Capítulo 7
Maggie Radcliffe se dirige al número 100 de Temple Street, en Bristol, pues ha concertado una cita con la Editora Jefe del grupo periodístico dedicado a trabajar con su periódico diario: El Eco de Broadchurch. Ha advertido ciertos cambios en los últimos números que han salido en las últimas semanas, y no puede mantenerse al margen, pues es su periódico al fin y al cabo. Además, ha escuchado algunos rumores nada positivos para ella y su periódico, y espera que no sean ciertos. No puede contar con la ayuda de Jocelyn porque se encuentra en Londres con un caso, pero la mantiene al día de sus intenciones. Sube las escaleras que llevan al edificio, y tras internarse en él, camina a paso ligero hacia el departamento de prensa del Grupo de Noticias de Wessex. Habla con la secretaria y se sienta a esperar en una mesa cercana.
Cuando ha pasado cerca de media hora, a las 08:30h, finalmente, una joven vestida con unos vaqueros azul marino, una camisa blanca y una chaqueta a juego con los pantalones, aparece por el pasillo entre los cubículos de los periodistas de la empresa. Su cabello castaño con mechas rubias ondea a su paso. Se dirige a su posición con lo que parece ser el almuerzo en un tupperware que sujeta en sus manos.
—Maggie, siento mucho haberte hecho esperar —se disculpa con una sonrisa amigable, intentando calmar las aguas ante lo que parece ser, una visita de negocios.
—He esperado tres semanas para reunirme contigo, Gwen.
—Lo sé, y lo siento —afirma la joven mientras abre la tapa del tupperware, con sus ojos marrones escaneando su contenido—. Pero me alegra que estés aquí.
—Vayamos al grano, ¿vale? —Maggie decide comenzar a expresar su descontento—. No puedo trabajar para una empresa que no me permite elegir mi propia primera página: llevo treinta años haciendo esto y se me da muy bien —se defiende, enumerando sus años de trabajo y experiencia en el campo del periodismo—. Al contrario que a la persona que ha descartado mi primera página, cambiándola por esta —la editora del Eco de Broadchurch sujeta en sus manos la edición del día en sus manos, en cuyo titular puede leerse: «El Gran Escape», y bajo el título, una fotografía de unos gatitos—. Gatitos en un contenedor... —hasta las palabras parecen veneno en cuanto las pronuncia.
—Gatitos escapando de un contenedor —corrige Gwen.
—¿En primera página?
—Es positivo, y vende —se defiende la joven mientras pincha un trozo de aguacate con su tenedor, antes de introducirlo en su boca, pues es su hora del almuerzo y está francamente hambrienta.
—Es para rellenar la página cinco —rebate Radcliffe llena de convicción—. La portada debería anunciar la concesión de licencias para trescientos nuevos hogares, ¿qué idiota pensó que esto era mejor? —se escandaliza la rubia de ojos azules, advirtiendo al momento que el rictus en la cara de Gwen se torna serio, antes de esbozar una sonrisa indiferente.
—Fui yo —asevera con cierto orgullo—. Yo lo cambié.
—Espero que estés avergonzada.
—No, que va —niega al momento Gwen sin ningún tipo de pudor—. Tu encabezas tus portadas con licencias, aparcamientos o hurtos todas las semanas.
—Somos un periódico de referencia para la vida del pueblo —se expresa Maggie, decidida a defender a capa y espada su periódico y la labor que allí se realiza—. Esas cosas solo hacen que mi periódico parezca frívolo, y minan mi autoridad como editora —Gwen la escucha en silencio, habiendo ensartado otro trozo de aguacate con su tenedor—. Pero eso lleva pasando mucho tiempo y se veía venir —suspira con pesadez antes de volver a la carga—. He perdido a mi único periodista por un tabloide nacional —hace referencia a la marcha de Olly del pueblo hace un año, pues deseaba conseguir un puesto en el Daily Mirror, y lo ha conseguido—. Y ahora esperas que cubra cada noticia que pase por aquí, yo sola, en un diminuto despacho y sin apoyo.
—Se que ha sido duro —finalmente, Gwen abre la boca para replicar—. Pero no vas a seguir haciéndolo todo tú sola —una pequeña esperanza se abre paso en el corazón de Maggie en cuanto la oye decir esas palabras.
—Oh, vaya, bien.
—Vas a venir a trabajar aquí —las intenciones de la editora caen como un cubo de agua fría sobre Maggie, quien no se esperaba para nada estas palabras.
—Creo que no, tesoro...
—No vamos a renovar el alquiler de tu local: ha subido demasiado de precio y no nos lo podemos seguir permitiendo —la joven parece no desalentarse fácilmente y continúa hablando como si nada—. Aquí hay sitio de sobra para ti.
—¡Ni de coña! —Radcliffe parece estar a punto de estallar por la furia y la impotencia que la invade—. Necesito estar donde están las historias, donde está la gente —argumenta, intentando hacerla cambiar de idea—. No puedo hacer eso desde aquí.
—Sabes lo duro que es nuestro negocio, Maggie, y más ahora, con la economía como está —la mujer de ojos castaños niega lentamente con la cabeza—. No podemos mantener nuestra presencia en Broadchurch, de modo que vamos a cerrar la oficina y a sacarla a la venta por si otro tabloide de noticias está interesado en comprárnosla —suspira pesadamente antes de dar un ultimátum—. Me temo que, si no te avienes a un acuerdo y decides optar por la mejor opción, que sería venir a trabajar aquí, nos veremos obligados también a cerrar el periódico.
—¿¡Qué!? —Maggie apenas puede creer lo que está escuchando—. ¿Pero tú te estás oyendo? ¡La gente necesita ver reflejadas sus vidas! ¡Ese es el objetivo de mi periódico! —la incredulidad pronto da paso a la indignación—. ¿¡De modo que es eso!? ¿¡Cómo decido no plegarme a vuestras demandas vais a echar por tierra años de trabajo, en favor de una prensa que desestima por completo las noticias locales!?
—Vamos a redefinir el concepto de local.
—Oh, por el amor de Dios... —Maggie rueda los ojos. "De modo que los rumores eran ciertos después de todo", se dice a sí misma mentalmente, antes de suspirar—. ¿Y cuándo va a pasar todo esto?
—El alquiler vencerá en cuatro semanas.
—El Eco de Broadchurch ha informado a ese pueblo durante más de un siglo —la editora de cabello rubio intenta luchar hasta el último aliento por su periódico—. A la gente le importa —trata de apelar a la humanidad de Gwen, pero con su consiguiente respuesta, comprueba que no dispone de ninguna.
—Que lo demuestren comprándolo más —la joven editora se levanta del asiento con celeridad y un ánimo agrio, recogiendo su tupperware—. ¿Sabes una cosa, Maggie? Los tiempos cambian —la alecciona con evidente satisfacción—. Asegúrate de que no te quedas atrás.
Mientras observa a Gwen abandonar la estancia por otro pasillo, probablemente en dirección al comedor de la empresa, Maggie se queda allí sentada, silenciosa. De modo que así acaba todo: el trabajo de toda su vida se va por un sumidero, y a ella le dan el finiquito porque la persona al cargo de la empresa, no sabe discernir entre una noticia de primera página y otra de quinta página. Y por nada del mundo piensa traicionar sus principio periodísticos. Se levanta de la silla entonces, colgándose el bolso de la clavícula antes de comenzar a caminar hacia el exterior. Solo espera que, la persona que ocupe su local y su puesto, sepa más de periodismo real y local que Gwen. Quizás, quien sabe, con suerte, consiga que a contraten... Ahora solo queda esperar. Esperar a que el verdugo suelte la cuerda de la guillotina, cuyo filo ya pende sobre su cuello.
