Capítulo 5
Coraline Harper despierta a las 06:15h, sintiendo cómo los rayos matutinos del sol acarician su piel y la caldean. Se sienta en la cama, observando de reojo a Alec, contemplando cómo duerme plácidamente, con su pecho subiendo y bajando a un ritmo sereno. Puede ver la pequeña cicatriz del marcapasos, y la traza suavemente con la yema del dedo índice, recordando cómo ese pequeño aparato lo mantiene con vida, allí, con ella. No puede estar más agradecida por ello. Su adorado escocés se mueve ligeramente al sentir el contacto de su dedo en su piel, como un cosquilleo, pero no se despierta. En lugar de eso, se coloca de costado, y la analista del comportamiento se tapa la boca, riendo internamente: cuando duerme es ciertamente adorable. De pronto, sintiendo unas ingentes ganas de vomitar, se apresura en llegar al cuarto de baño al otro lado del pasillo lo más discretamente que puede, a pesar del continuado sentimiento de vahído que la recorre, vaciando el contenido de su estómago nada más levanta la tapa del inodoro. Nota cómo le retiran el cabello de la cara, y sus ojos cerúleos se desvían ligeramente hacia la izquierda, encontrándose con otros ojos cerúleos, que la contemplan con lástima a la par que amabilidad: es Daisy Hardy.
—Hola Dais... —la saluda en un tono cansado—. ¿Qué haces despierta a estas horas? —cuestiona, antes de sentir otra oleada de náuseas, inclinándose de nueva cuenta sobre el inodoro.
—Tenía pensado ir antes al instituto hoy: tengo que preparar un examen y quiero repasar —se explica, antes de comprobar cómo la pelirroja vuelve a vomitar—. Tranquila —la jovencita de cabello rubio hace lo posible por intentar hacerle más ameno este momento, y mientras que con la mano derecha le sujeta el pelo, con la izquierda dibuja suaves círculos en su espalda—. ¿Estás bien? —cuestiona en un tono preocupado, una vez la mentalista cierra la tapa del inodoro, sentándose sobre ella, colocándose la mano derecha en la sien—. ¿Te traigo algo? ¿Zumo de limón? ¿Una infusión de jengibre?
La Subinspectora Harper deja que una sonrisa aparezca en sus labios al escucharla: le enternece ver cómo se preocupa por ella, pero no tiene por qué hacerlo. No es su trabajo, sino el de ella. Como adulta, es ella quien debe preocuparse por la rubia, no al revés. Niega con la cabeza a los pocos segundos.
—¿«Zumo de limón» e «infusión de jengibre»? —cuestiona con una ceja arqueada la mujer con piel de alabastro, antes de contemplar cómo un leve rubor aparece en las mejillas de la muchacha. La expresión ligeramente avergonzada que tiene ahora se asemeja en extremo a la de Alec en ciertos momentos, y por ello, es imposible negar que es su hija—. ¿De dónde has sacado esas ideas?
—Siendo sincera, he estado documentándome, y dicen que es bueno para combatir las náuseas... —se interrumpe antes de que las siguientes palabras salgan de su boca, pues aunque no está completamente segura de los síntomas, teme meter la pata y hablar más de la cuenta. Cree saber qué le sucede a la novia de su padre, y no es una gastroenteritis, como le ha hecho creer a él—. Bueno, ya sabes... —la joven de piel clara no sabe qué más decir, y desvía la mirada al suelo, algo nerviosa.
—Hablaremos de esto más tarde —asevera la mujer de treinta y dos años, levantándose del inodoro, antes de tomar en su mano derecha su cepillo y pasta de dientes. Implícitamente, le recuerda que han planeado comer juntos hoy, de forma que tendrán tiempo de sobra para hablar de sus pesquisas—. Ve a vestirte: voy a acercarte al instituto después de desayunar.
—¿Y qué hay de Papá? —cuestiona Daisy, dando una mirada ladeada hacia la habitación en la que se escucha la leve y lenta respiración de su progenitor—. ¿No deberíamos despertarlo?
—Creo que se merece dormir un poco, ¿no crees? —asevera la detective en un tono confidente, habiendo bajado la voz para evitar despertarlo—. Además, tampoco es que suela hacerlo demasiado con los casos, de modo que porque duerma un poco más esta vez, no pasará nada.
—No es la primera vez que lo haces —le recuerda la adolescente, rememorando en su mente otras ocasiones anteriores, en las que Cora dejó dormir a su padre hasta tarde entre semana, ganándose una amonestante pero cariñosa regañina por su parte—. Sabes que le molesta.
—Sí, pero tendrá que aguantarse —la estudiante se ríe internamente al escucharla—: es por su propio bien —se reafirma la taheña, provocando que ambas compartan una carcajada por lo bajo—. Anda, ve a vestirte, Dais, que voy en seguida.
—De acuerdo, Mamá —apenas han salido esas palabras de sus labios, la jovencita rubia se tapa la boca, sorprendida en extremo. No se esperaba el llamarla así, pero admite que, tras todo este tiempo juntas, ha empezado a verla como a su propia madre.
"Teniendo en cuenta que la relación con su progenitora ahora no es precisamente fuerte, es comprensible que busque una nueva figura materna, pero es importante que entienda que yo no puedo reemplazar a su madre, ni tengo la intención de hacerlo. No de esa manera", piensa Cora mientras se cepilla velozmente los dientes, tomando en cuenta y analizando las palabras de la hija de su pareja. "La quiero como si fuera mía, es cierto, pero tengo que poner unos límites y dejar claras las cosas. Está pasando por un momento de vulnerabilidad emocional, y debo asegurarme de que entiende todo lo que conlleva el que me llame así".
—Lo siento, yo... —se apresura en disculparse la jovencita, observando cómo la analista del comportamiento termina de cepillarse los dientes, limpiándose la boca, girándose hacia ella y posando sus ojos azules en su persona—. Voy a vestirme —sin darle tiempo a decir nada respecto a su comentario, la rubia sale casi escopeteada por la puerta en dirección a su cuarto, cerrando la puerta.
