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Capítulo 26 {1ª Parte}

En el coche de la analista del comportamiento reina el silencio. Los tres agentes de la ley están cavilando para sus adentros el hecho de que hay una segunda superviviente de una brutal agresión, la cual comparte los mismos modus operandi que en el caso de Trish. Y son detalles que no han sido hechos públicos, sino que se han mantenido en privado, y si ellos los conocen es únicamente porque le tomaron declaración a la cajera de Farm Shop.

Mientras la veterana inspectora de cabello rizado y castaño conduce el coche de vuelta a Broadchurch, el hombre trajeado de delgada complexión no puede evitar pensar que si él fuera el marido de Laura Benson, con su querida Lina siendo la superviviente, escenario demasiado familiar ya para ambos, le gustaría saber qué es lo que la tiene tan preocupada, y qué la ha hecho cambiar de actitud de pronto. Claro que, como hombre, como pareja y como persona protectora que es, comprende perfectamente el consejo que su querida subordinada le ha dado a Benson. Él mismo podría dar testimonio acerca de lo mucho que le habría encantado empujar a Joe Miller por el acantilado de Broadchurch después se averiguar lo que le hizo a su ahora prometida. De ahí que el consejo de la analista del comportamiento haya estado tan acertado. Solo Benson conoce el carácter de su marido y su posible reacción. Ella debe decidir.

Ellie por su parte conduce el coche con las manos apretando férreamente el volante. No puede creer que realmente estén tratando con un agresor sexual en serie. La idea de que haya un violador suelto en el pueblo la hace estremecer y enfermar al mismo tiempo. No importa las veces que tenga que hacerlo: escuchar el relato desgarrador de una víctima de agresión sexual es terrible. Siempre deja secuelas, incluso en los oyentes. Aún tiene grabadas a fuego las palabras de Cora en el juzgado, y aún tiene pesadillas con el video que allí se proyectó. Como agente de la ley, siempre se llevará a casa, a su mente, algo de las víctimas que acuden a ella. Para bien o para mal, es parte del trabajo. Por suerte, y esto la tranquiliza un poco, parece ser que su querida amiga ya tiene totalmente bajo control su TEPT, de modo que ha conseguido realizar el interrogatorio sin desmoronarse o ser víctima de crueles vivencias pasadas.

—Es imposible que Laura conozca los detalles de lo que le ocurrió a Trish.

—Así es —concuerda la mentalista con su protector desde la parte trasera del coche—. No los hemos hecho públicos, y solo nos lo ha contado a nosotros, lo que significa... Que podríamos estar ante el mismo agresor.

—Y Trish no ser su primera víctima —finaliza Ellie mientras conduce, manteniendo la vista al frente, aunque desvía momentáneamente la mirada hacia su amiga y compañera taheña, quien se inclina levemente hacia delante, posando una mano en el hombro derecho de su prometido, a quien advierte aún bastante tenso.

—Exactamente, por lo que tenemos que buscar patrones, coincidencias en el modus operandi... —empieza a enumerar la analista del comportamiento antes de suspirar, posando su atención en su querido escocés—. ¿Estás bien? —cuestiona en un tono preocupado, notando que el hombre que ama coloca su mano izquierda sobre la que tiene en su hombro, acariciando su dorso con ternura.

—Sí, es solo que... —Alec chasquea la lengua, impotente—. No puedo dejar de pensar en lo que ha dicho, y en que tiene razón: ni ella ni tú lo denunciasteis porque pensasteis que no seríais tratadas con respeto y dignidad.

—Pero por eso mismo vamos a rectificar ese pensamiento —intenta animarlo la taheña de piel clara y ojos celestes, sonriendo levemente—. Vamos a demostrarle que lo harán, y que lo atraparemos.

—Y que lo encerrarán durante mucho, mucho tiempo —añade su amiga y compañera trajeada.


