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Capítulo 44 {1ª Parte}

Son las 16:45h. En su casa, tras haber comido juntos en un agradable ambiente, Coraline acaba de colgar el teléfono, habiéndose puesto en contacto con Magnus, Sakura y Elroy, quienes desde ayer por la noche están en el pueblo, para así llevar a cabo la operación de esta noche a las 20h. Apenas faltan unas tres horas y quince minutos, lo que está provocándole un ligero nerviosismo. Aunque se haya preparado mentalmente para soportar la ingente tarea de la que va a hacerse cargo esta noche, eso no quiere decir que las tenga todas consigo: sí, sus amigos y ella son extremadamente buenos en lo que hacen, en lo que hacían antaño, pero los miembros del cuerpo de seguridad de Markov están bien entrenados. Si su antiguo jefe se percata en algún momento del propósito de su plan, no tendrán más remedio que llegar a las manos, y esto podría complicar mucho la situación. Especialmente porque podría haber daños colaterales, y ellos podrían salir heridos. Cierto, Ava les ha dicho a Alec y Ellie que llevarán chalecos antibalas para garantizar su seguridad, pero conociendo a Ivan como lo conoce, sabe que no se arriesgará a que le tiendan una trampa. Se guardara las espaldas. Y eso significa... Que hará uso de su condicionamiento.

Negando con la cabeza para no pensar en ello por el momento, la pelirroja de piel de alabastro camina hasta la cocina, en donde se encuentra su querida hija de cabello rubio. Tiene una mirada extasiada, pues está agradecida por la idea de poder echarle una mano con esto. Ha sacado un bloc de notas de su habitación, y ha comenzado a escribir los nombres de los familiares de su madre, Nadia y Aidan, junto con los nombres de Ellie y su familia, además de los Latimer. Cuando sus ojos celestes se posan en la lista, revisando los nombres escritos en ella, Cora sonríe. Tomando un bolígrafo, continúa escribiendo algunos nombres más, y cuando finalmente ha terminado su labor, se detiene a revisar la cantidad de invitados a su boda. Aún deben preparar las invitaciones, el lugar del banquete, la música para la fiesta... Queda mucho por hacer, y poco tiempo, principalmente, si quiere poder entrar en un vestido dado su embarazo.

La joven estudiante de dieciséis años contempla la lista con orgullo, pues han reunido a unos cuantos amigos y conocidos, de modo que la fiesta después de la boda promete ser la mar de interesante. La pelirroja le brinda un beso en la mejilla, indicándole así que ya ha hecho bastante por el momento, habiéndose percatado de que su querido escocés ha bajado las escaleras del primer piso. Se ha duchado, y ha cambiado el traje azul marino que ha llevado a la iglesia, por su habitual atuendo negro de trabajo, lo cual, a ojos de la mujer de treinta y dos años, lo hace verse realmente atractivo.

Daisy, quien capta al momento que sus padres quieren estar un poco a solas, teniendo en cuenta que, debido al caso y a la ansiedad que les ha provocado su situación en el instituto, no han podido hacerlo en un tiempo desde su cita, sonríe de manera tierna. En cuento ve a su padre entrar a la cocina, atravesando el umbral de la puerta, le propina un abrazo lleno de cariño, que él corresponde al momento, sonriéndole y brindándole un beso en la cabeza.

—¿Qué estabais haciendo tan concentradas? —cuestiona Alec, tras ver cómo su hija sube al primer piso mientras charla animadamente con Chloe Latimer por teléfono. Se acerca a la mesa de la cocina, donde puede ver la lista que han confeccionado entra ambas—. Ah, de modo que era esto.

El hombre de cuarenta y siete años sonríe tiernamente al ver que, incluso con lo nerviosa que seguro que está debido a la operación de esta noche, intenta pensar en su futuro, y parte de él consiste en su boda. Lee muchos nombres que le son conocidos, como los de Ellie, Beth, Paul, Katie, Ava, o Maggie Radcliffe, por nombrar algunos. Le sorprende que haya invitado a sus compañeros de la comisaría, pero tiene sentido, al trabajar con ellos codo con codo desde hace tanto tiempo.

