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Capítulo 27 {2ª Parte}

En Farm Shop, aproximadamente a las 18:30h, con el sol aún en su cénit, pues debido al horario de verano anochece más tarde, Ed Burnett está apilando varias frutas en cajas, colocándolas sobre un carrito móvil. Está empezando a retirar el género del exterior de la tienda, para evitar así que la fruta y la verdura se pudran o empeoren más rápido con los rayos de sol, además del calor sofocante. El hombre con cabello y ojos oscuros está tan enfrascado en su tarea, que ni siquiera repara en que Ian Winterman, el todavía marido de Trish, se acerca a su tienda. Solamente cuando lo tiene delante, es capaz de percatarse de su presencia.

—Hola, Ed —el profesor de ciencias naturales es quien inicia la conversación.

—¿Todo bien, Ian? —cuestiona Ed en un tono ligeramente suspicaz, pues en circunstancias normales Ian ni siquiera le dirige la palabra, de modo que, que lo haga ahora es ciertamente extraño. Hace que se ponga a la defensiva inmediatamente, preguntándose qué es lo que quiere en realidad. Mientras coloca una caja de naranjas sobre otra de tomates, posa sus ojos en el profesor: parece nervioso.

—Sí, eh... —Ian no sabe cómo abordar el tema, porque francamente es algo bochornoso, pero decide intentar sincerarse con el jefe de Patricia, intentar que se compadezca de él y de su situación. Sabe que es muchas ocasiones ha sido muy amable con su mujer, aunque probablemente lo haya hecho por las razones equivocadas, pues sigue convencido de que la acosa, y piensa que quizás podría ayudarlo a él—. Escucha: tienes un par de caravanas por aquí que sueles alquilar, ¿verdad? —cuestiona, yéndose ligeramente por las ramas, con Ed arqueando una de sus cejas en señal de confusión, pues no entiende a dónde quiere ir a parar.

—Sí, ¿por qué?

—Bueno, es que estoy barajando opciones sobre dónde vivir —le confiesa en un tono ligeramente avergonzado, pues desde la visita de la policía al instituto, Sarah y él han tenido una fuerte discusión, y ella ha procedido a echarlo de su piso, diciéndole que se busque otro lugar donde dormir a partir de esta noche—. ¿Crees que podrías alquilarme una durante un par de semanas, quizás? ¿A partir de este fin de semana?

—Creía que vivías con esa mujer —sentencia el hombre fornido sin ningún tipo de tapujo, haciendo alusión a la relación extramatrimonial del profesor de ciencias, quien brevemente se sonroja debido a la vergüenza que su infidelidad aún le causa.

—Sarah —Ian le insta a decir el nombre de su actual pareja, corrigiéndolo con algo de tensión en su voz, antes de tragar saliva, humedeciendo sus labios—. El caso es que ahora mismo no estamos muy bien —decide ser lo más escueto posible en sus detalles, pues no cree que sea apropiado el discurrir sobre su vida privada con este hombre, especialmente cuando tiene una fijación malsana con Trish.

No hace falta más para que Ed Burnett se percate de lo sucedido realmente, haciéndolo sonreír.

—Te ha echado —dice con más disfrute del que debería, puesto que la idea de que Ian Winterman, quien decidió perseguir un romance del trabajo dejando en jaque así su matrimonio y vida familiar, esté desahuciado, lo hace divertirse de lo lindo. Es indudable, al menos para el dueño de la tienda de comestibles, que este es el karma que Ian llevaba tiempo mereciéndose.

—Sí... Bueno, está a punto de hacerlo —responde sinceramente, rememorando que Sarah aún no le ha indicado que recoja sus cosas del apartamento, algo que está seguro que hará dentro de unos días, quizás mañana mismo.