Una vez la pelirroja termina de asearse y vestirse con su ropa de trabajo, baja las escaleras hacia la cocina, habiéndole cerrado la puerta de la habitación a Alec, con el fin de no perturbar su sueño con el ruido de los electrodomésticos. Daisy baja a los pocos segundos, vestida con el uniforme del instituto, y aunque parece esquivar su mirada, pronto parece relajarse en cuanto Lina le dedica una sonrisa cálida y amable, entregándole su desayuno: leche con cacao y unas tostadas con mantequilla. Mientras devoran el desayuno, la pelirroja de ojos azules saca su smartphone, tecleando un mensaje.
Hola, Ell. 06:20
¿Estás despierta? 06:20
A los pocos segundos, tal y como esperaba, recibe respuesta.
06:20 ¡Menuda madrugadora estás hecha!
06:20 Llevo despierta desde hace unos minutos.
06:20 ¿Por qué?
Voy a dejar a Daisy en el instituto. 06:20
Quiere repasar para un examen. 06:20
Aprovecharé para acercarme a Axehampton. 06:20
¿Quieres venir? 06:20
06:20 Sin duda.
Pasaré a recogeros a Tom y a ti, si te parece bien. 06:20
06:20 Tom está expulsado durante una semana, Cora.
06:20 Se ha... Metido en problemas.
Entendido. Hablamos cuando te recoja. 06:20
Te llamo cuando esté cerca. 06:20
La joven de cabello carmesí termina de redactar el mensaje y cuando comprueba que Ellie lo ha recibido y leído, bloquea el smartphone. Mientras se toma una infusión de manzanilla, sus ojos azules se desvían ligeramente hacia el sobre en la superficie de la encimera, apoyado en la pared, cerca del microondas. Las palabras que Nadia le ha dirigido en su carta siguen frescas en su mente, como una voz en su cabeza que le dice una y otra vez que no puede ignorarlo. No algo como eso. No a ella. A ellos. Tiene que decidir cómo responder, y aunque ya tiene una idea sobre qué es lo mejor dadas las circunstancias, quiere esperar. Lo primero de todo es hablarlo con Alec. Al fin y al cabo, es su pareja, y esto terminará afectándolos a Daisy y él, aunque sea colateralmente. Además, de un modo u otro acabará enterándose, y prefiere ser ella quien se lo cuente, a que en un momento dado pueda averiguarlo por terceros.
Sale del leve trance en el que se ha metido al sentir una mano sobre la suya. Parpadea rápidamente, encontrándose con la mirada azul y compasiva de Daisy en su rostro. Le dedica una sonrisa cariñosa, antes de recoger con su ayuda los platos y tazas, dejando unas pocas tostadas en un plato, cubriéndolo para que conserven el calor. Una vez hecho esto, escribe una rápida nota a mano, indicándole al hombre que ama dónde podrá encontrarla cuando despierte. Solo espera no provocar su furia. Una vez ambas salen de la casa y se montan en el coche de la analista del comportamiento, el trayecto hasta el instituto transcurre sin demasiados contratiempos, con ambas charlando sobre algunos de los profesores, alumnos, e incluso realizando una sesión improvisada de karaoke al ritmo de «Smells Like Teen Spirit» de Nirvana, «Only Girl in The World» de Rihanna, «Take Me to Church» de Hozier, y «Chantaje» de Shakira, entre muchas otras. Cuando llegan al centro de estudios, la analista del comportamiento se toma el tiempo de despedirse adecuadamente de la rubia, indicándole que la verá después, a la hora de comer. Tras estacionar el coche frente al centro de estudios, la mentalista se apea de él, caminando hasta Daisy, brindándole un abrazo de oso que la joven Hardy corresponde al momento.
—Buena suerte hoy —le desea la joven de treinta y dos años—. Dale caña a ese repaso.
—¿«Dale caña»? —se carcajea la adolescente—. ¡Ya nadie dice eso, Ma... digo... Cora! —nuevamente, Daisy está a punto de llamarla «Mamá», pero consigue rectificar a tiempo. Eso no la dispensa de recibir un cariñoso beso en la frente por parte de la novia de su padre, quien le guiña un ojo.
—Bueno, ya sabes a qué me refiero —asevera, antes de suspirar—. Anda, vete —la adolescente asiente y sonríe, alejándose de ella—. ¡Y gracias por hacer que me sienta vieja, por cierto! —exclama en su dirección, percatándose de cómo la rubia de ojos azules se detiene momentáneamente, girándose hacia ella con una sonrisa divertida.
—¡De nada! —se carcajea Daisy, antes de despedirse de ella con un gesto, alzando la mano derecha para decirle adiós, adentrándose en el edificio.
Coraline Harper rueda los ojos, divertida ante el talante algo descarado y sarcástico de la muchacha, siendo un reflejo claro de aquel del que hace gala su querido novio. Una vez la ha visto entrar al instituto, la mentalista vuelve a entrar en su coche, arrancando el motor. Por la periferia de su visión capta cómo varios grupos de jóvenes se reúnen, como si estuvieran revisando algo en sus teléfonos móviles, carcajeándose a costa de quienquiera que aparezca en la pantalla. La analista anota este comportamiento en su mente, decidida a preguntarle en la comida a Daisy sobre ello, pues siente curiosidad por saber qué es lo que encuentran divertido los jóvenes y adolescentes de hoy día. Suspira pesadamente, desaparcando el vehículo, comenzando a conducir hacia la casa de su buena amiga.
Apenas tarda unos tres minutos en llegar, de modo que, una vez ha pasado por casa de la inspectora castaña y la ha recogido, pone rumbo a la Casa Axehampton. Ellie, que aún mantiene lo ocurrido la noche anterior fresco en su mente, rememora cómo encontró a Cora en casa de su jefe a tales horas intempestivas, y tras intercambiar los mensajes matutinos, finalmente obtiene la confirmación que buscaba acerca de su relación. La hace sonreír de manera inconsciente, sintiéndose en extremo dichosa por ellos. Sin embargo, su felicidad debido a la relación entre sus amigos se ve empañada de pronto. Mientras van de camino a Axehampton, la castaña comienza a explicarle lo sucedido con Tom el día anterior, a quien la taheña ha visto de reojo en la casa, habiéndolo saludado con una amable sonrisa. Mientras escucha a su buena amiga, la mujer trajeada de ojos azules no puede evitar sorprenderse mínimamente, comprendiendo la reacción tan brusca y atónita que presenció ayer, cuando Ellie contestó al teléfono en la comisaría.