El coche de Ellie Miller se detiene frente a un taller de coches en un estado francamente mejorable. Los tres policías se apean del vehículo en silencio, y los ojos azules de la analista aprovechan para observar el lugar. "No parece que sea un taller para gente del pueblo a juzgar por su ligero destartalado aspecto, aunque es evidente que pretende dar la impresión de ser un emplazamiento en el que todos los transeúntes de la zona, ya sean de paso o no, deberían dejar sus coches a reparar. Puede que los Atwood tengan más liquidez económica de lo que quieren aparentar con sus opulentas y masivas fiestas, pero desde luego, teniendo en cuenta el estado del taller, dudo mucho que la gran parte de su dinero provenga del taller de Jim o del trabajo como cajera de Cath", analiza para sus adentros la taheña subinspectora mientras se internan en el taller, cobijándose de los cálidos rayos de luz solar que han comenzado a clarear el, hasta ese entonces, encapotado día. Nada más entrar, un hombre maduro, de rasgos marcados, fuerte complexión, piel bronceada, cabello castaño y ojos azules, vestido con un mono de mecánico azul marino, se acerca a ellos. Sonríe amablemente, dejando ver su hilera de dientes blancos como perlas.
—Hola, soy Jim Atwood —los saluda con efusividad, antes de pasear su mirada por sus atuendos, percatándose de su actitud—. Imagino que son los inspectores de los que Cath me habló...
—Inspectores Hardy, Miller y Harper —el escocés no pierde el tiempo en interrumpirlo, pues tienen bastante prisa: cuanto antes consigan el listado de invitados, antes podrán cerrar el maldito caso—. Su mujer nos dijo que podía facilitarnos el listado con los nombres de los invitados a su fiesta.
—Sí, así es —asevera Jim mientras asiente, visiblemente cortado por la interrupción tan brusca por parte del inspector con vello facial—. Esta es la lista —se acerca a ellos entonces, siendo solo entonces percibido por los policías, que sujeta unas hojas en su mano derecha: está claro que estaba preparado para su llegada—. Con todas las anotaciones que Cath hizo a mano —es Ellie la que recibe la lista, con Coraline acercándosele, observando y leyendo los nombres tras inclinarse ligeramente por encima de su hombro—. Si se encontraba con alguien, lo invitaba —mientras Jim Atwood hace lo posible por justificar, aunque resulte innecesario, las acciones de su mujer, Hardy se acerca también a su colega de cabello rizado y castaño, leyendo con atención los nombres de la lista—. Le dije que tendría que parar en algún momento, pero así es mi mujer... Nunca acepta un «no» por respuesta.
—Oh, genial... —comenta Ellie con ironía, pues si esa afirmación resulta ser cierta, teme lo que pueda desencadenarse en lo venidero, si se llega a dar el caso de hablar nuevamente con Cath.
—Gracias, Señor Atwood —replica la agente Harper en un tono cordial, aunque pronto se percata de que la mirada del mecánico se torna esquiva. "Se muerde el labio inferior aunque hace el amago de ocultarlo, y sus ojos no paran de observarnos atentamente, como si quisiera saber algo... Está claro que quiere hacernos una pregunta acerca de la investigación, y si mis suposiciones están en lo cierto, tanto Cath como Jim Atwood están al corriente de que Trish es la superviviente de la agresión sexual", la joven de piel clara no pone en palabras sus pensamientos, pues no le es necesario. A los pocos segundos, el hombre frente a ella pronuncia su tan ansiada pregunta.
—¿Han visto a Trish?
—Ahora mismo me temo que no podemos comentar nada, salvo que estamos investigando una agresión sexual grave —responde rápidamente la subinspectora, quien gracias a su análisis ha sido capaz de adelantar una respuesta.
—¿Ian lo sabe?
—Por favor, Señor Atwood, no insista más —el tono de la mentalista se torna severo, pues empieza a preguntarse si realmente la persona que no puede soportar una negativa no se trata de Cath, sino de él—. No comente esto con nadie hasta que emitamos un comunicado oficial.
—La gente ya está hablando, Inspectora Harper.
—Pues no sea uno de ellos.
—¿Por qué se peleó con Ed Burnett en la fiesta? —intercede Alec, a quien no ha agradado en demasía la actitud y la ironía con la que Jim Atwood se ha dirigido a su pareja, encontrándolo realmente molesto.
—¿Se han enterado, verdad? —cuestiona el mecánico con el mono azul marino, soltando una risotada nerviosa a la par que incómoda, como si hubiera preferido mantener en secreto dicho altercado.
—Sí, su mujer lo mencionó —afirma la analista del comportamiento en un tono factual, contemplando que el hombre frente a ella se relame los labios en un gesto nervioso, al mismo tiempo que alza las cejas en lo que parece ser un gesto para expresar sorpresa, pero por sus palabras, queda claro que dicha información no lo ha cogido desprevenido.
—¿Oh, en serio?
—¿Por qué fue? —la voz demandante de Hardy resuena con eco en el lugar.
—Discutimos siempre por la misma mierda —Jim se encoge de hombros en un gesto hastiado, indicando a la mentalista que, efectivamente, ese tipo de discusiones suelen ser habituales entre ambos—. Por cómo dirige la tienda, por los turnos de mi mujer, la crisis de refugiados... —ante sus últimas palabras contempla cómo el superior de las dos mujeres arquea una de sus cejas—. Sí, especialmente por los turnos. Es... —parece buscar el apelativo adecuado—. Un cabrón.
Los agentes de policía no recompensan sus respuestas con una indicación verbal acerca de su acuerdo o desacuerdo en lo que respecta a Ed Burnett. De hecho, antes siquiera de que Ellie continúe con su interrogatorio, Alec le dirige a Lina una mirada para indicarle que lo siga. Su pareja capta al momento es indirecta y se separan del mecánico y su compañera trajeada de cabello rizado, acercándose a una mesa de enseres cercana. Es evidente que se trata de la mesa de Jim Atwood.
—¿Cuánto tiempo llevan casados Cath y usted?
La mirada de Jim Atwood se torna nerviosa en cuanto se percata de que los otros dos inspectores están revoloteando alrededor de su mesa, investigando. Siente que un ligero escalofrío y sudor frío lo recorren de arriba-abajo, y ni siquiera se da cuenta de que Ellie Miller le ha realizado una pregunta.
Entretanto, Alec se dirige a su brillante subordinada en un susurro cómplice.
—Mira: cañas, redes y equipo de pesca —señala, advirtiendo dichos componentes en la mesa—. Yo diría que tenemos una coincidencia.
—Sí, tiene la misma cuerda de pesca azul que todos los que la han comprado de «Redes Humphries»... Menuda coincidencia, Inspector Hardy —responde irónicamente su compañera y novia, cruzándose de brazos. Ante su respuesta, el hombre trajeado y con vello facial arquea una de sus cejas—. Si hablamos de coincidencias, deberíamos encontrar alguna acerca de su coartada la noche de la fiesta: si se ausentó en algún momento, y en caso de ser así, qué hizo...
—Procedimiento estándar, Subinspectora Harper, ¿por qué...?
—No había acabado, cielo —lo interrumpe ella con una ceja arqueada, habiendo percibido en el tono de su querido escocés un tinte impaciente y algo molesto por el uso de su título profesional. Ella contraataca con su apelativo cariñoso para calmar su irritación, y parece que funciona, pues traga saliva al escucharla, manteniéndose en silencio para dejarla continuar—. También tenemos que discernir cuál es su relación con Trish.
—¿Qué quieres decir? —su pareja la observa con intensidad—. ¿Has notado algo extraño?
