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Capítulo 45 {2ª Parte}

Alec y Ellie están en la furgoneta de paisano junto a Ava Stone y Frank Collins. Se han colocado unos auriculares, para poder escuchar parte de lo que se dice en la reunión con el hombre más peligroso del mundo. Ven cómo se acerca a la pelirroja con piel de alabastro, vestida de negro, comenzando a platicar de manera calmada. A los pocos segundos, ven cómo la brillante analista alza los brazos a los lados, dejando que la cacheen, tal y como les había vaticinado que sucedería. No pueden evitar suspirar aliviados al haberle hecho caso con no ponerle micros o auriculares, pues de lo contrario, la situación podría habérseles ido de las manos más pronto de lo que necesitan.

—¿Qué cojones se cree que está haciendo...? —musita el inspector trajeado con vello facial castaño, evidentemente cabreado por la forma en la que el guardaespaldas del mafioso de la URSS, está cacheando a la madre de su bebé. Se percata al momento de que han alejado a Sakura, Elroy y Magnus de su prometida, lo que lo hace preocuparse en su fuero interno. Al contemplar sin embargo, cómo de pronto ese tipo abre la chaqueta de Lina, dejándola descubierta momentáneamente, siente que le hierve la sangre, al borde de estallar de rabia—. Voy a matar a ese tipo... —asevera sus intenciones con una inequívoca furia en sus palabras, provocando que su querida amiga de cabello castaño rizado lo observe con compasión, pues comprende la frustración que debe estar invadiéndolo ahora.

—Cálmate, Alec —le aconseja, pues ahora mismo, no pueden intervenir. Tienen que esperar a la señal de la mentalista, por mucho que quieran ir corriendo a la playa a ayudarla—. No podemos actuar de manera irracional.

—¿Que me calme? —repite en un tono de incredulidad, sin entender cómo puede pedirle tal cosa, teniendo en cuenta la situación en la que se encuentra su querida pelirroja. Es una locura, una total estupidez—. ¿Cómo te atreves a decirme eso? —le pregunta, dejando que la frustración se abra paso en sus palabras, sin atreverse a mirarla a los ojos. El miedo que siente por la vida de su prometida y de su bebé, lo está volviendo loco, dejándolo sin más opción que explotar. Después de todo por lo que ha pasado, no puede permitir que la toquen de esa forma, invadiendo su espacio personal. No de nuevo. En este momento, lo único que quiere hacer es correr a su encuentro, terminar con aquel tipo y sacarla de ahí lo más pronto posible—. No me pidas que me calme, Ellie... —ordena, con una dureza que no es habitual en él.

No quiere que ella se lo pida, pues no puede hacerlo. No puede calmarse, porque no deja de pensar en la amenaza que supone aquel hombre peligroso para la vida de su prometida y de su bebé. Un hombre, al que lamentablemente, no puede enfrentarse.

—Lo siento —se disculpa, pues no puede evitar sentirse culpable. No quiere que él piense que ella se lo está pidiendo, pues en realidad no lo está haciendo. Simplemente está intentando que se calme, que piense con claridad, no dejándose llevar por sus emociones. Como suele hacerlo en los casos. Pero sabe que no es lo mismo enfrentarse a los casos que a esta situación. Aquí hay un componente demasiado personal.

Pero ahora mismo, no pueden hacer nada. No pueden ir a por ella, pues sería el final de todo. No puede permitir que los descubran, así que debe calmarse y esperar a la señal.

El interior de la furgoneta vuelve a estar en un completo silencio, con Ava y Frank habiendo intercambiado una mirada llena de significado. No pueden evitar preocuparse por Elroy, Sakura y Magnus. Saben que están en buenas manos, pues Coraline probablemente se haya asegurado de compartir sus planes con ellos. Es una experta analista del comportamiento, al fin y al cabo. Está en su naturaleza el prevenir y adelantarse a las acciones de otros. Están seguros de que habrá preparado algo para contrarrestar lo que sea que Ivan Markov tenga preparado. Pero no pueden evitar preocuparse, sabiendo que la vida de los cuatro jóvenes está en peligro.

En ese preciso instante, en los monitores se observa claramente cómo el jefe ruso saca una pistola del interior de su chaqueta, hablando con una gran calma, como si estuviera preguntándole a la taheña el horario del próximo autobús. Pero está claro que no se trata de eso. Con el hombre con la cicatriz en el rostro, nunca es así. Todo tiene un doble significado o una razón de ser.

