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Capítulo 46

Alec y Ellie corren hacia la playa del acantilado a toda velocidad. Siguen a Ava, Collins, y a sus otros compañeros de la comisaría, contemplando cómo los múltiples agentes de la Interpol se acercan a ellos, uniéndose a su carga desde los distintos puntos de la costa. A lo lejos, el sonido estruendoso de las lanchas motoras de los equipos acuáticos puede ser escuchado, pues nada más recibir la orden para ponerse en marcha, han comenzado a aproximarse hacia la costa del pueblo de Dorset. Los dos inspectores intercambian una mirada preocupada, en el mismo instante en el que escuchan los claros sonidos de las armas de fuego siendo disparadas. Hay múltiples disparos resonando en la noche, rompiendo por completo la calma tan habitual de Broadchurch, lo cual provoca que se les hiele la sangre. No saben de quién son esos disparos. Podrían ser de los francotiradores de la Interpol, apostados en los acantilados, o bien podrían ser de los guardaespaldas del ruso...

Lo único que saben los dos compañeros de cabello castaño y ojos pardos, mientras cargan sus armas con proyectiles, habiéndolas sacado de sus cartucheras, sujetas a sus cinturones, es que deben prepararse para lo que sea que se encuentren. Deben encontrar a la analista pelirroja cuanto antes. Asegurarse de que está a salvo.

En cuanto llegan a la playa, sus ojos se abren con pasmo conforme contemplan la batalla campal que está desarrollándose ante ellos. Múltiples personas están peleando, tanto con armas, como cuerpo a cuerpo, vestidas de negro, de forma que resulta casi imposible distinguir en qué bando están. Por fortuna, tanto sus agentes como los de la Interpol, llevan un chaleco antibalas con unos reflectantes que los identifican entre el enorme barullo de personas, y miembros entrelazados. No saben explicarlo, pero hay muchos más miembros de la mafia que aquellos que han visto a través de los monitores de la furgoneta, de modo que, solo hay una opción que explique semejante presencia de fuerzas hostiles: Markov se ha guardado las espaldas, y ha traído consigo a la mayoría de sus últimos efectivos disponibles. Sin duda, no pueden decir que el anciano no sea precavido.

Alec y Ellie no tardan en ser vistos por unos hombres de la mafia, por lo que, en cuanto estos observan sus respectivos chalecos antibalas, uno de los matones saca su arma y dispara contra ellos, obligándoles a refugiarse tras unas enormes rocas, desprendidas de los acantilados que hay sobre ellos. No obstante, en cuanto varios de los agentes de la Interpol se dan cuenta de lo que está sucediendo, apuntan con sus armas hacia aquella zona y abren fuego, provocando graves heridas en los hombres del mafioso ruso, quienes caen al suelo, adoloridos, intentando parar el flujo de sangre.

—¡Dios mío! —exclama Ellie, mientras observa como varios de los agentes de la Interpol son heridos en el combate—. ¡No te alejes de mi lado! —le indica a su amigo, comenzando a avanzar, con cautela, hacia uno de los costados de la playa, con el arma preparada en todo momento, en caso de que tengan que defenderse. Nunca había visto algo parecido en toda su carrera. ¡Ni siquiera en las películas de acción! Es una locura: hay cuerpos, miembros y armas por todas partes—. ¿Dónde está Stone? —inquiere, intentando buscar con la mirada a su jefa entre toda la confusión. No la ve por ningún lado.

—¡No lo sé! —responde Alec con evidente frustración, disparando contra uno de los matones que intenta acercarse a ellos, obligándolo a caerse al suelo, debido a que la bala ha impactado contra su mano, haciéndola soltar el arma, sangrando abundantemente—. ¡Pero no podemos quedarnos aquí parados! —añade, escaneando con su mirada el entorno, antes de percatarse de que otro de los hombres del ruso se acerca a ellos—. ¡Detrás de ti! —grita, con la castaña agachándose, brindándole el punto de mira perfecto. Una vez lo tiene a tiro, el escocés efectúa un único disparo, logrando herirlo en una pierna, haciendo que el hombre caiga de rodillas, dado que la bala ha atravesado el muslo—. ¡Vamos! —indica, agarrándola del brazo, obligándola a ponerse en marcha, corriendo hacia la zona en la que están sus compañeros, quienes están luchando con uñas y dientes contra los guardaespaldas.