—¡Pornografía, Cora! ¡Y delante de mis narices! —se exaspera la castaña, mortificada.
—¿Has hablado con él sobre las relaciones sexuales? —ante la pregunta que realiza la mentalista, la mirada castaña de su compañera se posa en ella, y en su rostro puede verse una expresión entre horrorizada e indignada—. Ell, ya no es un niño —intenta razonar la taheña mientras conduce—: está en una edad en la que las hormonas están revolucionadas, y es normal que sienta curiosidad por el sexo y por todo lo que ello implica —suspira con pesadez, torciendo en una intersección—. Aunque es cierto que, gracias a los smartphones y al Internet, el control sobre lo que consumen los adolescentes ha disminuido enormemente, y entiendo que te preocupe que por ver vídeos explícitos, se haga una idea equivocada. En muchos casos, se sexualiza y cosifica a la mujer o al hombre que aparece en ellos, dibujando una realidad distorsionada de lo que son los encuentros sexuales —analiza con lógica antes de enfilar la carretera que lleva a la Casa Axehampton—. También comprendo que estés ojo avizor teniendo en cuenta lo sucedido con Joe... No quieres que tus hijos actúen de la misma forma que él —Ellie asiente en silencio, contemplándola con una mirada suplicante—. Si es lo que quieres, puedo hablar con Tom al respecto cuando lo creas oportuno: explicarle que no hay nada malo en consumir pornografía, siempre que se haga con moderación, que no aparezcan menores de edad o una situación de agresión sexual, y diferenciando la realidad de la ficción que aparece reflejada ahí.
—Si lo haces, me quitarías un gran peso de encima.
—Lo que sea por ayudarte, Ell —le sonríe la muchacha, antes de detener el coche, habiendo llegado a Axehampton—. Bueno, aquí estamos —contempla el cordón policial que rodea el escenario del crimen y automáticamente siente que se le revuelven las tripas: solo de pensar lo que sucedió allí la pone enferma, y no solo por sus circunstancias personales.
Siente unas ganas irrefrenables de vomitar, de modo que se tapa la boca con ambas manos, cerrando los ojos con fuerza. Intenta pensar en otra cosa, la que sea, con tal de no hacerlo en su trauma.
—Eh, tranquila —al momento, nada más advierte un posible ataque de ansiedad por parte de su amiga, viendo cómo se tapa la boca con ambas manos, cerrando los ojos con fuerza, intentando alejarse de sus recuerdos, Ellie le posa una mano en la espalda, acariciándosela—. Estás bien, a salvo... Tranquila —pasa unos minutos acariciando su espalda, antes de sentirla relajarse, respirando acompasadamente y retirando las manos de su boca—. ¿Mejor?
—Mucho —afirma la analista del comportamiento—. Gracias.
Ambas se sonríen, realmente dichosas de poder apoyarse mutuamente, antes de salir del vehículo: tienen mucho que hacer, y lo primero de todo es investigar los alrededores, para conseguir información sobre el terreno, y las posibles zonas en las que el agresor pudo esconderse para atacar a Trish. Cuantos más datos recaben, mejor. Mientras se separan para cubrir más terreno, la mirada castaña de Ellie no deja de vigilar y supervisar a su buena amiga y compañera, realmente preocupada por su salud y por cómo este caso ya empieza a afectarla.
Cuando Alec despierta de su sueño, abriendo y entrecerrando los ojos con desgana ante la luz que se cuela tan descaradamente por entre los renglones de la persiana de la habitación, se dispone a darle los buenos días a su pareja, pero cuando extiende la mano derecha para acariciar su cabello, se percata de que su lado de la cama está vacío: y a juzgar por lo frías que están las sábanas y la almohada, lleva ya varias horas sin estar ahí. Se apresura en tomar su smartphone en sus manos, y sus ojos castaños se posan en el reloj digital: son las 07:25h. Chasquea la lengua, claramente molesto: una vez más, Lina lo ha dejado dormir hasta tarde, y teniendo en cuenta que estuvieron despiertos hasta la madrugada, tiene sentido. Sin embargo, esto no evita su reacción ligeramente provista de animosidad, pues detesta que haga esto cuando están trabajando en un caso, habiéndoselo dicho en reiteradas ocasiones, a pesar de saber que lo hace por el bien de su salud. Se levanta, sentándose en la cama, antes de desperezarse, comenzando a prepararse para el día que les espera. Conociendo a su novia como la conoce, después de tantos años ya, el escocés está seguro de que apenas habrá desayunado algo con fundamento, de modo que planea pasar por la cafetería cercana a por un café y dos tilas. El café, evidentemente es para Ellie, pues está seguro de que su querida pelirroja se habrá reunido con ella, y las dos tilas son para ella y él. Ha decidido comprarle una debido a que ha advertido que Coraline ha dejado de tomar su cappuccino, probablemente por su malestar estomacal, y lo ha reemplazado por la tila a la que él tanto se ha aficionado. Una vez se ha vestido con su traje habitual de inspector, anudándose la corbata azul marino al cuello, sale al pasillo, pasando por la puerta de la habitación de Daisy, encontrándola abierta, y con la cama hecha. Está claro que Cora, además de dejarlo dormir más de la cuenta, se ha tomado la libertad de acercar ella misma a su hija al instituto. Y efectivamente, cuando baja a la cocina a por algo de desayunar, encuentra una nota sobre un plato cubierto.
Buenos días, cielo.
