Capítulo 3
Beth Latimer está sentada en una de las sillas frente al escritorio de su jefa, en su nuevo trabajo. Finalmente, tras mentalizarse para asumir nuevamente las riendas de su vida, habiendo superado, o al menos, aceptado y pasado página a lo sucedido con Danny y Joe Miller, ha encontrado un empleo, ayudando a personas necesitadas en la ARAS, Asociación de Respuesta a Agresiones Sexuales. Su labor, más concretamente, tiene como principal objetivo el dar a personas necesitadas, ayuda experta y asesoramiento, relacionado principalmente con la agresión sexual. Básicamente, como le explicase a su hija Chloe en su momento, ella, como asesora, debe ofrecer apoyo a las víctimas. Escucha unos pasos que se dirigen hacia su dirección, los cuales la sacan de un leve trance. Gira el rostro a la izquierda, percatándose de que su jefa y supervisora, Sahana Harrison, se acerca a su mesa, con un montón de papeles en sus manos. Hace amago de levantarse para ayudarla, pero la mujer de rasgos hindúes niega con la cabeza, de modo que Beth desiste en su intento. La contempla dejar los archivos y papeles en la mesa, antes de sentarse en el asiento, frente a ella. Se atusa ligeramente el cabello oscuro antes de hablar.
—Lo siento, lo siento —lo primero que cruza sus labios son unas disculpas, puesto que habían establecido una hora de reunión, y lamentablemente, se ha demorado varios minutos—. Está siendo uno de esos días —intenta explicarse, colocándose correctamente las gafas de cerca, haciendo alusión a que hoy han recibido múltiples llamadas de asesoramiento por parte de sus clientes—. A quién pretendo engañar: siempre es uno de esos días —tras despojarse de las gafas, dejándolas colgadas sobre su pecho gracias a una cuerda, consigue bromear, haciéndolas reír a ambas—. Bien... —se coloca algunos mechones de pelo laterales tras las orejas—. Hablemos de ti —apela a Beth, y la castaña automáticamente siente cómo todo su cuerpo se tensa, pues este tipo de conversación le recuerda a aquellas reuniones con su tutora en la escuela secundaria—. Has atendido a cinco clientes por ahora —revisa uno de sus papeles, en el que se detallan los servicios y ayuda que la madre de Chloe ha prestado desde que empezó a trabajar allí—. ¿Qué tal va todo?
—Bien... Creo —se sincera la joven madre en un tono que pronto pierde su inicial seguridad, comenzando a hacer puñetas con los dedos, claramente nerviosa, pues siente que la están evaluando con ojo crítico, a pesar de que sabe de buena tinta que su jefa no hace eso—. Más o menos... Varía —desvía la mirada hacia el suelo. Solo es una reunión para comentar su trabajo, ¡por el amor de Dios! No debería sentirse tan fuera de su elemento. Toma aliento antes de continuar—. Karen, la última... —apela a su clienta por su nombre, a fin de que su jefa se haga una idea del contexto—. Fue complicado —asevera en un tono más calmado, encontrando reconfortante la mirada amable de su superiora—. Creo que no lo gestioné muy bien.
—Karen es muy vulnerable —afirma la mujer hindú en un tono factual mientras asiente con la cabeza en lentos movimientos, con el propósito de tranquilizar a Beth, a quien advierte, afectó más de lo que debía esta clienta—. Ha tenido una vida increíblemente dura.
—Sí, y me siento mal por dejar que me afectara —Beth Latimer empieza a soltarse mientras habla, su ánimo habiéndose calmado considerablemente mientras expresa sus sentimientos—. Sabía que sería difícil, pero.... —hace una pausa, reflexionando brevemente para sus adentros—. A veces, no sé si esto es para mí.
Nada más escucha esas últimas palabras salir de la boca de Beth, Sahana deja que una sonrisa compasiva y amable se esboce en sus labios. Sabe perfectamente lo que siente su compañera y subordinada en ARAS, porque ella ha estado en su lugar. Se ha sentado en esa silla mucho antes que Beth, y a han asaltado las mismas dudas que ahora la asaltan a ella. Y tal y como la ayudase su jefa de hace tantos años, ella va a hacer lo mismo con la castaña. Se inclina hacia delante en su mesa, acercando posturas con Beth, creando un ambiente más íntimo y cordial con ella.
—Escucha: todos los que trabajamos aquí hemos pasado por eso —le asegura en un tono sereno, provocando que Beth pose sus ojos pardos en ella, escuchando cada palabra con atención—. Tienes que decidir si es demasiado exigente, o si puedes sobrellevarlo —Sahana le da el mismo consejo que recibiera ella hace tiempo, antes de suspirar, dejándole tiempo para reflexionar sobre sus palabras, y comprueba para su satisfacción, que la castaña lo hace, antes de asentir lentamente.
—¿Tú qué opinas? —Beth necesita escuchárselo decir.
—Mira, este trabajo no es fácil —se sincera con ella la mujer hindú, puesto que tiene la convicción de que siempre es mejor ir con la verdad por delante—. Ayudamos a mujeres en crisis: algunas tienen problemas mentales —nada más escucha esas palabras salir de la boca de Sahana, Beth Latimer no puede evitar pensar en la Subinspectora Harper, quien a causa de su agresión sexual, desarrolló hace tiempo un grave TEPT, el cual ha ido remitiendo según le ha comentado Ellie, gracias a ayuda y asesoramiento como el que ofrece ella ahora—. Pero te he visto en tu formación, en simulacros, y en situaciones reales... —ahora, Harrison, procede a darle su opinión como profesional en el campo—. Tienes algo especial que ofrecer, Beth —le sonríe con dulzura, y la joven madre se mantiene silenciosa, valorando si, efectivamente, ella puede ayudar a otras personas—. Te necesitamos, Beth —aquello parece sellar su destino en la ARAS, puesto que Sahana rebusca entre su papeleo reciente, tomando un archivo y entregándoselo a la castaña—. Nos han enviado a una nueva clienta —en cuanto el papel llega a sus manos, la madre de Danny comienza a leer los pormenores de su clienta.
En cuanto ha asimilado que deberá ponerse en contacto con esta mujer, Beth se levanta del asiento, y se encamina a su cubículo en las oficinas del ARAS, con el archivo en sus manos. Una vez se pone cómoda, revisa los datos de contacto de su clienta, antes de marcar el número de teléfono de su domicilio. Se coloca el teléfono al oído, y escucha los claros tonos de llamada, que se suceden una y otra vez. Espera una respuesta, pero nadie coge el teléfono, y salta el contestador de voz, el cual dice: «Hola, somos Trish y Leah: déjanos un mensaje».
Beth toma el final del mensaje y el posterior pitido como su señal para empezar a hablar.
—Mensaje para Trish: soy Beth Latimer —se identifica primero para que su clienta sienta que hay una conexión de confianza entre ellas—. Me han dado tu número... Creo que quizá estás esperando mi llamada —su tono de voz es sereno y amigable, pues efectivamente, Sahana le ha asegurado que debe ponerse en contacto con ella lo antes posible—. Me gustaría poder ir a verte hoy o mañana, así que, si quieres llamarme... —desvía su mirada a la tarjeta de la asociación que tiene frente a sus ojos—. Mi número es el 01632 960131 —pronuncia cada cifra de su número con claridad y lentitud con la finalidad de que, en cuanto Trish Winterman escuche su mensaje, pueda apuntarlo en su teléfono o en una libreta—. Me gustaría que habláramos —se sincera en un tono expectante, antes de despedirse de la pobre mujer—. Gracias, y adiós.
Cuando cuelga la llamada, Beth entrelaza los dedos frente a su boca, reflexionando cómo ayudar a Trish, cuando, según el informe que le han hecho llegar, ha sufrido una violenta agresión sexual. Es la primera vez que se enfrenta a una clienta cuya agresión ha sido tan reciente, por lo que se muerde el labio inferior. Valora la idea de pedirle consejo a Coraline Harper, no solo como analista del comportamiento, sino como víctima de una agresión. Podría ayudarla en este caso... Quizás ella podría darle pautas o ayuda para ingresar en lo más profundo de la mente y sentimientos de Trish, pero de momento, decide descartarlo: la muchacha tiene su propio bagaje de TEPT con el que lidiar, y no quiere importunarla con un asunto que podría hacerla desequilibrarse mentalmente. Ahora que ha obtenido asesoramiento y formación al respecto, compadece y admira aún más a la taheña, al haber arriesgado su estado mental hace ya varios años, con tal de ayudarlos a su familia y a ella en el juicio de Danny. Se recuesta en el asiento, esperando la llamada de Patricia Winterman.
Entretanto, a varios kilómetros de la oficina de la ARAS, Mark Latimer contempla el escaparate de una librería, en el cual se expone el libro que Maggie Radcliffe ha escrito gracias a sus historias y declaraciones. Éste tiene como título: «DANNY: LA HISTORIA DE UN PADRE». Ni siquiera es consciente de que lleva aproximadamente media hora allí, de pie, al otro lado de la calzada, mientras Maggie firma cada ejemplar en el interior del establecimiento. Los ojos azules de Mark se posan en una mujer con un jersey de color rosa chicle, la cual, tras cierto debate interior, finalmente entra a la librería. Con esta hacen un total de veinticinco personas. Veinticinco personas que han entrado hoy a la tienda, se han quedado a escuchar a Maggie, y han salido de allí con un ejemplar firmado. Por no hablar de las personas que aún se encuentran en el interior, haciendo cola.
De pronto, una clara voz lo sobresalta.
—¿Vas a quedarte ahí, mirando?
Mark apenas tiene que girar el rostro para contemplar el rostro del vicario de Broadchurch, Paul Coates, con su cabello rubio bien peinado hacia un lado, y con una barba de pocos días del mismo color. Aunque no lleva sotana, sí que lleva el alzacuellos en una camisa azul grisácea provista para ello, además de unos vaqueros y una cazadora azules oscuros. Tiene los brazos cruzados frente al pecho en una actitud llena de reproche.
—¿Estoy actuando de forma extraña? —cuestiona Latimer en un tono sereno, casi sin inmutarse, volviendo a posar su vista en el escaparate de la librería.
—Sí, un poco... —admite el vicario de cabello rubio en un tono inquieto—. Tal vez.
—¿Me interesa, vale? —intenta justificarse el hombre de cabello castaño y ojos claros, antes de suspirar pesadamente—. ¿Quién comprará el libro en el pueblo en el que pasó? —cuestiona, como si la sola idea de plantearse esa posibilidad, fuera una auténtica tontería—. Es morboso.
—A la gente le importa, Mark.
—¿Ah, sí? —inquiere el padre de Danny con ironía—. Yo creo que son una panda de raritos... Incluso habiendo pasado tres años —se expresa con convicción y rotundidad, negando con la cabeza de forma apesadumbrada.
—¿Por qué no entras ahí? —Paul hace un gesto hacia la librería, intentando animar a su amigo, pero éste parece palidecer nada más se lo aconseja—. Lo del libro fue idea tuya... —le recuerda, y casi al momento, Mark chasquea la lengua, decidido a responder.
—El mayor error de mi vida —el tono de Latimer lleva consigo una ingente cantidad de culpa y remordimiento—. Ha hecho más mal que bien —añade en un tono pesimista, pues el error de escribir este libro le lleva carcomiendo la conciencia prácticamente desde el momento de su publicación, hace un día y medio.
Maggie, que continúa en el interior de la librería, firmando cada ejemplar y añadiendo dedicatorias mientras sonríe amablemente, desvía su mirada al exterior del establecimiento. Contempla cómo Mark Latimer y Paul Coates están de pie al otro lado de la calzada, con sus ojos fijos en la librería. Chasquea la lengua, pues la presencia de Mark, quien es en parte el autor del libro, a pesar de ser ella quien lo ha redactado, ahuyenta a sus potenciales compradores. Una media hora más tarde, es consciente de que ambos siguen en el exterior de la librería, de modo que termina cuanto antes la firma, para tener más posibilidades de conseguir clientes a una hora tardía. Con suerte, Latimer no se encontrará allí. Sale del establecimiento con presteza.
—¡Por Dios, Mark! —exclama en cuanto llega junto a ambos. La editora del Eco de Broadchurch está evidentemente molesta. Se dirige entonces al vicario, quien está sentado en el asiento de piedra junto al fontanero—. Perdona, Paul —éste hace un gesto de negación con la cabeza, indicando que no ha sido algo que lo haya importunado—. Entiendo que te arrepientas, pero esconderte entre los arbustos y observar, no ayuda... —intenta hacerlo entrar en razón, pero al ver el rostro molesto y pesimista del hombre de ojos azules, Maggie resopla—. Díselo, ¿quieres? —intenta hacer que Coates interceda, pero éste se encoge de hombros.
—Llevo media hora diciéndoselo...
—¿Te preocupa que afecte a tus ventas? —inquiere Latimer con ironía.
—No, no es por eso, y lo sabes —rebate Maggie en un tono exasperado: madre mía, esto es incluso peor que debatir con Jocelyn—. Quisiste hacerlo y me concediste las entrevistas —le recuerda en un tono factual—. ¡No podemos evitar que se haya publicado!
—Eso ya lo sé, ¿vale?
Los forenses han llegado finalmente a la escena del crimen en la Casa Axehampton. Brian y su equipo se han asegurado de delimitar cada rincón de los jardines, de manera que nadie, salvo ellos y la policía, puedan acceder a aquel lugar. Alec Hardy se encuentra de pie junto a Ellie Miller y Coraline Harper, esperando los resultados de los análisis del entorno que Brian y su equipo forense han realizado, aunque los pocos datos que ha podido reunir la analista del comportamiento, parecen bastarle de momento al taciturno inspector escocés.
—Escenario exterior, en mitad de la nada y al aire libre —comienza a decir Brian Young mientras camina hacia el trío de amigos que trabajan como policías—. Ya llevamos dos días de retraso sin haber empezado... —asevera, deteniéndose frente a ellos, habiéndose bajado la mascarilla estéril para poder hablar con ellos más claramente.
—Lo primero que tenemos que hacer es confirmar que la sangre hallada en las piedras por Cora coincide con la de Trish Winterman —intercede el escocés en un tono serio, lleno de profesionalidad, pues su mentalidad está ahora enfocada exclusivamente en el caso.
—¿Es ahí donde la dejaron inconsciente? —cuestiona el forense de piel canela, señalando con la mano derecha el pequeño recoveco, bajo el roble, y cerca de la cascada, en el cual se encontraron el envoltorio del condón y los rastros de sangre seca.
—No tenemos esa información todavía, Brian —niega la mujer de cabello carmesí y ojos cerúleos, habiéndose metido las manos en los bolsillos del pantalón sobrio de trabajo—. Probablemente fuera más cerca de la casa, a juzgar por la falta de sangre abundante debido al fuerte traumatismo que le propinaron.
—Así que, ¿el escenario podría estar desde aquí a la altura de la casa? —cuestiona el hombre de cabello moreno en un tono reflexivo, haciendo la medición de la distancia con sus manos, antes de dedicarle una sonrisa cálida a la subinspectora—. ¿Nos gusta ponérnoslo fácil, verdad? —indaga con cierto toque irónico, sin dejar de lado su amabilidad hacia la pelirroja.
—Siento mucho las molestias —Alec intercede en con un tono evidentemente molesto, habiendo colocado sus manos en sus caderas, adoptando una posición y actitud algo desafiante, que achanta mínimamente a Young, quien lo contempla con un aire retador.
Debido a lo sucedido en su anterior relación, el escocés de cabello castaño es ahora bastante inseguro en lo que se refiere a que otro hombre muestre una inclinación poco menos que coqueta con su pareja. Además, no le es desconocido el hecho de que Brian invitó a salir a Lina hace años, por lo que, a su modo de ver, su afán de protección, sus molestias y su reacción, están debidamente justificados.
—No hemos encontrado ninguna marca de arrastre, ni huellas obvias —asevera Ellie Miller en un tono sereno, divirtiéndose de lo lindo al contemplar desde tan cerca la reacción tan pronta, protectora y en parte celosa de su jefe, despejando sus dudas acerca de la relación que mantienen Cora y él—. A ver si tenéis más suerte, y encontráis alguna prueba de que el agresor tuviera un escondite cerca de la casa.
—Aunque esto es poco probable a juzgar por las pruebas... —advierte Coraline serenamente.
—Lo tendré en cuenta —afirma Brian con una sonrisa.
—Tenemos fragmentos preliminares de un cable, o una cuerda azul, extraídos de las muñecas de la víctima —el Inspector Hardy continúa brindándole al forense las pruebas de las que disponen, a fin de facilitarle mínimamente el trabajo. De esta forma, sabrá qué deben buscar.
—Además, la golpearon en la nuca —comenta la mujer de piel de alabastro y ojos azules con un tono sereno, gesticulando con sus manos la trayectoria de un golpe con un objeto invisible—. De modo, que tenemos que encontrar algo contundente que pudiera utilizar para eso.
—Un ataque violento, rastros de ataduras, posible uso de un condón... —el forense de piel color caramelo enumera las pruebas que han ido recabando—. Empieza a parecer que fue premeditado.
—¿Y si te limitas a usar tu pincelito, y nos dejas esas conclusiones a nosotros?
En cuanto Ellie y Cora escuchan al inspector escocés dirigirse a Brian Young de una manera tan desvergonzada y agresiva a la par que irrespetuosa, posan sus ojos en él al momento. Han quedado mortificadas en el sitio. Lo contemplan con gran reproche, sorprendidas por su pronto arrebato de molestia y celos. Por suerte, la joven de treinta y dos años se encarga de atarlo en corto, pues ahora están trabajando, por lo que su reacción y actitud no tienen cabida ni justificación en una situación así.
—Deberías pedirle perdón a Brian, Alec —asevera la muchacha de cabello carmesí, cruzándose de brazos con firmeza, utilizando un tono férreo en su voz para referirse a su pareja, quien palidece ligeramente y traga saliva nada más escucharla, pues es consciente, de que solo utiliza un tono así de frío con él, cuando se ha pasado de la raya.
Brian, que ha escuchado con gran interés la regañina que la pelirroja le ha dado a su jefe y novio, gira levemente la cabeza mientras contempla al escocés, esperando las disculpas que se merece. Ellie, por su parte, contiene el impulso de estallar en una carcajada en cuanto observa la expresión entre sorpresa y remordimiento en el rostro de Hardy.
—Perdona, Brian —finalmente, el hombre de delgada complexión se rinde ante la sugerencia de su pareja, disculpándose a regañadientes con el forense por su falta de respeto, y aunque no son exactamente genuinas, al menos en parte, son suficiente para la pelirroja, quien asiente lentamente.
—Y os preguntáis por qué lo llamamos cara-culo —asevera, dándole a conocer al escocés el apodo por el cual apelan a él en el departamento de policía de Broadchurch, antes de alejarse de ellos, a fin de continuar con su trabajo.
Estas palabras terminan provocando que, por un lado, Ellie Miller palidezca levemente y cierre los ojos con pesadez, y que por el otro, Coraline Harper arquee una ceja y ruede los ojos, ligeramente molesta. Puede tolerar cualquier habladuría y apodo a su costa, pero no respecto a su pareja, y piensa defenderlo ante cualquiera que lo difame.
—Avisadnos si encontráis algo —sentencia Alec en un tono más sereno, tras posar su mirada en su dos compañeras de profesión, quienes ni siquiera se atreven a posar sus ojos en su rostro, claramente molestas y avergonzadas porque se haya enterado de cómo lo llaman a sus espaldas—. Vamos —añade, comenzando a caminar lejos de la cascada, hacia el coche de Ellie, el cual ha dejado aparcado frente a la Casa Axehampton.
El viaje en coche hasta el lugar de trabajo de Trish Winterman transcurre sin demasiados contratiempos ni novedades, aunque sí que lo hace en silencio, pues cada uno de los miembros del equipo está reflexionando para sí mismo. Alec lo hace sobre su reacción y actitud hacia Brian Young, llegando a comprender que, inseguro como es sobre sí mismo, no ha podido evitar que su lado celoso emerja a la superficie. Cora reflexiona acerca de cómo su punto de vista y el de su pareja sobre este caso, están entrando en conflicto debido a sus experiencias y pensamientos tan dispares, siendo algo que podría provocar un enfrentamiento entre ellos en un futuro próximo. Ellie, que conduce su coche con calma hasta llegar al aparcamiento de la tienda de comestibles, reflexiona acerca de cómo Brian ha revelado de forma tan repentina el apodo con el que apelan a su jefe, y espera que no le haya hecho mella en sus sentimientos. Una vez detiene el vehículo, los tres se apean de él.
—¿Trish trabaja aquí? —cuestiona Alec en un tono ciertamente confuso, observando el establecimiento con una ceja arqueada. Para ser una tienda de comestibles es bastante campechana y está apartada de un lugar civilizado, pero quizás, se dice, esa sea la razón que hace que vayan los clientes.
—Sí —afirma la analista del comportamiento taheña, cerrando la puerta trasera izquierda del coche de su buena amiga—. Les diremos que va a cogerse unos días, a fin de guardar por el máximo tiempo su secreto —asevera, contemplando que Ellie también cierra la puerta del conductor, mientras que su pareja hace lo propio con la del pasajero.
—¿Puedo haceros una pregunta? —cuestiona el escocés en un tono sereno mientras caminan hacia la tienda de comestibles, y ambas amigas intercambian una rápida mirada nada más escucharlo, pues creen saber de qué se trata.
—Claro que sí —responde Miller por ambas, posando sus ojos pardos en el alto hombre.
—¿Desde cuándo me llaman cara-culo?
—Desde que llegaste —responde la taheña, sintiendo la mirada de su pareja en su persona.
—¿En serio? —parece mortificado a la par que horrorizado y confuso, aun posando su mirada en su novia, quien rápidamente asiente, avergonzada y nerviosa ante su reacción.
—Sí... —responde la de treinta y dos años con un tono nervioso, continuando su caminar.
Evidentemente, ese apodo que le han dado sus compañeros parece estar haciendo mella en su carácter, al menos mínimamente, puesto que ahora toma mucho más en cuenta las opiniones de los demás, y en parte, Miller piensa que es debido a su relación con la subinspectora de piel clara. Desde que ambos están juntos, ahora la castaña no tiene dudas, el inspector escocés es mucho más susceptible ante todo aquello que los atañe a Coraline y él, siendo un cambio que Ellie alaba y agradece. Se adelanta para dejar a la pareja hablar entre ellos, pues tras su discusión en el coche esa mañana, a la discusión con Brian, además de sus desavenencias en lo que respecta al caso de Trish, seguro que tienen mucho que tratar. Y efectivamente, así es, pues Alec detiene a su pareja durante un instante, antes de que pueda adentrarse en la tienda en la que Trish Winterman trabaja.
—Lina... —ella se gira para encararlo, posando sus ojos cerúleos en sus pardos, no apartando la mano que la tiene sujeta por la flexión del codo izquierdo, notando inequívocamente su cariño y ademan nervioso—. Siento mucho la discusión de antes, en el coche de Ellie —se disculpa, adelantándosele, pues la pelirroja esperaba intervenir, lo que la deja momentáneamente descolocada—. No debería inmiscuirme en tu terreno: eres una analista y sabes perfectamente lo que debe hacerse para conseguir una confesión o una pista crucial de un testigo, y debería dejarte hacer tu trabajo, pero...
—...No quieres que Sandbrook se repita —termina la analista por él, ahorrándole el dolor de pronunciar nuevamente el nombre de ese maldito caso—. Y quieres evitar que otras mujeres corran la misma suerte, en caso de que se trate de un violador en serie —la mujer de treinta y dos años apenas necesita unos momentos para comprender los pensamientos que recorren la mente de su pareja, y éste asiente lentamente—. Estás bajo mucha presión, y lo comprendo, de verdad, pero sabes tan bien como yo que no podemos obligarla a recordar a la fuerza.
—Lo sé —afirma él al momento, pues es un tema de conversación que han mantenido anteriormente—. Sé que podría hacer más mal que bien, que podría provocarle un bloqueo mental o algo peor —el inspector con vello facial castaño suspira pesadamente, colocando sus manos en sus caderas, antes de alzar la vista al cielo por unos segundos—. Intentaré ser más flexible, pero no te prometo que este caso no vaya a hacerse más truculento, y que no vayamos a tener que presionar a Trish.
—Lo entiendo, y te lo agradezco —Cora le sonríe con suavidad, y para el hombre trajeado es como si un ingente peso se hubiera desvanecido de sus hombros—. Aunque —al escuchar esa palabra, nuevamente vuelve la tensión a los hombros de Alec, pues ahora contempla cómo su querida Lina arquea una de sus cejas—, creo que deberías mantener tus sentimientos personales y nuestra relación al margen de la investigación y a aquellos implicados.
—¿Qué quieres decir? —casi al momento, Hardy está a la defensiva, cruzándose de brazos.
—Sabes perfectamente a qué me refiero, cielo —rebate ella, dejando que las comisuras de sus labios se curven ligeramente hacia arriba, en una expresión divertida, sin dejar de lado su profesionalidad y seriedad—. A ese pequeño arranque de celos que has demostrado con Brian.
—No estaba... —Alec empieza a negar aquello que es evidente, antes de detenerse en seco al contemplar el rostro de su pareja, procediendo a rectificar—. ...Está bien, lo admito: estaba celoso —la pelirroja suspira aliviada al escucharlo, pues es consciente de lo difícil que debe resultarle el admitir algo así. El hombre de piel clara y cabello castaño traga saliva, incómodo y frustrado aún por lo sucedido—. El caso es, que aunque sé que acordamos mantener nuestra relación en privado para evitar habladurías, no puedo evitar molestarme cuando intenta coquetear contigo... Y más si estoy yo delante.
—No estaba coqueteando.
—Claro que sí —riñe él—. No conoces cómo son los hombres, Lina.
—Alec, como tú bien has dicho hace un momento, soy una analista del comportamiento —le recuerda ella, colocando sus manos en sus caderas, adoptando una posición algo diplomática, intentando en la medida de lo posible, no discutir nuevamente—. Lo habría notado si hubiera intentado coquetear —continúa en un tono sereno, antes de suspirar pesadamente—. ¿Acaso no confías en mí? —cuestiona en un tono ligeramente inquieto, nervioso, lo que provoca que la cabeza de su pareja automáticamente comience a moverse de lado a lado, negando tal acusación, contemplándola con infinito afecto.
—¿¡Qué!? ¡No! —está escandalizado porque haya pensado eso siquiera—. ¡Claro que confío en ti, Lina! —su tono de voz se eleva a medida que lo hace su exaltación—. Pero no confío en los hombres, y más teniendo en cuenta tus experiencias personales —mientras va pronunciando cada palabra, su tono de voz baja hasta casi ser un susurro—. Además, debido a Tess, me es mucho más complicado mantenerme sereno y no preocuparme por ti —decide concretar tras unos segundos, suspirando hondo—. Por nosotros —intenta explicarse lo mejor posible, antes de colocar su mano derecha en la mejilla de su pareja, acariciándola con afecto—. No quiero perderte. No quiero cometer los mismos errores de antaño.
La joven taheña de piel de alabastro ni siquiera necesita que él extienda su explicación: está preocupado como pareja y como hombre debido a su trauma con Joe Miller, cuando la agredió sexualmente, y teme que el caso la haga recaer en su trauma. Asimismo, no confía en los hombres a su alrededor, y solo busca protegerla, siendo algo que ella encuentra entrañable, aunque no piensa permitirle que coarte su libertad. Por otro lado, la muchacha comprende cómo sus propias experiencias personales con Tess, que no dudó ni un momento en cometer adulterio, aún lo persiguen sin descanso. Aún se culpa por haber fracasado en su matrimonio, al haber priorizado su trabajo en detrimento de su relación. Coraline acaricia la mano que su querido protector tiene posada en su mejilla, y la acaricia suavemente con una sonrisa tierna.
—Escúchame, Alec —comienza ella en un tono sereno, logrando que sus ojos pardos se posen en sus cerúleos—. Entiendo que quieras protegerme por todo lo que he vivido, y es enternecedor, pero puedo cuidarme sola, y sé que lo sabes —él asiente ante sus palabras lentamente, observándola con adoración—. No te diré que no sigas velando por mí, pero intenta mantener ese lado celoso y posesivo a raya, ¿de acuerdo? —le pide con una breve sonrisa dulce, que él corresponde momentáneamente—. No pienso irme a ninguna parte, y no vas a perderme, pase lo que pase ¿queda claro? —procede a explicarse, tras colocar su mano izquierda sobre la que él tiene en su mejilla—. Te conozco muy bien, y sé lo importante que es tu trabajo, pero también sé la clase de hombre amoroso y familiar que eres, siendo una de tus otras prioridades. Nunca comprometerías tu trabajo a no ser que fuera por un asunto familiar, y es una de esas cualidades tuyas que adoro.
—¿Solo una de ellas...? —Alec la anima a continuar, habiendo bajado el tono, contemplando su hermoso rostro con evidente adoración y cariño.
—Entre muchas otras —afirma ella, ruborizándose ligeramente—. Eres atento, diligente, cariñoso, generoso, inconsciente en algunos momentos, decidido, valiente... —enumera sus virtudes, y el escocés se siente en extremo apreciado y dichoso—. Mira, entiendo que tienes miedo a que algo se tuerza por lo sucedido anteriormente con Tess, pero no va a repetirse —comprobando que no haya nadie a su alrededor, coloca sus brazos rodeando el cuello de él.
Alec, aunque no es muy dado a demostrar su afecto en público, la sujeta por la cintura, antes de besarla en los labios tiernamente.
—Claro que no: eres demasiado testaruda para dejarme escapar.
—Lo mismo puedo decir yo de ti —asevera ella, habiendo reciprocado su beso—. Vayamos dentro antes de que Ellie nos haga entrar a patadas —se separa de su abrazo, sintiendo una gran añoranza ante su calidez, momentos antes de sentirse ligeramente desequilibrada, sintiendo cómo su espalda se presiona momentáneamente contra el pecho de su pareja, quien al momento la sujeta por los hombros contra él—. Gracias.
—¿Estás bien? —cuestiona el hombre trajeado con el cabello lacio, contemplándola con preocupación—. Empiezo a preocuparme: te he visto distraída, y no es la primera vez que te veo trastabillar... Además, hace varios días que estás enferma.
—No te preocupes, estoy bien —responde Coraline rápidamente, sintiendo cómo le baja la tensión, palideciendo levemente al momento en el que escucha que ha estado prestando atención a sus repetidas visitas al inodoro, para vaciar en él los contenidos de su estómago—. Solo es una leve gastroenteritis: ya sabes que el frío y yo no nos llevamos precisamente bien —intenta hacer una chanza, consiguiendo esquivar ese pequeño obstáculo en su camino, encaminándose hacia la tienda de comestibles, con el Inspector Hardy a su lado.
Tras atravesar la puerta de la tienda de comestibles, la Inspectora Miller espera a sus compañeros en el interior. Al cabo de unos minutos, tras verlos hablar largo y tendido en el exterior del establecimiento, los contempla compartir una breve y tierna muestra de afecto, lo que la hace esbozar una sonrisa, realmente feliz por ellos. Solo entonces los ve encaminarse hacia su posición, con su buena amiga perdiendo brevemente el equilibrio, lo que, en consecuencia, la hace preguntarse si se encontrará bien. Decide hablar con ella sobre ello cuando estén a solas. Una vez están los tres reunidos, la castaña de cabello rizado, recogido ahora en una coleta, se apresura en acercarse a la caja cercana, donde una mujer de mediana edad, con cabello rubio y ojos castaños, está dándole las vueltas a una clienta.
—¿Cath Atwood? —cuestiona la analista del comportamiento, habiéndose acercado junto a su buena amiga castaña a la mujer que cumplió años, y quien organizó la fiesta en la Casa Axehampton el sábado, donde Trish fue agredida sexualmente.
—Sí —la mujer responde al momento, volviendo su vista hacia ellos tras despedirse de la clienta, quien sale por la puerta del establecimiento a los pocos segundos—. Hola —los saluda cortésmente, antes de percatarse de que el trío de compañeros sacan sus placas policiales, dejándoselas a la vista.
—Inspectores Harper, Hardy y Miller, policía de Wessex —los presenta la mujer trajeada de ojos azules, antes de sonreírle amablemente—. ¿Sería posible que nos concediera unos minutos para hablar?
—Sí, vale, claro —Cath parece momentáneamente nerviosa y confusa por la presencia de los tres policías en su lugar de trabajo, pero no pierde el tiempo en mostrarse cooperativa, volviendo su rostro hacia su jefe: un hombre negro y corpulento, de cabello rapado casi al cero de color moreno, vestido con el uniforme de la tienda, que consiste en una camiseta verde oscura, un delantal azul marino, un chaleco sin mangas negro, junto con unos vaqueros azules y unas deportivas blancas. Éste se encuentra atendiendo a un cliente en el pasillo de las bebidas energéticas, alcohólicas y la leche—. ¿Ed? —apela a él, y el hombre de gran complexión alza su vista parda, posándola en ella al momento—. ¿Me das un par de minutos? Necesitan hablar conmigo.
—¿No ven que está trabajando? —Ed, que así se llama el hombre negro, se acerca a ellos.
Nada más escucha la contestación por parte de su superior, Cath rueda los ojos, exasperada.
—Por el amor de Dios, Ed...
—Inspectores Hardy, Harper y Miller —esta vez es el escocés quien los presenta formalmente, habiéndose hecho presente un leve tic nervioso en su ojo izquierdo, pues hay algo en este hombre, algo en su devenir y forma de hablar, ligeramente agresiva, que no le inspira confianza. Comprueba para su alivio que su querida analista del comportamiento parece ser de su misma opinión, pues ha arqueado una de sus cejas, observándolo concienzudamente—. ¿Quién es usted?
"Por lo que puedo notar en su carácter, al dirigirse en ese tono levemente altanero a nosotros, con esos pasos pesados, lentos y cautelosos, es alguien que tiene una predisposición ligeramente protectora y conflictiva. Por lo marcados que tiene los nudillos, deduzco que, a pesar de ser alguien que podría tener tendencias agresivas, los callos de éstas dejan entrever que es una persona trabajadora y honrada", la analista del comportamiento no pierde el tiempo a la hora de hacer un perfil psicológico preliminar del jefe de Trish, pues, de momento, es el primer hombre cercano a la víctima, que, observando su complexión, podría ser capaz de propinarle un golpe a alguien con la suficiente fuerza como para dejarlo inconsciente. "No parece que le gusten los policías, y no deja de mirar al exterior de la tienda, como si esperase que hubiéramos llamado a los refuerzos, lo que me hace pensar que tiene un historial negativo con los agentes de la ley... Ah, veo un pequeño desviamiento de sus ojos arriba a la derecha, y Ed es zurdo. Está rememorando algo de manera vívida, y por el leve gesto tenso en su mandíbula, diría que es un secreto doloroso". La mujer pelirroja continúa analizando al hombre que ahora tiene delante, habiéndose detenido frente a ellos. "Tampoco le gusta que nos inmiscuyamos en su terreno a juzgar por el tono altanero que ha utilizado para negarse a nuestra petición de hablar con Cath, lo que me hace pensar que es alguien de personalidad dominante".
—Soy Ed Burnett —se presenta el hombre con vello facial de varios días—. La tienda es mía —deja claro entonces que no solo es el jefe de Cath y Trish, sino que es el dueño del establecimiento—. ¿De qué se trata?
—¡Ed! —Cath parece a cada momento más avergonzada por su insistencia.
—La incumbe a ella —Alec guarda su placa policial mientras señala con su cabeza a la amiga de Patricia, aún tras el mostrador, con un nuevo rubor en sus mejillas, que se va acrecentando según pasan los segundos.
—¿Podrían darse prisa? Tenemos trabajo.
—No —Alec está decidido a hablar con Cath, y a pesar de encontrarse en el interior de su negocio, no piensa dejar que este hombre se crea por encima de la ley. Aquí él tiene el control, y no piensa cedérselo a Ed Burnett ni por un solo segundo, por mucho que eso le moleste—. ¿Podemos hablar en privado? —se gira hacia la cajera de cabello rubio y ojos marrones, quien rápidamente asiente, ansiosa y deseosa de ser de utilidad para los policías que han venido a interrogarla.
—Sí, claro —afirma Atwood, antes de alejarse del mostrador.
—Vayamos fuera —asevera el Inspector Hardy en un tono sereno, antes de dirigirse hacia sus dos subordinadas—. Infórmenlo —con esa simple orden, les indica a ambas que deben hacer partícipe a Ed acerca de la ausencia de Trish, por lo que éstas simplemente asienten en silencio, antes de acercarse al hombre de fuerte complexión.
—Una de sus empleadas, Trish Winterman, no vendrá en unos días por motivos personales.
—¿Y por qué me lo dice usted? —Ed parece más calmado al momento de dirigirse hacia la Subinspectora Harper, quien lo ha informado acerca de su empleada favorita.
—Me temo que es mi trabajo, Señor Burnett —se disculpa con él la taheña, negándose a darle más información al respecto, a fin de proteger la privacidad de su testigo y cliente.
—Gracias por prestarnos a Cath —comenta Ellie, antes de encaminarse al exterior de la tienda de comestibles junto a su buena amiga de cabello carmesí, a quien observa de reojo: nuevamente, está algo pálida, y parece caminar bamboleándose levente de un lado a otro—. ¿Estás bien? Te veo pálida y te bamboleas, como si estuvieras enferma.
Es la segunda persona ese día que se lo pregunta, y la pelirroja está tentada a desviar el tema de conversación, pero recuerda que está hablando con Ellie, de forma que decide ser sincera con ella.
—Hace varios días que estoy enferma —responde la muchacha de cabello carmesí, sintiendo la mirada parda de su buena amiga en su persona, animándola a compartir con ella más información—. Me encuentro fatigada con más frecuencia de lo habitual, y quiero descansar el mayor tiempo posible, aunque las pesadillas pocas veces me lo permiten —Ellie la escucha atentamente sin decir una sola palabra—. Tengo la nariz taponada, me ha cambiado el gusto —se expresa, claramente contrariada y nerviosa, como si, a pesar de los síntomas que le está relatando, ya tuviera una idea preconcebida acerca de lo que le sucede—. Una gastroenteritis, para variar. Ya las había tenido de niña, o eso creo recordar... Solo tengo que tómamelo con calma.
Ellie arquea una de sus cejas al escucharla, pues como mujer con experiencia que es, cree que esos síntomas podrían explicarse con otro diagnóstico, pero decide dejar estar el tema, a fin de no incomodarla y ponerla a la defensiva. Si en algún momento quiere hablar con ella, estará más que dispuesta a compartir con ella su experiencia práctica y su conocimiento. Caminan juntas hasta la parte trasera de la tienda de comestibles, donde se encuentran Cath Atwood y Alec Hardy, esperándolas.
—Verá, estamos investigando un incidente que tuvo lugar durante su fiesta de cumpleaños, el sábado por la noche —comienza a decir la joven de piel de alabastro, habiéndose cruzado de brazos, haciendo remitir un pequeño vahído, como aquellos que lleva sufriendo desde hace días.
—¡Maldito Ed! ¡Lo sabía! —inmediatamente, apenas escucha las palabras «incidente» y «fiesta», la mujer de cincuenta años parece estallar en una breve furia—. Tuvo la misma culpa que Jim —comienza a decirles, como si ellos tuvieran que saber de quién está hablando solo por haber mencionado su nombre—. Y que no les convenza de lo contrario... Son como un par de niñatos borrachos.
—¿Hubo una pelea en su fiesta? —cuestiona Coraline, quien, tras ese análisis preliminar de Ed Burnett, no le extrañaría que hubiera incurrido en un conflicto teniendo en cuenta su leve tendencia agresiva.
—Sí —afirma Atwood al momento, claramente confusa—. ¿Por qué? ¿No están aquí por eso?
La mujer de cabello claro y ojos oscuros busca la información de la que no dispone, pues no es consciente, tal y como los policías esperaban, de que una agresión sexual haya tenido lugar en su fiesta de cincuenta cumpleaños. Alec la contempla con una expresión seria en el rostro antes de tragar saliva, decidiendo tirar de la tirita de cuajo, dejando la herida al descubierto: cuanto antes la hagan partícipe de ello, antes podrá darles respuestas y obtener pistas significativas.
—Ha habido una denuncia por violación.
El rostro de Cath Atwood palidece al momento, y parece que está a punto de perder el sentido por la impresión. Hace un amago de sujetarse a una superficie invisible, pero logra dominarse, tratando de mantener la calma. A pesar de ello, le sudan las manos, pues es consciente de lo que esas palabras significan, y no puede sentirse más horrorizada y asqueada por ello. Inmediatamente, como una respuesta defensiva ante una noticia así de devastadora, esboza una sonrisa irónica.
—¿Es broma, verdad?
—No —esta vez es Ellie quien da la rotunda negativa, y la sonrisa de Cath se convierte en una delgada línea, con sus labios presionados unos contra otros, esperando que puedan brindarle más información al respecto.
—Pero... ¿Quién? —como esperaban, esa es su primera pregunta—. Dios mío, ¿quién?
—Me temo que no podemos revelar los detalles —intercede Hardy en un tono sereno.
—Conozco a todas las mujeres que estuvieron allí —comienza a explicarse, como si implicase que está en su derecho a saber la identidad de esa mujer, pues se trataría de una de sus amigas. Prontamente, se interrumpe y silencia. Coraline, tal y como esperaba, la ve atar los cabos entre la ausencia de Trish y la noticia de una violación en su fiesta del sábado—. Mierda —maldice por lo bajo, cerrando los ojos con pesadez, mortificada—. Trish —el nombre de su buena y mejor amiga sale rápidamente por sus labios—. Es Trish —nota las miradas silenciosas de los policías en su persona, y se ve obligada a justificarse—. Es que hoy no ha venido a trabajar, y no me devuelve las llamadas ni los mensajes... ¿Se encuentra bien? —al no recibir una respuesta por parte de los agentes, la mujer rubia pronuncia nuevamente su pregunta en un tono más duro—. ¿Se encuentra bien?
—Necesitaremos una copia completa de la lista de invitados del sábado —intercede Lina en un tono lo más calmado posible, pues la reacción descorazonada y mortificada de Cath la conmueve, llegando a comprender cómo de terrible es la noticia, y cómo la está afectando. Ella misma vio cómo Tara, su madre, fue consumiéndose poco a poco tras conocer las circunstancias concretas de su agresión sexual.
—Sí, lo siento —se acaricia el entrecejo con el índice y el pulgar de la mano derecha, aún afectada por la reciente noticia—. Tendrán que hablar con mi marido, Jim, pues él se ocupó de las invitaciones —finalmente identifica al hombre que ha mencionado anteriormente, brindándoles a los agentes una mayor información sobre sus allegados—. Su taller está en el pueblo —les comunica, antes de carraspear—. Les daré su número.
—¿Cuánta gente acudió a la fiesta? —quiere saber la taheña de ojos cerúleos, pues necesita hacerse una idea vagamente exacta acerca de la cantidad de interrogatorios que van a tener que realizar en los días posteriores.
—No lo sé —Cath se encoge de hombros—. No llevé la cuenta del número total, inspectora —se sincera con ella, pues como viene siendo costumbre, la disposición amable y cercana de la pelirroja, provoca una gran confianza en los testigos, quienes se apresuran en responder a sus preguntas—. Simplemente le dijimos a la gente que se pasaran si les apetecía...
—¿Aproximadamente?
—Setenta, ochenta... —la mujer de cincuenta años responde algo dubitativa a la pregunta de Harper, cuyos ojos se abren ligeramente con pasmo, pues eso significa tener en cuenta una gran cantidad de coartadas, por no hablar del ingente número de interrogatorios que tendrán que realizar.
—¿Cuántos hombres? —indaga Ellie, deseando en su fuero interno que sea un número considerablemente inferior al de las mujeres en la fiesta, pero por desgracia, la respuesta de Atwood trunca al momento sus esperanzas.
—Eh... Unos cincuenta —la cincuentona se rasca incómoda el lóbulo de la oreja, evidentemente nerviosa, pues sabe lo irresponsable que parece por su parte el no haber controlado la cantidad de personas que asistían a su fiesta, invitando a la gente sin ton ni son.
—¿Cincuenta hombres fueron a su fiesta? —Ellie quiere cerciorarse de que ha escuchado bien.
—Sí, al menos cincuenta.
El Inspector Hardy intercambia una mirada con sus dos subordinadas, pues la cantidad de trabajo al que deberán someterse para resolver este caso, ha aumentado significativamente. Claro, es evidente que nadie piensa que algo así pueda ocurrir en una fiesta con multitud de personas conocidas, pero eso no descarta la posibilidad de convertirse en realidad. Tras agradecerle a Cath su colaboración, los tres agentes de policía se dirigen hacia la comisaría de Broadchurch, a fin de dar una sesión informativa a sus subordinados. Solo de esta forma podrán ponerse manos a la obra con esta investigación lo antes posible.
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