Capítulo 34 {1ª Parte}
Tras despedirse de la muchacha de cabello rubio que está en su habitación leyendo, la pareja se reúne con Ellie en el exterior de la vivienda. Los investigadores se dirigen a la comisaría rápidamente, en el coche de la mujer de treinta y dos años, quien decide conducir en esta ocasión, pese a las protestas de su querido protector y amiga. Mientras conduce, la analista conversa con ellos acerca del caso, repasándolo nuevamente. Enumeran esa lista de sospechosos de la que disponen, preguntándose quién tiene más coincidencias con el perfil psicológico que ha esbozado del agresor sexual. Solo detienen su conversación cuando finalmente llegan a su lugar de trabajo. Tras estacionar el vehículo en el aparcamiento, los tres compañeros se dirigen hacia su piso. Entran y se dirigen a la zona de descanso tras subir las escaleras, con el escocés trajeado comenzando a preparar un aperitivo para su pareja y él. Ellie se prepara un té, mientras que Coraline prepara dos tilas.
—Veamos, Ed Burnett estuvo en el escenario, tenía un hilo azul, se peleó con Jim Atwood, su ropa estaba cubierta de hierba y barro —el de cabello castaño comienza a enumerar los puntos en contra que tienen del dueño de Farm Shop—. Está obsesionado con Trish, de modo que es nuestro principal sospechoso —concluye, antes de comenzar a untar mantequilla en tres tostadas, algo que ya es habitual en él.
—Sí, estoy de acuerdo en eso, cielo —asevera la taheña, terminando de preparar las bebidas de ambos—. Pero... —camina con pocos pasos hasta la encimera en la que está su pareja preparando el aperitivo.
—¿«Pero»? ¿Cómo que «pero»?
—Pero tenemos nuevos datos —revela la joven de ojos celestes, desviando su mirada hacia su amiga y compañera, quien también ha caminado con ella hasta la encimara en la que está preparando el escocés las tostadas—. ¿Verdad, Ell?
—Sí —afirma la castaña trajeada antes de suspirar, con su taza de té en las manos—. Beth me llamó ayer, cuando estábamos registrando el piso de nuestro sospechoso —comienza a relatarle su conversación con su vieja amiga—. Intentaron hablar con la otra mujer a la que agredieron, pero sigue sin querer revelar nada.
—Sin embargo, sí que aseveró que la atacaron después de que se le averiase el coche. Iba a su casa andando, porque el servicio de asistencia en carretera no se presentó en el lugar —añade Cora en un tono reflexivo, habiendo hecho la conexión entre ese dato y el perfil de uno de los sospechosos que barajan—. No le preguntaron el nombre de la compañía —se adelanta a la clara pregunta de su pareja, quien alza el rostro para mirarla, aun untando las tostadas con mantequilla.
—Pero sabemos que Jim Atwood presta un servicio de asistencia en carretera desde su taller.
—¡Oh, Miller! —Hardy está claramente exasperado por este nuevo dato, puesto que esto solo hace aumentar las sospechas sobre el mecánico. Y no cree que el hecho de tener varios sospechosos potenciales sea bueno para la investigación—. ¡Estamos a punto de interrogar a Ed Burnett, y lo estás complicando todo!
—Hemos tenido problemas para encontrar el nexo entre la agresión de Trish y la de las otras dos mujeres, y Cora y yo hemos pensado que Jim Atwood podría ser la conexión que estábamos buscando —hace un gesto a su compañera, quien ha entregado su tila a su pareja, antes de darle un sorbo a su propia tila—. Deja que compruebe sus registros de asistencia en carretera mientras vosotros interrogáis a Ed.
—Vale... —Alec rueda los ojos tras unos segundos, antes de asentir. Odia no poder negarse a las peticiones de su compañera castaña, pues es darle la razón a su querida Lina, pero sabe admitir que la intuición de Ellie es bastante buena. Y aunque pueda estar equivocada, merece la pena intentar investigar ese dato—. Pero date prisa, ¿quieres?
