Capítulo 47 {1ª Parte}
Son las 22h. La comisaría de Broadchurch resalta entre el fondo nocturno del cielo. Las luces iluminan la calle y las escaleras que conducen a la edificación. El pueblo está desierto y callado. Solo los ruidos de las aves marinas que se acercan y la marea que golpea la costa se pueden escuchar. Y la puerta de seguridad de la comisaría de Broadchurch se abre, al mismo momento en que los tres compañeros y amigos entran al interior. Una vez pasan el control de identificación inicial, la pelirroja con piel de alabastro se dirige al pasillo en el que se encuentran las salas de interrogatorio. Alec y Ellie la siguen en silencio, vigilando su estado en todo momento, pues están seguros de que la pelea en la playa la ha afectado sobremanera. Comienzan a caminar por el largo y oscuro pasillo, con sus paredes desgastadas por el tiempo y la falta de atención de los trabajadores de la comisaría, hasta llegar a la sala de interrogatorios que se encuentra al final de este.
Una vez frente a la puerta, la joven analista del comportamiento suspira con pesadez, despidiéndose de su prometido y su mejor amiga, quienes se dirigen a la sala de observación. Los dos investigadores de cabello castaño y ojos pardos se sientan en los sillones de la sala de observación, mientras que la joven de treinta y dos años con piel de alabastro entra en la sala de interrogatorio.
Nada más atravesar la puerta, contempla cómo las paredes negras de la sala de interrogatorio hacen honor a su nombre, pues es una estancia fría y oscura, desprovista enteramente de calidez, y hace daño a la vista. El hombre que se encuentra detenido en la mitad de la estancia, tras la mesa de metal, la mira apenas sin parpadear.
Cora sabe que es el momento de ser fuerte, y de decirse a sí misma que está preparada para hacer frente a todo tipo de situaciones. No se va a dejar vencer por el miedo ni por las emociones. Es policía. Y eso es lo que la hace sentirse orgullosa. Porque tiene la voluntad y la potestad de hacer lo correcto. De no permitir que las vidas que el capo de la mafia se ha cobrado, hayan sido en vano.
Se sienta al otro lado de la mesa, frente al ahora indefenso y esposado anciano de noventa y dos años, quien la mira con cierto resquemor, mezclado con admiración. Pero la joven hace un esfuerzo por ignorar su mirada, concentrándose en su trabajo. Coloca una cinta en la grabadora, y pulsa el botón para dar inicio al interrogatorio.
—Cuanto antes empecemos, antes podrás tomar una taza de té, Ivan —empieza a decir la pelirroja con un tono sereno, en cuanto se acomoda en la silla. Al instante, siente cómo un escalofrío recorre su espalda, y se estremece. No había notado el frío que hace en la sala. Pero se dice que, probablemente se deba a que debe hablar cara a cara con Markov por primera vez en años, y debe soportarlo. Tiene que enfrentarse a él, al psicópata que ha asesinado a tantos inocentes. Porque nadie más podría sacarle una confesión—. Primero de todo, ¿nos podemos poner de acuerdo en que vas a decir la verdad? —pregunta la mujer en cuanto presiona los dedos sobre la mesa, dispuesta a comenzar. Sin embargo, como esperaba, el hombre que tiene delante, vestido con un mono blanco, no dice ni una palabra para dejar constancia de que la ha escuchado—. Estos son los cargos de los que se te acusa actualmente: secuestro de menores, adoctrinamiento, asesinato, terrorismo, compra de gobiernos, espionaje a nivel mundial... —comienza a enumerar, revisando su libreta digital, en la cual ha anotado los crímenes cometidos por el ruso con la cicatriz en el rostro—. Sinceramente, la lista es tan larga como la Biblia, y ya he perdido la cuenta —termina para sí misma, y suspira con pesadez, pues tiene claro que tiene delante al mayor de los criminales a los cuales se ha enfrentado. Pero traga saliva, y se esfuerza en no