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Capítulo 37 {2ª Parte}

Trish Winterman vuelve a estar en el jardín de su casa. Tras darse un baño relajante para calmar sus nervios tras la breve charla que ha mantenido con Leah, ha decidido seguir distrayéndose. Necesita ocupaciones para no pensar en nada, y mucho menos en lo que le pasó. No deja de preguntarse quién habrá podido ser, y por qué le ha pasado esto a ella. Mientras barre las hojas secas del jardín, siente cómo el sol, que está a punto de desaparecer por el horizonte para dar paso a la noche, calienta su rostro. Al menos, esto la ayuda a sentirse cálida, algo que parece evadirla desde la fiesta del sábado. Hace mucho desde que no se permite disfrutar de las pequeñas cosas, y el hecho de disfrutar de los rayos del sol incidiendo en ella, es un primer paso.

De pronto, una voz la saca de sus ensoñaciones, sorprendiéndola.

—¿Cómo estás? —cuestiona Ian, quien ha decidido ir a ver cómo se encuentra. No es el único motivo, pues desde su reunión con la policía esta misma mañana, está cavilando para sus adentros qué es lo mejor para todos. Ha decidido que, por el momento, va a empezar contándole a su mujer que instaló un software espía en su ordenador—. ¿O es una pregunta estúpida? —añade con un tono bromista, intentando que sonría. Antaño solía conseguir sacarle una sonrisa gracias a sus tonterías, y espera que siga siendo así.

La ve volver a barrer las hojas secas del jardín antes de suspirar, deteniéndose.

—Sí, bastante estúpida —confirma ella mientras asiente, dejando que una fugaz sonrisa aparezca en sus labios, antes de volver a barrer las hojas secas, intentando no mantener una conversación que, a todas luces, pronto podría volverse una discusión.

—¿Puedo pasar? —pregunta Ian mientras se ajusta el anorak azul marino, pues acaba de levantarse algo de fría brisa, haciéndolo estremecerse. Suerte que se ha acordado de ponerse una ropa más abrigada tras su reunión con los agentes—. Solo quiero hablar... —añade con un tono esperanzado, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón vaquero, en un gesto accesible—. Por favor.

Trish deja de barrer, y suspira con pesadez. Ahora mismo le hace falta algo de compañía y cercanía, y el que Ian haya aparecido en el momento justo para apoyarla, como antaño, es un alivio inesperado. Tras asentir lentamente, abre la cancela del jardín, dejándolo pasar a su propiedad. Él masculla un agradecimiento casi inaudible antes de pasar a su casa.

—¿Quieres un té? —le pregunta la mujer con el cabello teñido, con él asintiendo al momento, por lo que tras recibir su confirmación explícita, Trish se adentra en la casa.

No le ha permitido entrar, pues aún no sabe cómo va a desarrollarse su relación a partir de este punto, pero por lo menos, en este momento, parece que ambos quieren acercar posturas. Mientras entra a la cocina, se pregunta si debería dejar que Ian vuelva a casa. Cuando escucha el sonido de la tetera, sabe que el té está listo. Una vez lo sirve en dos tazas de cerámica, las sujeta por los mangos, llevándolas al exterior, al jardín, donde su marido ha permanecido de pie, sin traspasar los límites que ella colocó hace tiempo. Le alivia saber que, a pesar de todo lo que ha pasado, sigue respetándola, como mujer y como persona. Es justo lo que necesita sentir ahora. Que se la respeta y se la valora. Por un momento parece que se ha quedado perdida en sus pensamientos, por lo que se apresura en acercarse a Ian, entregándole la taza de té. Una vez hecho, se sientan en las escaleras del porche del jardín, observando el atardecer. Mientras le da un sorbo a la taza, la cajera de Farm Shop se coloca mejor la manta del salón sobre los hombros, para aislarse así de la fría brisa.

—Lo he hecho fatal, Trish, no puedo decir lo contrario —es la primera vez que la cajera de la tienda de comestibles escucha a Ian hablar así, con ese tono tan apenado. Hace tiempo, cuando le confesó que tenía una aventura, fue orgulloso y desconsiderado, pero no esta vez. No hay orgullo ni prepotencia en sus palabras. Sino cariño, arrepentimiento y nerviosismo. Son las primeras disculpas que le ofrece, y Trish debe admitir que, junto con el sabor del té, le saben muy dulces—. Vale... Yo... Eh... —lo ve tartamudear, por lo que arquea una de sus cejas. El Ian que ella tan bien conoce nunca ha tartamudeado al momento de hablar con confianza de un tema, de modo que sea lo que sea lo que vaya a decirle, es lo bastante impactante como para ponerlo nervioso. Dado que ha decidido ir hasta allí para sincerarse, para disculparse y acercar posturas sin gritarse a la cara, la superviviente de agresión sexual se mantiene silenciosa, escuchándolo y dándole tiempo para poner en orden sus ideas—. Pedí que instalaran un software espía en tu ordenador, y te he estado observando a través de la cámara web.

—¿Por qué se te ocurrió hacer algo así? —Trish está sorprendida, pero no molesta. Conoce a su marido lo suficiente como para discernir que no lo hizo en ningún momento con malas intenciones. Sí, admite que es algo rocambolesco hasta para él, pero sin duda, al menos así lo ve ella, está todo motivado por la preocupación que tiene por Leah y ella.

—Porque te echaba de menos —sus palabras son sinceras y cariñosas. A Trish le queda claro en este mismo instante que no ha dejado de quererla, y que, aunque sea tarde, finalmente se ha dado cuenta de que cometió un error al serle infiel—. Y porque... Jodí lo que teníamos, y mi vida desde entonces ha estado muy vacía —su arrepentimiento es veraz, y la cajera puede verlo en sus ojos y en sus palabras. Realmente quería volver a su vida, a ser una familia. La mujer con cabello teñido cierra los ojos con ironía: de todo lo que se le podía ocurrir a Ian para velar por ella, para saber si Leah y ella estaban bien... Y decide instalar un software para espiarlas. Tan protector y rarito como siempre. Pero es lo que hizo que se enamorase de él la primera vez que lo conoció—. Hay una abismo donde antes estabas tú —expresa, rememorando cómo en todo este tiempo junto a Sarah, no ha llegado a sentir en ningún momento la misma intensidad de sentimientos que con su mujer. De hecho, y ahora solamente se percata de ello, pasaban más tiempo discutiendo que hablando o diciéndose palabras cariñosas. Sin duda, no era una relación sana. La profesora no llegaba a comprenderlo del todo. Intentaba minar su autoridad, y moldearlo conforme a lo que ella quería que fuera. Pero Trish nunca hizo ni haría eso. Ese es el detalle exacto que las diferencia: Trish lo quería, puede que aún lo quiera, como el hombre que es, con sus virtudes y defectos, mientras que Sarah quería cambiarlo, sin aceptar quién es en su fuero interno—. Solo quería verte, estar contigo —le revela, mirándola a los ojos con extremo arrepentimiento y cariño, rezando, porque su mujer aún tenga un resquicio de compasión por él, permitiéndole enmendar todo el daño que le ha hecho.

—Oh, Ian... —no es capaz de musitar nada más que eso, procesando ahora todo lo que le ha contado. Todo lo que ha hecho ha sido porque, se ha dado cuenta de que realmente la quiere, a Leah y a ella, y que ha cometido un terrible error dejándolas. No sabe si debe permitir que vuelva a casa, pero se dice que, al menos puede intentar arreglar su relación. Primero, pueden empezar como amigos, podría pasar alguna tarde en la casa, o cenar con ellas. Y después.... Ya se verá. El tiempo lo dirá.

—Me arrepentí, e intenté quitarlo —le dice en un tono alarmado, preocupado porque no diga nada más, preocupado porque vaya a rechazar acercar posturas—. Pero la policía lo descubrió, y me confiscó el ordenador —en su mente aún está grabada la conversación que ha mantenido con los agentes, especialmente el momento en el que la Inspectora Harper se le ha encarado, diciéndole las verdades a la cara. Tiene razón, al fin y al cabo: ¿cómo puede seguir ocultando quién instaló el software, cuando su mujer es la víctima de una violación? Debe hacer lo correcto, sobre todo si quiere arreglar las cosas—. Prefiero que te enteres por mí, que por ellos...

En ese preciso momento, Leah, que se ha vestido para salir de casa, aparece por la puerta que conecta la sala de estar con el jardín trasero. Ha ido a buscar a su madre para la reunión de esta noche a las 20h, pues faltan unos cinco minutos. Deben darse prisa si quieren llegar a tiempo. Al llegar al porche del jardín trasero, la estudiante se sorprende gratamente de ver a su padre allí, sonriendo fugazmente al ver que, por una vez, está hablando con su madre sin discutir, como ya era costumbre desde hace tiempo.

—Papá, ¿qué haces aquí? —cuestiona, sorprendiéndolos a ambos, provocando que el profesor se levante del escalón, aún con la taza de té en la mano, observándola con las mejillas encendidas por la vergüenza. Está claro que ha interrumpido un momento íntimo entre ambos. Lo ve intercambiar una rápida mirada con su madre. Leah no puede ocultar la ligera alegría que la invade al percatarse de que están intentando limar asperezas—. Mamá, ¿estás bien? —apela a su progenitora, quien se ha mantenido silenciosa, aun observando a su marido con cierta compasión y ternura, como si fuera la primera vez que lo viera realmente como es: con sus virtudes y defectos, como cuando lo conoció—. Lamento interrumpiros, pero esto tendrá que esperar —asevera con un tono lleno de determinación y autoridad—. Vamos a dar un paseo.

—¿Qué? —Trish está atónita. No entiende cómo su hija pretende que salga a la calle tras todo lo que ha pasado, especialmente con un agresor sexual suelto—. No, no, no...

—Claro que sí.


Son las 20h. Ha anochecido por completo, con todo el pueblo habiéndose oscurecido, siendo únicamente iluminado por las luces de las farolas, o de las luces que cuelgan entre los edificios. Es una noche fría, con un viento gélido que pretende disuadir a cualquiera de salir a la calle. Sin embargo, la calle pronto se llena. Múltiples pasos recorren sus silenciosas calles, llevando con ellos el sonido de una determinación voraz. Los grupos de personas que se dirigen ahora con pasos rápidos hacia la comisaría de Broadchurch, en su mayoría mujeres, con la excepción de algunos hombres, caminan juntos, arrejuntándose para impedir que ninguna persona se quede aislada, vulnerable. Abuelas, madres, hijas, tías, nietas... Todas ellas van de la mano, acompañándose en completo silencio hasta su destino. Trish llega entonces con Leah, quien la toma de la mano, instándola a seguir a la marejada de personas que caminan lentamente pero con decisión. Madre e hija siguen a las multitudes, contemplando cómo todas ellas se apoyan, tomándose de la mano, e incluso abrazándose mientras caminan.

En mensaje que se ha difundido en Twitter como la pólvora ha calado hondo en todas ellas. Es el momento de reunirse, de protestar de manera silenciosa pero simbólica. Las mujeres no tienen por qué tener miedo, solo por el hecho de ser mujeres, igual que cualquier colectivo minoritario. No tienen que sentirse aterradas por el mero hecho de querer ir solas por la calle. Porque no han hecho nada malo. No lo hacen. Y nunca lo harán. Los que intentan censurarlas, apartarlas, negarles la libertad, son las personas, por desgracia en su mayoría hombres, que se creen por encima de ellas, intentando subyugarlas. Es el momento de clamar a los cuatro cielos un mensaje que debería ser escuchado y respetado por cualquiera, independientemente de su género, raza, orientación o sexo: «¡YA BASTA!».

Beth Latimer ha acudido a la manifestación de esta noche junto a su hija, quien se ha asegurado de llevar con ella a la hija del Inspector Hardy. Las muchachas aún no se han dado cuenta de este detalle, pero no ha pasado desapercibido para la asesora en delitos sexuales, que no se sueltan las manos. De hecho, y esto la hace sonreír con ternura al verlo, Chloe le propina un apretón a la otra muchacha de cabello rubio y ojos azules, antes de acariciarle el dorso de la mano. No pensó que volvería a ver a Chloe tan contenta con estar junto a otra persona desde que Dean rompió con ella. Le alegra ver que puede ser feliz, incluso si es con una persona de su mismo sexo. Al fin y al cabo, eso es totalmente secundario. No importa. Beth incluso sería feliz si Chloe decidiera que no le gusta nadie. Porque lo que le importa, es que sea feliz. Y en parte, que haya decidido ser más abierta en este preciso momento, en esta reunión, es lo adecuado, pues, ¿cuál es la finalidad de esta reunión? Protestar por la libertad de cada uno a vivir, a hacer lo que quiera, sin que tengan que sentirse juzgados, censurados, apartados, o agredidos. Porque las elecciones y los derechos de cada persona, de cada ser humano, deben ser respetados. Siempre. Y ahora, es el momento de demostrarle a ese agresor sexual de pacotilla, sea quien sea, que no los van a hacer caer. No van a conseguir desmoralizarlos. Porque volverán a levantarse.

Cuando Trish pasa junto a ella, habiendo entrelazado su brazo derecho con el izquierdo de Leah, se permite dedicarle una sonrisa, que Trish corresponde con una llena de aprecio. Al ver que sigue su camino, asiente con la cabeza, antes de seguir conversando con su hija.

La cajera de Farm Shop desvía su mirada celeste entonces a las escaleras de la comisaría de Broadchurch, donde puede ver a los inspectores que llevan su caso. La Inspectora Miller le dedica una sonrisa orgullosa y apreciativa, feliz de verla en esta reunión multitudinaria para enfrentarse simbólicamente a su agresor. Por otro lado, a su izquierda, se encuentra el Inspector Hardy, quien se ha aproximado muchísimo a la Inspectora Harper. Trish no puede asegurarlo, pero está por jurar que ambos se han dado las manos detrás de la espalda, a pesar de que intenten mantener una actitud profesional. Intercambia una mirada con la taheña analista del comportamiento, quien le dedica un gesto de asentimiento a modo de apoyo, llegándose a percibir en sus ojos que está realmente orgullosa de que haya decidido acudir al encuentro. Por último, a la derecha de la Inspectora Miller, la superviviente de la agresión sexual contempla a una mujer de cabellera rubia y ojos azules, vestida con una camisa azul celeste, unos vaqueros, deportivas y una gabardina blanca. No sabe exactamente quién es, pero puede ver en sus ojos el mismo miedo y el mismo desazón que ella ha visto tantas veces antes en días posteriores, al mirarse al espejo. Inmediatamente sabe quién es solo con percatarse de ese detalle: una de las mujeres a las que su agresor violó antes que a ella. Ambas se miran y se sonríen tímidamente, pues es la primera vez que se encuentran, pero desde este momento, saben que algo las ha unido.

—¿Has sido tú? —cuestiona la mujer de cuarenta y nueve años, habiéndose vuelto hacia su hija, al rememorar lo concentrada que parecía hace unas horas, tecleando en su ordenador. Acaba de percatarse de que Leah es una estudiante brillante, que apenas necesita repasar unos apuntes de teoría para ponerse al día con la materia—. ¿Has organizado todo esto?

—No va a ganar, Mamá —le asegura la muchacha con el cabello negro mientras niega con la cabeza, decidida a devolverle a su progenitora la alegría y la determinación, que parece haber perdido por culpa de ese monstruo—. No deberíamos tener miedo —al momento, contempla como los ojos azules de su madre se tornan vidriosos, con una sonrisa orgullosa haciendo acto de presencia en sus labios. No puede creer que su niñita haya crecido tanto, y ahora sea una mujer hecha y derecha.

En ese preciso momento, los ojos pardos de Leah se posan en una persona que se ha acercado a ellas con lentitud y algo de nerviosismo, por lo que le hace un gesto a su progenitora con la cabeza hacia su espalda, provocando que se dé la vuelta. Allí, de pie, con el rostro arrepentido y suplicante, está Cath Atwood. Trish traga saliva, preparándose para una nueva pelea con su amiga, pero al contrario de lo que esperaba, la rubia no alza la voz, sino que se mantiene callada por unos segundos, antes de dirigir la mirada al suelo.

—Perdóname.

Son las palabras que la cajera de cabello teñido de carmesí debería haber dicho primero, pero saber que su amiga, que tanto la ha apoyado y la quiere, está ahora disculpándose por cómo reaccionó, por las palabras tan horribles que le dijo, es lo que necesita para empezar a recomponerse poco a poco. Al fin va recuperando el control de su vida. Además, está harta de no tener a su mejor amiga a su lado. Deja escapar una sonrisa nerviosa, sintiendo que se le humedecen los ojos al contemplar a Cath.

—Solo si tú me perdonas a mí.

Cath asiente en silencio, con una sonrisa suave y llena de alivio extendiéndose por su rostro. A los pocos segundos, Leah llama la atención de ambas hacia el conglomerado de personas cerca de la comisaría, y todas ellas se quedan maravilladas al contemplar lo que hay frente a sus ojos: todas las mujeres, incluyendo algunos hombres, que han acudido a la cita de las ocho de la noche, han alzado sus manos al cielo, con sus teléfonos móviles y las linternas encendidas. Pueden verse multitud de puntos de luz que se pierden en la distancia, con la gente del pueblo incluso estando presente en el puerto y en la playa. Todos ellos están mostrando su apoyo, no solo a Trish, sino a todas las personas que, en algún momento de sus vidas, se hayan sentido inseguras por salir a la calle. Porque nadie debería sentirse así en ningún momento de su vida. Ni ahora, ni nunca.

En cuanto Cora presencia cómo todos los asistentes a la reunión alzan sus teléfonos móviles, encendiendo sus linternas, iluminando la plaza de la comisaría, el puerto, y la playa con sus blancas y puras luces, siente que un escalofrío involuntario la recorre. Es como volver a presenciar la despedida que se le hizo a Danny aquel día, hace ya más de tres años. Como respuesta a su estremecimiento, siente cómo su querido Alec rodea su espalda con su brazo izquierdo, atrayéndola hacia su pecho, propinándole un cálido y cariñoso abrazo, sin importarle siquiera si todos los allí congregados los ven. Ella sonríe levemente al sentir su ternura, sintiéndose arropada en su protector abrazo. A lo lejos puede ver a Katie Harford, quien también alza su teléfono móvil, añadiendo su luz a la multitud de linternas que se han encendido en este momento. Ve a Lindsay Lucas, también allí, apoyando a Trish y a las demás supervivientes. Y en medio de todas ellas, ve a Maggie Radcliffe, asegurándose de grabarlo todo para enviárselo a Nadia, y así, escribir un fantástico artículo acerca de la resiliencia de los habitantes de Broadchurch.

Mientras Beth más contempla las luces que se alzan a su alrededor, más siente un nudo en la garganta. De pronto, es consciente de que se le llenan los ojos de lágrimas debido a ello, pues es un simbolismo increíble: las luces, que guían hacia la calidez y la seguridad, que sirven para alumbrar hasta la más siniestra oscuridad, las mismas que antaño guiasen a Danny hacia su lugar de descanso final, ahora iluminan las calles del pueblo para brindar algo de luz al futuro. Para brindarles la esperanza de que, conseguirán atrapar al agresor que lleva atemorizando a la comunidad de la costa de Dorset desde hace más de dos años. Las luces también les dan la esperanza de que, con suerte, el día de mañana será mejor.

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