Capítulo 40 {1ª Parte}
Una vez la brillante y sagaz analista del comportamiento se ha conseguido calmar lo suficiente, el inspector taciturno de delgada complexión las ha llevado a Ellie y a ella al área de descanso de la comisaría, cerca de sus mesas de trabajo, para que puedan tomar algo que las haga entrar en calor. Teniendo en cuenta la hora, es normal que ambas empiecen a sentir los efectos del sueño, pero desgraciadamente, aún no pueden dar por terminada su jornada laboral. Aún deben analizar las imágenes de las cámaras de seguridad de Farm Shop, las cuales deberían llegar en breve, y tienen que averiguar qué es lo que relaciona a Michael Lucas con el caso de Trish. Por si fuera poco, aún tienen a Jim Atwood detenido, y tienen que decidir si lo sueltan o lo mantienen en la comisaría. Hagan lo que hagan, se les está acabando el tiempo para mantenerlo allí, a menos que salgan nuevas pruebas que lo impliquen personalmente en el caso.
Entregándole a su querida Lina la tila que le ha preparado, con ella tomando la taza en sus manos, el escocés de cabello lacio y castaño suspira con pesadez, apoyándose en la encimera del área de servicio, tras haber posado una cariñosa mano en su vientre, acariciándolo con dulzura. Ellie, que está tomándose otro té, no puede evitar encontrar tierno ese gesto, y no puede esperar a que nazca el pequeño Hardy, aunque solo sea por reírse de cómo su amigo y compañero, probablemente dejará ver más a menudo ese lado familiar y tierno que se empeña en esconder de todos.
—En noches como estas, desearía seguir fumando...
—¡Sabía que antes fumabas! —exclama Ellie, posando una mirada en su jefe, contenta porque una de sus deducciones dieran en el clavo, al haberlo conjeturado por lo fuerte que suele preparar el té.
—¿Qué te dice tu instinto, Lina? —cuestiona Alec, quien no ha evitado esgrimir una sonrisa al escuchar la exclamación tan satisfecha de su buena amiga—. ¿Crees que ha dicho la verdad?
—Sinceramente —Cora toma un sorbo de su tila, encontrándola tan dulce como a ella le gusta, percatándose de que el hombre que adora se ha encargado de echarle varias cucharaditas de azúcar—, por lo que he podido analizar hasta el momento, creo que puedo asegurar al 99% que está diciendo la verdad, aunque aún tenemos ese 1% en el que podría haber mentido, pero... Lo veo poco probable.
—Sí, estoy de acuerdo —afirma el hombre trajeado con un tono suave mientras asiente lentamente, conforme con sus palabras—. Concordando con lo que has analizado, si es eso lo que se ha estado callando, explicaría muchas cosas, entre ellas su comportamiento hasta el momento, así como sus reacciones —argumenta, pues una persona que está sufriendo debido a una experiencia así, no tendría la mente precisamente bien amueblada como para actuar con normalidad—. Tendrá que vivir con ello...
—Pero no es nada comparado con lo que tendrá que vivir Trish.
—No —dice Coraline, totalmente conforme con lo que su amiga de cabello rizado ha expuesto, tomando un nuevo sorbo de su tila, antes de que el sonido de un mensaje de texto entrante llegue al teléfono de su jefe, protector y futuro marido, quien lo saca al momento del bolsillo de su pantalón, contemplando su pantalla—. ¿Qué sucede?
—Ya tenemos las imágenes de la tienda.
—Vamos a ello —asevera la mujer de treinta y dos años encinta, antes de caminar hacia su mesa, donde enciende la pantalla, antes de comenzar a teclear en su ordenador, pues Nish se ha asegurado de enviarles las grabaciones a los tres, a cada correo electrónico, con el fin de que pudieran acceder a ellas sin problema—. Veamos... —una vez abre el mensaje, aun manteniéndose de pie frente a su escritorio, escuchando cómo algunas compañeras revisan la lista de sospechosos para eliminar a algunos definitivamente, hace que se reproduzcan las grabaciones. A su espalda, el hombre trajeado se coloca las gafas de cerca para ver mejor el contenido de la pantalla—. Por lo que puedo ver, las grabaciones tienen un código de tiempo, ¿lo veis? —cuestiona, señalando una serie de números blancos en el margen derecho de la pantalla, que se mueven rápidamente conforme avanza la grabación. Ha localizado rápidamente el momento en el que una figura encapuchada deja la bolsa en el cobertizo de Farm Shop—. La marca de tiempo indica que la bolsa se dejó allí hace dos días y cincuenta y tres horas, y eso significa, que cuando pasó, Ed estaba aquí, detenido en comisaría.
—Así que, él no puede ser, como tú pensabas, Lina.
—¿Qué creéis? —inquiere Ellie, inclinándose hacia la pantalla cuando su amiga se endereza, esforzándose por fijar su vista en el rostro del culpable, pero está tan borrosa la imagen, y se oculta tan bien el rostro, que no puede distinguirlo—. ¿Lucas o Jim?
—Ambos podrían encajar.
—Aunque hay algo en esa complexión que no me deja tranquila —musita para sus adentros la pelirroja, antes de cruzarse de brazos, contemplando cómo en la grabación, el que ha intentado inculpar a Ed Burnett de su crimen, corre hacia la derecha.
—De modo que, entró por esta parte del complejo, con Farm Shop aquí, y salió por esta otra parte, hacia ese campo... —señala la mujer de cabello rizado, en el pequeño mapa que ha dejado sobre la mesa de su amiga taheña—. Un momento —parece habérsele ocurrido algo, pues Cora y ella intercambian una mirada cómplice, antes de volverse hacia una mesa posterior, de donde toman un mapa de la costa, extendiéndolo.
—¿Qué estáis haciendo? —inquiere Alec, siguiéndolas.
—Mira, justo ahí —dice la pelirroja, señalando con su dedo índice en el mapa—. La figura de la grabación sale corriendo hacia este punto, al campo que hay justo en los límites de Flintcombe Farm, atravesando esta vía pública —sigue el recorrido del misterioso encapuchado con el dedo, antes de señalar otro punto cercano del mapa—. Si sigues esta calle hacia el sur, llegas hasta esta carretera de aquí... —se interrumpe voluntariamente, dejando que su amiga y veterana inspectora de policía continúe con la explicación, sonriéndole, pues ambas son conscientes de que han llegado a la misma conclusión.
—Lo que significa... —la castaña trajeada de cabello rizado y castaño camina rápidamente hacia la mesa de su amiga y compañera de profesión, sentándose en su asiento, antes de comenzar a teclear. Con apenas unos pocos segundos, obtiene una imagen de la zona, y de todas las cámaras de seguridad—. ¡Lo tengo! —los futuros cónyuges se apresuran en ir hacia ella, quedando a su espalda, antes de que asienta con vehemencia—. Dicho campo conecta con esta carretera, que, para nuestra buena suerte, y para la mala suerte del encapuchado, tiene un aparcamiento y una cámara de tráfico recién instalada —expone, reanudando la explicación de su experta en análisis del comportamiento, antes de teclear una vez más en el ordenador, cuando ha accedido a la cámara de tráfico que ha mencionado—. Si introducimos el código de tiempo en el que sabemos que ha estado allí, hace dos días y cincuenta y tres horas... —introduce los números, logrando verse a la misma figura encapuchada cerca de su coche—. Ahí está él, ahí está su coche —hace que la cámara haga un acercamiento al maletero—, y ahí está la matrícula.
—Muy bien, chicas —las alaba el de cabello lacio con un tono orgulloso, realmente satisfecho por cómo han conseguido conectar dichos datos, antes de entrelazar brevemente los dedos de su mano derecha con los de la izquierda de su prometida—. Miller, deberías ganarte la vida haciendo esto.
—Es un Ford Fiesta Black, a juzgar por el modelo y el tipo de coche —asevera la pelirroja tras cerrar los ojos, revisando rápidamente en su memoria todos los coches asociados a sus principales sospechosos, hasta que de pronto, los abre con pasmo y determinación—. Yo ya he visto antes ese coche —les comenta, sorprendiéndolos, antes de acercarse al ordenador, abriendo el apartado de búsqueda—. Está asociado al número 76 de Mason Avenue, y sé perfectamente quién vive ahí —teclea rápidamente el modelo del coche, la matrícula, y la dirección que ha recordado, antes de confirmar su solicitud de información. La página comienza a cargar, buscando entre los archivos de registro de sospechosos y habitantes del pueblo, hasta que finalmente, da con lo que buscaba la analista—. Como sospechaba... —masculla, cruzándose de brazos, una vez se aleja del ordenador, desviando la mirada hacia su prometido, quien, a pesar de estar orgulloso de su memoria, no puede evitar sentir que un siniestro escalofrío lo recorre de pies a cabeza.
—¡Maldito hijo de puta! —exclama Miller.
Cora advierte, que su querida amiga está a punto de golpear la pantalla del ordenador de su mesa, en cuanto la información se completa en la pantalla, demostrando que el coche pertenece, nada más y nada menos, que a Leo Humphries. Sabía que había algo en este chico que no le gustaba nada, y ahora mismo, ahora que lo han relacionado con la cuerda que se usó para maniatar a Trish, por fin tienen un motivo de peso para detenerlo formalmente en la comisaría. Y no puede esperar a salir a buscarlo.
Mark se ha sentado nuevamente en el sofá, una vez ha terminado de prepárales a ambos un chocolate caliente. Las luces de la cocina están encendidas ahora, y la pequeña y cálida lámpara del salón también. Se miran con cariño y nostalgia, deseando que las cosas fueran distintas entre ellos, pero saben que, por mucho que lo intenten, las cosas nunca volverán a ser las mismas. Beth se ha sentado en una silla frente al sofá, con la taza de chocolate caliente en sus manos, tomando silenciosos sorbos. Desde hace varios minutos están hablando sobre el pasado, y aunque admite que le hace feliz recordar los viejos tiempos, admite que, ese miedo de que Mark tiene algo que comunicarle, la hace estremecer.
—¿Recuerdas cuando vinimos a ver esta casa por primera vez? —le pregunta, y ella asiente lentamente. Claro que lo recuerda. En aquel entonces acababa de enterarse de que estaba embarazada, y con ayuda de su madre, Liz, decidieron buscarse un hogar para poder casarse cuanto antes y formar su familia—. Fuiste directa a la cocina —señala la susodicha con el dedo índice de la mano izquierda, aún vislumbrándose en él su alianza, la cual se le ha hecho pesada cada día desde los últimos dos años—, miraste por la ventana, y dijiste: «Imagínate poder vivir en un lugar así. Tener estas vistas todas las mañanas» —lo recuerda como si fuera ayer, y sonríe cálidamente, notando que los ojos de Beth están fijos en su rostro, esperando a la inevitable respuesta sobre su futuro que él está retrasando inexorablemente—. Y entonces lo supe... La decisión estaba tomada.
—Pero tenía razón, ¿verdad?
—Siempre la has tenido, Beth —le confirma su todavía marido mientras asiente con lentitud y convicción. Ella siempre ha tenido razón con todo. A cada obstáculo que se enfrentaban, ella tenía las armas para que lo superasen, siempre juntos. Y eso es algo que va a añorar de ella—. Con prácticamente todo.
—No todo, pero con casi todo —se atreve a bromear ella, haciéndolos reír.
—Yo siempre voy a rebufo —expresa el fontanero con algo de resentimiento, pues le habría gustado ser más asertivo y confiado en el pasado, porque, tal vez, si lo hubiera sido, si hubiera tenido un carácter y una voluntad más fuerte, ahora no estarían así—. Un par de meses después pensé: «Ah, sí. Beth tenía razón» —nuevamente, una sonrisa nostálgica llena de cariño aparece en sus labios, pues sabe que va a echar de menos todo esto. Pero por desgracia, ha llegado el momento, como ya le llevan instando muchos, de pasar página—. Y es que así soy yo... «Llegando un mes más tarde y con diez libras menos», como habría dicho mi madre.
—No estás tan mal —intenta animarlo ella, conociendo de primera mano lo duro que fue para Mark el perder a su madre a una edad tan temprana debido a que se quitó la vida tras la muerte de su padre. Es algo que siempre lo ha acompañado, posando una mano fría en su hombro. Nunca será capaz de olvidar aquello, y por ello, quiere pensar, aunque no sabe si está siendo egoísta al hacerlo, que sus padres y Danny no le han permitido reunirse con ellos, porque aún no es su hora. Además, quiere creer que, en el fondo de su corazón, Mark no habría querido entristecer a sus hijas, y de alguna forma, quería sobrevivir. Pero claro, no hay forma de saberlo... Solo son conjeturas suyas. Tras mantenerse silenciosa por unos segundos, deja escapar un suspiro.
—Gracias.
—Preparas un chocolate rico... —intenta que sus palabras no suenen como una despedida, porque sabe que, de manera inevitable, algo terminará separándolos. Han sido almas gemelas durante mucho tiempo, y seguirán siendo buenos amigos, pero es muy difícil distanciarse de alguien con quien has compartido prácticamente toda, o la mayor parte, de tu vida.
Es como si hubiera un hilo rojo conectando sus cuerpos, anudado justo bajo las costillas izquierdas de ambos... Y al separarse, ese vínculo se romperá y sangrará por dentro. Es incapaz de dejar de pensar en que va a perder a la otra mitad de su ser. Creía haberse hecho a la idea cuando él le planteó el divorcio y cuando empezó a salir con Paul, pero esto no quita que la entristezca sobremanera.
—Sí, me manejo bien en la cocina —admite él, rememorando que quiso aprender desde el mismo instante en le que supo que estaba embarazada, porque quería cuidar de ella, hacerla disfrutar con la comida, para que así, no tuviera que preocuparse de nada, salvo de su trabajo, y de atender a los niños. De pronto, su semblante se torna serio, y la joven madre sabe que ha llegado el momento—. No quería vivir, ¿sabes?
—¿Pero qué pasa con Chloe y Lizzie?
—Ya no... —se interrumpe, tratando de mantener a raya sus emociones—. Ya no me siento parte de ellas, de vosotras... —se explica el fontanero de ojos azules—. Mi depresión, mi tristeza, ha hecho que me alejase de vosotras, y como consecuencia de ello, ya no vivo aquí, no estamos juntos... —deja escapar un suspiro melancólico, intentando controlar el temblor de su voz, así como sus lágrimas. Pero sabe que ha fallado nada más se escucha. Hay un temblor imperceptible en su voz, y las lágrimas le empiezan a empañar la visión—. Y como ambos sabemos, nunca lo estaremos de nuevo, por eso te sugerí la idea de divorciarnos —añade, antes de tragar saliva, contemplando cómo los bonitos ojos pardos de Beth se tornan vidriosos, llenándose de lagrimas irremediablemente, pues ambos se siguen queriendo mucho.
—Te sigo queriendo mucho, Mark, aunque no vayamos a estar juntos —le dice ella, intentando que vea que, incluso aunque su matrimonio ya no funcione, siempre pueden llegar a ser buenos amigos. Él lo entiende, y asiente lentamente, considerando esa posibilidad—. Siempre lo he hecho, y lo haré, porque eres parte de mi vida, y de las niñas.
—Yo también, Beth —corresponde él con un tono suave, sintiendo que su voz se quiebra ligeramente por las lágrimas—. Siempre te he querido, y siempre lo haré, aunque, como dices, ya no estemos juntos, porque siempre seremos amigos —ella asiente al escucharlo, pues está de acuerdo con sus palabras. Deja la taza de chocolate a un lado, apoyándola en la mesita de café frente al sofá, antes de entrelazar sus manos.
—Hemos tomado caminos separados, aunque ni siquiera sé cuándo...
—¿Por lo de Dan?
—No, antes de eso... —responde ella, y él sabe perfectamente a qué se refiere. Al momento en el que él decidió engañarla. Sabe que lo ha perdonado por ello, pero aún así, la confianza que había entre ellos antaño jamás podrá volver, de ahí que no puedan volver a ser una pareja, una familia—. Pero puedes seguir viendo a Lizzie y a Chloe —le asegura con un tono determinado, pues no quiere que las niñas pierdan a su padre. No quiere que crezcan sin él, porque puede que Mark no haya sabido hacer lo mejor como marido, pero nadie podrá decir jamás que no es un buen padre—. Puedes venir a casa...
—No, Beth —niega él al momento, interrumpiéndola con un gesto de la cabeza, cerrando los ojos con pesadez—. No creo que pueda volver a casa. No sería justo, ni para ti, ni para Paul, ni para las niñas, ni para mi —argumenta—. Ellas necesitan una constante en su vida, alguien que cuide muy bien de ellas, y me temo que esa persona, al menos de momento, no soy yo —expresa con evidente dolor en sus palabras, pues no hay nada que él no sea capaz de hacer por sus hijas, pero en este momento, necesita centrarse en él. Cuidar de él, para variar, en vez de pensar en los demás—. Cada uno tenemos que hacer nuestra vida, y... —hace una pausa para tomar aliento, enjugándose las lágrimas que caen de sus ojos, pues lo que está a punto de decir le rompe el corazón, a pesar de saber perfectamente que es lo correcto—. Lo he pensado bien. Necesito alejarme de Broadchurch un tiempo. Para centrarme —intenta explicarse, haciendo lo posible por no posar sus ojos en Beth, ya que la nota a punto de echarse a llorar, y lo último que no quiere ahora mismo, es que su último recuerdo de ella sea un rostro lleno de lágrimas—. Es muy difícil el estar aquí, ¿sabes? Hay demasiados recuerdos, recuerdos de una vida feliz, de una vida que no va a volver, y no puedo soportarlo. Es lo que me sienta mal, lo que me hace polvo —se seca las lágrimas una vez más, cerrando los ojos, antes de tragar saliva, sintiendo que le tiemblan los labios y la voz—. Pero estaré bien. Estaré bien, ¿vale? Solo necesito recomponerme... En cualquier sitio, pero lejos de aquí —expresa con evidente culpa, pues no quiere que ella piense que es en parte responsable de que haya tomado la decisión de abandonar el pueblo—. Así es como lo voy a hacer —asevera con determinación—. Puede que me vaya al norte, con Nige, quién sabe, pero si me necesitas en algún momento, sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad? —inquiere, y ella asiente mientras las lágrimas continúan llenando sus ojos.
Beth siente que las lágrimas recorren su rostro, y antes siquiera de procesar lo que está haciendo, se acerca al sofá, y ambos futuros excónyuges se funden en un abrazo lleno de cariño, perdón, remordimientos y melancolía. No dudan que siempre serán parte de la vida del otro, porque siempre habrá un vínculo que los ate, pero solo por esta noche, en este momento, quieren disfrutar un poco de esa paz que antaño los caracterizaba. Un momento de tranquilidad, disfrutando del silencio, de la compañía, y de los recuerdos. Ella se acurruca contra su pecho, sintiendo cómo sus propias lágrimas empapan su camisa, al mismo tiempo que su calidez la reconforta. No quería perderlo, porque será siempre un gran apoyo, así como un gran amigo, pero comprende que esto es lo que necesita para pasar página. Porque todos deben procesar el duelo de forma distinta. Solo ahora lo comprende. Él por su parte, acaricia su espalda, sintiendo que le caen las lágrimas por las mejillas y mojan su camisa. Intenta consolarla, pues esta ruptura, aunque necesaria, es increíblemente dolorosa. Pero está seguro de que todo irá bien. Porque los recuerdos de su vida juntos siempre los reconfortarán. Los harán rememorar tiempos felices. Tiempos mejores. Y Danny estará vivo, a su lado, siempre que lo lleven en sus corazones.
