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Capítulo 39 {1ª Parte}

Lindsay Lucas acaba de ver cómo su marido ha regresado del trabajo, justo cuando ha descubierto qué es lo que tan celosamente guardaba en el garaje de su apartamento. Y no puede creer que sus sospechas de esta mañana se hayan confirmado casi por completo. Clive no solo se ha dedicado a robarles a sus clientes o amantes, según se dé el caso, las pertenencias que dejaban en su taxi, sino que ahora, tiene en su posesión un llavero perteneciente a la misma mujer que ha sido violada. En su mente solo hay una posibilidad que explique todo esto: está relacionado con el caso. Y es el momento de encararlo.

—¿¡Qué es todo esto, Clive!?

—¡Son cosas que la gente se deja en el taxi...! —el taxista intenta justificar sus tendencias cleptómanas ante su mujer, a pesar de que es consciente de que, como excusa, deja mucho que desear.

—¿¡Y por qué las guardas!? —su respuesta no le satisface. El hecho de que alguien sustraiga pertenencias y objetos personales de sus clientes, para luego guardárselos en un cajón de su garaje, no es precisamente normal. De hecho, se atrevería a clarificarlo como una obsesión malsana—. ¿¡Por qué no las has devuelto!?

—¡No sé de quién es cada cosa!

—Han violado a una mujer, Clive —la voz de la antigua estudiante de magisterio se torna severa, bajando de tono con cada palabra que sale de sus labios. Alza entonces su mano derecha, donde aún mantiene sujeto el llavero que sustrajo a Trish Winterman—. Y tienes sus llaves —lo acusa, con él haciendo un amago de dar un paso hacia ella para quitárselas, antes de que la castaña aparte la mano, impidiéndoselo—. ¡Y no solo las suyas, sino la de un montón de gente! —continúa hablando, llena de rabia, confusión y nerviosismo, habiéndose percatado de que varios coches patrulla acaban de llegar a la calle en la que viven, con sus luces siendo visibles en la pared de granito frente al garaje, cerca del contenedor de basura—. ¿¡Tienes algo que ver con esa violación, Clive!?

—¿¡Cómo puedes preguntarme eso!? —se escandaliza el taxista con un tono que se eleva lentamente a cada palabra, incrédulo ante la posibilidad de que su propia mujer lo encuentre sospechoso. Sinceramente, no la culpa, y menos teniendo en cuenta cómo ha reaccionado esta mañana la descubrirla fisgoneando, pero sigue siendo algo sorprendente—. Márchate a casa, Lindsay.

—No vas a seguir diciéndome lo que puedo y lo que no puedo hacer —se revela ella con un tono lleno de determinación. No está dispuesta a continuar aguantando sus desplantes, sus caras, sus comentarios, y su actitud. Se acabó. Está harta—. Ya no.

La mirada de Clive se torna sorprendida, pero no de un modo ofendido, sino que, parece que finalmente empieza a ver nuevamente a Lindsay como la mujer fuerte que es, la misma que conoció hace tiempo. Y se lamenta de que la situación haya llegado hasta el punto de tener que enfrentarse a él para recuperar su antiguo ser. En ese preciso instante, escuchando el sonido de varias puertas que se cierran a su espalda, el taxista de Budmouth Taxis se gira, contemplando cómo el Inspector Hardy entra a su garaje, agachándose ligeramente para hacerlo, pues de lo contrario, la puerta del garaje lo golpearía.

—Buenas noches, Clive —lo saluda el escoces trajeado con delgada complexión, habiendo estacionado el coche de su pareja justo en el exterior del garaje, caminando al garaje del apartamento seguido por un policía de uniforme, y por el Sargento Winters, quien ha trabajado codo con codo con Coraline en el caso de la Interpol. Éste ha acompañado al taciturno inspector por petición de la taheña, pues, preocupada por cómo pudiera reaccionar Clive, ha pensado que lo mejor sería que alguien le guardase las espaldas.

Tras discutirlo brevemente de camino a Broadchurch, sus compañeras y él han decidido separarse para llevar a sus sospechosos a comisaría, con Ellie y Cora decidiendo ir a buscar a Katie, de ahí que su estimada subordinada no se encuentre allí con él para realizar la detención. No puede decir que le agrade la idea de separarse de ella, pero ahora mismo, es un inspector de policía, no un prometido preocupado, y debe hacer su trabajo.