—Joder, lo tenías todo —el tono del hombre corpulento y negro no deja de lado ese tinte ligeramente celoso a la par que molesto cuando habla y le reprocha a Ian su falta de cordura. No soporta pensar que Ian, quien tenía de esposa a Patricia, fuera capaz de dejarla de lado por un calentón, cuando es una persona encantadora, y a su juicio, merecedora de mucho más de lo que este profesor de pacotilla pueda darle—. Un buen hogar, una mujer estupenda... —enumera, sintiendo que él mismo podría haber sido mejor partido para Trish que él, antes de que el hombre que tiene delante niegue con la cabeza.

—Sí, sí —Ian no quiere ni escucharlo: sabe perfectamente lo que ha perdido—. Ya vale, Ed...

—Y lo jodiste todo —Ed, que no había terminado de martirizarlo, concluye su alegato.

—¡Basta! —Ian nuevamente empieza a sentir cómo esa ira que lo inunda cada vez que habla con Ian aflora nuevamente a la superficie. En el pasado le molestaba la idea de que acosase a Trish, y de hecho sigue molestándolo. Pero ahora, el hecho de que Burnett se crea con la libertad de criticar su vida, todo lo sucedido en su matrimonio, lo saca de sus casillas. Claro que, él jamás iniciaría una confrontación directa con Ed. Es demasiado corpulento y tiene claro que perdería incluso antes de empezar la pelea—. ¿Me alquilas la caravana o no? —cuestiona con impaciencia, tensando la mandíbula al contemplar cómo el dueño de Farm Shop se carcajea por lo bajo debido a su suerte—. Es lo único que quiero saber.

—No.

—¿Perdona?

No puede creer que Ed sea tan egoísta como para negar ayuda a alguien que claramente la necesita. Es evidente que ahora que él no está con Trish, quiere hacer lo posible para evitar que vuelva a estar a su lado, y eso empieza con negarle un lugar confortable donde pasar la noche.

—No —el hombre de la tienda es categórico—. Olvídalo.

—¿Por qué no? —quiere una explicación. Cree que se la merece, después de ser rechazado de una manera tan flagrante y maleducada.

—No me fio de ti —revela Ed en un tono suspicaz, negando con la cabeza al mismo tiempo que se cruza de brazos—. Trish tampoco se fiaba —añade, logrando enervar un poco más al profesor, quien siente cómo le hierve la sangre con solo escucharlo mencionar a su mujer—. No tratas bien a la gente... De hecho, no me sorprendería que tú la hubieras violado.

La acusación queda en el aire entonces, con Ed Burnett entrando a la tienda de comestibles, dejando a Ian Winterman allí, de pie y completamente estupefacto. Su mente intenta procesar rápidamente lo que ha escuchado, y cuando finalmente lo hace, alejándose de allí, está que echa chispas: ¿¡cómo se atreve ese imbécil, ese acosador, ese bueno para nada, a acusarlo de haber abusado sexualmente de Trish!? En todo caso, ¡él es quien tiene más papeletas para haberlo hecho! Siempre acosando a su mujer, acercándose a ella en todas las fiesta a las que iba, conversando con ella hasta el punto de hacerla sentir incómoda por la presión de tener que hablar con él, por ser su jefe... Él nunca le habría hecho daño de esa manera a la madre de su hija. ¿Para qué? No tendría nada que ganar con ello. Al fin y al cabo, su relación se ha deteriorado por su infidelidad, y es culpa suya. Suya, y de nadie más. Aprieta los puños mientras camina: si hay alguien en este condenado pueblo que podría tener motivos, oportunidad, la disposición mental y la fuerza suficiente como para suprimir la voluntad de alguien por la fuerza, ese es Ed Burnett.


Beth Latimer ha acudido al parque cercano a su casa con hija Lizzie, habiendo decidido reunirse allí con Paul Coates, su novio, y pastor en curso que busca una nueva ocupación. Mientras contempla a su hijita correr por el parque, jugando en los columpios, no puede evitar pensar en lo maravillosa que es su vida ahora: su familia es feliz, tiene un trabajo que le gusta, y ahora tiene un novio esplendido y atento con ella y sus hijas. No puede pedir nada más a la vida. Bueno, eso no es del todo cierto, y lo sabe perfectamente. Si vivieran en un mundo idílico, utópico, donde todo fuera posible, pediría un milagro. Un milagro que hiciera volver a Danny con ellos. Con rapidez niega con la cabeza con el fin de deshacerse de ese pensamiento, pues su querido niño no querría verla revolcarse en la autocompasión y la depresión. Querría verla disfrutar de la vida, como él habría hecho.

Paul camina lentamente hasta llegar al parque, donde distingue claramente a Lizzie, jugando con otros niños. No puede evitar la sonrisa que aparece en su rostro al contemplarla: tiene tanta energía y vida... Es una niña adorable, y es imposible no encariñarse con ella. Él desde luego lo ha hecho, y le alivia saber que para la pequeña es exactamente igual. De hecho, hay ocasiones en las que lo llama «Papi», distinguiéndolo de Mark, y el joven de cabello claro y ojos azules le recuerda que no debería llamarlo así, al menos hasta que su madre lo acepte. Aún no se lo ha comentado a Beth, porque probablemente la sorprendería la rapidez con la que Lizzie parece haberse encariñado con él, claro que no es de extrañar, dadas sus continuas visitas a la casa. Y hablando de Beth... Su querida y apreciada pareja está de pie tras el cordón que separa el campo de juegos del camino que lleva al pueblo. Su mirada parda está posada en su hija, contemplándola con una mirada llena de ternura. El pastor se sonroja brevemente al pensar en las veces en las que han compartido furtivos besos, obligándose a carraspear para calmar esos pensamientos. Sabe que no son exactamente libidinosos, y que siendo su pareja está en su derecho a pensar en ello, pero no puede evitar sentir que está haciendo algo que Él no permite. Al fin y al cabo, ella aún está casada legalmente.

No han vuelto a verse desde esta mañana, cuando han quedado para tener una cita, después de que el joven de cabello rubio hablase con Aidan Taylor-Harper, y discutiese con Mark. De hecho, en su cita de esta mañana, el reverendo anglicano no le ha mencionado en ningún momento a su pareja que ya ha encontrado a un sucesor perfecto, pues deseaba hacerlo en un ambiente más informal y menos íntimo que el de una cita. A su modo de ver, una cita es un momento íntimo entre dos personas, en la cual se debe disfrutar del momento, y no empañarlo con conversaciones tristes, intensas o intransigentes.

—Hola —saluda a la joven madre de cabello castaño con una sonrisa encantadora, que ella le devuelve, acercándose a él, estrechándolo entre sus brazos. Tras rodear su cuello con los brazos, siente que Beth se coloca de puntillas levemente para darle un beso fugaz en los labios, como lleva haciendo desde hace tiempo.

—Hola —lo saluda ella tras romper el beso, sonriendo de oreja a oreja por la felicidad que la embarga. Todos sus pensamientos negativos se han esfumado solo con verlo aparecer allí, sintiendo su calidez cerca de ella—. ¿Qué tal la entrevista con el chico nuevo? Al final no me has dicho nada... —le pregunta, rememorando que le comento que iba a entrevistarse con un muchacho el día anterior, pero siendo consciente de que en la cita de esta mañana no lo ha mencionado.

—Creo que he encontrado a mi sustituto.

—¿En serio? —se sorprende para bien la joven madre—. ¡Oh, cuánto me alegro!

—Es un joven muy entregado a su trabajo, y tiene experiencia de sobra —no habla en detalle sobre él, pues le prometió ser discreto, especialmente en lo concerniente a su parentesco con la Inspectora Coraline Harper—. Estoy mucho más tranquilo ahora, sabiendo que dejo a la comunidad de Broadchurch en sus capaces manos —Beth asiente en silencio, reconociendo en su novio ese ademán algo retraído, que le indica que no quiere hablar más de la cuenta, al menos por el momento. Ella lo respeta—. Si no te importa que te lo diga, te veo destrozada, Beth...

—Muchas gracias —se carcajea ella con ironía, rompiendo el abrazo antes de posar su mirada nuevamente en Lizzie—. Lo cierto es que el día ha sido duro —le confiesa, antes de bajar el tono para hablar en confidencia—. Estamos intentando ayudar a la policía con el caso, pero está complicándose incluso más de lo que anticipaban... Y estos días no dejo de pensar en cómo Trish lo está llevando todo, especialmente después de escuchar su declaración.

—Está claro que no es nada fácil —asevera Paul, contemplando que ella asiente ante sus palabras—. Es normal que te sientas nerviosa. Eres su asesora, sí, pero sigues siendo una persona que vive estos eventos desde fuera... Sería preocupante que no te afectase levemente —argumenta, comprendiendo que las declaraciones de una superviviente de agresión sexual pueden hacer una gran mella en la psique y los pensamientos de quien los escucha—. Sin ir más lejos, yo mismo puedo entender ese malestar y nerviosismo.

La madre de Danny lo observa de reojo, antes de asentir, pues comprende a qué se refiere.

—Imagino que siendo pastor habrás escuchado de todo en las confesiones...

—No hablaré de ello por haber prometido guardar silencio —ambos se carcajean ante su tono bromista, aunque pronto cambia por uno serio—, pero siendo personas con una profesión en la que es imprescindible escuchar a otros para poder ayudarlos, es inevitable que sus relatos, sus vivencias más gráficas, incluso terribles, se queden con nosotros durante mucho tiempo... —rememora algunas de las confesiones que ha escuchado desde que es párroco en Broadchurch y palidece momentáneamente, rememorando esas noches de insomnio en las cuales no lograba conciliar el sueño—. Quiero que sepas, aunque no te lo creas, que estás haciendo un gran trabajo, Beth.

—Oh, no empieces... —se ruboriza ella, sintiéndose apreciada y valorada.

—¿Por qué no? —inquiere él, antes de besar su mejilla—. Eres admirable: la forma en la que has conseguido darle la vuelta a todo lo que te ha pasado con el único objetivo de ayudar a los demás...

—Ahora me estás haciendo la pelota.

—Soy tu novio —recalca él, haciendo alusión a su relación por primera vez—: creo que mi trabajo es apoyarte, y si es necesario, sí, hacerte la pelota hasta que te convenzas de lo mucho que vales —ambos intercambian una sonrisa que muchos calificarían de embobada, pues están en esos primeros compases de su relación, en los que solo tienen ojos el uno para la otra. Sin embargo, la sonrisa de Paul pronto se desvanece de sus labios, ocupando su rostro una expresión preocupada en extremo—. He hablado con Mark esta mañana —Beth cierra los ojos con fuerza, pues este cambio de conversación no augura nada bueno, especialmente desde la última vez que ha hablado con él—. Bueno, lo justo sería decir que he discutido con él...

Los ojos de la mujer de cabellera castaña se abren con pasmo, contemplándolo sorprendida: ¿que Paul ha hecho qué? ¿Discutir? Ni en un millar de años se habría imaginado al reverendo discutiendo con alguien, ni siquiera por el resultado de un partido de fútbol. Eso es más propio de Mark. En cierto sentido, no le extrañaría que hubiera sido él el que ha iniciado tal disputa entre ellos. Porque su pareja es alguien que, si puede evitarlo, decide no tomar parte en ningún conflicto.

—¿Y qué ha pasado?

—Me he dicho que ha encontrado a Joe... Y que piensa ir allí.

Para Beth es como si le hubieran propinado una patada en la boca del estómago, privándola del aire que tan desesperadamente necesita para respirar. No puede creer que, después de todo lo que han pasado, después de todo lo que han hablado estos días sobre dejar pasar el tiempo, de pasar página y vivir cada uno su vida, Mark haya decidido continuar con su afán de venganza por encima de sus hijas, su familia.

—Sé que no se puede rescatar a alguien que no quiere que lo salven, pero... —Beth no puede evitar que un tono melancólico se adhiera a sus palabras—. Lo he intentado, Paul... Lo he intentado todo, pero ¿por qué no es capaz de buscar ayuda? ¿De hablar con nosotros? —se pregunta, sin posibilidad de saber la respuesta—. Lleva mucho tiempo perdido, prácticamente desde hace un año, y me duele verlo así...

La mujer de ojos pardos y cabello corto no puede creer que el hombre del que se enamoró haya sido capaz de tomar una decisión tan radical. Sí, comprende que necesita hablar con Joe cara a cara para darle un sentido a la muerte de Danny, a su duelo... ¿Pero le dará la paz que necesita? Beth no las tiene todas consigo, y teme que, en caso de que no sea así, Mark cometa alguna estupidez. De ahí que piense que está siendo egoísta. No piensa en cómo sus acciones tienen una consecuencia directa en los demás.

—Lo sé, Beth —éste la abraza contra su pecho, sintiendo que un leve rencor se hace presente en él al contemplar cómo la mujer que ama se desmorona en sus brazos—. Pero ahora mismo, no podemos hacer otra cosa más que esperar —argumenta con un tono más suave, intentando poner la otra mejilla, comprender el dolor de su amigo—. Esperar, y apoyar su decisión.

Tras suspirar pesadamente, escuchando el latir del corazón de Paul, Beth consigue tranquilizarse. Sabe que tiene razón. Apoyará a Mark y lo que decida hacer, si con eso consigue mejorar y pasar página, por muy en desacuerdo que esté. Ella tenía sus mecanismos para pasar su duelo, y él tiene los suyos. Debe respetarlos.

En ese preciso momento, Lizzie, que estaba jugando en los columpios, corre hacia ellos con una sonrisa en el rostro, habiéndose percatado de que el reverendo de pelo rubio está con su madre. Cuando llega hasta ellos, estira sus brazos hacia el hombre con alzacuellos, quien trata de distraer su atención, sujetándola en brazos, con el fin de que no vea sollozar a su madre. Los niños al fin y al cabo son muy perspicaces para percatarse de estas cosas.

—¡Hola Papi! —lo saluda Lizzie con una voz aguda, algo jadeante, por haber corrido hasta ellos a toda velocidad, tras columpiarse durante varios minutos.

—¡Hola, señorita Lizzie! —la saluda con una carcajada, sujetándola en brazos, con la pequeña de los Latimer abrazándose a su cuello con gran alegría—. Te veo muy contenta hoy... —comenta con una sonrisa, desviando su mirada hacia su pareja, quien ya se ha secado las lágrimas.

En cuanto escucha a su hija referirse así a Paul, Beth abre los ojos como platos durante unos segundos, antes de sonreír de manera tierna. Su corazón se ha henchido de felicidad al ver la forma en la que su hija apela a su pareja. Le alegra saber que, si bien su pequeña no es del todo consciente de la naturaleza de su relación, así como de su separación con Mark, acepte a Paul en su vida. Solo espera que Chloe lo haga, al menos con el tiempo.

—Lizzie... —Paul intenta aleccionarla, pero Beth lo interrumpe.

—Seguro que está contenta porque Papi ha venido a verla, ¿verdad, cielo? —cuestiona con un tono dulce, contemplando que su hija pequeña asiente con vehemencia. Al momento, siente que los ojos de su pareja se posan en su rostro, sorprendido porque ella misma haya validado ese apodo—. No me importa que te llame así, si a ti tampoco —comenta, observando cómo Lizzie le da un beso en la mejilla, antes de que éste la baje al suelo, corriendo hacia los columpios.

Como respuesta a sus palabras, y a ese sutil comentario que cimienta de manera más sólida su relación de pareja, Paul la sujeta por la cintura, antes de brindarle un beso cariñoso y afectuoso en los labios. Claro que no le molesta que Lizzie lo llame así. Lo encuentra adorable y tierno.


