio del Inspector Hardy.
—No es muy agradable ver a la mujer con la que has estado casado, borracha, y tonteando con un montón de desconocidos —la voz de su actual testigo adquiere un cariz melancólico a la par que iracundo—. ¡Dicen que se ha acostado con media docena de tíos en los últimos meses! ¿¡Cuántos de ellos estarían en la fiesta!? —la bomba de relojería finalmente estalla, e Ian expresa sinceramente su opinión acerca de las acciones de su mujer—. Es humillante. ¡Técnicamente aún seguimos casados! —el rostro de Alec Hardy apenas expresa ahora alguna emoción, aunque en su fuero interno está lleno de sospechas y desconfianza—. Así que, estuvimos hablando fuera cuando ella salió a fumar. Otra manzana de la discordia.
—Así que, ¿discutieron? —Miller quiere confirmar con Ian que eso fue lo que pasó realmente.
—Es probable que sí —asiente él al momento—. Mis recuerdos son algo confusos, pero seguro que Trish les dirá lo mismo —asegura con confianza antes de carraspear, rascándose la nuca en un gesto entre avergonzado e incómodo—. Todos bebimos bastante aquella noche.
—¿Y cómo acabó la discusión? —la buena amiga de la mentalista mantiene un tono sereno, aunque al igual que su compañero, empieza a encontrar ligeramente preocupante el resentimiento y la ironía que ha demostrado Ian respecto a su mujer. Resentimiento porque Trish, estando en su pleno derecho, haya querido flirtear con otros hombres, mientras que él, irónicamente, como asegura, siguen casados y mantiene una aventura con una colega del trabajo.
—Yo entré otra vez.
—¿Y no volvió a verla el resto de la noche?
—No, inspectora.
—¿Y la gente confirmará que estuvo en la casa hasta más tarde? —el tono de Ellie comienza a adquirir un tono ligeramente más acusatorio, e Ian mueve sus ojos de forma nerviosa entre los dos compañeros.
—¿Por qué alguien tendría que confirmar dónde estuve? —socava en un tono ansioso, sintiendo que unos sudores fríos lo recorren de arriba-abajo con rapidez.
—Solo recabamos información sobre los movimientos de la gente —sentencia Hardy en un tono cortante, intentando evitar que haga más preguntas impertinentes o que pongan en riesgo su investigación.
—Oigan, ¿no creen que deberían contarme algo más? ¿Alguna cosa sobre lo que ha pasado?
—Me temo que no, no podemos —se niega Miller categóricamente, antes de suspirar con pesadez—. Pero nos gustaría pedirle que nos dé una muestra rápida de ADN.
—Eh... Vaya... Vale... —su ansiedad empieza a ser visible, pues palidece repentinamente y tartamudea—. No quiero parecer un bicho raro, pero no me gusta la idea de que... —tras hacer una mueca desagradable, se interrumpe, nervioso, antes de posar sus ojos en el silencioso y taciturno hombre trajeado, quien lo contempla con sus ojos pardos sin casi pestañear—. ¿Tengo que hacerlo? ¿Estoy legalmente obligado?
—Es voluntario —sentencia Hardy en un tono tirante, tendiéndole a Ian la misma trampa que Lina le ha tendido a Jim Atwood: si, a pesar de ser un procedimiento voluntario, se niega a colaborar, será como si estuviera ocultando algo. De hecho, para el inspector, según las palabras y el ademán que demuestra este hombre que ahora tiene delante, empieza a tener serias papeletas para ser un sospechoso a tener en cuenta.
—Bueno, en ese caso, me niego —sentencia rápidamente Ian Winterman, apenas escucha la palabra «voluntario»—. De momento, si les parece bien —intenta suavizar su rotunda negativa con palabras más amables, contemplando que los detectives intercambian una rápida y silenciosa mirada—. No me convence nada que mi ADN acabe en un expediente, hasta no saber por qué y cómo va a conservarse —intenta explicar las razones tras su negativa, pero para los dos compañeros de profesión empieza a ser un candidato—. No me parece bien que la policía guarde datos biológicos.
—¿De verdad? —cuestiona Alec en un tono ligeramente siniestro, arqueando su ceja izquierda, mientras deja de apoyarse en la encimera cercana. Recibe una sonrisa inocente por parte del profesor, y es entonces cuando decide guardar en el interior de su chaqueta su bloc de notas: no hay más que hacer aquí—. Gracias por su tiempo, Señor Winterman —se acerca y le estrecha la mano firmemente, tanto, que está por jurar que el exmarido de su superviviente hace una mueca de dolor—. Estaremos en contacto —tras decir esas palabras, el escocés sale del despacho con el ceño fruncido, caminando con grandes zancadas. Ellie hace un esfuerzo por seguir sus pasos—. Al menos ya sabemos cómo llegó Trish a la fiesta —asevera en un tono más aliviado, mientras caminan hacia la salida del instituto, pues esta nueva información significa un avance en la investigación—. Tenemos que encontrar al taxista que la llevó.
—La primera negativa de ADN... —comenta Ellie en un tono suspicaz y ligeramente reflexivo, tras atravesar el umbral de la puerta principal.
—Sí —afirma él, sintiendo los rayos del sol calentar su rostro mientras caminan hacia el coche de su compañera de cabello rizado—. Interesante decisión.
Coraline Harper conduce su Mercedes Benz Vegar C220 BT azul brillante, hasta llegar al aparcamiento del instituto de Daisy aproximadamente a las 14:15. Cuando detiene el motor, aun sujetando el volante con ambas manos, deja apoyada su frente entre ellas. "Dios, ¿cómo ha podido torcerse tanto la conversación? No pretendía discutir, ni llegar tan lejos, pero supongo que es lo que pasa cuando dos personas tienen puntos de vista tan opuestos sobre un tema concreto", reflexiona para sí misma, pues lleva todo el camino dándole vueltas a las distintas posibilidades y respuestas que podría haber dado. "Pero ahora ya no tiene sentido el pensar en el «¿y si?», sino en el presente, y en lo que puedo hacer ahora. Lo primero es dejarnos algo de espacio. Necesitamos enfriarnos, o solo empeoraremos la situación", se dice a sí misma antes de apearse del vehículo, caminando hasta la parte trasera, abriendo el maletero. Saca una bolsa que tiene en su interior dos cajas de almuerzo junto con dos termos helados: uno de refresco y otro agua fría. Sujetándolos cómodamente en su mano derecha, cierra la puerta del maletero con la izquierda, antes de bloquear el coche. Comienza a caminar entonces hacia el campus del instituto, concretamente hacia la zona de descanso, donde espera encontrar a Daisy.
Alec Hardy y Ellie Miller han llegado a la calle en la que opera la compañía de taxis que estuvo trabajando la noche de la fiesta de Cath Atwood. Tras aparcar su coche de color gris en una calzada cercana, la castaña y su compañero se apean de él, comenzando a caminar lentamente hacia el establecimiento. Tras bloquear el coche, el sonido de una llamada entrante corta el silencio, y la policía empieza a buscar en su bolso el teléfono, cuando se percata de que la llamada proviene del teléfono del escocés. Lo observa contestar con una ceja arqueada.
—¿Daisy?
—¿Dónde estás? —cuestiona su hija en un tono cordial aunque sin dejar de lado su preocupación.
—Trabajando —responde el hombre trajeado rápidamente—. ¿Va todo bien? —de pronto, su cordialidad da paso a la preocupación—. ¿Estás bien?
—Habíamos quedado para comer —le recuerda ella en un tono algo recriminatorio.
—Oh, sí, así es —dice Alec, mortificado. Quiere abofetearse en la cara unas cuantas veces. Entre la ansiedad por el caso y la discusión con Lina, lo ha pasado por alto por completo—. Cierto.
—No vas a venir, ¿verdad?