Poco a poco, los múltiples efectivos de la Interpol están superando en número y en habilidad, a los matones de la organización criminal, de modo que, tras incapacitarlos, los están arrestando en el propio sitio, esposándolos de pies y manos para evitar su huida. Ava y Collins, que no se han alejado mucho del centro de la playa, están en plena batalla campal, disparando contra los hombres de la mafia y esquivando sus balas, cuando, de pronto, uno de los guardaespaldas logra acercarse a ellos por la espalda. Al ver esto, Ellie, a quien no le tiembla el pulso en este momento, sujeta su arma con fuerza, apuntando hacia aquel hombre, y dispara, impactando contra su cadera. El hombre cae al suelo, inmóvil y aullando de dolor, en cuestión de segundos.

—¡Bien hecho, agente Miller! —le grita Collins, mientras continúa disparando contra los demás—. ¡Nosotros los cubrimos! —añade, antes de que uno de los francotiradores de la Interpol, apostado en lo alto de uno de los acantilados, logre deshacerse de otro de los atacantes, miembros de la organización de Markov—. ¡Vayan a buscar a la agente Harper! —les ordena, aunque, para cuando la mujer de cabello castaño y rizado se da la vuelta, el inspector escocés ya está lejos de ella, aventurándose hacia la parte más alejada de la playa, donde ha tenido lugar el encuentro con el hombre más peligroso del mundo.

—¡Alec! —exclama, y aunque éste puede oírla perfectamente, opta por ignorarla, pues su única obsesión es encontrar a su prometida taheña entre tanta confusión. La única forma en la que podrá mantenerla a salvo es encontrando al espía soviético cuanto antes, y deteniéndolo. Deteniéndolos a todos—. ¡Será idiota...! —masculla la inspectora, pues sabe que no puede permitir que su amigo se aleje de ella, de modo que, sin pensárselo dos veces, comienza a correr tras él—. ¡Ava! —exclama, sorprendiéndose porque su jefa y comisaria esté de pronto a su lado.

Queda claro que ha estado vigilándolos para asegurarse de que estaban a salvo, y ha decidido acompañarlos para ir en busca de la analista del comportamiento. Ha juzgado que Collins tiene la situación controlada, y así es, a juzgar por la cantidad de miembros de la mafia inconscientes y esposados, que hay ahora a lo largo del perímetro de la playa. Ambas intercambian una mirada decidida, siguiendo el rastro de Hardy, quien se les ha adelantado varios metros, corriendo frenéticamente, con el aire entrando a sus pulmones como cuchillos, sin importarle si la arena entra en sus zapatos. Tiene que encontrarla. Como sea. De pronto, a lo lejos, consigue distinguir el cabello carmesí de su prometida, y, sin pensárselo dos veces, acelera su paso, corriendo a toda velocidad, sin importarle si lo siguen o no. No puede permitir que le pase nada a ella.

Ava y Ellie, sin embargo, no lo pierden de vista, siguiéndolo de cerca, pues saben que no pueden permitir que se aleje de ellas. No en un momento así. No cuando todos sus instintos les gritan que deberían permanecer juntos, y no separarse. Tras él, las dos mujeres observan con pasmo cómo uno de los helicópteros de la Interpol se dirige hacia ellos, bajando su escalerilla, de forma que varios de sus agentes puedan bajar y unirse a la batalla. En cuanto llegan a la zona en la que él se encuentra, Ellie, y Ava detienen su caminar, al igual que lo ha hecho el hombre trajeado. Están contemplando, boquiabiertos, el espectacular panorama que se les ofrece. No pueden creer lo que están viendo. Sakura, Elroy, Magnus y Coraline están enfrentándose a los guardaespaldas de Ivan, quienes los tienen rodeados por todos los flancos, pues quieren llegar hasta el cuerpo de su jefe, el cual está bien protegido por los jóvenes.

La tensión se rompe en ese mismo instante, pues al llegar los agentes de policía hasta ellos, la calma y la inmovilidad que había tanto en los cuatro amigos como en sus atacantes, se ha roto. La pelea se reanuda, pues estaban midiéndose las fuerzas mentalmente, analizando las posibilidades de victoria y derrota. No tienen otra salida. Tienen que pelear, y la derrota no es una opción. No para ellos. No en ese momento. No, cuando finalmente han conseguido atrapar al hombre que los torturó y manipuló durante años. No piensan dejar que se lo lleven. Debe pagar por todo lo que ha hecho.