desmoronarse. No debe darle esa satisfacción al psicópata—. De acuerdo, ya has oído los cargos —hace una pausa para observarle, y ver si asiente o no—. ¿Cuáles son tus intenciones? ¿Vas a decir la verdad? Te advierto que soy una analista del comportamiento extremadamente capaz... —enfatiza las últimas dos palabras—. Pero claro, supongo que ya lo sabías, después de habernos amenazado a mis amigos y a mí... —hace una pausa de unos segundos, dándole tiempo al ruso para mostrar una reacción. Una simple mueca bastaría. Pero no lo hace. Solo la mira en silencio, con unos ojos que son como dos cuencas heladas en un rostro pálido. Y el silencio se extiende, por lo que la joven de ojos cerúleos se decide presionarlo un poco—. Te lo voy a preguntar una vez más. ¿Cuáles son tus intenciones? —insiste la mujer, instando a su antiguo torturador a hablar—. ¿Piensas admitir la culpa de los cargos que se te imputan? —nuevamente, solo obtiene el silencio como respuesta. Es como si, a Ivan, todo lo que dice le entrase por un oído y le saliese por el otro. No muestra siquiera una reacción en el rostro—. Bueno, independientemente de si decides hablar o no, tras lo sucedido esta noche, te aseguro que no vas a salir impune.
"Este hombre es duro de roer... Cualquiera en su lugar, habría mostrado alguna reacción facial o física, al ver los cargos que hay en su contra", piensa Alec para sus adentros desde la sala de observación, habiéndose sentado junto a Ellie en los sillones de la estancia, contemplando cómo se desarrolla el interrogatorio. "Siendo un antiguo espía de la Unión Soviética, con una larga trayectoria en técnicas de interrogatorio, probablemente no será fácil hacerlo cooperar", se dice a sí mismo, antes de cruzarse de brazos, suspirando pesadamente. "A menos, claro, que Lina pueda hacer o decir algo que lo haga cambiar de idea. Si encuentra su punto de presión e incide en él, puede que la suerte se ponga de nuestro lado".
Se escuchan pasos en el pasillo. Cora no puede evitar levantar la vista, preguntándose a sí misma quién será el visitante nocturno, y si debería dejar de interrogar momentáneamente a este hombre que se niega a cooperar, para investigar si Stone ha bajado a la sala de observación a contemplar cómo se desenvuelve. Una vez dirige la vista de nuevo a su antiguo jefe, quien la contempla con una sonrisa en los labios, comprueba que no se ha movido del lugar. La mujer embarazada aprieta los labios y mantiene la atención sobre el ruso, decidida a no perder la concentración.
Sorprendentemente, parece que después de reflexionarlo, Ivan decide hablar.
—Siempre fuiste muy competente, Filo Carmesí —le dice el anciano de ojos celestes con evidente orgullo en sus palabras, hablando en el mismo idioma que la pelirroja, dejando de lado su lengua materna, a fin de agilizar la comunicación entre ellos. No deja de sonreír en ningún momento, lo que genera cierto nerviosismo en la joven de piel de alabastro, aunque hace un esfuerzo porque su antiguo captor y manipulador, no se percate de ello—. Pero esto no va a ir como tú crees —le advierte—: si estoy aquí, es porque yo lo he querido —asegura, alzando algo la barbilla, sin despegar la mirada de su mejor activo en la organización criminal—. Y solo responderé a tus preguntas, si tú respondes a las mías... Un quid pro quo.
—¿En serio? —la analista del comportamiento pone los ojos en blanco por unos segundos, antes de suspirar con pesadez—. Detenido y en comisaría, ¿y aun así, decides citar a Hannibal Lecter, en «El Silencio de Los Corderos»? —asevera con cierta desgana, porque sabe que está jugando con ella, ganando tiempo para hacerla desquiciarse. Pero la joven de ojos azules se niega a darle esa satisfacción. Si está allí, es porque ella le ha tendido una trampa, y él ha caído en ella. No porque él lo haya querido—. Entonces, ¿vas a colaborar conmigo?
