Capítulo 47 {2ª Parte}
Ivan se encoge de hombros, antes de carraspear, pues tanto hablar le ha resecado la garganta, pero por la expresión facial llena de determinación de la analista que tiene delante, no parece que esté dispuesta a detenerse por el momento.
"Maldito... Monstruo sin corazón", Alec se queda sin calificativos para describir al ser que su mujer tiene frente a ella, habiéndose percatado de que su buena amiga y veterana policía, ha palidecido con el relato de cómo el capo de la mafia, controla a sus subordinados, pero especialmente, con cómo logró controlar a Lina y a sus amigos.
—Y ahora... —al escuchar cómo su tono de voz cambia de uno serio a uno intrigado, la joven embarazada se prepara para la pregunta que vaya a hacerle—. Debo admitir que esta noche me has asombrado y divertido mucho, Filo Carmesí —comenta con un tono lleno de disfrute, antes de arquear una de sus cejas—. No pensé que te hubieras librado de tu condicionamiento... —admite con asombro y fascinación, pues es algo que creía imposible—. Tampoco tus amigos.
—Suéltalo de una vez, Ivan —le ordena la analista con un tono férreo, pues no quiere caminar en círculos sobre el mismo asunto—. Te mueres de ganas por preguntármelo.
—Tan aguda y perspicaz como siempre, querida mía —repite las mismas palabras de hace unos minutos, logrando que la expresión del inspector escocés, al otro lado del cristal, se crispe, tornándose agria. No le gusta cómo le habla a su futura mujer y madre de su bebé—. ¿Cómo lograsteis libraros del condicionamiento? Durante los años en los que estuvimos trabajando juntos, nunca conseguisteis desobedecerme...
—No fue una tarea sencilla, si te soy sincera. Luchar contra años de condicionamiento no es una tarea fácil —hace una pausa, en cuanto suspira profundamente, en un intento por calmar sus nervios—. Y aunque lo logré, me costó mucho —hace una pausa, en cuanto cruza las manos sobre la mesa de metal, y posa su mirada en ellas, en un intento por no mirarlo a los ojos—. Sesiones de terapia, medicación, e incluso intentos de suicidio, porque tu voz en mi cabeza era como una melodía machacona, incapaz de dejar de escucharla —decide ser honesta con él, antes de hacer una pausa. Suspira profundamente, en un intento por olvidar aquellos dolorosos recuerdos, que por tantos años, han atormentado sus sueños—. Luchar contra el condicionamiento, contra las torturas que me infligiste, provocó un gran impacto en mi vida. Pero, aun así, con la ayuda de mi familia y mis amigos, logré vencerlo —concluye con un tono sereno, logrando demostrarle a su antiguo jefe y manipulador, que ya no tiene influencia alguna sobre ella, posando sus ojos en él en un ademán desafiante—. Me toca —se adjudica el turno para preguntar—. ¿Cómo conseguiste la influencia para manipular a los gobiernos?
—No eres nada sutil con lo que buscas, Filo Carmesí —la amonesta ligeramente, sin dejar de mirarla con una expresión de incredulidad en su rostro—. Pero como estás siendo una chica buena, te responderé —sonríe nuevamente, haciendo un gesto con la mano derecha, en una señal de concesión, antes de carraspear—. Todo lo que se necesita para manipular a los gobiernos más influyentes del mundo, es algo tan sencillo y práctico como tener algo que ellos necesitan desesperadamente —simplifica, habiéndose reclinado en la silla, sin dejar de lado su sonrisa perlada—. Y yo, Filo Carmesí, tengo mucho que ofrecer a los gobiernos —se jacta con un tono lleno de vanidad, antes de enumerar una lista—: armas nucleares, activos valiosos como lo erais vosotros, y hasta armas químicas, por mencionar algunos de mis recursos... —está claro que se enorgullece de su trabajo, hinchando el pecho con cada palabra que sale de sus labios—. Todo lo que un gobierno necesita, lo tengo yo —confirma, antes de hacer una pequeña pausa—. Y eso, querida mía —la joven taheña frunce el ceño, hastiada de que continúe llamándola así—, es lo que me convierte en el hombre más poderoso del mundo.
—En un mundo de habitaciones cerradas, el que tiene la llave es el rey —ratifica la joven con piel de alabastro, alzando la mano derecha, como si escribiera en el aire, rememorando lo que escuchó decir antaño al hombre que tiene delante, cuando trabajaban juntos—. Y en este mundo de habitaciones cerradas, tienes muchas llaves... —añade, antes de hacer una pequeña pausa—. Y eso es lo que te convierte en un peligro, Ivan.
—Precisamente —afirma el capo de la mafia con una sonrisa pícara en los labios—. Mi turno de preguntar —mueve la mano derecha, señalándose el pecho, antes de posar sus ojos celestes en los de la mujer de treinta y dos años—. Tus amigos y tú fuisteis muy avispados al encargaros de cada una de mis células terroristas, de espionaje y trata de personas —la analista del comportamiento de cabello carmesí abre momentáneamente los ojos con pasmo, pues no puede creer que haya admitido abiertamente ser el titiritero tras esas organizaciones. Seguro que no lo ha hecho sin un motivo: debe tener un plan oculto, y piensa descubrir cuál es—. ¿Cómo fuisteis capaces de hacerlo?
—Tampoco tú estás siendo muy sutil con lo que buscas, Ivan —es su turno para amonestarlo, sonriendo con confianza, percatándose de que él le devuelve la sonrisa, como si esperase que ella le devolviera sus palabras de hace unos instantes—. No conseguiste borrar por completo la información que nos diste —responde a su pregunta, tras posar sus manos en la fría superficie de la mesa de metal—. Cuando conseguimos recuperar la voluntad y el control de nuestras mentes, al liberarnos del condicionamiento, supimos que teníamos que actuar de forma inmediata para acabar con tu organización —tiene claro que tenían que actuar cuanto antes para asegurarse de que respondía por todos los crímenes que ha cometido contra la humanidad—. Primero, la Interpol se puso en contacto con nosotros, debido a que ya tenían un registro acerca de nuestra pertenencia en la organización. Accedimos a participar en su operación para hacerte salir de tu confortable guarida, y por ello, nos dedicamos a estudiar las rutinas de cada célula y organización a lo largo de todo el mapa. Al cabo de unos meses, conseguimos infiltrarnos entre sus filas, y finalmente, actuamos desde dentro para destruirlas precisa, y metódicamente—concluye, en cuanto cruza sus brazos bajo su pecho, sonriendo de oreja a oreja, a modo de victoria—. Fue coser y cantar, como se suele decir —añade, para intentar provocarlo, pues sabe lo orgulloso que es. Herir su ego es uno de los pocos placeres que no pensó que experimentaría jamás—. Y ahora, te toca —asevera, en cuanto extiende su mano derecha, con el dedo índice extendido, en un gesto claro de que es su turno de plegarse a las reglas del juego, pese a ser consciente de que puede cambiarlas cuando le dé la gana—. Estás respondiendo a mis preguntas de manera directa, incluso cuando eres consciente de que muchas de ellas corroboran los cargos que se te imputan —el hombre anciano asiente, antes de hacer una pequeña pausa—. Y me gustaría saber el motivo: ¿por qué estás siendo tan sincero? No es tu estilo.