—Señor, sí señor —bromea la mujer trajeada de ojos pardos antes de dejar su taza de té en la encimera, caminando hacia la puerta del piso. Ellie aprovecha la tesitura para apropiarse de una de las tres tostadas que el escocés ha preparado, las cuales ahora tiene en un plato en su mano izquierda, mientras que con la derecha sujeta su taza de tila—. ¡Gracias!
—¡Oye! —exclama el hombre de complexión delgada, quien se ha despojado de la chaqueta para relajarse un poco antes de empezar el interrogatorio. Observa con una mirada entre orgullosa y amable caminar a su compañera fuera de la estancia con pasos acelerados, dispuesta a cumplir con su cometido lo antes posible—. Luego me acusa de no comer nada... ¡Y me roba la comida delante de mis narices! —se queja en un tono falsamente molesto, provocando una estruendosa carcajada en su querida novata, quien toma de su plato otra de las dos tostadas restantes, pues sabe que ha preparado una para ella.
—Anda, terminémonos el desayuno antes de bajar a interrogar a Ed —lo anima la mujer con piel de alabastro, tomando un bocado de la tostada con mantequilla, relamiéndose los labios por su sabor dulce, que tanto adora ahora por el embarazo—. Deliciosa, como siempre —halaga sus dotes de cocina con una sonrisa llena de dulzura, antes de besar su mejilla izquierda, logrando hacer sonreír a su pareja de oreja a oreja.
Este hecho no pasa desapercibido para sus otros compañeros de trabajo, quienes intercambian sonrisas y miradas cómplices, realmente agradecidos porque la mentalista sea capaz de dominar su carácter. Quién habría dicho que su habitualmente irascible jefe sería capaz de sonreír de esa manera tan cálida...
Beth, Chloe y Lizzie están ahora en la habitación del hospital de Mark. Beth tiene a su hija pequeña en brazos, sentada en una silla junto al lado derecho de la cama del hospital, mientras que Chloe se ha sentado en una silla que queda justo al final de la cama, frente al rostro ahora dormido de su padre. Según les ha comentado el médico, lo han sedado para poder ayudarlo a recuperarse, inyectándole suero y nutrientes en vena a través de la vía. Además, de esta forma evitan un nuevo intento de suicidio.
Paul las ha acercado a todas en cuanto la castaña ha recibido la llamada del doctor, indicándole que el fontanero no corre peligro ahora, y por ello, pueden ir a visitarlo. En cuanto las ha dejado allí, el reverendo le ha indicado a su pareja que respetará lo que decida hacer en esta situación, pues va a apoyarla en lo que sea que decida. Beth ha agradecido su apoyo, al igual que Chloe, quien a pesar de hacérsele difícil, ha comenzado a aceptar más abiertamente su relación y su esfuerzo para ayudarlas en estos duros momentos.
Mark comienza a moverse en la cama del hospital entonces. Sus ojos se mueven velozmente tras sus parpados cerrados, e inspira profundamente por la cánula nasal que le suministra oxígeno en todo momento. Siente una picazón en el dorso izquierdo de la mano, lo que lo hace despertar. Abre los ojos lentamente, encontrándose en la habitación de un hospital. Por un momento piensa que ha llegado al cielo, pero nada más desviar su mirada a los pies de la cama, contempla a Chloe, y sus esperanzas de reunirse con Dan se esfuman como la nieve en un día soleado.
—¿Mark? —Beth inmediatamente apela a él con un tono preocupado, una vez comprueba que está consciente. No se hace idea del miedo que ha pasado mientras Paul las acompañaba al hospital. No podría perder a alguien más, y menos a Mark, que ha sido su apoyo durante tanto tiempo, y quien es el padre de sus hijas.
—Hola, Papá —dice Chloe en un tono bajo, tentativo, como si el hecho de elevarlo pudiera provocar que su padre saltase de la cama para intentar acabar con su vida nuevamente. Lo ve mover la cabeza, intentando darle un sentido a su presencia en el hospital, y desvía su mirada celeste a su madre, quien aún sujeta a Lizzie en brazos.
—Unos pescadores encontraron tu barca vacía y a la deriva —explica Beth con el tono más calmado que le es posible—. Llamaron a los guardacostas, quienes te encontraron inconsciente en el agua, con hipotermia —el solo hecho de tener que decir esas palabras la hace estremecerse. No puede creer que Mark haya estado tan perdido. Tan solo. Y que ella no se haya percatado de ello hasta que ha sido demasiado tarde—. Diez minutos más, y creen que te habrías ahogado.
—Estuve con Dan... —el fontanero de ojos azules parece hablar sinsentido.
—¿Qué pasó? —quiere saber su hija mayor, pues necesita entender por qué su padre intentó anoche acabar con su vida. Necesita entender por qué decidió dejarlas a Lizzie y a ella solas. Necesita entender qué lo ha hecho llegar hasta este punto—. ¿Dónde has estado?
—Vi a Joe, y hablé con él —se sincera con ellas—. Pero ya no me queda nada.
Beth agacha el rostro, pues ha conseguido su propósito: conseguir respuestas sobre la muerte de su hijo. Pero ahora lo que la atormenta es lo siguiente: ¿habrá conseguido lo que necesita? ¿Podrá ahora pasar página? A juzgar por sus actos de anoche, no cree que al menos ahora, sea capaz de ello. Tienen que cuidar de él hasta que se recupere, física y mentalmente. Aunque esto signifique no poder ver a Paul en unos días,
—Estamos nosotras, Papá —rebate Chloe con un hilo de voz—. Lizzie y yo.
Mark se mantiene silencioso, sin siquiera responder a las palabras de su hija mayor. Cierra los ojos, y su ademán le indica a Beth que ahora mismo no está por la labor de hablar más sobre ello. De modo que, en un intento por dejarle espacio para pensar, y para dejarles a los médicos revisar su estado, se lleva a sus hijas fuera de la habitación, a la cafetería del hospital, a desayunar algo. Piensa hacer todo lo que esté en su mano por ayudarlo a superar este bache, porque sus hijas lo necesitan en sus vidas. Porque siempre será una parte integral de ellas.
Ellie Miller se ha apresurado en llegar al taller de Jim Atwood, quien parece sin duda más animado que el sábado por la noche. No sabe qué es lo que lo ha hecho cambiar de humor, pero ahora mismo no le importa. Lo que necesita conseguir es el registro de asistencia en carretera.
—¿Cuánto hace que tiene la grúa de remolque? —necesita saber si estaba trabajando con ella en el momento en el que se sucedió la agresión de la tercera superviviente, de modo que pueda cuadrar con su versión de los hechos.
—Compré la grúa a muy buen precio, en una subasta de segunda mano, prácticamente hace dos años —Jim comienza a jactarse de su buen ojo para los negocios, algo que no es especialmente relevante para la veterana agente de policía en estos momentos, pero por educación se mantiene silenciosa—. Así facturas el doble: una por la asistencia en carretera, y otra por arreglar el motor.
—¿Quién atiende las llamadas? —quiere saber la inspectora trajeada.
—Oh, o bien llegan aquí, al taller, o bien las desvío a mi móvil.
—¿Y lleva algún registro de la gente que llama? —si tiene uno, es imprescindible que se lo entregue para compararlo con la declaración de la superviviente. De haber acudido a remolcar su coche debería haberse encontrado con ella, pero si no lo hizo, cuadraría con su versión.
—No, no siempre —admite el mecánico, dejando claro que si bien parece tener un buen ojo para los negocios, en lo que se refiere a la gestión del taller, no se puede decir que sea muy bueno—. Pero todas las llamadas salientes quedan reflejadas en los libros de facturas.
—Me gustaría mirar los registros de los dos últimos años, por favor —le pide con la mejor de sus sonrisas, intentando que no sospeche nada acerca de su petición, pues podría pensar que es extraña, al no tener relación con el caso de la agresión a Trish Winterman. Y tendría razón si así lo pensase.
—¿Qué? —como esperaba, Atwood está confuso por su petición—. ¿Ahora?
—Sí, ahora, por favor.
Entretanto, a las 9:02h, Alec Hardy y Coraline Harper han vuelto a ocuparse del asunto que los apremia en estos momentos: el interrogatorio de Ed Burnett. En esta ocasión, la pelirroja de piel de alabastro y ojos azules se ha sentado junto a su pareja y prometido en la sala de interrogatorios, frente a su principal sospechoso. Aunque para la mentalista, el hombre que ahora tiene delante no es el agresor que están buscando, aunque el padre de su bebé piense lo contrario. Advierte al momento que el ademán de ambos está ligeramente tenso y pasivo-agresivo, probablemente debido a la situación con Daisy.
—¿Cómo acabó el traje que llevó a la fiesta lleno de manchas de hierba y barro, Ed? —es Cora la que inicia el interrogatorio en esta ocasión, revisando las pruebas que tiene en la pequeña carpeta sobre la mesa: unas fotografías de las manchas en dicho atuendo. Desvía su mirada hacia su futuro marido, quien se mantiene silencioso por el momento, cruzado de brazos.
—Me alejé de Jim —Ed, que parece más receptivo a las preguntas y palabras de la muchacha de treinta y dos años, responde al momento. Utiliza un tono suave y bajo, desviando su vista a sus manos, las cuales tiene apoyadas sobre la mesa—. No sabía a dónde iba —se sincera, y la mentalista no puede detectar ningún atisbo de duda en su ademán o su tono—. Estaba enfadado, y acabé sin darme cuenta, en el bosque al otro lado del lago —este dato lo guarda la taheña en su mente, puesto que está cerca de la localización en la que Trish fue agredida sexualmente, y esto, si Ed es consciente de ello, podría incriminarlo—. Iba caminando, me resbalé y rodé hasta llegar a la orilla.
—¿A qué hora tuvo lugar esa caída? —la joven protegida del escocés saca su bloc de notas, dispuesta a apuntar en él la hora de su desafortunado incidente, para así, cotejarlo con las pruebas y las declaraciones de las que disponen actualmente. Espera y reza en su fuero interno porque no coincida con la hora en la que Patricia fue violada—. Sería de gran ayuda que fuera lo más exacto posible.
—Tiene gracia, inspectora —el ademán de Ed inmediatamente se torna sarcástico ante su pregunta, como si realmente no quisiera rememorar ese detalle en concreto—. Con el culo cubierto de barro, ni se me pasó por la cabeza mirar la hora en el reloj... —su contestación parece ser la gota que colma el vaso para Hardy, quien inspira con profundidad antes de arremeter verbalmente contra su sospechoso en un tono afilado y gélido.
—¿Puedo hacerle una sugerencia? Déjese de contestaciones ingeniosas, especialmente cuando se dirija a la Inspectora Harper —sale en defensa de su pareja, pues a ella en su estado no le conviene alargar los interrogatorios más de lo que sea necesario, por no hablar de que tampoco le conviene alterarse—. Conteste de forma sencilla, concisa y honesta, ¿de acuerdo?
—Me temo que no recuerdo la hora, Inspectora Harper —Ed rectifica su contestación al momento, habiendo prestado atención al tono y al ademán del inspector de cabello castaño lacio.
—De acuerdo —la brillante mujer de piel clara asiente, complacida por su contestación, como si le indicase que no pasa nada por no recordar la hora. Tras anotar dicho detalle en su bloc de notas, la joven deja el bolígrafo digital sobre la mesa—. Ian Winterman asegura que tuvo que hablar con usted gravemente porque estaba acosando sexualmente a su mujer —como esperaba, contempla en el sospechoso un ademán negativo, lo que le indica que efectivamente, el marido de Trish estaba intentando desviar las sospechas hacia el dueño de la tienda—. ¿Es eso cierto?
—Le aseguro que no es cierto, inspectora.
—¿Y por qué lo dijo entonces? —apostilla Hardy, interviniendo en la conversación.
—Hicimos una fiesta en el trabajo, hace tiempo —Burnett comienza a responder de manera honesta a juzgar por su ademán y tono de voz—. Empezamos a bailar y la cosa se fue animando rápidamente. O más bien, lo correcto sería decir que yo me animé rápidamente —rectifica sus palabras conforme cuenta lo sucedido, antes de tragar saliva de manera notoria—. Bailé con Trish, probablemente más cerca de lo que debería —admite, claramente avergonzado y apenado por haberle causado algún tipo de incomodidad—. Si se sintió tan incómoda, ¿por qué siguió trabajando para mí?
—¿Conoce a Laura Benson? —quiere saber Alec, pues podrían relacionarlo con esa agresión.
—Creo que no —niega el hombre negro al momento—. No reconozco el nombre.
—¿Y alguna vez ha estado en Abbots Chapel?
—He pasado por ahí, claro, al momento de hacer alguna entrega a domicilio, inspector.
—¿Y en el pub local?
—No que yo recuerde —niega nuevamente, ahora confuso y extrañado por estas preguntas que, a su modo de ver, no están relacionadas de ninguna forma con su empleada—. ¿Qué tiene esto que ver con Trish, Inspectora Harper?
—Es relevante para el caso, se lo aseguro —sentencia la mentalista en un tono sereno, habiendo posado su mano izquierda de manera disimulada en su vientre—. ¿Podría decirnos qué hizo el sábado 7 de junio del 2014, Ed?
—Eso fue hace dos años...
—Lo sabemos —dice Hardy, habiendo recostado su espalda en el respaldo de la silla.
—Así, a bote pronto, imagino que estaría en la tienda, porque abrimos todos los días.
—¿Y a las dos de la madrugada del día 8? —el inspector escocés ahora suelta las preguntas en ráfaga, como una ametralladora, sin detenerse. No quiere alargar mucho más este interrogatorio, especialmente por Lina, pero tampoco quiere perder el tiempo interrogando a Ed, si realmente no tiene nada valioso que contarles. Las pruebas están muy en su contra, al fin y al cabo.
—Estaría en la cama.
—¿Solo?
—Sí, inspector.
—Vale... —Cora decide tomar el relevo, pues comienza a ver claramente cómo su situación personal empieza a hacer mella en el carácter y voz de su prometido, y padre de su bebé. Tiene que evitar que la tome con Ed—. ¿Y qué hizo el jueves 28 de mayo de 2015?
—No lo sé —el hombre de complexión fornida parece hartarse de ser interrogado de esta manera tan inusual, de modo que aumenta su tono de voz—. Vivo detrás de la tienda. Tardo 50 pasos en ir a trabajar. La tienda es mi vida —describe sus actuales circunstancias con rapidez y concisión—. Ojalá pudiera hacerles comprender que yo jamás le haría daño a Trish.
—¿Seguro? —tras dejar escapar esa pregunta de sus labios, Alec da por finalizado el interrogatorio de momento, pues no han conseguido más pistas sobre el caso de su clienta, aunque sí han encontrado más información, la cual deberán contrastar, sobre las agresiones de Laura Benson y la tercera superviviente.
Una vez finalizan el interrogatorio, con los inspectores saliendo de la sala de interrogatorios, el escocés trajeado se frota el entrecejo, evidentemente agotado mentalmente, no solo por el caso, sino por sus circunstancias. La marcha de Daisy lo está afectando más de lo que debería. Y su querida Lina lo advierte, por lo que, aprovechando un punto ciego de las cámaras de vigilancia del pasillo de las salas de interrogatorios, le brinda un cariñoso y cálido abrazo, el cual Alec corresponde al momento. La estrecha contra su cuerpo, con cuidado de no aplicar demasiada presión en su vientre. Cuando consigue calmarse mínimamente, ambos suben al piso en el que se encuentran sus puestos de trabajo, encontrándose con Ellie allí, quien les brinda la información que ha recolectado acerca de Jim Atwood. La Inspectora Jefe Nish Desai también está allí, esperando su informe de la situación y del caso.
—Y si Trish le dijo a Ed que quería irse? ¿Dejar el empleo? —elucubra tras informar tanto a su buena amiga y madrina de su bebé como a su jefa directa sobre los últimos acontecimientos en el interrogatorio de su sospechoso—. Sabemos que está obsesionado con ella, sabemos que depende de ella, sabemos que no puede vivir sin ella... —enumera en una voz tensa y de manera rápida, como si esos argumentos fueran convincentes y de peso, a pesar de saber de buena tinta que este no es el caso—. Así que, ¿y si Ed pensó que iba a perderla? ¿Y si se lo dijo aquella noche?
—Sí, pero sin pruebas fehacientes de ello, no es más que una suposición, Alec —intercede la pelirroja de piel de alabastro, habiéndose sentado en el borde de la mesa de Ellie, cruzándose de brazos bajo el pecho. No quiere ser dura con él, pero ahora mismo no está siendo objetivo, sino que está dejándose llevar por sus emociones.
—¡Es una investigación, Lina! —sin darse cuenta, debido a su empeño por zanjar el caso, en gran parte por su necesidad de estar con Daisy y de evitar que se marche de su lado, ha utilizado el apodo cariñoso de su pareja—. ¡Una teoría!
—Estoy de acuerdo con Coraline —sentencia la Inspectora Jefe en un tono suave—. Es una suposición, y os habéis quedado sin tiempo, de modo que tenemos que soltarlo —deja los hechos claros y sin posibilidad de rebatirlos.
—Estoy a punto de conseguir algo...
—Pero no es suficiente, Alec —responde Cora, comprendiendo su frustración.
—Nuevamente, tengo que coincidir con nuestra experta analista —sentencia Desai, cruzándose de brazos bajo el pecho—. Decidme, ¿ahora mismo tenéis pruebas suficientes para convencer a la fiscalía de que acusen a Ed Burnett de violación? —quiere saber, antes de que sus palabras sean interrumpidas por el claro sonido de una llamada entrante.
—Lo siento —Alec siente que el corazón se le ha subido a la garganta al comprobar que es su teléfono el que suena con un tono de llamada entrante—. Treinta segundos —hace un gesto con la mano, y sus compañeras asienten al momento, con su jefa suspirando pesadamente—. Lo siento —sin ser consciente de ello, Ellie intercambia una mirada con la taheña, quien agacha el rostro con un ademán apenado: que el teléfono de su futuro marido suene a estas horas, cuando apenas han pasado dos horas desde que han salido de casa, solo puede significar una cosa. Daisy no ha cambiado de idea—. ¿Qué tal estás, cariño? —inquiere el escocés en un tono esperanzado, habiéndose alejado de sus compañeras de trabajo levemente para poder hablar en privado.
—¿Podéis llevarme a la estación, por favor? —inquiere la estudiante, haciendo añicos las esperanzas que hubiera podido albergar y reunir su progenitor, quien inmediatamente siente cómo las lágrimas se abren paso hacia sus ojos, amenazando con comenzar a caer de éstos.
—No quiero hacerlo —dice Alec al momento, quebrándosele la voz—. Ninguno queremos.
—Papá, no lo pongas más difícil, te lo ruego.
—Vale —el escocés traga saliva, pues se le ha formado un nudo en la garganta. No quiere hacerlo. No quiere ir a buscarla, y está completamente seguro de que Lina tampoco quiere hacerlo, pero sabe que no puede hacer nada para obligarla a quedarse. Si tan solo tuviera delante a los responsables de todo este sufrimiento que le están causando... Haría lo que fuera para que se quedase con ellos—. Estaremos allí en veinte minutos, solo si estás segura —intenta darle una última oportunidad para cambiar de idea, escuchando por el auricular del teléfono el sonido de las olas impactando contra las rocas del puerto. El pensar que no va a escuchar nuevamente su voz esta tarde al volver a casa lo mata por dentro. El saber que no estará allí para recibirlos, cocinar con ellos, hablar de sus hobbies... Es una certeza demasiado terrible—. Realmente segura.
—Nos vemos ahora.
—De acuerdo —siente que se le rompe nuevamente el corazón—. Adiós.
Cuando Ellie contempla el rostro pálido y los ojos rojos de su compañero y amigo, sabe perfectamente que hay algo que no va bien. Y a juzgar por la mirada que intercambian los futuros cónyuges, está claro que tiene que ver con la hija del escocés. Al parecer la muchacha no quiere quedarse en Broadchurch. No puede ni imaginar la cantidad ingente de sufrimiento, dolor y melancolía que los debe estar dominando ahora. Dios, el habitualmente imperturbable Alec Hardy parece a punto de desmoronarse como un castillo de naipes con tan solo mirarlo, y la siempre alegre mentalista parece a punto de estallar en un estruendoso llanto que podría llenar de congoja el corazón de todos los presentes.
—¿Va todo bien? —sabe que es una pregunta estúpida, pero no puede evitar preocuparse por ellos. Como respuesta recibe un gesto de asentimiento por parte del escocés, quien apenas es capaz de mirarla a los ojos.
—¿Qué piensas hacer, Alec? —quiere saber Nish Desai, contemplando a su inspector, habiéndose percatado al momento del cambio de actitud de éste y de su brillante analista del comportamiento. Sin duda alguna, si lo que Stone le ha comentado es cierto, estos dos necesitan tomarse unos días libres, y a ser posible, celebrar su boda en ese tiempo. Al menos si juntan sus días de descanso con su luna de miel, podrán volver al trabajo con las pilas cargadas.
Una vez el testarudo y taciturno inspector de complexión delgada toma una decisión acerca de qué hacer con Ed Burnett, tomando en cuenta las pruebas, las declaraciones y los hechos de los que disponen, éste se dirige a la sala de interrogatorios número dos, dónde mantienen retenido a su sospechoso. Cuanto antes acaben con este asunto, antes podrán Lina y él reunirse con Daisy. Pasar unos últimos minutos con ella, antes de que se marche de allí, probablemente para siempre.
—Voy a pedirle al sargento que lo ponga en libertad bajo fianza —mientras puedan tenerlo controlado será beneficioso para localizarlo y poder arrestarlo nuevamente de ser necesario, en caso de que salgan a la luz nuevas pruebas o testimonios en su contra—. Voy a solicitar que se fijen determinadas condiciones bajo dicho periodo, entre ellas que no pueda contactar con Trish Winterman ni con ningún miembro de su familia, ya sea directa o indirectamente —dice lo que tiene que decir de manera rápida, clara y concisa, porque no quiere tener que repetirse—. Tampoco puede acercarse a su casa, ni a la de ningún otro familiar suyo —concluye antes de salir de la sala de interrogatorios, habiendo tomado la mano derecha de su pareja en su izquierda, comenzando a dirigirse hacia el exterior de la comisaría, pues tienen poco tiempo para estar con Daisy, y deben aprovecharlo al máximo.
