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Capítulo 38 {1ª Parte}

Aproximadamente una hora y media más tarde, a las 21:30h, una vez se han asegurado de que la multitud de personas, congregada frente a la comisaría de policía de Broadchurch se disperse, Alec se ha desplazado hasta la casa de la camarera, Cheril Walker, en compañía de la mujer que ama y su buena amiga. Gracias a los esfuerzos de la pelirroja por comprobar si la dirección es correcta, no han tardado demasiado en dar con la vivienda: la 12B de Highbourn Street, a varios kilómetros de Broadchurch. Tras tocar el timbre hasta en dos ocasiones cuando han golpeado la puerta una vez, esperan a ser atendidos.

Una joven de no más de diecinueve años a juzgar por su aspecto, les ha abierto la puerta entonces. Es delgada, negra, con bonitas curvas eso sí, de ojos oscuros como la noche, de pelo azabache rizado hasta los hombros... Viste con una minifalda vaquera, una camiseta borgoña de manga corta, una chaqueta deportiva azul celeste y blanca, y deportivas del mismo color. Está fumándose un cigarro, y la taheña de ojos cerúleos no puede evitar pensar que quiere aparentar ser mayor de lo que es. En cuanto posa sus ojos en las tres personas que se han presentado en su casa, arquea una ceja.

—¿En qué puedo ayudarlos...? —inquiere con algo de confusión, instantes antes de ver que tanto el hombre de cuarenta y siete años, como las mujeres que lo acompañan, sacan sus placas policiales, enseñándoselas. Ahora comprende por qué están allí.

—Inspectores Hardy, Miller y Harper, de la policía de Wessex —los presenta el escocés de cabello y vello facial castaño, enfundándose mejor el abrigo, pues la noche ha refrescado más de la cuenta, algo que no había previsto. Por suerte, Ellie y Lina se han asegurado de pertrecharse bien con sus abrigos de verano de color negro—. Queremos hacerle unas preguntas, si no le importa.

—No, claro que no —responde Cheril antes de dar una calada al cigarro—. Disparen.

—¿Fue usted camarera en la fiesta del 50 cumpleaños de Cath Atwood, el sábado 28 de mayo, en la Casa Axehampton? —procede a cuestionar la analista del comportamiento, habiéndose percatado de cómo la muchacha de diecinueve años no deja de observar a su prometido, pestañeando más veces de las que sería considerado normal. "Está flirteando descaradamente con Alec delante de mis narices... A esta chiquilla está claro que le gusta correr riesgos, y a juzgar por cómo tiene las rodillas, además de las muñecas, deduzco que le gusta mantener relaciones sexuales con asiduidad. Preferiblemente con hombres comprometidos, a juzgar por cómo las notificaciones de su teléfono móvil no dejan de llegar", analiza rápidamente la de treinta y dos años en un arranque repentino de incomodidad, antes de suspirar pesadamente. No debe dejarse llevar por sus sentimientos. Debe concentrarse en el trabajo que tiene entre manos—. Según los datos que tenemos, trabaja usted para Andy, el encargado de proveer el catering para la noche de la fiesta, ¿es eso correcto?

—Sí, así es —afirma Walker tras unos segundos, habiendo dejado de prestarle atención al inspector, para posar sus ojos en la pelirroja de piel de alabastro—. Normalmente trabajo en el café de la calle High, bajo las órdenes de Chad, que es el responsable cuando Andy está dirigiendo su otro negocio —explica antes de volver a darle una calada al cigarrillo, dejando que el humo salga de su boca, percatándose al momento de que el hombre con cabello castaño y lacio, se apresura en apartar a la agente de policía taheña de su dirección—. Oh, lo lamento —se disculpa, habiendo observado en otras ocasiones antes ese comportamiento: solo conoce una razón por la que un hombre quiera apartar a una mujer tan rápidamente del humo del tabaco, y es el embarazo—. Como decía, Chad me preguntó si quería ayudar a Andy con el evento, y le dije que sí —retoma la conversación con normalidad, pues se ha asegurado de alejarse un poco de la inspectora más joven del grupo, antes de colocarse en una dirección en la que el viento no lleve el humo hasta ella—. Ya hablé con uno de sus agentes hace días, cuando vinieron a preguntar qué trabajo hice el día de la fiesta... —se encoge de hombros en una actitud ligeramente molesta—. No entiendo por qué vienen ahora a preguntarme lo mismo.

—¿Y le contó al agente lo que hizo con Jim Atwood? —el hombre de ojos pardos y traje, ahora no de demasiado buen humor debido al hecho de que el humo del cigarrillo podría dañar a su futura mujer y su bebé, y todavía algo sensible por las revelaciones de hace unas horas, va directamente al grano con su pregunta.

"Por cómo acaba de palidecer, temblándole ligeramente la mano izquierda en la que sujeta el cigarrillo, no es la primera vez que se acuesta con un cliente y que la pillan. Pero por cómo mueve los ojos de manera nerviosa por nuestros rostros, sé que ya ha sido amonestada por ello, y que en caso de que el tal Chad o Andy se enteren de que lo ha vuelto a hacer... La despedirán con efecto inmediato", analiza la mentalista de piel clara, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho, sintiendo cómo su vientre ha ido creciendo un poco más cada vez, acercándose al inminente tercer mes de gestación.

—¿Cómo se han enterado?

—Nos lo ha contado él —responde Ellie, quien también se ha cruzado de brazos bajo el pecho, habiendo advertido el imperceptible flirteo de Cheril de hace unos segundos hacia su compañero y amigo, no encontrándolo nada agradable. Por suerte, el escocés no ha reparado en ello, continuando con su trabajo con normalidad.

—¿Qué? —Cheril está asombrada. Le dijo que no debía contárselo a nadie, que podría perder su trabajo si volvían a enterarse de que se había acostado con un cliente. Menudo idiota—. ¿Por qué va por ahí contándoselo a la gente? ¿Cómo es posible? —se queja, dando pequeños golpes con la punta de su deportiva derecha en el suelo de gravilla, antes de suspirar—. De todas formas no tiene nada de lo que sentirse orgulloso...

—¿A qué se refiere con eso? —cuestiona la veterana agente de policía, antes de contemplar cómo la muchacha de diecinueve años desvía su mirada al interior de la vivienda, como si temiera que su madre, a quien distinguen en la sala de estar, sentada en el sillón, viendo la televisión en el interior, fuera a escucharla.

—No les mentiré —decide sincerarse, dando otra calada al cigarrillo de su mano derecha, una vez ha vuelto a posar sus ojos en los policías. Desvía momentáneamente su mirada hacia el inspector, pero recordando su ademán protector hacia la pelirroja, y sintiendo ahora la mirada afilada y cortante de ésta última en ella, decide desviar su mirada a Ellie, pues ella es quien le ha hecho la pregunta—. Me gustan los P.Q.M.F.

—¿«P.Q.M.F.»? —Alec está confuso, y por ello, pregunta el significado tras las siglas.

Padres a los Que Me Foll...

—Ah, sí, sí, entendido —inmediatamente conforme empieza a escuchar la respuesta de la joven, el hombre trajeado con el abrigo negro se ruboriza levemente, interrumpiéndola, antes de que acabe la frase. Intercambia una mirada con sus dos subordinadas, pues está incrédulo: ¿a dónde va a llegar esta nueva generación? No quiere ni pensar en ello. De hecho, espera que Daisy no conozca ese término, porque entonces seguro que le da un ataque al corazón—. Gracias... —da una ligera mirada a la madre de su bebé, comprobando que parece ligeramente escandalizada por la respuesta, antes de desviar la mirada hacia él, dedicándole una furtiva sonrisa de apoyo, compadeciéndose de él por haber tenido que hacer esa pregunta.

—Estábamos preparándolo todo —rememora Cheril tras sonreír con divertimento al contemplar el nerviosismo del inspector que tiene frente a ella—. Y mientras lo hacía, estuvimos hablando. Entonces me provocó —le da una nueva calada al cigarrillo, y el hombre ligeramente taciturno no puede evitar pensar que quiere que se lo termine de una maldita vez, al menos para que Lina esté tranquila—. Y luego, al acabar el servicio, siguió tonteando conmigo. Me dijo palabras bonitas, ya saben, para calentar el ambiente —el padre de Daisy no sabe dónde meterse. Quiere que la tierra lo trague enterito. Esta conversación es totalmente impropia e incómoda para él—. Y tras invitarme a algo de champán que había sobrado, y me preguntó si quería ir a dar un paseo. Le dije que sí.

—¿A qué hora fue eso aproximadamente?

—23:30-24:00h, Inspectora Harper —Walker responde rápida y concisamente a la pregunta de la analista del comportamiento, antes de cerrar los ojos momentáneamente—. Sí, estoy segura de la hora, porque lo miré en el móvil —añade, asintiendo con la cabeza, antes de desviar sus ojos arriba a la derecha, y siendo zurda, Coraline sabe que está accediendo al rincón de la memoria, y por tanto, va a decir la verdad—. Así que dimos una vuelta y acabamos en el bosque. Nos pusimos a ello, pero le pedí que parase.

—¿Por qué?

—Se puso en plan rudo, y no me gustó nada —se sincera Cheril con un tono decepcionado, habiendo respondido a la pregunta de Ellie nada más la ha escuchado. Era evidente que se lo iba a preguntar—. Como esperaba, se cabreó, porque, imagínense, lo dejé con las ganas —se encoge de hombros, antes de echar la colilla del cigarrillo al suelo y pisarla, para alivio no solo del inspector de ojos pardos y delgada complexión, sino de su prometida—. Ya saben cómo son los tíos con esas cosas...

—Bien, gracias por su tiempo, Cheril —se despide de ella el inspector, antes de comenzar a caminar hacia el coche de su prometida, el cual han utilizado para desplazarse hasta allí. Mientras se alejan escuchan cómo se cierra la puerta de la vivienda 12B—. Decidme que os a resultado tan incómodo y violento como a mi —les pide a sus dos compañeras de profesión, quienes simplemente se limitan a dale miradas compasivas.

—Creo que te has respondido tú solo, cielo —comenta la analista del comportamiento, antes de entrar en el coche, sentándose en el asiento del pasajero, mientras que Ellie se sienta en el asiento trasero del coche. Ha decidido dejar que la parejita viaje junta, y no solo por su propio divertimento, sino porque adora ver ese lado cariñoso de su jefe, que tan arduamente se esfuerza en ocultar—. Como esperaba al analizarla, es una muchacha algo promiscua, que le encanta mantener sexo con hombres mayores que ella, en su mayoría casados, de ahí que no divulgase tal información al agente que le tomó declaración la primera vez —explica mientras contempla cómo su querido escocés de ojos pardos cierra la puerta del conductor, habiéndose sentado frente al volante, antes de arrancar el coche—. De modo que, Jim Atwood estuvo paseando por los jardines de la Casa Axehampton, sexualmente frustrado con un paquete de condones en los bolsillos, sobre la hora en la que Trish fue atacada —rememora la declaración de la camarera en voz alta, reflexionando sobre cómo encaja en toda esta historia. Niega con la cabeza: aunque por el momento, las pruebas apuntan en su dirección, sigue sin encontrar una correlación entre el perfil psicológico del violador y el perfil psicológico de Jim Atwood.

—Por no hablar, Cora, que sigue siendo el único sospechoso cuyo ADN apareció en las pruebas de Trish, aunque fuera porque se acostó con ella es misma mañana —apostilla la veterana agente de policía desde la parte trasera del vehículo, habiéndose cruzado de brazos antes de suspirar, contemplando que su buena amiga frunce el ceño, claramente no convencida aun de que el mecánico, marido de Cath, haya tenido algo que ver.

—El tornillo va girando, apretando a Jim Atwood...

—Pero me parece que ambos estáis olvidando unos detalles cruciales de este caso —asevera la analista del comportamiento tras escuchar las palabras de su futuro marido, quien insiste en su teoría de que el mecánico es culpable. Éstos se mantienen en silencio entonces, escuchándola atentamente—. Primero: su agresor utilizó un condón para violarla, lo que imposibilitaría que hubiera ningún rastro de ADN en su cuerpo; Segundo: si Jim Atwood, como sabemos, hubiera sido el autor, teniendo en cuenta su perfil psicológico, así como sus acciones, no habría usado un condón con Trish, puesto que ya se habían acostado esa misma mañana, siendo una relación consensuada, por no hablar de que, siendo una mujer con una cierta edad, ya no corre el riesgo de quedar embarazada; Tercero: el modus operandi del agresor siempre consiste en aislar a su víctima, dejarla inconsciente con un golpe contundente, y atarla y amordazarla con una cuerda azul. Y sin embargo, la única cuerda azul que encontramos relacionada con Jim Atwood, estaba en su taller, a varios kilómetros de la Casa Axehampton, no habiendo rastro de ella en su traje o vivienda en días posteriores; Cuarto: el perfil psicológico del agresor denota una necesidad obsesiva de control, de poder, narcisismo límite, y una ligera sociopatía. Jim Atwood no exhibe esas características, por no hablar de que no considera a las mujeres meros objetos, como sí lo haría el agresor de Trish; Y Quinto: estamos hablando de un violador en serie, ¿recordáis? Alguien que, estacionalmente según lo que deduje, ataca a sus víctimas, asistiendo a fiestas y reuniones sociales con asiduidad. Según su calendario del taller, Jim Atwood trabaja en el taller prácticamente los 365 días del año, apenas tomándose días de vacaciones, y le habría sido imposible desplazarse en plena temporada de verano, cuando tiene más trabajo, para agredir a la tercera superviviente, y a Laura Benson, por mucho que le reparase el coche a ésta última —finalmente toma aliento al terminar su extensa explicación, dando concisos y claros argumentos obre la imposibilidad de que se trate del mecánico, logrando sorprender a sus compañeros, pues si bien es cierto que creían hasta hace unos segundos que Jim Atwood era el principal sospechoso, ahora queda claro que sus sospechas hace aguas por varios puntos clave del caso—. Lo siento, no pretendía dejarme llevar —se disculpa al parpadear rápidamente, pues se ha percatado de que ha soltado la ráfaga de información y datos sin siquiera pararse a respirar, por lo que ahora toma aliento en rápidas sucesiones, con su querido prometido posando su mano izquierda en su mejilla derecha, acariciándosela levemente, antes de volver a colocarla en el volante.

—Y por esto mismo, es bueno tener a una analista del comportamiento en el equipo.

—No puedo estar más de acuerdo, Alec —coincide Ellie mientras sonríe desde la parte trasera del vehículo, enternecida por el gesto de su amigo hacia su futura mujer. Le alegra que Cora esté atenta para evitar que se dejen llevar por suposiciones erróneas, pues llevan tanto tiempo enfrascados en el caso, que los perfiles, límites y sospechosos empiezan a entremezclarse y desdibujarse. Ya es difícil distinguir dónde empieza y acaba cada uno.

—¿Diga? —el inspector trajeado de delgada complexión descuelga el teléfono móvil, el cual tiene conectado al sistema del coche, para poder hablar con manos libres, y así, seguir conduciendo sin tener que detener el vehículo debido a las regulaciones de tráfico. El escocés recuerda claramente que está prohibido que el conductor hable por el teléfono móvil mientras conduce, habiéndole agradecido a Lina efusivamente que haya emparejado su smartphone y el de ella con el coche, a fin de que, cuando alguno de los dos conduzca, puedan responder a las llamadas, y así, enterarse de aquello que quieran comunicarles.

—Soy Ian Winterman, Inspector Hardy —se identifica el marido de Trish al otro lado de la línea telefónica, habiendo sopesado sus opciones, antes de decidir hacer lo correcto tras la marcha de esta noche—. Llamo para decirles quién instaló el software espía en el ordenador.


Son las 21:50h. Tras acudir a la empresa de redes y cuerdas, los inspectores han procedido a llevar a la comisaría a Leo Humphries, quien resulta ser el responsable de instalar el software espía en el ordenador de Trish Winterman. Al momento de hacerlo acompañarlos, sin embargo, se ha demostrado sumiso, ligeramente nervioso y arrepentido, algo que ha escamado en demasía a la mentalista de ojos cerúleos, pues hay algo en su ademán, en su actitud, que le provoca serios escalofríos. Como aquellos que sintió cuando volvió a ver a Joe Miller, cuando aún no recordaba lo que le había hecho. Esos escalofríos solo pueden significar una cosa: su instinto no se equivoca. No con Leo. Hay algo en él, quizás ese talante ligeramente narcisista limite mezclado con una obsesión casi enfermiza por el control, que la hacen desconfiar de su rostro aparentemente angelical. Porque si algo ha aprendido de Jano, el dios de la mitología romana, es que todo el mundo es capaz de tener dos caras. El rostro que muestran a los demás, siendo esa la percepción del yo que quieren trasmitir, y su verdadero rostro, la percepción auténtica de su ser, que en muchos casos, los asesinos, violadores y psicópatas, se esfuerzan en ocultar. Lo ocultan bajo una fachada aparentemente decente, sociable, carismática y encantadora. Ese es, por norma general y según su experiencia como analista, el perfil clásico de los criminales.

La pelirroja entra junto con su buena amiga y el padre de su bebé a la sala de interrogatorios número dos, donde han escoltado a Leo Humphries. Este alza el rostro, con sus ojos azules posándose en ellos. Pero para Cora, esos son ojos fríos, carentes de emociones, de empatía... Más parecen los ojos de un tiburón. Se mantiene sentado en la silla de la sala de interrogatorios, con su jersey blanco sobre la camisa verde, habiéndose remangado levemente los puños, con la espalda extremadamente recta en la silla. Casi parece un maniquí. Su expresión facial parece no indicar nada por unos segundos, hasta que frunce el ceño y baja las comisuras en una expresión apenada, casi arrepentida y culpable.

"Ah, ahí está... Es como si se le hubiera encendido una bombilla. Ahora, de pronto, al ver que vamos a empezar a hacerle preguntas, ha comenzado a interpretar su papel, como todo un actor de categoría. Pretende engañar a Alec y Ellie con su actuación... Pues lo siento mucho, Leo, pero no vas a engañar a una analista del comportamiento", se dice a sí misma, habiéndose sentado frente a él, con el hombre que ama a su lado, mientras que Ellie, como ya es costumbre cada vez que entra ella en la sala, se queda cerca de la pared, tras ellos, observándolo todo. "Veo que te pongo nervioso, a juzgar por cómo me evitas la mirada, decidiendo concentrarte en mis compañeros. Pues deberías tenerme miedo, Leo, porque no voy a dejar que me cueles ninguna mentira".

—Leo, vayamos directamente al grano, ¿de acuerdo? —la mujer de treinta y dos años decide ser ella quien inicie el interrogatorio para descolocarlo aún más, aprovechándose del ligero nerviosismo que ejerce sobre el muchacho—. Ian Winterman acaba de decirnos hace varios minutos que tú instaste el software espía en el ordenador de su mujer.

—Sí, sí es.

—Para que conste en la grabación —la analista chasquea levemente la lengua, antes de entrelazar sus manos, posándolas sobre la mesa de la sala de interrogatorios, notando al momento cómo el estudiante universitario desvía su mirada de ella, hacia sus manos, nervioso por su conducta tan directa—. ¿Admites haber instalado un software espía en el portátil de Trish Winterman?

—Ian me pidió que lo hiciera —su voz apenas cambia de tono al hablar, por mucho que intente aparentar que así es. Sus ojos están fijos en Alec, no en ella, mientras responde a la pregunta. Pero incluso bajo esa fachada de seriedad y de imperturbabilidad, hay grietas por las que se cuelan sus auténticas emociones. De ahí que, al responder a la pregunta, sus ojos pálidos y azules, que se mantienen fijos al frente, se desvíen momentáneamente arriba a la izquierda, accediendo a su memoria, y por ello, respondiendo con la verdad.

—Así que, ¿lo hiciste sin hacer preguntas? —intercede Ellie con un tono incrédulo.

—Sí —afirma el joven estudiante mientras asiente con vehemencia, habiéndose asegurado de no mostrar sus manos a los inspectores, manteniéndolas en todo momento bajo la mesa. Para la analista del comportamiento, es evidente que intenta esconder sus expresiones y gestos de ella. Se ha puesto en guardia. Y eso puede ser, o bien una ventaja, o una desventaja fatal—. Bueno, están casados... —intenta justificar sus acciones con el hecho de que, al habérselo pedido uno de los cónyuges, no debería haber problema, pero al momento de contemplar el rostro desencajado y nada conforme de la policía de cabello castaño y rizado, cambia de táctica. Traga saliva de manera consciente, siendo una táctica, según Cora, que le permite ganar unos segundo para pensar cómo actuar—. Pero... Sé que estuvo mal, y debería haber confesado antes —nuevamente vuelve su vista hacia el inspector de cabello castaño, tratando de apelar a su sentido del deber, a sabiendas de que a Hardy le gustan las personas que cumplen con su trabajo—. Pero no lo hice, porque no quise perjudicar a Ian —sus ojos se desvían momentáneamente abajo a la derecha, indicando que está accediendo a sus sentimientos, rememorando cómo quiso ayudar a Ian con sus problemas sin querer causarle ninguno más, por lo que, al menos de momento, su declaración es fidedigna—. Él me ayudó mucho cuando mi madre y mi padre se divorciaron. Es duro cuando solo tienes quince años —de pronto, por unos segundos, sus ojos se desvían abajo a la izquierda, denotando que está conversando consigo mismo, antes de posarlos nuevamente en los inspectores que tiene delante de él. Queda claro que acaba de preguntarse qué debe decir para inspirar compasión—. Él era mi profesor por aquella época, y sin él, estoy seguro de que me habría tirado a las vías del tren... —la pelirroja con piel de alabastro nota al momento que, al aseverar que se habría suicidado, niega imperceptiblemente con la cabeza, cometiendo un leve desliz en su interpretación, que le indica que no habría hecho esto, y que está mintiendo, adornando la verdad—. Lo pensé una o dos veces, pero él me escuchó y me ayudo, ¿saben? Me salvó... —sus últimas palabras parecen ser lo más fidedigno y real de la historia que ha contado, y se toma una pausa para respirar hondo, antes de encogerse de hombros—. Le debo mucho.

—¿Sobre qué más no estás diciendo la verdad, Leo? —cuestiona la veterana agente de policía de cabello castaño, quien ha puesto los ojos en blanco por unos segundos, habiendo advertido, al igual que su buena amiga, que el estudiante universitario está hablando demasiado y dando muchos detalles. Como respuesta a su pregunta tan brusca, leo traga saliva momentáneamente, tomándose unos pocos segundos para reflexionar.

"A ver con qué nos sales ahora, Leo... Porque he detectado ese narcisismo limite tuyo, y no te vas a librar de responder con la verdad. Te encanta ser el centro de atención, porque no has dejado de hablar en tu historia acerca de ti, pese a que las preguntas se centraban en Ian. Se te ha escapado por un segundo, pero yo lo he notado, a pesar de que, como ahora mismo, estés intentando mantener un perfil bajo", reflexiona Cora para sí misma, habiéndose dedicado a observar en todo momento el comportamiento no-verbal del muchacho, que le ha dicho tanto con tan solo unas pocas frases.

—Estuve un rato en la fiesta de Axehampton —admite, y sus ojos momentáneamente se tornan oscuros, o al menos eso es lo que le parece a la pelirroja de ojos celestes. Los desvía también arriba a la izquierda de manera imperceptible, indicando que, efectivamente sí que fue a la fiesta aquella noche. De pronto, el corazón de la analista se acelera: su primera hipótesis fue que las agresiones fueran estacionales porque el autor fuera un estudiante universitario, y ahora, Leo acaba de admitir que fue a la festa aquel sábado... ¿Podría ser una coincidencia? ¿O hay una verdad oculta más oscura detrás de sus palabras? En su experiencia las coincidencias no existen, y teniendo en cuenta que en muchas ocasiones se envuelve una mentira con la verdad para hacerla más creíble, está segura de que Leo sí que fue a Axehampton. Ahora queda por ver si puede relacionarlo con Trish Winterman, Laura Benson, y la tercera mujer—. Mi novia Danielle, ha pasado de mí, por pedirle que mintiera sobre dónde estuvimos.

Como respuesta a sus palabras, el rostro de por sí serio del inspector escocés de cuarenta y siete años se torna más severo. Es evidente que está rememorando las palabras de su futura mujer en el coche, hace varios minutos, y está seriamente considerando la posibilidad de que Leo pase a ser un sospechoso oficial.

—¿Tu novia también fue?

—Trabajó en Farm Shop con Cath hace tiempo, y la invitaron —responde a la pregunta de Ellie con convicción mientras asiente, aunque momentáneamente al momento de asentir con la cabeza para hacer énfasis en sus palabras, haga un gesto de negación—. La llevé a primera hora de la noche por eso estuve allí...

"Por lo que veo de su ademán, con sus ojos apenas parpadeando, esforzándose por convencernos de los hechos, además del sutil temblor de su labio inferior, del cual no se ha percatado, puedo ver que nos está mintiendo. Otra vez... ¿En serio, Leo? A estas alturas esperaría que me propusieras un auténtico reto", se exaspera la analista tras observarlo de manera concienzuda, antes de suspirar con pesadez, cerrando los ojos, apoyando su espalda en el respaldo de la silla. "De modo que, sí estuviste en la fiesta de Axehampton, pero al contrario de lo que quieres hacernos creer, no fuiste porque Danielle fuera invitada, sino por otra vía... Lo que me deja dos opciones: o bien conoces a alguien que fuera invitado allí, lo cual sería plausible porque eres quien vende las cuerdas azules, o bien, te colaste sin que nadie lo supiera, lo cual también es factible, pues con el ingente número de invitados, ¿qué es un extraño entre la multitud? Al final, cualquiera puede entrar en cualquier lugar si se sabe aprovechar el momento".

—Pero no se lo dije, porque tenía miedo —asevera, con su voz temblando aparentemente a voluntad, haciéndole adquirir una actitud arrepentida y temerosa—. Pensé que, si se enteraban de lo del ordenador, y de que había estado allí... —hace una pausa, antes de encogerse de hombros, mordiéndose el labio inferior en un gesto nervioso en apariencia, intentando, según Coraline, proyectar su inseguridad y miedo, algo que no es más que una máscara—. No sé... —traga saliva nuevamente, y a la analista del comportamiento empieza a agotársele la paciencia. Este chico miente nada más abre la boca—. Una violación es un asunto muy grave —incluso cuando menciona ese horrible hecho, sus ojos apenas expresan emociones, como si una violación fuera algo que les ocurre a los demás, algo de lo que es completamente ajeno. Casi parece como que no le afecta en absoluto—. Si mi padre se entera de esto, se me acaba el chollo —ahora demuestra la faceta del típico niño rico, que está acostumbrado a un cierto estilo de vida, y que de pronto, teme que se lo arrebaten—: el trabajo, mi casa... Todo —ahora su narcisismo brilla más que nunca, habiendo dejado traslucir que realmente la única persona por la que se preocupa, es él mismo—. Lo siento mucho.

"No me la cuelas, Leo... No te importa haber trastocado la investigación. No te importa haber involucrado a Ian en el caso. No te importa haber hecho que tu novia mienta por ti. Y no te importa nada de lo que está pasando. Solo te importa no perder tu nivel de vida, porque si no, no podrás seguir divirtiéndote como hasta ahora. Por no hablar, de que has estado mintiendo casi en la totalidad de tu testimonio, y pienso averiguar qué es lo que ocultas, pero por el momento, a menos que aparezcan nuevas pruebas, me temo que, para mi desgracia, no podemos retenerte aquí", piensa para sí misma la analista del comportamiento, antes de intercambiar una mirada con su buena amiga y su futuro marido, quien es el encargado de detener el interrogatorio, pues como ella misma ha aseverado en su mente, no hay nada más que puedan hacer por el momento.

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