Sakura es quien da el primer paso. Corre hacia uno de los guardaespaldas, y comienza a pelear con él cuerpo a cuerpo, utilizando una serie de tácticas de combate que consisten en patadas y puñetazos en extremo veloces, provistos de una ingente cantidad de fuerza. La luz de la luna se refleja entonces en sus manos, donde pueden verse los destellos de dos puños americanos, conectados a unos cordones de nylon que permiten que no se le caigan. Realiza varios golpes en una rápida consecución: derechazo, uppercut, patada descendente, y, por último, una llave de brazo que rompe el codo del hombre, antes de darle una patada con todas sus fuerzas en el estómago, provocando que caiga al suelo sin respiración. Magnus por su parte, se ha agenciado varias armas de fuego, disparando su munición contra el guardaespaldas que intenta acercarse a él. Los proyectiles de las armas se disparan e impactan en su objetivo con una precisión quirúrgica, asegurándose de alcanzar el lugar más doloroso posible: las rodillas, los codos... No importa. Solo tiene que incapacitarlo. Por otro lado, su marido, Elroy, no saben ni cómo ni de dónde, ha sacado un hacha de combate, extremadamente afilada, la cual está usando con una gran maestría. Cada corte es preciso, teniendo como objetivo los tendones, fibras y ligamentos de los brazos y piernas de sus atacantes. Uno de los hombres de la mafia, tras ser alcanzado por uno de sus golpes, cae al suelo, gritando de dolor, tratando de evitar que el hacha se introduzca en su cuerpo nuevamente.

—¿¡Qué demonios...!? —exclama Ellie, sin poder creer lo que está viendo. No entiende cómo aquellas tres personas, aparentemente inofensivas, han podido derrotar a unos hombres altos, fuertes y armados hasta los dientes, como los que conforman la guardia personal de Markov. No puede ser. ¿Cómo es posible que estén derrotando a los mejores guardaespaldas del mundo? No lo entiende.

Sin embargo, las sorpresas no terminan ahí, puesto que también Cora está luchando de una forma que nunca han visto anteriormente. No saben de dónde se ha agenciado una katana, pero el caso es que la tiene sujeta en su mano derecha, mientras que, la pistola que ha adquirido de su antiguo empleador y torturador, está guardada en una cartuchera improvisada, creada a partir de un cinturón, que lleva sujeto a la cadera. La espada, cuyo filo brilla cegadoramente debido a la luz de la luna que incide sobre él, expone la grave amenaza que significa enfrentarse a ella. Es el momento de demostrar a estos infelices por qué su apodo es el Filo Carmesí. Sus movimientos son ágiles, y su fuerza, letal. No tiene compasión por sus adversarios, y eso lo demuestra cuando, tras atacar a uno de los dos guardaespaldas que tiene cerca, desvía y corta las balas con una velocidad casi imposible de ver con el ojo humano. Habiéndose asegurado de cortar las balas por la mitad, reflejando algunas de ellas hacia su adversario, lo contempla caer al suelo, gritando de dolor, puesto que, una de las balas ha impactado contra su estómago. Le provocará una muerte lenta y agonizante, pero claro, la taheña sabe que los de la Interpol no van a permitir que muera. Necesitan tener a la mayoría de ellos con vida, al fin de acusarlos de sus numerosos crímenes. En ese preciso momento, contemplando con sus ojos celestes cómo varios atacantes se acercan a la japonesa, la mentalista pelirroja, comunicándose de manera no verbal con su amiga y compañera de misiones, le lanza la katana.

El arma vuela por el aire, y la asiática de cabello azabache simplemente esquiva a uno de los guardaespaldas, saltando en el aire, para atrapar la espada por el mango con su mano derecha, antes de girar su cuerpo, volando por los aires, y aterrizando justo detrás de otros de sus atacantes. Con un movimiento rápido, parece cortar el aire, aunque realmente, despoja al guardaespaldas de sus prendas de ropa, dejando al hombre completamente desnudo, antes de lanzarle por los aires, con una gran patada, provocando que choque contra una de las paredes del acantilado, cayendo al suelo, inconsciente. Se gira hacia su otro atacante, y entonces corta nuevamente el aire, y el arma que hasta, hace escasos instantes, estaba en sus manos, se rompe en dos mitades. Instantes después, la joven se le acerca, y le propina tal cabezazo, que el hombre cae por los suelos, inconsciente.

Los enemigos han sido abatidos, exceptuando a uno, el cual es el último que queda en pie. Éste se acerca por la espalda a la pelirroja de ojos celestes, quien, distraída momentáneamente por comprobar que Elroy y Magnus estén bien, habiéndose deshecho de sus atacantes, no lo escucha venir. La sujeta por la espalda, rodeando sus brazos con los suyos, atrapándoselos, en un intento por romperle los huesos gracias a su fuerza bruta. Por suerte, tras forcejear por unos instantes, Cora, que ya ha sujetado su arma en su mano derecha, logra soltar levemente su agarre, y gracias a un movimiento rápido, consigue alzar su brazo izquierdo, propinándole un codazo en el pecho a su agresor. Éste suelta su agarre sobre la joven, sorprendido por sus acciones, tambaleándose por unos segundos hacia atrás, aunque pronto se recupera, e intenta asir a la mentalista por el brazo derecho. La mujer con piel de alabastro, sin embargo, es más rápida que él, y esquivando su agarre gracias a un giro rápido sobre sus talones, queda agachada y dándole la espalda. Alza los brazos rápidamente sobre su cabeza, efectuando un único y preciso disparo, provocando que el hombre caiga al suelo, muerto, con una bala habiéndole atravesado el cráneo.

El silencio vuelve a adueñarse de la playa nocturna de Broadchurch, únicamente roto por el sonido de las olas impactando contra la arena, así como por los helicópteros de la Interpol, y los casuales gruñidos y aullidos de dolor de los miembros de la mafia rusa, quienes aún están desangrándose rápidamente. Collins, que finalmente ha llegado al lugar, comienza a dar órdenes a sus subordinados. Ha traído consigo a un equipo médico, quienes van a encargarse de curar las heridas de los subordinados de Markov, pues no deben dejarlos morir. No pueden permitirse eso. No cuando todavía tienen que responder ante la justicia por varios cargos, los cuales son muy graves.

—¡Stone! —se dirige a la jefa de la policía de Broadchurch, quien aún está contemplando a los cuatro jóvenes que fueron instruidos por el mafioso, hace años. Ahora comprende cómo es que éste deseaba tan desesperadamente recuperarlos. Sus habilidades son extraordinarias. Ya los había visto en acción en los vídeos de seguridad que recuperaron del complejo, pero no es lo mismo que verlo con sus propios ojos—. ¡Stone! —cuando procesa que el jefe de la Interpol la está llamando, la comisaria de cabello rubio se gira hacia él, asintiendo lentamente, indicándole que ha comprendido—. ¿Puede encargarse de esto? —le pregunta, sin necesidad de elaborar mucho más. Ella ya sabe a qué se refiere: tiene que trasladar a Markov hasta la comisaría para someterlo a un interrogatorio, y así, conseguir la confesión que necesitan para inculparlo de todos los cargos en su contra.

Ava posa una mano en los hombros de los dos veteranos inspectores, quienes aún están estupefactos. No pueden creer lo que han visto sus ojos. Sabían que Cora había sido entrenada en multitud de disciplinas, pero no esperaban ver esa faceta de ella. Esa misma faceta que la hizo ganarse el respeto del anciano de noventa y dos años. La misma que la hizo ganarse el título de Filo Carmesí. Y es en parte escalofriante y admirable. Pero ese nivel de violencia desatada, de esa precisión al momento de herir a sus atacantes... No pueden dejar de sentirse asombrados.

—¿Tú sabías que era capaz de esto? —le pregunta Ellie a su buen amigo de origen escocés, percatándose de que su jefa de ojos verdes se ha alejado de ellos, comenzando a dar las órdenes pertinentes para que trasladen el cuerpo inconsciente del ruso, a sus celdas de interrogatorio. Dicho y hecho, varios agentes de policía con chalecos antibalas, colocan a Markov en una camilla, y comienzan a trasladarlo hasta la comisaría.

—No —responde el hombre de cabello castaño, quien aún no puede creer lo que está viendo. No puede creer que Cora, la novata que conoció hace unos años, sea capaz de hacer algo así. No puede creer que su prometida y adre de su bebé sea capaz de matar a un hombre con sus propias manos. Pero el caso es, que lo ha visto con sus propios ojos. No puede negarlo. Pero no por ello la hace admirarla menos: está dispuesta a defenderse como sea por proteger su vida y la de sus seres queridos—. No lo sabía —confiesa, tras unos segundos de silencio, mientras observa como uno de los helicópteros de la Interpol, en el que ha ingresado Collins, comienza a elevarse en el aire, alejándose de la playa.

Coraline respira de manera errática, agotada por la pelea. Se siente enferma. Demasiado cansada. Demasiado débil. Siente que ha gastado demasiada energía como para mantenerse en pie, y está segura de que va a desmayarse ahí mismo. El arma cae de su mano derecha, no teniendo más fuerzas para sujetarla. Tiene los dedos agarrotados, hormigueando de manera incesante. Cae al suelo de rodillas, sin darse cuenta. Y escucha los pasos frenéticos que tan bien conoce, dirigiéndose hacia su posición.

—¡Lina! —grita Alec con ingente preocupación, corriendo hacia su futura mujer, al haber contemplado cómo se ha desplomado sobre la arena—. ¡Lina, cielo! —la llama de nuevo, en cuanto la tiene sujeta en sus brazos, habiendo guardado el arma en la cartuchera de su cinturón. No puede evitar recorrer su cuerpo con la mirada, buscando cualquier indicio de heridas de bala, o de sangrado. Por fortuna, no encuentra ninguno. Es entonces cuando se percata de que Lina sigue teniendo la cara cubierta de tierra debido a la pelea, y que está temblando de una manera incontrolable. No puede impedir sentir una punzada de dolor en el pecho al verla así—. ¡Lina! ¡Oh, Dios...! ¡Lina! —la llama nuevamente, aterrorizado porque esté en estado de shock, acariciando su rostro—. ¿Estás bien?

La joven embarazada de cabello carmesí asiente lentamente, con sus ojos azules esforzándose por enfocarse en el rostro de su prometido. Sin embargo es incapaz de decir nada. Debido a la pelea, a la adrenalina que se le ha agotado de pronto, no tiene fuerzas para hablar. No tiene fuerzas para nada. Solo quiere que la abrace, que le transmita su calidez, que la apoye. Siente cómo Alec la sostiene entre sus brazos mientras intenta recuperar el aliento, al mismo tiempo que nota cómo no puede dejar de observarla, preocupado por su estado. Y entonces, cuando parece que el mundo vuelve a enfocarse por unos segundos, la taheña de piel de alabastro lo mira a los ojos, y acerca sus labios a los suyos, necesitando sentirlo, necesitando refugiarse en su calor, su apoyo, su cariño.

Alec, sin necesidad de que se lo pida siquiera, corresponde el gesto, fundiendo sus labios con los de su futura mujer. La rodea con sus brazos, protegiéndola de todo. Es un beso lento, tierno, amoroso, de aquellos que se guardan para esos momentos de debilidad, de aquellos que expresan todo lo que se siente, de aquellos que perduran para siempre. Es un beso de agradecimiento, de alivio, de felicidad, de amor. De un amor que supera todo, que vence todo, que no tiene límites. Él expresa su alivio de verla a salvo, de que su corazón siga latiendo, y ella le expresa lo mucho que agradece su presencia allí.

Finalmente, al separarse, el inspector escocés vuelve a prestarle toda su atención.

—¿Lina? —vuelve a decir su nombre, en cuanto ve que ella intenta incorporarse—. Espera, espera... Deja que te ayude —le dice con un tono lleno de ternura, ayudándola a hacerlo, puesto que sus piernas no parecen responderle del todo como deberían. La joven embarazada asiente, aún sin mediar palabra, pues continúa sintiéndose algo mareada. No quiere que Alec se preocupe, pero lo cierto es que se siente muy cansada, y no logra recuperar el aliento. La pelea la ha dejado para el arrastre, y, aunque ha salido victoriosa, no puede evitar sentirse como si no tuviera fuerzas para seguir. Alec, por su parte, aunque no lo demuestra, está muerto de miedo. No puede evitar temer por su futura mujer, puesto que no tiene idea de cómo reaccionará su cuerpo ante el estrés del combate. Además, es su primer embarazo, y, aunque ambos están llenos de ilusión, no puede evitar sentirse nervioso ante la idea de que algo pueda salir mal—. ¿Lina? —vuelve a llamarla, en cuanto consigue ponerse en pie, sujetándola para ofrecerle el apoyo que necesita—. ¿Me oyes?

La joven embarazada asiente, intentando enfocar su mirada en su rostro.

—Sí... —susurra, aunque su voz suena débil y cansada.

El inspector trajeado de cabello y vello facial castaño desvía los ojos momentáneamente a los amigos de su querida Lina, quienes parecen igual de exhaustos que ella. Aunque, por fortuna, parecen poder mantenerse en pie por sus propios medios, apoyándose los unos en los otros. No obstante, la prioridad de Alec sigue siendo la mujer que ama, así que vuelve a centrar toda su atención en ella, en cuanto ve que logra incorporarse un poco más, por lo que la acerca a él, con el fin de darle un mejor soporte.

—No te preocupes, cariño —le susurra el hombre trajeado, acariciando su mejilla con delicadeza, en un gesto lleno de calidez y ternura. La ayuda a mantenerse en pie, con el brazo izquierdo de ella rodeando su cuello, y la mano derecha en el brazo que le rodea la cintura, apoyándose en él, puesto que las piernas le siguen fallando—. Estás a salvo. Los tenemos —le dice, intentando sonreír, aunque su mirada expresa la profunda preocupación que siente. Y es que, aunque confía en que todo salga bien, no puede evitar temer por su futura mujer, y por su hijo. No puede evitar temer por lo que podría haber pasado.

La analista del comportamiento asiente, sintiéndose segura y protegida en los brazos de su prometido y protector. Siente cómo su cariño y su amor la rodean, y eso la reconforta. No obstante, el cansancio que siente es cada vez más intenso, y teme que se desmaye, aunque no por ello, no deja de sorprenderla la forma en que se preocupa por ella, logrando enternecerla. No es lo mismo que cuando empezaron a trabajar juntos. No es tan duro, tan frío. Ahora su tono está lleno de suavidad, de ternura, de cariño. Y no puede evitar sentir cómo un escalofrío recorre su espalda al contemplar el brillo de sus ojos. Cada vez se enamora un poco más de él, y no puede, ni quiere, evitarlo.

—Te quiero —susurra, sintiéndose incapaz de decir nada más.

Un escalofrío muy placentero recorre la espalda de Alec al oír sus palabras, pues por un momento, esta noche ha creído que sería la última vez que la vería con vida. Escucharla decir esas palabras lo llena de calidez, y provoca que una sonrisa aparezca en sus labios.

—Yo también te quiero, cielo —le susurra a su vez, atrayéndola más a él, en un gesto lleno de ternura—. Ahora vamos a salir de aquí, ¿de acuerdo? —le dice con una voz llena de suavidad, dirigiéndose hacia la salida de la arena, en cuanto logra recuperar el aliento y la energía suficientes para hacerlo. Sin embargo, al momento de colocar su mano en la espalda de ella para ayudarla a caminar, algo lo hace detener su caminar. Su mirada parda se desvía al hueco entre sus omóplatos, y por ello, su expresión se ensombrece un poco—. ¿Te han herido? —le pregunta con una voz ronca, llena de tensión, en cuanto ve la marca de un disparo en la parte trasera de la chaqueta negra. Suerte que está hecha de kevlar, porque no puede evitar sentir cómo su corazón se acelera, al imaginarse que ella pudiera estar herida. Si no fuera por sus reflejos y por su preparación, podría haber muerto. Y no quiere ni pensar en ello.

—No —responde casi sin aliento, en cuanto logra incorporarse por completo. El hombre de delgada complexión, al ver cómo lo hace, retira su mano de la espalda, pero no se aleja de ella, dispuesto a quedarse cerca, en caso de que lo necesite. La joven vestida de negro sacude la cabeza para sacudirse el cabello de los ojos—. Apenas me ha rozado —se sincera con él, posando sus ojos celestes en sus pardos, contemplándolo con cariño, antes de alzar su mano derecha hacia su mejilla izquierda, acariciándola con suavidad—. Estoy bien —asegura en un susurro en cuanto logra sonreír, aunque su expresión sigue siendo cansada. Se percata de cómo cierra los ojos, estremeciéndose al momento de sentir el contacto de su piel con la suya. Es obvio que necesita que lo apacigüe, que le diga que está a salvo, que está con él, que no le pasará nada—. Estoy bien, a salvo. Estoy contigo.

Alec asiente, intentando tranquilizarse. Siente cómo sus manos temblorosas, debido en gran parte al miedo que lo ha atenazado durante toda la operación, casi no logran sostenerla. No puede evitar preocuparse por ella, y por su bebé. No puede evitar pensar en aquello que podría haber pasado. No quiere perderla, y no puede imaginar su vida sin ella.

—Estás bien —susurra, intentando convencerse a sí mismo, antes de repetir la misma frase con más convicción—. Estás bien —asegura, en cuanto logra calmarse un poco—. Estás a salvo —se dice con convicción, estrechándola entre sus brazos, en cuanto nota cómo se estremece, aunque no parece ser por miedo, sino por cansancio y debilidad. La joven asiente lentamente, y siente cómo sus ojos se cierran, y su cuerpo se relaja completamente, dejándose caer contra el de su prometido. Siente cómo sus brazos se ciñen a su alrededor, y cómo su cuerpo se apoya en el suyo, brindándole calor y protección. Se siente segura y protegida, como si nada malo pudiera pasarle mientras esté con su amado escocés de cabello castaño. Se siente amada, y eso es lo único que necesita.

Alec, al sentir cómo su cuerpo se relaja completamente contra el suyo, no puede evitar sentir una sensación agridulce. Por un lado, se siente aliviado al verla a salvo, sin heridas de bala, sin sangre. Por otro lado, está preocupado porque se encuentre tan agotada. Nunca la había visto así. No sabe cómo ni cuánto habrá estado luchando, pero lo que sí sabe es que necesita descansar. Necesita reponer fuerzas, y lo más importante, necesita cuidarse. No quiere que nada malo le suceda. No quiere que pierda al bebé que lleva en su interior.

—Vamos —le susurra, en cuanto abre los ojos, mirándola a los ojos. No puede evitar sentir cómo su corazón se acelera un poco al contemplar su mirada, su expresión. No puede evitar sentir cómo el deseo se apodera de él, haciendo que todo su cuerpo se estremezca. No puede evitar sentir cómo su cuerpo se tensa al notar la necesidad de tocarla, de fundirse con ella—. Te llevo a casa —le propone, no pudiendo evitar sentirse aliviado al ver que su querida protegida y novata parece haberse calmado un poco, en cuanto la tiene en brazos. Su cuerpo se relaja un poco al tenerla cerca. Siente cómo su mente se aclara un poco, en cuanto la tiene junto a él, segura y protegida.

—No... —niega la analista con un tono firme, aunque débil. Alec, al ver cómo niega con la cabeza, frunce el ceño, sin comprender bien el porqué de su negativa. No puede evitar sentirse preocupado por ella, especialmente después de lo ocurrido—. No —vuelve a decir, con más énfasis esta vez, en cuanto lo mira a los ojos—. No me lleves a casa... —le dice en un tono decidido, aunque su mirada denota lo cansada que está. El escocés suspira con pesadez, pues no entiende por qué no quiere que la lleve a casa, donde estará más segura—. Tengo que ir a la comisaría, a interrogar a Ivan —asevera con convicción, en cuanto lo mira a los ojos, logrando ver en ellos una honda preocupación y nerviosismo—. Sé que no quieres que lo haga, pero es necesario —apostilla, adelantándose a la inminente negativa que está a punto de salir de sus labios debido a su preocupación—. No puedo permitir que siga haciéndoles daño a más personas, cielo —le dice con una determinación voraz—. Debemos detenerlo, y la única forma de hacerlo es interrogarlo, consiguiendo una confesión, y solo yo puedo hacerlo, Alec —asevera, con el escocés trajeado de cabello y vello facial castaño asintiendo. Sabe que, cuando se le mete una idea en la cabeza, no hay forma de quitársela.

El hombre de cuarenta y siete años no puede evitar sentirse impresionado por su decisión, por su determinación. No puede evitar sentirse orgulloso de ella. Y cada vez se enamora aún más de ella. Se siente asombrado por su fuerza de voluntad, por su coraje. Aunque eso no quiere decir que no esté preocupado por ella. No quiere que corra peligro, especialmente cuando lleva a su bebé en el vientre. No quiere que pase nada malo. No quiere que Ivan la lastime.

—Está bien —suspira, en cuanto comprende que no tiene forma de convencerla de lo contrario. No puede evitar sentirse impotente al no poder hacer nada para impedir que lo haga. No quiere que corra peligro, pero sabe que es imposible impedirlo—. Pero pienso quedarme en la sala de observación para vigilar el interrogatorio, ¿queda claro? —le dice en un tono autoritario, porque no quiere que haga nada sin su supervisión. Finalmente, en todo lo que llevan de noche, ha conseguido respirar con alivio, debido a que, ambos, tanto ella como su bebé, están a salvo, sin heridas graves o sangre. Es lo único que importa.

—Yo también me quedo en la sala de observación —intercede Ellie, acercándose a ellos con pasos lentos, habiéndoles dejado espacio para que se tranquilicen y se apoyen mutuamente—. No pienso perderte de vista nuevamente, Cora: no puedo permitirlo —le dice con convicción, en cuanto la mira a los ojos, pues no quiere volver a sentir nunca más esa impotencia y preocupación. Nota cómo la aludida asiente con lentitud—. Estaba tan preocupada... —musita mientras le brinda un brazo, realmente aliviada por ver que se encuentra bien. Al momento, la pelirroja corresponde su gesto, también aliviada de que la operación haya tenido éxito, al menos en cierto sentido—. Me alegro de que estés bien —asevera con mayor calma, una vez se separa de ella, rompiendo el abrazo, para así, escanear su cuerpo con sus ojos pardos, en busca de cualquier herida. Al no encontrar ninguna, Ellie asiente lentamente—. Además, quiero ir para vigilar a este idiota —añade, posando sus ojos pardos en el hombre trajeado de cabello lacio, a quien amonesta levemente a continuación—. Sobre todo, teniendo en cuenta que ha estado a punto de poner en jaque toda la operación, con tal de llegar hasta ti... —los ojos de la taheña se abren ligeramente con pasmo, pues normalmente el escocés es quien puede mantener la calma en los casos, mientras que Ellie o ella pueden perderla más fácilmente. Pero se ve que, en esta ocasión, al tratarse de una operación tan personal, al estar ella involucrada, no h podido evitar su reacción—. Hemos tenido que sujetarlo, por lo menos seis personas, para evitar que hiciera una locura.

—¿Yo? —se defiende con un tono ligeramente inocente, intentando no ruborizarse debido a la vergüenza que lo recorre de arriba-abajo. Siempre es capaz de mantener la calma, por lo que está decepcionado consigo mismo por no haber podido hacerlo en esta ocasión. Aunque a su modo de ver, su reacción es comprensible—. En mi defensa —se justifica—, debo decir que únicamente estaba preocupado por la vida de mi mujer y la del bebé —señala, en cuanto mira a los ojos a la joven, quien asiente con dulzura, sin apartar la mirada de la suya, en cuanto siente cómo su mano se dirige hacia su vientre, cubriéndolo con suavidad, protegiéndolo—. No podía permitir que nada malo os pasara.

—Sí —asiente la analista, en cuanto lo mira a los ojos, sin evitar sentirse conmovida por sus palabras. No puede evitar sentirse aliviada de tenerlo a su lado, de saber que estará a salvo. Siente cómo su mano se ciñe a la suya, y cómo la atrae hacia él, en cuanto la mira a los ojos, logrando ver en ellos la misma ternura y amor que ella siente en ese momento por él—. Te quiero —le dice en un tono dulce, en cuanto lo mira a los ojos, y acaricia su mejilla con suavidad, con cariño.

Alec, al escuchar sus palabras, no puede evitar sentirse conmovido por ellas. Está enamorado hasta las trancas de ella. No puede estar más orgulloso de ella. Y no puede evitar sentirse feliz de tenerla a su lado. De poder compartir su vida con ella.

—Te quiero —le susurra, en cuanto la mira a los ojos, y la atrae hacia él, en cuanto sus labios se funden en un dulce y apasionado beso.

—¿Podríais dejar las muestras de afecto para después del interrogatorio, por favor? —ruega la veterana agente de policía de cabello rizado y castaño, pues aunque adora y encuentra realmente tierno cómo se comporta la pareja, no puede evitar sentirse un poco incomoda ante sus demostraciones de cariño. No cree que se acostumbre jamás a ver a Alec así de cariñoso... Sigue produciéndole escalofríos—. No sé si os habéis dado cuenta, pero las horas corren en nuestra contra, y se nos agota el tiempo para interrogarlo.

—Tranquila, lo sabemos —asegura Coraline, en cuanto interrumpe el beso, y se separa de Alec, quien suspira con pesadez, pues no está nada conforme con que Ellie haya intervenido en su momento de intimidad. Pero sabe que la mujer tiene razón. No pueden permitir que Ivan escape, y deben interrogarlo cuanto antes. No puede, ni debe, seguir lastimando a más jóvenes. No quiere que siga asesinando inocentes—. De acuerdo —contesta, en cuanto mira a los ojos a la veterana agente de policía—. Vamos a comisaría.

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