Maggie Radcliffe está en su oficina del Eco de Broadchurch, revisando la última edición del periódico. Gwen ha ido a verla, y le ha enseñado el diseño del periódico. Desde que Nadia Taylor-Harper hizo la oferta a su equipo editorial para comprar su periódico estrella, parecen nerviosos. La veterana periodista diría que ahora intentan resarcirse, darle mayor libertad para trabajar, pidiéndole opinión, etc. Pero Maggie tiene muy claro que solo es cuestión de días para que empiece a trabajar para el Dorset National. Solo está esperando al mejor momento para despedirse de esta mierda de editorial, así como de Gwen, con su actitud prepotente y "moderna".
—La gente de la zona está nerviosa, y tú estás jugando con eso —la reprende a pesar de saber que sus palabras no van a tener efecto alguno sobre esta mujer que tanto la desquicia—. Es demasiado sensacionalista —clarifica mientras revisa la portada—. Parece... ¿Cómo lo llaman? —intenta encontrar el término que ahora se ha puesto tan de moda entre los jóvenes—. Un ciberanzuelo.
—Oh, Maggie, siento que no te guste... —es evidente que las palabras de Gwen son flemáticas, desprovistas enteramente de emoción o vergüenza. Ni siquiera es consciente de que su enfoque no es el adecuado para dar a conocer a los vecinos el horrendo crimen que se ha llevado a cabo en la Casa Axehampton.
—Además, al lado del informe sobre una agresión sexual, ¿colocas una barra lateral con mujeres en bikini? —no puede creer que, después de todos estos años, después de todo lo que ha tenido que trabajar, de todo lo que ha aprendido de este negocio, tenga que ver este disparate con sus propios ojos. No creyó que fuera a vivir para ver cómo se hunde el auténtico periodismo—. ¿Y luego pones publicidad acerca de las 10 novias de futbolistas más atractivas, y otra sobre chicas del tiempo más sexis? —rectifica sus pensamientos anteriores: sin duda alguna, ahora es cuando el auténtico periodismo ha tocado fondo realmente. Espera que no puedan caer más bajo.
Al menos, y esto es lo único que le sirve de consuelo, Nadia Taylor-Harper continúa, a pesar de su precariedad en el mundo de la prensa escrita, manteniendo esa visión de periodismo real, objetivo, cercano y nada sensacionalista con el que Maggie empezó su carrera. No ve el momento de empezar a trabajar a sus órdenes.
—Nos financiamos a través de la publicidad.
—¡Pero puedes elegir qué publicidad aceptar! —rebate la mujer que hizo el reportaje del Destripador de Yorkshire—. La identidad de un periódico se basa en el origen de la publicidad. De dónde aceptas el dinero.
—Ya no es así —sentencia Gwen encogiéndose de hombros, nada afectada por su reprimenda, demostrando a la veterana periodista que, efectivamente las nuevas generaciones no se preocupan ya de hacer buen periodismo—. Ahora todos son algoritmos y análisis.
—Oh, ya veo... —no quiere dejar que la indignación que la recorre de pies a cabeza la domine, de modo que contiene la voz y el temblor de su mandíbula para no gritarle a Gwen dónde puede meterse sus algoritmos y ciberanzuelos—. ¿Así que, nuestra noticia sobre un depredador sexual se ve subvencionada y enmarcada por porno barato?
—Son solo fotos —la joven no da su brazo a torcer—-. Nada que no se vea en una playa.
—¡Por el amor de Dios, Gwen! —exclama con hastío la pareja de la abogada—. ¿Cómo puedes considerarte feminista y aprobar estas atrocidades? —se escandaliza, y las palabras de la joven la dejan inmediatamente helada en su asiento, logrando que la recorra un escalofrío de arriba-abajo.
—Yo no me considero feminista.
—Por favor, dime que no eres el futuro —está desolada al ver lo bajo que ha caído el periodismo, y este hecho no hace sino acrecentar sus ganas de despedirse con efecto inmediato de la editorial. Pero primero debe esperar a que Nadia compre su periódico y renueve el alquiler de su local.
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