Capítulo 36 {1ª Parte}
Leah Winterman está escribiendo en su ordenador. Teclea con prisa y fuerza las teclas del ordenador, escribiendo un mensaje en su página de Twitter. Sabe que es arriesgado, que en estas circunstancias no debería hacer algo como esto, pero está harta. Harta de tener miedo. Harta de tener que esconderse. No porque haya un violador suelto, las mujeres como ella tienen que esconderse en casa, o no salir a la calle, recluyéndose en cualquier lugar con un mínimo de protección. Su madre, que hasta ese preciso momento ha estado en el jardín trasero trasplantando las hortalizas y las plantas, entra de pronto en el pequeño recibidor que conecta el jardín con la sala de estar. Tiene el rostro ligeramente desencajado, aunque no debería echársele en cara, después de la conversación tan extraña y casi unilateral que ha mantenido con Cath Atwood. Aún intenta comprender a donde quería llegar a parar con tanta pregunta incómoda y personal. Pero como ha colgado la llamada antes de poder preguntárselo, se ha quedado con las ganas.
—Me estoy poniendo al día con cosas del cole —se excusa la adolescente de cabello moreno ante su madre, poniendo como pretexto el hecho de tener que retomar el ritmo de las clases, al haber estado de viaje durante unos días. Es una excusa barata, especialmente porque es una buenísima estudiante y no le ha costado ponerse al día con las materias, pero su madre no tiene por qué saberlo. Le dedica una sonrisa agradable y cariñosa para disimular sus intenciones.
—Siento lo de antes —la superviviente se disculpa por su estallido de hace unos minutos, cuando le ha increpado a su hija que no tiene ni idea de cómo es realmente el mundo, sumándose inconscientemente a ese popurrí de gente que insiste en que las mujeres no salgan solas a la calle, recluyéndolas en lo que antaño se considerarían espacios femeninos, como la vivienda.
—Todo irá bien, Mamá —asegura la adolescente con un tono factual y lleno de determinación, contemplando cómo su madre deja que una sonrisa suave, aunque tensa, aparezca en sus labios, antes de dirigirse al interior de la vivienda, en busca de una taza de tila, que es lo que parece poder calmar sus nervios últimamente.
La joven de ojos oscuros como la noche, a juego con su cabello, termina de escribir su mensaje en su página de Twitter, explicando lo que ha estado pasando, y exhortando a todos aquellos que lo vean, a que tomen cartas en el asunto. Luego envía el enlace a todos sus seguidores. En cuestión de minutos, el mensaje se propaga como un incendio.
Cora Harper, Alec Hardy y Ellie Miller han acompañado a Cath Atwood hasta su casa, con la intención de registrarla. Después de que les haya entregado la cajetilla de condones y el ticket de la compra que su marido guardaba en la guantera de su coche, no han tenido más remedio que darle prioridad. El hecho de que utilizase un condón el mismo día de la fiesta, es una coincidencia demasiado flagrante como para dejarla pasar sin más. La pelirroja encinta de ojos celestes se mantiene a la espera de nuevas pistas y datos, contemplando por el rabillo del ojo cómo la cajera de Farm Shop de cabello rubio revuelve entre los calendarios pasados, guardados hasta este momento en una cómoda cerca de la entrada. Por su parte, el escocés trajeado de cabello castaño y ojos pardos está a pocos pasos de la analista, en el exterior de la vivienda, y no la pierde de vista, observándola de manera furtiva cuando cree que nadie lo está observando. Está preocupado por ella, pues desde su estallido en la sala de interrogatorios sabe que algo no va bien. Y a juzgar por cómo su amiga de cabello castaño y rizado, que está en la cocina de la vivienda, también parece tenerla bajo su radar todo el tiempo, ella piensa lo mismo.
Por una vez agradece que ambos estén en sintonía, algo que no suele ocurrir muy a menudo.
—Ellie, Lina —el hombre con vello facial castaño entra por la puerta del patio trasero a la cocina de la vivienda, habiéndose colocado las gafas de cerca para ver el contenido de su teléfono móvil. Al escuchar que las llaman por sus nombres, las dos agentes de policía inmediatamente posan sus ojos en él, de manera que Alec consigue captar la atención de su amiga y su futura mujer—. ¿Sabéis algo de esto? —inquiere en un tono inquisitivo, enseñándoles a ambas la pantalla de su smartphone, en la que se puede leer un comunicado de Twitter, organizando una reunión a las 20h frente a la comisaría de policía de Broadchurch—. Está en todas las redes sociales locales —asevera, habiéndole llegado el comunicado hace apenas unos segundos por parte de Daisy, quien es la persona que se lo ha reenviado, junto con la predecible pregunta de «¿puedo ir?». Le entrega su teléfono a la madre de su bebé, quien rápidamente escanea el contenido, preguntándose quién será el autor original. Sea quien sea se ha asegurado de borrar bien sus huellas digitales, pues no hay rastro alguno de su autoría en el Tweet. Pero la petición de su hija la hace sonreír casi sin poder evitarlo—. ¿Qué piensas?