Leah y Trish Winterman han salido de casa, paseando con calma hasta prácticamente la primera línea de playa, pero ambas se han detenido en el aparcamiento. La adolescente morena lleva todo el camino preguntándose qué es lo que su madre tiene en mente, y por qué motivo la ha llevado allí. Bueno, lo justo sería decir que no la ha «llevado», sino que ella ha insistido en ir, debido a los recientes acontecimientos. No piensa dejar a su madre sola más de lo necesario, especialmente con lo vulnerable que está. Es consciente de que la policía ha visitado su casa esta mañana, y Leah mentiría si dijera que no ha escuchado a escondidas parte de su conversación. Además, su madre ha respondido en su teléfono a un mensaje a toda prisa tras la marcha de los policías, comentándole que ha decidido acudir a un encuentro. De modo que, ahora, con la mirada posada en el mar que se traga y escupe la arena, la estudiante de tez sonrosada y cabello oscuro conecta ambos hechos: su madre está esperando a la persona con la que se acostó aquella noche. No puede evitar pensar que es una mala idea, especialmente con ese agresor sexual suelto por ahí, pero decide callar y respetar la decisión de su madre.

Escuchando el motor de un coche acercándose, se gira hacia el camino que lleva hasta el aparcamiento de la playa: un coche de un tono azul abisal se acerca lentamente. Reconoce el coche de inmediato, pues ha visitado la casa de su ocupante con sus padres en varias ocasiones. Es el coche de Jim Atwood. De pronto, siente que le entran náuseas: ¿en serio su madre ha mantenido una aventura con él? De todas las personas del mundo, ¿por qué él? Dios, es el marido de su mejor amiga... Y Leah quiere a Cath como si fuera su tía carnal, de modo que no puede siquiera imaginarse cómo podría reaccionar ante semejante noticia. Quizás quiera despellejarlos a ambos.

—¿Es él? —consigue preguntar, dominando la incomodidad que la embarga de arriba-abajo.

—Sí, eso parece —afirma Trish con un tono sereno, quien también se ha girado, contemplando el coche que se acerca a su posición lentamente. Se ha asegurado de ataviarse con el mismo conjunto con el que se reencontró con Cath, después de lo sucedido: le parece apropiado llevarlo para ver a Jim.

—Mamá, no sé por qué has accedido a hacer esto... —Leah expresa su nerviosismo.

—Él me lo pidió —la cajera se encoge de hombros.

—¿Estás segura de que no fue él el que te atacó? —Leah no las tiene todas consigo: por lo que ha dicho la policía, encontraron rastros de ADN de Jim Atwood tras la denuncia, y ni siquiera su madre puede estar segura de que no provengan del momento de la agresión.

No le gusta la idea de dejar a su madre hablar con ese hombre.

—Solo vamos a hablar —la cajera de Farm Shop intenta tranquilizar a su hija, sonriéndole con ternura, agradecida por su apoyo y su preocupación—. No tienes por qué hacer nada, a menos que haya algún problema.

—¿Pero y si hay algún problema? —la adolescente adopta una actitud fatalista. En ese preciso momento, mientras el coche entra en el aparcamiento, Leah siente cómo su madre coloca su mano en su espalda, acariciándosela, indicándole de manera implícita que puede estar tranquila—. Está bien —sentencia tras suspirar hondo, comenzando a caminar hacia la parte lejana del aparcamiento, con el fin de dejarles espacio para hablar de manera confidencial.

Jim Atwood estaciona el coche en uno de los sitios delineados en el aparcamiento. Para el motor, y es incapaz de aguantarle la mirada a Leah cuando pasa a su lado. Suspira hondo, contemplando cómo Trish se ha acercado a la barandilla de madera que separa el aparcamiento de la playa, contemplando el mar, así como el cielo. Cuando se apea del vehículo, cerrando la puerta del conductor, el mecánico no puede evitar dar una mirada hacia Leah, quien se ha alejado levemente del aparcamiento, sentándose en uno de los bancos que hay allí, permitiéndole una vista general del lugar. Está claro que lo está vigilando, y no la culpa. Camina hasta Trish, quien aún le da la espalda.

—¿Qué hace aquí? —cuestiona, haciendo un gesto hacia la adolescente—. ¿Por seguridad?