—Como ves, estábamos empezando a hacer la lista de invitados a la boda —responde ella, sintiendo cómo su querido protector y confidente le brinda un cariñoso beso en los labios, habiendo colocado su brazo derecho rodeando su cintura—. No se me ocurre a quién más invitar, porque podemos excluir a tu familia por completo —él inmediatamente asiente con vehemencia ante sus palabras, pues está en lo cierto al aseverar que no quiere que se inmiscuyan en su vida—. Y en lo que respecta a mi familia, como es evidente, solo vendrán mis hermanos y sus parejas, de modo que, si necesitamos espacio para sentar al resto, podemos poner a más invitados en las mesas cercanas a la suya.

—Es una buena idea —concuerda el hombre con cabello y vello facial castaño—. Podríamos poner a Aidan y Nadia en la misma mesa que a los Miller —propone, y al momento, la taheña con piel de alabastro tiene que reprimir una carcajada—. Estoy seguro de que podrán encargarse de mantener a Ellie a raya.

—Oh, estás nervioso por su discurso de madrina, ¿verdad?

—No estoy nervioso.

Aunque intente negarlo, es evidente que, el hecho de que tanto Ellie como Daisy hayan decidido dar un discurso en el banquete tras la boda, lo pone nervioso. En un intento por cambiar de tema, desvía su mirada parda al vientre de su prometida, sonriendo internamente, antes de pasar una mano sobre él, deseando sentir pronto cómo se mueve su bebé.

—¿Cómo está el pequeño Hardy?

Coraline no puede evitar sonreír al escucharlo hablar con un tono tan tierno en la voz. Posa una mano sobre la suya, acariciando su dorso con suavidad y cariño. La vida poco a poco parece sonreírles. Y después de tener éxito esta noche, no habrá nada que pueda preocuparlos nunca más.

—Aún tengo alguna que otra náusea, y más apetito del habitual, pero por lo demás estoy tranquila... —responde ella al tiempo que acaricia su vientre—. Solo espero que, el día de la boda no empiece a montar una fiesta ahí dentro —bromea, haciéndolos reír levemente—. Aunque si ha sacado el sentido del humor de Papá... Será igual de cabezota.

Alec rueda los ojos al escucharla decir eso, pero besa su mejilla de todas formas.

—¿Y eso sería algo malo? —cuestiona con una ceja arqueada, pronunciando su pregunta con un tono irónico, recibiendo un gesto negativo por parte de su prometida. Entonces, el escocés suspira con pesadez—. Eh, pequeño Hardy —se dirige al bebé entonces con su acento escocés impregnando sus palabras. Es consciente de que, probablemente a estas alturas, su hijo aún no haya desarrollado la capacidad de comprender o procesar que le está hablando. Pero no pierde nada por intentarlo—. Cuando llegue ese día, quiero que estés lo más tranquilo posible —le pide con un tono lleno de dulzura, provocando que los ojos de la pelirroja se tornen vidriosos al contemplarlo en semejante ademán tan familiar y vulnerable—. No quiero que Mamá se ponga nerviosa.

Ahora que el hombre trajeado hace memoria, hablarle al bebé es algo que siempre deseó hacer con anterioridad, no habiéndosele sido permitido por Tess, quien encontraba dicho comportamiento infantil. Y le alegra mucho que su querida Lina no solo se lo permita, sino que, a juzgar por las lágrimas que está secándose con esfuerzo, está emocionada porque lo haga.

—No puedo prometerte no ponerme nerviosa, especialmente porque es mi primera boda... —se carcajea con ironía sintiendo cómo su futuro marido limpia sus lágrimas con los pulgares en un gesto lleno de suavidad y delicadeza—. Pero lo intentaré.

—Eso es todo lo que pido.