A las 18:55hh, la veterana agente de policía de cabello castaño estaciona el coche de su buena amiga pelirroja en el aparcamiento cercano al puesto de comida rápida de la playa, donde trabaja Danielle Lawrence, la novia de Leo Humphries. La madre de la joven les ha facilitado la dirección de su lugar de trabajo, de modo que no han tenido demasiadas dificultades para encontrarlo. Una vez se apean del vehículo, con el inspector escocés a la cabeza, comienzan a caminar hacia el puesto de comida. Ellie, que como es habitual tiene bastante hambre al tener que acompañar a su testarudo amigo trajeado a todos sitios, no puede evitar ojear rápidamente lo que ofrecen en el puesto, decidida a comprar algo para acallar sus ruidosas tripas. Contemplando a su querida amiga de reojo, Coraline no puede evitar sonreír, aunque si debe ser sincera consigo misma, también se le ha abierto el apetito. Probablemente debido al embarazo. Si tiene la oportunidad, piensa comprar algo también, por mucho que su querido protector y confidente proteste.

—¿Danielle Lawrence? —cuestiona la analista del comportamiento, apelando a la joven de cabello castaño claro, piel sonrosada y ojos azules que está detrás del mostrados, atendiendo el puesto. La aludida inmediatamente alza el rostro, sonriendo algo incómoda y nerviosa.

—Sí —confirma su identidad—. Qué raro, la gente no suele saber mi nombre...

—No venimos a por un helado —sentencia Hardy en un tono sereno, sacando su placa policial del bolsillo de su chaqueta, antes de enseñársela a la joven, quien rápidamente la ojea, nerviosa porque la policía haya acudido a su lugar de trabajo.

—Habla por ti —sentencian las dos agentes de policía al unísono, sacando sus placas, antes de enseñárselas también a la muchacha, quien reconoce los nombres de los investigadores al momento. No hay muchos que desconozcan las identidades de los responsables del caso de Danny Latimer, al fin y al cabo.

—Inspector Hardy, Inspectoras Miller y Harper, de la policía de Wessex —los presenta el hombre con vello facial castaño, logrando contener una carcajada ante la coordinación entre su prometida y su amiga, al momento de responder a su comentario, encontrándolo ligeramente divertido.

—Oh, vale... —Danielle parece achantada por la expresión seria del inspector trajeado, de modo que hace un esfuerzo consciente por no posar sus ojos en él, concentrándose en posar su mirada en las otras dos agentes de policía, quienes parecen inspirarle más calma.

—¿Dónde estuvo la noche del sábado 28 de mayo? —cuestiona Ellie con un tono suave, habiéndose guardado su identificación en el bolso, al igual que sus compañeros de profesión, quienes también las han retirado de la vista de la muchacha.

—Eh... Bueno, sí, en The Anglers, con mi novio, Leo.

"Esa sutil interrupción en su respuesta antes de aseverar que estaba con Leo Humphries, junto con el tono nervioso de su voz y la desviación de sus ojos arriba a la derecha, me dice que está mintiéndonos descaradamente. No fue a The Anglers con él... De hecho, diría que ni siquiera estuvo con él esa noche en concreto", analiza Coraline en un solo vistazo, percatándose del leve temblor intermitente de su actual interrogada, quien no puede dejar de jugar con los anillos que lleva en sus manos.

—¿A qué hora llegaron?

—19:30h, inspector.

—¿Y se fueron? —inquiere Hardy nuevamente, habiendo advertido en el ademán de la muchacha que parece dar respuestas rápidas, casi demasiado rápidas. Casi parece que esté leyendo el guion de una obra, donde ella es la protagonista.

—A las 00:00h —responde Lawrence, no teniendo más remedio que mantener posados sus ojos en el inspector, sintiendo que se amedrenta ligeramente ante su mirada parda. Es como si viera a través de sus palabras e intenciones—. Compramos un kebab y nos fuimos a casa.

—¿Qué clase de kebab?

Ante esa pregunta por parte de su amado escocés, a la mujer de treinta y dos años se le hace la boca agua. Tiene que recordarse, a ella y al bebé que lleva dentro, que este no es el momento indicado para pensar en comida, sino que tiene que hacer su trabajo. Prestando atención a la cadencia de voz de Danielle, espera poder ver claramente el momento en el que miente nuevamente, pues ha comprobado, gracias a sus respuestas anteriores, que está recitando de memoria aquello que, casi con total seguridad, Leo Humphries le habrá dicho que les cuente. Siendo como es el joven, un narcisista y controlador patológico, es indudable que no quiere resultar sospechoso en esta investigación. El porqué, aun es desconocido, incluso para ella.

—Doner.

"«Un doner kebab»... Sin duda la opción más común y de manual. ¿En serio piensa que nos estamos tragando esta sarta de mentiras? Puede que Leo sea el cerebro detrás de esta declaración, pero no le ha dado un muy buen guion al que ceñirse, porque Danielle no es precisamente una actriz de primera categoría. Si su objetivo es engañarnos, debería esforzarse más", la mujer trajeada pone los ojos en blanco de manera disimulada nada más escucha esa respuesta por parte de su actual testigo. Intercambia una mirada con Ellie, y sabe en ese momento que ella tampoco se cree ni una palabra de lo que esta chica está declarando.

—¿Había mucha gente en la tienda?

—Creo que no —Danielle parece desconcertada por las preguntas, porque, probablemente, Leo no la ha preparado para ellas, ya que no son habituales en los interrogatorios policiales. Pero claro, Alec Hardy no es un inspector al uso—. No... —repite su respuesta, tratando esta vez, de mantener un tono firme para evitar que los policías continúen haciéndole preguntas con las que se siente francamente incómoda.

—¿Cuánto tiempo lleva saliendo con Leo Humphries? —pregunta Cora de pronto, provocando que los ojos de la chica se posen en su rostro, nuevamente sorprendida por el cambio de tema. Entretanto, Alec saca del interior de su chaqueta su fidedigno bloc de notas, con el fin de apuntar los puntos clave de la declaración de Danielle.

—Dos meses de manera intermitente —parece decepcionada e insegura a partes iguales.

"No parece una relación demasiado sana... Ni feliz, al menos en su caso. No puedo decir lo mismo de Leo, pues está claro que tener una novia le da la excusa y la coartada perfecta para librarse de nuestros interrogatorios y sospechas. Pero no ha contado con que mi querido Alec, Ellie y yo somos muy perspicaces a la par que insistentes: no nos damos por vencidos tan rápido", reflexiona, enorgulleciéndose de sus compañeros y de su trabajo. Por si fuera poco, ese chico tiene algo en él que no termina de gustarle, de modo que, cuando antes desmonten su coartada para poder interrogarlo personalmente, mejor. Y todo empieza con Danielle. "Por cómo ha desviado la mirada al suelo al responder, diría que no es feliz en esta relación porque Leo tiene algo... Algo de ella que usa para chantajearla a cambio de que le haga favores. En este caso, que nos mienta sobre dónde estuvo el sábado 28 de mayo".

—¿Se ven todos los fines de semana?

—No, no todos, Inspectora Miller.

—¿Estuvo con usted toda la noche?

—No le quité los ojos de encima —incluso al responder su voz tiembla momentáneamente, con sus ojos desviándose una vez más arriba a la derecha. Otra mentira que los investigadores pueden añadir a su declaración, y con la que pueden presionarla si se da el caso.

—¿A casa de quién fueron al acabar la noche?

—A la suya: su padre estaba fuera —responde Danielle con rapidez—. Leo me hizo el desayuno por la mañana: huevos revueltos con bacon —añade, desviando sus ojos verdes a la cola de clientes que ha comenzado a formarse justo detrás de los inspectores de policía.

"Muy conveniente que fueran a la casa de Leo, cuando sabemos de buena tinta que su padre está fuera del país por motivos de trabajo además de ocio. Una coartada demasiado bien planteada y construida... Tanto, que brilla por su veracidad", piensa para sus adentros el escocés que va a ser padre, antes de suspirar con pesadez. Esta muchacha y Leo comienzan a minar su paciencia, y no es como si fuera sobrado de ella, precisamente.

—¿Cocina bien? —cuestiona Ellie, contemplando la sonrisa genuina que Danielle ha esgrimido al momento de hablar de las dotes de chef de su novio.

—No mucho —responde con esa misma sonrisa, dejando claro con su tono sereno, además con su mirada al frente, que dice la verdad respecto a eso, pues se ha concentrado en un recuerdo visual y olfativo—. ¿Les importa si atiendo a estas personas? —hace un gesto hacia los clientes que esperan tras ellos, nerviosa por encontrar una vía de escape a este interrogatorio improvisado.

Alec no puede evitar girarse hacia la línea de gente con una mirada hastiada, al mismo tiempo que exhala de manera profunda: odia las multitudes. Se mete las manos en el bolsillo del pantalón, esperando a que su querida Lina termine con el interrogatorio, deseando largarse de allí cuanto antes. Ya no le queda paciencia para aguantar a chiquillos que se creen más listos que ellos.

—Ah, no, hemos terminado —le responde la analista del comportamiento con una sonrisa amigable, que en el fondo esconde una trampa. Va a tender la red, y con sus siguientes palabras hará que Danielle termine al fin de ponerse nerviosa. Lo bastante como para, según Cora, ponerse en contacto con Leo para comunicarle que debe decir la verdad—. Queremos que se pase por comisaría para firmar una declaración que confirme lo que nos ha contado... Básicamente, dice que si nos miente, podría ir a la cárcel por perjurio.

Inmediatamente, la reacción de Danielle es visceral: la recorre un escalofrío de pies a cabeza. Sin embargo, hace todo lo posible porque no se le note en el ademán o el habla, de modo que mantiene esa misma sonrisa que ha esgrimido al momento de hablar de la cocina de Leo.

—Claro, no hay problema.

—Estaremos en contacto —se despide Ellie con una sonrisa—. Gracias, Danielle.

Los tres agentes de policía se alejan del puesto de comida cercano a la playa, dejando a Danielle atendiendo a la clientela, encaminándose hacia el coche de la pelirroja de ojos azules. Ésta suelta un bufido, no solo por el hambre que tiene, sino por las respuestas preparadas y nada fidedignas de la chica. No soporta que los testigos intenten tomarles el pelo. Parece que no es la única en pesar eso, puesto que su pareja y su amiga tienen esas mismas expresiones contrariadas y molestas en sus respectivos rostros.

—¿Os lo creéis? —pregunta Ellie entre dientes.

—Ni una palabra —responde la pelirroja de ojos azules en un tono severo, malhumorada.

—Yo tampoco —concuerda su prometido—. Estoy harto de que nos mientan.

Mientras caminan hacia su coche con el fin de dirigirse a comisaría para terminar su trabajo del día, la joven embarazada desvía sus pensamientos del caso, concentrándose en asuntos personales, ya a su juicio, más apremiantes. Es el momento. No pueden esperar más tiempo. Va a verse obligada a hablar con Daisy para convencerla de que le hable a su padre de lo sucedido. La pobre muchacha está sufriendo demasiado, y la situación no está mejorando en absoluto con el pasar de los días, a pesar de todo lo que ambas se han esforzado porque así sea. Si quieren evitar que la adolescente se marche de Broadchurch, tienen que actuar, y deprisa. Deben parar el acoso de una vez por todas, y eso no pasará mientras Alec no se percate de la situación. Una vez se sienta en la parte trasera de su coche, con su prometido y Ellie en la parte delantera, no puede evitar pensar en cómo debe sacarle el tema a su hija... Y en cómo va a reaccionar su amado.

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