—Que alguien ha tocado un botón que no debería —responde con un cierto tono bromista la pelirroja trajeada con piel de alabastro, habiéndose cruzado de brazos tras devolverle el teléfono al hombre que ama—. Y ha abierto la caja de Pandora —hace un símil antes de suspirar—. No creo que sea una mala idea, sinceramente —procede a explicarse entonces bajo la atenta mirada de sus compañeros de trabajo—. Ahora mismo a la comunidad le vendría bien un acto como este para recuperar parte de la valentía que ha perdido los últimos días —argumenta en un tono severo, sintiéndose en parte identificada con esa necesidad de enfrentarse a un agresor sexual—. Daisy debería poder ir —comenta de pronto, provocando que el escocés alce las cejas en señal de evidente protesta. Apenas acaban de recuperarla, ¿y ahora Lina pretende que se pueda meter en problemas? Ella inmediatamente parece adivinar lo que pasa por su cabeza, porque continúa hablando—. También me ha mandado a mí el link a la publicación —le confiesa, enseñándole la pantalla de su propio smartphone—, preguntándome si podía ir con Chloe Latimer.
Martes, 07 de junio
17:30 Enlace
17:30 Mira esto Mamá. 😓
Dame un segundo Dais. 17:30
Vaya... De modo que hay una movilización. 17:30
Me esperaba una reacción, pero no una tan visceral. 17:30
17:30 ¿Puedo ir? 🙏🏻
17:30 Me gustaría... 😥
17:30 Prometo no ir sola.
17:30 De hecho, ¿puedo ir con Chloe? 👭
Chloe... ¿Chloe Latimer? 17:30
17:31 Sí, la misma. 😊
Bueno, yo no tengo ningún problema, pero... 17:31
17:31 Ay no, no me gusta ese «pero». 😨
Deberías preguntárselo también a tu Padre. 17:31
—¿Y por qué a mí no me ha hecho esa pregunta? —cuestiona Alec claramente confuso.
Ellie y Cora intercambian una mirada silenciosa.
—¿Qué? —el hombre trajeado de carácter irascible está molesto por su mirada cómplice.
—Será mejor que eso se lo preguntes a Daisy, cielo.
—Cora tiene razón —afirma Ellie como una segunda voz—. Es mejor que te lo diga ella.
El hombre de cabello lacio y castaño pone los ojos en blanco por unos segundos, antes de teclear una respuesta rápida a su hija, indicándole que, sí, puede ir a la reunión, siempre que vaya acompañada por Chloe Latimer. Tras recibir el emoticono de un beso como respuesta, bloquea la pantalla del smartphone. No tiene idea de lo que pasa por la mente de su hija en estos momentos, pero al menos está feliz de que vaya a quedarse. Así tendrá tiempo para averiguarlo. Por otro lado... Lo de esta reunión no acaba de gustarle ni un pelo. No es que el escocés esté, lo que se dice coloquialmente, muy en la onda en lo que se refiere a las redes sociales, pero sin duda alguna, hay algo que no lo termina de convencer. La idea de que cualquiera pueda escribir algo desde cualquier parte del mundo, y que lo vean vete a saber cuántas tropecientas mil personas... Le provoca dolor de cabeza.
—Aquí no hay nada relevante —asevera la pelirroja con ojos cerúleos tras unos segundos, volviendo a centrar su mente en el trabajo, una vez han resuelto el asunto de si Daisy debe ir o no a la concentración de esta noche—. Y los papeles de Jim Atwood son un auténtico desastre, siendo sincera, de modo que tardarán un poco en revisar todo lo que tiene acumulado, que no paree ser poca cosa... —añade con ironía, contemplando cómo su futuro marido se apoya en la encimera de la cocina, en una actitud mucho más relajada. Le alivia verlo así, y el saber que es en parte debido a que Daisy se queda con ellos, no hace sino provocarle una sonrisa en el rostro. Si ya está así con el solo hecho de que su hija esté feliz y con ellos... ¿Qué será lo que cambie cuando nazca el bebé? No puede evitar hacerse la pregunta mentalmente, pero no puede sino esperar a averiguar la respuesta. Aunque evidentemente, la operación de mañana empaña gran parte de su ánimo, haciéndola fruncir el ceño.
