Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 40 {2ª Parte}

Al cabo de varios minutos, aproximadamente a las 23:45h, los tres investigadores que investigan el caso de la agresión de Trish Winterman se han desplazado hasta la vivienda de Danielle, la novia de Leo Humphries, en Lyme. Han revisado primero su casa de Mason Avenue, en el número 76, tal cual aparecía recogido en su ficha de conducción, pero para su, en realidad, nula sorpresa, no se encontraba allí. Han hablado con su padre, quien les ha comunicado que ha ido a casa de su novia. Como la brillante analista ha deducido en su interrogatorio, la novia de Leo no lo ha dejado únicamente por haberla obligado mentirles, de modo que, una vez ha confirmado sus sospechas con el padre del estudiante, se han encaminado a la casa de la vendedora en el puesto del puerto.

Una vez se apean del vehículo de la pelirroja, ésta toca el timbre de Danielle en el complejo de apartamentos, siendo el número cuatro, mientras que observa por la periferia de su visión cómo Alec marca el teléfono de su sospechoso. Deben asegurarse de que lo llevan con ellos a comisaría, y siendo como es la mentalista de puntillosa con sus análisis, no ha dudado en aseverar que Danielle intentará encubrir que está allí. A los pocos segundos, la joven universitaria abre la puerta ataviada con el pijama y la bata, con un rostro levemente pálido. Sus ojos apenas son capaces de quedarse fijos en los policías.

—Hola, Danielle —la saluda Ellie con una en apariencia inocente, advirtiendo que ahora, su jefe y amigo ha terminado de marcar el número en su teléfono, colocándose e aparato electrónico cerca del oído derecho, esperando a que dé tono—. ¿Está Leo aquí?

—Hola —su voz tiembla ligeramente al hablar—. No, no está aquí, lo siento.

—Oh, es que hemos ido a su casa, y su padre nos ha dicho que estaba aquí, contigo —asevera la brillante analista del comportamiento, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho en un actitud severa, pues como ha podido ver, Danielle está desviando sus ojos arriba a la derecha, intentando mentirles. Y no soporta que le mientan a la cara. Mucho menos si lo hacen dos veces. A la primera puede dejarlo correr, pero una segunda ya es demasiado. Por si fuera poco, la taheña se ha percatado de que la joven ha dejado la puerta principal entornada, ocultando parte de la entrada, como si tuviera miedo de que registrasen su casa, cuya entrada, al apartamento número cuatro, queda justo en línea recta desde la puerta principal. Otro gesto inconsciente que le indica que está esforzándose por encubrir a su novio—. Además, no deberías delatarte a ti misma de esta forma, Danielle, porque tus gestos me dicen que estás mintiéndonos a la cara... Y créeme cuando te digo que no te conviene, porque podría resultar en la apertura de un expediente criminal por obstrucción a la justicia, por no hablar de un posible encarcelamiento por perjurio.

—Y-yo... Yo no...

—Además, si no está aquí, ¿por qué está sonando su teléfono? —quiere saber el inspector, habiendo comenzado a escucharse el sonido claro de una llamada entrante en el interior del apartamento número cuatro. Da unos pocos pasos hacia la joven universitaria, que se achanta y retrocede ante su imponente actitud y mirada. No quiere problemas con la policía, y menos si ponen en jaque su futuro—. ¡Puedes salir, Leo! —exclama, apelando al joven que se encuentra dentro de la vivienda, cuyo teléfono continúa sonando, antes de detenerse, en cuanto el escocés corta la llamada.

Leo Humphries emerge entonces del interior del apartamento número cuatro, con un rostro apenas provisto de emociones salvo una: la resignación. No parece triste ni nervioso, sino simplemente, resignado a su suerte. Sabe que lo han pillado. Que lo han visto dejando la bolsa con la cuerda azul en el cobertizo de Ed Burnett. Pero mientras no tengan pruebas más concretas en su contra, Leo sabe que no pueden acusarle de nada, de ahí que esté tan tranquilo incluso cuando lo esposan, y se lo llevan detenido a comisaría.

Una vez de vuelta a comisaría, aproximadamente a las 23:55h, habiendo dejado a Leo Humphries en la sala de interrogatorios número cuatro, Coraline Harper, Alec Hardy y Ellie Miller se personan en la sala de interrogatorios número tres, donde se encuentra Clive Lucas. Ahora que tienen a los dos principales sospechosos del caso detenidos en comisaría, es el momento de ponerse serios. Tienen que asegurarse de mover los engranajes con precisión, de tal manera, que consigan avanzar en la investigación. Porque esta noche va a ser decisiva para el caso. Los tres lo notan. Sentándose frente al taxista irreverente, la pelirroja advierte al momento que en su ademán hay ahora un tinte de miedo y nerviosismo, habiéndose acentuado desde que sus dos compañeros lo han interrogado antes. Si lo presionan un poco más, puede que se derrumbe como un castillo de naipes.

—Hemos arrestado a Leo Humphries —comienza a hablar Hardy en un tono factual, estableciendo los hechos con claridad, de modo que Lucas pueda comprender lo que está pasando—. Y estamos registrando su trabajo y su casa —el hombre de cabello moreno y ojos color ónix se mantiene en silencio, con los brazos cruzados bajo el pecho en una actitud defensiva, cerrada. Pese a ello, sus ojos están nerviosos, y se desvían constantemente a sus manos, como si temiera que algo de aquella noche saliera a la luz—. Sabemos que os conocéis —sentencia con confianza, entrelazando las manos sobre la mesa, con Lina sentada a su lado, quien tiene bajo sus propias manos un archivo de notas—. Hemos recuperado una prueba clave de la que Leo intentó deshacerse el domingo a última hora, siendo prácticamente el lunes por la madrugada —le comunica, y por un momento, el rostro de Clive parece ser la viva imagen del desconcierto, por lo que la mentalista analiza que, para bien o para mal, no tiene constancia de la prueba de la que hablan—. Mira, te estoy contando esto, porque mi impresión con Leo Humphries, es que va a intentar cargarte el muerto —se sincera con él en un tono honesto, antes de suspirar, notando la presencia de Miller a su espalda, que observa al detenido con una mirada acusatoria, tratando de instarlo a hablar—. Quizá me equivoque, y tú lo conozcas mejor que yo, pero, en cuanto hayamos acabado aquí, iremos a la sala adyacente a esta para hablar con él —ahora está haciendo gala de cierto talante manipulador, habiéndolo aprendido de su querida y brillante prometida, quien asiente en silencio, aprobando sus métodos. Al final, lo mejor que pueden hacer es que los sospechosos caven sus propias tumbas. Y este es a menudo, el mejor modo de lograrlo—. Y al final, nos lo contará todo —el labio inferior de Clive comienza a temblar intermitentemente entonces, notándosele que intenta retener las lágrimas que amenazan con caer desde sus ojos—. Así que hazlo tú primero, y dinos la verdad.

—¿Qué pasó en Axehampton, Lucas? —inquiere entonces Coraline en un tono sereno.

—Ya les he contado lo que...

—Lo siento mucho, pero no te creemos —niega la analista al momento, interrumpiéndolo a mitad de frase. No piensa permitir que se juegue esa carta estando ella delante—. Inténtalo otra vez —lo exhorta, antes de chasquear la lengua, decidiendo aumentar un poco la presión sobre él, al hacerle partícipe de aquello que ha notado—. Desde que te hemos arrestado he visto tu lenguaje corporal, he visto cómo has reaccionado, por cómo nos esquivas la mirada, por cómo te tiembla el labio inferior, por cómo has palidecido, por cómo se te han dilatado las pupilas y por cómo en ocasiones mantienes la vista fija arriba a la derecha, sé que nos estás mintiendo —como respuesta a sus palabras, el taxista traga saliva nuevamente, y sus ojos se cierran con pesadez, indicando que quiere evitar por todos los medios enfrentarse a la verdad, a que ha dado en el clavo—. Tu versión de lo sucedido aquella noche no tiene ni pies ni cabeza, Lucas: tu ADN está en la mordaza, y Leo Humphries está a punto de implicarte, de modo que quiero que nos digas lo que sabes —su orden podría confundirse con un ruego por la forma en la que su voz baja ligeramente de manera confidente. Por un momento, parece que el taxista de ojos oscuros está a punto de claudicar, de hablar, pero se contiene, cerrando nuevamente la boca—. Sabes, o al menos tienes un ligero conocimiento, de lo que pasó en Axehampton, y sobre quién estuvo involucrado en la agresión... —afirma con convicción, antes de suspirar pesadamente ante su negativa a cooperar—. Me temo que si no nos dices lo que sabes, no tendremos más remedio que asumir que fuiste tú quien la violó.

—¡Yo no la violé! —como esperaba, sus palabras consiguen arrancar una reacción emocional y explosiva en el marido de Lindsay, quien se apresura en negar sus acusaciones—. ¡Jamás podría hacer eso!

—¿Sujetaste la linterna? ¿Un móvil, para dar luz? —intercede la veterana agente de cabello rizado entonces con un tono férreo, dispuesta a continuar presionándolo para obligarlo a confesar—. ¿Te pidió que hicieras eso?

—¡Yo no sé nada de lo que dicen!

"En este punto, por cómo nos mira sin apenas pestañear, con la mirada fija, sin desviarla arriba a la derecha, sino arriba a la izquierda, me veo inclinada a aseverar que dice la verdad. No tiene conocimiento de lo que transcurrió exactamente en Axehampton, únicamente que el resultado de ello fue una brutal violación. Sin embargo, a juzgar por su talante defensivo y de estallido pronto, puedo advertir que está protegiendo a alguien más, y no a Leo Humphries, porque de lo contrario, ya habría aseverado que no estuvo implicado. Y sabe quién tomó parte en la agresión, pues es a esa persona a quien protege con tal ferocidad", analiza Coraline en apenas cinco segundos, aprovechándose del estado de vulnerabilidad emocional del taxista, quien ahora, gracias a la presión ejercida sobre él, reacciona de manera más visceral.

—Oh, Lucas, tienes que dejar de mentirnos, porque no se te da muy bien —comenta la buena amiga de los futuros padres con un tono exasperado, antes de poner los ojos en blanco, claramente molesta porque se niegue a cooperar con la investigación, prolongando así el sufrimiento y la incertidumbre de Trish—. Y mírate: estás agotado.

"Sí, su resistencia al interrogatorio y a nuestras hipótesis ha ido minando con cada minuto que pasa aquí encerrado. Sea quien sea a quien protege, lo está motivando para aguantar, pero toda resistencia tiene su límite. Y cuando consigamos encontrar qué conecta a Leo y a Lucas, tendremos el golpe con efecto necesario para hacerlo claudicar", piensa para sus adentros la pelirroja con piel de alabastro, echándole un vistazo al taxista.

—Quiero hablar con mi abogado.

—Sí —afirma Alec tras unos segundos, desviando su mirada hacia la mujer que acompaña a su actual sospechoso, quien se ha mantenido a su lado en todo momento—. Hazlo —lo exhorta, antes de pulsar un botón en la grabadora de la sala de interrogatorios, interrumpiéndolo, para así, retomarlo más adelante.


Los tres salen de la sala de interrogatorios número tres a paso vivo, encaminándose hacia el despacho del escocés. El taciturno y trajeado hombre suspira con pesadez una vez llegan allí, volviéndose hacia sus subordinadas con una actitud hastiada. Es evidente que estos interrogatorios los están llevando al límite de su resistencia. Están agotados, pero tienen que acabar con esto. Están muy cerca. Y no pueden darse por vencidos ahora. La sagaz protegida del hombre trajeado entrelaza los dedos de su mano derecha con los de la izquierda de él, esforzándose por ofrecerle algo de ánimo y consuelo. Alec corresponde su gesto con un ligero apretón a su mano, agradeciéndole su constante apoyo.

—Necesitamos encontrar alguna prueba que conecte a Leo y a Lucas, y que los sitúe en Axehampton durante el momento de la agresión —no tarda en ponerse a dar órdenes con un tono severo—. Necesitamos que analicen sus móviles, para empezar —les indica, y puede ver cómo su prometida asiente al momento, implícitamente informándolo de que ella va a encargarse de esa tarea—. Están conectados, como bien habéis dicho —rememora sus palabras de hace varios minutos, en las escaleras de la comisaría—. Mienten, así que debieron estar juntos —ese punto está más que claro para los tres, de modo que tienen que enfocarse en él, al momento de buscar pistas y conexiones de datos—. ¿Dónde se reunieron, qué hicieron...? Tiene que haber algo...

—Voy a pedirles a unos compañeros de la academia que analicen sus teléfonos, para obtener el registro de llamadas desde el sábado 28 de mayo. También voy a pedirles que me pasen la ubicación en el momento de la agresión, para corroborar que estuvieron juntos aquella noche —dice la taheña trajeada de azul marino, antes de cruzarse de brazos bajo el pecho, soltando la mano del hombre que ama, quien la contempla con compasión, pues en su estado no debería exigirse tanto. Y odia tener que pedirle que trabaje tanto. Pero por desgracia, es lo que hay en estas circunstancias—. Al menos así, podremos presionarlos con ese hecho...

—De acuerdo —afirma su prometido, antes de mirarla a los ojos con dulzura—. Pero no te sobre exijas, Harper, no en tu estado —le exige esta vez como su superior, indicándole que esta es una orden directa, de modo que debe intentar no desobedecerla.

Está preocupado por cómo esta carga de trabajo puede influir en ella ahora que está embarazada, y no quiere que haga más de lo que sea capaz. La mentalista corresponde sus palabras con una sonrisa llena de determinación, antes de asentir con vehemencia, encontrando tierna su preocupación por ella y su bebé nonato.

—Descuida, jefe.

Los tres compañeros se ponen manos a la obra en ese preciso momento. Por un lado, la pelirroja con ojos cerúleos y piel de alabastro se pone en contacto con algunos de sus antiguos compañeros de promoción en la academia, que ahora trabajan en La Brigada Central de Investigación Tecnológica, dedicándose a rastrear todo aquello relacionado con crímenes cometidos en internet. Podrán acceder a las ubicaciones de los teléfonos sin ningún problema. Una vez envía la solicitud, a la espera de una respuesta, Coraline se dirige al cajón donde se archivan las cronologías y movimientos, para así, analizar y contrastarlos. Una vez encuentra los archivos de Leo Humphries y Clive Lucas, los saca del cajón, llevándoselos a su mesa de trabajo. Antes de abrirlos sin embargo, extiende un plano de la costa de Dorset sobre la mesa. Ojea los archivos de sus sospechosos actuales uno por uno, marcando cada movimiento con dos rotuladores, antes de posar sus ojos azules en el mapa de la costa. Es el momento de poner de manera visual la información, de manera que sea más fácil interpretarla.

"Veamos... Leo Humphries, tras habernos dicho que estuvo con su novia tomando un kebab, ha reconocido que estuvo en la fiesta de Axehampton, pero que luego se fue a casa con ella", traza el posible recorrido del universitario con un rotulador fosforito naranja por el mapa, desde Axehampton hasta la casa de Danielle. Una vez hecho esto, cierra el rotulador y sujeta uno azul, abriéndole el capuchón. "Por otro lado, tenemos a Lucas, que afirmó primero que llevó y trajo a varios pasajeros en su taxi, justificando que llevó a un pasajero hasta Lyme en el momento de la agresión, mientras que ahora afirma haber estado en la fiesta, viendo a Trish y a Jim discutiendo, habiéndose cargado su propia coartada de aquella noche", rememora, trazando el recorrido del taxista desde su lugar de trabajo hasta la fiesta. "Técnicamente, al menos hasta que no obtenga los datos de ubicación de sus teléfonos, no hay manera de aseverar que pudieran coincidir en la fiesta, pues las horas no cuadrarían, de modo que...", se dice, antes de comenzar a revisar el mapa concienzudamente. "Hay algo... Algo que no termina de cuadrar. Vamos, memoria mía, ¿qué se me escapa?", se pregunta con frustración, pues el agotamiento de tantas horas de trabajo empieza a pasarle factura, soltando el rotulador azul tras colocarle de nueva cuenta el capuchón, antes de hundir la cabeza en las manos con un gesto hastiado y exhausto. Tras sentir cómo le chasquean las articulaciones por el cansancio, alza la mirada del mapa que tiene en la mesa. Comprueba que, frente a ella, en la mesa de Ellie, Alec y ella están revisando las coartadas y las declaraciones de sus sospechosos, marcando con más rotuladores de colores cada punto que sea cuestionable o que coincida.

Las horas se les están viniendo encima con mayor rapidez de lo que habían anticipado. Alec se ha despojado de su chaqueta de trabajo, arremangándose la camisa, antes de frotarse la nuca y revolverse el cabello con gesto cansado. Se ha asegurado de prepararle a su futura mujer una tila, pues la nota exhausta, y esto le dará no solo la energía que necesita para seguir trabajando, sino que la relajará al mismo tiempo. Ellie por su parte ha tenido que echar mano de una bebida energética para seguir trabajando, dándole un sorbo, antes de hacer una mueca llena de desagrado, pues no soporta el sabor que tiene. Es como beber pis reconcentrado con azúcar, y no puede ni siquiera imaginar cómo Tom es capaz de bebérselas como si fueran batidos. Que asco. Entonces la mujer de cabello castaño se sienta junto a su jefe en una mesa cercana a la de la pelirroja, comenzando a revisar los datos recogidos sobre el escenario del crimen, así como los informes forenses. Intercambia una mirada hastiada con su compañero y amigo, percatándose éste de que son ya las 02:15h. Han pasado casi más de dos horas investigando y revisando cada maldito rincón, archivo y elemento del caso. Y se les está acabando el tiempo para retener a Lucas y Humphries en comisaría. Tienen que darse prisa, y pronto.

"Algo, algo, algo...", la pelirroja continúa devanándose los sesos, pues su instinto le dice que, sin duda alguna, Leo Humphries es culpable. Esgrime cada característica del agresor sexual en serie, pero necesita encontrar la conexión entre él y Trish. Y eso empieza por encontrar aquello que lo une con Clive Lucas y con Axehampton la noche de la agresión. "¡Un momento...!", sus ojos se abren con pasmo de pronto, al trazar nuevamente con su dedo índice derecho el recorrido que debería haber realizado Leo, después de salir de la fiesta aquella noche. "No... ¡No puede ser...!", rememora cómo Clive aseguró con vehemencia en su primera declaración, que llevó a un pasajero a Lyme, y que por ello no estuvo presente en el momento de la agresión. "Lyme... ¿¡Lyme!?", en cuanto su chisporroteante y agotado cerebro crea la conexión entre los datos, casi parece a punto de pegar un salto. Y prácticamente lo hace, poniéndose en pie, y golpeando la mesa con las palmas de las manos, sobresaltando al momento al padre de su bebé y a su buena amiga.

—¡Qué buena soy! —se congratula con una carcajada orgullosa—. ¡Lo tengo!

—¿Qué? —Alec está a su espalda inmediatamente—. ¿Qué has encontrado?

—¡Oh, sabía que había algo extraño! ¡Lo sabía! —ni siquiera parece haber escuchado su pregunta, realmente enfrascada en la pequeña conexión que ha realizado, eufórica hasta un nivel casi farmacológico debido a la adrenalina y a la tila—. En su primera declaración, Lucas aseveró haber recogido a un pasajero en la carretera, habiéndolo llevado hasta Lyme la noche de la agresión, antes de cambiar su versión, y decir que había estado en la fiesta —ha entrado en ese ya habitual trance analítico, donde ni siquiera repara en aquello que la rodea, concentrándose únicamente en sus palabras e hipótesis—. Leo Humphries nos ha confesado que estuvo en la fiesta, pero que luego se fue a casa de su novia, porque, supuestamente habían ido juntos. Deduje que no era cierto, que ella no había sido invitada, pero al momento de aseverar que había ido allí después, era cierto —dice con un tono lleno de energía y determinación, antes de colocar los dedos índice y corazón en el inicio del recorrido que Lucas dijo haber hecho aquel día—. ¡Hoy hemos recorrido este mismo camino, cuando hemos ido a la casa de Danielle, la novia de Leo! —exclama con evidente satisfacción, llevando sus dedos por la superficie del mapa, colocándolos en el punto exacto donde termina la línea—. Para esconder una mentira se la envuelve con la verdad, ¡y eso es exactamente lo que Lucas ha hecho!

—¡Oh, Dios mío, tienes razón! —exclama Ellie con un tono agudo, también habiéndose acercado a ella nada más haberla visto golpear la mesa con tanto entusiasmo. Su alegría es contagiosa, y no puede evitar sonreír al darse cuenta de lo que su querida e inteligente amiga está implicando con sus deducciones—. Hemos subestimado a Lucas: ¡es un buen mentiroso, porque se ciñe a la verdad!

