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Capítulo 27 {1ª Parte}

En el taller, Jim Atwood está revisando las tripas y el motor de un coche mini que acaban de entregarle. Incluso mientras trabaja, no ha podido dejar de pensar en la conversación que ha mantenido con Trish en la playa. Si ha seguido con su intención de hablar con Cath, sabe que no le queda mucho tiempo hasta recibir una llamada suya. Ya ha pensado en qué debe decirle para evitarse acabar de patitas en la calle. Con suerte, sus dotes de manipulación seguirán en auge, y podrá convencerla de que le dé otra oportunidad. Suspira para sus adentros, antes de escuchar el sonido de una llamada entrante por encima de los ruidos del taller. Siente que el suelo se hunde bajo sus pies momentáneamente, al mismo tiempo que se muerde el labio inferior en cuanto sus ojos se posan en la pantalla del smartphone: es su mujer. Dejando las herramientas de mecánico en el banco de trabajo, y tras humedecerse el labio inferior, descuelga, deseando mentalmente el poder salir de esta situación igual de airoso que en anteriores ocasiones.

—¿Cath? —aunque quiere ocultarlo a toda costa, cuando apela a su interlocutora, su voz suena nerviosa, temblorosa. Sabe perfectamente cuál es el motivo de la llamada, y teme lo que su mujer pueda decirle en los próximos minutos.

—No vengas a casa esta noche —Cath, que ha aparcado su Volkswagen descapotable azul cielo cerca del camino que lleva a la playa de Broadchurch, habla con un tono severo, desprovisto casi por completo de simpatía y compasión.

—Deja que te explique... —intenta convencerla para compadecerse de él, pero no surte efecto.

—No... —niega de manera categórica, en un tono indiferente, casi desprovisto de emociones—. Me da igual, Jim —ya no le quedan reservas de compasión y paciencia que dar: ni a su marido, ni a Trish. Se acabó: ambos la han traicionado de la peor de las maneras, y tienen que hacer frente a las consecuencias de sus acciones.

—Fue solo un impulso, un estúpido error —Jim ahora habla de manera acelerada, comenzando a advertir el sudor que cae por su frente. Busca cualquier tipo de excusa que le ayude a ganar tiempo para evitar que Cath se divorcie de él, que lo eche de la casa—. Sentí... Sentí lástima por ella —añade, tratando de argumentar que él no estuvo implicado emocionalmente en ningún momento de ese acto, que no significó nada para él.

Pero la rubia ya ha escuchado demasiado esa excusa, y esta es la última vez que se lo permite.

—¡Ja...! —no puede ni quiere evitar la carcajada irónica que sale de sus labios, dándole unos preciosos segundos para intentar recuperar la compostura, pues a pesar de todo, ella sigue amando a Jim, y la voz le tiembla debido a las lágrimas y a la rabia—. ¿Así que fue un polvo por compasión? —indaga al momento, pues esta excusa es incluso peor que si le hubiera admitido directamente que se acostó con Trish porque quería hacerlo: está claro que está desesperado y ya no sabe qué más inventar para salvarse el trasero—. ¿Y se lo dijiste?

Por un momento, un ínfimo segundo, Cath siente lástima por su mejor amiga, ex mejor amiga mejor dicho, puesto que ha sido utilizada por Jim, como tantas otras mujeres antes... Pero en este caso, en esta situación particular, importa. Importa más que otras veces: era parte de su círculo de amistades de confianza, parte prácticamente de su familia, al igual que Ian y Leah. Y él ha mancillado esa confianza y ese ambiente cercano entre ellas.

—No.

—¿Sabes cuál es tu debilidad, amor? —el tono de la mujer sentada en el coche se torna severo, oscuro y bajo, dejando implícito que no está tomándose este asunto a la ligera, y que va a haber consecuencias mucho más graves de las que el mecánico pudiera haber anticipado.

Sin embargo, Jim no parece percibir dicho tono de amenaza.

—No, pero vas a decírmelo —hay un tono casi bromista en sus palabras cuando habla.

—Eres estúpido... Pero te crees muy listo —comienza a describirlo con toda la iracundia que la invade en este momento, siendo capaz, incluso en su estado de ira, de mantener su voz bajo control—. Y eso es algo muy peligroso —concluye, logrando que el pulso de Jim comience a aumentar debido al nerviosismo que lo invade, así como al miedo de que Cath efectivamente haga algo fuera de lo normal, o se tome la justicia por su mano. Es consciente de que sería capaz de drogarlo, atarlo y castrarlo si así lo quisiera. Y ese no es el peor escenario que tiene en mente—. Puedo joderte la vida cuando me dé la gana —amenaza directamente con un tono entre malévolo y sádico, pero justificado según su punto de vista, dado el grado de traición que el mecánico ha cometido—. Si yo fuera tú, estaría cagándome encima —apostilla con evidente disfrute antes de colgar la llamada, logrando imaginarse el rostro nervioso, pálido y tembloroso de Jim, algo no muy alejado de la realidad, puesto que el aludido ha palidecido, sus manos y labio inferior tiemblan, y un horroroso escalofrío recorre su espalda: sabe que está acabado.

Jim cuelga el teléfono en su taller, dejándolo caer al banco de trabajo con un ruido seco, que apenas registra. La situación se ha descontrolado más de lo que él esperaba, y su mujer ni siquiera ha querido escuchar sus palabras. No le ha dado opción a defenderse, pues al fin y al cabo, ha agotado su suerte. Sus pensamientos pronto se enfocan en Patricia, en cómo ella es la artífice de toda esta situación: ella fue la que se le insinuó aquella mañana, pidiéndole que le arreglara la caldera, cuando ni siquiera fallaba tanto... En tal estado de ánimo, ni siquiera es capaz de percatarse de que sus pensamientos son en extremo horrendos, sin fundamento alguno. Es otra de sus maniobras para justificar sus acciones ante sí mismo: culpar a otros. Pero esta vez, parece que no funciona... La culpa corroe sus entrañas.


Sahana Harrison se ha personado en la casa de Beth Latimer este mediodía. Debido a que ha terminado pronto su trabajo, ha decidido pasarse por la vivienda para comprobar el progreso de la consejera de cabello castaño y ojos pardos. Nada más verla en la puerta, la madre de Danny la deja entrar, haciéndola pasar hasta su cocina, con el ánimo de charlar de manera más cómoda. Se apresura en preparar dos bolsas de té, pues lo mejor al momento de afrontar una reunión con u superior en el trabajo, es invitarlo a una bebida caliente y relajante. Le habría pedido a Chloe que la ayudase, pero después de haber quedado con Paul en el parque, ha vuelto a casa solo para encontrar una nota de su hija, diciéndole que va a quedar con Daisy Hardy. Aunque no aprueba que no la haya llamado para comunicárselo, entiende que quiera pasar tiempo con alguien de su edad. Sonríe momentáneamente mientras prepara el té, pensando en lo irónico que sería que ella y la hija del inspector escocés se hicieran buenas amigas: al fin y al cabo, es el hombre que resolvió el caso del asesinato de su amado hijo... Siempre será una parte importante de sus vías, pero ahora, con Daisy haciéndose amiga de Chloe, parece que esta relación va a ser más duradera de lo que la joven madre esperaba.

Una vez se han preparado dos tazas de té, Sahana se despoja de su chaqueta negra, juzgando que el ambiente es ahora mucho más informal y ameno para charlar sobre su trabajo, que es un tema un tanto desquiciante en ocasiones.

—Solo he venido para comprobar cómo te va con Trish Winterman —comenta Sahana, contemplando cómo su subordinada deja las tazas de té en la mesa, antes de sentarse en la silla que queda justo frente a la suya.

—Bien, creo —responde Beth con algo de inseguridad.

—¿Y cómo describirías ese «bien»? —indaga la mujer hindú con una sonrisa perlada, llena de amabilidad, pues ha detectado algo en el ademán de la castaña, que la hace pensar que hay algo más de lo que parece a simple vista.

—Creo que tenemos una buena relación —comienza a expresarse la asesora en delitos sexuales, contemplando por el rabillo del ojo cómo su jefa deja su chaqueta sobre la mesa, cerca de su taza de té—. Parece que confía en mí, y tenemos un contacto regular —añade, sintiéndose aliviada porque este haya sido el caso: con sus anteriores clientas no ha tenido tanta suerte, pues muchas de ellas eran rehacías a confiar en un extraño, en alguien ajeno a su círculo de amistades. Sin embargo, el alivio, y la sonrisa que lo acompañaba, pronto son reemplazados por la preocupación y un ceño fruncido, que Sahana capta al instante.

—¿Hay algo que te cueste especialmente o algo que te preocupe? —socaba la mujer con piel color canela, frunciendo el ceño levemente al contemplar cómo Beth intenta ocultar su propio gesto bajo una expresión neutral, alejándose emocionalmente de aquello que la tiene consternada.

—No —Beth es demasiado rápida al momento de negarlo, y lo sabe perfectamente. Ha escuchado en varias ocasiones a Ellie, su querida amiga, decir que saben cuándo un testigo miente por lo rápido que responda a las preguntas que son centrales para su interrogatorio—. Todo va bien —chasquea la lengua de manera disimulada solo escuchándose: nunca ha sido una buena mentirosa. Siempre que jugaba con Danny y Mark a las cartas, eran capaces de adivinar si tenía o no algún triunfo, o si tenía una mano ganadora. Sin embargo, ellos eran los reyes del engaño: nunca era capaz de pillarlos... Ni siquiera cuando hacían trampas.

—No, hay algo que no va bien —Harrison inmediatamente echa por tierra las palabras de Beth acerca de que todo va bien, posando su mirada oscura y penetrante en su rostro, antes de arquear una de sus cejas obsidiana—. ¿Qué es? —cuando la pregunta sale de sus labios, contempla cómo su subordinada agacha el rostro, avergonzada por haber sido pillada mintiendo. La ve chasquear la lengua nuevamente, cerrando los ojos unos segundos con fuerza, como si estuviera recriminándose el no haber enmascarado mejor sus emociones y pensamientos—. Beth —apela a ella en un tono calmado—, el objetivo de estas supervisiones es que seas honesta conmigo —le recuerda, y la joven madre asiente lentamente—. He pasado por lo mismo que tú, pero no podré ayudarte, a menos que me digas qué pasa —argumenta, rememorando cómo su propia supervisora le dio ese mismo discurso hace años, cuando empezaba en esta profesión.

De alguna forma, Sahana ha tomado a Beth bajo su protección, y no solo por sus experiencias pasadas, sino porque se ve reflejada en ella con claridad. Es como tratar con una versión joven de sí misma, y piensa ayudarla a no cometer los mismos errores que ella cometió en el pasado.

—Me pidió que fuera con ella al interrogatorio con la policía, cuando fue a prestar declaración.

—Vale —la mujer hindú cree empezar a comprender la razón tras la preocupación de Beth.

—Fue desgarrador por los detalles de lo que ocurrió... Lo que le hizo —confiesa la mujer de cabello castaño corto, rememorando el día del interrogatorio, así como la posterior visita a la Casa Axehampton, donde también fue testigo de lo que el TEPT puede provocar en una persona, en este caso, en Cora. Ellie la ha puesto al tanto de todo, de modo que no puede evitar sentirse algo culpable porque su estado fuese hasta tal extremo—. Después, acompañé a Trish a Axehampton para que rememorase lo sucedido, y vi cómo ese estrés post traumático afectaba a Cora y... —se interrumpe, incapaz de continuar hablando. Sahana asiente en silencio, pues Beth ya le ha hablado de la inspectora taheña, y no es como si la jefa de la castaña no supiera quien es la muchacha debido a su reputación y lo sucedido en el caso de Danny, así como en el juicio posterior—. Dios, se quedó blanca como la cal, con la mirada fija en la nada, como si estuviera muerta por dentro... Y no reaccionaba a nada de lo que sucedía a su alrededor —la imagen de aquel día se ha grabado a fuego en su memoria, llegando a proyectarse inconscientemente en sus sueños. Cierra los ojos con pesadez—. Casi no duermo por las noches, porque me quedo pensando en cómo y quién puede hacer algo así. Cuando sí consigo dormir, las vivencias de estas dos supervivientes marcan mis sueños sin que pueda hacer nada por evitarlo —entrelaza los dedos de sus manos sobre la mesa, cerca de su taza de té, sintiendo la calidez que desprende su superficie—. La dejó inconsciente, le ató las manos detrás de la espalda, y la amordazó... —sin que Beth sea consciente de ello, los ojos y la expresión de Sahana se han vuelto turbados y esquivos: no es la primera vez que escucha esa descripción de una agresión sexual, y tiene muy vívida aquella conversación. ¿Cómo olvidarla, con esos detalles tan gráficos y terribles? Nadie podría hacerlo, no, si tienen una pizca de humanidad y compasión en su interior—. No puedo quitármelo de la cabeza.

—Claro... —su jefa asiente de manera distraída, rememorando a la clienta que describió de una manera casi exacta, palabra por palabra, la agresión que sufrió, hace ya varios años.

—¿Es normal? —cuestiona Beth, preguntándose mentalmente si necesita someterse a algún tipo de terapia para calmar su mente, especialmente teniendo en cuenta su área de trabajo.

—E-es totalmente normal, y muy comprensible —asevera con confianza la mujer de piel canela, antes de suspirar pesadamente, pues no estaba exactamente preparada para responder a la pregunta de su subordinada. Su mente aún sigue reviviendo aquella conversación, impidiéndola concentrarse en la supervisión de Beth—. Perdona, ¿puedes repetir lo que has dicho? —le pide, y la castaña de cabello corto la observa, sorprendida y confusa—. Repite tus palabras exactas de hace un instante, al describir el modus operandi del agresor, justo como las has dicho.

Beth asiente, repitiendo sus palabras exactas tal y como le indica, preguntándose por qué razón Harrison parece ahora tan nerviosa como ella. Nunca, desde que empezó a trabajar a sus órdenes, la ha visto perder los papeles o la calma, y el hecho de que lo haga ahora la desconcierta y estremece. Si es algo que puede desequilibrar de esta manera a su jefa, significa que es importante.


En la comisaría de policía de Broadchurch, Coraline Harper y su subordinada, Katie Harford, han acabado de llevar a la mesa de reuniones todas las pruebas encontradas en el coche y la casa de Aaron Mayford. El escocés por poco ha puesto el grito en el cielo al ver cómo Lina llevaba unas cajas algo pesadas, y le ha faltado tiempo para quitárselas de las manos, depositándolas él mismo en la mesa, para divertimento de Ellie y molestia de la pelirroja. Entre lo encontrado, ahora en el interior de bolsas de pruebas, hay un carrete de pesca, una raqueta de bádminton, un chaleco salvavidas, un martillo pesado, revistas pornográficas, hilo de pescador azul...

—Para empezar, nos ha dicho la verdad, al menos hasta cierto punto, sobre lo que hizo el sábado por la noche —comienza a exponer la analista del comportamiento—. Según su declaración, fue a la playa a pescar caballas y al día siguiente, el domingo, las cocinó en casa y se las comieron... —tanto Ellie como Alec y Katie asienten al unísono, en silencio—. Sí que fue a la playa el sábado por la noche, aunque lo hizo andando, de ahí que las cámaras no captasen su coche... Pero no fue allí a pescar.

—Exacto —afirma Katie, añadiendo información, pues al haber realizado el arresto junto con Ellie, ha tenido la oportunidad de interrogar a la Sra. Mayford acerca de dichas caballas—. No había caballas ni en la nevera ni en el congelador: a su mujer no le gustan porque no puede soportar el hedor que desprenden. De hecho, nunca tienen caballas en casa.

—¿Por qué nos mintió sobre eso? —cuestiona Alec, desquiciado y malhumorado porque Aaron esté jugando con ellos como quien juega a las casitas con su muñecos—. Seguro que sabía que lo averiguaríamos.

—Probablemente porque está manteniendo una aventura ilegal con una menor de edad... —sentencia su prometida en voz alta, sin percatarse siquiera de ello, entrando en uno de esos típicos trances empáticos—. El registro de llamadas de su teléfono móvil, no el habitual, sino uno que había escondido en la guantera del coche, señala que lleva haciendo varias llamadas al mismo número prácticamente desde que salió de prisión. Tras cotejar el número, se ha comprobado que pertenece a alguien de la localidad de Broadchurch, aunque aún estamos intentando localizar a su usuario. A juzgar por el historial de búsquedas eliminadas de Mayford en internet, está claro que independientemente de su edad, le atraen las jóvenes voluptuosas de cabello moreno y ojos negros, especialmente aquellas de piel negra, vestidas de uniforme —Katie, que a diferencia de sus superiores no ha visto nunca a la pelirroja de ojos celestes entrar en ese trance, la observa fascinada, hasta el momento en el que escucha esa última frase, reprimiendo un escalofrío al recordar lo sucedido con el agresor sexual convicto—. Sí, puede que quiera a su mujer, pero debido a su origen en una familia disfuncional con una madre adoptiva que abusaba de él, Aaron no concibe la idea de aprovechare de una mujer en estado de embriaguez como una violación, sino como sexo consentido. Por ello además, no refrena sus impulsos y fetiches, y necesita saciarlos con la primera joven que encuentre... A pesar del burdo y patético intento de mantener a su mujer al margen de esta información —deja claro que el origen de la patología enfermiza del reo está motivada principalmente por su crianza en un ambiente opresivo y abusivo. Y aunque esto no excusa su comportamiento en la adultez, sirve para comprender cómo ha llegado a ser el hombre que es hoy—. La Sra. Mayford es consciente de ello, puesto que ella ha sido quien nos ha revelado que Aaron tiene un teléfono con carcasa impermeable, lo que sugiere que se lleva el teléfono a la ducha, recibiendo con frecuencia mensajes que no quiere que ella vea —asevera con un tono sereno y a toda velocidad, antes de tomar aliento, saliendo finalmente de ese trance—. Oh, lo siento, me he dejado llevar —se disculpa, provocando que Ellie y Alec sonrían con ternura, pues esta vez ha conseguido controlarse, encontrando adorable que vuelva a utilizar esas habilidades que le permiten ser una excelente analista del comportamiento. Los retrotrae a tiempos felices, cuando se conocieron, antes de que toda la tragedia de Danny golpease al pueblo como un huracán—. Aunque me temo que de momento solo es una conjetura.

"Madre. Mía. Los rumores no exageraban cuando decían que Cora es capaz de empatizar hasta el extremo con un perpetrador o autor de un crimen, al ponerse en sus zapatos. Es impresionante cómo es capaz de conectar los hechos con las pruebas, esbozando una conjetura plausible acerca de lo sucedido", piensa para sus adentros la joven oficial de piel canela, sintiendo que su admiración por su supervisora aumenta una vez más. Sin duda, puede aprender mucho de ella. Pero aún debe hacer honor a la promesa que le hizo acerca de revelar lo que la taheña ya sospecha. Aunque aún no ha encontrado el momento adecuado.

—No tiene mucha pinta de ser inocente, la verdad... —musita la Oficial Harford en un tono irónico, dejándose llevar momentáneamente por sus vivencias personales con Aaron Mayford, ganándose una mirada severa por parte de Coraline y Alec, quienes no aprueban que sea tan rápida a la hora de adjudicar juicio.

—Que sea un gilipollas, no significa que sea un violador —asevera el escocés, antes de tomar en sus manos una bolsa precintada de condones en sus manos, enseñándosela a sus compañeras, mientras que Katie se aproxima a la mesa de Ellie Miller, donde el teléfono ha empezado a sonar.

—No, pero estos condones coinciden con el encontrado en Axehampton —apostilla Ellie.

—Y sin embargo, a pesar de que estos están abiertos, no falta ni uno solo —asevera la pelirroja de ojos celestes, rebatiendo las palabras de su compañera y amiga. Tras unos segundos, niega con la cabeza—. Además, conociendo a Aaron... —se interrumpe, tomando en sus manos la bolsa de pruebas que contiene el hilo de pescador azul.

—...Probablemente tuviese la cuerda en caso de que se acostase con una mujer —termina Hardy por ella en un tono sereno, observando la cuerda en las manos de su prometida, rememorando sus palabras de hace unos instantes—. Para practicar sesiones de BDSM con una menor de edad, como Lina ha conjeturado.

—Inspectores —Harford apela a ellos de manera formal, habiendo dejado el teléfono a un lado de su rostro, apartando el auricular de su oreja—. Beth Latimer está abajo, y dice que tiene que hablar urgentemente con ustedes.

Los tres compañeros intercambian una mirada entre sorprendida y preocupada, pues Beth es la asesora de Trish... Y en ese momento, todos ellos comparten el mismo pensamiento: ¿acaso le ha pasado algo a su superviviente? La alarma que se ha encendido en sus cabezas suena de manera ruidosa, pero de los tres inspectores, la taheña es la única capaz de reaccionar.

—Gracias, Katie —le dice con un tono sereno, antes de señalar las pruebas sobre la mesa—. Asegura las pruebas y digitaliza toda la lista —le ordena, con la oficial asintiendo al momento, antes de empezar a hacer lo que se le ha pedido, con los inspectores saliendo de allí a paso vivo, casi atravesando la puerta de la habitación en el proceso.

Los tres compañeros de profesión bajan las escaleras hasta la habitación número dos, en la cual se encuentra Beth Latimer. Pero para sorpresa de los tres investigadores del caso, la madre de Chloe no se encuentra sola en la habitación, sino que está acompañada por una mujer mayor que ella, de ascendencia hindú a juzgar por sus rasgos. Nada más entrar a la estancia, la mujer de treinta y dos años analiza rápidamente que la mujer que acompaña a Beth es su jefa y supervisora. Tras estrecharle las manos a ambas, los inspectores se sientan en el sofá frente a los sillones de las asesoras en materia de delitos sexuales.

—Adelante, Beth —le dice Ellie con un tono suave—. Te escuchamos.

—Estábamos en plena supervisión, y estábamos comentando el caso de Trish.

—Sí —afirma Sahana mientras asiente—. Tuvimos una clienta hace un año que habló con nosotros, pero nunca se lo contó a la policía —les revela, y los ojos pardos del escocés se abren ligeramente por la breve sorpresa que lo invade, antes de entrecerrarlos, pues empieza a adivinar a dónde quiere ir a parar la Sra. Harrison—. El caso es, que me ha recordado a la agresión de Trish Winterman.

—¿Cómo se llama esa mujer? —cuestiona Ellie en un tono interesado.

—No pueden contárnoslo por ahora por la confidencialidad con el cliente —intercede Cora.

—La Inspectora Harper tiene razón —afirma Sahana mientras asiente con la cabeza, antes de morderse el labio inferior, algo nerviosa por haber decidido hablar de esto a la policía—. No lo denunció a la policía entonces, pero podría llamarla, y ver si quiere hacerlo ahora.

—¿Dónde tuvo lugar la agresión?

—A la salida de Budmouth —responde Harrison—. Volvía a casa tras una fiesta, y la dejaron inconsciente antes de amordazarla con un calcetín viejo, atarla y violarla —describe los pormenores de lo sucedido, y a Alec le sobreviene un escalofrío al rememorar que las similitudes con los casos de Laura Benson y Trish Winterman son demasiadas como para ser una burda coincidencia. Y como Lina ya le ha dicho en varias ocasiones, «en su experiencia, las coincidencias no existen»—. Como he dicho, nunca lo denunció.

—Ha sido de gran ayuda, Sra. Harrison —sentencia Alec tras levantarse del sillón, estrechándoles de nueva cuenta las manos a las dos mujeres—. Necesitaremos que firmen un documento antes de salir de comisaría para dejar constancia de que juran haber dicho la verdad.

—Lo haremos, sin duda —dice Sahana, estrechándole la mano a la más joven de los agentes.

—Gracias, a las dos —dice la pelirroja de piel clara con una sonrisa amigable, antes de verlas salir de la estancia—. Mismo modus operandi, origen similar entre las víctimas... Diría que tenemos algo —asevera en un tono factual, mientras caminan hacia el despacho del hombre que ama, quien parece cavilar para sus adentros el hecho de que estos crímenes se hayan sucedido de la misma forma.

Para el Inspector Hardy, pensar en el hecho de que su prometida y madre de su bebé tuvo que soportar lo mismo por lo que han pasado esa tercera mujer, Laura Benson y por lo que pasa Trish Winterman ahora, es devastador. Debe recordarse sin embargo, que tiene que mantenerse objetivo, impedir que sus vivencias o sentimientos personales se involucren en el caso. Pero la sola idea de que un hombre así ande suelto por el pueblo es suficiente como para ponerlo en alerta máxima, además de provocarle escalofríos nada placenteros. Abriendo la puerta de su despacho, se apoya en la pequeña pizarra que tiene justo detrás de su silla de oficina, contemplando cómo sus compañeras de profesión lo siguen, quedándose frente a él. Es indudable que también están pensando en las coincidencias entre los tres casos.

—Tres mujeres, todas agredidas por un asaltante desconocido, todas después de algún evento o fiesta... —empieza a enumerar el hombre con carácter taciturno, antes de suspirar con pesadez—. A las tres les dieron un golpe por detrás, les ataron las manos y las violaron —hoy es el día en el que aún es incapaz de decir esa palabra sin sentir que le han propinado un puñetazo en la boca del estómago.

—Pero ésta última mujer especificó que la amordazaron con un calcetín viejo —apostilla Ellie, rememorando la declaración que han prestado tanto Beth Latimer como Sahana Harrison—. Es un dato nuevo y relevante para la investigación, porque... ¿Podrían haber amordazado con eso a Trish?

—No podemos descartarlo —concuerda la taheña con piel clara y ojos celestes, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho, tratando de rememorar qué dato significativo ha notado entre las fechas de las agresiones, sin éxito, lamentablemente. Su mente ahora mismo está centrada en otros menesteres, como Daisy y su bebé—. Si incluimos estos dos casos, tenemos a un agresor sexual en serie que lleva dos años acechando a las mujeres de esta zona, sin que nadie lo sepa, lo cual, descartaría a Aaron Mayford puesto que por aquella época cumplía condena.

—Así es —afirma Ellie mientras asiente, también cruzándose de brazos, vigilando por el rabillo del ojo que su amiga, y ahora prometida del escocés, se encuentre bien. Como madre veterana, ella también ha advertido que está más incómoda y nauseosa que de costumbre, y teniendo en cuenta el caso que tienen entre manos, no la culpa—. He comparado las fechas con las que nos ha dado la jefa de Beth, y como Cora dice, estaba en prisión en aquella época: no pudo cometer esa agresión.

—¿Y qué hay de los condones? —se frustra Katie, frunciendo el ceño y levantando levemente la voz. Desde lo sucedido esta mañana está personificando el caso de una manera casi obsesiva.

—Disponibles en cualquier farmacia —sentencia Alec en un tono ligeramente severo, pues ahora mismo no es el momento para que la Agente Harford busque una cabeza de turco a quien endosarle la responsabilidad de estos horripilantes crímenes. Su trabajo es buscar la verdad, al verdadero artífice, y eso es precisamente lo que van a hacer.

—¡Pero ha mentido sobre su ruta! ¡Sobre con quién estuvo y lo que hizo! —insiste la oficial.

—Katie, no podemos sacar conclusiones precipitadas sin cotejarlo antes con las pruebas o los análisis psicológicos y de personalidad —la amonesta la analista del comportamiento, quien, a efectos prácticos, empieza a sentir cómo se merma su paciencia, y no es solo debido a las hormonas del embarazo, sino a que su oficial, con más insistencia que un perro rastrero, parece querer cargarle las culpas de los tres delitos al agresor sexual convicto—. Aaron Mayford es claramente culpable de haber abusado sexualmente de una mujer en el pasado, y puede que ahora haya incurrido en un nuevo delito al mantener una relación sexual con una menor de edad, algo que estoy investigando, pero lamentablemente, su perfil no coincide con el del perpetrador de los crímenes de Laura Benson, Trish Winterman y esa tercera superviviente —añade, desviando su mirada cerúlea al rostro desencajado y molesto de la oficial con piel canela, quien exhala un suspiro hastiado, antes de poner los ojos en blanco—. No dejes que tus experiencias con Mayford determinen tus opiniones y empañen la visión general del caso, impidiéndote actuar de manera objetiva. El mundo rara vez es blanco y negro... También hay matices grises.

—¿¡Que mis experiencias...!? ¿¡A pesar de ser una analista no eres capaz de verlo!? —exclama Harford, perdiendo los papeles momentáneamente, alzando en extremo la voz, sorprendiendo a sus superiores—. ¡Aaron Mayford es un criminal que debe ser condenado! —añade con una actitud persecutoria que roza la obsesión, al mismo tiempo que frunce el ceño—. ¿¡Qué perfil estás haciendo ahora, el mío o el suyo!? ¡No estoy personificando el caso!

—¿Y cómo llamaría a esto que está haciendo, Agente Harford? —esta vez es Hardy quien interviene, saliendo en defensa de su prometida en un tono autoritario, pues no piensa consentir ninguna falta de respeto, y menos cuando él esté presente—. Alzando la voz en contra de su superiora directa, rompiendo el trato formal que ha de darle, cuestionando su juicio profesional como analista del comportamiento, negándose a ver otras alternativas a su opinión... —enumera en una voz serena pero sin dejar de lado la severidad, y la joven de cabello y ojos oscuros poco a poco va calmando su ademán—. ¿Acaso ha olvidado con quién está tratando?

—No... —Katie se amedrenta ante el tono ligeramente agresivo y molesto por parte del inspector escocés de delgada complexión, siendo incapaz de mirar sus ojos pardos, que centellean furiosos—. No, señor... Lo siento, señor —rectifica su respuesta, utilizando nuevamente el trato formal con el que debe dirigirse a ellos, habiendo agachado el rostro. La rojez de su rostro debido a la ira poco a poco da paso a la vergüenza y a la mortificación, tornándose pálida.

—¿Podríamos estar hablando de agresores diferentes? —Ellie, igual de incómoda por este estallido y discusión, puesto que parece que Katie ha llegado al punto de quiebre en lo que se refiere a Mayford, decide retomar su tema de conversación.

—¿Tenemos dos violadores? ¿Tres violadores? —Alec se exaspera, colocando las manos en sus caderas, revisando de manera cuidadosa el estado de su prometida, quien incluso tras el estallido de furia por parte de su subordinada, permanece tranquila. Es evidente que se lo esperaba.

—No lo sé, pero tanto Trish como Laura Benson dijeron que su agresor olía a alcohol... —argumenta la veterana policía de cabello castaño y rizado, antes de desviar su mirada hacia la oficial a su izquierda, justo en medio de Cora y ella—. E independientemente de la falta de formas, estoy de acuerdo con Katie en que hay algo no encaja con Aaron Mayford.

—Oh, todos estamos de acuerdo en eso —ironiza el escocés—. Pero nos quedamos sin tiempo.

—Y las pruebas son demasiado contradictorias y circunstanciales como para detenerle.

—Coraline tiene razón —afirma Alec, y tanto su compañera veterana como la más novata de ellos asienten en silencio, pues saben de buena tinta que la mentalista tiene razón—. Mantendremos la vigilancia en su casa, y en caso de haber algo que coincida con las pruebas, testimonios, o análisis del comportamiento, lo detendremos nuevamente.

—Cuando creíamos que estrechábamos el cerco, se nos escapa de las manos —expresa Ellie, dejando constancia de lo que ella y sus dos amigos y compañeros están pesando desde esta misma mañana. Da igual lo mucho que parece que avanzan en la investigación: su resolución aún parece estar a años luz de distancia, y es francamente exasperante.

—Lo sé —afirma el hombre trajeado mientras asiente, claramente agotado por los eventos acaecidos durante el día—. Necesitamos hablar con la otra superviviente... Pero hasta que la jefa de Beth Latimer no consiga dar con ella, me temo que no avanzaremos más por ahí.

—Mientras tanto, y dado que como dice no avanzaremos por ese camino, ¿recuerda al joven de la fábrica de cuerdas, Leo Humphries? —cuestiona su prometida en un tono profesional, provocando que el aludido asienta al momento, dejando que las comisuras de sus labios se eleven de manera imperceptible—. Ellie y yo vamos a hablar con la chica que se supone que es su coartada... ¿Quiere venir?

Alec asiente antes de consultar su reloj de muñeca, girando el brazo izquierdo para ver la hora. Una leve calidez se instala en su pecho al rememorar que fue Lina quien se lo regaló, hace ya bastante tiempo. Tras comprobar la hora, suspira con pesadez.

—Tenemos que soltar a Aaron Mayford bajo fianza.

Unos minutos más tarde, Katie Harford sale a la terraza de la comisaría de Broadchurch, la cual queda justo sobre la entrada. Se apoya en la barandilla, contemplando cómo el violador convicto sale tan campante de allí, y no puede evitar fruncir el ceño, además de torcer el gesto de la boca. No soporta la idea de que un hombre así esté suelto por ahí, especialmente con sus antecedentes, y esa personalidad tan... Horrible. A falta de una palabra mejor para describirlo. Está tan absorta en sus pensamientos, en la aversión que siente por ese hombre, que no repara en que Coraline Harper ha salido también a la terraza, quedándose a su lado, contemplando también cómo Aaron Mayford camina lejos de allí.

—Por inhumano que sea lo que te ha hecho, no dejes que te afecte —le aconseja en un tono sereno la mentalista, logrando sobresaltar a la muchacha de cabello moreno, quien gira su rosto hacia ella para contemplarla—. Cuanto más tiempo pases pensando en ello, en él, más poder dejarás que tenga sobre ti, y más condicionará tu vida —se permite aleccionarla de manera sabia, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho—. Hazme caso: sé de lo que hablo...

En el momento en el que la joven oficial negra está a punto de abrir la boca para disculparse por su estallido en el despacho de su jefe, Aaron Mayford nota que está siendo observado. Antes siquiera de descender las escaleras que conducen a la comisaría de policía, se detiene. Gira su cuerpo y rostro levemente hacia la edificación, encontrándose con las miradas de la Inspectora Harper y la Oficial Harford en su persona. Por un momento parece que deja escapar una sonrisa triunfal, pero pronto, dicha sonrisa se borra de un plumazo al rememorar no solo el interrogatorio, sino sus acciones para con Katie. Está claro que es consciente de que, de desearlo, podría complicarle mucho la vida, y probablemente, ahora no quiere eso.

—Siento mucho lo que ha pasado ahí dentro —se disculpa finalmente la agente con su supervisora, una vez comprueba que Aaron ha descendido las escaleras, desapareciendo de su vista—. Tenías razón: he dejado... —se interrumpe momentáneamente para corregirse—. Estoy dejando que sus acciones y comportamiento me afecten más de lo que debería, proyectándolo en el caso... Y para colmo, he pagado mis frustraciones y mi impotencia contigo.

—Si me lo hubiera tomado a pecho no estaríamos hablando ahora, Katie —la pelirroja de ojos azulados se permite dejar escapar una sonrisa amigable hacia su subordinada, y contempla al momento cómo ésta suspira de manera reconfortada al momento—. Pero comprendo lo que te ha llevado a proyectar tu malestar en el caso de esta forma: la idea de que una persona que ha mancillado de tal forma tu libertad, tu seguridad y tu identidad como mujer, continúe libre como un pájaro, te mortifica y asfixia —la analiza rápidamente, y la muchacha novata no puede hacer otra cosa salvo asentir en silencio, pues es exactamente cómo se siente—. Independientemente de todo lo que ha sucedido y lo que has dicho, acepto tus disculpas, Katie.

—Gracias... —expresa con sinceridad. Una sensación de alivio recorre nuevamente a la novata oficial. Saber que esta brillante inspectora no ha tomado a pecho sus acusaciones en un momento de debilidad la hace sentirse mejor. Cualquier otra persona en su lugar, no habría perdido tiempo en denunciarla ante la Comisaria Stone por haber infringido el código de conducta de la policía al momento de dirigirse a un superior. Probablemente, si Coraline no fuera su superiora, si no fuera compañera de Alec Hardy o Ellie Miller, ya estaría en la calle. Ha metido la pata hasta el fondo, pero desde ahora piensa hacer todo lo que esté en su mano para arreglar las cosas, para resarcirse. Y para ayudarlos a cerrar este caso, encontrando al verdadero responsable de estas agresiones sexuales en serie—. Espero que no nos arrepintamos de esto... —desea la oficial con un tono inseguro, pues aunque su superiora pueda estar segura de que Mayford no es culpable, siempre hay un margen para cometer errores, por desgracia.

—Yo también —coincide la veterana analista del comportamiento.

Coraline sabe que no existe una certeza al cien por cien sobre la culpabilidad o inocencia de una persona. Todo está determinado por los hechos, las pruebas, los testimonios... Es una conclusión de todo ello. Pero incluso así, ella, al igual que los involucrados en el caso de Danny Latimer, son conscientes de que incluso en estas situaciones, con las conclusiones apuntando en una dirección, la realidad puede dar un giro, y convertirse en algo completamente distinto. Un culpable puede ser declarado inocente, ya sea por falta de pruebas o por una buena defensa. Y un inocente puede ser declarado culpable por las numerosas pruebas, aunque circunstanciales, que se puedan presentar en su contra, así como los testimonios.

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