—Digamos que... La preocupación de Jim Atwood no parece ser la típica que un hombre demostraría por la amiga de su mujer. De modo que, ¿a qué viene esa pregunta repentina e interesada por el estado de Trish? Sí, admito que puede caber la posibilidad de que Jim y Trish hayan podido cultivar una bonita amistad, pero no lo veo tan probable: si es así, ¿por qué cuando le preguntamos si tenía algún amigo al que poder recurrir, no mencionó a Jim? Alguien está ocultando información, y no me gusta cuando eso sucede —la analista del comportamiento explica su razonamiento rápidamente—. Puede que este caso sea más complejo de lo que parece a simple vista, y aunque no me guste admitirlo, el hermetismo de nuestra testigo no nos ayuda en estos momentos críticos de la investigación —suspira con pesadez—. Es evidente que las muestras de cuerda encontradas en las muñecas, son las mismas que aquellas que provee la empresa en la que trabaja Leo Humphries.
—Y por ello, tenemos que mantenernos ojo avizor con los posibles compañeros y amigos cercanos a Trish, especialmente aquellos de sexo masculino —asevera el escocés en un tono lleno de determinación, y su brillante compañera asiente al momento.
Por su parte, Ellie aún continúa contemplando el rostro algo nervioso y desencajado de Jim Atwood, quien no deja de posar su mirada en los dos inspectores que están rondando cerca de su mesa de trabajo. La castaña desvía su mirada momentáneamente hacia sus dos compañeros, quienes parece que acaban de mantener una rápida charla entre ellos, antes de dirigirse nuevamente hacia el mecánico.
—¿Señor Atwood? —éste finalmente parpadea, contemplándola confuso—. ¿Cuánto tiempo llevan casados Cath y usted? —repite la pregunta, porque es obvio que no ha prestado atención.
—Yo... Eh... —aún parece nervioso y no encuentra las palabras—. Veintisiete años este agosto —responde finalmente tras una breve pausa—. Me espera un permiso por buen comportamiento —bromea, pero la castaña no le ríe la chanza.
"Extraño: si lleva junto a su mujer tanto tiempo, ¿por qué razón parece costarle responder?", piensa Ellie tras escuchar esas palabras salir de sus labios. Es entonces cuando se gira hacia su amigo y superior, cuya vista está ahora fija en el mecánico.
—¿Usted pesca?
—No —su respuesta es firme, y ni titubea ni parpadea demasiado rápido, indicando que dice la verdad—. Lo he intentado un par de veces, pero... —contempla cómo la taheña y el castaño vuelven su vista momentáneamente a sus enseres de pesca—. Lo tengo todo ahí porque Cath no lo quería desperdigado por la casa, y no he querido tirarlo.
El hombre de delgada complexión intercambia un silenciosa mirada con su subinspectora favorita tras escuchar esa respuesta por parte de Jim Atwood. El escocés decide entonces que han conseguido todo lo que necesitan de este hombre y es el momento idóneo para volver a la comisaría a entregar las pruebas a los laboratorios forenses, además de hacerle entrega a Katie Harford de la lista de invitados. Mientras ambos caminan hacia el lugar en el que se encuentra Ellie, Alec suspira pesadamente, recordando que aún hay algo que necesitan de Jim.
—¿Podría pasarse por la comisaría y prestar declaración sobre todo lo que hizo el sábado por la noche? —nada más pronunciar esa pregunta, los tres agentes contemplan cómo el rostro del marido de Cath palidece, y traga saliva antes de responder con otra pregunta.
—¿Hay alguna razón por la que tenga que hacerlo?
—Necesitamos todos los detalles posibles —responde Hardy en un tono severo, preguntándose por qué demonios intenta negarse a cooperar, a menos que tenga algo que ocultar, como ha indicado su pareja—. Al fin y al cabo, fue en su fiesta —presiona en el punto débil de todo ser humano, como bien ha aprendido a hacer de su querida analista: la culpa y el remordimiento. Inmediatamente, aprecia satisfactoriamente que Jim comienza a asentir lentamente en silencio.
—Y necesitamos que nos dé una muestra de ADN —intercede la joven de treinta y dos años en un tono sereno y profesional, el cual acomoda a uno amable para incitarlo a cooperar con sus demandas, demostrando nuevamente el leve control que es capaz de ejercer al momento de manipular el comportamiento ajeno—. Le pediremos a todos los invitados a la fiesta que hagan lo mismo —no desvía sus ojos del mecánico, quien parece considerar sus palabras—. Aunque claro, es algo totalmente voluntario —añade en un tono casual, dejando implícita la sucesión de hechos que se darían en el caso de negarse a proveer una muestra de ADN: si se niega, aunque sea algo voluntario, será considerado sospechoso por dicha negación, y formará parte de la lista de principales candidatos a cometer una agresión sexual.
—No hay problema —Jim apenas tarda unos segundos en contestar afirmativamente en cuanto escucha la implícita amenaza de la taheña—. Estuve pensando mientras hacía la lista, que conocíamos a todo el mundo... Y eso significa, que podría haber sido un amigo —en cuanto esas últimas palabras salen de sus labios, a los agentes les viene a la cabeza el caso de Danny Latimer, en el que la familia del niño asesinado era perfectamente consciente de que el responsable debía ser, por fuerza, alguien de la comunidad. Alguien conocido. Un amigo. Y así fue.
—Necesitamos esa lista para descartar a la gente, no para incriminarla.
—Está bien saberlo, Inspectora Miller.
—A menos que sospeche de alguien en concreto que estuviera allí aquella noche —las palabras de la analista del comportamiento son extremadamente certeras, pues tienen el propósito de provocar una respuesta emocional en este hombre, y al parecer, por cómo enarca las cejas y fija los ojos en la nada, consigue exactamente lo que quiere.
—Dejen que le dé un vuelta...
—Bien —afirma Alec en un tono más cordial, antes de asentir—. Gracias por su tiempo, Señor Atwood —se despide del mecánico, antes de comenzar a caminar hacia el exterior, con sus dos compañeras caminando a su par, quedando Ellie entre ellos—. Parece que no confía demasiado en sus invitados —comenta el escocés en un tono que denota su suspicacia, nada más se encuentran en el exterior del taller, caminando hacia el coche de la castaña, quien está revisando los nombres de la lista con atención—. ¿Reconoces algún nombre?
—Sí, unos cuantos —afirma Ellie categóricamente, antes de dejarle ver la lista a su buena amiga y compañera de profesión—. Veo que tú también —añade, contemplando que los ojos de la muchacha de treinta y dos años, se abren ligeramente por la sorpresa.
—No los conozco, estrictamente hablando —se defiende la analista del comportamiento—. Mi madre era quien... —se traba a media frase nada más menciona a su querida progenitora, pues su falta aún se hace notar y duele como el primer día—. ...Ella era quien los conocía, por sus paseos en el pueblo y sus visitas a los distintos comercios. En ocasiones, hasta hacía de canguro de sus hijos —añade con un tono cariñoso, rememorando viejos tiempos, antes de carraspear—. En todo caso, pronto empezarán a hablar entre ellos y a especular...
—Sí, por desgracia... —concuerda el hombre trajeado con cabello castaño mientras niega con la cabeza, pues si algo odia de los pequeños pueblos como Broadchurch, es lo rápido que se propagan las noticias, ya sean buenas o malas, y lo mucho que los vecinos cuchichean a espaldas de todos.
Jim Atwood, que ha salido de su taller pocos segundos después de que lo hicieran los inspectores de policía, se apoya en la pared cercana, contemplándolos avanzar por la calle hasta el coche de la castaña. En un momento dado, uno de sus empleados más capaces y serviciales, Raúl, le entrega una taza de café bien cargado, pues sabe que la necesita de sobra tras una charla como esta. El mecánico y dueño del taller le agradece el gesto y toma la taza de café en su mano derecha, soplando ligeramente en su superficie para enfriarlo un poco, mientras con sus ojos azules contempla cómo el coche de la Inspectora Miller desaparca y se aleja de allí rápidamente.
Una vez llegan a la comisaría de Broadchurch, aparcando el coche de Ellie aproximadamente a las 08:45h, la pelirroja se siente reconfortada por la visión de la circular edificación y sus columnas. Tratar con sospechosos siempre la deja para el arrastre, y no solo porque tenga que implicarse mental y emocionalmente en cada conexión empática, como lo llama ella, sino que el hecho de estar siempre sospechando de todo y de todos le provoca intensas migrañas. Tras apearse del coche se dirige a sus dos compañeros.
