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Capítulo 32 {1ª Parte}

Son las 14:05h. En la comisaría de policía de Broadchurch hay un ambiente frenético. Los policías hacen lo posible por conseguir las coartadas de los últimos sospechosos de la lista, y una vez las consiguen, hacen todo lo que está en su mano para compararlo con los hechos del caso. Coraline los está coordinando a todos en los interrogatorios a esos sospechosos, y gracias a ello, ya han descartado prácticamente a la mitad. Alec y Ellie están también ayudando a muchos de ellos a comparar los hechos del caso con los interrogatorios, a fin de aligerar el trabajo, aunque no dejan de sorprenderse por la eficiencia con la que trabaja su querida compañera taheña. En un momento dado, sin embargo, cuando se percatan de que la hora del almuerzo se les ha echado encima, Cora se acerca a sus compañeros de trabajo, quienes han sido durante mucho tiempo sus superiores.

—¿Por qué no vais a comer algo? —propone, logrando sorprenderlos, pues si alguien necesita un descanso, y no solo por el hecho de estar embarazada, es ella—. Yo puedo encargarme de seguir coordinando a los agentes, no hay ningún problema.

—Cora, no podemos dejarte aquí sola...

—Oh, claro que podéis, Ell —reafirma la mentalista con una sonrisa—. Y lo vais a hacer —asevera con confianza, cruzándose de brazos bajo el pecho, entrando con ellos al despacho de su prometido—. Tienes que ver a Tom y Fred —se dirige a su amiga de cabello castaño, quien suspira con pesadez, pues es consciente de que tiene razón—: llevas días trabajando sin descanso, y necesitas pasar algo de tiempo con tu familia —argumenta, antes de dirigirse a su querido escocés, quien arquea una de sus cejas castañas, adivinando de antemano qué argumento va a utilizar con el—. Y tú... Tienes que pasar tiempo con Dais —como esperaba Alec, su querida prometida apela a su lado paterno para convencerlo de ir a comer algo con su hija. No está equivocada, por supuesto, y comer con la estudiante probablemente le ayude a estrechar lazos con ella, y quizás, con suerte, la haga cambiar de idea sobre marcharse del pueblo—. Está deseándolo, y ya es hora de que paséis algo de tiempo a solas.

—¿Y qué hay de ti, Lina? —el hombre con vello facial castaño se preocupa por ella.

—Yo tengo que hablar con la Comisaria Stone sobre unos asuntos: la baja por el embarazo, la paga por los días que he trabajado, esas cosas... —es esquiva en su respuesta, no pasando desapercibido en absoluto para Ellie o Alec. Éstos parecen sorprenderse momentáneamente ante sus palabras, pues aunque conocen de primera mano que la relación de la pelirroja con Stone es cordial, no esperaban ni por asomo que solicitase hablar con ella en privado. Es por ello por lo que no pueden evitar preguntarse por qué razón la analista del comportamiento parece querer ocultarles su tema de conversación—. De modo que bajaré a la cafetería de abajo a por algo de picar —añade, antes de desviar su mirada hacia su reloj de muñeca—. Oh, y hablando de la hora... Será mejor que me marche o no quedará nada de fuste que comer —se carcajea, despidiéndose de su prometido con un beso rápido en los labios, antes de dar un abrazo a su amiga.

—Dime que no soy el único que piensa que hay algo raro en todo esto... —sentencia Alec.

—No, no eres el único —responde Ellie en un tono intrigado, contemplando cómo su compañera de ojos celestes se agencia su chaqueta y su bolso, apresurándose en ir a buscar algo de comida—. Cuando nos hemos reunido con Stone esta mañana parecen haber intercambiado una mirada significativa —revela, y siente los ojos de su jefe en su persona—. Sí, también lo he notado —afirma, cruzándose de brazos bajo el pecho—. ¿Crees que Cora nos oculta algo?

—Estoy seguro de ello, Ellie —asiente el inspector—. Estoy seguro de ello.

—Entonces será mejor que estemos ojo avizor —comenta la veterana agente de policía en un tono suspicaz, antes de suspirar—. No me gusta desconfiar de la palabra de nuestra compañera, pero hay algo en su ademán y sus palabras que no termina de dejarme tranquila —niega con la cabeza, dirigiendo su mirada hacia el despacho de la comisaria, a quien ven salir momentáneamente de él, observando su reloj: está claro que está revisando la hora, probablemente asegurándose de que su reunión con Cora sigue en pie.

—Siento lo mismo: hay algo que no me deja tranquilo —coincide el hombre de ojos pardos complexión antes de mirar la hora en su reloj de muñeca—. ¿Qué vas a hacer?

—Todavía tengo algo de trabajo que hacer aquí, de modo que me quedaré un poco más en la comisaría —le confiesa a su compañero y amigo, quien emite un sonido de afirmación como respuesta—. Te mandaré un mensaje si descubro algo.

Alec agradece a su querida amiga el hecho de que esté atenta a lo que concierne a Cora. Tanto ella como él están preocupados por su bienestar, y el hecho de que su comportamiento sea sospechoso no ayuda. Conociéndola, es capaz de haberse metido en un lio y no habérselo contado. Mientras desciende las escaleras de la comisaría, yendo en busca de Daisy para ir a comer, el escocés de cabello castaño no quiere ni pensar en la posibilidad de que su futura mujer se haya metido en problemas. Al mismo tiempo, espera que no sea algo relacionado con su embarazo, o podría volverse loco de preocupación. Espera que todo vaya bien y que su preocupación y la de Ellie no sean más que simples ilusiones. Pero el hecho de que ambos han notado las mismas señales da al traste con sus deseos. Hay algo oculto a plena vista, y tienen que averiguar qué es.


Beth Latimer ha vuelto a acudir a Budmouth, donde trabaja Nira. La está esperando en el exterior de la tienda pacientemente. Ha decidido hablar con ella nuevamente. Intentar convencerla de hablar con la policía, especialmente tras ver el comunicado por parte de Ellie. Sabe que no debería coaccionarla, pero ella no es su asesora, y no tiene nada que ver con la policía. Sí, puede que esté acosándola, pero a su modo de ver está justificado. Tiene la oportunidad de librar al mundo de un cáncer horrible que camina por él, pero en lugar de ser valiente como lo fue Coraline en el juicio, tragándose su miedo y el qué dirán, ha decidido actuar de manera egoísta, pensando solo en sí misma. Incluso habiéndosele asegurado que no tiene por qué dar su nombre, pudiendo testificar con los investigadores de manera anónima, ahorrándose el tener que explicárselo a su familia, Nira ha insistido en que la dejen en paz. Ha insistido en continuar con esa fachada egoísta, por mucho que por dentro se muera de miedo. Y eso es algo que Beth no puede soportar. Si Coraline hubiera hecho lo mismo, probablemente no habrían tenido ese As bajo la manga que les proporcionó para acabar con Joe. Sí, puede que no sirviera para cambiar las tornas porque engañó al sistema, pero sin duda fue un punto clave y de peso en el juicio, que sin duda, logró dañar su reputación. Solo quiere ayudar a Trish, y no lo logrará si no consigue más información por parte de Nira.

En el preciso momento en el que la contempla salir de la tienda, la madre de Danny la ve detenerse momentáneamente, claramente sorprendida de verla allí. A los pocos segundos Nira empieza a caminar para alejarse, de modo que Beth sigue sus pasos, colocándose tras ella. Esto provoca que la muchacha hindú ponga los ojos en blanco.

—Oh, por favor, ¡márchate! —le ruega la joven, quien se siente incómoda ante su insistencia.

—Creo que te equivocas.

—¡No puedes hablarme así! —rebate Nira, molesta, antes de que Beth niegue con la cabeza.

—No soy tu asesora, y tú has decidido no ser nuestra clienta —le responde con la misma intensidad con la que le ha hablado—. Tú has decidido que no te ayudemos —la acusa, y la joven hindú desvía la mirada al suelo—. Solo soy una mujer enfadada.

—¿¡Conmigo!?

—Con el hombre que te hizo esto —asevera Beth en un tono firme, haciendo un gesto con su mano derecha de arriba-abajo, señalando a Nira completamente—. Pero sí, también estoy un poco enfadada contigo —admite, dando un paso hacia la superviviente, quien la contempla momentáneamente fascinada por su integridad y su fuerza de voluntad—. Estoy enfadada porque tenemos que luchar: no podemos permitir que los hombres nos hagan estas cosas.

—¡No quiero esa responsabilidad!

—Ya sé que no, pero mala suerte, porque te ha tocado —no permite que Nira se aleje y desinhiba del asunto, antes de personificarlo—. Creías que eras la única a la que había hecho esto, pero no. No estás sola en eso —la joven que trabaja en la tienda traga saliva, luchando por no apartar la mirada de los ojos pardos de Beth—. ¿Qué les pasará a otras mujeres si no dices nada? ¿Cómo detendremos a ese hombre, si finges que nunca ha pasado? —inquiere antes de suspirar con pesadez, decidiendo jugarse su última carta—. Mi amiga fue agredida cuando solo tenía quince años. Era mucho más joven que tú, y su mente fue incapaz de procesar el trauma, dejándola casi catatónica —empieza a revelar parte de la historia de la pelirroja más famosa del pueblo, conociendo la información gracias a su testimonio en el juicio—. Pero al recuperarse, habló con sus amigos y su familia, y decidió dejar de lado sus sentimientos personales para enfrentarse a su violador, porque quería ayudar a encerrar a los hombres que son como él —Nira parece reflexionar ante sus palabras, siéndole vagamente familiar la historia que le está contando—. Su nombre es Coraline Harper... Y es posiblemente la mujer más valiente que he conocido.

Nira abre los ojos momentáneamente con pasmo, reconociendo ese nombre al momento. Todos lo conocen hoy en día por el juicio de Danny Latimer. Todos saben lo que le sucedió. No responde a las palabras de Beth, sino que mantiene los labios presionados en una delgada línea, antes de continuar su camino, alejándose de ella para ir a su casa. Por el camino no deja de pensar en sus palabras, en lo que realmente puede hacer para ayudar a otras personas. En que no está sola, como en un inicio pensó. Sabe que debe hacerlo. Hablar con alguien sobre el tema. Ya sea la policía o Beth o Sahana. Pero a diferencia de Coraline Harper, no sabe si tiene el valor para hacerlo.


Una vez termina de comer el aperitivo que ha recogido de la cafetería, dando las ordenes pertinentes a sus subordinados, la analista del comportamiento se reúne con su jefa en su despacho. Cuando Ava cierra la puerta, la pelirroja suspira aliviada. Ahora que están a solas pueden hablar con total libertad acerca del asunto que tienen entre manos con la Interpol. Se siente algo culpable por mantener en la sombra a su futuro marido y a su querida amiga, pero se dice que es por su propio bien. Por mantenerlos a salvo. Si lo supieran, como bien anticipa, querrían tomar parte en la operación, y no se lo perdonaría si algo les sucediese. Contempla cómo Ava le hace un gesto para que se siente frente a ella, de modo que ocupa una de las sillas frente al escritorio.

—Primero de todo, felicidades por el compromiso —le da su enhorabuena, haciendo un gesto hacia el anillo de compromiso que la pelirroja tiene en su mano, haciéndola sonreír de oreja a oreja, al mismo tiempo que un ligero rubor se hace presente en sus mejillas—. De modo que Alec finalmente ha encontrado el valor para pedírtelo, ¿eh? —la prometida del escocés asiente en silencio, posando una de sus manos de manera inconsciente sobre su vientre, siendo advertido al momento por su jefa de ojos verdes—. Ya era hora: pensaba que a todos los de la comisaría nos saldrían canas antes de que se atreviera —ambas se carcajean ante su comentario—. Ahora bien, ¿cómo estás? —cuestiona la comisaría de policía en un tono amigable, pues ambas se han convertido en buenas amigas tras tanto tiempo trabajando codo con codo—. No se me ha escapado el pequeño cambio de actitud de Alec y Ellie hacia ti: te tratan como si fueras una muñeca de porcelana...

—Bueno... —Coraline suspira, pues es evidente que si alguien iba a advertir su cambio de actitud ahora que saben acerca del embarazo, esa es Ava Stone. Hay muy poco que se le escape a la avispada Comisaria de policía. Como es evidente que no puede ocultárselo, y tampoco quiere hacerlo porque en un futuro deberá hablar con ella sobre su baja por maternidad, asiente—. No estás equivocada: estoy bien, aunque... Embarazada, como ya habrás supuesto.

Ante su comentario, la mujer con cabello rubio no puede evitar sonreír, pues ha advertido su cambio de comportamiento y gusto, cómo resplandece de un tiempo a esta parte, y ese inconfundible crecimiento de su vientre en las últimas semanas. Por no hablar de la sobreprotección de cierto inspector escocés de ojos pardos y carácter algo irascible.

—Entonces no solo tengo que darte la enhorabuena por tu compromiso, sino porque vas a ser mamá... —ambas intercambian una mirada llena de complicidad y cariño, pues su amistad les permite tratarse con cercanía. Cercanía que no muchos comparten con ellas en la comisaría—. Felicidades nuevamente —le da su enhorabuena una vez más con un talante amigable, antes de que su expresión facial se torne algo seria, pues el asunto que tienen entre manos es sumamente importante—. Imagino que, si intento disuadirte para que renuncies a tomar parte en la operación te negarás a hacerme caso, ¿verdad? Incluso aunque se trate de una orden directa como tu superiora...

—Estás en lo cierto —afirma la pelirroja con piel de alabastro mientras asiente, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho—. Empecé a coordinar esta operación contigo cuando no estaba embarazada ni me había prometido, de modo que no pienso apartarme ahora que mis circunstancias han cambiado un poco —asevera con un talante testarudo, lo que provoca que las comisuras de la boca de Stone se eleven: definitivamente le recuerda a ella—. Puede que esté embarazada, pero no inválida —añade con un tono ligeramente bromista, antes de carraspear—. No me has hecho venir a tu despacho solo para charlar de cómo me encuentro, Ava, de modo que saltémonos la chácara y vayamos al grano.

—Tan directa como siempre, Cora.

—¿Cuándo tendrá lugar la operación contra Markov?

—Dentro de dos días, en la playa del acantilado, como habíamos acordado —responde la jefa de la comisaría de policía en un tono serio, revisando el archivo que su contacto de la Interpol le ha enviado—. Ya me he encargado de avisar a nuestros otros cebos para que vengan a Broadchurch en el plazo estimado de tiempo.

—¿La operación ha sufrido algún cambio, o se mantiene como la ideamos?

—De momento se mantiene tal y como la ideamos —responde Ava Stone en un tono profesional, retirándose un mechón de cabello rubio de la frente—. Se hará de noche, con equipos de la Interpol y policías camuflados en el acantilado. Muchos de ellos llevarán rifles de francotirador para intervenir en caso de que la operación o vosotros corráis riesgo. También tendremos a un equipo en el mar, escondidos tras las piedras cercanas al puerto, listos para aparecer en lanchas motoras si es necesario —la mujer de treinta y dos años asiente en silencio ante sus palabras, emitiendo de vez en cuando un sonido de confirmación para indicar que está prestando atención—. El último equipo, en el que estaré yo, se mantendrá a la escucha en una furgoneta camuflada de paisano. Colocaremos cámaras en el acantilado con el fin de visualizar el encuentro, e intervenir cuando nos des la señal, o en caso de que la situación se descontrole —no parece haber fallas en su plan, de modo que contempla cómo la analista del comportamiento asiente de nuevo—. De todas formas nos reuniremos con tus amigos cuando lleguen a Broadchurch para ultimar los detalles, pues ante todo, queremos evitar que Markov escape, pero no a costa de vuestras vidas. Y ahora menos que nunca, de la tuya.

—Todos tenéis mucho que perder en esta operación, no solo yo —recalca Cora en un tono severo, pues no quiere ni pensar en que su vida valga más que la de otra persona. Ese era el pensamiento de Markov, y no lo soporta.

—Entiendo lo que quieres decir... —la comisaria de ojos verdes se interrumpe—. Sé que todos tenemos algo que perder en esta operación, créeme. Pero permíteme que me preocupe por mi amiga y mi mejor inspectora, ¿quieres? —le pide en un tono dulce, pues desde hace tiempo ha sido su protegida, y no quiere verla salir lastimada—. Sé que eres perfectamente capaz de cuidarte las espaldas, pero no puedo evitar pensar que tienes toda una vida nueva por delante, especialmente ahora, con Alec y el bebé... Y me preocupa que algo pueda salir mal —se sincera con ella sobre sus preocupaciones, antes de suspirar—. Mírame, no tengo ni 45 y ya me preocupo como si tuviera 60 —se carcajea ante sus palabras y actitud, pues le parecen demasiado anticuadas en estos tiempos—. No es muy propio de una Comisaria.

—Puede que no, pero preocuparte por todos los que te importan sí que es propio de ti, Ava...


Ellie Miller ha ido a su casa a comer tras enviar un mensaje de texto. Son las 14:35h, de modo que dispone de apenas unos sesenta minutos para almorzar y volver a la comisaría. Tienen mucho que hacer, y ahora que no cuentan con la presencia de Katie en la investigación, el trabajo se les acumula a marchas forzadas. Aún deben interrogar a Ed Burnett sobre lo sucedido en la Casa Axehampton así como sus verdaderas razones para atacar a Jim Atwood. Razones sobre las que, según parece afirmar la mentalista, tiene una hipótesis. Aunque claro, solo podrá probarla cuando se realice el interrogatorio. De modo que por eso Ellie está comiendo ahora a toda prisa con su hijo mayor y su padre. Entretanto, Fred está echándose la siesta en su cuarto, en el piso de arriba.

—Tengo media hora antes de volver al trabajo —asevera la veterana agente de policía en un tono sereno, ensartando algo de pasta all'amatriciana con el tenedor—. Esto está muy bueno, Tom —alaba a su hijo, pues él junto a su padre, se han encargado de cocinarlo, aunque la mayor parte del trabajo la ha hecho Tom, mientras su abuelo vigilaba y cuidaba de Fred.

—Gracias, Mamá —responde el adolescente de quince años con una sonrisa—. Es una receta que me dio Cora hace tiempo —confiesa, sorprendiendo a su madre, quien no esperaba que la pelirroja supiera cocinar tan bien—. Por lo que me dijo, se la enseñó su madre a ella —ah, eso tiene mucho más sentido, pues no parece que la analista del comportamiento tenga mucho tiempo para pasarlo en la cocina. Y mucho menos con su trabajo.

—Te he visto en las noticias —comenta su padre—. Dios, tenías una pinta horrible...

—Gracias, Papá, siempre tan amable...

—¿Es cierto que puede que haya atacado a otras mujeres? —cuestiona Tom, dejando el tenedor sobre el plato, tras engullir un bocado de la pasta, limpiándose las comisuras de los labios.

—Sí, me temo que es posible.

—En mi opinión, a todos nos han violado o agredido —comenta David en un tono casual, como si estuviera hablando del horario del metro—. Una cosa u otra —Ellie, que ya empieza a estar bastante harta de los comentarios intransigente y poco oportunos de su padre en ciertos temas, frunce el ceño.

—Nadie te ha preguntado, Papá.

—¿No tengo derecho a tener mi opinión? —inquiere su padre en un tono confuso.

—No, sobre esto no —rebate su hija de cabello castaño al momento—. ¿Por qué no se lo preguntas a Cora, a ver qué tiene que decir al respecto? —cuestiona de manera sarcástica, pues su padre conoce perfectamente lo que sucedió en el juicio de Danny Latimer, y está al corriente de lo que tuvo que sufrir la pelirroja de ojos azules. Esto logra silenciarlo al momento—. Eso pensaba —asevera, antes de suspirar pesadamente—. Tom, ¿entiendes qué es el consentimiento?

—Oh, Mamá, ¿tenemos que...? —el estudiante hace una mueca de disgusto.

—Sí, tenemos que hablar de ello —afirma la policía en un tono firme—. Es importante, porque no quiero que pienses que lo que está diciendo el abuelo está bien —señala a su padre, quien agacha el rostro, avergonzado y preocupado porque sus palabras efectivamente tengan una influencia negativa sobre su nieto—. Cuando estés con una chica, una mujer, un hombre, o lo que sea, debes preguntar. Y debes asegurarte de que la persona con la que estés, ha accedido a lo que quiera que vayáis a hacer juntos, ¿vale?

—Sí, lo entiendo —afirma Tom antes de suspirar—. Mamá, ¿podemos comer? —le pide, antes de posar su mirada en su plato, reflexivo—. En realidad... Hay algo que quiero decirte —decide hablar con su madre y sincerarse sobre haber recuperado el smartphone—. Lo siento... —deja el teléfono móvil sobre la mesa, con Ellie abriendo los ojos como platos al ver el smartphone.

—¿Le has devuelto su teléfono? —inmediatamente Ellie asume que ha sido su padre el responsable de entregarle el teléfono, de modo que se lo pregunta directamente. Es habitual que su padre consienta a sus hijos, de modo que no le extrañaría que se lo hubiera devuelto: sabía dónde estaba escondido y sabía qué contenía. Y tomando en cuenta su comentario de hace unos segundos...

—¡No!

—No, no ha sido él —intercede Tom, quien no quiere que su abuelo pague por sus acciones—. He sido yo —ve cómo su madre posa sus ojos en él al momento, sorprendida de que haya sido capaz de recuperarlo por su cuenta, desobedeciendo sus órdenes estrictas—. Lo encontré bajo el fondo falso de tu cofre de joyas, y lo cogí —empieza a explicarse, y Ellie hunde la cabeza entre las manos, luchando por no soltarle un grito. Quiere gritarle que ha sido un desobediente, que va a castigarlo otra vez, pero quiere darle la oportunidad de ser responsable y hablar. Quiere escuchar lo que tenga que decir—. Fue cuando tenía que cumplir mi castigo con Paul: Cora vino a casa y me pilló con el teléfono en la mano —la castaña de ojos pardos nunca ha estado tan contenta, como cuando su amiga pelirroja accedió a su petición de hablar con su hijo—. Me explicó acerca de la pornografía, sobre que es ilegal compartirla y consumir según qué contenidos, que es retorcida y muchas veces irreal porque se cosifica a las personas... Que no debo consumirla de manera obsesiva, sino que tengo que dosificarlo y no pensar en ello como si fueran relaciones sexuales reales y normales —resume rápidamente los puntos clave de su charla con la amiga de su madre, y ve cómo poco a poco va calmando su expresión iracunda. Sí, puede que siga enfadada, pero al menos parece más tranquila al saber que la charla de su amiga tuvo éxito—. Me explicó que había personas que por obsesionarse con este tema se habían vuelto agresores sexuales, como el que ahora estáis intentando atrapar —la castaña asiente, comprendiendo lo que Cora le ha inculcado rápidamente—. No sabía cómo decirte que lo había recuperado sin hacerte enfadar, de modo que estaba buscando el momento para hacerlo... —se sincera, desviando la mirada a sus manos, las cuales tiene sobre su regazo—. Y no quería esconderlo otra vez, porque si lo escondía no sería peor que mentirte y decirte que no lo tenía —añade, antes de suspirar—. Lo siento, Mamá.

—Entiendo lo que quieres decir, Tom —Ellie habla tras calmar su tono de voz, a pesar de que sigue tentada a tirarle de las orejas por desobediente. Pero se ha sincerado con ella y ha admitido que ha cometido un error, de modo que está dispuesta a ser compasiva—. Y agradezco que hayas decidido ser sincero conmigo, a pesar de que me has desobedecido —suspira con pesadez antes de mirar a los ojos a su hijo mayor—. Dime, ¿recuperaste algo del contenido pornográfico que había en el teléfono? ¿Descargaste algo más? —quiere saber, pues de ser así, se verá obligada a formatear todos los datos de su portátil y su teléfono móvil, borrando datos y contactos.

—No —niega al momento con voz firme—. Cora me vio borrarlo del ordenador y el teléfono.

—¿Cómo que del ordenador y el teléfono? —la castaña de ojos pardos está estupefacta—. Recuerdo haber borrado todo el contenido que había en el teléfono —asevera en un tono confuso, rememorando el día en el que lo llevó a casa del instituto, borrando cada vídeo que había descargado—. ¿Me estás diciendo que descargaste pornografía desde el ordenador? —su iracundia aumenta nuevamente, dejándose guiar por la pretensión de que el adolescente descargó más pornografía después de que le confiscase el teléfono.

—No lo descargué de ahí —se apresura en rebatir Tom—. Me lo pasaron por el correo.

—¿Quién? —inquiere la agente de policía en un tono férreo—. ¿Quién te lo pasó?

La inspectora trajeada de cabello rizado y castaño contempla cómo su hijo desbloquea el teléfono, dejándole ver los mensajes con un chico llamado Michael, quien le pregunta si quiere que le pase más pornografía. Asevera que tiene todavía los vídeos. Su ira remite poco a poco al contemplar que Tom desde el primer momento se niega a participar en el consumo de los vídeos, así como de pasar el enlace a otras personas. De hecho, en su último mensaje, de hace varios días exige a Michael que lo deje en paz. Ha bloqueado su número, y Ellie se siente orgullosa.

—Se llama Michael Lucas.

—¿Y de dónde lo ha sacado él? —quiere saber la policía, pues podrían detenerlo perfectamente por suministrar pornografía a menores de edad, incitando así un delito tipificado por la ley.

—De su padre.

—¿Su padre conduce un taxi, por casualidad? —pregunta la castaña, siéndole demasiado familiar el apellido como para ignorarlo. Inmediatamente el nombre de Clive Lucas aparece en su mente, siendo uno de los sospechosos del caso que están barajando.

—Sí.


Mark y Joe se mantienen en silencio, sentados en las escaleras del astillero. Tras la confesión del hombre con alopecia el fontanero ha procesado su relato, comprendiendo en cierta forma cómo vivió Danny sus últimas horas. No desea otra cosa más que fuera rápido y no sufriera, aunque duda mucho que las víctimas de asfixia tengan la oportunidad de morir plácidamente. Ha anotado en un bloc de notas que lleva en la chaqueta lo que Joe le ha contado sobre su agresión hacia Coraline, de modo que se lo enviará cuando vuelva a Broadchurch. Ahora que ha conseguido la respuesta que buscaba sobre la muerte de Danny, sabe que Joe no tuvo intención de hacerle daño. No es que arregle las cosas, y tampoco le devolverá a su hijo, pero el rencor y el odio que sentía hacia su asesino se disminuye. Aunque esto último lo hace enfadar. No quiere sentir lástima por Joe, pero no puede evitar sentir lo que siente en este momento. Quizás realmente esté enfermo. Quizás realmente no era consciente de lo que hacía. Pero debería haber buscado ayuda.

—Dile a la policía lo que me acabas de contar, Joe... —ruega el hombre de cabello castaño, habiendo recuperado el cúter y el martillo. Debe intentar que el que antaño fuera su amigo cambie de idea y se decida a corregir sus errores—. Danos justicia.

—No puedo ir a prisión, Mark —niega el guardia de seguridad, haciendo añicos las pocas esperanzas que el padre de Danny pudiera tener sobre un nuevo juicio para conseguir justicia para Danny y Coraline. La respuesta de Joe provoca que el fontanero apriete los dientes y tense la mandíbula—. Ya he perdido todo lo que tenía, todo lo que era... —la mirada azul del alopécico se fija en la distancia, en la delgada línea en la que se difuminan el cielo y el mar, antes de negar con la cabeza, logrando ver rápidos flashes de una joven Coraline pidiéndole que se detenga y de un pequeño Danny pidiéndole que lo deje irse. Parpadea rápidamente para deshacerse de esas visiones que lo atormentan día y noche—. Jamás podré escapar de lo que hice.

—Yo estuve allí esa noche, en el aparcamiento —recuerda el patriarca de la familia Latimer, rememorando aquella noche en la que se acostó con Becca Fisher. En cómo se despidieron en el aparcamiento de la cabaña del acantilado—. Podría haberte detenido —expone finalmente en voz alta el pensamiento que lleva prácticamente tres años aterrorizándolo por las noches. Todas las noches sueña con Danny acusándolo de no haber hecho nada, de no haber entrado.

—No —Joe acaba con esa esperanza transformada en pesadilla gracias a una sola palabra—. No, ya estaba muerto —asegura, recordando cómo después de llevar el cuerpo de Danny a la playa, volvió a la cabaña para deshacerse de cualquier resto de ADN—. Te vi por la ventana mientras limpiaba —confiesa en una voz queda, recordando cómo vio los faros del coche de Becca alumbrar momentáneamente la cabaña, antes de esconderse tras la puerta de madera para evitar ser visto—. Él ya estaba en la playa.

—Siempre... He pensado que podría haberte detenido —se lamenta el padre del niño asesinado con un tono que se resquebraja a mitad de frase—. Que podría haber hecho algo...

—No, llegaste demasiado tarde —niega Miller, rompiendo nuevamente sus esperanzas—. No habría habido ninguna diferencia si hubieras entrado —afirma con convicción, contemplando cómo la esperanza se desvanece del rostro y los ojos del hombre a su derecha, antes de ser reemplazada por la desazón y la desesperación—. ¿Qué quieres hacer, Mark? ¿Quieres usar ese cúter? —cuestiona tras observar cómo el fontanero de ojos celestes juguetea con el filo entre sus dedos, perdido en sus pensamientos. Por su tono de voz, tembloroso y agotado, casi parece que está pidiéndole al padre de su víctima que acabe con su sufrimiento.

—No —la voz de Mark, aunque rota por el dolor y la desesperación de saber que no habría podido cambiar nada de aquella noche, suena firme. Su familia no se merece que se convierta en un asesino. No quiere matar a Joe. No se lo merece. No merece morir. Merece vivir con sus actos, como dijo Paul. Estos serán su condena y su purgatorio al mismo tiempo—. No puedo vivir con lo que nos has hecho, pero no soy lo bastante fuerte como para hacértelo pagar —confiesa, sintiendo que se encuentra perdido y no tiene forma de avanzar. Ha encontrado la respuesta que buscaba: independientemente de si se hubiera acostado con Becca o no, Danny habría muerto igual. Pero eso no alivia la culpa que hay sobre su conciencia—. Es patético, ¿no? —se lamenta, antes de mirar a su alrededor, sintiéndose impotente: la rabia, la venganza y la esperanza era lo único que lo alentaba a seguir adelante. Era lo único que le daba un propósito. Y ahora que no tiene uno, no sabe qué hacer. A qué atenerse—. ¿Qué hago ahora?

Ni siquiera le importa el pedirle consejo al asesino de su hijo. Ahora mismo, cualquiera sería el indicado para darle las directrices necesarias para seguir con su vida. Porque es incapaz de hacerlo por su cuenta. Al menos de momento. Necesita que alguien le diga qué hacer para volver a ser él mismo. Pero no recibe ninguna respuesta de Joe, porque él tampoco lo sabe. Él mismo lleva haciéndose esa pregunta desde que lo echaron de Broadchurch, y aún no ha encontrado la respuesta. Sintiéndose desamparado, sin ningún lugar o a nadie a quien acudir para buscar ayuda y guía Mark suspira con pesadez. Se levanta de las escaleras, antes de dirigirse hacia su furgoneta, dejando al asesino de su hijo, antaño su amigo, solo. Como siempre estuvo y siempre deberá estar.

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