Capítulo 33 {1ª Parte}
Trish está tomándose un vino tinto en el jardín trasero de su casa. Se ha sentado en el banco exterior, y contempla el sol que conforme pasan las horas, va descendiendo poco a poco por el cielo. Escucha cómo Leah la advierte acerca de la presencia de alguien en su casa, de modo que gira el rostro hacia la entrada que da a la sala de estar, contemplando cómo Cath hace aparición. Agradece a su hija que haya dejado pasar a su amiga y compañera de trabajo, antes de hacerle un gesto de asentimiento, indicándole que todo irá bien. No tiene por qué quedarse allí, escuchando su conversación. Conversación que, a todas luces, va a ser incómoda y nada agradable, sobre todo después de cómo acabó su última charla. Su compañera de trabajo camina con cierta prepotencia y chulería por su jardín, hasta quedarse frente a ella.
—He venido a decirte que te agradecería que no volvieras a contactar con nosotros —comienza a decir la mujer de cabello rubio y ojos pardos en un tono severo, contemplando cómo su antaño mejor amiga se levanta del banco de madera, sujetando aún la copa de vino en la mano—. No puedo borrar lo que te ha pasado, Trish, pero ha desenterrado cosas por las que tendrás que responder.
—¿«Por las que tendré que responder»? —Patricia no puede creer lo que está escuchando: no puede creer que tanta prepotencia, tanta chulería, tanta lengua viperina salgan de la mujer a quien aprecia desde hace tanto tiempo—. Se supone que eres mi amiga.
—Te acostaste con mi marido —rebate la mujer del mecánico—. ¿Qué amiga hace eso?
—Bueno, si le hubieses dado lo que necesitaba... —Trish decide en ese preciso momento que no quiere seguir siendo la chica buena. No quiere dejarse pisotear por nadie más, y eso incluye a Cath. Puede que esté siendo cruel e injusta, pero ahora mismo le importa un pimiento lo que parezca. Ella es la víctima aquí, y no Cath.
—Repite eso, Trish... —amenaza la rubia con un tono que desciende conforme aumenta su iracundia y su molestia, viendo cómo la mujer con el cabello teñido de carmesí se siente nuevamente en el banco de madera.
—¿«Ningún contacto»? ¿En un pueblo como este? —inquiere con ironía la superviviente de la agresión sexual antes de encogerse de hombros. No es su problema si no quieren volver a hablar con ella. Tampoco ella quiere hablar con ellos—. Por mi bien, buena suerte —apostilla, antes de tomar un sorbo del vino tinto que tiene en la copa.
—Sí, de todos modos no creo que nos quedemos aquí —le comunica la cajera de Farm Shop en un tono sereno, intentando mantener un mínimo grado de educación y respeto por las amigas que fueron antaño—. Jim y yo... —suspira antes de tragar saliva—. Vamos a marcharnos y a empezar de cero.
Patricia no puede evitar que la domine un ataque de risa al escucharla.
—¿Y a dónde iréis? —pregunta con genuina curiosidad—. No serás nadie en otro sitio, y no lo soportas —la conoce perfectamente, de modo que se permite aseverar ese dato. Al momento, como esperaba, su compañera y amiga niega con la cabeza.
—No, estaremos bien.
—No, no lo creo, Cath —asegura la pelirroja teñida antes de negar con la cabeza—. Necesitas comportarte como si fueras superior a todos los demás, como si fueras una Diosa que camina entre mortales, pero solo eres una cajera, como yo —sentencia en un tono firme, devolviéndole todos los insultos que le dedicó en su última charla con un último comentario hiriente—. Porque no importa quién fuera la abeja reina en quinto curso —hace alusión a la competición de baile del instituto, cuando se conocieron, y Cath ganó el primer premio, siendo coronada como reina.
—Sé que no eres la persona que eras antes de que te violasen, pero...
—Soy más yo de lo que he sido nunca —la interrumpe la cajera en un tono casi beatífico, negándose a admitir que esa experiencia traumática la ha cambiado, y no precisamente para bien, porque la Trish de antes jamás habría perdido la oportunidad de arreglar las cosas antes de que su mejor amiga se marchase del pueblo—. Y ahora, vete de mi casa —contempla cómo la cajera rubia deja escapar una carcajada irónica, claramente herida por sus palabras y por su negativa a limar asperezas, antes de comenzar a caminar hacia la vivienda, con el fin de marcharse de allí y no volver nunca—. No, no, no, no. Por ahí no —la detiene en seco con sus palabras, negándole la entrada en su casa—. No atravieses mi casa: vete por detrás. A hurtadillas, como tu marido —Atwood parece sorprendida y en shock por las palabras de la superviviente, necesitando unos segundos para procesar lo que acaba de decirle—. Vamos —le ordena en un tono imperioso, contemplando cómo su amiga sigue el camino que sale de su propiedad, habiéndole dado la espalda. Trish la observa caminar lejos de ella, y no puede evitar sentir que la congoja la embarga. Se siente culpable, no solo por haber arruinado su amistad, sino por haber intercambiado esas apalabras tan malintencionadas y ponzoñosas con ella antes de despedirse, probablemente, para siempre.
—Mamá, necesito hablar contigo —Leah aparece en el jardín, sentándose en el banco de madera junto a su madre. Ha pasado el día y no ha encontrado el portátil en su taquilla, de modo que no tiene más remedio que hablar con ella sobre las acciones tan sospechosas de su padre—. Puede que sea importante...
Ed Burnett ha acompañado y guiado a los policías hasta su vivienda, a unos pocos kilómetros de la tienda de comestibles. No se ha alejado mucho del negocio, puesto que quiere tenerlo todo cerca y bajo control. Los inspectores se han personado allí con varios oficiales de uniforme, y se encuentran ahora registrando cada rincón de la vivienda del sospechoso, quien los observa trabajar con una mirada entre sorprendida y nerviosa. Sorprendida por su dedicación, pero nerviosa porque encuentren la ropa con la cual se vistió para acudir a la fiesta de Cath. Muchos de los oficiales están catalogando en una lista los objetos y pruebas que se introducen en las bolsas de pruebas bajo las órdenes directas del hombre de origen escocés.
—¿Van a registrar toda mi casa? —inquiere Ed en un tono que pretende sonar firme, como si aún tuviera un mínimo de control sobre la situación, cuando la realidad es que hace rato que lo ha perdido. Aún está esposado, con las manos tras la espalda, puesto que los tres agentes de policía no quieren que toque nada o ponga en riesgo la integridad de alguna prueba decisiva.
—Es lo habitual —responde Alec en un tono sereno, casi indiferente ante sus palabras
—Para mí no... —musita el hombre corpulento, habiendo agachado el rostro.
En ese preciso instante el teléfono de Ellie empieza a sonar, de modo que se excusa, indicándoles a sus dos amigos que se ocupen ellos del registro y de vigilar al sospechoso, puesto que necesita hablar con Beth, quien es la autora de la llamada. Sale de la vivienda, caminando al pequeño patio exterior, donde descuelga.
—Hola, Beth, ¿va todo bien?
—Sí, todo va bien —responde rápidamente su amiga de cabello castaño corto, antes de suspirar, centrándose en la razón por la cual ha decidido llamarla—. Escucha: hoy hemos estado con la otra mujer a la que agredieron —Ellie comienza a pasear por el patio de Ed Burnett—. Lo hemos intentado todo, pero aún no está lista para hablar con la policía —la policía de cabello castaño y rizado suspira internamente antes de agachar el rostro, pues esperaban contar con algo de información respecto a su agresión—. Sigue muy traumatizada —asegura Beth, rememorando su conversación con Nira con viveza—. Pero mencionó algo nuevo —recuerda de pronto, advirtiéndose en su voz un tono más animado—. Cuando se le rompió el coche llamó a asistencia en carretera. Pero volvió a casa andado porque no se presentaron allí, y fue cuando la atacaron.
—Gracias Beth —agradece Ellie en un tono suave— Podría ser de gran ayuda —asevera, rememorando al momento que uno de sus sospechosos, que coincidentemente trabaja en un taller, es alguien que ofrece servicio de asistencia en carretera—. Estoy ocupada, ¿pero hablamos luego?
—Vale —afirma la joven madre con un tono suave—. Adiós.
—Adiós.
Una vez Ellie vuelve al interior de la vivienda, comprueba cómo los de uniforme continúan examinando cada rincón de ésta. Ve a Coraline rebuscar en los armarios, contemplando cómo saca un traje de color negro, sujetándolos en sus manos enguantadas. En cuanto lo tiene en sus manos lo observa, encontrando manchas de barro en los pantalones. Esa noche llovió, de modo que había barro en la zona de la cascada. No es casualidad que encuentren ahora trazas de barro en los pantalones. Diga lo que diga su actual sospechoso, es innegable que las pruebas dicen que estuvo cerca de la cascada en la que violaron a Trish Winterman. Pero ahora necesitan saber por qué motivo está ocultándoles información.
—Alguien me dijo que sería una fiesta formal —comenta Ed mientras contempla el traje que la joven policía tiene entre manos, entregándoselo a su prometido, quien ha ayudado a Ellie a abrir una de las bolsas de pruebas—. Pero cuando llegué allí, yo era el único que llevaba traje.
—Necesitaremos los zapatos, Sr. Burnett —sentencia la taheña con piel de alabastro.
—Están junto a la puerta, Inspectora Harper.
En el preciso instante en el que la veterana inspectora de cabello castaño está por introducir la chaqueta del sospechoso en la bolsa de pruebas contempla con sorpresa que algo sobresale del bolsillo derecho. Tras meter la mano enguantada para comprobar qué es aquello que se oculta en su interior, lo que emerge a la superficie no hace sino aumentar las pruebas contra el hombre negro: una cuerda de pescador azul. Al momento, las miradas de los tres investigadores, incluyendo la celeste de la mentalista quien ha introducido los zapatos en otra bolsa de pruebas, se posan en el dueño de la tienda de comestibles Farm Shop. Sin duda alguna, las pruebas no pueden ir más en su contra. O tiene muy mala suerte y todo es circunstancial, o realmente ha tenido algo que ver con la agresión de Trish, a quien admite querer... Aunque de modo obsesivo.
Ian Winterman acaba de terminar su jornada laboral en el instituto. Aprovechando que tiene el ordenador de Trish y conociendo de antemano el horario de Leo, decide pasarse por el campo de futbol para pedirle que le quite lo que le instaló. Como esperaba, nada más entrar en el campo, el universitario está recogiendo el equipo de los jugadores, metiéndolo todo en una bolsa de deporte, para así, enviarlo a la lavandería. Cuando ha hecho esto, lo ve guardar unos pequeños conos de colores, que en ocasiones delimitan ciertos terrenos del campo para realizar entrenamientos. Mientras se acerca, el profesor saca de su bolso de trabajo el ordenador portátil de su mujer. En cuanto el muchacho vestido con la equipación de fútbol lo ve, se apresura en acercarse a él, claramente nervioso y suspicaz.
—Ian, en serio, guarda eso antes de que alguien lo vea —le pide, señalando el dispositivo.
—Oh, vamos, aquí no hay nadie —intenta coaccionarlo el profesor de instituto.
—¿Y se puede saber qué haces aún con él? —cuestiona Humphries, confuso—. Me dijiste que ya no lo tenías —recuerda claramente su conversación, cuando le pidió que le quitase lo que había instalado en él. No deja de mirar alrededor, preocupado porque alguien pueda verlos charlando y se haga una idea equivocada, en caso de que le entregue el portátil.
—Me lo ha conseguido mi hija —responde Winterman en un tono sereno, decidiendo contarle al joven una media verdad, pues sí que es cierto que Leah se lo consiguió, al permitirle tener una copia de la llave de su casa para emergencias—. Así que si puedes sacar lo que tiene dentro, se lo devolveré esta noche.
—No pienso tocarlo —al universitario le falta tiempo para negarse a su petición, jugando con la pelota de futbol en sus manos—. La policía ha estado en mi curro, y en el de mi novia.
—La policía ha estado en todas partes —argumenta el profesor—. Hasta me han vigilado a mí —añade, sintiéndose completamente a salvo de las sospechas de los investigadores del caso, quienes no han vuelto a contactar con él desde el incidente con los mensajes que Sarah envió.
—Ya... —Leo no parece nada convencido, y se dispone a seguir con su trabajo de recoger el equipo y los materiales del entrenamiento que se ha llevado a cabo hace varias horas con los chicos del instituto.
—Por cierto —dice Ian, logrando que el joven que antaño fuera su alumno se gire hacia él, frunciendo el ceño, preguntándose qué es lo que quiere ahora—. He oído que anoche arrestaron a Ed Burnett —intenta convencerlo de que lo ayude a eliminar del portátil aquello que instaló con su beneplácito, argumentando que, ahora que la policía tiene un sospechoso, ellos no están precisamente en su lista de prioridades—. Así que, vamos, ¿vas a ayudarme o qué?
—No es buena idea, tío —Humphries es categórico en sus palabras—. Ahora no —las circunstancias son poco menos que ideales para que ambos intercambien información o para que él haga de consultor informático. Con la policía rondando cerca de ellos, especialmente con esa avispada agente de cabello carmesí y ojos azules, arriesgarse a retirar el contenido del ordenador es equivalente a cargar un revolver con seis balas para jugar a la ruleta rusa—. Lo siento.
Leo Humphries da por terminada la conversación, alejándose de Ian Winterman, caminando hacia las porterías con hilo azul de pescador. Por su parte, el padre de Leah abandona el recinto, aún con el ordenador en la mano. Decide finiquitar unas presentaciones de PowerPoint en su aula de ciencias antes de irse a la casa de un compañero, pues Sarah lo ha echado del apartamento. Mientras el universitario continua recogiendo los materiales utilizados en la sesión de entrenamiento reflexiona para sus adentros acerca de la información provista por su antiguo profesor. Si es cierto que la policía ha arrestado a ese tipo que vende comestibles en una tienda algo alejada de allí, puede que pueda relajarse un poco. Quizás la policía haya bajado la guardia y pueda divertirse un poco, para variar. Hace semanas que no sale de fiesta, y lo echa de menos. Pero nuevamente, la mirada celeste y afilada de esa inspectora pelirroja algo metiche aparece en su mente, coartando al momento cualquier intento de diversión que hubiera podido imaginar.
En cuanto termina de conversar con su buena amiga, Beth Latimer cuelga el teléfono. Tras morderse el labio inferior, decide hablar con Chloe acerca de su situación. Ha contactado con un abogado y tiene cita mañana para exponerle su caso, pues quiere divorciarse de Mark. Ambos comentaron hace tiempo que era lo mejor dadas las circunstancias, y la castaña de cabello corto cree que ahora es el momento de empezar a pensar en ello. Pero primero quiere hablarlo con su hija. Sabe de primera mano lo mucho que un divorcio puede desestructurar una familia, y lo mucho que los niños se ven afectados, llenándose de sentimientos de culpabilidad. Necesita exponerle a su hija mayor las razones que la han llevado a pensar en divorciarse de Mark, y debe sincerarse con ella sobre sus sentimientos por Paul, a quien le gustaría integrar en la familia de manera permanente, pues llevan algunos meses viéndose.
Tras sentarse en unas de las sillas de la mesa del jardín suspira, preparándose para hablar.
—Chloe, ¿puedes dejar el móvil un segundo? —le pide en un tono sereno, desviando por unos segundos su mirada parda a su hija pequeña, que juega de manera animada y despreocupada en una sábana colocada sobre la hierba del jardín trasero.
La estudiante de dieciocho años, que está chateando con Daisy acerca de sus planes de abandonar el pueblo, escribe una rápida respuesta a su último comentario, en el que la hija del inspector expresa que no quiere marcharse, pero que no ve otra alternativa. La hermana de Danny la insta a confiar en sus padres, a darles una oportunidad, aunque sabe por el ademán de la adolescente que es poco probable que haga caso a su consejo. Solo sabe que, si Daisy se marcha, se sentirá muy sola, pues no se sentía así de acampada y a gusto con nadie desde Dean, su exnovio.
—¿Mejor? —inquiere la joven adulta de cabello rubio, bloqueando la pantalla, antes de depositar el dispositivo sobre la mesa del jardín, junto a su libro de texto, pues hasta que Daisy no le ha escrito, estaba repasando para su inminente examen de matemáticas—. ¿Qué pasa, Mamá? —quiere saber, habiendo notado en el ademán de su madre un inequívoco tinte nervioso.
—Mañana tengo cita con un abogado —Beth decide ser directa y no adornar los hechos—. He hablado con tu padre, y hemos decidido que lo mejor para todos es que nos divorciemos —revela, y como esperaba que sucediera, el rostro de su hija se contrae en una expresión entre tiste y resignada, como si no fuera una noticia del todo inesperada para ella.
—No, Mamá, por favor, no...