El escocés de cabello castaño contempla de manera estupefacta y llena de asombro a su prometida, quien chasquea los dedos, antes de salir finalmente de su trance, volviéndose hacia ellos. Como siempre, su mente ha conseguido sacarlos de nuevo de un complicado embrollo de datos, realizando la conexión que tan desesperadamente necesitaban.

—¡Sí que condujo hasta Lyme, pero más tarde de lo que nos dijo, y a quien llevó fue a Leo Humphries! —exclama el hombre con corbata azul, habiéndose colocado sus gafas de cerca para revisar el mapa que su futura mujer ha utilizado, para ilustrar sus deducciones—. ¡Oh, eres maravillosa, Lina! —el hombre de cabello y vello facial castaño está tan eufórico por cómo ha conseguido dar con ese dato, que no puede evitar sujetar a la madre de su bebé entre sus brazos, antes de plantarle un beso en los labios, el cual la deja momentáneamente sin aliento, haciéndola ruborizarse—. Lo siento... —se disculpa una vez rompe el beso, carraspeando de manera incómoda, pues acaba de percatarse, de que varios de sus compañeros en la comisaría lo están observando con sonrisas llenas de ternura, mezcladas con expresiones asombradas—. ¿Has...? —carraspea de nuevo, intentando obviar que sus compañeros de profesión lo han visto perder la compostura por unos segundos, retomando sus tareas tras ver la mirada severa que les ha dirigido—. ¿Has conseguido que tus compañeros de la academia te manden la información sobre sus teléfonos?

—Sí... —responde ella aún sin aliento, pues no se esperaba para nada que él reaccionase así, especialmente estando en su entorno laboral. Pero claro, tras horas de trabajo exhaustivo y, ahora que ella ha encontrado una conexión que podría darle la vuelta al caso, no le extraña que haya perdido las formas—. Acaban de llegarme los resultados —asevera, recomponiéndose tras carraspear, recuperando su profesionalidad, antes de teclear en su ordenador, abriendo el mensaje que uno de sus contactos le ha mandado. Inmediatamente, se abre una lista de llamadas al número del universitario—. Alguien ha llamado al móvil de Leo sobre la hora en la que hemos detenido a Lucas —asevera, señalando el número en su pantalla, con sus dos compañeros quedándose quietos en su espalda—. Un... Un momento —frunce el ceño nada más contempla el número, revisándolo una y otra vez con atención, pues cree que está inventándoselo. Pero sus ojos repasan el número, y por muchas veces que parpadee, no cambia—. Conozco ese número —confirma, antes de sacar su propio teléfono móvil, enseñándole a Alec y Ellie el mensaje que intercambió con a tutora de Daisy, sobre los muchachos que compartieron su foto con el colegio—. Hay una coincidencia —comenta con un tono que mezcla el fatalismo y la incredulidad, pues no puede creer que sea el mismo teléfono. La misma persona.

—No me jodas, Lina —su querido escocés de cabello lacio parece a punto de propinarle un puñetazo a la pantalla del ordenador, nada más reconocer el nombre que está asociado al teléfono en el mensaje que recibió por parte de la tutora—. Has tenido su teléfono en las manos... —ella asiente con lentitud, confirmando sus peores temores.

Tampoco él puede creerlo. No puede ser cierto. Es simplemente imposible. Pensar que él, que estuvo acosando a su niñita, esté relacionado con la violación que llevan investigando desde el 30 de mayo... Es escalofriante. Siente unas ganas irrefrenables de sujetar a ese chaval entre sus manos, zarandearlo, golpearlo hasta en el carné de identidad, pero tiene la sensatez de contenerse. Ahora no es un padre, sino un policía. No tiene que tomarse la justicia por su mano, sino que tiene que dar carpetazo a esta investigación. Comprueba que su querida mujer de piel de alabastro también parece tener las ganas de arremeter contra el joven, pero al igual que él, se contiene, porque tienen un trabajo que hacer.

—Tenemos que hablar con Clive —comenta Ellie en un tono factual, comprendiendo lo duro que esta revelación puede resultar para los futuros padres, pues si lo que sabe es cierto, el teléfono que su amiga pelirroja acaba de reconocer tan claramente, pertenece a uno de los chavales que estaban haciéndole la vida imposible a su Daisy.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro