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Capítulo 30 {1ª Parte}

Cuando se desplazan nuevamente en coche, llegando a la tienda de comestibles de Ed Burnett, Alec deja escapar un suspiro pesado.

—Menuda paliza le ha dado... —musita, sorprendido por la gran fuerza física y ensañamiento de los que el hombre negro ha hecho gala. Sin duda, es una persona con una mecha muy corta, y no les será muy difícil interrogarlo acerca de la razón que lo ha llevado a cometer tales actos. Una vez se apean del coche, escucha cómo Miller chasquea la lengua, evidentemente molesta por todo lo que está pasando, de modo que posa su mirada parda en ella.

—Típico: agreden a una mujer, y todos los hombres van por ahí, zurrándose, como si los ofendidos fueran ellos —expresa su opinión de manera clara, antes de posar su atención en su compañera, apelando a ella—. Cora —ésta inmediatamente la observa mientras caminan hacia la tienda de comestibles—, antes te he visto muy confiada... —revela, con el hombre de cuarenta y siete años manteniendo su atención fija en su prometida, a quien ve asentir a los pocos segundos—. ¿Sabes acaso qué ha podido motivar a Ed Burnett para darle semejante paliza a Jim Atwood?

—Tengo una ligera sospecha, aunque solo se confirmará una vez lo interroguemos —responde la muchacha de ojos azules y piel de alabastro—. Si mi teoría es correcta, y no creo estar desencaminada en absoluto, puede que en este caso la agresión tenga un componente emocional... Y muy destructivo —asevera con un tono que desborda confianza en sus habilidades y deducciones, negándose por el momento a revelar nada más, pues quiere confirmarlo antes de exponer sus teorías—. Pero primero veamos qué tiene que decir en su defensa —argumenta con ese mismo aire de misterio que hace escasos segundos, logrando hacer sonreír mínimamente a sus superiores, quienes ya echaban de menos ese lado ligeramente juguetón y profesional de ella.

Entran a la tienda de comestibles por la persiana de la parte trasera, que da al almacén de comida y suministros. Allí es donde se encuentra el despacho/oficina de Ed. Éste está absorto en su ordenador, y ni siquiera repara en la presencia de los policías de uniforme ni de los inspectores hasta que los segundos han entrado a su despacho. Desvía la mirada de la pantalla, contemplándolos con una mirada confusa a la par que nerviosa. Sabe por qué están allí.

—¿Qué hacen ustedes aquí?

—Intente adivinarlo —el tono de Hardy es brusco, tenso y claramente molesto. No quiere jugar a este juego. Si Burnett cree sinceramente que puede engañarlos fingiendo ignorar sus acciones, es que no es demasiado avispado. Y la idea de que quiera escabullirse de las consecuencias de sus actos, de intentar tomarse la justicia por su mano, lo enerva enormemente.

—Sr. Burnett —es Coraline quien continúa hablando. Ha advertido en su futuro esposo un ademán tenso y nada amigable. Conociendo de primera mano su poca paciencia, así como su disposición nada optimista hacia los mentirosos o hacia aquellos que los hacen perder el tiempo, sabe que si él continúa con este leve interrogatorio antes de proceder a su detención, podría terminar alzando la voz. Y eso no le conviene—. Jim Atwood afirma que lo ha atacado en su taller a primera hora de la noche —asevera con la mayor educación del mundo, habiendo constatado en sus anteriores encuentros que para apelar a este hombre en concreto, lo mejor es tratarlo como a una persona con sentimientos, y no como a un sospechoso, como bien podrían hacerlo Ellie o el hombre que adora—. Y asevera que se llevó usted un trapo de su taller —contempla al hombre de fornida disposición negar con la cabeza, aún silencioso. Es evidente que no quiere cooperar.

—¿Se llevó un trapo de su taller, sí o no? —pregunta Hardy en un tono molesto, tensando la mandíbula de tal forma que por un momento parece que le chirrían los dientes. No soporta el ademán de este hombre, y no oculta sus pensamientos al respecto.

—Me quedaré y lo buscaré —sentencia Ellie en un intento por aplacar la ira de su jefe y amigo. Pocas veces, las cuales podría contar con los dedos de una mano, lo ha visto enfurecerse hasta el punto de que su piel de por sí pálida se torne más blanca aún.

—Levántese, por favor —pide la inspectora de cabello ondulado y carmesí, llevándolo recogido en una coleta, como suele ser costumbre desde que ascendió de oficial a sargento. Ha sacado las esposas del bolsillo trasero de su pantalón, sujetándolas en su mano derecha. Al momento, ve como por un ínfimo instante, los ojos de Ed se abren con miedo, con sus pupilas contrayéndose en nerviosismo: no quiere ir a la cárcel. "Extraño...", piensa la joven tras ser testigo de su respuesta defensiva. "Desvía la mirada rápidamente de las esposas, cerrando los ojos para evitar tener que verlas. La forma en la que se ha alejado más de mí, retrayéndose más en la silla, me indica que siente una profunda aversión por ellas, así como por la comisaría de policía, pero en concreto, por la cárcel", analiza en el lapso de cinco segundos, contemplando cómo el hombre negro con una fuerte complexión niega con la cabeza despacio ante su petición.

—Ah, vamos, esto no es necesario, Inspectora Harper...

"Además de su aversión a las esposas y a la comisaría, su negativa rotunda a acompañarnos solo me indica que la conclusión más lógica en este caso, es pensar que ya ha estado detenido con anterioridad...", analiza, instantes antes de sentir cómo la mano de su prometido se posa en su derecha. Rápidamente desvía su mirada hacia él, y sus ojos celestes se encuentran con los pardos de él. Transcurre entre ellos una silenciosa conversación, en la que él le pide, más bien le ruega, que le entregue las esposas para poder realizar el arresto. Ella lo concede, sintiendo cómo su amado castaño toma las esposas de sus manos. Intenta evitar que Ed cargue contra ella de alguna forma para evitar su arresto. Los está protegiendo a su bebé y a ella, en un ademán que Harper encuentra tierno a pesar de las circunstancias.

—He visto las heridas de Atwood —sentencia el hombre trajeado de delgada complexión en un tono firme y autoritario, negándose a cumplir su petición implícita de no llevarlo arrestado a comisaría—. Levántese, por favor —repite la orden dada por su futura mujer en un tono incluso más férreo que el de ella, acercándose al dueño de la tienda de comestibles, interponiéndose así entre él y su familia. Quiere evitar a toda costa que, en caso de producirse un intento de evitar el arresto, el bebé y Lina salgan perjudicados—. Ed Burnett, queda arrestado por la agresión física a Jim Atwood esta misma noche a las 20:05h. Tiene derecho a permanecer en silencio, sin embargo, podría perjudicar su defensa si no menciona durante el interrogatorio algo que luego pueda ser utilizado durante el juicio —Alec le coloca las esposas al hombre de fuerte complexión, quien no se resiste al arresto, habiéndole dado la espalda y colocado sus manos tras ella, para facilitarle el trabajo—. Todo lo que diga podrá ser utilizado como prueba, ¿entendido?

Ed Burnett no dice nada al respecto, pero asiente al escuchar la pregunta por parte del inspector escocés, dejándose conducir por la espalda hasta el coche patrulla de uno de los agentes de uniforme, quienes han acompañado a los inspectores hasta allí. Ellie contempla cómo sus dos compañeros y amigos abandonan la escena, observándolos entrar en el coche de la mentalista con piel de alabastro, dirigiéndose hacia comisaría. Tiene varios minutos para investigar la estancia, encontrar el trapo que se ha llevado Ed del taller de Atwood, comprobar que no haya ninguna coincidencia con ninguna de las supervivientes, y volver a comisaría.

La veterana agente de policía se coloca unos guantes estériles, con el fin de preservar las huellas genéticas del sospechoso en la escena, pero sin contaminarlas con su propio ADN. Revisa primero la silla del despacho, donde únicamente encuentra la cazadora del vendedor de comestibles. Los bolsillos están vacíos, y no hay nada relevante. Entonces examina el escritorio. Aunque más que un escritorio, la castaña está por jurar que parece una mesa del IKEA. Tras apartar la silla de oficina con cuidado, Ellie flexiona mínimamente las rodillas para agacharse, revisando la lista de clientes, productos y vendedores. El registro de contabilidad. Qué ha vendido, a quien, cuánta cantidad y de quién proviene. Posa sus ojos entonces en los cajones del escritorio, ya que en el registro de contabilidad no hay tampoco nada relevante. Abre el primer cajón, encontrando en él varios objetos: un rollo de cinta aislante, un bloc de notas, notas adhesivas, un quita-grapas, unas llaves, un rosario... Y unas tarjetas con un motivo de flores. Sus ojos pardos se abren ligeramente con pasmo al contemplarlas. Ella ya las ha visto con anterioridad, igual que sus compañeros. La tarjeta que enviaron a Trish Winterman junto con el ramo de rosas, tenía el mismo patrón floreado de las tarjetas que Ed Burnett tiene en el primer cajón de su escritorio. Toma una de las tarjetas en sus manos, colocándolas en una bolsa de pruebas mientras frunce el ceño: la coincidencia es demasiado evidente como para pasarla por alto. Una vez termina con el registro del despacho, la mujer de cabello rizado sale de él, caminando hasta la parte trasera de la tienda, a la zona de almacenamiento. Allí, en una de las cajas, bien guardadas, hay un montón de verduras y frutas, dispuestas a ser vendidas. Pero no es eso lo que le llama la atención. Todas esas frutas y verduras, incluyendo la remolacha que acaba de tomar en sus manos, están sujetas con un hilo de pescador azul. Introduce la remolacha y algunas de las verduras en otras bolsas de prueba, pues son esenciales para la investigación.

Mientras va de camino a la comisaría, sentada en uno de los coches patrulla de uno de los policías de uniforme, Ellie Miller reflexiona para sus adentros. Ed Burnett envió esas flores a Trish Winterman. Pero... ¿Por qué? Por si fuera poco, el vendedor de la tienda de comestibles usa hilo de pescador azul para atar sus verduras. El mismo hilo que se utilizó para atar las muñecas de Trish Winterman, así como de las otras supervivientes. Y eso no es todo: Cath Atwood afirmó en su primera declaración que, la noche de la fiesta Ed y Jim discutieron, comenzando una pelea. ¿Y si Ed supo que Jim se había acostado con Trish? ¿Podría haberlo enfurecido, debido a que parece apreciarla? ¿Podría haberla violado por despecho? Esa conjetura es tan horrible que le da escalofríos. No puede encontrar una respuesta a ninguna de sus preguntas que la satisfaga, por lo que espera que sus dos compañeros consigan algún tipo de información en el interrogatorio.


Alec y Coraline están sentados frente a Ed Burnett, en la sala de interrogatorios número dos. Han llegado a la comisaría hace apenas unos minutos, custodiando a su detenido hasta el interior, bajo la atenta mirada de Katie Harford. Cuando los ha visto llegar a la edificación, empujando levemente al dueño de Farm Shop hacia el interior, la joven oficial de piel canela ha intercambiado una mirada nerviosa con su superiora taheña, pues se le ha acabado el tiempo para hablar sobre su relación con el sospechoso. Relación sobre la que la mentalista sospecha, pero aún no tiene pruebas para corroborar. Una vez consiguen contactar con la abogada de Burnett, la hacen pasar a la sala de interrogatorios, donde proceden a preguntar a Ed sobre sus acciones de esta misma noche. El hombre corpulento parece mantenerse en una relativa calma, aunque por cómo se cruza de brazos, es fácil para la analista percatarse de que esa serenidad no es más que una fachada. Enmascara algo, y está más que decidida a averiguar qué es. Desvía sus ojos celestes a su confidente y protector, contemplando cómo se coloca las gafas de cerca, antes de suspirar, dispuesto a detallar en su bloc de notas todo lo que en este interrogatorio se diga.

—¿Por qué se marchó de la tienda y fue a su taller? —es la primera pregunta a la que necesitan dar respuesta: el motivo por el cual decidió propinarle una paliza al mecánico, tras desplazarse hasta allí varios kilómetros.

—No quiero hablar de ello —sentencia el hombre negro en un tono defensivo, negándose a responder a la pregunta del inspector que tiene delante, provocando inmediatamente que una expresión molesta y airada cruce sus facciones. No puede creer la desfachatez de este hombre.

—Sr. Burnett, vamos a dejar una cosa clara —Alec hace lo posible por no soliviantarse. Deja el bolígrafo sobre la mesa en una actitud hastiada, antes de inclinarse levemente hacia delante, entrelazando las manos sobre la superficie de la mesa—. Esto no es un debate. Esto es un interrogatorio policial, tras el cual decidiremos si acusarlo o no —sentencia con un tono férreo y autoritario. Ahora mismo el hombre que tiene delante tiene que darse cuenta de que no es quien domina la situación. Es él. Y por sus muertos que no piensa dejar que le dé la callada por respuesta. No, después de haberlos obligado a desplazarse a tales horas hasta su tienda para detenerlo por agresión, cuando deberían estar en casa, especialmente Lina y él, con su querida Daisy—. Así que, cualquier cosa que pueda decirnos, y que atenúe o explique sus acciones hacia Jim Atwood esta noche, cuéntenoslo.

—Sr. Burnett —Coraline intercede, apelando al reo con un tono calmado, advirtiendo en el ademán y tono de voz de su querido escocés cómo la iracundia y la aversión están haciendo presa de él. Ahora mismo, debido a su actitud y disposición, no es indicado que interrogue al sospechoso, pero claro está, no piensa dejarla sola en su estado. De modo que es mejor que ella tome las riendas en su presencia. Al menos hasta que consiga calmarse lo suficiente como para continuar—. Me temo que, a menos que pueda explicar sus acciones, o darnos una justificación válida, sus actos nos conducen a pensar que atacó a Jim Atwood sin motivo alguno —expresa su punto de vista de manera calmada y amable, sabiendo de buena tinta que, en ocasiones, un enfoque más amable y humano es mucho mejor que un enfoque puramente profesional y analítico.

—No fue sin motivo, Inspectora Harper.

—¿Podría decirnos entonces, qué lo hizo ir hasta allí y atacarlo con tanta saña?

Ed Burnett posa sus ojos pardos en la joven inspectora de cabello carmesí, rememorando cómo en anteriores ocasiones lo ha tratado con amabilidad, respeto, educación y humanidad. Sabe que está arrinconado, pero el ademán menos agresivo y molesto de esta mujer de treinta y dos años, lo animan a cooperar, sin tan siquiera percatarse de ello. Hay algo en ella que lo invita a hacerle confidencias. Y de todas formas, tampoco es como si pudiera escapar de lo que ha hecho. Las cámaras de seguridad del exterior del taller probablemente lo habrán grabado propinándole la paliza al imbécil de Jim... Tras suspirar, desviando la mirada a sus manos, las cuales tiene sobre el regazo, el hombre de complexión fornida decide responder.

—Se acostó con Trish Winterman.

Katie Harford, a quien el Inspector Hardy no ha permitido la entrada en la sala de observación adyacente de la sala de interrogatorios, por ser aún una oficial en formación que debería ser supervisada por Coraline, está ahora mismo escuchando y viendo lo que sucede allí, gracias al ordenador del despacho de impresión, donde tienen las impresoras extras. Ha conectado unos auriculares, y está inmersa en la declaración que su progenitor está dándole a la policía.

—No, no... Tiene que ser una broma —musita para sus adentros, con sus ojos ónix abiertos de par en par, así como su boca. No puede creer lo que acaba de escuchar. No puede ser cierto lo que ha declarado su padre. De ser así, eso lo coloca en una situación muy comprometida respecto a la investigación. Se convierte, por ende, en un posible sospechoso. Y eso no es nada bueno.

—Katie, ¿puedes ir a buscar a los inspectores a la sala de interrogatorios? —cuestiona Ellie, abriendo la puerta del despacho de impresión, sobresaltando al momento a la oficial, quien estaba tan absorta en sus pensamientos y en lo que acaba de escuchar, que ni siquiera ha reparado en su presencia. Rápidamente la contempla despojarse de los auriculares, colocándoselos sobre las clavículas, antes de desviar momentáneamente la mirada a la pantalla, donde se ve claramente la sala de interrogatorios número dos.

—Tendrá que ir usted misma... —responde finalmente, y Ellie cierra los ojos con fuerza.

La veterana inspectora no puede creer lo que acaba de escuchar. La muchacha no es que le caiga bien precisamente, y de hecho comenzaba ahora a soportar su talante y actitud, en parte gracias al esfuerzo de Cora por reconducirla y guiarla, pero está claro que su querida amiga no puede hacer milagros. Frunce el ceño y tensa la boca en una delgada línea, intentando no alzar la voz más de lo necesario, pues no quiere someter a esta oficial a las habladurías de sus compañeros por negarse a seguir una directriz, aunque a su modo de ver, bien que se lo merecería después de este desplante. Inhala para intentar calmarse, aunque sabe que es inútil, pues Katie es capaz, y aún no sabe cómo lo hace, de enervarla nada más abre la boca.

Sí, puede que se asemeje a Cora en algunos de sus ademanes y en la forma en la que recaba información, pero por su madre que en paz descanse, no pueden ser más distintas. Está casi tentada a pedir un milagro para reemplazar a Katie por una nueva versión joven y avispada de su compañera y amiga pelirroja.

—¿¡Te estás negando a hacer lo que te acabo de pedir!? —cuestiona en un tono molesto, para asegurarse de que ha escuchado correctamente lo que cree haber escuchado. Le está dando la oportunidad a Harford de retractarse y hacer lo que le ha pedido que haga. Pero al momento, comprueba que la joven de ojos y pelo oscuros obvia su ofrecimiento a rectificar, negando con la cabeza.

—Sí, así es.

—¡Vamos a hablar muy seriamente cuando vuelva! —exclama la agente de cabello rizado y castaño en un tono airado, señalando a la oficial con el índice de su mano derecha, antes de exhalar con hastío, cerrando la puerta del despacho de impresión, dejando a Katie sola, contemplando nuevamente la pantalla en la que se muestra la sala de interrogatorios.

La oficial de piel canela solo puede observar cómo su padre declara, respondiendo a las preguntas de los inspectores. Agradece en su fuero interno la amabilidad que está demostrando Coraline hacia su progenitor, a diferencia del Inspector Hardy, cuyo talante, ha advertido, es antagónico a un nivel que sobrepasa su estado habitual. Es usual verlo enfadado, malhumorado o molesto, pero desde esta mañana no hay quien lo aguante.

—¿Nos está diciendo, que Cath Atwood le pidió que pegase a su marido? —Alec, quien ha aprovechado el ligero silencio que se ha establecido en la estancia tras la contestación de Ed para calmarse, retoma el interrogatorio, pues no quiere que todo su peso caiga sobre los hombros de su querida novata, a quien seguirá apelando así incluso siendo una inspectora de pleno derecho.

"Aunque las circunstancias parecen encaminar esa agresión en la dirección que mi querido jefe asevera, no creo que este haya sido el caso. Cath no es el tipo de persona que le pediría a alguien que le cantase las cuarenta a su marido... De hecho más parece el tipo de persona que haría eso personalmente. No, ella no le pidió a Ed que lo apalizase. Esto es algo que él ha hecho por su propia voluntad", piensa para sus adentros la analista del comportamiento, advirtiendo cómo los ojos de su interrogado se abren con pasmo unos pocos segundos, aseverando su sorpresa. "Si lo que creo va bien encaminado, y por su tono de voz al responder a mi primera pregunta diría que sí, está claro que le propinó semejante paliza a Jim Atwood debido a su apego emocional a Trish Winterman. No pudo soportar la idea de que alguien se acostase con ella. No, será mejor reformular eso... No pudo soportar la idea de que Jim se acostase con ella. Al fin y al cabo, es alguien a quien detesta. Y el solo pensamiento de que Trish se acostase con él, lo vuelve loco de celos", sus pensamientos se encaminan en la dirección que ha tomado desde que Bob la ha notificado acerca de la agresión: Ed Burnett está enamorado de su empleada, hasta el punto de rozar la desesperación, y hará lo que sea para proteger su honor como mujer, por muy anticuado o cursi que suene eso, incluso agrediendo físicamente a la persona con quien se acostó.

—No —niega el hombre de ojos ónix.

—¿Pero sabía que iba a hacerlo?

—¡Claro que no, inspector!

En ese preciso momento, un toque en la puerta desvía la atención de los presentes en la sala. A los pocos segundos, seguido de esos dos toques, Ellie Miller asoma la cabeza por la apertura de la puerta, posando sus ojos pardos en sus dos compañeros. Al momento es testigo del leve rodamiento de ojos de su jefe, indicándole que no encuentra nada oportuna su interrupción. Lo ve tensar la mandíbula, apretando los dientes. A diferencia de él, Cora la observa con una mirada entre curiosa y segura, como si tuviera frente a ella dos explicaciones acerca de su aparición, pero no supiera cuál escoger para dar con la respuesta correcta.

—Inspector Hardy, Inspectora Harper —apela a ellos con sus rangos oficiales—, necesito hablar urgentemente con ustedes.

El hombre de cabello castaño suspira con pesadez, anotando la hora en la que interrumpen el interrogatorio, a fin de que haya constancia de ello, antes de levantarse de la silla junto a su pareja y subordinada. Salen de la sala de interrogatorios, siguiendo a Ellis hasta el despacho del escocés. En todo momento mientras se alejan de las salas de interrogatorio se mantienen en silencio, pues el pasillo tiene eco, y no quieren hablar de algo de lo que el reo puede beneficiarse. Sin embargo, a cada paso, su expresión contrariada y molesta se hace más pronunciada, siendo advertido por la taheña, quien cruza los dedos mentalmente para que su prometido y padre de su bebé no estalle en una incontrolable furia.

—¿Qué demonios quieres? —inquiere el hombre trajeado de delgada complexión, una vez llegan a la planta en la que se encuentra su despacho y las mesas de sus subordinadas más capaces—. ¿¡No ves que estamos ocupados!? —le espeta en un tono molesto, no conteniendo sus emociones, antes de sentir cómo su futura mujer sujeta su brazo en un intento por calmarlo.

—Sí, y lo sé, ¿pero no puedes entender que puede tratarse de algo importante? —rebate Ellie, no admitiendo que la pisotee como le venga en gana solo porque querría estar en casa con su hija. Ella también quiere volver con sus hijos, pero no por ello está comportándose como una imbécil y tomándola con la primera persona que tiene delante—. Mirad: encontradas en Farm Shop —continúa con aquello que quiere decirles, entregándoles a ambos la bolsa en la que ha introducido las tarjetas con motivos florales que ha encontrado en el despacho del sospechoso—. Tarjetas idénticas a la que dejaron con las flores en casa de Trish.

—Como imaginaba, Ed Burnett es el autor... Él envió las flores y la tarjeta —sentencia la mujer con piel de alabastro más para ella que para sus superiores, contemplando la bolsa de pruebas en las manos de su prometido, quien las observa con los ojos desorbitados, pues si lo suman a la declaración sobre por qué ha golpeado al mecánico, tienen un posible móvil para la violación—. Voy a pedirle a Brian que busque huelas de Ed Burnett en ellas —asevera, sacando su teléfono móvil, antes de teclear un rápido mensaje, para ligera molestia de su jefe, quien arquea una de sus cejas.

—¿Desde cuándo tienes el número del forense?

—Se llama Brian, Alec —recalca en un tono sereno, concentrada en teclear el mensaje, antes de suspirar con pesadez—. Y respondiendo a tu pregunta: desde que me pidió una cita, el mismo día que llegué a Broadchurch —añade con cierto aire de divertimento, aprovechando la ocasión para bromear un poco a su costa, pues es consciente de que su querido escocés no soporta al forense—. Tranquilo —desvía su mirada, encontrándose sus ojos celestes con sus pardos, advirtiendo al momento su ligera incomodidad al respecto—. Le di calabazas: por eso lo intentó después con Ellie —tras guardar su teléfono, se permite rememorarles a ambos aquella divertida charla en su despacho hace tres años, cuando investigaban el caso de Danny Latimer.

A ambos veteranos inspectores de cabello castaño les es imposible disimular la breve sonrisa que hace acto de presencia en sus rostros, habiéndolos retraído a tiempos mejores, cuando no era todo tan complicado. Pero ninguno de ellos cambiaría nada, ni tomaría decisiones diferentes. Porque gracias a ello, están allí ahora. Tras ese pequeño paseo por los recuerdos, Ellie le tiende otra bolsa de pruebas a su jefe, quien abre los ojos con algo de sorpresa, pues no entiende a santo de qué su subordinada y amiga ha llevado comida. Específicamente, hortalizas.

—¿Remolacha? —no puede creer lo que está viendo: ¿Miller ha perdido la cabeza finalmente? No entiende nada, y su expresión estupefacta provoca que Lina se tape la boca para disimular una estruendosa carcajada, pues incluso ella puede adivinar la razón que ha impulsado a la castaña a llevar esos productos comestibles en bolsas de pruebas—. ¿Has traído...? —Alec corta en seco su pregunta al darle la vuelta a la bolsa, percatándose al momento del visible hilo de pesca de color azul que sujeta las remolachas. El mismo hilo de pesca con el que se ató a la superviviente.

—Exacto —afirma Ellie, feliz porque finalmente haya captado cuáles eran sus intenciones al llevar las hortalizas a comisaría—. Todas las verduras orgánicas que venden en Farm Shop están atadas con una cuerda azul —confirma las suposiciones del futuro matrimonio—. Así que, si comparamos esas fibras con las que encontramos en las muñecas de Trish, premio: tendremos algo sobre lo que trabajar.

—Necesito hablar con ustedes de una cosa —Katie, que finalmente ha reunido el valor para encarar a sus superiores directos respecto a su relación con Ed Burnett, sale del despacho de impresión, caminando hacia ellos con pasos decididos pero nerviosos.

—Ahora no, Harford —Hardy no está de humor para sus comentarios.

—Debería habérselo dicho hace tiempo, pero... —la joven oficial de piel canela se interrumpe, intercambiando una mirada suplicante con su supervisora de piel de alabastro, quien frunce el ceño, advirtiendo por su ademán que, para bien, o para mal en esta situación, sus suposiciones eran correctas.

—¿Decirnos qué? —quiere saber el inspector, colocando sus manos en sus caderas. Él, al igual que la Inspectora Miller, contemplan a su subordinada con una expresión confusa a la par que temerosa. ¿Acaso le sucedió algo en el pasado similar a lo que le ha sucedido a Trish? ¿Acaso tiene información relevante para la investigación? No saben que es lo que se ha estado callando la oficial, pero a juzgar por su expresión nerviosa y grave, debe ser algo importante.

—Ed Burnett es mi padre.

La mentalista cierra los ojos con fuerza entonces, pues la admisión de Katie significa que podrían haber puesto en jaque toda la investigación, así como las potenciales pruebas y testimonios que han recogido hasta ahora. Sus recuerdos la llevan hasta el caso de Danny Latimer, concretamente hasta el juicio. La defensa de Joe no necesitó más que conectar varios hechos entre sí para dar al traste con la operación policial, calificándola de inútil, y poco profesional. No quiere ni imaginarse lo que podría volver a pasar, en caso de no apartar ahora mismo a Katie de la investigación. Su padre es un potencial sospechoso al fin y al cabo, y si continúa involucrada, ninguna de estas pruebas o testimonios, en caso de encontrar al culpable, serán válidas frente a un jurado. Como bien dijo Jocelyn Knight hace años, «ha puesto en peligro su mejor carta, antes siquiera de empezar». Por ello, a sabiendas de que sus pensamientos son los mismos que recorren ahora las mentes de Alec y Ellie, Cora no se sorprende al escuchar el posterior estallido por parte de su pareja y su amiga.

—¿Qué? —Hardy quiere que alguien le diga que está soñando. Por Dios, que alguien venga a propinarle dos bofetadas para despertarlo, porque no quiere ni pensar en la posibilidad que acaba de planteársele. Si llevan este caso a juicio, ante un jurado, y se ponen a analizar las pruebas y a interrogar a sus subordinados, con Katie aseverando lo que acaba de aseverar, el juicio y la acusación contra el posible culpable se irá a pique inmediatamente.

—Dime que es una broma —Miller no puede creer lo que acaba de escuchar.

—No.

—¿¡El hombre al que hemos detenido!?

—No pensé que importara —intenta justificarse Harford tras escuchar las palabras de Ellie. Sabía que las consecuencias y reacciones de sus superiores serían tremebundas, pero no esperaba ni por asomo este nivel de hostilidad. Es un error. ¿No pueden ver que no sabía lo que hacía?

—Katie, es un sospechoso —la voz severa pero calmada de la Inspectora Harper resuena en la estancia, habiéndose confirmado las sospechas que se instalaron en la parte recóndita de su mente aquel día, cuando a la oficial se le entregó la lista de sospechosos. Creía, deseaba, estar equivocada al respecto. Porque es un error monumental. No es un error de manual, sino propio de una novata cuya formación está incompleta—. Recuerdo que estaba en la lista de sospechosos que te entregué —es difícil que ella olvide algo como eso, especialmente ahora que rememora la expresión horrorizada de su oficial, casi como si hubiera visto un fantasma—. Estaba subrayado con un rotulador naranja, y te dije claramente: «Necesito que empieces a revisarla para cuadrar direcciones y perfiles, y que a todos, aunque especialmente a los subrayados en naranja, les pidáis una muestra de ADN», ¿lo recuerdas? —cuestiona en un tono autoritario, cruzándose de brazos, pues se siente ligeramente decepcionada con ella. En aquel momento le dio la oportunidad de ser sincera y hablar claro sobre su relación con Ed Burnett, pero no lo hizo—. Te dije que si eras conocedora de algún hecho relacionado con la agresión que pudiera comprometer tu puesto de trabajo, deberías hablarlo con el Inspector Hardy —la amonesta, rememorando cómo volvió a darle otra oportunidad de sincerarse antes de que fuera demasiado tarde.

Pero Harford ha desperdiciado dichas oportunidades.

—Lo sé, lo recuerdo —afirma la aludida de manera desesperada, intentando resarcirse por no haber hablado antes, como bien y acertadamente le aconsejó su superiora de ojos azules—. Y debería haberlo hecho —admite en un tono avergonzado, reprochándose internamente el no haber seguido su consejo—. Pero se lo pregunté al principio, ¡y me dijo que no sabía nada!

—¡Dios mío, Katie! —exclama Ellie, hundiendo la cabeza en sus manos, apoyándose en su propia mesa ante la poca profesionalidad y al error garrafal que ha cometido la muchacha—. ¿¡Sabes lo que has hecho!? —le espeta con evidente iracundia y estupefacción, pues no puede creer que haya cometido semejante equivocación... Y peor aún: que no haya compartido dicha información hasta que ha sido demasiado tarde.

—Abandona esta oficina inmediatamente —sentencia Hardy tras alzar el rostro que tenía fijo en el suelo, utilizando un tono lo más calmado posible, pues ahora deben hacer control de daños. A juzgar por las palabras de su futura mujer, ésta debió advertir algo en el ademán de Katie que la hizo pensar que escondía algo, pero evidentemente, no cree que ella supiera que se trataba de esto, lo cual dista mucho de la realidad, donde ella lo sospechaba—. No toques nada. No te lleves nada. No hables con nadie ni contactes con nadie —ordena de manera efectiva y concisa, no dejando espacio para discutir sobre ello. No puede creer que Sandbrook y el caso de Danny Latimer estén acechando nuevamente a la vuelta de la esquina. No puede enfrentarse nuevamente a ese horror. A esa sensación de fracaso—. Y dame tu móvil —extiende su mano izquierda de manera autoritaria hacia la oficial, quien asiente en silencio, entregándoselo a los pocos segundos—. Mételo en una bolsa de pruebas sellada, Coraline —la aludida asiente, sujetando el teléfono móvil de Katie en sus manos, antes de introducirlo en una bolsa de pruebas, cerrándola a los pocos segundos. Que su protector y futuro marido haya usado su nombre completo significa que realmente está airado.

—Señor, le prometo...

—No, no, no. Cierra la boca —Hardy corta a la muchacha de cabello y ojos color ónix en cuanto empieza a hablar nuevamente, buscando justificar sus acciones—. Tenemos a un sospechoso detenido —hace una señal a la puerta—, y no puedes estar aquí.

—Lo entiendo —Harford agacha el rostro y baja el tono, evidentemente arrepentida y avergonzada por lo que sus acciones han desencadenado, y por lo que probablemente implican para el caso de Trish Winterman. Hace lo posible por tragarse las lágrimas, fruto de la rabia contra sí misma. Siente la mirada algo compasiva de su supervisora en su rostro, aliviándole saber que no todos están en su contra ahora, o no todos la antagonizan por un error.

—Oh, ¿en serio? ¿En serio? —inquiere Hardy alzando el tono en cada pregunta, observando a la muchacha con una mirada incrédula a la par que iracunda. No puede creer que tenga la desfachatez de decirle eso a la cara—. ¿Entiendes lo mucho que puedes haber jodido esta investigación? —le pregunta, frunciendo el ceño al mismo tiempo que da un paso amenazante hacia ella—. ¡Porque si descubrimos que el agresor de Trish tiene alguna conexión contigo, invalidarán todo en el juicio! —apenas se encuentra a escasos centímetros de la cara de su oficial mientras grita a pleno pulmón, haciendo aspavientos con las manos, señalando aquí o allá sin ton ni son. Ni siquiera le importa si hay personas a su alrededor. Ahora mismo tiene que dejarle claro a Harford lo mucho que sus acciones van a repercutir en todo—. ¡Y tendrás que responder no solo ante mí, no solo ante la jefe, sino ante las mujeres a las que atacó! —la joven de piel canela se achanta ante su ademán, agachando nuevamente el rostro en vergüenza—. ¡Largo de aquí!

Katie Harford inmediatamente hace caso a sus órdenes directas, abandonando la estancia con la cabeza gacha, como un perro con la cola entre las piernas. Una vez se aseguran de que la oficial se ha marchado, Alec se permite respirar de manera agitada, sintiendo cómo le pitan los oídos, y cómo el pulso se le ha acelerado por la frustración y la ira que lo han dominado. Siente la cálida y cariñosa mano de Lina en su espalda, propinándole unas suaves y reconfortantes caricias, intentando ayudarlo a calmarse. Éste desvía su mirada parda hacia sus ojos azules, sonriéndole brevemente en agradecimiento, antes de posar sus ojos en Ellie, a quien ve cruzarse de brazos bajo el pecho en un actitud desolada, apoyándose en su mesa de trabajo.

—¿Qué haremos si resulta que el Ed Burnett es el verdadero culpable?

—Ed Burnett acaba de admitir que atacó a Jim Atwood porque se ha enterado de que Jim se había acostado con Trish —responde Coraline en un tono sereno, no dando pie a la posibilidad que su pareja y futuro marido está cavilando para sus adentros, la cual vocaliza a los pocos segundos.

—Así que, si lo unimos a estas pruebas que has traído, tenemos que registrar su casa.

—Yo puedo encargarme de eso —sentencia Ellie, siendo capaz de ver el agotamiento que se refleja en la cara de su compañero y amigo, así como en Cora. Se ofrece a realizar esa labor durante lo que les queda de noche y el domingo por la mañana, siendo un día en principio no laborable para ellos—. Es tarde y ambos estáis agotados —la taheña trajeada le dedica una sonrisa agradecida a su amiga, comprendiendo que se preocupa por ellos, y quiere evitar que la falta de sueño haga mella en el carácter ya de por sí irascible del hombre de cuarenta y siete años—. Necesitáis volver a casa y dormir, estar con Daisy.

—Miller, no...

—Yo me encargo —se reafirma la castaña con insistencia, interrumpiéndolo mientras toma de las manos del inspector el archivo en el cual se detalla la orden de registro de la propiedad que deben llevar a cabo—. Os llamaré si encontramos algo significativo —sabe que incluso aunque lo hagan no piensa romper su merecido descanso del domingo, de modo que ya tendrán tiempo el lunes para ponerse al día—. En cuanto detengamos oficialmente a Ed, iros a descansar.

—Ellie tiene razón, Alec —sentencia la pelirroja en un tono agotado—. Necesitamos dormir.

—Está bien —concede finalmente el escocés de complexión delgada—. No puedo con las dos.

Una vez están los tres de acuerdo, los investigadores descienden a la sala de interrogatorios número dos. Ed Burnett ha permanecido allí, quieto, sin moverse ni un ápice. Tampoco es como si pudiera hacer mucho más, especialmente estando bajo custodia por una agresión. Desvía sus ojos hacia los tres policías nada más entran por la puerta.

—¿Hemos acabado? —cuestiona, impaciente—. ¿Puedo irme?

—No —sentencia Alec sin aliento, claramente deseando marcharse de allí, puesto que las recientes emociones lo han dejado para el arrastre. Y como bien han dicho sus subordinadas, necesita descansar—. Tenemos más preguntas.

—Ed Burnett, vamos a proceder a arrestarlo oficialmente en relación a la violación de Trish Winterman en la Casa Axehampton —sentencia la pelirroja de ojos celestes, antes de suspirar—. Retomaremos el interrogatorio pertinente más tarde —siente la mirada confusa, nerviosa y aterrada del reo sobre ella, y debe admitir que le inspira lástima. No puede evitar encontrar semejanzas entre un cachorrito abandonado y el hombre que tiene delante, pues ambos tienen esa mirada llena de desesperación, e inocencia—. Hasta entonces, deberá permanecer aquí: no se le permite salir de la comisaría, no se le permite contactar con nadie relacionado con la investigación, no se le permite contactar con Trish Winterman ni con sus allegados, ¿queda claro?

Ed Burnett asiente ante sus palabras.

—¿Eso significa que voy a ir a la cárcel? —musita, nervioso.

—No —responde Coraline con suma tranquilidad—. No en este momento: ahora mismo es un sospechoso, pero no irá a la cárcel hasta que se hayan presentado más pruebas concluyentes, tengamos una declaración más concisa por su parte.

El hombre asiente, con la mirada perdida en el vacío.

—La Inspectora Miller se ocupará de registrar su casa —informa la mujer de complexión delgada, antes de volver a dirigirse al reo—. Necesitamos que firme este documento, en el cual nos autoriza a hacerlo bajo su responsabilidad —añade, observando que Ellie deja la hoja de papel sobre la mesa de la sala de interrogatorios, entregándole un bolígrafo.

Ed Burnett coge el bolígrafo de tinta negra con manos temblorosas, y firma la hoja de papel. Ellie Miller la recoge y, una vez que le ha dado las gracias al hombre por su colaboración, los tres inspectores abandonan la sala.

—Me encargaré de organizar un equipo para registrar la casa de Ed Burnett con la debida urgencia —señala Ellie, aunque sabe que será un trabajo arduo y que tendrán que emplearse a fondo.

—¿Seguro que no quieres que te acompañe?

—Estoy bien, Cora —responde la inspectora de ojos pardos con una sonrisa—. Además, en caso de que encontremos algo significativo, podré llamaros con más facilidad.

—¿De verdad que vas a ser capaz de hacerlo? —pregunta Alec, dudoso.

—Claro que sí —responde Ellie, con la mirada fija en el escocés—. No te preocupes.

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