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Capítulo 36 {2ª Parte}

Alec y Ellie salen de la sala de interrogatorios número uno de peor humor del que han entrado, y se dirigen a la sala de observación en la que se encuentra la pelirroja de ojos azules. En cuanto el escocés abre la puerta de la estancia, es recibido por un caluroso y cariñoso abrazo por parte de su prometida, quien a su manera, quiere agradecerle sus palabras y su lealtad, además de intentar tranquilizarlo. Sabe que el interrogatorio los ha puesto a ambos tensos, y no quiere que él se sienta mal por ello. No quiere que él se sienta mal por ser un hombre capaz de proteger a las personas que ama. Es más, ella lo ama por ello.

Alec inmediatamente corresponde el cálido abrazo que lo envuelve, colocando sus brazos alrededor del cuerpo de Cora, y fundiendo su frente con la de ella. Ambos sonríen, y sus labios se juntan en un beso, antes de que él pueda decir nada. Lo único que necesitan es un momento de tranquilidad, para poder relajarse después de un interrogatorio tan estresante.

—No sé lo que he hecho para merecerme este recibimiento —comenta el hombre con cabello y vello facial castaño en un tono ronco, una vez los labios de su querida novata se separan de los suyos—. Pero, sea lo que sea, estoy seguro de que quiero repetirlo.

La joven sonríe al escuchar sus palabras, y a continuación, lo abraza con más fuerza aún. No sabe cómo es posible, pero cada vez lo ama más. Lo ama porque es un buen hombre, un hombre justo, capaz de proteger a aquellos que le importan, y de amar incondicionalmente. Puede que sean las hormonas del embarazo las que la hacen pensar así, pero no importa.

—Es un agradecimiento, por cómo te has desenvuelto en el interrogatorio... —le revela, haciéndolo sonreír con ternura—. Y por cómo me has llamado —se ruboriza al decir aquello, pero es incapaz de evitarlo. Su cariño por él es tal, que un simple comentario de su parte, un gesto de cariño, basta para que su corazón se acelere y su cuerpo se llene de calor.

—Oh... —solo entonces Alec se da cuenta de que ha apelado a ella como «su mujer» ante Jim Atwood. Supone que, debido a la frustración que lo ha invadido en ese momento, al hecho de querer aseverar que haría lo que fuera por protegerlas a ella, a Daisy y al bebé, se ha dejado llevar por sus emociones, y ha dicho las primeras palabras que se le han venido a la cabeza—. ¿No te ha molestado? —le pregunta con un tono dubitativo, pero al verla sonreír de esa manera que adora, sabe que no ha sido así.

—No, no me ha molestado en absoluto —le asegura, acercándose a él y tomando su cara entre sus manos en un gesto lleno de intimidad—. Todo lo contrario —susurra, antes de sellar sus labios en un tierno y cariñoso beso, que él corresponde al momento, rodeando nuevamente su cintura con sus brazos para acercarla a él—. Pero, ¿por qué no lo dices de nuevo?

—Yo... —el hombre de cabello castaño carraspea, pues no puede disimular su vergüenza ante tal petición. Ella es la única persona capaz de hacerlo sentir así, de hacerlo perder la compostura con solo una mirada. Es más, está seguro de que ni siquiera tiene que hacer nada para hacerlo enloquecer—. Como quieras... —finalmente accede con una sonrisa confiada, habiendo recuperado la compostura.

Ninguno de ellos ha reparado en la presencia de Ellie en la estancia, pues están absortos en su propio mundo. En un mundo donde solo existen ellos dos.

El Inspector Hardy se inclina hacia la joven con ojos celestes, y en un susurro, pronuncia unas pocas palabras que hacen estremecerse a Coraline de pies a cabeza, instantes antes de alejar su rostro de su oído izquierdo. Cuando lo hace, la analista de piel de alabastro lo mira con ojos brillantes y pestañeos lentos, habiéndose sonrojado incluso más que la tonalidad de su cabello. A continuación, le sonríe de oreja a oreja, antes de apresurarse a brindarle un beso en la mejilla, mientras acaricia suavemente sus cabellos castaños con los dedos. Está más que satisfecha porque haya accedido a su petición.

De pronto, consciente de la mirada cómplice y divertida de Ellie, se aleja de él.

—Por mí no os cortéis —comenta la mujer trajeada con un tono divertido, cerrando la puerta de la sala de observación. Observa cómo los futuros cónyuges se sonrojan al unísono, haciéndola sonreír de forma cariñosa. Es evidente que ambos se quieren mucho—. Dinos, ¿has podido analizar algo de Jim Atwood en este interrogatorio? —la castaña de cabello rizado decide enfocar su atención nuevamente en el trabajo, para evitarles una mayor incomodidad y vergüenza a sus amigos, algo que éstos inmediatamente agradecen mentalmente.

—Bueno —Cora carraspea, concentrándose nuevamente en su trabajo—, sigue sin tener una coartada plausible para las agresiones a Laura Benson y la tercera superviviente; sabemos que arregló el coche de Laura Benson y que la llevó a su casa, lo que le dio la oportunidad de conocer exactamente dónde vivía; hemos conectado la presencia de condones en su coche, los cuales compró la noche de la fiesta, con la camarera con la que se acostó esa misma noche; sabemos que Trish se negó a acostarse con él, de modo que probablemente, para aliviar su frustración, fuera a acostarse con la camarera... —resume rápidamente los puntos importantes que se han tratado en el interrogatorio, contemplando que el hombre que ama y su mejor amiga asienten al unísono. Tras hacerlo, es el momento de que la joven de treinta y dos años desvele aquello que ha analizado en el sospechoso—. Jim es un hombre adúltero por naturaleza, que mantiene relaciones sexuales prácticamente por el mero hecho de satisfacer sus impulsos más primarios. Tampoco tiene una moral demasiado definida, lo que se deduce por cómo no le importó echar al traste la relación de su mujer con Trish, al acostarse con ésta última la misma mañana del cumpleaños de Cath. No obstante, considero que aún hay que seguir investigando —concluye con un tono de voz serio, ya que hay algo que aún no termina de encajar—. Por cómo ha desviado los ojos arriba a la derecha levemente al preguntarle si se acostó con la camarera esa noche, he deducido que no ha sido así. Hay algo en esa declaración que no casa con la verdad de lo que sucedió esa noche. Tenemos que encontrar a la camarera y hablar con ella, preguntarle si realmente tuvieron sexo —revisa su libreta de análisis, donde ha apuntado todo aquello que ha ido notando durante el interrogatorio—. Según mis datos, se llama Cheril Walker.

—Después de la reunión de esta noche a las 20h iremos a su casa a hablar con ella —decide el inspector de cabello castaño en un tono sereno, no habiendo despegado sus ojos de su prometida, a quien contempla guardar su libreta en el interior del bolsillo de su chaqueta de trabajo—. Pero antes... —se interrumpe cruzándose de brazos, antes de intercambiar una mirada cómplice con Ellie, quien asiente de manera imperceptible—. Tenemos que hablar, Coraline.

Inmediatamente, como respuesta a su tono de voz tan serio y al hecho de que haya usado la forma completa de su nombre, la pelirroja posa sus ojos en él, arqueando una de sus cejas en un movimiento claramente nervioso. No sabe qué ha podido hacer para que Alec cambie su talante de esta manera tan imprevista. Pero sea lo que sea, no tiene claro si le gusta. Y ha usado esas tres palabras que nadie quiere escuchar en una relación...

—¿D-de qué quieres hablar? —le pregunta en un tono claramente nervioso, sin evitar sentir un escalofrío de miedo al ver la expresión de su prometido. No ha visto una mirada tan seria en su rostro, desde el día en que supo que Joe Miller había sido el responsable de su violación cuando era una adolescente. Sin duda, aquello de lo que quiera hablar es en extremo grave.

—Desde hace varios días te hemos notado nerviosa, distraída, y pareces más irascible que de costumbre —comienza a explicar Ellie en un tono claramente preocupado por ella, mirándola a los ojos, antes de posar una de sus manos sobre su hombro, en un gesto cariñoso de complicidad.

—Al principio lo achacamos al embarazo, pero luego empezamos a notar cómo actuabas en la comisaría, lo que nos llevó a pensar que quizás algo te preocupara o te molestara. Y, después de lo ocurrido hoy en el interrogatorio de Ian Winterman... —se interrumpe, sin saber cómo continuar. No quiere ser demasiado brusco, pero tampoco quiere mentirle. Lo que acaba de decirle, con todos sus eufemismos, es que creen que les está ocultando algo—. Escucha Lina, no quiero que te sientas atacada, pero queremos saber qué te traes exactamente entre manos con la Comisaria Stone.

En cuanto escucha aquello, la joven de treinta y dos años no puede evitar abrir los ojos como platos, y apartar su mirada de ambos policías de inmediato. No puede creer lo que acaba de escuchar. ¿Cómo se han dado cuenta de eso? Se había prometido a sí misma que no les diría nada, que les ocultaría la verdad hasta que la operación con la Interpol de mañana terminara, pero ahora está claro que no podrá evitarlo. No puede mentirles más.

—Yo no... No sé... —se interrumpe, sin saber cómo continuar. No sabe si decirles la verdad, o negar todo. No quiere que ellos se entrometan, pero tampoco puede permitir que sus amigos y la Comisaria Stone vayan por su cuenta, y que corran peligro. No puede permitirlo—. No sé de qué estáis hablando.

—Lina... —susurra Alec, acercándose a ella tras comprobar que esquiva sus miradas, tomando su rostro entre sus manos, dejando que sus pulgares se deslicen sobre sus mejillas en un gesto cariñoso. La joven, sin embargo, se aleja de él, apartando suavemente las manos de su prometido de su cara. No puede permitirse dejarse llevar por el calor de sus manos, por su mirada, por la ternura de sus palabras—. Éramos conscientes de que te inquietaba algo, y que no querías decírnoslo, pero después de lo que hemos visto hoy, estamos convencidos de que es algo lo suficientemente peligroso como para hacerte cambiar de ánimo —es evidente que ha estado muy atento a todo lo que le concierne, y no es de extrañar, estando ella embarazada. Por un momento, La mentalista debe felicitarlos internamente por cómo han vigilado sus pasos, habiéndolos interpretado correctamente—. Yo... Nosotros... —se interrumpe, dudando de sí mismo, antes de suspirar con pesadez—. Ellie escuchó parte de vuestra conversación el otro día —le revela entonces, con un tono de voz algo más bajo, al ver la mirada de incredulidad que su prometida de pronto posa en él—. Sabemos que tiene algo que ver con la Interpol.

La joven de treinta y dos años no puede evitar abrir los ojos como platos al escuchar aquello, y apartar la mirada de ambos de inmediato. No puede creer que ellos sepan de su plan, de la operación, y que hayan estado esperando al momento oportuno para comentárselo. No sabe qué decir, o qué hacer. No puede permitirles que se metan en esto, y que corran peligro, como bien se lo dejó claro a Ava, pero tampoco soporta la idea de mantenerles al margen, porque sabe que ambos están preocupados por ella, y que solo quieren protegerla.

—No puedo —susurra la joven de treinta y dos años, apartando aún más su cara de la de Alec. No quiere dejarse llevar por sus emociones. No quiere permitir que sus sentimientos se interpongan en su trabajo. Por esta vez, al menos—. No puedo decíroslo.

—¿Por qué? —le pregunta la mujer de cabello rizado, acercándose nuevamente a ella, y acariciando suavemente su espalda, en un gesto tranquilizador. La joven, sin embargo, sigue sin responder—. Cora, por favor —añade, tomando la mano de la joven entre las suyas, y acercándose a ella para que sienta su calor—. Queremos ayudarte... —le asegura, en un tono de voz claramente suplicante, no queriendo que ella siga negándose a contarles la verdad.

—No puedo —susurra ella, intentando no derramar una sola lágrima. No quiere que ellos se entrometan, y que corran peligro, y tampoco quiere perder la confianza de la Comisaria Stone, pero tampoco soporta la idea de mantenerlos al margen. No puede evitar sentirse dividida entre ambos mundos.

—Por favor —le ruega Alec, acercándose a ella, y pasando sus brazos por su cintura, sintiendo cómo su cabello cae por su espalda. La joven, sin embargo, sigue sin responder, y no puede evitar sentirse atrapada entre sus brazos, entre la protección que le brindan, y la sensación de estar en peligro de ser descubierta. No sabe qué hacer—. Coraline, por favor —añade, en un tono de voz algo más bajo, al ver que ella sigue intentando alejarse de él—. Dijimos que no había más secretos entre nosotros, ¿recuerdas? —le pregunta, con una sonrisa cariñosa.

—No te metas en esto —le suplica la joven de treinta y dos años, dejando caer sus manos sobre el pecho de su amado, donde, a través de sus palmas, siente como su corazón le late con fuerza. No puede permitir que él se entrometa en esto, pero tampoco soporta la idea de hacerlo enfermar de preocupación—. Alec, te lo ruego...

—Lina —le susurra el inspector de cabello castaño, acariciando una de sus mejillas de manera cariñosa, con una sonrisa en sus labios. No puede evitar sentirse cautivado por su belleza, por su mirada, por su esencia. No soporta la idea de que ella siga apartándose de él, de que siga negándose a decirles la verdad—. No puedes esperar que nos quedemos aquí de brazos cruzados y te dejemos trabajar, sabiendo que corres peligro —le asegura, en un tono de voz claramente serio, sintiéndose abrumado por su preocupación por ella. No puede permitir que la Comisaria Stone la utilice como cebo, sin saber que eso es exactamente lo que pretende hacer—. Por favor, querida, confía en nosotros.

La joven de treinta y dos años no puede evitar cerrar los ojos al escuchar aquellas palabras, sintiendo cómo la protección que él le brinda la envuelve en un abrazo cálido, y la reconforta. No querría estar en ningún otro sitio. No soporta la idea de perder ese momento de tranquilidad, de felicidad, pero tampoco puede permitirse el mantenerlos durante más tiempo en la oscuridad, de modo que suspira pesadamente antes de asentir.

—Está bien —susurra, sintiéndose aliviada al ver la sonrisa que surge en sus labios, y la forma en que la abraza con más fuerza—. Voy a contaros toda la verdad, pero antes de eso... —hace una pausa, separándose de él, para sacar una foto del bolsillo de su chaqueta de trabajo, y entregársela al inspector de cabello castaño. Él, sin embargo, posa sus ojos en ella, arqueando una de sus cejas de manera interrogativa. No entiende por qué necesita enseñarle esta fotografía, pero tampoco piensa hacer ninguna pregunta. Deja que ella siga hablando, sabiendo que lo descubrirá en cuanto lo haga—. Mira esta foto —le pide, en un tono de voz claramente serio, tras ver la mirada interrogativa que surge en sus ojos. Alec no puede evitar hacer lo que ella le pide, y contempla la imagen de un hombre eslavo, de piel clara, con una cicatriz que recorre todo su rostro—. ¿Sabes quién es? —le pregunta entonces, y él niega con la cabeza, con Ellie habiéndose acercado a ellos para ver también la fotografía—. ¿Ell? —ella también niega con la cabeza—. No es de extrañar... —suspira pesadamente, sin evitar sentirse frustrada por ello—. Vamos —añade, guardando la fotografía en su chaqueta, antes de comenzar a caminar fuera de la estancia—. Tenemos que ir al despacho de Ava y hablar con ella...

La joven de treinta y dos años no puede evitar sentirse aliviada al ver que ambos la siguen sin hacer preguntas, y sin decir una sola palabra. Esperaba acabar con la operación de mañana sin tener que decírselo, pero el destino ha sido caprichoso esta vez, y ha dado al traste con sus intenciones. En realidad, puede que le haya hecho un favor. No quiere tener que mantenerlos al margen, y en cierto modo, tal vez ellos puedan ayudarla a terminar esto, de una vez por todas.


Katie Harford se ha desplazado hasta la casa de su padre. Sabe por los rumores y cuchicheos en el pueblo, que la policía acaba prácticamente de soltarlo. Ha intentado contactar con él desde hace varias horas, llamándolo al teléfono de su casa, así como a su móvil, pero no ha obtenido respuesta. Después se ha desplazado a la tienda, pero no se encontraba ahí. De hecho, ni siquiera la ha abierto al público. De ahí que haya decidido ir en su busca. Necesita cerciorarse de que este caso no se malogra, de que Trish y las demás supervivientes obtienen la justicia que se merecen, atrapando al cabronazo que les ha hecho todo esto. Y por qué no admitirlo: quiere intentar arreglar las cosas. Resarcirse por sus meteduras de pata de novata. Se apea de su coche mientras vuelve a marcar el número de Ed. Nuevamente, escucha los tonos de llamada, pero no descuelga. Mientras camina hacia la casa de su padre siente un escalofrío, preguntándose si se encuentra bien. Le sorprende ese nuevo ramalazo de preocupación, pero se dice que, ahora que han empezado a arreglar su relación, lo más lógico es que sienta eso. No obstante, no puede dejar de preguntarse si su padre habrá hecho algo drástico. Al fin y al cabo, cree haber oído que Alec Hardy le ha prohibido contactar ni ver a Trish o a algún miembro de su familia. Y teniendo en cuenta que Ed ama a Trish...

Mira a su alrededor para ver si ve su coche, pero no lo encuentra. No quiere llamar a la puerta, ya que no quiere que le pille por sorpresa. Así que decide dar una vuelta por la casa, para comprobar si está en el jardín trasero o en la cochera. Si está en uno de esos lugares, sin duda lo oirá. La cochera está cerrada, pero la luz de la cocina está encendida. Katie cuelga el teléfono antes de suspirar pesadamente. Se acerca a la puerta principal y mantiene el dedo presionado sobre el botón del timbre. Lo mantiene ahí durante un minuto aproximadamente, pero no acude nadie a abrir la puerta. Mordiéndose el labio inferior, saca una copia de las llaves de la casa, que Ed le hizo hace tiempo. Tiene la sensación de que lo que va a ver a continuación no le gustará nada. Abre la puerta principal sin miramientos, y atraviesa la sala de estar hasta llegar a la cocina.

Encuentra a su padre sentado a la mesa. Hay una botella de whisky sobre ella, y tiene un vaso de cristal medio lleno en su mano derecha. La botella apenas está empezada, pero por cómo le apesta el aliento, lleva un buen rato bebiendo. Katie lo observa en silencio, tratando de no mostrar la repulsión que siente. Nunca le ha gustado el alcohol, y mucho menos ver a su padre en estado etílico. Ed no se da cuenta de su presencia, y Katie supone que es mejor así. No obstante, siente que debe decir algo.

—¿Papá? —pregunta Katie, acercándose a él con pasos cuidadosos.

—Les dijiste que era violento... —la acusa en un tono bajo, sin siquiera dignarse a mirarla, notando cómo se ha acercado a él por la espalda, quedándose de pie junto a él.

Katie siente una mezcla de vergüenza, asco y rabia. No puede creer que su padre esté bebiendo tras lo ocurrido. No puede creer que se atreva a echarle la culpa a ella después de todo lo que ha hecho.

—Sí, porque me prometiste que no tenía que preocuparme porque hubieras estado en la fiesta —responde Katie, intentando controlar su voz, aunque es evidente que le está costando.

—Y así es... —admite Ed, con total convencimiento.

—Has estado acosando a la mujer a la que violaron —insiste Katie, sin poder evitar que su voz se eleve. No puede creer que su padre no le mencionara ese detalle. Si lo hubiera llegado a saber, se lo habría comunicado a sus superiores en el momento, en vez de guardarse la información sobre su parentesco. No la habrían apartado de la investigación de no ser así.

—No es así —insiste él en un tono férreo, pues según su perspectiva, no es acoso. Es amor. Lo que él siente por Trish no es una obsesión malsana. Se preocupa por ella. Quiere que esté a salvo, bien. No puede permitir que le hagan daño, y si tiene que protegerla a costa de su propia vida, lo hará.

—Nunca es así, ¿verdad? —ironiza con un ligero tinte de rencor, rememorando cómo su padre le fue infiel a su madre incluso cuando estaba moribunda, a punto de exhalar su último aliento—. Nunca es culpa tuya —añade, sin poder evitarlo, amonestándolo—. Me has hecho perder mi trabajo —le espeta, sin poder controlarse, cuando lo que realmente quiere hacer es abofetearlo. Quería reconciliarse con él, pero sus actos y sus palabras lo están haciendo todo mucho más difícil.

—No tienes ni idea de cómo te afectará esa vida... —asevera el hombre de fuerte complexión en un tono apático, pues nunca quiso que su hija formara parte de las fuerzas de la ley y el orden. Ha tenido muchos amigos que han visto sus vidas malograrse, y no quería que a su pequeña le pasase lo mismo—. Siempre me he esforzado al máximo —comienza a decir, rememorando cómo de duro ha trabajado durante toda su vida—. Si he fallado, o fracasado... He intentado arreglar las cosas.

Katie cierra los ojos con melancolía, reconociendo que, efectivamente, su padre ha sido un hombre trabajador, cariñoso y bueno, aunque haya cometido errores, habiéndose equivocado en multitud de ocasiones. Pero eso es precisamente lo que admira de él: la fortaleza y la determinación de seguir adelante. Y es cierto que siempre que ha cometido un error, ha intentado solucionarlo. Siempre ha estado ahí para ella, incluso cuando su relación apenas era de conocidos.

—Papá —es la primera vez en años que siente que la palabra le sale sin esfuerzo de la boca, con el cariño y la cadencia con la que debería ser pronunciada—. Si hay algo que aún no me hayas contado a mí, o a la policía, este es el momento... —le ruega, pues necesita saber si ha cometido algún error. Necesita saber si existe alguna otra explicación para todo esto—. Por favor, no me ocultes nada más.

Ed Burnett se mantiene en silencio, rememorando en su mente la noche de la fiesta. La noche en la que salió a los terrenos de la Casa Axehampton. La noche que lo cambió todo para él. Lo siente profundamente, pero sabe que no tiene otra opción. Ha metido a su hija en esto. Ha mancillado su reputación y su trabajo. Y ahora debe hacer lo correcto. Debe decir la verdad.


Lindsay Lucas está en la sala de estar. En sus manos se encuentra el portátil de su marido. Ha estado rebuscando la casa en busca del origen de la pornografía que su hijo, Michael, ha estado consumiendo y compartiendo, por la cual lo expulsaron hace días del instituto. Finalmente, cuando no ha encontrado ni revistas ni DVD que pudieran ser la causa subyacente, ha optado por revisar todos los dispositivos electrónicos de la casa. Ha consultado los programas grabados en la televisión, encontrando solo grabaciones de películas de acción o partidos de futbol. Después ha revisado los USB de Michael, los cuales utiliza para el colegio, pero no ha encontrado nada. Por último, ha decidido revisar el ordenador de su marido. De ahí que ahora lo tenga en el regazo. Suerte que aún recuerda cómo navegar por los archivos, incluso los ocultos. Encuentra una carpeta titulada «Mantenimiento del Taxi». Eso le extraña sobremanera. Clive no es que sea un manitas experto en arreglar su coche, y éste es además es lo bastante nuevo como para no necesitar un mantenimiento constante.

Clica en la carpeta, abriéndola. Su sorpresa es mayúscula al encontrar un sinfín de vídeos en ella. Pero la miniaturas no le dicen nada, de modo que abre el primer archivo sobre el que coloca el cursor. Inmediatamente, para su sorpresa y vergüenza, un vídeo pornográfico comienza a reproducirse. En él se puede ver a una joven, cuyo rostro está cubierto por una máscara, llevando ropa provocativa de sirvienta, sobre una cama de matrimonio. Mira a la cámara antes de proceder a despojarse de su ropa poco a poco, lo que provoca que Lindsay se sonroje por el horror de tener que presenciar esto. No puede creer que Clive tenga esto en su posesión. Está tan en shock que ni siquiera repara en la puerta principal abriéndose y cerrándose.

—¡Eh! —el grito de Clive la hace dar un pequeño respingo, girando su rostro hacia él para verlo palidecer, caminando rápidamente hasta ella desde la entrada de la casa—. ¿¡Qué estás haciendo!? —cuestiona, mortificado y en parte avergonzado porque Lindsay haya encontrado su alijo de pornografía—. ¡Deja eso! —le ordena una vez llega hasta ella, arrebatándole el ordenador de las manos, cerrándolo de golpe, antes de comenzar a caminar hacia su habitación, donde pretende dejarlo nuevamente.

Puede que él sea un malogrado, que se haya comportado como un auténtico capullo con ella dese hace mucho tiempo, pero por nada del mundo quiere que vea estas cosas. No quiere que deje de ser como es. Por irónico que sea, quiere protegerla. A la Lindsay de la que se enamoró.

—¡Intentaba averiguar de dónde había sacado Michael el porno, y estaba aquí, en tu ordenador! —le espeta ella, habiéndose levantado del sillón en el que se encontraba sentada, comenzando a caminar tras él, siguiéndolo—. ¡Te lo cogió a ti!

—Eso no es lo que está pasando —Clive se detiene en seco para encararla. Si Lindsay supiera realmente todo lo que está pasando, todo lo que aún no le ha contado, teme que podría desmoronarse, perderse en el abismo de una depresión oscura. Va a protegerla, por mucho que quiera pensar en él como un malogrado, como un mal hombre, como un mal padre. Hará lo que sea por protegerla de la verdad. Porque es lo que tiene que hacer. Porque le prometió cuidarla. Sí, puede que sea muy tarde para hacer honor a esa promesa, pero quiere intentarlo. Una última vez.

—¿Qué estás haciendo con eso?

—Eh, oye, todo el mundo lo tiene, ¿vale? —se pone a la defensiva, intentando cargar por completo con las sospechas y las acciones de su hijo. Si es lo que necesita para que Michael y Lindsay sean felices y vivan como deben, lo hará. Él será el monstruo despreciable.

—¡No, que va! —niega su mujer al momento, decidida a conseguir respuestas—. ¡Yo no!

—Oh, claro, y tú eres la normal, ¿verdad? —ironiza con cierto aire prepotente, a pesar de que es consciente de que no debería decirle esas cosas. De hecho, no quiere ver cómo sufre por sus palabras, pero al contrario de lo que esperaba, no ve en su mujer una expresión dolida, sino incrédula y algo determinada. Es la primera vez que no la ve acobardarse o afectarse.

—¡Deja de culparme a mí de todo! —le exige con un control y fuerza en su voz que incluso a ella la sorprenden. Esta vez no va a dejar que la avasalle. Esta vez va a mantenerse firme, a decirle lo que quiera, y él va a tener que escucharla, por una vez—. ¡Eres un mentiroso! —lo acusa formalmente a la cara, pues ambos saben que está en lo cierto. Ha mentido muchas veces antes, y todas ellas están intrínsecamente relacionadas con su infidelidad. Está claro que ella ya se ha hartado de sus excusas—. Crees que se te da bien, como si lo disfrutases, ¡pero no es así! —no piensa parar ahora, cuando por fin ha reunido el coraje para decirle todo aquello que lleva tanto tiempo guardándose—. Esto no hace más que empeorar conforme pasan los años... —se lamenta por un momento, antes de apretar los puños, con tal fuera, que por un momento cree que va a hacerse heridas en las palmas con las uñas—. ¿Qué más no me estás contando?

—¿De verdad quieres saber la respuesta?

Clive se marcha entonces de la estancia para dejar el ordenador en la habitación, dejando a Lindsay allí, temblando de pies a cabeza, helada. No puede dejar de pensar en las posibles interpretaciones de sus palabras. ¿Acaso hay algo más que su marido le está ocultando? ¿Algo que podría ser incluso peor que una infidelidad? De pronto, en su mente aparece el comunicado de la policía que se publicó el otro día, y un peso se instala en su pecho, amenazando con hundirla en el suelo en ese preciso momento. No puede ser. No puede pensar eso. Pero ahora que la idea ha llegado a su mente, se niega a marcharse de allí. Necesita investigar. Debe revisar el garaje.

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