—No, no creo que llegue a tiempo, Dais, no —niega con un tono apenado el escocés, revisando la hora en su reloj de muñeca, apoyándose en el escaparate cercano de la empresa de taxis—. Lo siento.
—Tranquilo.
—Lo siento mucho, cielo —se disculpa el inspector de cabello lacio, sintiendo que ha vuelto a meter la pata de lleno—. Es este nuevo caso... —sabe que no es una excusa, ¿pero qué otra cosa puede decirle? Es la verdad, por muy jodida que resulte.
—Sí, lo entiendo... —el tono de Daisy ha pasado del optimismo y la alegría al pesimismo y la decepción, y Alec lo nota en su propio cuerpo, como si acabasen de propinarle otra bofetada que corta el aire.
Daisy acaba de recibir las peores noticias que podía recibir el día de hoy: su padre, como de costumbre, ha olvidado por completo que habían quedado para comer todos juntos. Llevaba días insistiendo para poder hacerlo ahora que ha empezado a acostumbrarse al nuevo curso, al instituto, y a sus nuevos compañeros.
—Tranquilo —le dice, intentando que no se sienta más culpable de lo que, probablemente ya se siente, pero no puede evitar que su voz suene decepcionada. Estaba deseando pasar un rato tranquilo con su familia, pero parece que no va a ser el caso.
—Lo siento mucho, cielo —escucha la voz rasposa y mortificada de su padre, y la adolescente de cabello rubio se odia a sí misma por hacerlo sentirse mal—. Es este nuevo caso... —esas palabras la hacen hundirse un poco más en la decepción. Está escuchando cómo nuevamente, su padre le da la misma excusa que siempre: todo es por el caso.
—Sí, lo entiendo... —le dice en un tono poco animado, antes de sentir que unas manos rodean su cuello, propinándole un abrazo cariñoso y un beso en la mejilla. Inmediatamente, el olor de un perfume de flor de cerezo llega a sus fosas nasales, e identifica a la persona al momento, girando su rostro hacia ella—. ¡Cora! —exclama con alegría, sin siquiera reparar en que aún tiene abierta la línea de teléfono con su progenitor. Cuando finalmente se da cuenta, se apresura en terminar la llamada, pues al menos, aunque su padre no esté allí, podrá disfrutar de una agradable comida con su pareja, quien ya es prácticamente como su madre—. Bueno, nos vemos luego.
—Esta noche, saldremos esta noche, ¿sí? —la voz de su padre suena ahora ligeramente sorprendida, probablemente por el hecho de que su querida compañera y novia se encuentre con ella, habiéndose acordado de que habían quedado para comer.
—Sí, vale —afirma distraídamente, contemplando cómo la pelirroja de ojos cerúleos toma asiento frente a ella, en una pequeña manta que ha colocado para sentarse en la hierba, y así, disfrutar de la comida—. Adiós, Papá —la adolescente directamente cuelga la llamada tras unos segundos, sonriéndole a la subinspectora de policía—. ¡Has venido!
—Pues claro que he venido —afirma la analista del comportamiento en un tono amable, sonriéndole con cariño—. ¿Creías que me iba a olvidar? —cuestiona, tomando la bolsa en sus manos, y sacando su contenido, apoyándolo en la manta.
—Papá lo ha hecho...
—No se lo tengas en cuenta —intenta defenderlo la mujer de treinta y dos años, a pesar de no estar precisamente, en el mejor momento de su relación—. No soy quién para decir esto pero... —se pregunta cómo continuar, pero tras tomar aliento, lo hace—. El caso está complicándose más de lo que pensábamos, y tu padre ahora mismo no tiene la cabeza donde debería —añade en un tono que inequívocamente da testimonio de su resquemor.
—Tú tampoco pareces muy contenta —comenta la adolescente, agenciándose una de las cajas de almuerzo que ha preparado la de piel clara esta mañana, junto con el termo de refresco—. ¿Ha pasado algo entre vosotros?
—A veces olvido lo bien que se te da esto, Dais... —se sincera la pelirroja, tomando en sus manos la otra caja de almuerzo junto con el termo de agua.
—No es de extrañar —asevera la rubia de ojos claros—. He aprendido de la mejor.
—Zalamera... —se carcajea la pelirroja, antes de abrir la caja, comenzando a consumir la comida que hay en el primer piso: una ensalada de pasta—. Pero me temo que no estás desencaminada —los hombros de la analista del comportamiento se hunden tras decir esas palabras—. Hemos tenido una fuerte discusión.
—¿¡Qué!? —Daisy parece a punto de atragantarse con el bocado de patata asada que se ha metido a la boca, abriendo los ojos como platos al escucharla—. ¿¡Habéis discutido!? ¿¡Vosotros!? —no puede creerlo, pues no conoce a una pareja que coincida en sus opiniones tanto como lo hacen su padre y Cora. Cuando se percata de que otros estudiantes han girado sus cabezas en su dirección, la rubia se sonroja y baja el tono al momento—. ¿Qué ha pasado? —inquiere en un tono preocupado, pues debe haber sido lo bastante grave como para provocar una honda tristeza en la mujer que tiene delante.
—Lo más simple y tonto del mundo, Dais: diferencia de opiniones —se sincera con la muchacha, a la que prácticamente considera como su propia hija, tragando otro bocado de ensalada de pasta—. Tenemos puntos de vista muy distintos acerca de cómo proceder en este caso, y debido a la tensión y la ansiedad que nos está provocando, hemos acabado por estallar el uno contra el otro, como dos trenes a alta velocidad... —la pelirroja suspira, y tras beber algo de agua posa sus ojos celestes en los de la adolescente—. Te ahorraré los detalles, pero hemos dicho algunas cosas de las que nos arrepentimos enormemente, y francamente, no sé cómo vamos a conseguir solucionar todo esto, especialmente ahora...
—¿Especialmente ahora... Que estás embarazada? —Daisy no lo soporta más, y suelta la bomba de improviso, sorprendiendo momentáneamente a su compañera de comida, quien la contempla con una mirada y una expresión atónita—. Oh, vamos, no me chupo el dedo —intenta justificarse, pues siente que no debería haber admitido tan abiertamente que la ha estado observando—. Pero los síntomas eran muy evidentes...
—Ya me imaginaba que lo sospechabas —afirma Coraline en un tono confidente, sonriéndole con cariño—. Pero prométeme que no le dirás nada a tu padre, al menos de momento —añade con urgencia—. Tiene demasiadas cosas en la cabeza ahora mismo, y no necesita que yo le añada una más.
—Estoy segura de que Papá estará encantado cuando se lo cuentes.
—Eso espero, porque... Estoy francamente aterrada —las manos de la pelirroja de piel de alabastro tiemblan ligeramente en su regazo, tras terminarse la ensalada de pasta—. Dios, no sé qué pensar, qué hacer, no sé si es lo que quiere ahora mismo... Y ni siquiera hemos hablado de ello.
—Tranquila —la muchacha de piel clara y cabello trigueño, deja a un lado su comida y se acerca a ella, abrazándola con cariño con el propósito de tranquilizarla—. Todo irá bien, ya lo verás, Mamá... Yo no puedo estar más contenta con esta noticia.
—Daisy... —la voz de la pelirroja se torna emotiva, conmovida por sus palabras, y aunque advierte que nuevamente la rubia apela a ella de esa forma, lo deja pasar, pues desea tratar ese asunto después de la comida—. Malditas hormonas —se queja, secándose las lágrimas que han comenzado a originarse en sus ojos—. ¿Desde cuándo eres tú la adulta y yo la adolescente? —bromea, y ambas se carcajean al unísono—. Anda, terminemos de comer —la anima con un tono cordial y algo pícaro, antes de volver cada una a su respectivo lugar, continuando la ingesta de la comida y disfrutando de su mutua compañía.
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