—Voy a entregarle las redes de pesca al equipo forense —asevera, tomando en sus manos las bolsas de pruebas—. Con suerte, tendremos algún resultado para mañana por la mañana.
—Espero que tengas razón, Cora —desea la inspectora de cabello castaño recogido en una coleta antes de suspirar—. Nosotros vamos a aprovechar para tomar un pequeño apetitivo —la informa, antes de rectificar rápidamente—. O al menos está claro que yo lo haré —apostilla Ellie en un tono divertido, antes de hacer alusión al hecho de que su jefe, como es costumbre, apenas cuida de sí mismo cuando está enfrascado en un caso.
—En ese caso, cuida de que al menos se tome un café, Ell —dice la analista del comportamiento en un tono cordial, y contempla aliviada que su amiga asiente. Siempre que pueda dejar a Alec en las capaces manos de Ellie, no hay motivo para preocuparse—. Puede que aproveche para pasarme por casa a darme una ducha caliente, de modo que si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme —se dirige al hombre que ama entonces, habiéndose acercado a él tras comprobar que Ellie parece absorta en un mensaje de texto entrante en su teléfono móvil. El Inspector Hardy asiente ante sus palabras con una sonrisa cálida, y antes de inclinarse hacia ella, comprueba que no haya ningún miembro del cuerpo en las inmediaciones para brindándole un casto pero afectuoso beso en los labios.
—Nos vemos más tarde, Lina.
Tras despedirse de sus dos compañeros la pelirroja sube rápidamente las escaleras que conducen a la comisaría, traspasando sus puertas en apenas unos veinte pasos. Una vez atraviesa el control de personal, se dirige a la zona del equipo forense dirigida por Brian Young. Tuerce a la izquierda en el principal pasillo de entrada y baja dos pares de escaleras. Tal y como esperaba, nada más entra en uno de los laboratorios a mano derecha, lo encuentra analizando algunas muestras en un microscopio. Debe abstenerse de la idea de acercarse sigilosamente para sobresaltarlo, pues es consciente de lo importante que es su labor para el caso. Es por ello por lo que, a pesar de que la puerta del laboratorio se encuentra abierta, la toca con el nudillo de la mano derecha hasta en tres ocasiones.
—¡Cora! —Brian inmediatamente esboza una sonrisa al verla en el umbral de la puerta, y se apresura en apartarse del microscopio, despojándose de sus guantes, bata, mascarilla y gorro—. ¡Me alegro de verte! —la saluda con un abrazo amistoso que ella corresponde al momento—. ¿Vienes a invitarme a una taza de té? Porque si te soy completamente sincero, me vendría muy bien ahora mismo —le comenta, y la taheña hace un ingente esfuerzo por no echarse a reír—. Este caso está aumentando mi estrés y cantidad de trabajo de forma exponencial... De modo que no quiero ni imaginarme cómo estarás tú —aventura, contemplando que su compañera y amiga asiente ante sus palabras, puesto que concuerda con sus opiniones—. Pero bueno, no quiero meterte en problemas con tu novio —los ojos de la mentalista se abren ligeramente con pasmo ante su confidencia—. Nada más veros en la escena del crimen ha sido muy evidente —se explica, y contempla cómo la mujer de piel de alabastro desvía la mirada al suelo, nerviosa—. Tranquila, mis labios están sellados —hace un gesto con la mano derecha, como si estuviera cerrando una cremallera en los susodichos—. Bueno, ¿a qué se debe el placer de tu visita?
—Me temo que no vengo a charlar ni a ofrecerte una taza de té, Brian —se sincera la joven de ojos cerúleos, antes de suspirar pesadamente, enseñándole las bolsas que ha traído consigo—. Tengo trabajo para tus chicos y tú —le entrega las bolsas, y al momento de hacerlo, Young inmediatamente se equipa con el atuendo esterilizado para evitar su contaminación—. Son redes de pesca de la empresa «Redes Humphries». Tenemos la hipótesis de que las fibras encontradas en las muñecas de Trish Winterman proceden de una cuerda distribuida por dicha empresa.
—Si encontramos una coincidencia, probará que el agresor es de la zona de Broadchurch.
—Exacto —afirma la mentalista en un tono sereno, siendo testigo de cómo el forense se aleja de la puerta principal, de cuyo umbral ella no se ha movido, hasta estar nuevamente sentado en un taburete frente a la mesa del laboratorio—. Si por algún tipo de milagro conseguís algún resultado para mañana por la mañana, te invitaré a una taza de té en la cafetería que tú elijas.
—Sabes cómo conquistar a un hombre, ¿verdad, Cora? —se carcajea Brian con una sonrisa contagiosa, comenzando a sacar las pruebas de las bolsas, extendiéndolas por la superficie de la mesa—. Aunque agradezco el ofrecimiento, me basta con la intención —añade con un tono amable—. Me aseguraré de contactar contigo en cuanto tengamos un resultado concluyente.
—Estupendo, muchas gracias, Brian —le dice la mujer con dotes analíticas, antes de observar su reloj de muñeca—. Tengo que irme ya, pero ha sido un placer charlar contigo.
—Lo mismo digo, Cora.
Tras salir del laboratorio forense, la taheña con rango de subinspectora sube las escaleras de la comisaría hasta llegar a la zona en la que se encuentran las mesas de sus compañeros y la suya propia. Contempla a Katie Harford trabajando a destajo, consultando algunos documentos relativos al incidente en busca de alguna pista, y alaba internamente que haya cambiado mínimamente su chip en favor de la investigación. Cuando está a punto de sentarse en su lugar para detallar los recientes sucesos del caso, la Comisaria Stone la llama a su despacho de forma discreta. Inmediatamente, pues sabe la razón para su secretismo, se apresura a entrar en su despacho, cerrando la puerta a su espalda.
—¿Cómo va la investigación? —el tono de voz de Ava es lo suficientemente alto como para que el personal en el exterior del despacho pueda oírlo, de forma que no levantarán sospechas al reunirse para charlar.
—Aún debemos realizar el listado completo de hombres presentes en la fiesta, de modo que estamos en las fases iniciales de la investigación —responde Coraline en un tono equivalente, contemplado que Ava le dirige una sonrisa agradecida—. Lamento no haber podido personarme antes aquí... Ya sabes cómo está siendo este caso.
—Sí, no te preocupes —afirma la mujer rubia y de ojos castaños antes de suspirar—. Me alegra haberte encontrado por aquí —su tono de voz se torna serio, inclinándose hacia delante en la silla, apoyando los codos en la superficie de la mesa, mientras entrelaza las manos frente a su rostro—. Tus amigos han estado esta mañana aquí, y me han hecho entrega de los últimos cabos sueltos de este caso que llevamos con la Interpol —comienza a informarla acerca de su operación encubierta en un tono que roza el susurro—. Lo tenemos todo listo, pero solo queda la última fase: ultimar la trampa.
—Y para ello me necesitáis a mi —finaliza la analista por ella, y su jefa asiente al momento.
—Primero de todo, antes de informarte acerca de los detalles, quiero confirmar que sigues estando de acuerdo con involucrarte en esta operación, y más ahora, cuando has tenido que soportar grandes cambios en tu vida... —el tono de Ava denota claramente que no la condenará o vilipendiará en caso de que decida retirarse ahora. Asimismo, hace alusión a la pérdida de Tara Williams, siendo algo que afectó a muchos miembros de la comisaría, pues conocían bien a la amable mujer que era la madre de la mentalista—. Al fin y al cabo, ahora tienes la oportunidad de vivir una vida normal —añade, rememorando las palabras de uno de los amigos de su subinspectora.
—Pienso formar parte de esta operación, Ava —la mujer pelirroja ni siquiera necesita dos segundos para plantearse la pregunta—. Quiero vivir una vida normal, no me malinterpretes, pero no conseguiré hacerlo hasta que no haya acabado de una vez por todas con todo esto.
—Lo comprendo, y quiero que sepas que odio tener que pedirte que te involucres nuevamente con esta organización, cuando sé perfectamente cómo conseguirse salir arrastrándote de ese infierno, pero me temo que tus amigos han sido muy persuasivos en este punto —el tono de Ava Stone indica a todos rasgos su preocupación por el bienestar de su apreciada subordinada, especialmente porque a consecuencia del pasar del tiempo, han cultivado una buena amistad—. Necesitamos un cebo para el pez, y tú eres nuestra mejor opción.
—Entiendo —Coraline cruza los brazos bajo el pecho—. Queréis tentarlo con la posibilidad de volver a reclutarme para su organización, y así, llevarlo a un terreno lo bastante defendible como para preparar una emboscada.
—En efecto —Ava agradece que la mente avispada de la joven con piel de alabastro trabaje tan rápido para conectar los hechos, pues le ahorra las explicaciones—. Pero como habrás podido imaginar, esta operación entraña ciertos riesgos, especialmente para ti, de modo que tus amigos han terminado por aportar una modificación al plan original.
—Déjame adivinar —la joven británica apenas tiene que pensar en ello para encontrar la respuesta—. Quieren hacer de señuelo al igual que yo —nada más contemplar la mirada serena de su superiora, suspira pesadamente, desviando su mirada al suelo de la estancia—. Lo que imaginaba... No puedo decir que no lo comprenda, pues yo haría lo mismo en su situación —carraspea tras unos segundos, rememorando aquel voto que hicieron hace años, fijando nuevamente su vista en su superiora—. ¿Qué se ha decidido exactamente?
—Concertaremos una reunión con él en la playa de Broadchurch, de noche, a fin de que nuestros efectivos sean capaces de camuflarse lo máximo posible con el entorno. Como bien has dicho, se trata de una zona abierta y bien defendible, y por si fuera poco, como señaló uno de tus amigos, los acantilados nos darán una ventaja estratégica a la hora de suprimir cualquier jugarreta por su parte —Ava resume rápidamente los puntos clave del plan—. Una vez tus amigos y tú os reunáis allí con él, el resto quedará en vuestras manos, pero necesitaremos que nos proveas de una señal para intervenir.
—Será mejor que intervengáis cuando lo haya reducido —sugiere la joven, quien al momento contempla la negativa de Ava en sus ojos—. El plan que he trazado para acercarme a él lo suficiente como para reducirlo, necesita que no actuéis ni hagáis notar vuestra presencia hasta tener la situación bajo control.
—¿Pero y si no resulta? —Stone da testimonio de su miedo—. ¿Y si no consigues reducirlo?
—Entonces será mejor que os preparéis para intervenir en un baño de sangre —asevera la joven de cabello carmesí en un tono fatalista pero certero—. Los de la mafia rusa no acostumbran a hacer prisioneros, y mucho menos al ser conscientes de que se les ha tendido una trampa —un escalofrío recorre la espalda de la comisaria de cabellera rubia nada más escuchar esa certeza en las palabras de su compañera de profesión—. Si se diera el peor de los casos y la operación y sus involucrados corrieran peligro, mis amigos y yo nos veríamos obligados a intervenir como lo hacíamos cuando estábamos trabajando para su organización, y es por ello, que necesito tu permiso explícito para actuar así en caso de ser necesario.
—Esperemos que no llegue a eso —niega la de ojos castaños antes de suspirar, pues contempla la mirada llena de determinación que le dirige la muchacha de treinta y dos años—. Pero tienes mi permiso —la estancia se queda en silencio por unos instantes, con ambas mujeres sopesando que a pesar de ser un plan detallado hasta la locura, siempre puede haber algo que se tuerza, o un cambio de planes inesperado que pueda obligarlos a improvisar—. ¿Alec Hardy y Ellie Miller sospechan algo de todo esto?
—No, que yo haya advertido... Aunque sí que están extrañados por la falta de personal.
—¿Estás segura de querer mantenerlos al margen de todo esto? Si algo llegara a pasar...
—Estoy segura —la voz tajante de la pelirroja la corta en seco—. Lo último que quiero es que se involucren en la operación y pongan sus propias vidas en juego por un fantasma de mi pasado —niega con la cabeza mientras imágenes de su madre le sobrevienen a la mente, del día que la vio por última vez, en el féretro: aún recuerda cómo la afectó el ser consciente del horror que sufrió siendo apenas una adolescente—. Hablaré con ellos para explicárselo cuando haya pasado todo.
—A menos que empiecen a sospechar, en cuyo caso, deberás traerlos a mi presencia —Ava como es evidente, ya está valorando la posibilidad de que Alec y Ellie sean lo bastante avispados como para percatarse de que algo se trama a sus espaldas—. Bien —la comisaria se levanta de su asiento entonces, y Coraline hace lo propio—. Te mandaré un mensaje cuando se haya fijado a fecha para la operación.
—De acuerdo —afirma la joven despidiéndose de su superiora con discreción, antes de alzar la voz para indicar a las personas en el exterior del despacho que su reunión ha finalizado—. Espero tener buenos resultados pronto para cumplir con sus expectativas.
—Eso espero, Subinspectora Harper —se despide la comisaria, antes de contemplar cómo la mujer que se dedica a analizar el comportamiento abre la puerta de su despacho y sale de él con el propósito de llegar a su casa para darse una ducha caliente, pues se lo ha ganado con creces.
Entretanto, Ellie Miller ha salido de la comisaría de Broadchurch junto a su jefe y buen amigo, despidiéndose ambos de la pelirroja, a quien han visto conducir su coche fuera del aparcamiento para dirigirse a la vivienda que comparte con el escocés, con el propósito de relajarse un poco. Aprovechando la coyuntura, la castaña decide sacar un tema que lleva dos días inquietándola.
—¿No crees que Cora se comporta de forma extraña? —la pregunta toma desprevenido completamente al hombre a su lado, quien la contempla como si le acabase de salir otra cabeza junto a la que ya tiene—. Quiero decir —se apresura en clarificar la de ojos pardos—, está más sensible de lo normal, tiene vahíos y nauseas... —enumera la lista de síntomas que ha notado en su amiga. "Ni por asomo me he creído la excusa que me dio acerca de una gastroenteritis. Si así fuera, habría decidido quedarse en casa para recuperarse, y no solo no lo ha hecho, sino que continúa trabajando como si nada", se dice a sí misma.
—Ahora que lo dices en algunos momentos sí que he notado eso que mencionas —afirma el hombre con vello facial, reflexionando momentáneamente acerca de la razón que podría subyacer a esos síntomas—. Empiezo a pensar que el caso le está pasando factura, afectándola más de la cuenta, y eso repercute en su salud —se expresa con preocupación evidente en su tono de voz, y Ellie resiste el impulso de rodar los ojos: no duda de su preocupación, y es ciertamente tierno el verlo así, pero por Dios, ¿acaso no ve la pauta? No puede creerlo, pero claro, cuando tiene un caso Hardy tiene visión de túnel e ignora lo demás, por muy rematadamente obvio que sea para el resto de los mortales—. ¿Crees que debería sugerirle que vuelva a recibir sesiones de terapia psicológica? Sé que dice que lo tiene bajo control, pero si aún quedan remanentes del trauma y están afectando a su vida y trabajo, ¿debería apartarla del caso? ¿No debería intentar ayudarla? —Ellie se sorprende momentáneamente de que le pida consejo, pero pronto comprende que, incluyéndole a él, ella es la única persona que realmente conoce en profundidad a su querida mentalista y está al tanto de los hechos de su vida.
—¿Sinceramente? No lo sé —le confía en confianza, encogiéndose de hombros—. Cora tiene una personalidad muy fuerte, y es cabezota hasta el extremo, pero imagino que si le explicas tu punto de vista, acabará por entenderlo y quizás lo considere —reflexiona, antes de carcajearse por lo bajo—. Por otro lado, estoy convencida de que si intentas apartarla del caso, acabarás sufriendo daños colaterales.
—Esperemos que ese no sea el caso —desea el escocés en un tono esperanzador antes de revisar su reloj, rememorando que uno de sus oficiales les ha indicado que Beth Latimer es la asesora de su víctima de agresión sexual. "Esto parece una broma cruel del destino... ¿Qué probabilidades había de que fuera ella?", piensa para sus adentros, suspirando pesadamente antes de comenzar a bajar las escaleras—. Respecto al caso...
—No empieces otra vez.
—No quiero condicionar a Beth, solo quiero que nos ayude a preparar a Trish Winterman, para que podamos interrogarla lo antes posible —Hardy hace caso omiso a las palabras de su compañera y amiga, insistiendo en su afán por conseguir la colaboración de la madre de Danny.
—Ya sabes en qué estado está Trish —le recuerda Ellie, haciendo alusión a la anterior discusión que mantuvieron Cora y ella con él acerca de presionarla para obtener resultados—. Si le das uno o dos días más...
—Imposible —niega categóricamente el hombre con traje—. Incluso con un día sería demasiado arriesgado: hay demasiado en juego.
—El interrogatorio en vídeo será la principal prueba de Trish en un juicio, y si el caso llega tan lejos, y comete un error, o su memoria está borrosa, podría causar grandes problemas para... —argumenta Ellie, quien es de la misma opinión que su querida amiga y analista del comportamiento.
—Pero si esperamos, perderemos una información crucial, ¡y quizá ataquen a otra mujer! —la interrumpe el de cabello castaño lacio en un tono lleno de determinación.
—¡Eso no es responsabilidad de Trish! —le espeta ella en un tono ligeramente indignado, pues no puede creer que su jefe mantenga la misma actitud que provocó una discusión previamente—. Si Cora estuviera aquí, sé que diría lo mismo.
—Pero no está, Miller —rebate él en un tono severo. "¿Cómo es que no lo entiende? No puedo dejar que hagan daño a otra mujer y que el caso se alargue y complique en exceso, o la psique de Lina podría verse afectada muy negativamente. Por no hablar del pánico que correría por la población civil", podría darle esos argumentos para hacerla entender, pero es muy testarudo para hacerlo, y es por eso por lo que no lo verbaliza en ningún momento—. Y tienes razón: no es responsabilidad de Trish. Es mía —añade en un tono férreo, recalcando lo complicado de su posición como inspector a cargo del caso—. Debo sopesar el riesgo que supone para las pruebas de Trish y para la seguridad de la población.
—¿Y no podemos proteger ambas cosas?
—Dime cómo —la exhorta él en un tono impaciente, encogiéndose de hombros—. Sé que Cora no estará de acuerdo con esto, pero hasta ella ha admitido que necesitamos que nos diga lo que sabe lo antes posible —argumenta, haciendo alusión a la discreta charla que han mantenido en el taller de Jim Atwood, donde su pareja ha admitido que el silencio de su testigo es, a largo plazo, perjudicial para el caso—. Habla con Beth —le pide en un tono más autoritario que de costumbre, pues el mantener este tipo de discusiones siempre lo molestan mínimamente—. Tiene que preparar a Trish para el interrogatorio —finaliza, dándole la espalda a su compañera, quien lo contempla alejarse de la comisaría con el ceño fruncido.
Al cabo de varios minutos, a las 09:00h, Ellie se ha reunido con Beth en la marquesina del autobús de la playa. Han aprovechado para comprar dos cafés con leche, pues la conversación va para largo. La castaña de ojos pardos trajeada resopla disimuladamente: cómo no, Hardy le encasqueta un trabajo con el que no está para nada de acuerdo, y tiene que obedecer a regañadientes. No es nada nuevo, pero en esta ocasión, con este caso en concreto, no puede evitar sentir en el estómago una gran animosidad por su jefe.
—¿Cómo está Coraline? —cuestiona de pronto Beth, sacándola de sus pensamientos—. Desde la muerte de Tara la he visto muy apagada y triste, y no es para menos, no me malinterpretes, pero contrasta tanto con la chica que conocí hace varios años: tan positiva, enérgica y decidida...
—Está pasando por un mal momento, ya lo sabes —sentencia Ellie en un tono sereno, negando con la cabeza mientras toma un sorbo del café. Ante sus palabras, la matriarca de los Latimer asiente en silencio, pues comprende el dolor que está atravesando la muchacha—. Tara era un pilar en su vida, y ha estado con ella desde sus peores vivencias... Para Cora es como si le hubieran arrancado una parte de su ser, y le hubieran dicho que se recompusiera.
—Tara la ayudó a superar y sobreponerse a todo lo que hizo Joe... Incluso tras reencontrarse con él —afirma Beth con certeza, rememorando las palabras tan protectoras que le dirigió la madre de la pelirroja al agresor de su hija. Aún la estremecen—. Hoy es el día en el que todavía no sé cómo agradecerle todo lo que hizo por nosotros. Exponerse a algo así, ahora que comprendo mejor lo que sufrió en su piel gracias a mi formación... Es admirable —ensalza sus virtudes, y la policía de cabello recogido en una coleta no puede estar más de acuerdo—. ¿Crees que sabe que la apoyamos? Mi familia y yo —inquiere de pronto, tomando un sorbo de su propio café—. Me gustaría decirle que estamos disponibles si necesita cualquier cosa.
—Seguro que lo sabe, pero creo que le encantará escucharlo de tus labios si tienes la oportunidad de decírselo —sonríe la madre de Tom, tomando un nuevo sorbo a su café—. Ahora mismo necesita todo el apoyo posible...
—¿No tiene familia a la que recurrir?
—Me temo que no —niega la Inspectora Miller tristemente—. Sus abuelos maternos y paternos fallecieron hace tiempo, no tiene tíos maternos o paternos, su padre falleció cuando no era más que una niña, y ahora Tara... —enumerar las pérdidas que ha sufrido su amiga hace que a Ellie se le haga un nudo en la garganta: ella aún tiene a su padre, pero Cora se ha quedado prácticamente sola—. Alec hace lo que puede por ayudarla, y parece que sirve de algo, pero todavía tardará un tiempo en volver a ser ella misma.
—De modo que... ¿Es cierto? —quiere saber la madre de Chloe, habiendo bajado el tono, como si fueran dos adolescentes que están a punto de compartir un secreto muy jugoso—. ¿Están juntos? ¿Juntos-juntos? —finalmente hace la pregunta, y Ellie se carcajea por lo bajo, instándola a callarse, pues Beth también ha empezado a reír.
—No lo han dicho explícitamente, pero es evidente que no es solo una relación profesional.
—¿Y a qué esperan para hacerlo oficial? —se encoge de hombros la asesora—. Están siendo muy discretos, no te lo niego, pero todos en el pueblo lo sabemos ya, o como mínimo, lo sospechamos.
—Quién sabe —la inspectora no tiene respuesta—. Puede que les guste mantener la ilusión de que su relación es secreta... Quizás le dé algo de chispa al asunto —nuevamente, ambas estallan en una carcajada—. Ahora fuera de bromas, me alivia mucho que Cora haya encontrado a alguien que la apoye de esa forma.
—Sí, yo también —concuerda Latimer con una sonrisa suave—. También me alegro por el Inspector Hardy —añade, y nota los ojos castaños de Ellie en su rostro—. Parecía un hombre tan solitario y necesitado de cariño sincero, que me alegra que se encontrase con Cora en su camino.
Ellie no dice nada al respecto, pues no quiere ser más indiscreta de lo que ya lo ha sido hace unos minutos, discurriendo acerca de la relación romántica entre sus amigos. Se pregunta cómo sacar el tema de Trish, y como no encuentra la forma de hacerlo, decide ponerla al corriente de los últimos acontecimientos en su vida.