—Solo cuida de mi —la defiende Trish, pues ha captado al momento la indirecta que le ha mandado Jim, acerca de tener a Leah vigilándolo como un perro de presa, esperando a que haga algo que pueda implicarlo en el caso de agresión.

El marido de Cath Atwood se muerde el labio inferior, acercándose a su amante.

—¿Y lo sabe? —cuestiona, nervioso porque pueda irse de la lengua. Al fin y al cabo, la adolescente está muy unida a su mujer, considerándola como alguien más de la familia. Lo último que necesita ahora el mecánico es que Cath descubra todo este embrollo, y que le pida el divorcio una vez más. Necesitaría encontrar una excusa, como tantas otras veces, para evitarlo—. ¿Lo nuestro? —clarifica la pregunta, percatándose de las posibles interpretaciones, desde «¿sabe que fuiste agredida?» a «¿sabe quién es el agresor?».

Trish desvía momentáneamente la mirada hacia su hija: ha crecido mucho, y ya no es una niña pequeña e inocente. Es muy lista, y no cree que todos los indicios le hayan pasado desapercibidos.

—Seguro que se imagina algo.

Ante su respuesta, Jim coloca las manos en sus caderas, reflexionando sobre qué hacer, y qué decir. Ante todo, quiere evitar que Cath descubra su infidelidad. Sabe que no habrá forma de escapar de esta, porque Patricia es su mejor amiga. Y es perfectamente consciente de que si lo averigua, será capaz de caparlo. Exhalando un hondo suspiro, lleno de tensión, el mecánico del pueblo se apoya en la barandilla de madera, desviando su mirada hacia sus pies. Finalmente, cuando ha reflexionado acerca de lo que debe decir, alza el rostro, posándolo en la mujer a su derecha.

—No fui yo, Trish —inmediatamente niega su implicación en la agresión de aquella noche, pues de hecho, no estuvo en la fiesta la mayor parte del tiempo, pero tampoco se lo ha contado a la policía, de modo que esto solo lo sabe él—. Yo no lo hice —reafirma, con los ojos celestes de Trish fijos en su rostro, intentando discernir si dice la verdad, o simplemente se está cubriendo las espaldas para evitar que lo enchironen—. Lo sabes, ¿verdad? —cuando contempla cómo la mirada de la mujer que tiene a su derecha no se desvía de su rostro, un ligero temor se instala en su interior: ¿de verdad lo cree capaz de hacer algo así? Sí, puede que sea un hombre propenso al adulterio, pero nunca traspasaría esa línea—. Tienes que saberlo, venga... —tras dejar de apoyarse en la barandilla, irguiéndose, intenta hacerla ver lo absurdo de la idea de que haya sido el responsable—. ¿P-por qué hacerlo? —el miedo que recorre su cuerpo como sacudidas eléctricas se traspasa a su voz, haciéndolo tartamudear momentáneamente.

—¿Qué? —Trish deja escapar una sonrisa irónica: ¿en serio eso es lo primero que dice? ¿En serio piensa que ha accedido a quedar con él, allí, solo para hablar de quién es o no sospechoso? Sin duda alguna, Jim solo piensa en sí mismo, y en cómo todo esto puede afectarle. No piensa en los demás ni lo más mínimo.

—La policía vino a verme anoche —le comenta, rememorando el exhaustivo y agotador interrogatorio al que fue sometido—. Saben lo nuestro, lo del sábado por la mañana —añade, contemplando que Trish asiente en silencio, dejando claro que es consciente de ello. Cómo no, la policía ha ido a comprobar inmediatamente si la declaración que él les dio anoche concuerda con la versión de ella—. Maldita sea, Trish... Tenemos un buen marrón encima —el mecánico de cabello castaño se exaspera, suspirando hastiado ante la posibilidad de que las sospechas sobre él hayan aumentado de manera exponencial—. He pensado... Que Cath no debería enterarse —confiesa, apoyándose de nueva cuenta en la barandilla, intentando por todos los medios que Patricia sea de su misma opinión, para evitarse así más problemas.

—Vale... —Trish asiente de manera distraída: es capaz de ver que ambos han cometido un error, pero su opinión sobre el tema es completamente distinta a la de él. Ella no cree que su mejor amiga se merezca el vivir en la ignorancia. Tiene el derecho a saber la verdad, especialmente cuando ambos son los involucrados—. Esa es tu opinión, ¿verdad? —inquiere de manera retórica, apoyándose también en la barandilla de madera, sintiendo que la suave brisa marina le desordena el pelo.

—¿Qué bien nos hará?

—Merece saber la verdad —se encoge de hombros la mujer con la chaqueta de color chicle.

—¿De verdad? ¿En serio? —la voz del hombre con vello facial adquiere un tono irónico—. ¿Y en que ayudará eso? —añade en un tono negativo—. Sabes que no resolverá nada.

—Le diré que fue un error.

—Ah, genial... Como si eso fuera a suavizar el golpe —Jim niega con la cabeza de manera categórica, negándose a revelarle a su mujer que le ha sido infiel una vez más. Cath se lo advirtió la última vez, amenazándolo con echarlo de casa, o peor, con divorciarse de él y dejarlo seco, si alguna vez llegaba a enterarse de que volvía a engañarla. La conversación de aquel día le provoca escalofríos mortificantes—. Si se lo cuentas, tendré que hacer las maletas —quiere coaccionarla a mantener la boca cerrada, pero para su desgracia, Trish está realmente convencida con que deben contárselo.

—Quizá no sea necesario —Trish tiene la mínima esperanza de que Cath vea este asunto desde un lado racional, en vez de uno emocional. Al fin y al cabo, ella misma ha estado ayudándola, apoyándola y dándole consejos cada vez que le contaba que Jim le era infiel con una mujer u otra. Quizás si puede hacerle saber que fue un error, que está realmente arrepentida por hacerle esto, la perdonará, y a Jim también, por descontado.

—Claro que sí, joder...

—Se acabará enterando, Jim —asegura Trish de manera factual—. Y prefiero que sea por mí.

Jim Atwood cierra los ojos con fuerza. Todos sus intentos para dejar el asunto en el pasado, de dejarlo oculto bajo la alfombra, han sido en vano. No ha podido coaccionar a Patricia para que oculte su vergüenza y su infidelidad, y ahora se enfrenta a la terrible inevitabilidad de que Cath va a descubrirlo todo. Nuevamente, los sudores fríos del miedo dominan su cuerpo, pero esto solo le dura unos escasos segundos. El miedo pronto da paso a la ira: ¿en serio cree esta insignificante mujerzuela que puede joderle la vida? ¿En serio cree que no habrá represalias o consecuencias? Si no es él quien se las hace llegar, lo hará Cath. Conoce lo bastante a su mujer como para saber que se encargará de hacerle la vida imposible. Y si este es el caso, si Trish quiere arrastrarlo con ella, saliendo del fuego para caer en las brasas, se asegurará de que su vida sea igual de horrible.

—No tienes ni idea de dónde te estás metiendo.

La amenaza queda clara, con Trish volviendo su rostro hacia el mecánico de cabello castaño y complexión fornida de manera inmediata. La ha recorrido un escalofrío y se siente ligeramente achantada y nerviosa por sus palabras y su actitud desafiante y peligrosa. Tras asentir de manera lenta, indicándole que deberá atenerse a las consecuencias de abrir la boca, Jim se aleja de ella, caminando con pasos lentos hacia su coche, antes de entrar en él, arrancando el motor y conduciendo lejos de allí.


Aproximadamente a las 16:20h, Coraline Harper, Alec Hardy y Ellie Miller acaban de llegar a comisaría. Tras pasar el control de seguridad de la planta baja, comienzan a subir las escaleras, con la mentalista habiéndole hecho llegar a Katie Harford, quien ya se encuentra allí desde hace una hora, los datos de Laura Benson. La ha instado a encontrar patrones y conexiones entre Trish y ella, con el fin de determinar con mayor precisión la identidad del posible agresor sexual en serie. Antes de entrar a la planta donde se encuentran sus puestos de trabajo, Alec le brinda un beso discretamente en la mejilla a su prometida, felicitándola de manera implícita por su reciente desempeño en el caso, abriéndole la puerta para que pase a la estancia. Lina corresponde ese gesto con una sonrisa dulce, entrelazando por unos breves segundos los dedos de su mano derecha con los de la izquierda de él. Muchos de sus compañeros y subordinados no pueden evitar sonreír con ternura al ver este gesto, aunque rápidamente borran las sonrisas al sentir la mirada afilada y molesta del inspector escocés. No es de extrañar que, con su personalidad tan arrolladora y difícil, muchos se pregunten qué ha visto exactamente la encantadora analista del comportamiento en él. Hoy es el día en el que todavía no han sido capaces de encontrar una respuesta.

En cuanto los ve entrar en la estancia, Katie se acerca a ellos con presteza, habiendo dejado de lado su ordenador. Se ha despojado de su chaqueta de color salmón, colocándola en el respaldo de su silla, dejando a la vista la camisa de manga larga de color blanco que lleva puesta. Intercambia una silenciosa mirada con su superiora analista, agradeciéndole una vez más que la haya ayudado en un momento de necesidad.

—Respecto a Aaron Mayford...

—¿La vigilancia ha ido bien? —la interrumpe el Inspector Hardy con un tono interesado, deteniéndose frente a ella, al igual que sus compañeras, observándola. Advierte al momento que a la joven oficial la recorre un breve escalofrío, y palidece lentamente.

—Sí... Estuvo bien.

—Tu cara no dice lo mismo —asevera la veterana agente de policía de cabello castaño con un tono factual, pues ella también se ha percatado de su cambio de actitud. Por si fuera poco, acompañando a su complexión pálida y a la forma en la que sus ojos se desvían nerviosos a todos los rincones de la estancia, su voz tiembla ligeramente.

Ambos inspectores de cabello castaño y ojos pardos advierten cómo Katie intercambia una mirada con Coraline, con la taheña de ojos celestes asintiendo en silencio, antes de suspirar pesadamente. Inmediatamente, una imperceptible tensión sobrecoge a los dos policías, esperando las palabras de su compañera y persona querida.

—Aaron Mayford ha acosado verbalmente a Katie de manera sexualmente explícita.

—¿¡Qué!? —Alec y Ellie no pueden evitar exclamar al unísono, estupefactos en extremo.

—Steve fue a por comida, y Mayford se metió en el coche conmigo... —traga saliva, claramente incómoda aún por lo sucedido—. Me dijo comentarios muy desagradables y denigrantes —resume lo máximo posible los hechos de forma que no tenga que ser demasiado explícita—. Grabé la conversación y se la mandé a la Inspectora Harper, y me dijo que ella se encargaría de transmitir estos hechos a su agente de la condicional —la aludida asiente con una mirada compasiva y amigable, comprendiendo la tensión, la indefensión y el miedo que ha debido sentir su joven oficial—. Pero lo importante es, que como me ha indicado la Inspectora Harper, me he dedicado a investigar en la última hora, y que creo que hemos encontrado algo en la historia laboral de Mayford.

—Continúa —le pide Alec, a pesar de que no deja de pensar en el hecho de que Katie haya sufrido un episodio de acoso tan impactante, pero sea capaz de seguir trabajando como si nada. "Al menos me alivia saber que Lina ha sido capaz de intervenir y tranquilizarla, protegiendo a su subordinada no solo como una buena inspectora, sino como una superviviente de agresión sexual", reflexiona para sus adentros, sintiendo que su estima y cariño por su amada se incrementa nuevamente.

—La empresa para la que Mayford trabajaba, una consultoría informática, tenía contratos con Farm Shop y con Coopers Telemarketing, que es donde esa otra mujer, Laura Benson, trabaja —da los datos de manera concisa y concreta, sin dejarse nada en el tintero. Tras procesar la información, los tres compañeros intercambian una mirada serena, adivinando exactamente a dónde quiere ir a parar la joven oficial de piel canela—. Hay una conexión con ambas mujeres —aunque es una conexión obvia, Katie no puede evitar exponerla en voz alta. Tras unos segundos, parpadea rápidamente, logrando recomponerse—. Dejen que yo me ocupe, por favor.

El inspector escocés no está del todo convencido acerca de que sea una buena idea dejar a Katie encargarse del arresto de Aaron Mayford, y más ahora, teniendo en cuenta sus vivencias personales. Podría convertir todo esto en algo personal, y como agente de la ley, eso es algo que no se pueden permitir. Deben mantenerse objetivos en todo momento. Sin embargo, su querida Lina intercede en favor de la oficial, indicando que, dado que Katie ha hecho la conexión entre ambos datos, lo justo es dejar que ella realice el arresto, siempre que vaya acompañada por un superior. Al percatarse de que la taheña está dispuesta a ofrecerse a acompañar a su subordinada, Ellie se le adelanta, indicando que ella misma se asegurará de que todo vaya bien, supervisando a Katie. La joven de cabello oscuro y piel canela parece momentáneamente confusa por la negativa a dejar a Cora participar en este caso, pues aún no está al corriente de su estado, pero no parece descontenta con la idea de que la Inspectora Miller la acompañe. Al fin y al cabo, lo que ahora le importa es llevar esposado a Aaron Mayford a comisaría para interrogarlo.

Unos minutos más tarde, la Oficial Harford se ha personado en casa del agresor sexual convicto, junto con la Inspectora Miller y una patrulla policial. Ha preparado las esposas, porque como su superiora y analista del comportamiento le ha dicho, «Mayford puede ser un agresor sexual convicto, es cierto, pero su ademán es cobarde además de narcisista. Es muy posible que se resista al arresto debido a que no desea volver a ingresar en prisión, puesto que, ya sabemos lo que les pasa a los agresores sexuales allí». Rememora también que, a pesar de lo que las apariencias sugieren, Coraline ha expresado sus dudas acerca de su implicación en el caso de Trish Winterman y Laura Benson. Según el análisis que ha realizado de su personalidad y modus operandi, no concuerda con el agresor. De hecho, su personalidad narcisista únicamente provoca que intente dar la impresión de ser alguien que busca desesperadamente la atención de otros.

Cuando la joven oficial de cabello y ojos oscuros toca la puerta, Mayford aparece a los pocos segundos, habiéndola abierto con una expresión grandilocuente en el rostro. Sin embargo, la sonrisa y su expresión pronto cambian a una seria, al contemplar a las dos agentes de policía esperándolo en su puerta.

—¿Sí? —pregunta, confuso por su presencia allí.

—Hola, Aaron —la voz de la oficial se mantiene serena en todo momento, sin romper en ningún momento el contacto visual. Quiere demostrarle que no la ha achantado, que no la ha dominado, que no le tiene miedo—. Nos gustaría que viniera a comisaría para responder a unas cuantas preguntas —poco a poco, palabra a palabra, el informático palidece, percatándose del tremendo error que ha cometido al acosar verbalmente a la muchacha que tiene delante.

—¿Quién es? —cuestiona su mujer desde el interior—. ¿Quién llama?

—Entra en casa.

—¿Para qué? —su mujer lo cuestiona, provocando que el tono de voz de Aaron se torne firme y demandante.

—¡Entra ya! —no quiere que ella y su hijo se vean envueltos en este lio por su culpa. Sí, puede que tenga unas tendencias sexuales poco ortodoxas, pero su familia no tiene por qué pagar por sus errores e indiscreciones. En ese preciso momento, sus ojos azules se posan en el coche patrulla que ha acompañado al de la Inspectora Miller, y el miedo se apodera de él: no quiere volver a la cárcel. Aquello fue como un purgatorio, una rueda infernal que no paraba de girar, soportando todo tipo de vejaciones día sí y día también—. No quiero ir —sentencia con firmeza, haciéndose realidad lo que la protegida del Inspector Hardy le ha vaticinado a su subordinada.

Katie deja escapar un suspiro hastiado, antes de alzar la voz con un tono profesional.

—Aaron Mayford, queda detenido por su relación con una agresión sexual que tuvo lugar el 28 de mayo en la zona de la Casa Axehampton. Tiene derecho a permanecer en silencio, sin embargo, podría perjudicar su defensa si no menciona durante el interrogatorio algo que luego pueda ser utilizado durante el juicio —la muchacha de piel canela recita rápidamente el protocolo de arresto, con Aaron desviando su mirada de manera nerviosa hacia el coche patrulla, así como a Ellie, quien lo contempla con los brazos cruzados bajo el pecho en una actitud severa—. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada como prueba, ¿entendido? —cuestiona, y Mayford, que parece perdido en sus pensamientos, asiente de manera distraída.

—Sí.

Tras llevar a cabo el arresto, esposando a su ahora principal sospechoso, Katie y Ellie llevan a Aaron Mayford a la comisaría de Broadchurch. Una vez allí, lo internan en la sala de interrogatorios número dos. Cuando han preparado todas las pruebas y los archivos a utilizar en el interrogatorio que se ha de llevar a cabo, el hombre trajeado con vello facial castaño desciende las escaleras hasta llegar al pasillo. En él se encuentran las salas de interrogatorio. Nunca ha sentido tanto asco como en este momento, al tener que interrogar a un hombre así. No es comparable al interrogatorio que realizó a Joe Miller en su momento, pero desde luego, puede hallar las similitudes y es como revivir una pesadilla. Puede que Joe no abusase sexualmente de Danny, pero tanto él como Mayford son desequilibrados mentales, que disfrutan jugando con la gente. Tras exhalar un hondo suspiro, sintiendo que la firme y cariñosa palma de la mano derecha de Lina se posa en su espalda, los tres entran a la sala de interrogatorios.

Antes de iniciar el interrogatorio, sin embargo, le toman muestras de ADN a Mayford, realizándole un frotis bucal, para obtener sus datos genéticos, y poder cotejarlos con los hallados en las ropas de Laura Benson, en el examen médico de Trish, y en aquellos que pueda haber en el arma que la dejó inconsciente, en caso de encontrarla.

—Son un poco vagos, ¿verdad? —comienza a decir Aaron en cuanto el inspector con vello facial termina de realizarle el frotis bucal—. Bueno, violan a una mujer, y se lo endosan al violador local, sin siquiera conocer todos los datos de su historia.

—Necesitaremos muestras de sangre, orina, pelo púbico y de su pene... —Alec ni siquiera se inmuta por su comentario, siguiendo el protocolo al pie de la letra, aunque para Lina, que ya lo conoce como la palma de la mano, puede ver el inequívoco temblor de sus manos debido a la ira, provocada por el talante altanero de Mayford—. Con su consentimiento escrito, claro.

—¿Y si no les doy mi consentimiento? —se atreve a provocarlo el agresor convicto.

—Cualquier futuro jurado podría sacar conclusiones negativas si se niega —sentencia la pelirroja con piel de alabastro, habiéndose cruzado de brazos bajo el pecho, provocando que el reo la contemple de pies a cabeza, logrando que la mirada heladora del hombre trajeado frente a él se pose en su rostro.

"Por lo que sé, Aaron proviene de un hogar disfuncional, con una madre que abusaba físicamente de él. De ahí que haya desarrollado una personalidad tan atípica, narcisista y especialmente obsesionada con el BDSM", reflexiona para sus adentros la joven analista del comportamiento, contemplando el rostro de su actual sospechoso con atención, buscando cualquier semejanza con el perfil del agresor que ha realizado. Cierra los ojos momentáneamente, negando de manera imperceptible con la cabeza. "Sí, puede que ese último rasgo, la necesidad de control, lo comparta con el agresor de Trish y Laura, pero sus acciones y su perfil psicológico no encajan. Él no dejó inconsciente a su víctima, y ha pasado los últimos años en prisión, de modo que esto descarta por completo que estuviera involucrado en la agresión de Laura Benson".

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