Alec entonces besa el vientre de su futura mujer, antes de besar sus labios. No puede creerlo, pero finalmente va a casarse con la mujer que ama. Tras tanto tiempo, superando adversidad tras adversidad: su exmujer Tess, el juicio de Joe Miller, el TEPT de Coraline, y sus mutuos malentendidos. Desvía su mirada parda nuevamente a la lista de invitados, sintiéndose ligeramente apenado porque su querida pelirroja no disponga de más familia que asista a su gran día. Pero como Ellie Miller le ha comentado «nosotros somos su familia, y vamos a estar ahí para celebrar este gran día con vosotros».

El testarudo escocés de carácter algo taciturno nunca lo admitirá en voz alta, pero le alivia que su amiga de cabello castaño y cabello rizado siempre esté ahí cuando se la necesita.

—¿En qué estás pensando ahora, cielo? —la voz de Lina rompe sus pensamientos.

—En Ellie.

—¿Ellie? —la analista del comportamiento se sorprende gratamente—. ¿Por qué?

—Es solo que... —se encoge de hombros, pues nunca ha sido demasiado bueno al momento de explicar sus pensamientos y sentimientos con las palabras—. Siempre está ahí cuando la necesitamos, tú y yo, y no puedo dejar de pensar en que tenemos mucho que agradecerle.

—Sí, admito que tienes razón —admite Coraline, sonriendo de oreja a oreja, recordando cada momento de su relación en el que Ellie, tan sabia y certera, le dio los consejos que necesitaba para que siguiera su corazón—. Nos ha ayudado mucho, y no sólo con los casos... —se permite bromear nuevamente, y ambos estallan en una carcajada—. Si no fuera por ella, creo que no habría sido capaz de admitir que estaba enamorada de ti —le revela, sorprendiéndolo por un ínfimo segundo, pues no estaba al tanto de que su apreciada amiga hubiera jugado un papel tan importante en el desarrollo de su relación—. Me dio los consejos que necesitaba para luchar por mis sentimientos, a confesártelos.

—Si es como dices, efectivamente tenemos mucho que agradecerle —asevera el escocés con un tono confiado, estrechando a su futura mujer y madre de su bebé entre sus brazos, con Lina apoyando su cabeza en su pecho—. No sé qué haríamos sin ella.

—Yo tampoco —conviene la avispada joven con ojos cerúleos—. Y aunque tendremos a Ellie para echarnos una mano, estoy segura de que, cuando tengamos a nuestro bebé, sabremos exactamente qué hacer.

—No tengo ninguna duda, querida —el inspector trajeado de cabello y vello facial castaño no puede evitar sonreír al escucharla, pues está deseando comenzar esa nueva etapa de su vida como su marido, y conocer a su pequeño bebé, que crece día a día en su interior—. Me pregunto a quién se parecerá cuando nazca...

—Espero que parezca a ti —desea la pelirroja trajeada de azul marino con un tono de voz lleno de esperanza—. Me encantaría que tuviera tu cabello y tus ojos: son preciosos.

—Bueno, si hablamos de belleza, espero que tenga tus mismos cabellos carmesí y ojos azules —rebate con evidente cariño, deseando que su bebé herede algunas de las características que más adora él de su pareja, aunque claro, su apariencia no es lo único que lo hace amarla tanto. Sería demasiado superficial si así fuera—. Ojalá sea tan listo como tú.

—Te quiero, cielo —susurra la taheña con piel de alabastro, besando sus labios.

—Te quiero, Lina —dice él, correspondiendo su beso, antes de besar su frente, como ya va siendo costumbre entre ellos—. Será mejor que nos pongamos en marcha para reunirnos con Miller en el puerto —comenta entonces, sacándola de sus ensoñaciones—. No me gusta la idea de dejar a Daisy sola durante la mayor parte de la noche, especialmente al no saber cuánto tiempo nos va a llevar el interrogar a Markov, pero no pienso abandonarte.

—No te preocupes por eso —dice ella con un tono sereno, comenzando a caminar con él hacia la entrada de la vivienda, ataviándose con su chaqueta de trabajo, mientras que él se viste con su abrigo negro, a juego con su traje—. Mientras estabas duchándote, le he comentado que tengo que terminar un par de cosas del trabajo, y que como no quieres que me exceda, vas a supervisarme —el escocés reprime una carcajada, pues sin duda alguna, Daisy se habrá tragado esa explicación, sobre todo, teniendo en cuenta cómo suele comportarse con aquellas personas que atesora—. Ya la he avisado sobre que, probablemente, nos lleve toda la noche, y que en cuanto terminemos, le mandaré un mensaje.

—Siempre pensando en todo.

—Ya me conoces —se encoge de hombros mientras el hombre que ama le abre la puerta principal, dejándola pasar primero, con ella realizando una leve reverencia a modo de broma, logrando hacerlo reír—. Como analista, tengo que adelantarme a todo...


Aproximadamente a las 17:30h, el coche de la analista del comportamiento estaciona en el aparcamiento de la playa de Broadchurch. El escocés ha conducido el vehículo, pues debido a cómo el embarazo progresa adecuadamente, el hombre trajeado quiere evitar que haga esfuerzos innecesarios, por mucho que la pelirroja de ojos cerúleos proteste, indicándole que no está inválida. Sus palabras caen en saco roto, pues Alec está empeñado en protegerla, y Cora empieza a pensar que ese ligero sentido de sobreprotección se ha visto motivado por cómo la operación de esta noche va a desarrollarse. Comprende que lo trae de cabeza el estar alejado de ella mientras se juega el cuello, pero no está ayudándola a relajarse, especialmente cuando intenta coartar su libre albedrío de esta forma. Es consciente de que no lo hace a propósito, y espera que Ellie lo ayude a calmarse cuando tengan que supervisar la operación desde la furgoneta. Sin duda, como antes han comentado entre ellos, tienen mucho que agradecerle a la castaña de cabello rizado, pues los ha ayudado mucho, y está segura de que continuará haciéndolo en el futuro.

Los futuros cónyuges ven a Ellie a lo lejos, sentada en uno de los bancos de madera, junto en el paseo del puerto, al lado de la playa y los colosales acantilados de color trigo. La pelirroja de piel clara y ojos azules, se percata al momento de que su buena amiga está ocupando el mismo banco en el que antaño, al final del caso de Danny Latimer, se sentaron Alec y ella, la noche en la que se encendieron los fuegos en su honor. Y pensar que, en todos estos años, las cosas han cambiado tanto... Ese primer año en el que trabajaron todos juntos por primera vez, parece ahora tan lejano como un sueño de hace mucho tiempo. El inspector toma la mano de la mujer que ama, caminando a su son hacia Ellie, a quien ambos saludan con una sonrisa, sentándose en el banco con ella. En esta ocasión, la brillante analista del comportamiento queda sentada entre sus dos compañeros.

—No dejo de pensar en Michael Lucas —comenta la castaña de cabello rizado y castaño, ataviada con su habitual chaquetón naranja de mamá. Es la primera de ellos en romper el silencio que se ha instalado—. Y en las consecuencias que sus actos le acarrearon.

—Vino a nuestra casa —sentencia Alec, desviando su mirada hacia su amiga, aun sujetando la mano izquierda de su prometida en su derecha. Le propina un apretón lleno de cariño, pues el recuerdo de ese primer encuentro con los chicos aún los hace estremecerse—. Era uno de los chicos que tenían la foto de Daisy...

—Dios...

—Y era uno de los chicos a los que nos enfrentamos para evitar que siguieran acosándola. Por eso reconocí el número nada más verlo —intercede la pelirroja de piel de alabastro, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho—. Porque tomé su teléfono móvil en mis manos para borrar la fotografía, y enviar el mensaje al grupo de alumnos y padres.

—¡Oh! —Ellie parece recordarlo de pronto—. ¿Recuerdas cómo aconsejaste a Tom sobre que debería deshacerse del porno que tenía en su teléfono y su ordenador? —la aludida asiente al momento, pues aún tiene fresca en su memoria su conversación con el hijo de su mejor amiga—. Tom me dijo que Michael había sido el que le había pasado el porno —les confiesa, sorprendiéndolos a ambos con esta información—. En su momento no pensé que fuera importante, pues Michael era uno de los chicos a los que habían expulsado del instituto por compartir los links a la pornografía —se sincera con sus amigos, y éstos asienten en silencio, pues comprenden que no pensase más allá. Al fin y al cabo, ninguno se esperaba al inicial el caso de Trish, que el culpable fuera un menor de edad—. Además, Tom me había dicho que Clive era el origen de los archivos, pero... —se interrumpe tras unos segundos, tragando saliva—. Está claro que no era así.

—De modo que empezó a imitar a Leo —comenta la pelirroja, habiendo colocado su mano derecha en su mentón, pensativa—. Le pasó la pornografía a Tom, tal y como el universitario hizo con él —el solo pensamiento de que el camino para corromper al muchacho bonachón y adorable de Ellie es un pensamiento escalofriante—. Es una mecánica de autopreservación muy habitual en aquellas personas atrapadas en relaciones abusivas: imitar al abusador, para sentir que se recupera algo del control que le ha sido arrebatado.

—Lo importante es que no volverán a hacerlo nunca más —dice Hardy con un tono férreo en la voz, hirviéndole la sangre solo de pensar que esos dos jóvenes hubieran sido capaces de hacerle daño a Daisy o a Tom. A cualquiera de sus hijos—. Hicimos nuestro trabajo: pillamos a los responsables. Es todo lo que podemos hacer.

—Así es —asevera la joven de treinta y dos años con un tono ligeramente apático, pues Dios sabe, lo mucho que le gustaría poder hacer algo mas para ayudar a las afectadas por las acciones de Leo Humphries. Tras suspirar pesadamente, la taheña sonríe levemente—. ¿Os gustaría ir al pub después? —no menciona la operación en voz alta, siendo tan precavida como siempre al mencionar algo relacionado con Ivan Markov. Sus compañeros la miran sorprendidos de que haga esta sugerencia—. Nunca hemos ido al pub, y creo que nos vendría bien para celebrar que todo ha acabado bien.

—A mi me parece una buena idea —responde Ellie con una sonrisa al mismo tiempo que asiente con la cabeza, realmente agradecida porque su querida y dulce amiga intente animarlos. Además, el propósito de sugerir que vayan a beber algo después de la operación de esta noche, quiere indicarles de manera implícita que todo irá bien. Que van a tener éxito—. ¿Alec?

—Está claro que no puedo dejaros sin supervisión, ¿no crees, Miller? —cuestiona el aludido con un leve tono irónico, disfrutando de la expresión ligeramente molesta que aparece en el rostro de la mujer trajeada de cabello castaño—. Especialmente teniendo en cuenta que Lina está embarazada, que soy vuestro jefe, y que mañana tenemos trabajo.

—¡Oh, menudo aguafiestas que eres! —exclama la veterana agente de policía, poniendo los ojos en blanco por unos segundos, habiendo soltado un bufido hastiado—. ¿Tanto te costaría soltarte un poco? —le pregunta con ironía, antes de suspirar con pesadez—. Bueno, al menos no has dicho que no... Aún hay esperanza —todos ríen ante su ocurrencia, incluso el escocés de carácter ligeramente taciturno, quien genuinamente ha aprendido a apreciar sus bromas y comentarios—. Será mejor que nos encaminemos a la comisaría —propone, levantándose del banco de madera, junto a sus compañeros de trabajo, quienes inmediatamente asienten, comenzando a caminar hacia el coche de la analista del comportamiento, debido a que Ellie se ha desplazado andando desde su casa.

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