—Ya veo cómo va esto... —sentencia el hombre de noventa y dos años mientras asiente con vehemencia—. Ha sido una buena partida, sin duda —está claramente maravillado por cómo ha logrado superar su ingenio, y sus preguntas emponzoñadas. Ha aprendido mucho desde que se alejó de él—. Fin del juego: tú ganas —se rinde, suspirando pesadamente, antes de tragar saliva, abriendo la boca para revelar la verdad—. Ya estoy cansado de huir, Coraline —es la primera vez que utiliza el nombre real de su antigua subordinada y mejor asesina—. Y aunque no esté en mi naturaleza rendirme, me rindo ante ti —confiesa con un tono exhausto, en cuanto se reclina en la silla—. Siempre has sido, y sigues siendo, una gran profesional... Sabía que serías capaz de encontrarme —asegura con convicción, pues tenía una fe ciega en sus capacidades—. Llevo años huyendo de ti, y de tus amigos, intentando incluso amenazaros para que os detuvieseis, porque sabía que no cejaríais en vuestro empeño de atraparme, de hacerme caer —continúa respondiendo a su pregunta de manera sincera, como si acabar en la comisaría de Broadchurch, hubiera sido su plan desde el principio. Sus palabras inmediatamente provocan que una oleada de recuerdos afloren en la mente de la pelirroja, rememorando su conversación con sus amigos en Sandbrook, donde todos ellos compartieron cómo la organización les enviaba cartas amenazadoras—. Y aunque sabía que tarde o temprano me alcanzaríais, no puedo seguir corriendo —reconoce antes de hacer una pequeña pausa, dejándose unos segundos para reflexionar en silencio—. Soy viejo ya, querida mía, y no tengo fuerzas para seguir adelante —admite al cerrar los ojos, pues necesita descansar. Descansar de todo lo que ha hecho en su vida—. Además, ya no tengo nada que perder: me lo arrebataron todo hace muchos años —añade con un tono de tristeza en la voz—. No tengo a mi mujer e hijas, y tampoco tengo amigos... El destino se ha encargado de ello —suspira profundamente, antes de abrir de nuevo los ojos, y fijar su mirada en la joven de cabello carmesí—. Puede que lo que voy a decirte suene egoísta, pero no quiero que mi muerte sea en vano —asevera mientras mueve la mano derecha, comenzando nuevamente a tamborilear sobre la mesa con las yemas de los dedos, sin dejar de mirarla—. Por ello, estoy dispuesto a revelar todos mis secretos, para que puedas cerrar este caso y poner fin a todo esto.
"Sus ojos no se desvían en ninguna de las direcciones. Mantiene la mirada fija en mí, y sus ojos apenas se han dilatado, por lo que puedo analizar que está siendo completamente sincero. No está mintiendo, ni mucho menos intentando manipularme para que baje la guardia, pues sabe que nunca lo haría... De modo que, como me temía, todo esto ha sido un plan muy bien elaborado por su parte: quería acabar con todo, pero haciéndolo bajo sus propias condiciones", analiza la pelirroja con piel de alabastro, habiéndose percatado de cada movimiento, palabra, tono, y comunicación no-verbal. "Ahora comprendo cómo es que apenas se ha traído efectivos a la playa: sabía de antemano que intentaríamos detenerlo, y se ha asegurado de que los efectivos en reserva se entreguen a la Interpol, para no poner en peligro la vida de ninguno. Pese a las apariencias, siempre se ha preocupado por las vidas de sus subordinados. Se ha arriesgado a todo, y ha utilizado su posición y poder para manipular a todo el mundo, para que creyesen que su detención era cuanto menos imposible, porque confiaba en que la única persona capaz de atraparlo, era yo... Y, aunque su plan ha funcionado, no puedo dejar de sentir admiración por él. Se ha preparado a conciencia para esto, sabiendo que ocurriría antes o después", continúa la joven de cabello carmesí, sin dejar de analizarlo, mientras observa su expresión. "Algo en su mirada me transmite tristeza y cansancio, como si llevara años esperando este momento. Esperando a la lúgubre figura de la Parca. Por ello, en cierto recóndito lugar de mi mente, a pesar de todo lo que ha hecho, del daño que ha infligido a tanta gente... No puedo evitar sentir pena por él", se dice, con un ramalazo de compasión haciendo acto de presencia en su mente. "No nació siendo un monstruo, un psicópata, sino que las circunstancias y sus vivencias, lo moldearon y lo cambiaron, convirtiéndolo en una versión distorsionada y retorcida de sí mismo... Podría haber cambiado, pero el mundo lo traicionó. Le devolvió todas sus acciones, bienintencionadas eso sí, como un dardo envenenado", reflexiona acerca de lo que le ha contado con algo de perspectiva, pese a saber que no debe dejarse llevar por las apariencias, pues sin duda, su antiguo manipulador puede haber mentido puntualmente para ganarse sus simpatías. "Pero al fin y al cabo, no puedo terminar de culparlo... Porque todos, sin excepción, podríamos llegar a convertirnos en versiones retorcidas de nosotros, si la vida nos da bofetadas constantes para hacernos caer, despojándonos de nuestra humanidad".
—Debido a sus palabras, Sr. Markov, necesito que firme esta declaración, en la que confirma que se declara culpable de todos los cargos que se le imputan, y que está dispuesto a colaborar con la justicia —indica la agente de policía, en cuanto logra poner en orden sus pensamientos, calmándose lo suficiente como para continuar con la última parte de su interrogatorio. Extiende un papel por encima de la mesa, al mismo tiempo que extiende un bolígrafo de tinta azul—. Me temo que no puedo garantizarle que la admisión de estos cargos implique su liberación, puesto que, su condena está condicionada por los consiguientes juicios en los diversos países en los que se encuentra en busca y captura —le explica en un tono sereno, pues sabe que, en cuanto la Interpol tome posesión de su persona, quedará a disposición judicial de los gobiernos del mundo—. No hay nada más que pueda hacerse —sentencia, contemplando cómo Ivan apenas lee lo que hay escrito en la hoja que le ha entregado, tomando el bolígrafo en su mano derecha, antes de firmar el documento—. ¿Desea añadir algo más?
—No, nada más —responde, antes de posar sus ojos en los de la experta analista del comportamiento—. Aunque, pensándolo mejor, sí que hay algo... —sus ojos se dulcifican, exudando una humanidad que parecía imposible que poseyera de antemano—. Me gustaría pedirte un favor —esboza una sonrisa suave, dejando el bolígrafo sobre la hoja firmada, deslizándola hacia la muchacha de treinta y dos años, quien lo contempla con una ceja arqueada, curiosa por lo que sea que quiera pedirle. El anciano hace una breve pausa, tragando saliva—. Cuando esto acabe, quiero que continuéis con vuestras vidas. Todos vosotros —le pide en un tono firme, como si esta fuera su última oportunidad para resarcirse con ellos de todo lo que les hizo en el pasado—. Dejad atrás los fantasmas del pasado... Nada bueno acarrea rememorar lo que ha sucedido —asegura con una voz llena de tormento, pues lleva años siendo esclavo de sus emociones y recuerdos más amargos, y han terminado por convertirlo en lo que es hoy en día. Un monstruo, una carcasa vacía, sin alma ni corazón—. Sed felices, y olvidadme —asevera, antes de sentenciar con una voz que se quiebra a la mitad de la frase—. Yo ya no existo.
—Interrogatorio terminado a las 23:05h —sentencia la taheña con piel de alabastro tras unos segundos, reflexionando acerca de las palabras de su antiguo jefe, torturador, mentor y manipulador.
Es una petición desgarradora en su última parte, pero al mismo tiempo, puede, y solo puede, que al enfrentarse a su inminente condena y muerte, el jefe de la mafia rusa haya podido recuperar finalmente algo de su humanidad perdida. La protegida del escocés pulsa el botón de la grabadora para detener el interrogatorio, y se levanta de la silla, tomando en sus manos el documento firmado y el bolígrafo.
—Adiós, Ivan —se despide, antes de comenzar a caminar de manera pausada hacia la puerta. No necesita decir nada más, pues sus palabras ya dicen mucho por sí solas.
Este es el final. Ha cerrado esta puerta de su pasado. Ha podido dar por terminada esta oscura y tumultuosa etapa de su vida. Ha podido dejar atrás sus demonios de una vez por todas. No hay nada que atormente sus sueños y pensamientos. Es el momento de ser feliz.
—Adiós, Coraline —susurra el ruso de cabello plateado y ojos celestes, en cuanto observa cómo la joven de cabello carmesí se levanta, lista para abandonar la sala de interrogatorios número nueve—. Позвольте мне сделать вам последнее предупреждение, моя дорогая, по старой памяти: берегите спину и семью.
La joven embarazada de treinta y dos años se detiene momentáneamente en su sitio, justo frente a la puerta de la sala de interrogatorios. Se voltea hacia el hombre con una cicatriz en el rostro, observándolo de pies a cabeza para discernir si ha dicho la verdad, puesto que le ha inferido en ruso lo siguiente: «deja que te dé una última advertencia, querida mía, por los viejos tiempos: vigila tu espalda, y a la familia». Y al ver su expresión facial, tan sincera y transparente como nunca lo ha visto antes, está segura de que, de algún modo, sabe algo. Sabe algo que ella misma aún desconoce. Pero, ¿de qué se trata? ¿De qué la está advirtiendo? Cierra los ojos con pesadez, pues no quiere pensar en eso ahora, antes de salir de la sala de interrogatorios, cerrando la puerta a su espalda. Se encamina a la sala de observación, donde su prometido y su mejor amiga se encuentran.
—Eso ha sido sorprendente —sentencia Ellie nada más verla aparecer por allí, caminando hacia ella, al mismo tiempo que su compañero trajeado, quien nada más tiene a su prometida cerca, la estrecha entre sus brazos de manera protectora—. Al principio pensaba que iba a negarse a declarar, especialmente por cómo le hemos tendido una trampa, pero no esperaba que estuviera dispuesto a responder a tus preguntas —comenta la castaña de ojos pardos, controlando la respiración, pues la tensión ha estado a flor de piel, y su corazón no ha dejado de latir de forma acelerada en todo momento—. Y menos, que se declarase culpable de todos los cargos que se le imputan.
—Nadie lo hubiese imaginado—le asegura Hardy en cuanto le da un pequeño beso en la frente a su querida novata, antes de separarse de ella—. Lo has hecho muy bien, Lina —le asegura en un tono confiado en extremo, antes de contemplarla de pies a cabeza, examinando su estado, pues la nota incluso más agotada que antes—. ¿Estás bien? —le pregunta al ver que, aún está muy pálida, y tiene una expresión un tanto apagada.
—Sí —asiente con la cabeza, antes de tomar asiento en la silla situada junto a la mesa—. Estoy bien —confirma, antes de suspirar profundamente—. No me esperaba que fuera tan fácil —hace una pausa, reflexionando acerca de lo ocurrido, antes de continuar—. Es decir, no me esperaba que fuera tan sencillo —se corrige, en cuanto recuerda las palabras de Ivan, contemplando cómo un agente entra a la sala de interrogatorios para llevárselo a una celda, tramitando así la declaración grabada a la Comisaria Stone, dejándolo a la espera de pasar a disposición judicial. Pero por lo mucho que ansían los gobiernos del mundo echarle el guante, duda que vaya a estar allí más de 12 horas—. No me esperaba que fuera capaz de ser tan humano, después de todo lo que ha hecho —murmura con un ligero tono incrédulo, rememorando su confesión estremecedora, así como su última petición—. No puedo evitar pensar que, en el fondo, solo es un alma torturada por el peso de toda una vida injusta, que necesitaba un alma caritativa con la cual hablar, desahogarse... —sus compañeros parecen comprender a qué se refiere, pese a que no comparten su visión de la situación, pues según ellos, Markov ha estado manipulando el interrogatorio en cierta forma para intentar que le tengan lástima. Claro que, es la analista quien ha podido inferir si ha sido sincero o no—. Sabía que yo era la única que podría detenerlo y atraparlo, y confiaba en que lo hiciera... —entrelaza sus manos sobre su regazo, aunque en esta ocasión no lo hace como un gesto de nerviosismo, sino como uno reflexivo—. No sé si debo sentirme feliz o triste por eso...
La taheña con piel de alabastro esboza una sonrisa amarga, en cuanto recuerda todas las vidas que ha arruinado, todos los sueños que ha destruido, todas las esperanzas que ha deshecho, y todos los corazones que ha roto. Es un monstruo a quien no se le debería perdonar nada de lo que ha hecho, y sin embargo, ella es capaz de encontrar el perdón en su interior, porque no deberían vivir en el rencor y el odio. Lo perdona de todo corazón.
—No sé qué decirte —responde su futuro marido tras unos segundos de deliberación, sentándose a su lado, antes de abrazarla con cariño, posando su mano izquierda sobre su vientre, en un gesto protector—. Pero ya no tienes por qué pensar más en esto: se ha terminado, y esta vez, para siempre —susurra Alec, antes de depositar un beso en su cabello, provocando que la joven taheña suspire con satisfacción, acurrucándose en sus cálidos brazos—. Ahora, solo tienes que pensar en ti, y en el bebé.
—Sí —asiente ella, en cuanto sus pensamientos le recuerdan que, ahora, su prioridad número uno son sus hijos. Daisy, y este bebé que lleva en su interior. Pase lo que pase, no va a permitir que nada, ni nadie, les haga daño—. Tienes razón —confirma, antes de suspirar profundamente, intentando tranquilizar su respiración, y relajar sus músculos, pues el interrogatorio la ha dejado exhausta. Más incluso que la pelea. Ha sido un duelo de ingenio complicado—. Pero lo primero es entregarle el documento a Ava, y después...
—...Ir a casa a descansar —termina Ellie por ella, sonriendo de manera tierna al ver cómo los futuros padres se levantan de los sillones de la sala de observación, percatándose de que han terminado todo su trabajo de hoy. Ambos caminan hacia ella, tomados de la mano en un gesto en extremo tierno, instantes antes de que la veterana inspectora abra los ojos con sorpresa, pues acaba de ocurrírsele algo—. Me temo que tendremos que dejar la quedada en el pub para mañana... —sugiere con un tono apenado, contemplando la hora en su teléfono móvil, pues estaba deseando salir por ahí con Alec, el verlo soltarse. Al cabo de unos segundos, una sonrisa pícara aparece en sus labios—. O tras la boda, para celebrar que por fin puedo llamaros «Sr. Hardy y Sra. Hardy» —se carcajea, divertida ante su propia broma, provocando que su amigo, jefe y compañero, ponga los ojos en blanco en una falsa ofensa, mientras que la pelirroja se ruboriza ligeramente por la idea.
Una vez roto este pequeño e íntimo momento entre ellos, el trío de investigadores camina hasta la salida de la estancia, antes de apagar las luces de la sala, dejándola en una completa oscuridad. Cierran la puerta tras ellos. Suben las escaleras lentamente, encaminándose al despacho de la comisaria, con el hombre trajeado de ojos pardos, sujetando la mano derecha de la madre de su bebé en su izquierda con gran cariño y ademán protector.
—Ava —la saluda la brillante mentalista de manera informal, en cuanto entran en el despacho de la comisaria de Broadchurch, entrando en él tras tocar la puerta en varias ocasiones—. El interrogatorio ha finalizado —le comunica, a pesar de que su presencia allí ya confirma lo que está contándole. La mujer de cabello rubio y ojos esmeralda la observa con evidente orgullo, pues sabía que si alguien era capaz de sacarle la verdad a Markov, esa era Coraline Harper—. Aquí tienes el documento firmado, en el que reconoce ser culpable de todos los cargos que se le imputan, y confirma que está dispuesto a colaborar con todo aquello que le pidamos acerca de sus actividades —le indica en cuanto extiende el documento por encima de la mesa, al mismo tiempo que entrega el bolígrafo a la comisaria.
—Muy bien —responde la mujer madura de forma profesional, mientras examina el documento de arriba-abajo, en busca de algún posible error, para comprobar que todo está correcto. Una vez lo hace, sonríe de oreja a oreja, levantándose de su asiento—. Has hecho un muy buen trabajo, Cora —la felicita, extendiéndole la mano, agradecida en extremo.
—Gracias —contesta la muchacha de treinta y dos años, estrechándole la mano con efusividad—. ¿Qué hay de Magnus, Elroy y Sakura? —cuestiona, pues no los ha visto en su recorrido hasta el despacho, y está preocupada por su estado, teniendo en cuenta además que, si ella ha acabado tan agotada por la pelea en la playa, ellos deben estar también para el arrastre—. ¿Están bien?
—Sí —responde la comisaria de Broadchurch en un tono calmado, nada más separarse de ella, regresando a su lugar habitual, sentándose tras su escritorio—. Nada más terminar la operación los he mandado a uno de los pisos francos que la policía tiene en el pueblo, para aquellos en el programa de protección de testigos, con el fin de que descansen —le explica rápidamente, aliviando sus preocupaciones—. Al fin y al cabo, los cuatro sois nuestros héroes. No habríamos podido atraparlo sin vuestra ayuda —la halaga, antes de sonreír de forma amistosa—. Y ahora, ¿por qué no te vas a casa a descansar? Te lo mereces con creces.
—Sí —asiente la pelirroja trajeada de negro, antes de suspirar profundamente, pues siente que se le caen los párpados debido al sueño—. Gracias, Ava —agradece, antes de dar media vuelta, y abandonar el despacho de la comisaria, visitando los vestuarios para recoger la ropa que ha dejado guardada en una bolsa, antes de encaminarse a la salida de la comisaría, con el hombre que ama y su buena amiga.
Mientras caminan hacia el aparcamiento de la comisaría de policía, Alec Hardy la observa con una expresión de profunda admiración, pues jamás hubiese imaginado que fuera capaz de manipular de una forma tan brillante a un hombre tan peligroso como Markov, entrando a su juego como parte de su estrategia, beneficiándose de su narcisismo. Además, lo ha hecho en cuestión de unas pocas horas. No puede evitar sentirse orgulloso de su prometida, y de lo mucho que ha crecido como persona, y como inspectora, en los últimos años. Por su parte, Ellie Miller sonríe de manera extremadamente dulce, puesto que no puede evitar sentirse tremendamente orgullosa de la muchacha que, hace unos años, fue su novata, y ahora es una brillante detective. No hubiese podido hacerlo mejor. No hubiese podido hacerlo de una forma más perfecta.
—Me duele todo... —masculla la pelirroja de treinta y dos años, sonriendo de forma cansada, contemplando cómo su futuro marido guarda la bolsa en la que se encuentra su ropa, en el maletero—. Necesito dormir —asegura la mujer embarazada mientras abre la puerta del coche, entrando al vehículo. Se sienta en el asiento del copiloto, mientras que su querida amiga, a quien han decidido tácitamente entre ellos acercar a su vivienda, se sienta en la parte trasera—. Voy a mandarle un mensaje a Daisy para avisarle de que volvemos a casa —asevera, una vez se ata el cinturón de seguridad, habiendo recuperado su teléfono de la bolsa, el cual ha guardado en el bolsillo de la chaqueta negra.
Incluso a pesar de su cansancio, quiere asegurarse de que su hija se queda tranquila, y no se preocupa en exceso por ellos y su paradero. Conociéndola, es capaz de quedarse despierta toda la noche para estar alerta, y así, ver el mensaje nada más lo reciba.
—No hace falta —la informa Alec, habiéndose sentado en el asiento del conductor, comenzando a desaparcar el vehículo tras cerrar la puerta y atarse el cinturón de seguridad, sonriendo de forma cálida, advirtiendo cómo, por la periferia de su visión, su novata guarda el teléfono de nueva cuenta en su chaqueta—. Ya le he mandado un mensaje, diciéndole que estamos en camino —añade, pues ha sido lo primero que ha hecho nada más contemplar que su interrogatorio había finalizado. Conduce por las nocturnas y silenciosas calles del pueblo de la costa, hacia la casa de Ellie—. No te preocupes por nada.
—¿Estás seguro? —cuestiona la joven de treinta y dos años, mirándolo a los ojos, esperando que no esté mintiéndole, puesto que debido a su agotamiento, su mente ha decidido apagar su lado analítico, y no tiene la capacidad de ver si lo está haciendo.
—Sí —afirma el de cabello castaño, torciendo en una intersección—. Solo descansa.
La muchacha de treinta y dos años asiente rápidamente con la cabeza, antes de cerrar los ojos, dejando que el movimiento del coche la haga entrar en el reino de los sueños oníricos, para descansar de un día tan agotador. Sus sueños sin por primera vez placenteros, llenos de calidez y paz, sin pesadillas que los turben. Son ahora una especie de premonición de lo que será su felicidad en los años venideros.
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