Con un escalofrío que lo recorre de arriba-abajo, el escocés de cabello y vello facial castaño, observa cómo el jefe de la mafia le coloca el arma en la mano derecha a la madre de su bebé. Su pulso se acelera, al pasar por su mente el pensamiento de que puede sucederle algo horrible a Lina. Que puede perderla, siendo testigo de ello con sus propios ojos.

—No... —musita, con una sincera angustia en su voz, al ver cómo aquel tipo parece pronunciar una serie de comandos, provocando que su querida pelirroja comience a elevar su brazo derecho, abriendo la boca lentamente, antes de colocarse el cañón del arma dentro—. No me digas que... —al ver cómo la mujer que ama realiza esas acciones de forma mecánica, sin prestar ningún tipo de atención a su alrededor, ni a nada de lo que hace, se percata de lo que está sucediendo. Rememora rápidamente lo que la analista le dijo hace tiempo, acerca de los modus operandi del hombre más peligroso del mundo—. ¡La están condicionando! —exclama con horror, sobresaltando a sus compañeros, quienes automáticamente fijan sus ojos en los monitores, incrédulos ante lo que está sucediendo. En ellos se puede ver cómo los amigos de la taheña quieren intervenir, ayudarla, pero lamentablemente, Ivan se vuelve hacia ellos, y por lo que parece, los condiciona también. Se quedan quietos, como estatuas, desprovistos de todo libre albedrío—. ¡Por encima de mi cadáver! —exclama el escocés trajeado con un tono determinado, pues no piensa permitir que le hagan eso a su prometida. No piensa dejar que la controlen de esa forma. No sin antes haber intentado detenerlo. No piensa quedarse de brazos cruzados, viéndola morir, sin hacer nada. No piensa dejar que su bebé y ella mueran—. ¡No lo permitiré! —añade con determinación, encaminándose hacia la puerta trasera de la furgoneta con la intención de salir de ella, correr hacia la playa, y salvar a su futura mujer.

—¡Sujétenlo! —exclama Collins, que ha estado atento en todo momento a lo que sucede tanto en el interior como en el exterior de la furgoneta. Ha reparado en que el veterano inspector pretende salir de allí, poniendo no solo en riesgo su vida, sino la operación.

—¡Soltadme! —exclama el inspector de cabello lacio, tratando de desembarazarse del agarre de los siete agentes que hay en la furgoneta, pues ante las palabras del jefe de la Interpol, Ava Stone ha ordenado sin mediar palabra, a sus subordinados, que lo inmovilicen. Logran retenerlo por unos segundos, pero por desgracia, su fuerza y su determinación por ir en socorro de su mujer son mayores de lo que esperaban. Logra soltarse de dos de ellos, pero Ellie interviene, ayudando a sujetarlo. No puede permitir que haga ninguna locura, pues sabiendo lo que sabe acerca del hombre más peligroso del mundo, podría ser fatal. No están en condiciones de enfrentarse a él ahora mismo. No pueden permitirse el lujo de fracasar en esta misión, y por eso, deben esperar a la señal—. ¡Suéltame, Ellie!

—No puedo —musita la veterana inspectora de cabello castaño rizado, pues no puede dejar que su amigo haga gala de alguna imprudencia. Se lo prometió a la pelirroja de ojos celestes, al fin y al cabo. Y por ello, no puede permitir que él ponga en riesgo su vida y la de los demás. No puede permitir que arriesgue la vida de Cora y la de su bebé—. No puedo permitirte que hagas nada estúpido —añade, mientras intenta evitar que él salga de la furgoneta—. ¡Por favor, Alec...! —le ruega con un tono de voz lleno de preocupación, sintiendo que aún se resiste a quedarse en el interior del vehículo.

Él se revuelve, haciendo todo lo que está en su mano para ir en busca de su familia.

—¡Van a matarla si no hacemos nada, Miller! —exclama frustrado, pues no puede quedarse ahí, inmóvil e impotente, dejando que le arrebaten a su mujer y a su bebé. Tiene que hacer algo por evitar esta desgracia. Lo que sea. Pero tiene que actuar ya. Porque tiene que evitarlo a toda costa—. ¡La están condicionando! —agrega, con la misma frustración de antes. No pueden esperar que se quede sentado en el interior del vehículo, viendo cómo la madre de su bebé se suicida—. ¡No seáis hipócritas! —les espeta a aquellos que lo tienen sujeto de brazos y piernas—. ¡Cualquiera de vosotros haría lo que estuviera en su mano para salvar a sus seres queridos!

Continúa revolviéndose, con los agentes no teniendo más remedio que colocar sus manos a su espalda, obligándolo a tumbarse en el suelo, inmovilizándolo de manera efectiva. Esta acción lo hace emitir un leve gruñido adolorido debido a la llave de judo que le han aplicado. Sus ojos pardos se posan en su apreciada amiga, quien se arrodilla junto a él.

—¡Escúchame, botarate! —la inspectora de cabello rizado y castaño tiene que recurrir a su experiencia como agente de policía, para intentar calmar el ánimo lleno de desesperación de su amigo, pese a que ella misma querría salir corriendo del vehículo camuflado de paisano, para ayudar a su buena amiga—. ¿Quieres arriesgarte a que los maten? ¿Al bebé y a ella? —le pregunta de manera retórica, provocando que al escocés se le hiele la sangre en las venas, dejando de forcejear por unos instantes—. Porque eso es lo que vas a conseguir si continúas intentando salir de aquí —lo alecciona con la realidad, por mucho que sabe lo que le duele escuchar esto ahora—. Vas a poner no solo sus vidas en riesgo, sino la operación, y quizás, tu propia vida —argumenta, pues no puede permitir que se juegue el cuello, que salga de la furgoneta y que lo acribillen a tiros.

Quizás, solo quizás, la pelirroja realmente no se encuentre en problemas, y el arma no esté cargada, tratándose todo de una broma macabra, producto de la mente enferma de Markov, a quien le encanta jugar con las personas. Espera que sus pensamientos estén en lo cierto. No quiere ni imaginar que Cora podría morir por un estúpido error de juicio.

—No puedo permitir que la maten... —dice el inspector trajeado tras unos segundos de silencio, con una profunda tristeza en la mirada. Siente que sus ojos se humedecen a causa de la impotencia que siente, de la angustia que lo invade. No puede permitir que le quiten a la madre de su hijo. Y a su bebé. Preferiría morir a vivir en una realidad en la que esto fuera posible. Por eso, cuando alza el rostro del suelo, posando sus ojos pardos en los de su amiga, su expresión facial está llena de sufrimiento, impotencia, ira y desesperación—. Por favor, Ellie... —musita, con una vulnerabilidad que no es habitual en él, apelando a la compasión de su amiga, quien, al escucharlo hablar así, siente cómo se le resquebraja el corazón debido a la pena y a la compasión.

—Lo siento, Alec... —musita, con la misma vulnerabilidad, sintiendo cómo las lágrimas comienzan a brotarle de los ojos, pese a intentar evitarlo. No puede permitirse ser débil en este momento. No puede permitir que él la vea llorar. Él ya está bastante mal, y no necesita que ella también lo esté. No puede permitir que su desesperación ponga en juego la operación.

Ambos son conscientes de que los jefes de la Interpol están dispuestos a sacrificar a quien sea, y lo que sea, con tal de tener éxito en la operación. Y esta decisión tan drástica, significa sacrificar a los cuatro jóvenes que están ahora mismo en la playa del acantilado.

Collins intercambia una mirada preocupada con Stone, pues ambos están intranquilos por las palabras que los inspectores han pronunciado dentro de la furgoneta. En ellas se escucha la frustración de la inspectora de cabello castaño rizado, y también la de su amigo, quien parece estar a punto de derramar una lágrima. Comprenden lo desgarrador que es todo esto, y por eso, tienen muchas dudas acerca de la operación que están llevando a cabo. Quizás, hayan sido demasiado imprudentes. Quizás, hayan cometido un grave error, pues están dejando que los cuatro jóvenes arriesguen sus vidas para apresar a un criminal.

Pero en un momento de lucidez, ambos llegan a la conclusión de que no pueden salir de la furgoneta, pues eso sería poner en peligro la operación, y con ella, la vida de la chica de cabello carmesí, así como la de sus amigos. Si ellos salen de la furgoneta con la intención de salvarlos, de ayudarlos, quizás, Ivan obligue a los jóvenes a suicidarse. No pueden arriesgarse a que eso suceda. No pueden arriesgarse a que todo acabe en tragedia. No pueden permitirse fracasar en esta misión, pese a que el coste sea demasiado alto.

Al cabo de unos segundos, en los monitores de la furgoneta, se puede ver cómo claramente la pelirroja aprieta el gatillo del arma, cuyo cañón está en su boca, aunque para incredulidad y estupefacción de todos los presentes en el vehículo de paisano, no hay proyectil que salga del arma. Queda claro entonces, que la pelirroja de piel de alabastro nunca ha corrido un peligro real. El arma nunca ha estado cargada. Todo era una prueba de Ivan Markov para asegurarse de que sigue contando con su lealtad. También le ha servido para asegurarse de que no le han tendido una trampa.

Alec, que hasta ese momento continuaba forcejeando con los agentes para liberarse de su agarre, tiene sus ojos pardos fijos en los monitores, con éstos abriéndose con pasmo al contemplar que su mujer, para gran alivio, está a salvo y viva.

—Será hijo de puta... —musita el escocés de cabello y vello facial castaño, levantándose del suelo, una vez los agentes comprueban que se ha calmado, dejando de forcejear. Es evidente que, pasado el peligro para la experta analista del comportamiento, el hombre trajeado con carácter irascible no va a poner en peligro la operación.

Oh, con qué gusto le retorcería el pescuezo al ruso malnacido ese...

Pero opta por colocarse los auriculares nuevamente, sentándose en el asiento que queda libre junto al de Ellie. Retoma entonces su escucha de la operación. Aún tiene el corazón latiéndole con celeridad en el pecho, pese a que lo intenta disimular, y aunque sabe que su mujer y su bebé están a salvo, no puede evitar sentirse muy desesperado, pues su novata y los tres jóvenes pueden estar en peligro.

El jefe de la mafia rusa se acerca a la protegida de Hardy, antes de estrecharla entre sus brazos, como si estuviera abrazando a un miembro de su familia, felicitándola por su lealtad. La joven corresponde dicho abrazo con lentitud, como si estuviera asegurándose de que lo tiene exactamente donde lo quiere. De hecho, y parece que finalmente el antiguo espía de la URSS se percata de ello, hay algo que no va bien con ese abrazo. Intenta alejarse de ella, a juzgar por cómo abre sus ojos con pasmo, haciendo un ingente esfuerzo por poner distancia entre ellos, pues está más cerca de la joven de lo que la prudencia, y su conciencia, le aconsejan. Sin embargo, la mujer de treinta y dos años lo impide, haciendo que su agarre se torne más férreo que antes. Eleva su brazo derecho entonces, en cuya mano aún tiene sujeta la pistola que, hace unos minutos, el propio Markov le ha entregado. La deja caer con una gran rapidez, golpeando en la nuca al hombre que, durante tantos años la manipuló. Esto provoca que el jefe de la mafia rusa caiga al suelo, inconsciente. Antes de sumirse en la oscuridad, el anciano de noventa y dos años no puede evitar lanzar un gemido adolorido.

—Oh, Dios mío... —musita Ellie, quien no puede creer lo que está presenciando. Su querida amiga ha conseguido dejarlo fuera de combate, antes de esposarlo a la espalda.

Por los monitores puede verse cómo la analista del comportamiento, una vez ha esposado al hombre que por tanto tiempo ha aterrorizado a los gobiernos y los países del mundo, logra cargar el arma que se ha agenciado, cortesía del inconsciente anciano, antes de efectuar un disparo con precisión quirúrgica a la rodilla del guardaespaldas que amenazaba con hacerle daño. Una vez se ha asegurado de que está fuera de combate, gritando de dolor al tiempo que hace lo posible por detener el flujo de sangre, habiendo soltado su arma, agarrándose la rodilla con ambas manos, Cora realiza varios disparos al aire.

—¡La señal! —exclama Ava con evidente alivio y orgullo, realmente sorprendida y maravillada de cómo la sagaz protegida del escocés ha conseguido llevar a cabo su plan, logrando engañar al mismísimo agente del servicio secreto de la URSS, que tan confiado estaba en sus posibilidades—. ¡A todos los efectivos: personaros en la playa de inmediato! —exclama, antes de cargar su propia arma, asegurándose de que su chaleco antibalas la protege como debe. Contempla cómo tanto Ellie como Alec están ya preparados para salir escopeteados de la furgoneta. Están ansiosos por llegar a la playa, y no los culpa por ello—. ¡Repito: que todos los efectivos se personen en la playa! ¡Debemos ayudar a los activos desplegados! —añade, antes de abrir la puerta de la furgoneta, saliendo de ella.

No puede permitir que la pelirroja de ojos celestes y los tres muchachos continúen expuestos a los peligros de la playa, estando ahora mismo el líder de la mafia rusa inconsciente.

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