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Capítulo 30 {2ª Parte}

Tras despedirse de Ellie en el pasillo de la sala de interrogatorios, Alec Hardy y Coraline Harper abandonan la comisaría a los pocos minutos, desplazándose a su casa en el coche de la mentalista de cabello carmesí y piel de alabastro. El día los ha dejado para el arrastre, y necesitan recuperar fuerzas. Alec es quien conduce el coche con calma, dejando que Coraline descanse la vista en el asiento del copiloto. La pelirroja de ojos celestes no tarda en cerrar los ojos, cayendo en un profundo sueño. El escocés se ve obligado a sonreír ante la tranquilidad que irradia su pareja, puesto que sabe que en la actualidad cuenta con más paz interior que nunca. Desvía su mirada momentáneamente a su vientre, donde su bebé crece cada día, y mientras conduce a su casa, no puede esperar a conocerlo.

Una vez llegan a la vivienda, el escocés de cabello y vello facial castaño despierta con suaves besos en las mejillas a su prometida, quien se despereza en el asiento del copiloto con una expresión cansada en el rostro. Una vez se apean del vehículo, entran despacio y con calma por la puerta principal, pues no quieren despertar a Daisy. Suben al piso superior, comprobando que la casa está en un silencio sepulcral, y de la misma forma en la que la han dejado cuando la han abandonado este mediodía. Una vez comprueban que la adolescente de cabello rubio duerme plácidamente, los inspectores se dirigen a su dormitorio. Cerrando la puerta de éste, se preparan para descansar. Alec Hardy se despoja del uniforme de trabajo, quedando en ropa interior, antes de colocarse el pijama y se mete en la cama. Coraline Harper se cambia también, quedándose en un camisón de color chicle, y también se mete en la cama, de forma que pueda abrazar con cariño a su prometido.


Al día siguiente, Alec Hardy y Coraline Harper se despiertan a las diez de la mañana. El escocés de complexión delgada se incorpora en la cama, observando la forma en la que su prometida de cabello carmesí y piel de alabastro duerme plácidamente a su lado. No puede evitar mirarla con cariño, y se pregunta cómo ha sido capaz de encontrar a la mujer de su vida. No puede esperar a pasar el resto de su vida a su lado, y la idea de ser padre lo llena de emoción. Una sonrisa de felicidad se dibuja en sus labios, y desvía su mirada hacia la ventana del dormitorio, observando que afuera llueve. Chasquea la lengua: hoy deben despedirse de Nadia y Aidan, y el día no podía ser más agorero. El hombre de cabello castaño sale del dormitorio tras vestirse cómodamente con una camisa azul marino, pantalones negros y zapatos del mismo color. Baja las escaleras hasta el piso bajo, escuchando el sonido de un microondas. Una vez llega a la cocina, encuentra a Daisy, quien está preparando una taza de té, una de tila, y una de chocolate con leche. Es evidente que el chocolate es para ella, siendo las otras bebidas para su madre y su padre.

—¿Cuánto tiempo llevas despierta?

—Unos minutos —dice Daisy con sosiego, colocando las tazas en la mesa—. ¿Quieres un té?

—Claro —responde el hombre de complexión delgada, dejando escapar una sonrisa.

Una vez Daisy le ha servido una taza de té, por fin se sienta a la mesa, siendo acompañada por Alec, quien procede a beber un sorbo de su bebida. La tensión en el ambiente es palpable, pues aún perdura en sus mentes su conversación de ayer acerca de lo sucedido con la fotografía.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Daisy, al notar la mirada de su padre sobre ella.

—Bien. No te preocupes —responde este—. ¿Y tú? —pregunta a su vez, dirigiéndose a la adolescente de cabello rubio en un tono suave, tentativo, pues no quiere presionarla bajo ningún concepto—. ¿Cómo te sientes?

—Bien —musita Daisy, aunque en realidad lo que siente es miedo e incertidumbre, pues teme lo que pueda pasar en el instituto si se queda en Broadchurch. Las ganas de huir no han hecho sino aumentar conforme ha pasado la noche, algo que sabe que entristece a su padre y a Coraline.

—Daisy, yo...

—No te preocupes por esto, Papá —responde la adolescente de cabello rubio, interrumpiéndolo. Alec la mira, sorprendido por sus palabras—. No puedes hacer nada.

—¿Qué te hace pensar eso?

Daisy no responde, limitándose a beber el chocolate de su taza. La conversación es incómoda para ambos, de modo que se mantienen en silencio. El hombre de delgada complexión maldice internamente el hecho de que Daisy sea tan parecida a él en estos aspectos. Tienen una tendencia a guardárselo todo y a no compartirlo. A los pocos segundos, Coraline, ataviada con un conjunto cómodo de una camisa blanca, vaqueros azul marino y botas bajas marrones, aparece por la cocina con una sonrisa suave. Sin embargo, esa sonrisa flaquea momentáneamente al observar a padre e hija, comprendiendo que Alec ha intentado nuevamente hablar con Daisy sobre qué hacer respecto a las fotografías, pero no ha surtido efecto. La adolescente parece empeñada en marcharse de allí.

—Buenos días —los saluda la pelirroja, besando sus mejillas antes de sentarse a la mesa.

—Buenos días, Mamá.

—Buenos días, Lina.

—¿Cómo habéis dormido? —pregunta Coraline, siendo respondida por su pareja.

—Creo que no había dormido tan bien desde hacía varias semanas —responde este, bebiendo un sorbo de su té.

—A mí me pasó lo mismo —coincide Coraline—. ¿Y tú, Daisy?

—Bien —responde la adolescente rubia, mientras procede a dar un sorbo a su bebida.

—¿Estás segura? —musita Coraline.

—Sí —responde Daisy, aunque en realidad lo que quiere decir es que no lo está en absoluto.

—¿Qué quieres desayunar? —pregunta Alec, tratando de cambiar de tema.

—No lo sé —responde Daisy—. Lo que sea.

—¿Estás segura? —pregunta el hombre de cabello castaño—. ¿No quieres que te prepare algo?

—No —responde Daisy, puesto que no quiere que su padre la cuide como si fuera un bebé.

—¿Y tú, Lina? —pregunta a su vez, dirigiéndose a la pelirroja.

—No lo sé —responde Coraline—. Unas tostadas estarían bien... El pequeño tiene hambre.

—Está bien —musita su prometido, sin evitar sonreír.

Alec le prepara a su pareja unas tostadas, y tras servírselas, habiéndose preparado unas para él, ambos las devoran. Permanecen en la cocina mientras recogen la mesa, hasta que Daisy se levanta y se marcha, apenas despidiéndose de ellos.

Los dos adultos se quedan solos, y Alec suspira con pesadez antes de hablar.

—No sé qué hacer, Lina —dice, dirigiéndose a Coraline—. No puedo dejar de preocuparme.

—Lo sé. Yo también.

—Pero ¿qué podemos hacer? —inquiere Alec con frustración evidente—. No podemos obligarla a cambiar de idea.

—No, pero quizás podríamos influenciarla a que reconsiderase su postura.

—¿Tienes alguna idea?

—¿Por qué no hacemos algo con Nadia y Aidan? —sugiere la pelirroja—. Ya que mis hermanos tienen que irse hoy de Broadchurch para comenzar a preparar su traslado aquí, podríamos pasar algo de tiempo en familia... Puede que eso la anime.

—Está bien —musita el escocés de delgada complexión, aunque no está seguro de si funcionará—. No perdemos nada por intentarlo.

Coraline llama a su hermana Nadia, preguntándole si a Aidan y a ella les gustaría pasar tiempo en familia con ellos. Como es evidente, una vez han puesto sus asuntos en orden, su hermana menor está más que dispuesta a pasar con ellos sus últimas horas en Broadchurch, al igual que su hermano mellizo. Tras colgar el teléfono, la pelirroja se dirige a la habitación de Daisy, y la informa de que van a salir todos juntos. La adolescente parece sorprendida por el hecho de que su padre haya siquiera considerado el divertirse, pues no está muy en su carácter, pero se dice que ambos están haciendo un esfuerzo por animarla, y sería descortés no corresponder.

Tras cambiarse de ropa y coger unos paraguas, la familia Hardy se reúne con los mellizos de cabello trigueño en el centro de Broadchurch. El lugar despierta múltiples recuerdos en la mente de ambos detectives, pues fue aquí donde fue visto por última vez Danny Latimer. La familia llama la atención de una mujer que camina por la Calle Mayor, quien resulta ser la madre de Danny, Beth. El detective y su prometida se acercan a ella para saludarla, mientras que los hermanos de la pelirroja y Daisy se mantienen alejados.

—Buenos días, Beth —la saluda la inspectora de piel clara con un abrazo—. Me alegra verte.

—Lo mismo digo, Cora —sonríe la madre de Danny con una sonrisa de oreja a oreja—. Buenos días, Inspector Hardy —saluda entonces a la pareja de la analista, puesto que su ademán cercano es lo bastante revelador sobre su relación.

—Buenos días.

—Veo que a pesar de la lluvia habéis salido —comenta la matriarca de la familia Latimer en un tono intrigado. El escocés rueda los ojos de manera disimulada sin que lo note su interlocutora: odia los chismorreos—. Y que vais muy bien acompañados —asevera con amabilidad, habiendo desviado su mirada parda a los mellizos y la estudiante—. Oh, esa es Daisy, supongo —los futuros padres asienten con una sonrisa llena de ternura—. Chloe me ha hablado mucho de ella: es una chica estupenda —el hombre trajeado no puede evitar sentirse orgulloso porque Beth piense eso de su hija, a pesar de que las actuales circunstancias sean algo complicadas entre ellos—. No quiero sonar indiscreta, pero no creo conocerlos... —comenta mientras hace un gesto con la cabeza hacia los mellizos, extrañada—. ¿Quiénes son?

—Son mis hermanos, Beth —incapaces de ocultarle nada, y dado que Beth es amiga de Ellie, la inspectora de ojos azules decide revelarle la verdad—. Han venido a pasar el fin de semana con nosotros —añade, siendo ésta una media verdad, pero sin revelar demasiado sobre la intrincada cuestión de su procedencia—. Ellie podrá ponerte al día sobre ello en otro momento...

La madre de Danny, como es lógico queda sorprendida por la revelación de que la pelirroja tenga hermanos, pero no presiona a la mujer de treinta y dos años para que le dé más detalles. De hecho, su mente discurre aceleradamente al pensar en la extraña coincidencia que se le ha presentado: Paul encuentra un reemplazo y ahora conoce a los hermanos de Cora. Y da la casualidad de que uno de ellos desprende ese aura que solo tienen los sacerdotes.

—Bueno, será mejor que siga mi camino: tengo que llevar estas flores a Danny —sentencia, revelando que va camino al cementerio, para dejar flores frescas en la tumba de su hijo, y los inspectores le dedican una mirada llena de compasión—. Hasta luego.

Una vez se quedan solos nuevamente, con Beth alejándose de ellos, Nadia propone ir de compras en familia, idea que maravilla a Cora y a Daisy, pero que mortifica a Aidan y Alec. El detective de cabello castaño y el reverendo se ven obligados a acceder a la petición de su familia, y a acompañarlas, muy a su pesar. Tras visitar varias tiendas, llegando la hora de comer, la familia Hardy y los mellizos se dirigen a un restaurante, donde los hermanos de Cora preguntan a la pareja acerca de la cita que tuvieron. La pelirroja y el escocés se sonrojan rápidamente al ser preguntados de manera tan directa sobre su relación, pero Cora responde afirmativamente que la cena fue estupendamente. Tras unos segundos, enseña a sus hermanos el anillo de pedida que Alec le dio aquella noche especial, y Nadia vitorea contenta, a pesar de que su revuelo y alegría atraiga la atención de algunos de los comensales a su alrededor.

—Muchas felicidades —Aidan es cortés en su enhorabuena, sonriendo amablemente.

—Oh, cuánto me alegro por vosotros —asevera Nadia, habiendo al fin calmado su entusiasmo—. Sinceramente, estáis hechos el uno para la otra —añade con un tono de voz cómplice y familiar, sonriéndoles—. Ahora que se ha confirmado lo que Den y yo esperábamos aquella noche, solo tengo una duda... —se interrumpe momentáneamente mientras les entregan el segundo plato—. ¿Estás esperando un bebé?

Coraline no puede evitar atragantarse con el agua nada más la escucha, recibiendo suaves palmadas en la espalda por parte de su prometido, quien se sorprende por su aseveración tan certera. Se pregunta mentalmente cómo es que lo sabe.

—¡Nadi! —la amonesta su mellizo con un tono severo.

—Lo siento, no tendría que haber sido tan directa... —se disculpa la joven de veintiocho años, contemplando cómo su hermana consigue recuperar la compostura, así como el aliento—. Llámalo instinto de reportera: como por costumbre estoy atenta a todo lo que hay a mi alrededor, no tardé mucho en percatarme de ello —empieza a explicar la razón que le ha llevado a sospecharlo—. Cuando Daisy me mandó la fotografía del vestido, pude advertir tu vientre algo abultado, y entonces recordé que en la comida no habías bebido alcohol o bebidas gaseosas, y comías con más apetito que el de costumbre, a juzgar por cómo de vez en cuando Daisy te miraba.

—Vaya, Nadia... —sentencia la analista del comportamiento tras suspirar con evidente satisfacción, pues estaba deseando revelarles la noticia a sus hermanos—. Sin duda el talento de la observación nos viene de familia —comenta con un tono bromista, logrando que todos en la mesa se carcajeen—. Pero estás en lo cierto —Lina toma la mano izquierda de su prometido en su derecha—: esperamos un hijo.

—¿Una pedida de mano y un bebé? —Nadia está encantada—. ¡Madre mía, esto es genial!

La familia realiza un brindis para celebrar el futuro enlace de los inspectores, así como la llegada en unos meses del nuevo miembro de la familia. La comida transcurre amena y muy alegre, logrando incluso que Daisy se sienta cómoda y feliz, olvidándose por unas horas acerca de la fotografía y de su plan de marcharse de Broadchurch. Esto último lo notan los futuros padres, quienes no pueden sentirse más felices porque la adolescente haya conseguido dejar ese asunto de lado para disfrutar un poco de la vida.

Finalizada la comida en el restaurante, los Hardy acompañan a los mellizos hasta su coche, en el cual ya han introducido las maletas. Una vez Aidan comprueba que las maletas están en su correcto lugar, suspira pesadamente, entregándole las llaves de la casa a su hermana mayor, a quien abraza a los pocos segundos, sintiéndose triste por su marcha.

—Te echaré de menos, Cora.

—Lo mismo digo, Aidan —responde la aludida con una sonrisa—. Nos veremos pronto.

—Sí —afirma el, rompiendo el abrazo—. La próxima vez conocerás a Rose.

—Lo estoy deseando —afirma la analista del comportamiento, desviando su atención a su hermana menor, mientras que el reverendo se despide de su futuro cuñado con un apretón de manos—. Oh, Nadi... —apela a su hermana con su apodo cariñoso, antes de sentir cómo la abraza con firmeza, con cuidado sin embargo, de no hacer daño al bebé. No hay que ser muy listo para advertir que la muchacha está llorando—. Te voy a echar mucho de menos.

—Y yo a ti.

—Escríbeme cuando lleguéis.

—Es lo primero que pienso hacer —asegura la periodista—. Estoy deseando que la remodelación del piso termine para mudarnos aquí, especialmente ahora que tenemos una boda en perspectiva y un pequeño bebé en camino —asevera con felicidad, pues las obras comenzarán mañana. Tras suspirar con melancolía, besa su mejilla, rompiendo el abrazo.

Una vez los mellizos se despiden de los inspectores, se acercan a la estudiante, abrazándola.

—Daisy, cuida de Cora por nosotros —dice la reportera.

—Lo haré —dice la estudiante, correspondiendo el abrazo.

—Te echaremos de menos.

—Yo también a vosotros.

—Y cuídate mucho también —añade Aidan, sonriéndole—. Nos veremos pronto.

Los mellizos sonríen de oreja a oreja a su recientemente descubierta familia, antes de ingresar al vehículo. El joven de pelo trigueño es quien conducirá durante unas horas, de modo que toma su lugar en el coche, bajo las protestas de su hermana, quien no soporta su modo de conducir. Incluso cuando están desaparcando, los Hardy pueden escuchar cómo discuten entre ellos sobre cómo es mejor llegar a su casa, lo que los hace carcajearse. Finalmente, contemplan cómo el coche se aleja por la carretera de Broadchurch, alejándose de ellos, al menos por el momento.

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