—Se veía venir desde hace tiempo, cielo —asevera con decisión, pues desde hace mucho Mark y ella no han estado en la misma página y no se han entendido. El punto de quiebre comenzó con la muerte de Danny y su infidelidad, y ha terminado resquebrajándose por el distanciamiento del fontanero, empecinado en seguir luchando por su hijo, cuando ni Beth ni sus hijas tienen ya las fuerzas ni la motivación para hacerlo—. No creo que vayamos a poder arreglar las cosas —se lamenta la mujer de cabello castaño—. Créeme, lo he intentado por vosotras, pero desde hace tiempo siendo que lo he perdido y no hay forma de recuperarlo. No hay forma de volver a como éramos antes —se sincera con ella, dejando las cartas sobre la mesa, antes de entrelazar los dedos en su regazo—. Yo he pasado página, con todo aquello que a tu padre aún atenaza, y... Aunque seguiré queriéndolo, no me malinterpretes, mis sentimientos hace tiempo que están en otra parte, y con otra persona.
—¿Con Paul Coates? —acertadamente, la suposición de Chloe da en el clavo, de modo que contempla cómo su madre asiente lentamente—. Esperaba estar equivocada —admite la estudiante de cabello rubio y ojos azules—. Esperaba que pudierais arreglar las cosas, que pudiéramos volver a ser una familia, pero... Veo que no va a pasar —agacha el rostro, claramente decepcionada y apenada porque su familia se haya roto de esta forma. Niega con la cabeza tras unos segundos, suspirando con pesadez, luchando por retener las lágrimas que están agolpándose en sus ojos.
—Lo siento mucho, Chloe...
—Sé que quieres a Papá, y que siempre lo harás, porque es parte de tu vida y de la nuestra... Y aunque admito que siento cierto rencor porque Paul haya hecho que te enamores de él, quiero que sepas que me alegro mucho por ti —le revela sus sentimientos encontrados al respecto, antes de tragar saliva, pues no quiere entristecer a su madre por sus palabras. No quiere que se haga una idea equivocada, de modo que continúa hablando con calma—. Lo has pasado muy mal estos años, y has tenido que tirar de Lizzie y de mi prácticamente sola, porque Papá debido a su depresión, era incapaz de estar mucho tiempo presente —hace un análisis retrospectivo sobre los últimos años de su vida como familia—. Paul es quien ha conseguido que vuelvas a ser tú misma, y no puedo evitar sentirme agradecida por eso —añade, logrando conmover a su madre con sus palabras, quien no esperaba que Chloe aceptase a su nueva pareja de esta forma tan abierta y sincera—. Te mereces ser feliz, y si estar con él es lo que necesitas para serlo, os apoyaré, aunque me cueste aceptar que Papá y tú no volveréis a estar juntos... —declara sus intenciones de manera concisa, no dejando espacio para malos entendidos—. Porque sé que os voy a tener en mi vida, pero lo más importante es vuestra felicidad.
—Oh, Chlo... —Beth se enjuga las lágrimas con una servilleta, realmente feliz porque su querida y maravillosa hija haya madurado tanto. Ahora es una joven adulta capaz de comprender los enmarañados entresijos de la vida y sus relaciones—. De modo que, ¿te parecería bien que Paul forme parte de nuestras vidas de manera más permanente? —se muerde el carrillo derecho al realizar la pregunta, nerviosa por lo que sea que vaya a responder. Siente cómo su hija toma su mano derecha en su izquierda, propinándole un leve apretón cariñoso.
—Si es lo que quieres, te apoyo al cien por cien, Mamá —afirma la muchacha de dieciocho años con una sonrisa suave cruzando su rostro. A pesar de la ligera energía positiva que irradia, Beth es capaz de detectar ese sutil tono apenado en su habla, lo que la hace entristecerse por estar provocándole tanto sufrimiento—. Aunque me cueste aceptarlo y de vez en cuando responda mal.
—Sé que no va a ser fácil, Chlo... —Beth se apresura en estrecharla entre sus brazos, abrazándola con infinito afecto para hacerle saber lo mucho que la quiere y lo mucho que agradece su apoyo—. Pero sé que con el tiempo, podremos ser felices de nuevo, vivir como solíamos hacerlo, aunque sea en circunstancias distintas. Y cuando se te haga muy cuesta arriba, siempre puedes hablar conmigo, ¿de acuerdo? —le asegura, con la joven de cabello rubio y ojos azules asintiendo al momento, abrazándose a ella con firmeza—. Lo más importante para mí es tu felicidad y la de Lizzie. El resto es secundario.
Alec Hardy y Ellie Miller vuelven a sentarse en la sala de interrogatorios número dos frente a Ed Burnett, habiendo vuelto de registrar su propiedad. Como era de esperarse, la pelirroja que realiza análisis del comportamiento ha vuelto a recluirse en la sala de observación, con el fin de continuar analizando al sospechoso que tienen entre manos. Los veteranos agentes aún no han encontrado el momento oportuno para hablar con su compañera con piel de alabastro acerca de aquello que ella y Stone ocultan, de modo que por el momento se mantienen en silencio respecto a ello. En cuanto al hombre negro de fuerte complexión que nuevamente tienen delante, las cosas no pintan muy bien. Como se ha mostrado cooperativo en el registro de su propiedad, deciden comenzar por preguntarle acerca de la presencia del hilo azul en la chaqueta de su traje. Al fin y al cabo, es el material que usó el agresor de Trish para atarla, y la casualidad de encontrarlo en la ropa que llevó a la fiesta y en los productos que vende, es demasiado evidente como para pasarla por alto y no mencionarla.
—¿Por qué había restos de cuerda en su traje, Ed? —inquiere el hombre de cabello castaño y ojos pardos, habiéndose colocado nuevamente las gafas para ver de cerca. Se ha inclinado sobre sus brazos en la mesa, hacia el sospechoso, para aumentar un poco la presión.
—Estuve trabajando en la tienda antes de ir a la fiesta, poniendo algunas cosas al día.
—¿En traje? —resulta difícil de creer. Incluso la excusa de Mark Latimer en su día, aseverando que estaba comiendo con un amigo la noche de la muerte de su hijo es más plausible que la respuesta de Ed Burnett, o al menos eso es lo que cree el escocés trajeado.
—Sí —desvía sus ojos abajo a la izquierda, lo que le indica a la mentalista de ojos azules que está dando una respuesta fidedigna y verdadera, al tiempo que evoca una memoria visual de aquel día. Recuerda perfectamente cómo se arregló con prisas y cómo se apresuró en dejar todo listo para el lunes por la mañana—. Se me debió olvidar un trozo en los bolsillos.
—Nuestro problema Ed, es que es muy parecida a la cuerda que utilizaron al atacar a Trish Winterman —Alec recalca sus sospechas con firmeza y calma, exponiendo los hechos de los que disponen, palpando la cuerda a través de la pared invisible de la bolsa de pruebas, habiéndola colocado en la mesa de la sala de interrogatorios—. La cuerda que se utilizó en la fiesta, de la que se marchó solo, tras una pelea —inmediatamente Ed Burnett parece enjugarse la nariz, como si estuviera moqueando, cuando en realidad no hay nada ahí. Desvía la mirada abajo a la izquierda antes de negar con la cabeza, momento en el cual, desvía los ojos arriba a la derecha.
—No sé nada al respecto.
"Interesante, muy interesante... Cuando se le ha mencionado la similitud de la cuerda con aquella que se utilizó para agredir a Trish, Ed ha hecho un gesto nervioso, probablemente un tic, al intentar enjugarse la nariz. Pero no está llorando, de modo que ese gesto puede ser interpretado como un gesto melancólico y lleno de culpabilidad. Lo que me lleva a pesar que hay algo que sabe. Algo que sucedió en la fiesta, y que aún no nos está contando", la pelirroja de ojos celestes no tarda en analizar las respuestas de Ed, ante el interrogatorio por parte de su futuro marido, habiéndose percatado de esos sutiles cambios en su ademán que le dan más información de la que parece a simple vista. "Y a juzgar por cómo ha desviado primero la mirada abajo a la izquierda, evocando un recuerdo visual, antes de desviarla arriba a la derecha, me indica que recuerda perfectamente lo sucedido, pero que nos está mintiendo para ocultar aquello que recuerda".
—¿Está seguro? Porque si no, es el momento de mencionarlo —Alec quiere darle la oportunidad de sincerarse con ellos. Quiere darle la oportunidad de revelar si tiene información decisiva que referirles sobre la noche en la que Trish fue agredida de esa brutal manera. Necesitan algún tipo de prueba o testimonio que lo descarte como sospechoso, porque las pruebas lamentablemente van en su contra—. Hay muchas pruebas contra usted, Ed —le asegura el escocés en un tono calmado en extremo, habiendo conseguido mantener sus opiniones personales sobre el reo, bajo llave. Ahora mismo tiene que ser objetivo—. No solo de la noche de la agresión: están las flores, las fotos, merodear por la casa de Trish... —el dueño de Farm Shop continúa silencioso, negándose a dar respuesta a sus preguntas y suposiciones—. Y la violencia.
—Yo no soy un hombre violento.
—¿Alguna vez pegó a su mujer? —Hardy rebate su respuesta con otra pregunta, utilizando por vez primera la información que Katie Harford le ha dado este mediodía. Comprueba con un cierto nivel de satisfacción cómo el rostro del hombre que tiene frente a él palidece por segundos.
—Solo fue una vez —admite haber incurrido en violencia doméstica tras pasear sus ojos por los dos inspectores frente a él, que lo observan en silencio, esperando su respuesta, y por tanto, una justificación—. Y solo pueden haberse enterado de una forma —inmediatamente conecta la pregunta que ha realizado el escocés de complexión delgada con sus vivencias, antes de suspirar con pesadez, negando con la cabeza a los pocos segundos—. ¿Está Katie aquí? —pregunta en un tono apenado, incluso cariñoso, logrando despertar algo de empatía en Ellie y Alec, quienes al ser padres, comprenden lo difícil que debe ser para él el intentar retomar el contacto y la relación con una hija distanciada. Pero lamentablemente, no pueden perder su objetividad, dejándose llevar por sus emociones, por lo que se esfuerzan en mantener una expresión neutral en el rostro.
—La Agente Harford ha decidido retirarse de la investigación —sentencia Hardy en un tono firme, negándose a revelar más datos sobre el abandono del caso de su subordinada. Al fin y al cabo, como aún están haciendo control de daños, no quiere que la información salga de la comisaría, especialmente cuando su principal sospechoso es el padre de dicha agente de policía.
—Háblenos de su mujer, Ed —pide Ellie en un tono suave.
—Murió hace doce años —comienza a contarles, escuchándose claramente en su voz el tinte inequívoco del afecto y la melancolía, pues pese al tiempo transcurrido, el afecto por la persona con la que se casó aún perdura. Especialmente debido a la forma en la que abandonó el mundo de los vivos—. Me mudé aquí justo después y abrí la tienda.
—¿Fue un matrimonio feliz?
"La pregunta de Ellie ha provocado que sus ojos se humedezcan. Al mismo tiempo ha tragado saliva, antes de desviar sus ojos abajo a la izquierda, evocando un recuerdo visual y emotivo. No parece que fuera un matrimonio feliz, pero por las lágrimas que hay en sus ojos, deseando salir disparadas, queda claro que vivieron momentos dulces juntos, que casi podrían considerarse como felices", piensa la prometida del inspector de cabello y vello facial castaño, contemplando con compasión al hombre que está analizando.
—Cuando mi mujer se moría, nos separamos —exhala el aire que ha contenido sin ser consciente de ello, posando sus ojos en la veterana agente que ha realizado la pregunta—. No me porté muy bien: bebí demasiado y me descontrolé —se sincera, mordiéndose el labio inferior para evitar que las lágrimas caigan de sus ojos. No quiere parecer débil, pero este tema sigue afectándolo profundamente—. Me costó prácticamente todo: mi matrimonio, mi hija... —los brazos que tiene cruzados pierden su tensión, aflojando el agarre, de modo que relaja la postura, abriéndose más respecto a su situación. Sabe que no puede ocultarles nada, de modo que decide ser sincero—. Hemos empezado a arreglar las cosas este año.
"No hay más que ver que se siente culpable de haber agredido a su mujer, incluso tras todos estos años, porque realmente la quería, incluso cuando estaba muriéndose... Y no soporta la idea de que sus hábitos lo hicieran perder su vida, a su familia", reflexiona rápidamente la mujer al otro lado del cristal, contemplando desde la sala de observación cómo se desenvuelven los acontecimientos.
—¿Por qué hay mancas de hierba y barro en su traje, Ed?
"Ha tensado el labio inferior en una delgada línea, y está luchando con todas sus fuerzas para retener las lágrimas. El hecho de que haya manchas de barro y hierba delatan que estuvo en el lago, probablemente cerca de la cascada. Y por ello, su testimonio de que se fue de la fiesta es inconcluso, puesto que se fue a casa más tarde de lo que nos ha dicho. A juzgar por cómo le tiembla el labio y lo fuerte que lo tensa, es evidente que sabe algo acerca de lo sucedido aquella noche. Algo relacionado con la agresión. Pero se resiste a hablar de ello... Por un sentimiento de... Culpa. Sí, ese temblor y esas lágrimas delatan su culpabilidad. Y ahora cierra los ojos con fuerza para evitar recordar los eventos de ese sábado. Su negativa continua reafirma mis sospechas acerca de que es culpable de algo. Pero no de agredir a Trish", la analista del comportamiento sopesa las opciones a su disposición antes de deducir que efectivamente, Ed no permaneció todo el tiempo en la fiesta, en la Casa Axehampton, tras la pelea con el mecánico.
—Ed, voy a solicitar una prórroga de su arresto —sentencia el inspector de cabello lacio y complexión delgada, antes de interrumpir de nueva cuenta el interrogatorio, pues necesitan más tiempo para darle un sentido a las pruebas que tienen, así como a su declaración. Por no hablar de que tienen que descubrir la razón tras las manchas de hierba y barro de su ropa—. ¿Alguna idea? —pregunta a su futura mujer mientras caminan a su despacho, pues quiere sabe si hay algo en Ed que la haya ayudado a encontrar la respuesta a sus preguntas.
—Personalmente, sigo pensando que él no agredió a Trish, por muchos indicios de congoja y culpabilidad que demuestre —coloca una mano frente a su estimado protector para evitar que la interrumpa—. Y antes de que lo digas, no. Está obsesionado con Trish, tiene una conducta violenta y ha sido arrestado antes por violencia doméstica, pero no encaja con el perfil del agresor. Como he dicho, el agresor no veía a Trish como una persona, sino como un objeto. Quería desprestigiarla, y nuestro detenido no la habría deshonrado al agredirla sexualmente. Él no es culpable de la agresión, pero sí de algo relacionado con ella. Algo de lo que se avergüenza y martiriza, negándose a hablar de ello —se adelanta a sus palabras conociendo de primera mano cómo discurre la mente del hombre trajeado que tanto ama—. Ese algo que nos oculta está estrechamente relacionado con las manchas en su traje, estoy segura de ello.
—Estoy de acuerdo con Cora —afirma la castaña de ojos pardos—. Puede que sea violento y tenga una obsesión que roza lo enfermizo respecto a nuestra superviviente, pero no tiene antecedentes de violencia sexual, ni ha sido denunciado por ello en el pasado.
—Que nosotros sepamos —asevera el hombre de cabello lacio, antes de tomar una nota adhesiva del monitor de la mesa de su compañera veterana, habiéndose percatado de que hay algo escrito en ella. Por la letra, es fácil adivinar que se trata de la mujer cuya agresión están investigando—. ¿Habéis visto este mensaje de Trish Winterman? —indaga, enseñándoselo a sus compañeras de profesión, quienes se apresuran en leerlo. El mensaje es breve y conciso: «Ian entró en casa anoche y se llevó mi portátil... Aún no lo ha devuelto».
—Dios... —musita Ellie, claramente mortificada por las palabras. No puede ni imaginarse qué ha llevado al profesor a traspasar la puerta de su antiguo hogar sin la invitación expresa de su mujer. Además, según sus notas, el que enseña ciencias naturales en el instituto no reside ya en la vivienda, de modo que no debería tener llaves para entrar allí.
—Creo que el Sr. Winterman tiene que explicarnos unas cuantas cosas... —sentencia Lina tras cruzarse de brazos bajo el pecho, antes de suspirar con pesadez, apresurándose en tomar en sus manos su bolso y su placa policial—. Necesitamos averiguar qué hay de importante en ese portátil para que decida sustraerlo de la casa de su mujer, a quien han agredido sexualmente hace una semana —añade con cierto toque intrigado, antes de que sus compañeros de profesión asientan, caminando junto a ella hacia su coche, el cual está estacionado en el aparcamiento de la comisaría.
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