—Clive Lucas, queda arrestado por su relación con la violación de Patricia Winterman, cometida en la Casa Axehampton, el sábado 28 de mayo de este año —Hardy ni siquiera repara en el tono confuso y algo atemorizado del taxista, antes de comenzar a recitarle sus derechos. Contempla cómo el agente uniformado saca las esposas para arrestarlo, y ve claramente cómo el ingenioso hombrecillo que tiene delante palidece al momento—. Tiene derecho a guardar silencio, pero podría perjudicar su defensa si no menciona durante el interrogatorio algo que pueda ser utilizado durante el juicio —el policía uniformado coloca de manera firme las esposas, con Clive intercambiando una mirada preocupada y llena de terror con Lindsay, quien a pesar de estar en shock, considera que esto es lo mejor, dadas las circunstancias. Si Clive estuvo involucrado en la violación, debe contárselo a ellos. Ella ya se enterará más tarde—. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada como prueba, ¿lo entiende? —cuestiona en un tono férreo, siendo testigo de cómo el taxista asiente lentamente, con la mirada esquiva, fija en el suelo del garaje, como si lo hubieran pillado con la mano en el tarro de las galletas.

—También querrán esto...

—Puedo explicarlo —intenta excusarse Clive tras ver cómo su mujer extiende el llavero de Trish hacia el inspector de origen escocés, quien inmediatamente frunce el ceño al verlo, antes de posar sus ojos pardos, levemente molestos, en su persona.

—Parece que tendrás que hacerlo —confirma con un tono bajo, haciendo un gesto a su agente de uniforme para que se lleven al sospechoso al coche patrulla. Inmediatamente, su subordinado hace lo que se le ha pedido, comenzando a dirigir a Clive fuera del garaje—. Gracias, Sra. Lucas —le dice en un tono más suave a la joven mujer, colocándose unos guantes para poder meter el llavero en una bolsa de pruebas. Una vez lo hace ,le dirige una mirada llena de compasión a Lindsay, pues no puede ni imaginarse todo lo que estará pensando en estos momentos. Si ellos ya lo consideran casi como el principal sospechoso, ¿qué lo estará considerando ella? Es horrible, se mira por donde se mire—. Vámonos —le dice al Sargento Winters, quien asiente al momento, comenzando a caminar hacia el exterior del garaje junto a él.

—¿Qué está pasando? —Michael, que ha escuchado toda la conmoción desde la sala de estar, a pesar de haber puesto la televisión, ha salido de casa casi escopeteado. Desciende las escaleras del apartamento de tres en tres, esforzándose por llegar hasta el garaje. Ha visto las luces de los coches patrulla, y ha sentido que se le helaba la sangre en las venas—. ¿¡Papá!? —exclama una vez llega abajo, contemplando cómo un policía de uniforme lo ha arrestado, habiéndole colocado las esposas en las muñecas.

—¡Vuelve a casa, Michael!

—¿A dónde se lo llevan? —exige saber el adolescente con un tono preocupado, haciendo caso omiso a las palabras de su padre, quien, en cuanto lo ha visto aparecer en la calle, ha palidecido levemente, preocupado porque pueda hacer algo drástico, que lo lleve a ser arrestado también.

—¡No te preocupes por nada!

—¿Por qué se lo llevan? —pregunta el muchacho de piel canela en un tono preocupado, dirigiendo su mirada a su madre, quien se ha acercado a él nada más verlo aparecer en la calle—. Mamá, ¿por qué...? —no consigue terminar la pregunta, siendo testigo de cómo el Inspector Hardy sale del garaje, posando su mirada en él. Recordando su anterior encuentro, el joven aparta la mirada, pues parece una coincidencia demasiado casual que, él, que compartió la fotografía de su hija, sea el hijo del hombre que acaban de detener.

—Todo irá bien, Michael —le asegura Lindsay con un hilo de voz, como si finalmente, ahora que ve cómo hacen entrar a Clive en uno de los coches patrulla, la realidad se instalase en su mente. Solo tiene que esperar para averiguar hasta qué punto su marido ha tenido algo que ver. Y después, ya decidirá qué hacer, dependiendo de lo que la vida les depare. Pero van a seguir apoyándose, como siempre lo han hecho—. Todo va a ir bien —repite, siendo testigo de cómo en los ojos azules de su hijo aparecen lágrimas saladas. Inmediatamente lo abraza contra su pecho, ofreciéndole el consuelo que cree que necesita.

No esperaba verlo llorar por su padre, pero eso significa que, pese a todo, lo quiere y se preocupa por él. Lindsay sabe que Clive también quiere a Michael a pesar de su actitud, y le duele que toda esta situación haya llegado hasta este punto. Le duele que, debido a que no ha sido capaz de ser sincero, de ser un hombre decente, ahora su familia tenga que pasar por estas tribulaciones. Pero podrán superarlas. Está segura de que todo se arreglará.


Coraline Harper se ha desplazado junto a Ellie Miller y dos coches patrulla hasta Farm Shop, en Flintcombe, siguiendo la petición de Katie. La castaña es quien ha conducido su coche, habiendo decidido la pelirroja acompañarla para interrogar a Ed Burnett, porque además, charlar un poco con su subordinada de mente avispada. Está segura de que ella conoce bien a su padre, y guiándose por sus palabras y reacciones, sabrá si pueden, o no, confiar en su declaración. Cuando la veterana inspectora estaciona el coche frente al aparcamiento de la tienda, distinguiéndose el coche de Harford en el mismo aparcamiento, ambas suspiran y se apean de él. En unos cuantos pasos ya han llegado a su destino, contemplando cómo antigua oficial de policía los espera, con las manos en los bolsillos.

—Me alegra verte, Katie —la saluda la taheña con una sonrisa amigable y un asentimiento de la cabeza, antes de comenzar a dar órdenes a sus subordinados, quienes la observan con extrema reverencia, conscientes de su reputación—. Asegurad las pruebas en una bolsa hermética para su transporte inmediato a la comisaría. Y buscad cualquier tipo de resto de ADN por las inmediaciones —nada más termina de hablar, todos los agentes que las han acompañado a la escena se ponen manos a la obra, utilizando cepillos, pizas, linternas, prácticamente cualquier herramienta de la que disponen, para analizar las inmediaciones de donde se ha encontrado esta prueba crucial para el caso—. Sr. Burnett, por favor, acérquese —le pide con educación, contemplando al hombre negro de fornida complexión que se encuentra a varios metros de ellos, con las manos en los bolsillos en una actitud más serena de lo que cabría esperar. Eso la tranquiliza: por lo que ha observado de él, no es una persona capaz de esconder sus verdaderos sentimientos, de ahí que le sea tan fácil analizarlo. Y esto significa, que no ha sido él quien ha ocultado esta prueba deliberadamente—. ¿Podría decirnos cómo es que ha llegado esta bolsa a sus manos? —le pregunta, recibiendo la bolsa con la cuerda, ahora precintada en una bolsa de pruebas, de parte de uno de sus agentes de uniforme.

—Estaba trabajando, apilando y ordenando mis productos, cuando al venir aquí en busca de las cajas, me encontré esa bolsa.

—¿La ha tocado? —inquiere Ellie, cruzándose de brazos, pues las pruebas que aparecen sin más en los escenarios anteriormente inspeccionados son las que más quebraderos de cabeza les dan. Esta cuerda no estaba allí cuando inspeccionaron el lugar el domingo, de modo que, o la ha ocultado a propósito, o alguien está intentando incriminarlo. Viendo la expresión serena y confiada de su amiga de treinta y dos años, algo le dice que es la segunda opción, aunque por desgracia, deben tomar en cuenta todas las posibilidades.

—Cuando la encontré, sí —afirma el hombre negro con un tono honesto mientras asiente, contemplando cómo Katie pasa el peso de su cuerpo de un pie a otro, evidentemente nerviosa por cómo esto puede perjudicarle—. Pensé que podía ser de algún cliente, que se le hubiera caído en un despiste... Porque no tiene sentido que esté aquí fuera.

—¿Y qué hay de la cuerda? —intercede la protegida y confidente del escocés de cabello castaño, dejando que su mente divague unos instantes hacia cómo se encontrará el hombre que ama, antes de reprenderse, pues ahora mismo es una inspectora de policía, no una futura novia preocupada—. ¿La ha tocado?

—Sí —la castaña de ojos pardos rueda los ojos ante su decisión—. La saqué para verla.

—¿Por qué? —indaga Katie, para quien este dato es completamente desconocido.

—No sabía lo que era, ¿vale? —le dice su padre en un tono sereno, explicándole que no examinó la prueba con malas intenciones, únicamente para comprobar qué era lo que contenía, como cualquiera haría en su situación, de encontrarse algo fuera de lugar—. Te llamé en cuanto me di cuenta de que era una cuerda.

—Y yo te llamé a ti, Cora.

—De acuerdo —comenta la mujer embarazada, entregándole de nueva cuenta la prueba precintada a uno de los agentes, una vez se ha percatado de los restos de sangre en ella—. Que la manden directamente al laboratorio forense para su análisis, y avisen a Brian Young: tenemos que saber de quién es la sangre —ordena con un tono férreo, a pesar de que sabe perfectamente a quién pertenece. Gracias a lo que su padre le enseñó, sabe que la coloración de la sangre deja pocas dudas acerca de cuándo se originó, y casualmente, concuerda perfectamente con la noche de la fiesta en Axehampton—. Resumiendo —decide simplificar los hechos para hacerse una idea clara de la cronología—, sus huellas y su ADN se encuentran en toda la bolsa, así como en la cuerda —el hombre de fuerte complexión asiente lentamente al escucharla—, pero, como tú dijiste, Ell —apela a su amiga de cabello castaño, quien se mantiene silenciosa, aún en una actitud algo molesta por cómo Burnett ha contaminado las pruebas—, no encontrasteis nada al registrar este lugar el domingo. La bolsa y la cuerda han aparecido en el lapso de dos días... —coloca una mano en su mentón mientras habla, haciendo sonreír disimuladamente a Harford, quien ya echaba de menos sus análisis, pues es una gran inspectora—. Tiene cámaras de seguridad, ¿verdad? —quiere saber con un tono inquisitivo, posando sus ojos cerúleos en el padre de su antigua subordinada, esperando a que le brinde una respuesta.

—Sí —afirma al momento, señalando una de las cámaras, que tan casual y claramente, enfoca al lugar exacto en el que se ha encontrado la prueba crucial del caso.

—¿Podría acompañar a la agente, por favor? —le pide en un tono suave, haciendo un gesto a la policía uniformada, que asiente al momento—. Necesitamos que nos entregue las grabaciones de las cámaras de seguridad desde hoy hasta hace una semana —le explica, y Ed Burnett inmediatamente accede a su petición, comenzando a caminar con la agente hacia el interior de su negocio, dispuesto a conducirla hasta su despacho, donde quedan registradas las grabaciones de las cámaras de seguridad, instaladas por todo el recinto.

Contemplando cómo se llevan a su padre, Katie se cruza de brazos bajo el pecho, preocupada por lo que su declaración y esta prueba puedan significar. Ella está segura al 100% gracias a sus palabras y a lo que le ha contado, de que no es culpable de la violación. Pero debido a que no forma parte de la investigación, no puede decir nada al respecto para no condicionar el caso. Sin embargo, si Coraline insiste en hablar con ella, le dirá todo lo que quiera saber. Porque siempre ha confiado en ella, y le debe una: hace unos minutos la han informado acerca de que se ha reconsiderado su expulsión del cuerpo, habiéndose presentado un informe detallado y conciso sobre sus capacidades. Sabe que ha sido ella.

—¿Crees que está diciendo la verdad? —inquiere Ellie tras acercarse a su oficial.

—Sinceramente, eso espero, aunque a estas alturas, ya no sé qué creer —se sincera la oficial con un hundimiento de los hombros, habiéndose percatado de que la veterana agente de policía se dirige a ella con más calma, paciencia y respeto que lo que lo hizo en su anterior encuentro. Se pregunta qué habrá cambiado.

Lo que Katie no sabe, es que Ellie, teniendo en cuenta la operación en la que participará mañana, sabiendo lo que su buena y querida amiga se juega para acabar con la mafia rusa, ha decidido comenzar a ver la vida de otra manera. A no ser tan severa e intransigente con los errores de los demás, algo que no hacia antes de averiguar la verdad sobre Joe. Quiere intentar recuperar esa faceta suya de antaño, capaz de perdonar los errores. Y quiere empezar por hacerlo con la oficial de cabello y ojos color ónix.


Son las 22:55h. La noche ha caído desde hace varias horas, y en el ambiente hay un silencio sepulcral. Mark, que está recostado de cualquier manera en el sofá de su casa, se mueve y murmura en sueños, intentando descansar un poco. Pero las pesadillas, los sueños en los que ve a Danny escapándose de entre sus dedos, son interminables. Con un sobresalto, sintiendo que todo su cuerpo está perlado en sudor, el fontanero de cabello moreno y ojos azules se despierta con un sobresalto. Frente a él puede ver a Beth, que lo observa con una mirada que mezcla la preocupación y la curiosidad. Se ve que acaba de bajar de la habitación, porque aún tiene puesto el pijama. Pero a diferencia de lo que esperaba, no parece que estuviera durmiendo: su pelo sigue bien peinado, y sus ojos, aunque cansados, están bien alerta.

—¿Estás bien? —pregunta entonces en un tono bajo la joven madre, esforzándose porque su voz no resuene en la estancia con eco, despertando en consecuencia a sus hijas, que duermen plácidamente en sus habitaciones. Lo ha comprobado antes de bajar.

—Sí, sí —responde Mark tras enderezarse, sentándose como debe en el sofá.

—Ya sabes que, si quieres, puedes quedarte la habitación de Chlo...

—No, no voy a permitir que duerma en el sofá —niega él de manera categórica, pues no quiere resultarles un estorbo, y menos ahora, que tanto las ha preocupado con su intento de quitarse la vida. No quiere hacerlas preocuparse de nuevo así. Y quiere que puedan dormir esta noche. Además, él es el invitado en la casa, y no sería justo para su hija mayor desprenderse de su mullida cama por hacerle estar más cómodo.

—Acabas de salir del hospital —le recuerda ella con un tono factual, comprendiendo que, al haber estado hasta hace pocas horas, acostumbrado a la cama que allí había, el conciliar el sueño, aunque sea en un lugar que él conoce de siempre, le sea difícil. Además, necesita dormir placenteramente esta noche. Quiere que tenga la mente despejada para decidir qué es lo que piensa hacer cuando se recupere.

—Te preocupas por nada, Beth.

—Yo creo que no —niega ella con un tono inequívocamente severo, encogiéndose de hombros. En su mente tiene marcado a fuego que ha estado a punto de quitarse la vida, de dejar a sus hijas solas y preocupadas. Y no quiere que vuelva a pasar, no, mientas ella pueda estar ahí para evitarlo.

Un breve silencio se instala entonces entre ellos. Él por un lado no puede dejar de pensar en que Beth tiene razón. Si ahora está tan alerta y preocupada, es porque él ha decidido que no podía seguir viviendo. Porque se ha negado a intentar pasar página, a dejar ir a Dan. Es consciente de que debe hacerlo, eso, si quiere rehacer su vida. Y desde que ha salido del hospital siente que está en el proceso de negociación y aceptación, de modo que quiere transmitirle que, de alguna forma, puede estar tranquila por él. Ella por el otro lado, no quiere que vuelva a sumirse en esa espiral autodestructiva, especialmente porque Lizzie y Chloe sufrirían mucho. Y quiere que siga siendo parte de sus vidas durante mucho tiempo más. Pero para ello, debe comenzar a relajar su postura. No puede controlarlo todo. Y aunque le preocupe, debe dejarle su espacio.

—No esperaba verte despierta.

—No podía dormir —se sincera la mujer de cabello castaño corto, antes de suspirar, habiéndose encogido de hombros—. Estaba preocupada por cómo estarías aquí abajo —añade, haciendo un gesto hacia el sofá, desviando sus ojos a la cocina tras unos segundos—. Estaba pensando en fingir que había bajado a por un vaso de agua, para asegurarme de que estabas bien.

—Siempre se te ha dado fatal mentir —sonríe él con evidente divertimento.

—Sí, lo sé —concuerda ella, dejando que una sonrisa aparezca en sus labios también.

—Ya que ninguno de los dos puede dormir, ¿qué te parece si preparo algo de chocolate? —propone con un tono esperanzado, deseando que puedan hablar con calma, como lo han hecho antes en el hospital. Aún hay mucho de lo que deben hablar, y él ya ha tomado una decisión sobre su futuro. Y sabe que esa decisión va a afectar a Beth y a las niñas irremediablemente. Por eso quiere decírsela cuanto antes, para que esté preparada.

—Sí... Estaría bien.

No ha podido evitar decirle que sí. Mark siempre ha sabido cocinar muy bien, y es algo que echara siempre de menos. Pero no solo ha sido esa nostalgia la que la ha impulsado a aceptar su ofrecimiento. Hay algo en su voz, en esos ojos azules, que le dice que hay algo que está guardándose. Algo de lo que quiere hablar con ella. Y siente miedo. Miedo porque él, que siempre será una parte integral de la vida de sus hijas, que siempre será su amigo por todo lo que han vivido, decida marcharse de Broadchurch para no volver jamás. Contiene el aliento, reteniendo sus ganas de preguntarle sobre qué quiere hablar, cuando pasa a su lado, en dirección a la cocina, dispuesto a preparar el chocolate caliente. Mientras lo ve moverse por la cocina, apoyándose en el umbral de la puerta, piensa en cómo ha cambiado todo. Cómo, hasta hace unos tres años, vivían allí, todos juntos, felices. Pero con tantos secretos enterrados. Ahora que esos mismos secretos han salido a la luz, sus vidas se han trastocado, y nunca podrán volver a ser las que eran. Y aunque le cueste aceptarlo, es parte del ciclo de la vida.

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