Sí estoy en lo cierto, habrás encontrado la carta nada más bajar a la cocina, tras comprobar que no estoy en la cama, revisando tu smartphone, y tras comprobar que Daisy tampoco está en su habitación. Primero de todo, perdona que no te haya despertado, pero parecías tan cansado ayer mientras revisabas los datos que llegaron por fax, que al ver cómo dormías tan plácidamente, no he tenido el valor de despertarte. Además, he pensado que necesitarías descansar, porque no creo estar equivocada al decir que este caso va a mantenernos despiertos muchas noches más. Sé que en cuanto despiertes estarás molesto, pero por favor, no te enfades conmigo... Voy a llevar a Daisy al instituto en coche, de modo que esta vez, me temo que tendrás que conducir por tu cuenta. Bajo este plato hay unas tostadas con mantequilla para que desayunes algo antes de ir a la Casa Axehampton. Me reuniré con Ellie allí, de modo que estaremos esperándote.
Te quiere,
Lina.
La leve ira y molestia que sus acciones le han provocado, van perdiendo poco a poco su inicial intensidad al leer cada palabra que su avispada subordinada le ha dedicado de manera tan amorosa. La muy pícara... Sabe que no puede estar mucho tiempo enfadado con ella, no cuando hace este tipo de cosas por su bien. Deja escapar un suspiro resignado, antes de dejar la nota sobre la encimera de la cocina. Como esperaba, Lina se ha reunido con Ellie esta mañana, de modo que, al menos sabe que está acompañada y segura. Con un posible agresor sexual en serie, no quiere ni pensar en que Lina pueda ir sola por ahí.
Destapa el plato con las tostadas, notándolas aún calientes. No sabe cómo, pero la analista del comportamiento ha conseguido que mantengan el calor. Decide tomarse una tila con las tostadas, por lo que se apresura en calentar una taza de agua en el microondas tras verter en ella la bolsita. Una vez programa el tiempo, cierra la puerta, y como consecuencia, debido a la vibración del microondas, un sobre se desliza suavemente por la encimera de mármol. Los ojos pardos de Alec se tornan curiosos al leer el nombre de su pareja en la superficie del sobre, aunque la dirección que aparece escrita en él, corresponde a la vivienda que Lina compartía con Tara en Broadchurch. Está fechada como enviada hace tres semanas, pero ha sido entregada hace dos días, de modo que su pareja debió ir a recogerla en un momento en el que no se encontraba con ella. El remitente de la carta es una mujer llamada Nadia Taylor-Harper.
"Extraño... Se apellida Taylor-Harper, de modo que la única suposición plausible es que se trate de un pariente de Lina, pero no recuerdo que mencionase a alguien en particular. ¿Será alguna tía o prima? A juzgar por el orden de los apellidos es lo más probable. ¿Y a santo de qué podrían contactar con ella en estos momentos? A menos que...", la respuesta viene a su mente tan veloz como un rayo. "A menos que tenga que ver con la muerte de Tara Williams", reflexiona para sus adentros el escocés con vello facial de pocos días. Una vez deduce la razón que subyace a la presencia de esta carta en su casa, cierra los ojos con pesadez, recordando lo destrozada que encontró a su querida novata aquel día que regresó a Broadchurch, para apoyarla tras la defunción de su madre. No merece que alguien le recuerde ese dolor, pero incluso él entiende que hay ciertos procedimientos ineludibles, especialmente aquellos que conciernen al testamento o herencia de un pariente. Demonios, aún hoy es el día en el que recuerda aquel incómodo momento con su padre en el despacho del testamentario. Entiende que la mujer que ama esté postergando este momento lo máximo posible.
Se pregunta si la mujer de cabello cobrizo habrá leído la carta, cuando sus ojos se posan en la rasgadura que hay en la parte superior del sobre: es evidente que lo ha hecho. De hecho, la carta que se encuentra en su interior se ha deslizado «convenientemente» y de manera leve fuera del sobre, dejando al descubierto el saludo escrito en ella. El Inspector Hardy debate internamente sobre si debería o no leerla, pues ante todo, no desea vulnerar la intimidad de Lina, pero por otro lado, se pregunta por qué no habrá hablado con él sobre ello, acrecentando su curiosidad acerca de su contenido. Según la ley, estaría cometiendo un delito si hubiera sido él quien hubiera abierto la carta, pues no está dirigida a él. Esto sería considerado una violación de la correspondencia, pues existiría la idea de la intencionalidad, es decir, el deseo de descubrir secretos que vulneren la intimidad de una persona. La violación de la correspondencia engloba las siguientes acciones: interceptar, abrir, sustraer, destruir o revelar el contenido de una carta a otras personas. Dado que el escocés de cuarenta y siete años no ha hecho eso, ni es quien ha abierto la carta, en teoría, no estaría cometiendo un delito. Se dice a sí mismo que no debería haber ningún problema, y mientras saca la carta del interior del sobre, espera y reza porque Coraline no monte en cólera.
Querida Coraline,
Me llamo Nadia Taylor-Harper, y me imagino que esto te tomará por sorpresa, pero te escribo para hablar acerca de la herencia de tu madre, Tara Williams. Primero de todo, mi más sentido pésame por su fallecimiento. Sé que no hay palabras que puedan hacerte más llevadero este pesar, pero tenía que expresarte mis condolencias. Era una gran mujer, y una bellísima persona.
Te visualizo leyendo estas líneas, preguntándote por qué digo algo como esto sobre una mujer que no conozco, pero de hecho, sí que lo hago. Has de saber que tu madre ha estado pasándonos una manutención mensual a mi hermano mellizo, Aidan, y a mí, desde 1999, hace ahora dieciocho años. Empezó a hacerlo tras la muerte de nuestro padre el 24 de marzo de ese mismo año, pues era el encargado de mantenernos desde la muerte de nuestra madre, Ivy Taylor, en 1997, cuando mi hermano y yo teníamos ocho años. Tara dejó de enviarnos la manutención en 2008, un año después de cumplir la mayoría de edad. Fue a petición nuestra, pues ya contábamos con un trabajo estable que nos permitía subsistir y pagarnos los estudios, y aunque indicó que podría continuar haciéndolo sin reparos, no queríamos aprovecharnos de su generosidad. A pesar de todo, siguió insistiendo en querer ayudarnos, y por ello, Tara continuó apoyándonos económicamente en la medida de lo posible, siempre que nos hiciera falta. Nos hemos mantenido en contacto por correspondencia, hasta que repentinamente, dejamos de recibir correos y cartas suyas en 2016. Al cesar el contacto, mi hermano y yo nos preocupamos, y fue entonces cuando nos enteramos de su defunción por una esquela en el periódico. Nos sentimos devastados, y más al imaginarnos por lo que estarías pasando tú, sola en Broadchurch, sin ningún familiar cerca para consolarte.
