Capítulo 33 {2ª Parte}
Son aproximadamente las 20:35h. Ian Winterman está revisando unos exámenes de unos alumnos, los cuales ha impreso en el aula de informática. Corrige faltas de ortografía y conceptos erróneos de sus alumnos, asegurándose de darles consejos para mejorar sus conocimientos. Intenta ser magnánimo al momento de restar puntos, pues no soporta pensar en cómo eso puede afectar a alumnos que realmente se han esforzado en estudiar, y no han conseguido llegar a plasmar todo su conocimiento en una hoja de papel. Tan concentrado se encuentra en su tarea, que no repara en que un colega suyo indica a los Inspectores Hardy, Miller y Harper dónde pueden encontrarlo para hablar con él.
—Sr. Winterman —la voz de Alec Hardy resuena en la estancia con eco y de manera firme, antes de que sus pasos delaten que no viene solo. El aludido por poco pega un respingo al ser sacado de su zona de concentración de manera tan brusca, escuchando el sonido de la puerta de la sala de informática cerrándose con un pequeño golpe. Se gira hacia los inspectores, contemplando que en sus rostros hay una expresión suspicaz, como si volviera a estar en su punto de mira—. ¿Tiene el ordenador de su mujer? —el hombre con cuarenta y siete años no pierde el tiempo con formalidades, de modo que va directamente al grano, haciendo la pregunta de rigor, mientras que Ellie y su querida pareja se cruzan de brazos, observando en silencio al profesor, que ahora palidece.
—Sí —Ian sabe que no puede mentirles, especialmente con la pelirroja de ojos azules frente a él, pues advierte sin problemas que se encuentra atenta a cada movimiento, palabra y gesto suyo. Algo que lo incomoda mínimamente, de modo que desvía la mirada al portátil de su mujer, el cual está sobre la mesa en la que estaba corrigiendo los exámenes—. Sí, lo tengo.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Me pasé por casa anoche, Inspector.
—¿Sin permiso de su mujer? —inquiere la mentalista en un tono curioso, casi acusatorio—. No me negará que es un poco extraño... Colarse en su propia casa para recuperar un portátil que ni siquiera le pertenece a usted.
—No quería molestar a Trish —intenta defenderse Ian en un intento desesperado por justificar sus acciones como un gesto amable y caballeroso—. Sé que no quiere verme, pero aún tengo la llave de la puerta de atrás: Leah me hizo una copia para emergencias —revela en un tono que aumenta en nerviosismo conforme más siente la mirada de la inspectora pelirroja en su ser.
—¿Para qué necesita el ordenador? —quiere saber Miller, intercediendo en la conversación.
—Tiene varios PowerPoint, presentaciones, trasparencias... Y cosas para mis clases, ya sabe.
—¿PowerPoints de qué? —el tono de la analista del comportamiento es firme al momento de entrecerrar los ojos. "Si realmente vas a mentirnos a la cara, te aconsejaría que fueras más listo. La forma en la que parpadeas tan rápido, desviando tus ojos arriba a la derecha, al tiempo que no dejas de dar pequeños golpes con la punta del pie derecho en el suelo, es el indicativo claro de que nos estás mintiendo descaradamente", no tarda apenas cinco segundos en analizar su comportamiento no-verbal, habiéndose percatado gracias a sus habilidades de observación de los cambios en Ian al responder a la pregunta de Ellie. "Sea lo que sea que hay en el ordenador, no son PowerPoints. Me atrevería a decir incluso que no tiene nada que ver con tu trabajo".
—Temas varios, Inspectora Harper —deja escapar una sonrisa nerviosa. Otra mentira—. Ósmosis, sistemas reproductivos, la vida celular de las plantas... —la sonrisa del profesor de ciencias pronto se borra al ser testigo de la mirada y la expresión facial nada divertida del inspector escocés, quien lo observa como un depredador a su presa, deseando hincarle el diente.
—Vamos a requisarle el portátil, gracias —sentencia la pelirroja de piel de alabastro, antes de desviar su mirada celeste a dicho dispositivo, sobre la mesa—. Lo examinaremos para nuestra investigación.
—Vale, bien —Ian parece conforme, y aunque le tiemblan las manos, consigue entregárselo.
—Gracias.
—¿E-es cierto que Ed Burnett está detenido? —cuestiona, interrumpiendo a la taheña.
—No podemos hablar de la investigación —sentencia Hardy en un tono firme y nada amigable, negándose a compartir ningún tipo de información con este hombre. Además, el hecho de que haya interrumpido a su futura mujer lo molesta sobremanera.
—No, si lo entiendo —Ian se muerde el labio inferior antes de tragar saliva—. Es que he estado pensando mucho en Ed últimamente —sabe que no debería decirles una mentira, pero no puede evitarlo. Quiere evitar que las sospechas caigan sobre él en caso de que encuentren algo en el portátil. Porque él nunca le haría daño a Trish, a diferencia de ese hombre, que estaría dispuesto a jurar, está obsesionado con ella—. ¿Saben que discutí con él hace cosa de año y medio? —inquiere, contemplando que el hombre trajeado de cabello castaño ha alzado brevemente las cejas en señal de ironía. "Típico: arrestamos a alguien y todos se creen con la libertad de hablar mal a su espalda, sin que pueda defenderse", piensa el escocés para sus adentros, esperando a que el profesor continúe con su aparente valiosa información—. Estaba acosando sexualmente a Trish —es una información nueva que deberán contrastar cuidadosamente, y la mujer embarazada simplemente enarca las cejas, claramente suspicaz por lo conveniente que resulta esta declaración—. A ella le preocupaba perder su trabajo. No quiso decirle nada, y me tocó a mí hablar con él —parece demasiado bueno para ser verdad. La puntilla perfecta para acabar con las sospechas sobre el reo que tienen en la comisaría de policía—. He pensado que debían saberlo.
La noche ha caído en Broadchurch apenas son las 23:55h. Chloe está viendo una serie en la televisión, comentando por mensaje lo que sucede con Daisy, quien está en casa sola debido a que sus padres aún no han podido salir de la comisaría por estar interrogando a un sospechoso. Intenta animarla hablando con ella sobre los potenciales romances entre los personajes de la serie, pero de pronto, a mitad de escribir un mensaje, la estudiante de cabello rubio y ojos azules recibe una llamada de su padre. Extrañada por la hora, Chloe descuelga el teléfono.
—¿Papá?
—¿Estás bien, cielo? —cuestiona Mark al otro lado de la línea telefónica, quien está cerca de la cabaña del acantilado, habiéndose acercado a un buzón de correos para depositar en él la confesión y explicación de Joe sobre la agresión hacia Coraline, para que sea enviada a primera hora del día.
—¿Dónde estás? —pregunta Chloe con un tono suave, deseando que todo este asunto del divorcio no termine por volver loco a su padre. Quiere asegurarse de que esté bien. Quiere asegurarse de decirle que le quiere, que nada va a cambiar entre ellos porque se vayan a separar.
—He salido a dar un paseo —responde el fontanero de ojos azules, sintiendo cómo la luz de la luna llena otorga a este acantilado de un resplandor casi onírico, irreal—. A estas horas está todo muy tranquilo, y es ideal para despejar la mente.
—¿Estás bien? —cuestiona Chloe, desviando la mirada hacia la cocina, donde su madre está planchando la ropa mientras que Paul da de cenar a la pequeña Lizzie. Es una imagen enternecedora, pero ahora que piensa en lo solo que debe sentirse su padre, siente lástima.
—Sí, ¿por qué no iba a estarlo? —intenta aparentar que todo va bien, pero incluso al hablar se da cuenta de cómo le tiembla la voz. Es incapaz de disimular el temblor que lo recorre de arriba-abajo. Está lleno de desesperación, y está perdido. No sabe qué hacer, ni sabe a quién acudir.
—Te noto un poco raro.
—Ah, ¿en serio? —trata de reír de manera despreocupada—. Muchas gracias —escucha la carcajada de Chloe al otro lado de la línea y lo hace sonreír: al menos ha conseguido hacerla feliz, un poquito. Es lo único que siempre ha querido—. Sabes que te quiero, ¿verdad?
—Sí... —a la joven adulta de pronto la invade la sensación de que algo no va bien. Una sensación en la boca del estómago, que la avisa de que hay algo malo detrás de las palabras de su padre. Más parece una despedida que una muestra de su afecto y cariño, y eso hace que se enciendan las alarmas en su cabeza—. ¿Seguro que estás bien? —le da la oportunidad de sincerarse con ella, de hablar sobre lo que sea que le preocupa. Quiere ayudarlo.
—Sí, yo siempre estoy bien, Chlo —la muchacha sabe que eso es una mentira, pues a su padre nunca se le ha dado demasiado bien el disimular. De modo que, cuando le dice que está bien, realmente quiere decir lo contrario. Quiere interrumpirlo, pero Mark se le adelanta—. He hecho todo lo posible por ti, Chlo.
—Lo sé.
—Por ti... —se interrumpe, tratando de que su hija no advierta que ahora mismo está llorando, con las lágrimas deslizándosele por las mejillas—. Y por Lizzie, y Mamá, y Dan.
—¿Papá? —la chica de dieciocho años empieza a asustarse.
—Lo siento si... Si alguna vez no ha sido suficiente.
—Papá, ¿por qué no vienes a casa? —le propone en un intento desesperado porque no haga lo que piensa hacer, sea lo que sea. Algo le dice que si no convence a su padre ahora de que vaya a verla, algo horrible pasará. No quiere enfrentarse a la posibilidad de que le pase algo a él. Ya perdió a Danny y a la abuela Liz, y no quiere perder a nadie más—. Me gustaría verte —añade, escuchando cómo una carcajada levemente feliz sale de los labios de su querido progenitor, como si fueran las palabras más bonitas que ha escuchado nunca—. Por favor...
—Tengo que colgar.
—¿Quieres hablar con Mamá? —pregunta la estudiante en un tono apremiante—. Está aquí.
—No.
—Te quiero, Papá —Chloe intenta por todos los medios mantener la calma. Decirse que aquello que se ha imaginado, a su padre cometiendo una estupidez como suicidarse, es solo una ilusión. Una mentira de su mente cansada por las horas interminables de estudio—. Muchísimo.
—Yo también te quiero, cariño —responde Mark en un tono amoroso—. Dile a Paul que cuide de Lizzie, de Mamá y de ti, ¿de acuerdo? —añade en un tono suplicante, caminando varios pasos hasta el borde del acantilado, contemplando el oscuro mar que se cierne bajo sus pies—. Cuidaros mucho.
—Papá...
Sin darle tiempo siquiera a decir nada más, el fontanero de cabello castaño y ojos azules cuelga la llamada. Mark guarda su teléfono en el bolsillo de su chaqueta, silenciándolo para evitar escuchar cualquier intento de contactar con él. Ahora está solo ante el insondable abismo, observando la misma playa, la misma arena, las mismas olas que su querido y adorado hijo observó aquella noche. Aquella misma noche en la que su vida terminó de forma violenta. Sus pensamientos discurren acelerados, incapaz de decidir sobre si saltar o no, precipitándose por el acantilado. Sería una muerte rápida. Solo tiene que dar un paso más y se despeñará sin remedio. Pero no podría soportar la idea de no morir por el impacto. La agonía de permanecer un solo minuto más en este mundo lo destroza por dentro, de modo que, poco a poco, se aleja del borde del acantilado. Si quiere reunirse con Dan, hay una manera mucho más fácil y serena de emprender el viaje. Con pasos lentos, se dirige hacia la playa, donde se encuentran las lanchas motoras.
Encuentra la lancha que perteneció a su cuñado, el padre de Beth, sujeta con una pequeña cuerda a un tronco de madera. No resulta difícil soltarla. Empieza a empujar la lancha al interior del mar, hasta el momento en el que ya no toca la arena. Se introduce en el barco, y comienza a navegar mar adentro. El mar es un lugar mucho más pacífico y solitario para dejarse llevar por la corriente. Para cerrar los ojos y hundirse en su oscuro y seductor abrazo. Para volver a estar con su hijo, a quien tanto extraña. Mark cierra los ojos y, poco a poco, su cuerpo se relaja. El sonido del agua chocando contra la lancha lo envuelve, y siente como si flotara en una nube. Dan está allí, con él. Lo siente y lo ve. Está sonriéndole como siempre lo hizo, con esos dientes separados en una sonrisa burlona pero cariñosa. De pronto parpadea, y ya no puede verlo, pero sabe que Dan está en todas partes, en todo lo que lo rodea. Dan está en el agua, en el aire, en el cielo. Dan está en él, y él está en Dan. Dan es todo lo que necesita. Dan es todo lo que ama. Y, finalmente, Dan es todo lo que tiene. Con un movimiento de la mano, detiene el motor de la lancha. Observa la profundidad oscura del mar nocturno, y tras dejar el teléfono y sus objetos de valor en el interior de la lancha, el fontanero pone un pie fuera de ella. Empieza a introducirse en las oscuras aguas. El agua está fría, mucho más de lo que esperaba, pero en cuanto su cuerpo se acostumbra a la temperatura, siente una extraña calidez. Dan lo está esperando. El agua lo envuelve poco a poco. Cierra los ojos, dejándose llevar por ella, dejando que adormezca sus sentidos. El agua lo abraza, lo acuna. El agua es Dan. Dan es la vida. Dan es la muerte.
Beth Latimer despierta bruscamente a las 02:25h, sentándose en la cama. Un sudor frío le recorre la espalda, como si su instinto más visceral le dijera que hay algo que no va del todo bien. Esa misma sensación de horror la invade de pies a cabeza, sintiendo escalofríos que la dejan helada, como cuando despertó la mañana en la que Danny fue encontrado en la playa de Broadchurch. De pronto, escucha el teléfono móvil vibrando en su mesilla derecha. Tras desperezarse y frotarse el entrecejo toma el teléfono en su mano. Tras revisar el nombre en el identificador de llamadas, descuelga. En cuanto escucha las palabras de su interlocutor su rostro se va desencajando poco a poco. No puede creer lo que está escuchando. Es más, no quiere creerlo. Debe ser un error. Un horrible error. Cuando descuelga, habiéndosele notificado que Mark será trasladado al hospital para poder salvarle la vida debido a haber estado a la deriva en el mar, con riesgo a sufrir una hipotermia mortal, Beth suspira. Es entonces cuando despierta a Paul, que duerme a su lado plácidamente. Éste se sienta en la cama, frotándose las cuentas de los ojos.
—¿Beth...? —cuestiona el hombre de cabello rubio y ojos azules, confuso por el hecho de ver a su pareja despierta a estas horas intempestivas. Sin embargo, cuando contempla el rostro pálido de su pareja inmediatamente se pone tenso—. ¿Qué ocurre? —le pregunta, acariciando sus antebrazos en un gesto afectuoso.
—Mark... —la castaña de ojos pardos intenta hablar, pero pronto se percata de que le es imposible, pues siente cómo las lágrimas se le agolpan en las córneas—. Mark ha intentado... —solloza antes de interrumpirse. A los pocos segundos siente que su querido Paul la estrecha contra su pecho, pues ha inferido lo que estaba intentando decirle—. Me han dicho que me llamarán por la mañana, para decirme si podemos ir a verlo al hospital...
—Eh, tranquila Beth —Coates hace lo posible por calmar sus ánimos, acariciando su espalda y cabello. Habla con una voz serena y pausada en todo momento para convencerla de que todo irá bien—. Mark es fuerte: saldrá de esta —le asegura con firmeza, pues ambos conocen de sobra la tenacidad y testarudez del fontanero—. Os llevaré a las niñas y a ti al hospital en cuanto os lo permitan, ¿de acuerdo? —comprueba como su novia asiente entre lágrimas, las cuales él retira de sus mejillas con los pulgares en un gesto suave y afectuoso—. Pero ahora necesitas descansar, aunque sea un poco...
Arropada por la calidez y el apoyo del reverendo de ojos azules como el mar, la joven madre exhala un hondo suspiro, pues sabe que tiene razón: ahora mismo no hay nada que ellas o Chloe puedan hacer por Mark. Está en mano de los médicos el ayudarlo, y está segura de que logrará salir de ésta, a pesar de sus intentos por acabar con su vida. Mientras siente que los ojos se le cierran despacio por el cansancio de haber llorado, Beth siente cómo la culpa y la tristeza se abren paso a su pecho y corazón. Culpa por no haber sido capaz de ver que el padre de sus hijas se encontraba en esa situación tan precaria, llegando al punto de quiebre en el que quitarse la vida es preferible a seguir viviendo. Tristeza porque Mark no sea capaz de encontrar la salida a su depresión, que sea incapaz de pedir la ayuda que tan claramente necesita. Pero no piensa dejar que él se autodestruya. No solo es una persona maravillosa, a pesar de haber cometido errores, sino que merece seguir viviendo, pasar página y encontrar la felicidad que se merece. Merece y necesita seguir en su vida, en la de sus hijas. Y piensa hacer lo posible para ayudarlo.
Son aproximadamente las 07:35 de la mañana, y Coraline se encuentra con Ellie y Alec en la sala de estar de su casa. Al despertar ha encontrado la maleta de Daisy junto al sofá, y ha sentido al momento como su corazón se ha encogido en su pecho. No desea que su pequeña estudiante se aleje de ellos, pues la ama y adora con todo su corazón como si fuera suya. Desea que sea feliz, y el hecho de que el sufrimiento que ha acarreado hasta ahora la fuerce a abandonarlos, la mata por dentro. Desearía haber podido ayudarla, y el hecho de haber recibido esta mañana la confirmación de las identidades de sus acosadores, justo cuando se marcha, es una ironía demasiado dolorosa. Ojalá hubiera recibido esa información antes para hacer algo al respecto... Pero ahora, incluso aunque su Dais se marche, la pelirroja piensa atar en corto a esos muchachos. No piensa dejarlos irse de rositas tras haber herido tanto a la rubia. Alec por su parte ha cambiado su humor nada más posar su vista parda en la maleta de su hija en la sala de estar. Su inicial alegría al despertar junto a su futura mujer se ha disipado como la niebla, tomando una expresión molesta y atormentada su lugar en su rostro. No puede creer que su charla de ayer con su niña no haya tenido ningún efecto en las intenciones de Daisy. No quiere dejarla ir. No quiere alejarse de ella. Pero no puede hacer nada al respecto, pues es su decisión.
Sin embargo, lo que ha descolocado mayormente a la pelirroja y a su pareja no es el hecho de que Daisy quiera abandonar su hogar, sino la carta que ha recibido la analista nada más levantarse. Por lo que ha podido ver, el remitente es Mark Latimer. Nada más abrirla, ha palidecido con las primeras líneas de su contenido, y ha estado tentada a romperla en miles de pedazos. Sin embargo, Alec la ha detenido, curioso por su reacción, y en ese preciso momento, es cuando ha llegado Ellie a su casa, habiendo sido invitada por sus compañeros, inquiriendo acerca de lo que sucede. De manera reticente, la pelirroja con piel clara vestida con su habitual atuendo de trabajo ha revelado su contenido, sorprendiéndolos a ambos.
—No puedo creer que Mark haya hecho esto... —se horroriza la mujer de cabello castaño, colocando su mano derecha en su frente, una vez se han sentado en la mesa de la sala de estar—. ¿Y cómo es que ha conseguido dar con su paradero? —se pregunta en un tono preocupado, cavilando para sus adentros—. Nadie sabía dónde se encontraba... Ni siquiera Paul.
—Pues parece que no es así —sentencia Alec en un tono molesto, tamborileando con las yemas de los dedos en la superficie de la mesa—. Además, ¿a santo de qué ha decidido enviártela? —se contraría el escocés, quien no desea que su querida Lina sufra nuevamente por las acciones de ese desgraciado, habiéndose recuperado de su TEPT satisfactoriamente.
—Sinceramente, no lo sé, aunque puedo hacer una conjetura —se sincera la pelirroja tras encogerse de hombros, dejando que sus ojos viajen por cada palabra de la carta que el padre de Danny le ha enviado—. Porque, independientemente de cómo Mark ha encontrado a Joe... —debido a su entrenamiento para la mafia rusa ella sabe que hay formas de localizar incluso a aquellos que ocultan muy bien su rastro—. Creo que lo ha hecho con buenas intenciones... —se encoge de hombros, antes de volver a introducir la carta en su sobre—. Por lo pronto que ha enviado el mensaje, asegurándose de que llegase aquí nada más amaneciera, es evidente que intentaba ayudar, darme una justificación, o al menos una razón para que Joe me agrediese todos estos años atrás —sus palabras provocan inmediatamente una oleada de desagrado en su pareja y su amiga, quienes aún tienen muy presente lo ocurrido en el juicio—. Y aunque aprecio su buena voluntad, no quiero escuchar sus excusas —asevera, rompiendo el sobre, y por tanto la carta, en miles de pequeños pedazos.
—Pero Cora... —Ellie parece ligeramente atormentada, pues puede que las palabras de su exmarido puedan servirle de consuelo a su amiga, para así, darle un carpetazo final a todo ese asunto de su pasado—. ¿Ni siquiera la has leído?
—Solo la primera línea, y ha sido más que suficiente —se sincera la pelirroja, antes de arrojar los contenidos de la carta a la basura de la cocina—. No necesito, ni quiero saberlo —añade en un ánimo impasible, suspirando con pesadez—. He conseguido recuperarme, por mi propia cuenta, y no necesito que piense que algo de lo que ha dicho ha contribuido a ello —explica su razonamiento—. Por si fuera poco, no quiero darle la satisfacción de sentirse aliviado ni un ápice, porque no hay nada que justifique sus acciones —comprueba para su alivio que sus dos compañeros de profesión la entienden, asintiendo al unísono.
—Claro que no —coincide el escocés castaño, tomando su mano—. No podemos hacer eso, o todo este esfuerzo por sacarlo de nuestras vidas, por evitar que su corrupta influencia llegue a nosotros, no habrá servido para nada.
—Alec está en lo cierto —apostilla la veterana inspectora de cabello castaño, antes de percatarse de que el estado anímico de sus dos compañeros decae de pronto. Una rápida mirada a su espalda le dice todo lo que necesita saber, de modo que decide sacar el tema. Está segura de que a ambos les vendrá bien hablar de ello, aunque solo sea un poco—. ¿Esa es la maleta de Daisy? —cuestiona Ellie en un tono apenado, habiendo desviado sus ojos pardos momentáneamente a ésta, antes de posar su mirada en sus amigos. Contempla cómo en sus rostros hay unas hondas expresiones de tristeza, y se le rompe el corazón por ellos. Está claro que adoran a la estudiante y harían lo que fuera por ella, de modo que comprende perfectamente lo que deben estar sintiendo. Ella misma como madre, se sentiría destrozada si de pronto Tom o Fred deseasen marcharse de su lado.
—No quiero hablar de ello —niega Alec en un tono molesto, defensivo, pues no quiere pensar en ello en este momento. Es evidente que no quiere enfrentarse a la realidad de la situación, porque es incapaz de aceptarlo—. Deja el tema, Ellie —le ordena mientras se ata la corbata azul marino bajo el cuello de la camisa.
—Trabajamos juntos —le recuerda la castaña de cabello rizado—. Así que, cualquier cosa que te pase, que os pase a ambos, también me afecta —incluye a la pelirroja de piel de alabastro en sus palabras y razonamiento, pues son sus amigos, y ella haría lo que fuera por ayudarlos y ahorrarles sufrimiento—. Sobre todo cuando nos quedan menos de seis horas con un sospechoso, y vengo a buscaros a estas horas intempestivas —añade, antes de suspirar, posando sus ojos en su buena amiga y compañera, quien deja escapar una leve sonrisa, agradecida por su apoyo—. Así que, ¿podéis decirme qué está pasando?
—Daisy ha sacado un billete de tren —responde la analista del comportamiento en un tono apenado, agachando el rostro, antes de sentir cómo su pareja toma sus manos en las suyas, pues está sentado en el sillón a su lado—. Quiere irse.
—Le pedí que no lo hiciera —sentencia Alec mientras niega con la cabeza, frotando los dorsos de las manos de su futura mujer—. Se lo supliqué, de hecho... —el inspector de cabello y vello facial castaño suspira con pesadez, antes de carraspear—. Me ha dicho que se lo pensará y que me llamará al trabajo para decirme algo.
—¿Sabéis lo que haría yo? —inquiere Ellie de manera retórica—. Cogería el billete, lo rompería, me iría a trabajar, y listo.
—¡No puedo hacer eso!
—Pero yo sí —dice Cora en un tono firme, decidida a hacer lo que sea para evitar que se vaya.
—Y yo.
—¡No, no, no! —exclama el escocés de carácter taciturno, categórico en sus palabras. Antes de continuar, desvía su mirada a su prometida, a quien contempla con sus ojos pardos llenos de cariño y melancolía—. No podemos impedírselo, Lina... Es su decisión.
La pelirroja de ojos azules se mantiene silenciosa, pues coincide con su pareja en ese punto.
—Bien, pues será tu funeral, Alec —sentencia sin tapujos la veterana agente de policía, antes de levantarse de la silla en la que se encontraba descansando. Se coloca el bolso, con su cuerda atravesando su pecho en diagonal, apoyado en su hombro derecho—. ¡Moved el culo, chicos! Nos quedamos sin tiempo.
—A tus órdenes, jefa —responde la mujer embarazada en un tono ligeramente bromista, antes de intercambiar una mirada esperanzada con su pareja, pues aún tiene la expectativa de que Daisy cambie de opinión y decida quedarse—. Deberíamos hacerle caso, cielo.
—Sí, lo sé —dice él tras resoplar, levantándose del sillón junto a ella, teniendo el cuidado en todo momento de que se encuentre bien. Ahora mismo, a pesar del revés en apariencia que ha sufrido por la inminente marcha de su hija, quiere enmendarse, ser mejor como padre y esposo.
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