—Buen trabajo, Lina —la halaga su prometido, ya la joven de treinta y dos años se ruboriza ligeramente. Desde que el embarazo avanza con normalidad, sin tener que esconderlo, se ha percatado de que se ha vuelto más sensible a ciertas palabras de Alec, lo cual le provoca cierta ternura, pues no creía que fuera posible enamorarse aún más de alguien—. Cath ha dicho que Jim desapareció al final de la noche. No tiene coartada, y estuvo comprando condones la tarde de la fiesta de su mujer —la voz de Alec es grave y pesimista, distinguiéndose además un ligero tinte de rencor, pues aunque quiera negarlo y esforzarse por no dejarse influenciar, las vivencias pasadas del escocés condicionan mínimamente su visión de ciertos casos y sospechosos. Como a todos en realidad. Luego están los viejos resentimientos, que últimamente no son más que un recuerdo del pasado. Una molestia que no tiene más remedio que olvidar.
—¡Los he encontrado! —la voz de la compañera de Trish en la tienda de comestibles resuena entonces con eco por la casa, proveniente de la cómoda colocada en la entrada principal. Se ha erguido, pues se había agachado para rebuscar en el último cajón de la cómoda, y ahora camina hacia ellos con dos calendarios distintos en sus manos—. Los calendarios —los deja apoyados sobre la encimera de la cocina, abiertos por las fechas por las que la han interrogado. Sorprendentemente, en ambos calendarios no hay ninguna anotación hecha con su letra ninguno de esos días—. Así que, estuve fuera ambos días —la cosa no pinta nada bien para Jim Atwood, cuya coartada para aquellos dos días es inexistente—. Se quedó aquí, solo —incluso al decirlo, a Cath le sobreviene un escalofrío. No quiere ni pensar en la posibilidad de que Jim sea el responsable, pero claro, en caso de que sí lo sea, deberá afrontar las consecuencias.
—¿Tú qué opinas? —le pregunta Alec a su amiga de cabello castaño y rizado al cabo de unos minutos, después de que Cath los haya acompañado hasta la puerta de su casa.
—Que Jim Atwood tiene muchas papeletas para ser el hombre al que estamos buscando —responde Ellie con certeza, pues aunque cueste creerlo y resulte difícil de asimilar, ella está convencida de que Cath no está mintiendo. No tiene ni la cara ni el cuerpo de una mujer que esté inventando una historia rocambolesca. Es más, el simple hecho de que Cath estuviera fuera casualmente en las mismas fechas en las que se sucedieron los otros ataques, no es precisamente una buena señal, porque significa que no puede corroborar lo que hizo su marido.
—Pero por mucho que no tenga coartada y su comportamiento de aquellas noches resulte sospechoso, me temo que no puedo decir que esté de acuerdo con esa afirmación, al menos como analista del comportamiento —responde la Inspectora Harper en un tono factual, habiendo desviado su mirada celeste hacia su prometido, quien camina a su lado—. No concuerda con el perfil psicológico del agresor: no es un hombre impulsivo, o al menos, no parece serlo, y no es de los que reaccionan a las situaciones con violencia. No estoy diciendo que no pueda ser el agresor, pues no puedo descartarlo, pero... No creo que lo sea —finalmente concluye, en un tono de voz más bajo. No quiere echar por tierra las esperanzas de Alec y de Ellie, quien parecen estar bastante convencidos de que Jim Atwood es el hombre al que están buscando.
—¿Y si lo está actuando? —es la pregunta que surge de la boca del hombre de cabello castaño al cabo de unos minutos, cuando ya han llegado al coche de su prometida de cabello carmesí, quien como por costumbre, se sienta en la parte trasera en lo que dure el trayecto hasta la comisaría de policía de Broadchurch.
—En ese caso solo podemos hacer una cosa —asevera la taheña desde la parte trasera de vehículo, contemplando con sus ojos azules cómo Alec desaparca su coche, antes de comenzar a conducir—. Interrogarlo con las pruebas que tenemos, a ver cómo reacciona.
Tras su charla con su pareja, Beth ha acudido nuevamente al hospital y ha traído a Mark a casa. El viaje en el coche ha sido ligeramente menos incómodo que en otras ocasiones anteriores. De alguna forma, el hecho de que vuelvan a casa juntos tiene cierto resquemor a viejos hábitos. Algo muy difícil de cambiar, y mucho mas de olvidar. Cuando traspasan la puerta de la casa, Chloe los recibe con una sonrisa de oreja a oreja. Aunque es consciente de que sus padres van a divorciarse más pronto que tarde, y de que su madre tiene un nuevo novio, no hay nada que le impida disfrutar de verlos juntos de nuevo, aunque solo sea por aparentar. Aunque no sea este el caso. Ambas lo han hablado y están de acuerdo: Mark puede quedarse en casa hasta que se recomponga y decida qué quiere hacer con su vida.
Mientras se apoya en el umbral de la puerta de la cocina, la joven madre de cabello castaño y ojos pardos posa su mirada en su todavía marido, contemplando cómo se sienta en el sofá de la sala de estar. El verlo allí sentado, inconscientemente la hace rememorar el día en el que fue a la playa tras escuchar que habían encontrado el cuerpo de alguien en la playa. Aquel devastador día, Mark estaba sentado en el mismo sillón, en el mismo lugar. Es un horrible recuerdo para compararlo con la realidad que ahora están viviendo, pero ahora mismo, no hay nada que pueda hacer para borrarlo de su mente.
—Iré a recoger tus cosas del piso en un rato —asevera su hija mayor en un tono decidido, habiéndole traído una manta de color lavanda y una almohada de color púrpura, con el fin de que el sofá, a pesar de no ser una cama, sea un lugar lo bastante cómodo para dormir esta noche.
—No tienes por qué hacer eso, Chlo...
—Sí, quiero hacerlo —la joven de dieciocho años interrumpe las palabras del fontanero. No piensa dejar que se salga con la suya. Esta vez, no. Tienen que cuidar de él, evitar que vuelva a intentar quitarse la vida, y esta es la mejor forma que se le ocurre: turnarse para, de vez en cuando, comprobar que su padre sigue respirando. Y no podrán hacerlo si insiste en ir a su piso destartalado cada dos por tres a por algo que se le ha olvidado—. He pensado que yo puedo dormir aquí, en el sofá, y tú puedes dormir en mi cuarto —ofrece una posible solución, de ahí que haya traído la almohada y la manta, pues su plan inicial era dejarle su cama a su padre. Desvía una mirada hacia su madre, quien se mantiene silenciosa en el umbral de la puerta de la cocina, habiendo colocado sus manos en sus caderas—. Al menos de momento... —añade con algo de inseguridad al comprobar que la castaña no abre la boca para hablar—. Para que descanses bien.
—No, Chlo —no quiere que la joven deje su habitación, no quiere que se vea obligada a dormir en el sofá de la sala de estar—. No pienso permitir que hagas eso —la rubia no tiene intención de ceder, a juzgar por el brillo lleno de determinación de su mirada.
—Sí, hasta que mejores —es testaruda y no piensa a dar su brazo a torcer. Quiere que duerma bien las noches que vaya a quedarse en casa. Al fin y al cabo, llevan mucho tiempo sin estar juntos como una familia, y es algo que, siendo sincera, echaba mucho de menos—. Hasta que... —se interrumpe momentáneamente, rememorando lo que le ha dicho Daisy esta tarde por mensaje: «sí parece que tus padres no te escuchan, al final no te queda otra más que poner los puntos sobre las íes, diciendo qué es lo que quieres tú. Si son comprensivos te escucharán... A mí me ha funcionado por lo menos»—. Hasta que ambos arregléis las cosas —sus padres intercambian una mirada silenciosa, pues saben a qué se refiere. No pueden dejar que el divorcio continúe adelante, cuando aún hay esta tensión y animosidad en el ambiente. Tras suspirar con pesadez, la joven adulta de dieciocho años sonríe con dulzura a su padre, quien la contempla con admiración y adoración, pues, ¿desde cuándo es ella la adulta y ellos los críos? No sabría decir cuándo ha cambiado, pero ya es toda una mujercita. Y no podría estar más orgulloso de ella—. Me alegra tenerte de vuelta, Papá.
—¿Seguro que te parece bien? —cuestiona Mark en un tono indeciso, pues sabe de buena tinta que Beth ha iniciado una relación sentimental, y probablemente física, con Paul, y no quiere que las cosas se tornen violentas o incómodas entre ellos. Necesita saber si ella está conforme con esto, porque ante todo, no quiere complicarlo todo.
—Sí, claro —afirma ella casi al momento, antes de encogerse de hombros. Recuerda la charla con su pareja, y sabe que esto es lo correcto. Debe comprender su dolor, abrazarlo y cuidarlo, para que al menos, una parte de él sea capaz de sanar y recuperarse. De seguir adelante—. Dejaré que te instales, y te daré espacio —ella tampoco quiere que las cosas se vuelvan violentas o complicadas entre ellos, al menos no más de lo que ya lo están, de modo que tácitamente decide no llevar a Paul a casa, hasta que Mark no se haya recuperado y se haya marchado. Ambos lo han hablado, y el reverendo de cabello rubio ha estado más que dispuesto a seguir ese plan, solo en situación de que se diera el caso—. Es lo que tenemos que hacer, ¿verdad? —su pregunta es más retórica que otra cosa, pero sirve para hacer sonreír a la joven adulta de ojos azules como el mar y cabello rubio como el trigo.
Mark y Beth intercambian una silenciosa mirada. A ambos les gustaría que las cosas fueran diferentes, pero no pueden cambiar el pasado. Solo pueden intentar hacer las cosas bien desde este momento, en adelante. Y todo empieza por dejarse algo de espacio en esta situación tan imprevista y extraña, la cual ninguno de ellos había anticipado.
Los Inspectores Hardy, Miller y Harper han vuelto a la comisaría de policía de Broadchurch. Es el momento de interrogar nuevamente a Jim Atwood, pero esta vez, sobre los condones que su mujer tan amablemente les ha entregado como prueba. Deben sonsacarle por qué los compró, con quién los usó, y cuándo. Tras pasar el control de identificación de la entrada de la comisaría, los tres se dirigen al pasillo en el que se encuentran las salas de interrogatorio. Antes de entrar en la número uno sin embargo, el escocés de cabello castaño no puede evitar preocuparse internamente por su prometida y futura madre de su bebé, a quien de nueva cuenta, pregunta qué quiere hacer. Tomando en cuenta su anterior estallido de furia contra Ian Winterman, Alec cree que lo mejor es que Lina no tome parte en este interrogatorio, y se limite a prestar atención al sospechoso desde la sala de observación, para analizar su comportamiento no-verbal. Por fortuna, Lina parece haberle leído la mente, porque declara que prefiere quedarse en la sala de observación. El estrés de un interrogatorio como el de Ian no le conviene estando embarazada. Nada más escucharla, el hombre que ama deja escapar un suspiro aliviado en extremo, para divertimento no solo de la propia Cora, sino de Ellie, quien cada vez lo encuentra más «humano» y accesible, por así decirlo.
La joven analista de ojos cerúleos entra entonces a la sala de observación, aunque ahora la considera más su propia habitación más que una sala de observación cualquiera. Al fin y al cabo, sigue siendo, por el momento, la única usuaria. Tras suspirar pesadamente se sienta en uno de los sillones de la estancia, habiéndose preparado una tila para relajar sus nervios. Tras unos segundos contempla cómo Alec y Ellie entran a la sala de interrogatorios número uno, sentándose frente a Jim Atwood, quien los observa con una expresión ciertamente prepotente, como si no tuviera nada que esconder. Como si estuvieran cometiendo un error solo por mantenerlo allí. Sus ojos se abren ligeramente en cuanto el escocés de cabello castaño deja la caja de condones sobre la mesa, aun dentro de la bolsa de congelar de Cath.
—Son condones...
"Veo que los reconoce", analiza para sus adentros la pelirroja con piel de alabastro, nada más contemplar cómo se encoge de hombros, al mismo tiempo que arquea una de sus cejas. "Está claro que, sabe que es la misma marca de condones que él compró el día de la fiesta del 50 cumpleaños de su mujer, aunque... A juzgar por cómo arquea una de sus cejas, no ha hecho aún la conexión: no sabe que son, de hecho, los mismos condones que él compró...", piensa tras continuar analizando sus gestos y expresiones faciales, contemplando que el mecánico ha dejado de respirar momentáneamente, mientras sus ojos se cierran y la cabeza se inclina hacia un lado, en un reducido pero perceptible gesto de incredulidad.
—Sus condones —clarifica el inspector de carácter taciturno con un tono ligeramente acusatorio. Los ojos de Jim se abren de nuevo, y su mirada se dirige ahora a Ellie, una vez más con expresión de incredulidad. No parece comprender qué los ha hecho registrar su vehículo, pues no recuerda que tuvieran una orden de registro. De ser así, seguro que lo habría recordado—. Los encontró en su coche... —decide hacer una pausa dramática, con el fin de poner nervioso al hombre que tiene frente a él. Es su mejor táctica: hacer pausas efectivas para descolocar a los sospechosos, quienes suelen ser incapaces de permanecer callados, ante la incertidumbre de lo que el policía de cabello castaño está a punto de decir—. Su mujer —revela, contemplando cómo el rostro de Jim palidece rápidamente, pues ni por asomo esperaba que Cath fuera a traicionarlo de semejante manera. No esperaba que ella le entregara a la policía pruebas que podrían incriminarlo en la violación de Trish, a pesar de que él no ha tenido nada que ver—. Ella nos los ha traído.