—Responderé a tus preguntas —le asegura con sorna—. Si tú haces lo propio.
"Oh, no... Esto no me gusta nada", piensa la veterana inspectora de cabello rizado y castaño, intercambiando una mirada cauta con su compañero y amigo. "Sé que Cora sabe perfectamente lo que está haciendo, pero creo que hay mejores formas de hacer colaborar a un psicópata como éste, que acceder a sus exigencias".
A la pelirroja con piel de alabastro le cuesta admitirlo, pero se siente muy halagada por el hecho de que Ivan haya caído en su trampa. Sabe que está orgulloso de ella, tanto como lo estaba antes. Y aunque sea enfermizo enorgullecerse por haber estado a la altura de sus expectativas, no puede evitar sentir un cierto aire de superioridad respecto a él.
Está atrapado e indefenso, y ella tiene el control en esta ocasión.
—Está bien —acepta, decidida a jugar su juego—. ¿Qué quieres saber?
—¿Qué ha sido de ti, Filo Carmesí? —le pregunta el ruso, en cuanto se inclina sobre la mesa, instándola a acercarse también a él.
—Infiero que te refieres a mi vida personal...
—Sí —asiente el anciano, sin apartar la mirada de la mujer.
—No comprendo qué tiene de interesante mi vida, Ivan —expresa con frustración la pelirroja de ojos azules, pues piensa que lo que está haciendo es una completa estupidez. No debería estar jugando con él. Pero ya no tiene vuelta atrás—. Con todas las preguntas que podría hacerme, y decides hacer esta...
"Lina está empezando a jugar, provocándolo, apelando a su narcisismo para que sus propias palabras lo traicionen", reflexiona para sus adentros el escocés trajeado, contemplando con atención la sala de interrogatorios. "Solo espero que estés segura de lo que haces, querida... Es muy peligroso dejarte arrastrar a su juego".
—Quiero saber qué ha sido de mi mejor espía y asesina —contesta Markov sin tapujos, como si fuera consciente de que hay personas observándolos al otro lado del cristal.
Sus palabras solamente se han pronunciado con el único propósito de provocar una reacción en la taheña, pues es consciente de que no soporta que se apele así a ella. Porque quiere renegar de su pasado más oscuro.
La embarazada suspira, y posa la mirada en la mesa de metal, reflexionando sobre qué sería sensato contarle. Decide resumir parte de su vida, recalcando aquellos detalles que no podría usar en su contra, en caso de que, por alguna intervención del destino, no llegue a recibir la inyección letal que los gobiernos del mundo están deseando administrarle.
—La verdad es que no tengo mucho que contarte —comienza a hablar, al cabo de unos segundos de incómodo silencio—. He seguido con mi vida. Cuando me sacaron de la organización, mi madre y yo empezamos a mudarnos por el mundo, huyendo de tus garras —el hombre frente a ella no reprime en ningún momento la sonrisa que hay en sus labios, antes de entrelazar las manos sobre la mesa en un gesto relajado—. Me alisté en la academia de policía, donde me gradué con honores, y al tiempo, acabé aquí, en Broadchurch —hace una pausa, en cuanto cambia de postura, sentándose más erguida en la silla, y lo mira a los ojos—. Y por eso mismo, estoy interrogándote ahora —concluye, antes de cruzar las piernas—. Ahora te toca a ti responder a mis preguntas.
—Adelante entonces —sentencia el anciano de ojos celestes, sin perder la sonrisa de sus labios—. Pregunta lo que quieras saber —sus palabras podrían confundirse con amabilidad, cuando en realidad, su tono se asemeja más a una orden.
—¿Por qué motivo comenzaste a cometer actos delictivos? —inquiere con evidente curiosidad, pues tras tantos años, esa pregunta es una que lleva tiempo queriendo responder—. ¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
La mujer de treinta y dos años mantiene la mirada fija en él, esperando a que se digne a darle una respuesta. El anciano de noventa y dos años cierra los ojos momentáneamente, como si estuviera perdido en un mar de recuerdos, antes de volver a abrirlos, fijando la mirada en la joven de cabello carmesí.
—Me has hecho dos preguntas en una... —parece disfrutar con cómo se desarrolla su juego—. Las agruparé, de modo que te daré una respuesta extensa —parece cambiar y modificar las normas del juego a voluntad, pero la mujer frente a él ni siquiera se inmuta por ello—. Verás, Filo Carmesí —comienza a decir, en cuanto entrelaza sus manos sobre la superficie de la mesa de metal, contemplándola fijamente—, todo esto comenzó hace mucho, mucho tiempo... Cuando yo era joven, me alisté en el servicio secreto soviético, con la esperanza de convertirme en un héroe de la Unión Soviética. —hace una pausa, en cuanto suspira, con cierto tono de nostalgia en la voz—. Era un tiempo en el que la Unión Soviética era un gran país, y yo quería servirle con lealtad. Me convertí en el mejor agente secreto que habían visto, llevando a cabo multitud de misiones... Pero las cosas no salieron como yo esperaba —suspira de nuevo—. Fui enviado a Afganistán, donde tuve que luchar contra los muyahidines. Y allí, en medio de la batalla, me hirieron —su mirada se torna fría y dura—. Pero no me mataron. Me llevaron a un hospital de campaña, donde me operaron, y me dejaron una cicatriz en el rostro, que sería un recordatorio constante de mi lucha por mi patria —toca la marca que recorre el lado izquierdo de su rostro desde su frente hasta la mejilla izquierda. Cuando habla, hay cierto tono de resentimiento en su voz—. Y a partir de ahí, mi vida cambió para siempre.
—¿Qué sucedió?
—Ah-ah-ah —Markov hace un gesto con el dedo índice derecho, moviéndolo de la-do a lado, al mismo tiempo que chasquea la lengua—. Ya he respondido a tu pregunta, Filo Carmesí —la joven suspira con pesadez al serle recordado que, ahora mismo, están jugando—. Me toca preguntar a mí.
—Adelante. Pregunta.
—¿Qué hay de tu vida sentimental? —le pregunta, en cuanto su expresión se suaviza, y la mirada se le pierde en algún lugar de la sala.
—Por tus palabras, deduzco que me estás preguntando si tengo pareja... —analiza la joven de treinta y dos años, en cuanto frunce el ceño, al no entender por qué esa es una pregunta relevante. Sabe que están jugando a intercambiar información, como antaño hicieran cuando trabajaban juntos, pero nunca ha sido tan intrusivo con su privacidad.
Por ello, no tiene intención de darle más información de la estrictamente necesaria.
—Sí. Eso es lo que estoy preguntándote, Filo Carmesí.
"¿A qué está jugando Markov?", se pregunta el inspector escocés mentalmente, preocupado por la cantidad de cuestiones personales que su querida novata y protegida está siendo obligada a responder, a cambio de una declaración. "No me siento nada cómodo, ni seguro, con que le esté haciendo esas preguntas tan personales", nuevamente, intercambia una mirada preocupada con su amiga y compañera de profesión, quien se cruza de brazos bajo el pecho, claramente, igual de inquieta porque el antiguo espía de la URSS esté tan interesado en la intimidad de la taheña. "Es como si quisiera asegurarse de que Lina tiene una buena vida, sin que sus hilos de titiritero la controlen... ¿Pero por qué?".
—Estoy prometida —responde finalmente, dejando que el hombre con cabello platino contemple su anillo de compromiso, el cual luce en su dedo anular izquierdo—. Nos vamos a casar dentro de poco —termina de decir tras unos segundos de incómodo silencio, siendo intencionalmente vaga con la fecha, para no darle información sensible.
Markov abre los ojos con ligera sorpresa, como si no concibiese que una mujer como ella pudiera siquiera soñar con una vida normal y feliz. Como si, después de haberla moldeado según el potencial que quería extraer, no fuera posible que viva en paz.
—Prometida... —repite el anciano de ojos celestes casi en un susurro, como si la propia palabra fuera una que no hubiera escuchado en mucho tiempo, como si hubiera olvidado su significado. A los pocos segundos, deja escapar una risa seca—. Vaya, realmente has conseguido rehacer tu vida... —comenta con una ligera ironía, antes de cerrar los ojos, suspirando con evidente tristeza, pues es consciente de que, él perdió la oportunidad de llevar una vida normal hace años—. Tu turno.
—¿Qué pasó para hacer que tu vida cambiase para siempre?
—Fui enviado de vuelta a la Unión Soviética, donde fui interrogado por el KGB —continúa con la explicación que ha dejado inconclusa anteriormente, antes de hacer una pausa, pues necesita tomarse unos segundos antes de continuar. Nunca ha hablado de esto con nadie, y no está acostumbrado a compartir nada de su pasado—. Me acusaron de colaborar con los muyahidines. Y me encerraron en una prisión de máxima seguridad, en la que me torturaron durante años, hasta que la URSS fue disuelta —se explica, contemplando la evidente confusión en el rostro de la que antaño, fuera su mejor pupila—. Ah, por supuesto... La propaganda y la historia que os han contado a tus amigos y a ti, es falsa. Hicieron correr el rumor de que era un héroe condecorado, porque era lo que les convenía decir, al haberme convertido en alguien tan peligroso —aclara las dudas que han surgido en la mente de la pelirroja—. El gobierno de la Unión Soviética me tenía tal pavor, pues era extremadamente bueno en mi trabajo, que los aterrorizaba que fuera capaz de espiar para los enemigos de nuestra nación. De ahí que decidieran deshacerse de mí, tras volver de mi misión en los países islámicos —la joven de treinta y dos años se mantiene en silencio, cavilando para sus adentros acerca de cómo los gobiernos manipulan la información para beneficio propio—. Tenían que buscar la forma de convertir esta vendetta personal en mi contra, en algo que pudiera afectar a todo el mundo: esconder que fui un leal servidor de mi patria, para convertirme en un criminal, un terrorista, a pesar de que, técnicamente, fui condecorado como un héroe por mi trabajo durante la Guerra Fría —aunque la analista del comportamiento detecta que hay muchos puntos contradictorios, engañosos, en su testimonio, deja que continúe hablando—. De esta forma, se asegurarían de que nadie protestase al momento de declararme como el enemigo número uno del mundo, ordenando mi muerte —asevera con ironía, antes de que sus ojos fríos como el hielo, se tornen vidriosos—. Cuando salí de allí, descubrí que mi familia había sido asesinada, pagando con su sangre y sus cuerpos por mi supuesta traición —cierra los puños sobre la mesa de metal, tensando la mandíbula en un claro gesto airado. Aún puede ver los cuerpos sin vida de su familia frente a él, con sus ojos abiertos, sin parpadear, sin luz, fijos en él—. Mi mujer y mis dos hijas fueron el chivo expiatorio... —asevera con rencor e ira, comprendiendo la analista que, la muerte de su familia, fue uno de los puntos de ruptura, junto a su encarcelamiento, los que hicieron cambiar para siempre a Ivan. Lo trastocaron mentalmente, hasta el punto de despojarlo de la humanidad restante en su interior—. A partir de ahí, me convertí en un fugitivo del nuevo y débil gobierno ruso —recuerda con amargura aquellos meses en los que tuvo que huir, mendigando comida como un pordiosero, viviendo de la caridad de otros, escapando de la policía y del nuevo servicio secreto. De personas que él conocía. Amigos de siempre. Miembros del escuadrón de espionaje que había ayudado a formar. Todos, sin excepción, lo traicionaron—. Tuve que vivir en la clandestinidad, y cambiar de identidad una y otra vez, hasta que conseguí establecer mi propia organización, y convertirme en un criminal de élite —concluye con un tono de orgullo en la voz—. Me toca —asevera, tomando nuevamente el control de la conversación—. ¿Eres feliz, Filo Carmesí?
—¿Acaso eso te importa?
—Eso es una pregunta, querida mía —le recuerda el mafioso, con su acento ruso arraigado en cada palabra, inclinándose nuevamente sobre la mesa, como ha hecho un tiempo atrás. Trata de acercar posturas con ella. Al escuchar la forma en la que apela a su persona, la pelirroja frunce levemente el ceño, asqueada. Nunca le gustó que la llamase así, y sigue sin gustarle—. Y hemos quedado en ayudarnos mutuamente, ¿recuerdas? —le dice, y la taheña suspira con pesadez. Sin duda, es un maestro al momento de jugar a esto—. En intercambiar la información que necesitamos el uno del otro... —hace una pausa, dejando que una sonrisa llena de picardía aparezca en su rostro—. Así que, te toca responder.
—Sí —asiente la joven de cabello carmesí en cuanto se relaja un poco, sonriendo suave y dulcemente, lo que, para su sorpresa, provoca que Ivan relaje su gesto a su vez. Casi parece que se alegra por ella—. Soy feliz —recalca, antes de cerrar los ojos, tomándose unos segundos para concentrarse nuevamente en su tarea. No debe permitir que la distraiga de su propósito—. Y ahora que he respondido a tu pregunta, debes responder a la mía —nada más abrir los ojos, fijando estos en él, se apresura en dejar atrás sus palabras, pues no quiere darle más información comprometedora sobre su vida—. ¿Cómo llegaste a construir ese imperio de trata de personas, espionaje y asesinatos? —decide hacerle la pregunta antes de que su mente se concentre en la razón por la cual está jugando a este juego. No quiere ni pensar en que está dejando que la manipule levemente.
—¡Eso es una pregunta muy imprecisa, Filo Carmesí! —la mujer lo mira fijamente, sin comprender su queja. Pero el hombre se limita a sacudir la cabeza, antes de suspirar con decepción—. Pensaba que te había enseñado mejor —se lamenta, antes de posar sus ojos celestes en los suyos—. Seguro que lo recuerdas: en los interrogatorios con tus otros compañeros... —la joven cierra los ojos con pesadez por unos segundos, claramente sobrecogida y atormentada por esos recuerdos. Recuerda perfectamente cómo debía interrogar a los niños y niñas que estaban con ella en el complejo, castigándolos si no obedecían—. Ah, ya veo que sí lo haces —se jacta, sonriendo de oreja a oreja—. Déjame decirte lo que deberías preguntarme: «¿de dónde sacaste tus contactos?» —se apresura a aleccionarla, como un padre lo haría con una hija, antes de que ella pueda abrir la boca para protestar—. «¿Cómo conseguiste que tus hombres te obedezcan?» —añade, sin quitarle la vista de encima—. «¿Cómo conseguiste que te respeten?» —finaliza, en cuanto se reclina en la silla, dándole una pista sobre aquello que debe indagar—. Ahora, haz la pregunta correcta.
Las palabras del anciano de ojos celestes provocan un escalofrío en la joven de ojos azules, que frunce el ceño. El recuerdo de aquellos días está demasiado fresco en su memoria, como para olvidarlos. Y aunque haya conseguido superar todas sus vivencias pasadas y rehacer su vida, no puede evitar sentir una profunda sensación de asco y nauseabundo temor, al recordar cómo eran aquellos días en los que tenía que someter a esas personas, a esos niños y jóvenes, a la misma tortura que ella sufría en sus propias carnes.
"Lo convirtieron en un maldito psicópata...", piensa Miller para sus adentros, horrorizada en parte por la historia lacrimógena que ha detallado el agente del servicio secreto de la URSS, aunque haya ciertas partes de ella que le rechinen, obligándole a recordarse que, este hombre que su amiga tiene delante, es un experto manipulador. "De ahí que este interrogatorio esté siendo tan complicado para Cora: ambos están jugando con sus mentes, intentando superarse para conseguir la información que desean".
—Sé que utilizas el condicionamiento psicológico para controlar a tus subordinados —comienza la brillante analista del comportamiento con un tono sereno, dominando sus emociones todo lo que le es posible—. De modo que, mi pregunta es la siguiente —entrelaza las manos sobre la mesa de metal, posando su vista en ellas, antes de fijarla en el rostro de su controlador y jefe de hace tantos años—. ¿Cómo funciona? ¿Cómo conseguías anular nuestra voluntad?
Al momento de hacer sus preguntas, la taheña chasquea disimuladamente la lengua, pues ha vuelto a cometer el mismo error que hace unos minutos, haciendo dos preguntas en lugar de una. Está segura de que el mafioso ruso no piensa dejarlo correr, y así lo hace.
—Ah... De nuevo dos preguntas en una —Markov identifica al momento su error, pero no parece ofendido, sino que sigue disfrutando de su juego, como si no hubiera hecho nada tan divertido en años—. Tendrás que soportar una respuesta larga y tediosa, querida mía... —se carcajea, claramente ansioso por dar rienda suelta a su lengua—. Verás, Filo Carmesí, todo se reduce a la voluntad de la persona —tras hacer una pausa efectista, comienza a dar pequeños y rítmicos golpes en la superficie de la mesa, con las yemas de los dedos de su mano derecha. Cuatro golpes cada vez en una sucesión intermitente, sin dejar de mirarla fijamente—. Si la persona está dispuesta a hacer lo que tú quieres, es más fácil de controlar. Pero si la persona se resiste, entonces es mucho más difícil —continúa, encogiéndose de hombros, sin dejar de tamborilear—. Y tú, Filo Carmesí, siempre te has resistido a mí —le revela de pronto, sorprendiéndola, en el mismo instante en el que deja de tamborilear—. Al igual que tus otros amigos —añade, haciendo mención a los compañeros de la pelirroja—. Y por ello, con vosotros tuve que utilizar un tipo de condicionamiento distinto —asevera, rememorando los primeros días de sus cuatro mejores efectivos de la organización: desafiantes, llenos de determinación—. Comencé con la tortura psicológica y física para quebraros, para haceros doblegar. Junto con esa tortura, añadí la repetición de palabras clave —añade, provocando que los ojos de la taheña trajeada de negro se cierren con pesadez, pues recuerda de forma vívida cada sesión de entrenamiento, en la que la castigaban con furia, en caso de no lograr completar los ejercicios—. Las palabras son armas poderosas, capaces de infligir una gran cantidad de daño... O de sanarlo —se pone en plan metafórico, antes de retomar el hilo de la conversación—. Al principio, simplemente bastaba con repetiros las palabras tras obligaros a entrenar en el centro, preparándoos para las misiones sobre el terreno —simplifica con una ingente cantidad de inhumanidad—. Pero con la constancia y el transcurrir del tiempo, las palabras se fueron grabando en vuestra mente, de forma que, bastaba con repetiros las palabras clave para que hicieseis lo que yo quería —concluye, sonriendo de oreja a oreja, sin dejar de mirarla—. El condicionamiento también tiene su parte de castigo, como recordarás: al negaros a obedecer, o al ver el más mínimo resquicio de resistencia, os sometíamos a una terapia de electroshock —la taheña con piel de alabastro posa su mano derecha en su vientre, obligándose descartar de su mente las vivencias de aquellos castigos que les imponían. Aquellas sacudidas con electricidad. Era horrible. Aún siente las descargas recorrer su cuerpo. Una vez logra calmarse, respirando de manera acompasada, posa sus ojos celestes en su torturador—. Así es como funciona.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro