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Capítulo 39 {2ª Parte}

Ellie y Cora acaban de llegar a la comisaría de policía de Broadchurch desde Flintcombe. Ellie se ha separado de su amiga y compañera, habiendo subido directamente a la planta en la que se encuentran sus mesas de trabajo, habiendo escoltado a Ed Burnett hasta la sala de interrogatorios número dos. Ha comprobado, para su alivio, que el taxista ya se encuentra retenido en la sala de interrogatorios número tres, de modo que Alec ha llegado ya a la comisaría. Antes de ir a reunirse con su jefe en su despacho, la pelirroja con piel clara se ha asegurado de reunirse con Brian Young para confirmar cuanto tiempo tardará en analizar la sangre en la cuerda azul, y ha especulado que, con suerte, tendrá los resultados para primera hora del día siguiente. Lo que serían aproximadamente las 2:00h de la mañana. Nada más entrar al despacho del hombre que ama, contemplando que Ellie ya se encuentra allí, escucha cómo su conversación se centra en las pruebas de las que disponen.

—¿Cómo que «se la encontró»?

—Eso es lo que ha dicho —responde Ellie, apoyada en el escritorio de su jefe, quien está sentado en su escritorio, observándola con una mirada incrédula tras sus gafas de cerca. Es evidente que esa excusa no termina de gustarle.

—Y tiene la excusa perfecta para justificar que su ADN estuviera en las pruebas —se exaspera con un tono molesto, pues esa es una maldita coincidencia que no le gusta nada. Pero nada de nada—. Hola, Lina —la saluda nada más percatarse de que ha llegado al despacho, sonriéndole con cariño, comprobando con un rápido escaneo con sus ojos pardos, que se encuentra perfectamente bien, Le alegra, pues separarse de ella, especialmente en su estado, y teniendo en cuenta lo que sucederá mañana, lo estaba alterando.

—Pero Ellie registró su casa, los alrededores y cada centímetro de ese cobertizo hace 48h, y allí no había ninguna prueba, Alec —argumenta la pelirroja, habiendo caminado hasta él antes de, velozmente, propinarle un beso en la mejilla derecha, habiéndole dado un abrazo cariñoso a su amiga, nada más ha pasado por su lado—. Hay cámaras de seguridad que graban en todo momento los puntos clave del establecimiento, y no hay puntos ciegos —rememora, recordando el informe que le ha dado uno de sus subordinados acerca de la disposición de las cámaras de Farm Shop—. Él lo sabe, de modo, que no tiene motivos para mentir, porque sabría que lo pillaríamos.

—El tornillo se va tensando y empieza a chirriar... —masculla casi para sí mismo el inspector escocés de cabello castaño, antes de tomar en consideración las palabras de su amada pelirroja, quien le dedica una mirada dulce—. Así que, Jim Atwood, Clive Lucas, o Ed Burnett —enumera a los actuales sospechosos que tienen en las salas de interrogatorios—. Podéis elegir —asevera con un tono indiferente, pues independientemente del orden, deben empezar por algún sitio—: ¿con quién hablamos primero?

—Creo que, para ser más efectivos, sería mejor que nos dividiéramos —sugiere la brillante analista taheña, y al momento, contempla en los rostros de los dos veteranos agentes una negativa flagrante que está a punto de vocalizarse—. Escuchad: ahora mismo, Clive Lucas y Ed Burnett son los sospechosos que más pruebas tienen en su contra, mientras que como os he dicho, Jim Atwood parece no ser un candidato que coincida con el perfil psicológico del agresor. Necesitamos, por un lado, averiguar cómo y por qué Clive se ha hecho con las llaves de Trish. Tenemos que saber si las ha usado para entrar en su casa, en caso de que tenga una obsesión insana con ella. Por otro lado, tenemos que hablar con Ed Burnett para confirmar por qué razón ha aparecido la cuerda «casualmente» en su negocio —expone sus argumentos de manera clara y concisa, antes de cruzarse de brazos bajo el pecho—. Yo me encargo de interrogar al padre de Katie —decide en ese momento, con su prometido abriendo la boca para protestar, habiendo sido testigo de antemano de su poca paciencia—. No te preocupes: tendré cuidado —lo tranquiliza, y el escocés de cuarenta y siete años suspira con pesadez, pues sabe que es inútil llevarle la contraria cuando se le mete algo entre ceja y ceja—. Además, llevo analizando su comportamiento desde el principio, y no va a escapárseme nada. Por no mencionar, que hay algo que me escama, y quiero comprobar si mis suposiciones están en lo cierto...

—Creo que Cora tiene razón —interviene la agente de policía de cabello castaño y rizado, ganándose una mirada ligeramente molesta por parte de su jefe, quien, a pesar de resignarse a que la mujer que ama haga de las suyas, no quiere que Ellie concuerde con ella, pues siente que están las dos en su contra—. Cuanta más información consigamos, mejor, y si, como analista hay algo que no le encaja con Ed Burnett, debería poder sonsacarle algo con sus habilidades, mientras nosotros nos ocupamos de Clive Lucas —añade, intercambiando una mirada agradecida con su buena amiga, quien asiente en silencio—. Iremos más rápido si nos dividimos, y te recuerdo que, entre dos, podremos poner más nervioso a Clive para que cometa un desliz y hable.

—No puedo con las dos —se resigna el inspector de cabello lacio, antes de suspirar pesadamente, despojándose de sus gafas de cerca, antes de levantarse de su asiento, colocándose su chaqueta de trabajo. Camina con sus subordinadas hasta la planta baja, donde se encuentran las salas de interrogatorios. Sin embargo, antes de entrar a la sala de interrogatorios número tres, posa una mano en el hombro de la mujer que ama—. Ten cuidado, por favor —le susurra con voz queda, antes de brindarle un beso en la frente, que ella corresponde con un abrazo breve.

—Lo tendré —confirma ella tras romper el abrazo, despojándose de su calidez—. Suerte —le desea con un tono afectuoso, antes de abrazar a su apreciada Ellie, encaminándose a la sala de interrogatorios número dos, donde Ed Burnett la está esperando.

Alec y Ellie entran entonces a la sala de interrogatorios número tres, con el taxista de Budmouth Taxis alzando el rostro casi al mismo tiempo. Está pálido, con los ojos desviándose en todas direcciones, incapaces de quedarse quietos en un solo lugar. El hombre trajeado con delgada complexión se sienta en una de las sillas que hay frente a Clive, con su buena amiga sentándose en la que queda a su lado. A los pocos segundos, la mujer de cabello rizado y castaño saca una pequeña bolsa de pruebas del bolsillo de su chaqueta, colocándola en la mesa.

—Para que conste en la cinta, le estoy enseñando al Sr. Lucas la prueba AH141 —es el llavero de Trish Winterman, que tiene una fotografía en forma de corazón de su hija y de ella. Es el mismo llavero que Lindsay les ha entregado voluntariamente—. ¿Por qué tienes un juego de llaves de Trish Winterman? —quiere saber la de cabello castaño y rizado, pues su comportamiento es del todo inusual, provocándole escalofríos.

—Se las dejó en el taxi —responde Clive con la mirada gacha, fija en sus manos, las cuales tiene sobre la mesa de la sala de interrogatorios, aún esposadas. Siente la mirada penetrante del inspector trajeado en su rostro, quien tiene las manos entrelazadas frente a los labios en una actitud reflexiva.

—¿No se te ocurrió devolvérselas?

—No he tenido tiempo...

—Como no has tenido tiempo para devolver el resto de las llaves que guardabas en el cajón de tu garaje —lo interrumpe Hardy en un tono irónico, antes siquiera de que pueda pensar en darle una excusa para su comportamiento—. Y no me digas que no sabías dónde vivían, ¡porque llevaste a la mayoría a casa, y tu empresa lleva un registro de las reservas! —se apresura en advertirle, porque el taxista parece querer abrir la boca para defenderse nuevamente, y sus palabras provocan que nuevamente, agache el rostro, desviando su mirada a sus manos, pues como esperaba, esa era exactamente el pretexto que estaba pensando en darle—. Algunos de ellos, además, supuestamente eran clientes habituales —pone las cartas sobre la mesa, de modo que empieza por exponer sus hipótesis. Cuando lo haga, debe estar atento a cómo reaccione, para así, ver qué información puede sonsacarle—. Así que, me parece... Un cajón de trofeos, o una colección —en cuanto sus palabras salen de su boca, el inspector de complexión delgada contempla cómo el labio inferior del taxista, hasta hace unos segundos algo altanero, tiembla intermitentemente. Sus ojos se han vuelto vidriosos también—. ¿Qué haces con ellas?

—¡Nada! —responde Clive en un tono ligeramente ofendido, como si tuviera el impulso de hacer algo con esas pertenencias de las que se apropia—. So-solo las recojo y las guardo —revela en un tono lo más honesto posible—. No es culpa mía que la gente sea tan descuidada, olvidándose de sus cosas en el taxi.

Alec toma aliento, antes de desenlazar sus manos, cruzándose de brazos. Desvía su mirada parda momentáneamente hacia su compañera y amiga, percatándose al momento de su molestia con las acciones del hombre que tienen delante, y no puede culparla.

—¿Nadie te había preguntado nunca si habías encontrado sus llaves? —nada más ver cómo su sospechoso traga saliva y se humedece los labios, negándose a responder, comprende que la respuesta es afirmativa. Sí que se lo habían preguntado, pero nunca ha admitido que las tuviera—. ¿Por qué lo haces? —quiere saber, pues necesita entender su modo de pensar—. ¿Por el poder? ¿O por poseerlas? —recuerda lo que Lina analizó de la personalidad del agresor, indicándoles que, no solo tiene un trastorno narcisista límite, sino una necesidad obsesiva de controlar, de tener el poder. De ahí que le haga esta pregunta—. ¿Por poder utilizarlas, si quisieras? —es consciente de que, de haberlo querido, habría podido asaltar las casas de sus clientes para sustraer sus bienes materiales, dado que su actual situación económica no parece ser muy buena—. ¿Alguna vez has utilizado alguna? ¿Te has colado en casa de alguien?

—No soy esa clase de hombre —se defiende el taxista con un tono pasivo-agresivo, claramente molesto por sus insinuaciones sobre que sería capaz de entrar en las casas de sus clientes para robarles. Él nunca haría eso. Por muy desesperado que estuviera.

—Oh, pues... Yo creo que sí —asegura el escocés en un tono firme, asintiendo con convicción, antes de suspirar, posando sus ojos pardos en los del taxista—. Creo que tu relación con la vida real es un poco inquietante.

—¿Adónde pretende llegar diciéndome todo esto? ¿Tomándola conmigo? —inquiere con ofensa el hombre de cabello moreno y ojos pardos, antes de comenzar a respirar con rapidez, claramente nervioso—. ¿Le han preguntado a Jim Atwood por qué estuvo discutiendo con Trish en la fiesta? ¿Eh? —acusa, sin percatarse ni un solo segundo, de que sus actuales palabras contradicen por completo su anterior declaración a la policía, echando por tierra su propia coartada—. ¿Se lo han preguntado? —continúa con indignación, posando sus ojos en la inspectora de cabello rizado, quien se mantiene extremadamente calmada, pues ella, al igual que su compañero, acaban de notar que ha contradicho sus palabras en su propia declaración.