Supongo que, tras toda esta explicación por mi parte, te estarás preguntando cómo y por qué tu madre nos ha prestado ayuda tan altruistamente, y qué relación tiene ella con nuestro padre y nuestra madre. Me temo que no hay manera fácil de decírtelo, y hacerlo por carta, sin mirarte a los ojos mientras lo hago me parece demasiado cruel, pero no creo que sea conveniente que nos veamos hasta que no hayas recibido esta carta y hayas asimilado todo lo que tengo que contarte. Claro que, tampoco estoy segura de si vas a recibir la carta, o a leerla siquiera, pero tenía que intentar contactar contigo. El caso es, que Tara conocía muy bien a nuestro padre, porque era tu padre, Coraline: Curtis Harper.
El Inspector Hardy siente cómo una sensación de pesar y desasosiego lo sobrecoge por completo al leer esa revelación, pues solo puede imaginarse la reacción descorazonadora y confusa de su querida pelirroja. Lo que estas palabras implican es una devastadora verdad: Curtis Harper, el padre de Lina, a quien ella siempre idealizó y tuvo en un pedestal desde su desafortunada muerte, le fue infiel a Tara Williams, su esposa, con otra mujer, Ivy Taylor, y producto de ello, nacieron Nadia y Aidan Taylor-Harper. Estos dos jóvenes son los medio-hermanos de su pareja. Y ahora han contactado con ella para hablar de la herencia de su difunta madre. Aunque no quiere dejarse llevar por las apariencias, todo parece indicar una intención dolosa: en este caso, engañar a Lina para apropiarse de una parte de la herencia de su madre, aprovechándose del dolor que le provocaría este descubrimiento. El escocés exhala un hondo suspiro y cierra los ojos para intentar calmarse: sus pensamientos protectores han tomado el control, imponiéndose a su lógica. Aún no ha terminado de leer la carta, y a juzgar por el tono y las palabras empleados por Nadia, queda claro que, tanto ella como su hermano querían a Tara. No debe dejarse llevar por los prejuicios. Una vez se recompone, continúa leyendo.
Papá conoció a nuestra madre, Ivy Taylor el 8 de noviembre de 1987, cuando lo destinaron como médico militar en la unidad 256 del hospital de campaña de Londres, el día de la Masacre del Remembrance Day. Probablemente no lo recuerdes porque eras muy pequeña, pero aquel fue un atentado del IRA Provisional en la ciudad de Enniskillen, en el Condado de Fermanagh. Nuestra madre acudió como voluntaria al hospital de campaña, pues era enfermera, y colaboró con el hombre que en ese momento conoció como el Dr. Harper, salvando multitud de vidas. Por lo que tengo entendido, tal como me lo comunicó nuestro padre, en el tiempo que estuvo destinado en Londres, comenzaron una relación amorosa, pues partió hacia su destino habiendo reñido con Tara (algo que ella nos confirmaría más tarde a mi hermano y a mí), lo que propició su posterior infidelidad. Sin embargo, su conciencia hizo acto de presencia y se arrepintió de haber cometido adulterio, decidiendo cortar la relación con nuestra madre, regresando a Cardiff con su familia. Como es evidente, nuestra madre no le dijo que estaba embarazada. Según sus palabras, y las cito textualmente: «no tengo derecho a retenerlo ni a inmiscuirme en su vida, cuando ya la he trastocado de esta manera». Nunca supo de nuestra existencia, y habría seguido siendo así, de no ser porque nuestra madre no tuvo más remedio que ponerse en contacto con él, cuando supo que había contraído el VIH por medio de un paciente en el hospital en el que trabajaba. Retomaron el contacto y acordaron que Papá se haría cargo de nosotros cuando ella inevitablemente falleciese, pues su sistema inmune estaba debilitado casi por completo.
Tras la muerte de nuestra madre, nuestro padre nos llevó consigo y nos encontró un hogar en Bristol, en la casa de nuestros abuelos paternos. Les hizo prometer que mantendrían en secreto nuestra existencia, y que, si en algún momento los visitabais, deberían decir que éramos los hijos de unos amigos de la familia. Como ves, no quería hacer sufrir a Tara por culpa de su insensatez, pero como se suele decir, antes se pilla a un mentiroso que a un cojo... Y tu madre lo descubrió. Se percató de que había inconsistencias en la cuenta corriente, de modo que habló con Papá, y éste le contó la verdad. Creo recordar que Tara nos comentó que lo echó de casa durante varias semanas, hasta principios de febrero, antes de decidir aceptarlo nuevamente en el hogar. Francamente, no la culpo.
Tras readmitirlo, quiso conocernos, pues ella siempre dijo que nosotros no teníamos por qué cargar con la culpa de las acciones de nuestros padres. Decidió que, lo más sensato para no perturbar tu vida tal y como la conocías (pues no quería que vieras a tu padre como alguien despreciable), sería comprarnos un piso y pagar a una cuidadora, una vieja amiga de la familia llamada Roxanne, hasta que tuviéramos la edad suficiente para cuidarnos nosotros mismos. Papá accedió de inmediato, aliviado por no tener que mantenernos en secreto de Tara, pero su relación nunca fue la misma desde ese momento. Al poco tiempo, como bien sabes, Papá falleció tras el estallido de una bomba en un campo de refugiados en la Guerra de Kosovo, cuando intentaba ponerlos a salvo, de modo que tu madre asumió el rol de nuestra guardiana legal, comenzando a pasarnos ella misma la manutención, mientras Roxanne continuaba cuidando de nosotros. Incluso en su estado de duelo, se encargó de tramitar y hacer cumplir el testamento de nuestro padre, quien nos había legado un 20% de su herencia, siendo un 50% para ti y un 30% para ella misma.