—Han expulsado a Tom del colegio por una semana.
—¿Por qué?
—Por compartir pornografía con su móvil —cuando dice las palabras Ellie quiere golpearse.
—No... —Beth está claramente mortificada y se pregunta como habría reaccionado ella de haberse tratado de Danny. Probablemente le había confiscado el teléfono hasta Navidades.
—Sí —la policía reafirma sus palabras con un tono pesimista—. Es genial —añade con ironía.
—¿Te ha dado Cora algún consejo? —cuestiona, pues es consciente de la buena amistad entre Ellie y la pelirroja, además del hecho de que se dedica al análisis del comportamiento, de forma que quizás pueda ayudarla con este bache.
—Va a tener una charla con Tom al respecto cuando sea conveniente, y espero que sirva de algo —responde la mujer policía en un tono esperanzado, deseando que las palabras de su amiga hagan mella en su hijo—. Maldita sea, Beth, esos cacharros no sabemos ni lo que tienen —se expresa con preocupación, pues el mundo de Internet es todo un desconocimientos para ellas—. Nosotras no teníamos el acceso que tienen ellos a esas cosas.
—Recuerdo que Alex Wilson nos leía fragmentos subidos de tono de Jilly Cooper cuando teníamos trece años —la vivencia que aparece en su mente provoca que estalle en una carcajada divertida—. Aún siento un cosquilleo cuando lo pienso...
—Yo encontré el vibrador de mi madre cuando tenía doce años —le revela Ellie.
—¡Venga ya! —Beth se sorprende.
—Le pregunté para qué era.
—¿Y qué te dijo?
—Que era una batidora, y que no se lo dijera a mi padre —ambas se carcajean nuevamente como dos colegialas—. Pensé que era raro al tratarse de una batidora, porque, ¿por qué no querría que se lo dijera? —nuevamente, estallan en una risa contagiosa—. Oh, Dios, su cara... Apenas recuerdo como era —rememora el rostro de su madre, a quien hacía tiempo que no veía, y se reprocha el no haberla visitado más a menudo. Su rostro se torna serio mientras sopesa cómo cambiar de tema, pues debe abordarlo cuanto antes, y no quiere ser desleal a Beth contándole una mentira—. Escucha, no quiero mentirte: necesitamos tu ayuda con Trish Winterman.
—Ni siquiera la he conocido aún —se expresa Beth, apreciando la honestidad que demuestra su amiga con ella, sincerándose sobre la verdadera razón para su reunión.
—Lo sé, pero necesitamos hacer progresos con la investigación, y ella es nuestra principal fuente de pruebas —se detesta a sí misma al pronunciar esas palabras. Es como si estuviera permitiendo que el espíritu de Hardy la poseyera. Casi está por jurar que acabará hablando con acento escocés—. Si pudiéramos interrogarla pronto, la diferencia sería abismal.
—Ese no es mi trabajo, Ell —niega con la cabeza la madre de Danny—. No deberías pedirme eso —se expresa, antes de suspirar—. Las primeras reuniones con mis clientes ya son difíciles de por sí. No necesito más presión —expresa su descontento, pero Ellie es capaz de ver que no está molesta con ella, sino con el responsable de obligarla a esto—. Somos independientes.
—Sí, lo sé, pero... —traga saliva, pues sabe qué debe decir a continuación para hacerla colaborar, siendo algo que ha aprendido a hacer, gracias a los años que ha pasado trabajando codo con codo con la mentalista—. El que atacó a Trish sigue campando a sus anchas por ahí, y ella es la principal pista para encontrarlo y evitar que agreda a más mujeres.
—¿Qué opina Cora de todo esto?
—Está en contra, evidentemente... Tanto como analista del comportamiento, como por ser una superviviente de una agresión sexual —afirma su buena amiga—. Pero como agente de la ley, es consciente de que no podemos prorrogarlo por mucho más tiempo a menos que queramos exponernos a una desgracia.
—No te prometo nada —tras unos segundos de silencio, Beth finalmente se decide, provocando que una sonrisa entre aliviada y agradecida aparezca en los labios de la policía de cabello castaño.
—¿Ya te he dicho lo increíble que eres por haber escogido este trabajo?
—Solo estás haciéndome la pelota —sonríe Beth, halagada por sus palabras.
—No, eso ya lo he hecho —niega Miller en un tono sereno—. Estoy siendo sincera —le asegura con una sonrisa amigable y llena de cariño—. Estoy muy orgullosa de ti.
Unos minutos más tarde, aproximadamente a las 09:26h, Beth, que se ha colgado su bolso como una bandolera, camina hacia el establecimiento en el que va a reunirse con Trish. Lo ha escogido su clienta, y se encuentra en un emplazamiento algo alejado de su casa y del centro del pueblo de Broadchurch. Probablemente lo haya hecho para evitar ser reconocida o vista por alguno de sus amigos o familiares. El local tiene pinta de ser rústico, y está en primera línea de playa, con algunos botes cerca. Sirven pizza, cangrejo y langosta... Resumiendo, el típico bar-restaurante de playa con el que los turistas disfrutan en los meses de verano. La joven de cabello castaño corto lleva en su mano derecha su teléfono móvil, escribiendo un mensaje para Trish, a quien no ha conocido aún, de modo que, cuando sepa a quién le ha llegado el mensaje, sabrá quién es su clienta.
Trish Winterman, que ya se encuentra dentro del establecimiento, sentada en una mesa cercana a la ventana por la que Beth pasa, está tomando una tila para calmar sus nervios. Ha conseguido arreglarse y salir para reunirse con ella siguiendo el consejo que le dio la amable subinspectora de policía. En su mano izquierda revisa el teléfono móvil, apoyado en la superficie de la mesa, esperando el mensaje de Beth. De pronto, la pantalla de su smartphone se ilumina, apreciándose las siguientes palabras: «Ya estoy aquí».
—¿Trish? —una voz de mujer joven apela a ella entonces, y la aludida alza el rostro, encontrándose con el rostro y la mirada amables de una mujer de cabello castaño corto, que se acerca a su mesa—. Soy Beth —se identifica con una sonrisa, que la cajera corresponde tímidamente.
—Ah, sí.
—Un placer conocerte —la madre de Danny le estrecha la mano con amabilidad mientras continúa sonriéndole, antes de sentarse en la silla frente a ella—. Estarás nerviosa —supone Beth y en cuanto contempla cómo Trish sujeta con fuerza su bebida, sabe que ha dado en el clavo—. Así que, ¿quieres que empiece contándote un poco qué es lo que hacemos? —recibe un gesto afirmativo por parte de su clienta, de forma que comienza a comunicarle quién es, para quien trabaja y en qué consiste su trabajo—. Soy de la «Respuesta Anti-Violaciones de Wessex». Somos una organización independiente, y por ello, no formamos parte de la policía —Trish se rasca el pelo con ansiedad evidente mientras la escucha, pues es la primera vez que sale de casa abiertamente desde lo que sucedió—. Prestamos apoyo a gente que ha sufrido una agresión sexual. Nuestro trabajo se divide de tres partes: tenemos una línea de asistencia, sesiones de terapia, y luego estamos nosotros, los AIVS, Asesores Independientes en materia de Violencia Sexual —la mujer con el cabello teñido parece ir relajándose poco a poco, aunque aún presenta claros signos de nerviosismo y ansiedad—. No soy terapeuta, pero puedo conseguirte ayuda. Mi trabajo consiste en apoyarte a lo largo de la investigación policial, y si esto acaba en juicio, acompañarte todo el proceso —Beth se asegura de cruzar su mirada con la de Trish antes de decir las siguientes palabras—. Desde ahora tú eres mi única prioridad. Mi único interés es ayudarte, ¿vale? —su clienta continúa prácticamente muda, pero asiente ante sus palabras, dejando constancia de que entiende todo aquello que le ha explicado—. ¿Cómo estás ahora mismo? ¿Quieres que nos ocupemos del papeleo? —sugiere, pues en caso de estar dispuesta, quitarse de encima todo lo relacionado con la burocracia empresarial siempre será lo mejor, pues así, puede concentrarse en su verdadero trabajo: ayudarla.
—Sí. Vale —finalmente, Winterman habla con una voz calmada, asintiendo vehementemente.
—Bien —Beth sonríe, rebuscando entre los papeles de su bolso, antes de sacar uno y colocarlo sobre la mesa, orientado hacia su clienta, para que pueda leerlo—. Aquí pone que puedo compartir información con otros organismos si lo estimo oportuno. Es decir, si me cuentas algo que me haga preocuparme por ti o por otra persona, tengo la obligación de transmitir dicha información, ¿lo entiendes? —cuestiona tras explicar rápidamente el contenido de la página, antes de advertir que, nuevamente, la cajera, en un inmutable silencio, asiente lentamente—. Pues necesito que firmes ahí —señala un punto concreto de la página—. Donde pone «nombre de la víctima». —Trish no comenta nada al respecto, pero Beth siente como si le hubieran dado una puñetazo en la boca del estómago, y quiere justificarse—. Lo siento mucho... No sé por qué lo ponen de ese modo. No usamos esa palabra. Usamos el término «cliente» —una vez su clienta termina de firmar, recoge la hoja con algo de incomodidad—. Gracias —le dice en un tono suave, antes de sacar tres pequeños folletos, de los cuales hace entrega a la cajera de ojos azules—. Aquí tienes unos folletos informativos que puedes llevarte —contempla que Trish recoge los folletos rápidamente, como si temiera que alguien los viera y los leyese, introduciéndolos al momento en su bolso de mano—. Vamos a tener reuniones regulares, así que, ¿cada cuánto tiempo te gustaría que fueran? Podemos vernos en un sitio como este, o puedo ir a tu casa —parece que la mujer de ojos azules se siente más cómoda con la idea de realizar las reuniones en un lugar que conoce y en el que se siente segura, de modo, que Beth piensa que será mejor celebrarlas en su casa—. Si hay avances en la investigación, o si tienes preguntas para la policía, puedo ayudarte con eso.
—¿Por qué Coraline parecía comprenderme tan bien? ¿Por qué parecía querer ayudarme tanto? —cuestiona Trish, pues es algo que lleva rondando por su cabeza desde que la ha conocido.
—¿Te refieres a Coraline Harper? ¿La Subinspectora Harper? —Beth quiere cerciorarse de que están hablando de la misma persona, aunque es consciente de que no hay muchas Coraline en Broadchurch. De hecho, es la única. Su clienta asiente en silencio ante sus palabras—. Bueno, ella... —se interrumpe, pues de pronto, contemplando la coloración de su cabello y sus ojos, a Beth le sobreviene la idea de que esta mujer comparte ciertas características con la analista del comportamiento. La comparativa es tan evidente y cruel que le da escalofríos. Apenas puede soportarla, pero logra sobreponerse—. Es una analista del comportamiento con una gran empatía hacia otras personas, y siempre está dispuesta a ayudar a quienquiera que lo necesite —la mujer de cabello teñido de carmesí parece satisfecha por el momento con esa respuesta, a pesar de que Beth intuye que quiere preguntarle algo más acerca de la mentalista de piel de alabastro—. ¿Es cierto que aún no has prestado declaración? —finalmente se atreve a tocar el tema que llevaba esquivando desde que la ha conocido. Quiere ayudar a Ellie, por supuesto, pero no quiere causarle un dolor como consecuencia de ello a su clienta. La mujer frente a ella niega rápidamente—. ¿Y cuál es tu opinión al respecto?
—Sí que quiero hablar con ellos, pero no sé si estoy lista.
Esa respuesta pone a Beth en une encrucijada, y debe decidir qué responder. Contempla el rostro lleno de nerviosismo y miedo de Trish y sabe lo que debe hacer a continuación, por mucho que vaya en contra de lo que quiere el Inspector Hardy. Al menos, sabe que Ellie y Cora son de su mismo parecer y la apoyarán si es necesario.
—Haremos lo que sea mejor para ti. No importan los demás —le asegura con un tono lleno de amabilidad, instándola a que confíe en ella—. En cuanto estés lista, puedo acompañarte a comisaría, si te ayuda.
—¿Podrías hacerlo?
—Claro: te ayudaré en todo.
Trish Winterman lleva sus ojos al exterior, a las olas del mar, que rompen contra la arena. Se pregunta cómo ha podido torcerse su vida tanto. Cómo puede su vida ser esta ahora. Suspira con pesadez, dejando escapar algo de su frustración e impotencia.
—Es como si no estuviera en mi cuerpo...
—Te entiendo —Beth lo comprende, pues aunque no es equiparable, ella aún recuerda cómo se sintió cuando le notificaron que Danny había muerto—. Tu mente y tu cuerpo no van a comportarse de forma natural. Estás experimentando un proceso de trauma —añade, intentando tranquilizarla acerca de que lo que siente y percibe es normal en esta situación—. En esos folletos que te he entregado, se habla del Síndrome de Estrés Post Traumático por Violación —los ojos azules de la mujer de cabello teñido no se apartan del rostro de la madre de Danny—. Lo que estás sintiendo, ya sea tristeza, enfado, molestia, agotamiento, depresión... Es todo normal, ¿vale?
—Gracias —oh, si la mujer frente a ella supiera lo mucho que estaba deseando escuchar esas palabras. Que alguien le dijera que no está rota, que lo que siente y piensa es normal... Oh, cuánto se lo agradece. En ese momento, contempla cómo Beth le sonríe tímidamente.
—Puede que no me creas, pero lo estás haciendo fenomenal.
—Qué va...
—No, de verdad —insiste Latimer en un tono sereno—. Te has levantado, te has vestido, te has peinado, te has maquillado, has venido hasta aquí y estás hablando conmigo —enumera todo aquello que ha hecho su clienta esta mañana—. Son grandes victorias —añade, tratando de hacerla sentir mejor consigo misma—. Estos delitos hacen que sientas que no tienes el control, como si no hubiese luz al final del túnel... Pero la hay, y encontraremos esa luz juntas, ¿vale?
—Me siento... Muy avergonzada —se expresa la cajera en un tono pesimista—. Ojalá me hubiese matado. Al menos mi sufrimiento habría terminado pronto.
Beth siente un escalofrío al escucharla hablar así, pues nuevamente, ve el paralelismo con Coraline, y por un momento, cree escuchar y ver a la adolescente que contempló en aquel vídeo proyectado en el juicio, diciendo esas mismas palabras: «ojalá me hubiera matado». Se pregunta si la mentalista continuará pensando lo mismo, o si ese pensamiento habrá desaparecido por completo. Espera que sea la segunda opción, porque no soportaría saber que esa valiente y amable mujer es aún presa de su más terrible desesperación. Tras salir a la terraza del establecimiento a tomar un té con Trish, Beth se excusa un momento y se aleja de la mesa. Contempla la hora en su smartphone: las 09.35. Suspira con pesadez antes de marcar el número de teléfono de Ellie.
—¿Beth? —escucha la voz de su mejor amiga al otro lado de la línea.
—Hola —saluda a su interlocutora en un tono amable—. No creo que vaya a estar lista hoy.
—¿Puedes retenerla? —cuestiona Ellie, pues deben realizar un comunicado y necesitan informar a Trish—. Nos acercaremos y charlaremos un poco con ella —añade, antes de sentir la mirada penetrante de su jefe en su persona.
—Está bien —afirma Beth antes de colgar la llamada, acercándose a Trish para hablar con ella respecto a la próxima llegada de los inspectores del caso al lugar de la reunión.
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