—No, no estábamos al tanto de eso —admite Miller tras unos segundos, antes de echar mano de su archivo de declaraciones, donde ha recopilado todo lo que Lucas les dijo la última vez que hablaron con él—. ¿A qué hora ocurrió?

—Sobre las 22:00h, supongo —no lo rememora con claridad, pero cree haber revisado la hora en el ordenador de a bordo del taxi—. Ella le dijo que se mantuviera alejado —asegura con un tono decidido, antes de encogerse de hombros, dispuesto a continuar expresando su descontento—. No sé por qué siguen viniendo a por mí, cuando él está ahí fuera —asevera sin siquiera ser consciente de que, en la sala de interrogatorios número uno está Jim Atwood.

—A ver... —Ellie consulta rápidamente su archivo, contemplando la declaración que hizo Lucas hace tiempo, habiendo sido repasado con rotulador fosforito los datos relevantes, como su coartada, su hora para estar en Axehampton, etc. Agradece mentalmente que Cora se haya tomado esa molestia—. No estuviste allí esa hora —el rostro indignado del taxista inmediatamente se torna pálido, como si la sangre acabase de helarse en sus venas, no habiéndose percatado de que, efectivamente, no podría haber estado allí para ver tal discusión—. Según la declaración que nos diste, te dirigías hacia Lyme con un pasajero.

—Cierto —Clive parece querer rectificar su error, y siente que se le hace un nudo en la garganta al hablar. Advierte cómo los ojos de los dos inspectores se han tornado suspicaces, posándose en él de manera inmediata—. Puede que me haya confundido...

—Pues aclaremos esa confusión, ¿te parece? —dice Ellie, interrumpiéndolo para evitar que se juegue esa carta con ellos. La excusa de haberse confundido sobre lo que estaba haciendo no les sirve para nada. Ni ahora, ni nunca. Y cuanto más insista en que se equivocó al declarar, más sospechoso parecerá—. ¿En qué quedamos, Lucas? ¿Dónde estabas? —su voz se torna severa, preguntándose por qué el taxista insiste en mentirles a la cara. Ojalá, Cora estuviera con ellos ahora para analizar su comportamiento, y así exponer sus mentiras—. ¿En la fiesta viendo a Jim y Trish? ¿O en la carretera hacia Lyme con un pasajero?

Clive traga saliva y se humedece los labios, antes de pasar su mirada de la Inspectora Miller al Inspector Hardy, quien no para de observarlo. Sabe que ha metido la pata. Sabe que lo han pillado mintiendo, y ahora, tiene que hacer lo que sea para rectificar y, de ser posible, eliminar cualquier sospecha que pueda haber sobre él aquella noche del sábado.

—En la fiesta.

—Así que, tu coartada previa era falsa —sentencia la mujer de cabello rizado con un tono impaciente, comenzando a hartarse de sus mentiras y dobles sentidos. No entiende, y nunca lo hará, lo que motiva a sus sospechosos a mentir sobre sus acciones. Lo único que importa aquí es esclarecer quién es el agresor de Trish, y mientras sigan entorpeciendo su trabajo, no podrán ayudarla—. Nos mentiste.

—No deliberadamente.

—¿Fue una mentira accidental?

—He... He debido de c-confundir las horas, inspectora.

—¿Y estabas solo cuando viste a Trish y Jim discutiendo? —intercede Alec, descolocando por completo a su sospechoso, pues no se esperaba para nada que él interviniera. Además, no sabe por qué motivo, pero el hecho de que sea él quien lo interrogue, lo hace ponerse aún más nervioso de lo que ya lo está.

—Si.

—¿Estuviste solo el resto de la noche?

—Sí, inspector.

—Así que —el hombre trajeado de delgada complexión posa sus brazos en la mesa de la sala de interrogatorios, habiéndose inclinado ligeramente hacia su sospechoso para aumentar la presión sobre él—, no tienes coartada que pueda confirmar dónde estuviste mientras violaban a esa mujer —resume rápidamente, entrelazando sus manos, disfrutando de cómo el hombre que tiene delante empieza a mover la boca sin emitir ningún sonido, como si fuera un pez fuera del agua que se ha quedado sin oxígeno.

—No, vale, eso no es... —ha palidecido, y tartamudea—. No es lo que he dicho...

—Para que conste en la cinta, le estoy enseñando al Sr. Lucas la prueba AH127 —habla Ellie en un tono factual, antes de sacar otra bolsa precintada de su chaqueta, colocándola sobre la mesa—. ¿Alguna vez has llevado un calcetín como este? —pregunta, posando en varias ocasiones sus dedos índice y corazón derechos sobre la bolsa.

—S-son los que utilizamos para jugar al fútbol, así que... Sí —Clive observa el calcetín con confusión, no comprendiendo a santo de qué, ahora le preguntan si ha llevado un calcetín como este. De ser así, deberían haber detenido e interrogado a todos los miembros del equipo de fútbol, por mucho que eso lo desagrade—. ¿Por qué?

—Lo encontramos en las inmediaciones de la Casa Axehampton, y había restos de saliva de Trish Winterman en él, de modo que nuestra hipótesis es, que utilizaron este calcetín para amordazarla mientras la violaban —empieza a explicarle, siendo testigo de cómo su actual sospechoso frunce el ceño, aún no comprendiendo qué relación puede tener el calcetín con él—. Y cuando pedimos al laboratorio que lo analizasen, para así buscar restos genéticos de cualquier tipo, encontramos rastros que coinciden con tu ADN.

—Eh... —su rostro pasa de la frustración y la confusión al horror más absoluto, con su rostro desencajándose al momento, pues ahora comprende que no lo están interrogando simplemente como un sospechoso, sino como el posible autor de la violación—. ¡No es mío! —exclama con desesperación, tratando de deshacerse de las sospechas que han caído como una losa sobre él.

—Trish y tú fuisteis a tomar una copa, y ella te rechazó —Ellie, a pesar de que es perfectamente consciente de que su amiga pelirroja desaprobaría su línea de interrogatorio por tratarse de una hipótesis que no concuerda con todas las pruebas, decide acusarlo oficialmente—; tienes un juego de las llaves de su casa —continúa, y el taxista comienza a negar con la cabeza al momento, negando cada palabra que sale de sus labios—; ya no tienes coartada para la hora del ataque, y tu ADN está en este calcetín, así que necesitamos una explicación para entender cómo encaja todo esto, si tú no la violaste.

—No... No puedo, lo siento —siente que un escalofrío lo recorre de arriba-abajo, con sus ojos volviéndose nuevamente vidriosos, y sus labios temblando nuevamente. El miedo y la angustia han hecho presa de él, y no es porque lo estén acusando de este terrible crimen, sino porque, contrario a lo que piensan, él no la violó, a pesar de que las pruebas apunten en su dirección. Tiene claro que alguien lo está culpabilizando—. No puedo explicarlo.


Aproximadamente a las 23:10h, una vez han terminado de tomarle declaración al taxista de ojos color ónix, Alec y Ellie suben de nueva cuenta a la planta en la que se encuentra su despacho, con la veterana agente de policía apresurándose en acceder a su correo, pues están a la espera de que lleguen las grabaciones de las cámaras de seguridad de Farm Shop. Según el mensaje que acaba de recibir la castaña de cabello rizado por parte de Nish, un compañero de hace tiempo, apenas tardarán unos veinte minutos, lo que debería ser suficiente para que su compañera y brillante analista termine su interrogatorio.

—Sigo disfrutando de esos momentos en los que un cabrón arrogante echa por tierra su propia coartada —expresa Alec con un tono lleno de satisfacción, habiéndose sentado en la silla adyacente a la de su amiga y compañera de faena, antes de posar sus ojos en la pantalla del ordenador—. ¿Ya tenemos las imágenes de seguridad de Farm Shop?

—Nish ha dicho que todavía tardarán unos veinte minutos aproximadamente.

—De modo que todavía nos queda un rato —suspira el inspector, contemplando que Ellie le da un sorbo al té que hay hecho en su mesa. Parece ser que, mientras ellos interrogaban a Clive Lucas, la pelirroja ha hecho un descanso en su propio interrogatorio para agenciarse su libreta de notas e hipótesis, la cual había dejado en su mesa, y le ha preparado a su amiga un té—. Vayamos a ver cómo le va a Cora —sugiere, antes de levantarse de la silla como por un resorte, comenzando a caminar de nueva cuenta hacia las salas de interrogatorios, con Ellie suspirando antes de seguirlo, aún con la taza de té en sus manos.

Cuando bajan al pasillo de las salas de interrogatorios, los veteranos inspectores trajeados y de cabello castaño, entran a la sala de observación de la número dos, siendo la primera vez que ambos van a estar, literalmente esta vez, al otro lado del cristal. Cuando pasean su vista por la habitación se sorprenden, pues aunque en ocasiones anteriormente han entrado para hablar con la taheña sobre sus impresiones y análisis, nunca le han prestado la debida atención al entorno. Hay varios sillones, una mesa, un recinto de cocina para preparar bebida y comida... Realmente es como una pequeña sala de descanso para los analistas, dado que deben estar, en ocasiones, mucho rato observando a los sospechosos. Tras sentarse en los sillones que están posicionados de frente al cristal de la sala de interrogatorios, Ellie, a quien la taheña ya ha explicado cómo funciona la sala, acciona uno de los botones de la mesa que queda entre los dos sillones, activando el audio de la sala de interrogatorios.

—...Sr. Burnett, como comprenderá, a mis compañeros de profesión y a mi nos ha resultado en extremo sospechoso que, la prueba que podría decidirlo todo en esta investigación, apareciera de pronto en su cobertizo —escuchan decir a la pelirroja con piel de alabastro, entrelazando sus manos sobre la superficie de la mesa de la sala de interrogatorios—. Necesito que me clarifique lo siguiente: ¿por qué razón, cuando se percató de la existencia de esta sospechosa bolsa que, según sus propias palabras de hace unos instantes —da una mirada a su bloc de notas electrónico, donde ha apuntado las palabras clave del padre de Katie—, «no estaba ahí hace dos días cuando hicieron el registro», decidió aproximarse, examinarla, y rebuscar en su interior, dejando su ADN impreso en ella? —en cuanto la pregunta sale de los labios de la mujer embarazada de treinta y dos años, su futuro marido, al otro lado del cristal, no puede evitar dejar que una sonrisa orgullosa aparezca en sus labios, pues sin duda, ha mejorado mucho en sus tácticas de interrogatorios desde que la conoció siendo una novata.

—Decidí aproximarme y revisar qué era lo que contenía, porque no me di cuenta de que era una bolsa sospechosa hasta que miré dentro, Inspectora Harper —confiesa Ed en un tono sereno, respondiendo con educación y calma a la pregunta de la pelirroja con piel de alabastro, pues por fortuna, esta joven es en extremo considerada, y lo trata como a un ser humano—. Si realmente fui yo, no tiene sentido que les llamase para notificarles la aparición de esta prueba, ¿no es así? —cuestiona de manera retórica, observando que la joven escribe en su libreta con una increíble calma—. ¿Tan estúpido creen que soy?

—No, estúpido no, Ed —niega ella al momento, dejando el bolígrafo digital sobre la libreta, antes de cruzarse de brazos—. Pero no sería descabellado pensar que, un agresor narcisista límite con tendencia al control y al poder, quisiera pasar a ser el centro de atención, porque eso es exactamente lo que suelen hacer... —le explica, dándole un sutil vistazo a su lógica, propiciándole algo del conocimiento que ella tiene sobre el violador—. Sin embargo, puedo ver en su ademán que está intentando ayudar, que realmente quiere que atrapemos al verdadero responsable de la violación —le asegura, y el hombre negro parece a punto de abrir la boca para darle las gracias, cuando la mentalista lo interrumpe con un arqueamiento de la ceja derecha—. Y sin embargo, me temo que no puede engañarme —en el instante en el que la escucha decir esas palabras, el dueño de la tienda de comestibles palidece visiblemente, y la sagaz y brillante joven suspira con pesadez, pues es su turno para jugar—. Desde que lo vi por primera vez, Ed, llevo escuchando atentamente cada palabra que ha dicho, he visto sus reacciones y he estudiado minuciosamente su lenguaje corporal, porque a eso me dedico: soy una analista del comportamiento —al revelarle su auténtica función en el cuerpo de policía, el padre de su oficial empieza a ponerse visiblemente nervioso, apareciendo gotitas de sudor en su frente, al tiempo que traga saliva y desvía sus ojos a sus manos—. Y por lo que he podido analizar, aún insiste en ocultar algo. Algo relacionado con lo que sucedió esa noche del 28 de mayo, después de que se cayera en el bosque, ¿me equivoco?

"Lina ha empezado a jugar. Sea lo que sea que notó en su anterior interrogatorio, ahora va a sacarlo a la luz. No va a dejar que Ed siga ocultándoselo. No va a parar hasta hacerlo admitir aquello que sabe", piensa para sí mismo el escocés de cabello castaño lacio, contemplando cómo su futura mujer se desenvuelve en el interrogatorio. "Mi experta analista del comportamiento... ¿Qué haría yo sin ti? Bueno, ¿qué haríamos todos sin ti?" reflexiona, sintiéndose en extremo satisfecho de cómo está haciendo uso de sus habilidades para analizar el comportamiento, demostrando su maestría en el ámbito.

—Yo... —Ed está sin palabras, contemplándola con los ojos como platos.

—Sé que es una información sensible, que ha intentado ocultar desde que las sospechas empezaron a recaer sobre usted. Sé que aquello que está ocultando ha provocado que su estado anímico decaiga. Cuando lo interrogamos la última vez, antes de soltarlo, al preguntar por qué había restos de hierba y barro en sus ropas, vi claramente cómo le temblaba el labio inferior, además de que había lágrimas en sus ojos. Por si fuera poco, los cerró para intentar no pensar en ello, porque se siente culpable por lo que presenció, por lo que sabe... ¿No es así?

—¿Cómo...?

—Y es eso mismo, lo que lo ha llevado a dormir en su coche varias noches seguidas cerca de la casa de Trish —Coraline continúa hablando sin detenerse, sin prestar atención a su expresión sorprendida y llena de admiración. No es la primera vez que sus talentos descolocan a alguien y lo hacen maravillarse al mismo tiempo—. Sé que es algo que nos ayudará a descartarlo de la investigación, y, aunque si lo que sospecho es cierto, incluso si le duele admitirlo, servirá para ayudarnos a avanzar, y atrapar al hombre que le hizo tanto daño a Trish —ahora está apelando a su sentido de protección y humanidad, manipulando su comportamiento, siendo algo que no disfruta hacer, pero es necesario para poder descartarlo. Deben centrarse en Clive Lucas y en el verdadero culpable: el que dejó la bolsa con la cuerda manchada de sangre en su cobertizo para incriminarlo, tal y como le ha asegurado Katie en un mensaje de texto, cuando se ha tomado un descanso del interrogatorio—. Así que, por favor, Ed... Ayúdeme a cercar al agresor que estoy buscando.

—Tiene razón —el hombre negro de fuerte complexión deja escapar un suspiro agotado y resignado, antes de asentir con la cabeza—. Yo... —se interrumpe momentáneamente, manteniendo una breve conversación consigo mismo, evaluando cómo debería revelar lo que ha estado carcomiendo su mente desde aquella noche—. Lo escuché —dice entonces, y para los dos agentes en la sala de observación, es como si el corazón se les hubiera detenido, pues al fin han conseguido que diga la verdad, aunque no es para nada la verdad que esperaban. Como siempre, las hipótesis de la taheña con piel de alabastro han dado en el clavo—. Escuché como la violaban, Inspectora Harper —clarifica, para no dar lugar a segundas interpretaciones, y sus ojos inmediatamente vuelven a llenarse de lágrimas, con su labio inferior temblando intermitentemente, como en aquel último interrogatorio. La misma mirada de culpa está presente ahora en sus ojos negros—. No sabía lo que estaba pasando —admite con un tono bajo, manteniendo los ojos en sus manos, antes de desviar sus ojos arriba a la izquierda, accediendo a su memoria, rememorando los eventos de aquella noche—. Como ha dicho tan certeramente, estaba en la entrada del bosque, después de caerme, y entonces escuché unos ruidos que venían de la zona de la cascada —cierra los ojos, rememorando sus acciones de aquella noche, antes de tragar saliva. Si tan solo se hubiera acercado. Si tan solo hubiera querido investigar... Pero ya nada puede cambiar lo que pasó—. «Dos borrachos teniendo sexo», pensé —las miradas de Alec y Ellie, al otro lado del cristal, expresan una honda lástima y compasión porque estuviera en el lugar y momento equivocados, comprendiendo cómo la culpa lo ha motivado a querer cuidar de ella—. No me di cuenta de lo que era hasta más tarde, hasta que me enteré de lo que había pasado —la lógica tras sus acciones, el hecho de que no conectara lo que vio aquella noche con una violación hasta hacerse el comunicado, tiene sentido, y la pelirroja con ojos cerúleos lo contempla con una mirada llena de lástima. Comprende perfectamente la impotencia que siente. No puede evitar pensar en cómo habría reaccionado ella si a una persona que amase, le sucediera una cosa así, con ella habiendo podido hacer algo para evitarlo, y no habiéndolo hecho—. Podría haberlo evitado. Podría haberla ayudado... —se martiriza, dejando escapar un suspiro lleno de melancolía—. Como ha dicho, por eso he dormido cerca de su casa desde entonces. Porque le he fallado.

—Gracias por contarme la verdad, Ed —le dice la pelirroja, entregándole una caja de pañuelos al ver cómo las lágrimas, que hasta ese momento estaba reteniendo a duras penas, comienzan a caer por sus mejillas—. Interrogatorio finalizado a las 23:28h —habla a la grabación, antes de pulsar el botón para detener la cinta. Se levanta entonces del asiento de la sala de interrogatorios, y sale de la estancia.

Una vez cierra la puerta de la sala de interrogatorios a su espalda, apoyándose en ella, la pelirroja de ojos azules y piel de alabastro deja escapar un hondo suspiro, secándose las lágrimas que han aparecido en sus ojos, pues no ha podido evitar empatizar con lo que Ed podría estar sintiendo. De pronto, observa cómo la puerta de la sala de observación se abre a su izquierda, y a los pocos segundos, todo su cuerpo es envuelto por una gran calidez, con su rostro siendo presionado contra un pecho firme y protector, que le brinda el consuelo que necesita. Alec ha salido prácticamente escopeteado para consolar a su prometida, pues la conoce muy bien, y sabe que este interrogatorio la ha hecho empatizar muchísimo con su sospechoso, retrayéndola al momento en el que ella misma se convirtió en una superviviente, habiendo deseado que, quienquiera que hubiera podido escuchar algo, hubiera hecho algo por ayudarla. Mientras la abraza contra él, acariciando su cabello con suavidad, notando que Ellie se acerca a ella para tomar su mano en un gesto de consuelo, el escocés piensa que, al menos ahora, pueden descartar a uno de sus sospechosos.

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