Tenían pensado contarte la verdad cuando cumplieras la mayoría de edad, pero por lo que sé, Tara decidió no hacerlo tras una desagradable experiencia que viviste, que te dejó catatónica, (la cual no mencionaré aquí por respeto a tu vida privada, a pesar de haber leído los tweets que se publicaron del juicio).
Ahora que ya sabes quiénes somos y qué nos relaciona con tu familia, tengo que abordar la razón principal que me ha hecho escribirte esta carta: la herencia de Tara. Nos sorprendimos enormemente al llegarnos una carta del testamentario, indicándonos que aparecíamos como beneficiarios de la herencia de tu madre. No tenemos derecho a aceptar algo como esto, pero Aidan insistió en que me pusiera en contacto contigo para que pudiéramos hablar y conocer tu parecer al respecto. En todo caso, quiero decirte que ni mi hermano ni yo estamos dispuestos a recibir esa parte que se estipula en el testamento, a no ser que tú estés de acuerdo. No vamos a aprovecharnos de la amabilidad que tu madre demostró con nosotros todo el tiempo que nos conoció.
Sé que es una locura pedirte esto, pero a Aidan y a mí nos gustaría poder verte y conocerte en persona, pues eres la única familia que nos queda. Nos preguntábamos si sería posible reunirnos en Broadchurch para hablar, en un lugar que te sea cómodo y seguro. Ante todo, deseamos evitarte cualquier tipo de incomodidad. Pero comprenderíamos que no quisieras hacerlo, pues es una noticia demasiado impactante como para asumirla de golpe. De todas formas, si consideras que no quieres mantener el contacto con nosotros, lo respetaremos, y renunciaremos a la parte de la herencia que Tara ha querido darnos. Solo espero que lo consideres.
Un afectuoso y cordial saludo,
Nadia Taylor-Harper.
Alec dobla la carta y vuelve a introducirla cuidadosamente en el sobre de la encimera, colocándolo en la misma posición en la que se encontraba. Se quita las lágrimas de los ojos, sintiendo una profunda pena y respeto por Tara Williams además de admiración. Que fuera capaz de poner la otra mejilla de esa manera, es algo que ni siquiera él, con la mayor de las empatías, sería capaz de hacer. No solo supo ver que esos dos niños no tenían la culpa de las acciones de sus padres, algo que muchos adultos que han sido víctimas de adulterio encontrarían difícil hacer, sino que cuidó de ellos como su propia madre, hasta el punto de incluirlos en su testamento. Está conmovido por sus acciones, que reflejan claramente cómo era como persona y cómo vivió su vida. Tras sacar la taza de tila del microondas, agenciándose las tostadas, reflexiona para sus adentros mientras desayuna: ¿qué habrá decidido hacer Lina al respecto? Ahora comprende que estuviera algo distraída desde el lunes, pues una noticia así alteraría a cualquiera. Decide que, por el momento, hasta encontrar el momento oportuno, o hasta que ella misma le saque el tema, no lo mencionará. A pesar de que se encuentra algo dolido por la idea de que no se lo haya contado, comprende su decisión de no hacerlo, pues ella misma se encuentra, probablemente, procesándolo aún. Por si fuera poco, un asunto así podría cambiar todos los cimientos de su vida, y con toda seguridad, conociendo a su querida novata, no quería que Daisy y él se vieran afectados por ello. Con un suspiro pesado, se termina la tila y las tostadas, aparcando a un lado esos pensamientos, centrándose en su trabajo y el caso que los ocupa. Tras tomar las llaves en su mano derecha, sale de la vivienda a paso ligero, antes de entrar en su coche a los pocos segundos, decidido a pasar por la cafetería para comprar las bebidas para sus dos subordinadas favoritas.
Aproximadamente a las 07:45h, el coche del hombre de delgada complexión y cabello castaño se estaciona junto al de su brillante subordinada. Una vez se apea de él, toma en sus manos las tazas de plástico, que contienen dos tilas y un café con leche bien cargado. Comienza a caminar hacia el escenario del crimen, con un agente abriéndole paso, levantando el cordón policial. A lo lejos, cerca de la cascada, encuentra a Ellie y Cora, conversando animadamente sobre algún tema en concreto, aunque debido a la distancia no es capaz de escucharlas claramente. La más joven de los tres alza la vista al percatarse de que se encamina en su dirección, y esboza una sonrisa que queda a medio camino entre el cariño y el arrepentimiento. Evidentemente, el arrepentimiento es por el hecho de haberlo dejado dormir hasta tarde, pero el escocés ya se lo ha perdonado desde hace varios minutos. Corresponde su sonrisa con una suya, sorprendiendo a Ellie, quien se gira hacia su compañera. En esta ocasión, al encontrarse más cerca de su posición, el hombre con vello facial puede escucharla fácilmente.
—¿Has visto eso? —no puede creerlo—. Una sonrisa, ¡madre mía! —la castaña de cabello rizado parece a punto de saltar de alegría—. ¡Y trae bebidas calientes! —este parece ser el sumun de lo inaudito para Ellie, quien finge un leve ataque al corazón, llevándose la mano derecha al pecho, apoyándola sobre el chaquetón azul que lleva, reemplazando al habitual naranja con el que tantas veces antes la han visto—. ¡Aún hay milagros! —bromea, y el escocés chasquea la lengua, ligeramente molesto ante las palabras de su compañera y amiga—. ¿Cómo lo has hecho, Cora? —la aludida simplemente se encoge de hombros, pasándoselo en grande al ver la expresión facial no tan divertida de su novio.
Si las miradas pudieran matar, Ellie estaría definitivamente muerta en el suelo ahora mismo.
—Ella no ha hecho nada para cambiarme, Miller —rebate el hombre trajeado mientras les entrega a ambas sus bebidas, con la taheña de piel de alabastro agradeciéndoselo con una beso en la mejilla—. Sólo me comporto como siempre lo he hecho.
—Oh, vamos, no te hagas ilusiones: desde que te conocemos, siempre has sido un hombre melancólico y malhumorado, y ahora te muestras caballeroso —la castaña no tarda en iniciar una disputa de ingenio con él, como es costumbre cuando empiezan a molestarse mutuamente—. Estoy bastante segura de que te tiene bien agarrado.
—Cállate, Miller.
—Bueno, ya basta. Los dos —Coraline no tiene más remedio que intervenir, ya que teme que esta especie de guerra de ingenio entre sus colegas acabe con ellos gritando a los cuatro vientos—. No es momento de discutir hasta que os canséis —Alec y Ellie exhalan un hondo suspiro y asienten ante sus palabras, pues aunque estaban bromeando, se encuentran ahora ciertamente sorprendidos por el comando que ha dado la brillante subinspectora, así como por la dureza de su voz. No están acostumbrados a verla así de afectada y seria, claro que, este caso es delicado e importante para ella—. Genial. Ahora que lo hemos dejado claro, supongo que deberíamos ponerte al día sobre las pesquisas que hemos recopilado —asevera, dirigiéndose en esta ocasión al hombre que ama, tras dar un sorbo a su tila.
—Primero de todo: ¿cuánto lleváis aquí? —la interrumpe el hombre trajeado de delgada complexión
—Casi dos horas, si no me equivoco, ¿verdad, Ellie? —busca la confirmación de su amiga, quien se apresura en revisar su reloj de muñeca, asintiendo vehementemente—. Casi dos horas —reafirma su contestación, sintiendo como Alec posa una mano en su mejilla izquierda, pues cuando le ha brindado el beso a modo de agradecimiento, el escocés se ha percatado de que están más pálidas que de costumbre.
La mano del inspector está cálida en comparación con la casi gélida piel de su novata.
—Estás helada... —sentencia en un tono lleno de reproche, y la taheña simplemente le sonríe inocentemente, provocando que él chasquee la lengua, despojándose de su abrigo, colocándoselo sobre los hombros—. No soporto verte así —expresa en un tono inaudible para la castaña, quien no puede evitar observar a la pareja con una sonrisa enternecedora.
—Gracias —la subinspectora le sonríe con cariño.
Mientras lo observa acomodarle su abrigo sobre sus hombros, contempla a su inspector de reojo, pues ha advertido, como buena analista del comportamiento, que hay algo distinto en su forma de tratarla y mirarla. Es como si en las recientes horas, se hubiera sucedido algún cambio o revelación que lo ha hecho cambiar de actitud. No puede evitar preguntarse a qué se debe.
—¿Y por qué habéis venido tan pronto, si se puede saber? —Alec retoma el tema de conversación como si nada tras carraspear, esquivando como le es posible la inquisitiva mirada de su brillante subordinada, pues está seguro de que ha advertido ese cambio en sus acciones.
Es entonces que nota en su persona la tierna y cariñosa mirada que su amiga de cabello rizado le dirige, y desvía la mirada hacia su taza de tila, un poco avergonzado, tomando un sorbo de su contenido. No está acostumbrado a demostraciones públicas de afecto, y por ello, agradece que Ellie no comente nada al respecto.
—Queríamos familiarizarnos con el escenario del crimen antes de la reunión con el equipo —explica su novia en un tono sereno, cruzándose de brazos tras darle un sorbo a la tila. Siente que la sobreviene una nueva oleada de vértigo, pero logra contenerse.
—Cora y yo hemos recorrido el sendero desde aquí hasta la casa, y hemos llegado a la conclusión de que hay muchos sitios en los que el agresor pudo esconderse —la inspectora de ojos pardos, que se ha percatado al momento del malestar de su amiga, continua la explicación, comprobando que se encuentre bien.
—Pero por las lluvias que hubo la semana pasada, está todo embarrado, de modo que es lógico suponer que el agresor tendrá la ropa y los zapatos llenos de barro —analiza la joven de treinta y dos años tras recomponerse, señalando hacia el equipo forense que trabaja en el escenario, con el inspector trajeado siguiendo su brazo, posando su mirada parda en las personas vestidas con monos blancos, guantes y mascarillas—. Solo espero que los chicos de la científica encuentren algo significativo, como una huella... —suspira con pesadez, dando un nuevo trago a la tila, contemplando por la periferia de su visión cómo su amiga y su jefe hacen lo propio—. Con la cantidad de hombres que fueron a la fiesta, al menos por lo que sabemos, comparar coartadas y datos va a llevarnos mucho tiempo —el leve desánimo en su voz queda patente gracias al hundimiento disimulado de sus hombros, y al momento, siente la cálida mano de su amiga en su espalda, intentando animarla—. Estaría bien contar con alguna prueba sólida que nos ayude a identificar al autor del delito —ambos asienten ante sus palabras, pues no pueden estar más de acuerdo con ella.
—¿Cuántos dispositivos extra tenemos? —quiere saber Miller, dándole un sorbo a su café.
—Dos agentes —responde Alec de forma factual y algo pesimista, provocando que los ojos de sus dos subordinadas se posen en su rostro, aunque es la dueña de los pardos quien hace constar su sorpresa y descontento.
—¿Qué, solo eso? Necesitamos muchos más.
—Las agresiones sexuales nunca reciben los mismos recursos que los asesinatos —responde Alec tras suspirar pesadamente, negando con la cabeza, pues es de su mismo parecer, y cree que necesitan más personal, pero por desgracia, esta es la cruda realidad con la que han de enfrentarse.
—Ava me ha dicho que tenemos suerte de contar con dos —apostilla la analista del comportamiento, tomando otro sorbo de la tila en ese preciso momento, pues sabe en qué están destinados la mayoría de los agentes, pero por motivos personales, no puede divulgar esa información, al menos de momento.
Nada más escucharla, sus dos compañeros intercambian una mirada confusa, y posan sus ojos pardos en ella, contemplándola en silencio. Encuentran algo extraña la forma tan informal que ha usado para referirse a la Comisaria Stone, pero a pesar de ello, no dicen nada al respecto.
—¡Por el amor de Dios! ¿Sabe cuántos posibles sospechosos tenemos? —se indigna la Inspectora Miller en un tono ligeramente molesto, cerrando los ojos con pesadez—. ¿Cómo esperan que actuemos rápido con tan pocos recursos? —da un último sorbo al café, terminándoselo, y comprueba que su jefe hace lo propio con su tila.
—¿Has dormido algo? —cuestiona con un cierto tono pícaro la pelirroja, ganándose una mirada ladeada y divertida por parte de su pareja, la cual, la hace ruborizarse: demonios, había olvidado lo bien que se le da a su novio el ponerla nerviosa con tan solo unos pocos gestos o micro expresiones.
—Ya lo sabes, Lina —asevera de forma pícara, antes de sonreírle disimuladamente—. Pero respondiendo a tu pregunta: aunque he dormido poco, ha sido muy satisfactorio —le guiña un ojo, y la analista del comportamiento sonríe nerviosa, desviando su mirada hacia la Casa Axehampton, lo que provoca que una oleada de satisfacción recorra al escocés. Evidentemente, nunca va a cansarse de conseguir provocar ese tipo de reacciones en su pareja—. ¿Qué hay de ti, Miller? —el de ojos pardos apela ahora a su buena amiga, quien los ha estado observando intercambiar ese pequeño flirteo con una disimulada sonrisa.
Ellie, que no se esperaba que su jefe se dirigiese a ella en este momento, le da un nuevo sorbo a su café. Una vez traga el cálido líquido, sintiendo cómo recorre su garganta, infundiéndole calidez, carraspea.
—No, la verdad es que no he dormido demasiado... —responde finalmente, pues entre lo sucedido con Tom el día anterior, el hecho de encargarse de un caso de agresión sexual, y el haberse acercado a su casa a altas horas de la madrugada, la han tenido prácticamente la mayor parte de la noche en vela—. Deberíamos volver a la comisaría e informar al equipo.
—Tendremos que administrar bien los pocos recursos de los que disponemos —asevera la pelirroja en un tono factual, antes de terminarse la tila—: recolecta y comprobación de coartadas, conseguir un permiso de registro de propiedades asociadas a los posibles testigos y personas cercanas a Trish...
—Por no hablar del rastreo intensivo a realizar sobre la cuerda azul que usaron para amordazarla, y el registro de los servicios de transporte que se encargaron de llevar y traer a los asistentes de la fiesta.
—Exacto —afirma la mentalista, asintiendo ante la interjección de su jefe y pareja—. No podemos dejar ningún cabo suelto, por pequeño que sea —el tono de voz de la joven con piel de alabastro va disminuyendo a cada palabra que sale de sus sonrosados labios—. No podemos permitir que alguien así se vaya de rositas... Es más: no debemos permitirlo.
Las últimas tres palabras que musita Coraline más para sus adentros que para aquellos a su alrededor, están impregnadas de un filo en extremo cortante, como si quisiera encontrar por osmosis al perpetrador de la agresión, para hacérselo pagar mediante un castigo brutal, y con intereses. Sus dos compañeros intercambian una disimulada y preocupada mirada, pues sus palabras indican que este caso empieza, no solo a afectarla, sino a convertirse en algo personal.
—Y no lo haremos —asevera Ellie, intentando calmar los ánimos de su compañera, cuyos cambios de humor ha comenzado a captar sin demasiados problemas, y aunque intuye que en cierta parte se deben al estrés y a este caso en concreto, no puede evitar pensar que hay una razón subyacente.
Trish Winterman se despierta de sopetón al notar los cálidos y brillantes rayos del sol en su piel. Sus pupilas se contraen para evitar ser deslumbrada mientras se incorpora del pequeño sofá en el que ha pasado la noche. Ha sido una noche terrible, despertándose cada ciertos minutos debido a sus horribles recuerdos, que la persiguen como perros de caza. Ha intentado relajarse con varias tilas, pero ni eso ha conseguido calmar su ansiedad. Las oscuras ojeras bajo sus orbes así como su palidez, dan testimonio de lo tormentosa que ha sido su noche.
Al sentarse en el sofá de la sala de estar, su mirada celeste se posa entonces en el pequeño bloc de notas que dejó en la mesita cercana. En él están apuntados tres teléfonos: el de Ellie Miller, Coraline Harper, y Beth Latimer... Ésta última es su asesora. Sabe perfectamente quién es la mujer que la llamó, pues siguió su caso con atención cuando todo sucedió, encargándose de documentarse sobre ella. Sin embargo, a pesar de sus exhaustivas investigaciones al respecto, la cajera de cabello taheño teñido no ha averiguado aún los horribles hechos que acaecieron a cierta subinspectora de piel clara y ojos marinos, específicamente porque ella no tiene Twitter.
Sus ojos celestes se posan nerviosos en el número que Beth dejó para que la contactase, rememorando aquellas palabras que Cora le dijera: «Trish, necesitas apoyo. La soledad es la peor compañera en momentos así». Da un suspiro profundo, debatiendo en su mente sobre qué es lo mejor en estos momentos. Tiene que pensar en ella, valorar qué es lo que necesita en este instante. Y decide seguir el consejo de la amable y cálida agente de policía, levantándose del sofá para buscar su teléfono móvil, el cual, recuerda vagamente haber dejado en la encimera de la cocina, cuando fue a prepararse la tercera tila de la madrugada. Una vez lo tiene en sus manos, regresa al sofá de la sala de estar, guardando el teléfono de Beth Latimer en su memoria interna, agregándolo como un nuevo contacto. Cuando ha hecho esto, decide prepararse para el día que la espera, y aunque no puede decirse que sea un buen día —¿cómo podría serlo dadas las circunstancias?—, no hay nada mejor para empezar que una agradable ducha caliente, seguida de un desayuno delicioso. Deja el teléfono en la mesa de la sala de estar antes de dirigirse a la cocina, a prepararse el desayuno, para así, tomárselo tras darse esa ducha.
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