Ellie Miller se ha sentado en las escaleras que conducen a la comisaría junto a su jefe y su brillante analista del comportamiento, quedando la pelirroja entre ambos. Están tomándose un momento para relajarse después de haber descubierto que la figura misteriosa que dejó la cuerda azul en el cobertizo de Ed Burnett, era Leo Humphries, cuyo coche han encontrado en el aparcamiento de una calle no muy lejos de allí. No hay que ser muy listo para analizar que ambos están involucrados de alguna manera en el caso, y solo tienen que buscar la conexión entre ellos. Algo que los conecte, y que pueda darles un móvil para la violación. Claro que, como Cora dijera en sus primeros análisis del perfil psicológico del agresor, el perpetrador de la violación debe ser alguien con una necesidad obsesiva por el control, el poder, y poseer una personalidad narcisista límite, que roza la psicopatía. De momento, el único que, según la taheña, podría encajar en ese perfil, es Leo Humphries, pero no Clive Lucas.
—Tenemos imágenes de Leo Humphries deshaciéndose de una bolsa que, ahora sabemos gracias a Brian, contenía una cuerda azul con el ADN de Trish. Por si fuera poco, la cuerda concuerda con las fibras encontradas en sus muñecas el día de la denuncia...
—Pero también tenemos a Lucas detenido, sin coartada, y con su ADN en la mordaza —el hombre trajeado continúa hablando, siguiendo con la hipótesis de su amiga de cabello castaño, antes de percatarse de que su protegida y amor de su vida está refugiándose más y más en su abrigo. Rodea su espalda con su brazo izquierdo, atrayéndola hacia él, brindándole algo de calor corporal—. ¿Creéis que podrían haberlo hecho los dos juntos? —inquiere con un tono inquisitivo, antes de suspirar pesadamente, posando sus ojos pardos en los celestes de su futura mujer—. Sé que no concuerda con tu análisis, querida, ¿pero podría haber habido dos personas en el momento de la agresión?
—Mm... —la pelirroja coloca una mano en su mentón, pensativa al escuchar esa posibilidad ser planteada—. Aunque admito que no encaja ni con el modus operandi ni con el perfil psicológico del agresor, la presencia de un cómplice podría explicar, por ejemplo, que Trish viera una luz encima de su cabeza mientras la violaban: uno de ellos era el que la enfocaba con su teléfono móvil —analiza con rapidez, tomando en cuenta por primera vez la posibilidad de un segundo perpetrador en el crimen—. Lo que sí que está claro, es que Leo Humphries ha intentado incriminar a Ed Burnett con la bolsa.
—¿De modo que Lucas podría ser el perpetrador y Leo el cómplice? —cuestiona Ellie.
—¡Esto es un maldito laberinto...! —se exaspera el inspector de delgada complexión tras frotarse las cuencas de los ojos en un gesto en extremo agotado—. Respondes una pregunta, y aparecen otras dos —asegura con acritud, antes de exhalar un hondo suspiro—. ¿Pero Lucas y Leo se conocen siquiera? ¿Hay alguna conexión, que pueda justificar que hayan podido cometer juntos el crimen?
—Un momento —Cora parece tensa de pronto, rebuscando aceleradamente entre sus recuerdos—. Sí que hay una conexión —dice con seguridad, provocando que los ojos pardos de sus dos compañeros de profesión se fijen en ella al momento—. El fútbol. El calcetín de fútbol —chasquea los dedos de la mano derecha, antes de comenzar a explicar su razonamiento—. Es parte de la equipación del equipo de fútbol, y tanto Leo como él, trajeron y llevaron las porterías con cuerda azul, el día del partido en la playa.
—¿Recuerdas además la charla que tuvimos con él en la playa, tras el partido? —se suma Miller con un tono casi exultante, nerviosa porque hayan logrado encontrar una conexión entre sus dos sospechosos—. Aseveró que él «abastecía al equipo porque lo entrenaba», y sabiendo que Lucas juega al futbol en ese mismo equipo... Como ha dicho Cora, tenemos una conexión.
—Brillante —asevera Alec con una sonrisa llena de orgullo y determinación—. ¡Absolutamente brillante! —inmediatamente, como movido por un resorte, se levanta de la escalera que conduce a la comisaría, comenzando a caminar hacia el aparcamiento con pasos rápidos—. ¡Voy a por el coche! —exclama, antes de desaparecer en dirección al aparcamiento de su lugar de trabajo, con las dos inspectoras levantándose de las escaleras con más calma, compartiendo una mirada y una leve carcajada, pues, vaya, cuando se emociona por algo, el escocés es incombustible.
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