El policía ha conseguido sacarle una reacción; ahora toca ver si la aprovecha, o si se limita a disfrutar de la situación, esperando que el mecánico pierda los nervios.
—¿Qué? —rápidamente niega con la cabeza—. Yo no he comprado condones.
"Sus ojos... ¿Por qué no me he fijado antes?", se pregunta la pelirroja para sus adentros al contemplar que los ojos de Jim no solo se han abierto de golpe con sorpresa, sino que sus pupilas se han dilatado de forma casi imperceptible. "¿O es que me lo estoy imaginando?", se cuestiona, pero tras unos segundos de duda, finalmente decide confiar en su instinto. No, sus ojos no se están imaginando cosas. "¡Sus ojos!", exclama para sus adentros al darse cuenta de lo que está pasando. "¡Sus ojos se están dilatando! ¡Está mintiendo!", concluye tras analizar sus gestos y expresiones faciales, y comprobar que todos coinciden con el primer análisis. "¡Miente! ¡Sí que compró los condones aquella noche, pero no para acostarse con su mujer!", asegura con una sonrisa.
Alec no tarda en darse cuenta también de lo mismo, pues gracias a convivir con la pelirroja, ha aprendido un par de cosas de su trabajo como analista del comportamiento.
—¿No? —sigue Alec con un tono de voz ligeramente incrédulo—. ¿Seguro?
—Seguro —dice Jim con un gesto de impotencia, antes de negar de nuevo con la cabeza.
—¿Y entonces por qué razón su mujer también nos ha traído un ticket de compra, de dichos condones, fichado a las 17:03h, en una tienda llamada «Wessex Fuel»? —cuestiona Ellie con una ceja arqueada, sintiéndose ligeramente satisfecha de haberlo pillado en una mentira, colocando la bolsa de congelar en la que se encuentra el recibo, sobre la mesa—. Los compró el sábado, el mismo día de la fiesta del 50 cumpleaños de su mujer, en la carretera que hay entre su casa y la Casa Axehampton —confirma la veterana inspectora de cabello rizado, palpando levemente el ticket, comprobando cómo Jim Atwood palidece aún más, con su labio inferior temblando imperceptiblemente. Sus ojos se cierran una vez más, pero esta vez en rendición: lo han pillado.
—¿Con quién tenía pensado utilizarlos, Jim? —inquiere el hombre de cabello y vello facial castaño, tras entrelazar sus manos sobre la superficie de la mesa en un gesto impaciente—. Porque parece que con su mujer no... —añade en un tono irónico, antes de ver que el mecánico de ojos claros se niega rotundamente a hablar, decidiendo mantenerse silencioso ante sus palabras—. Verá, nuestro problema es, que estos condones coinciden con la marca exacta que utilizó el hombre que violó a Trish Winterman.
"Jim parpadea más rápido de lo normal. Lo normal sería que lo hiciera una o dos veces por segundo, pero está parpadeando casi cuatro veces por segundo, lo cual indica un estado de nerviosismo extremo," es rápida al momento de interpretar aquello que sus ojos están viendo desde el otro lado del cristal. "Aunque no puedo asegurarlo a ciencia cierta, a juzgar por cómo se está comportando, diría que él mismo sabe que ha cometido un error, y que lo hemos pillado en una mentira. Y, lo más importante, está claro que ha conectado su compra de los condones, con nuestras sospechas sobre su involucre en la violación de Trish...", analiza para sus adentros la joven pelirroja de ojos azules tras observar cómo Jim Atwood permanece en silencio, decidido a no responder a las preguntas de la policía.
—Y faltan algunos condones del paquete... —aclara el inspector de ojos pardos mientras habla en un tono calmado. No piensa dejar que se libre de responder a sus preguntas. Una mujer fue violada, y el hecho de que comprase condones la misma noche que ocurrió, es una coincidencia que no va a ignorar. Tiene que darles más información—. ¿Cuándo utilizó los condones, Jim? —lo ve agachar la mirada a la mesa, hacia la bolsa de condones, como si estuviera recordando sus acciones de hace varios días—. ¿Con quién los utilizó?
"Veamos si puedo inferir su respuesta...", Cora decide intentar analizar la verdad de lo que hizo su sospechoso a partir de su comportamiento no-verbal. "Jim parece ser alguien que ha echado por tierra su matrimonio, y ha buscado la manera de satisfacer sus necesidades más primitivas con cualquier mujer que se le ponga por delante, de ahí que se acostase con Trish y otras mujeres anteriormente. Por ello, el día de la fiesta, no creo estar muy equivocada al pensar, que compró aquellos condones con la intención de tener relaciones sexuales con alguna de las mujeres que allí había. Lo más probable es que no tuviera ninguna en mente, y se dejara llevar por su primer encuentro...", sus ojos se abren de golpe al rememorar las revistas que Cath les dijo que había encontrado en el archivador. "¡Una de las camareras!", exclama de golpe para sus adentros, con una sonrisa de satisfacción en los labios. "Tendía sentido: si era parte del cátering que destinaron para la fiesta, por lo que he podido comprobar al obtener sus nombres y direcciones, había una camarera en concreto que podría haberlo incitado a comprar los condones. Joven, atractiva para sus estándares, con unos cuantos años menos que él...", su mente comienza a trabajar a toda velocidad, tratando de recordar su nombre. "¡Cheril!", exclama de golpe para sus adentros. "Cheril Walker, si no recuerdo mal...", concluye tras recordar su nombre, mientras observa cómo Jim Atwood permanece callado, negándose a responder a las preguntas de la policía.
—Su esposa también ha confirmado que estuvo fuera las dos noches que atacaron a otras mujeres, así que, a menos que nos diga lo contrario, no tiene coartada para esas noches —intercede Ellie tras carraspear, logrando captar la atención de su actual sospechoso, quien momentáneamente desvía su mirada hacia ella, reflexivo—. Empieza a parecer que es responsable.
Ante esta acusación tan clara en su contra, Jim Atwood finalmente parece dispuesto a hablar, habiendo dejado que una leve sonrisa sarcástica haga acto de presencia en sus labios. Traga saliva y se humedece los labios antes de abrir la boca para rebatir las acusaciones de la inspectora.
—Había una camarera en la fiesta —en cuanto sus palabras salen de sus labios, la pelirroja al otro lado del cristal opaco vitorea para sus adentros, sonriendo orgullosa por haber dado en el clavo con sus análisis—. Joven, de piel y pelo oscuro, atractiva... La vi en cuanto llegaron —la describe, aunque algo le dice que los inspectores que hay frente a su rostro, no compartirían su opinión de ver a la muchacha—. Y fui a comprar los condones —se encoge de hombros levemente, como si sus acciones fueran algo que cualquier hombre sería capaz de hacer. No ve el problema en aquello que hizo, y para él, no ha hecho nada malo.
La matriarca de la familia Miller suspira, y asqueada por sus palabras, se apoya en el respaldo de su silla, cruzándose de brazos con una pasmosa incredulidad. Le toma unos segundos recuperar la compostura, y cuando lo hace, desvía por unos segundos sus ojos pardos al techo, pensativa.
—Así que... —hace una pausa—. Dejó los preparativos de la fiesta del 50 cumpleaños de su mujer, para ir a una tienda a comprar condones y poder acostarse con una de las camareras —resume los hechos, y al hacerlo, le parece incluso más horrible. No puede, ni quiere creer, que alguien sería capaz de traicionar a su cónyuge de semejante manera. Si ya no ama a su mujer, ¿por qué no se divorcia de ella? ¿Por qué no la deja libre en vez de hacerla sufrir? No lo entiende.
—Estuvo tonteando conmigo desde que me vio... —justifica sus acciones con una excusa, como si ella lo hubiera invitado explícitamente a serle infiel a su mujer una vez más. Como si fuera ella la que le estuviera dando permiso para hacer aquello—. Yo no hice nada. Ella fue quien se me echó encima —dice con un tono de voz casi orgulloso, como si aquello fuera un triunfo. Es evidente que no se arrepiente de lo que hizo, ni de la forma en que lo hizo.
—¿Se acostó con ella esa noche?
—Sí.
—¿El mismo día que se acostó con Trish Winterman? —quiere clarificar Ellie.
—Sí —admite en un tono casi avergonzado, pero que resulta ser falso. No hay arrepentimiento en él, ni vergüenza. No se siente mal por lo que hizo, y no lo considera algo malo. No entiende por qué le hacen tanto hincapié en aquello.
—¿Se siente orgulloso, Jim? —cuestiona Ellie en un tono asqueado, incapaz de procesar que haya hombres así caminando por el mundo, haciendo lo que se les viene en gana solo por satisfacer sus impulsos—. ¿De verdad se siente orgulloso de haberse acostado con una mujer, a pesar de estar casado? —sabe que no debería entrar en el territorio personal, dejando que sus propias experiencias y vivencias la condicionen, pero le provoca escalofríos cómo un hombre es capaz de traicionar de tal manera a la persona que lo ama, y a la que prometió respetar y proteger. Si realmente no ama a su mujer, ¿por qué no se divorcia de ella? ¿Por qué no la deja libre? No lo entiende. Y no cree que nunca vaya a hacerlo.
—No, solo soy un hombre —responde, como si esto fuera una justificación válida. Como si esto fuera algo natural, que un hombre puede hacer, sin que suponga ningún problema—. Me gusta el sexo, como a todos, imagino —simplifica, y el inspector de cabello castaño y ojos pardos se cruza de brazos bajo el pecho, pues no puede evitar sentirse asqueado y molesto. No puede evitar sentirse enfadado, enfadado porque una persona sea capaz de hacer aquello a la persona que ama. A diferencia del hombre que tiene delante, él sabe controlar sus impulsos, y por descontado, ni se le ocurriría hacer daño de semejante manera a la mujer que ama. Él fue el cornudo de su anterior relación, pero ese es otro tema. Lo que importa, aquí y ahora, es averiguar la edad de la camarera, porque, como sea menor de lo que la ley de consentimiento sexual establece, Jim Atwood estará en un buen lío.
—¿Qué edad tenía?
—No sé... —se muerde el labio inferior, inseguro sobre ese dato en concreto. al fin y al cabo no se lo preguntó con el fragor del momento—. Aunque era más joven que yo —continúa su relato, y en cuanto sus palabras salen de sus labios, ambos inspectores que lo observan se miran de reojo, asustados por lo que acaba de decir—. Puede que tuviera diecinueve, veinte... —añade mientras trata de recordar cuál era la edad que ella, pero fracasa.
La verdad es que ni siquiera le importó aquella noche. El único objetivo que tuvo en mente fue satisfacer sus necesidades, y no le importó, ni le importa quién fuera ella. Es más, ni siquiera la ha visto desde entonces.
—¿Dónde se acostó con ella? —Alec siente que la sangre le sube al cerebro más rápido de lo que debería. Su hija apenas tiene uno o dos años menos que la joven con la que se acostó el hombre que tiene delante.
—En el bosque, contra un árbol —nada más responde a la pregunta del inspector, Jim no puede evitar que una sonrisa socarrona, llena de orgullo, se refleje en su rostro, como si aquello hubiera sido un gran logro. Como si aquello fuera algo de lo que debiera sentirse orgulloso. Y lo cierto es que lo está, y no lo puede negar—. No me mire así —le pide a Hardy, quien, aunque mantiene su expresión lo más impasible posible, no puede evitar juzgarlo como el horrible ser humano que cree que es—. Porque usted también lo habría hecho, si se lo hubieran ofrecido.
—No, que va —Hardy niega rápidamente sus palabras, sintiendo que todo su cuerpo se tensa ante esta acusación. No, él nunca haría aquello, y lo saben tanto él, como la joven policía que está al otro lado del cristal. No importa cuáles sean sus impulsos, él siempre ha sabido controlarlos. Siempre ha sabido proteger a las personas que ama, y jamás le haría algo así a su querida Cora—. No comparto su visión del mundo, pero me preocupa que mi hija y mi mujer estén ahí fuera, con hombres como usted —como es costumbre ahora, su lado protector y familiar ha salido a la superficie, apelando a la pelirroja al otro lado del cristal como su mujer, haciéndola sonreír ligeramente, al mismo tiempo que siente cómo su corazón late deprisa en su pecho, con sus mejillas ruborizándose un tono más—. Y aunque mi mujer, afortunadamente, es una policía muy capaz, mi hija no tiene la misma suerte —concluye con un tono de voz más serio, y Jim Atwood, de repente, parece darse cuenta de lo serio que es todo esto—. De modo que, hablemos de lo que realmente importa aquí: ¿le pidió a Trish que se acostara con usted aquella noche?
—Sí, creo que sí —afirma el mecánico de ojos claros mientras asiente, rememorando muy vagamente una conversación algo airada entre ambos, en uno de los laterales de la Casa Axehampton. Recuerda que, en un impulso, le dijo que quería tener sexo con ella—. Me dijo que no —continúa su relato, mordiéndose el labio inferior con ligera frustración, pues es incapaz de comprender cómo es que fue capaz de rechazarlo, cuando esa misma mañana habían tenido sexo.
—¿Y cómo le hizo sentir?
—Que tenía una opción mejor...
Su respuesta es lo que da por finalizado el interrogatorio, al menos por el momento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro