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Capítulo 25 {2ª Parte}

Entretanto, a las 12:30h Katie Harford está en su coche, estacionado en el exterior de la casa de Aaron Mayford, aún de vigilancia desde la noche anterior. Que hayan visto, el posible agresor de Trish Winterman no ha salido de la casa para nada, lo que ha acrecentado las sospechas de Katie acerca de que Coraline tenía razón: es alguien planificador, y disfruta con la idea de saber que es el centro de atención de alguien. En este caso, de la policía. El compañero de Katie, Steve, se ha marchado a la tienda más cercana a por el almuerzo de ambos, y está ahora al teléfono con la oficial para saber qué comprarle.

—Que sea un sándwich de bacon —le pide, antes de que Steve le comente que no tienen ninguno en la tienda, logrando desesperarla, pues lleva mucho rato allí, sola en el coche, y no está nada tranquila—. Pues lo que sea que tengan, pero vuelve lo antes posible —le pide con urgencia, antes de colgar la llamada, guardando el teléfono en el interior del bolsillo exterior derecho de su chaqueta. Suspira con pesadez, frotándose las cuencas de los ojos, pues apenas ha dormido esta noche, al mantenerse despierta, vigilando el piso. De pronto, escucha el sonido de la puerta del pasajero abriéndose, lo que provoca que desvíe su mirada a ésta. En cuanto lo hace, se le acelera el pulso, y no por la emoción, sino por el miedo: Aaron Mayford acaba de entrar en su coche, y acaba de sentarse en el asiento que ha ocupado Steve toda la noche—. Oh, ¡Dios mío!

—Hola —la saluda Aaron sin ningún tipo de tapujo, como quien está comentando el resultado de un partido de futbol con un amigo de toda la vida. Se inclina hacia Katie en el asiento, habiéndose sentado lateralmente, con la espalda hacia la puerta.

—¿Qué está haciendo? —Katie hace lo posible por demostrar que no está intimidada, cuando en realidad el miedo la recorre de pies a cabeza. Sus instintos de supervivencia, de lucha y huida, están entrando en conflicto, pues prevén una situación nada favorable para ella. Pero consigue mantenerse mínimamente en control.

—Yo podría hacerte la misma pregunta... —asevera el agresor sexual convicto, pues es perfectamente consciente de que lleva toda la noche observándolo desde su coche, y no puede evitar encontrarlo ciertamente atractivo.

—Salga de mi coche —ordena la oficial en el tono más férreo que es capaz de emitir, comprendiendo, quizás por primera vez, el miedo que debieron sentir Coraline Harper y Trish Winterman, instantes antes de ser atacadas. De manera disimulada, ha tomado su teléfono móvil y ha activado la función de grabación.

—No.

—Salga. Ya.

—Tu novio te ha dejado solita, ¿verdad? —inquiere Aaron, sin siquiera reparar en la orden que acaba de darle la policía, dejando claro que no le importa que sea una agente de la ley, o que pueda detenerlo por acoso.

—Yo no tengo novio —en contra de lo que dictaminarían las normas de la policía, incluso su sentido común, Katie responde a la provocación de Mayford, manteniendo la vista al frente, negándose a darle la satisfacción de mirarlo.

—Eso no puede ser cierto.

—Necesito que salga del coche, ya —desvía finalmente la mirada, observándolo.

—¿Eres policía? —a pesar de que sabe la respuesta, pues quien en su sano juicio se quedaría toda la noche observando a un inquilino en su propia vivienda, Aaron tiene la desfachatez de hacer la pregunta.

—Sí, de modo que tengo plena autoridad para detenerle si no se marcha ya de mi coche.

—No me importaría estar dentro de una policía.

El comentario es tan denigrante, tan sucio, tan impropio y asqueroso, que Katie Harford siente que un escalofrío lleno de aversión la recorre de pies a cabeza. Siente que la bilis se le sube a la garganta, provocándole ganas de vomitar. Como si de un resorte se tratase, Katie abre la puerta del conductor y sale del coche a toda prisa. Piensa retirarlo de su coche, quiera o no, y si se atreve siquiera a decirle algo sobre abuso policial, ella contratacará con una amenaza de acoso sexual, que gracias a su historial, lo pondrá de patitas entre rejas. Camina con paso vivo hasta la puerta del pasajero, abriéndola rápidamente. Una vez lo hace, lo sujeta por el jersey que lleva puesto, antes de estirar de él con toda la fuerza que tiene, sacándolo casi de manera reticente del vehículo.

—Vuelva a entrar en su casa —le exhorta, alejándolo de ella con un leve empujón.

Aaron sin embargo sonríe de manera maliciosa, enfermiza, al darse la vuelta para observarla.

—Lo estás disfrutando...

—No —niega ella con un tono férreo, colocando una mano en la pistola reglamentaria que tiene en la parte trasera del pantalón, para ser usada en caso de emergencia—. Vuelva a entrar en casa ahora mismo —repite la orden, pero para su mala suerte, esto solo provoca que Aaron se vuelva más osado, bajando su tono de voz al replicar.

—Me gusta que me observes.

Finalmente, Aaron da media vuelta y se encamina a su casa con pasos lentos, dejando a la Oficial Harford al borde de un ataque de nervios. Una vez se asegura de que el agresor sexual convicto se ha internado en su casa, Katie por fin deja escapar un suspiro aliviado. Toma su teléfono móvil y para la grabación. Sabe que tiene que escucharla para asegurarse de que ha captado todo lo necesario para, en caso de desearlo, interponer una denuncia que lo lleve derecho a la cárcel, esta vez sin posibilidad de revisar su condena. Cuando vuelve al interior del coche, una vez escucha la grabación, decide comunicárselo a su superiora directa, Coraline Harper, de modo que le manda un mensaje de texto.


Sábado 4 de julio

Coraline, ha ocurrido algo mientras estaba de vigilancia. 12:36

Aaron Mayford ha entrado en mi coche. 12:36

12:36 ¿¡Qué!?

12:36 ¿¡Estás bien!?

Sí, estoy bien, pero... 12:36

Ha sido muy desagradable, y me he sentido amenazada. 12:36

He podido grabar la conversación. 12:37

Aunque no creo que delante de un jurado pueda ser utilizada. 12:37

12:37 Adjúntame el archivo de audio.

Archivo de audio. 12:37

12:39 Sí, no creo que pueda ser usada en un juicio...

12:39 Pero con los antecedentes de Mayford no hará falta.

12:39 Cuando acabe la investigación, me encargaré de pasar este archivo...

12:39 ...Y tu declaración de lo que ha sucedido, a su agente de la condicional.

12:39 Con esta prueba volverá a prisión.

12:39 Con suerte, lo mandarán a una cárcel para reincidentes lejos de aquí.

Estaba desquiciada, y no sabía a quién más acudir. 12:39

12:39 Has hecho lo correcto.

12:39 Te aconsejo que hables con el psicólogo de la comisaría cuando vuelvas.

12:39 Te ayudará a procesarlo.

Gracias, Coraline. 12:39

12:39 De nada, Katie.

12:39 Te veo en comisaría.


En la comisaría de Broadchurch, aproximadamente a las 14:45h, Coraline está redactando un correo al responsable de la condicional de Aaron Mayford, para así tenerlo listo para enviar en cuanto acabe el caso de Trish. No piensa permitir que Katie se sienta amenazada y acosada por alguien así, y menos si ella puede hacer algo para evitarlo. Mientras hace esto, también está buscando al tal Finn que trabajó con Mayford en la empresa de informática, al cual aseguró haberse encontrado la noche que su superviviente fue agredida. Necesitan confirmar que su coartada se sostiene, o de lo contrario, será un sospechoso más que factible. Y tomando en cuenta lo que le ha sucedido a Katie con él, Coraline empieza a tener serias sospechas sobre hasta qué punto está involucrado. "Pero no encajaría con su perfil de personalidad, ni con el modus operandi del agresor: Mayford no golpeó a su víctima, ni la dejó inconsciente... Como él mismo dijo, es alguien a quien le gusta jugar, por mucho que sean juegos relacionados con el BDSM", piensa para sus adentros la experimentada analista del comportamiento, frotándose el entrecejo por estar varias horas frente a la pantalla del ordenador. Revisa uno de los mensajes de Daisy, quien le comenta que tras la clase de defensa personal va a comer con Chloe y otras compañeras. Sigue preocupándole la reacción de su hija esta mañana. "No creo que vaya a aguantar mucho tiempo más en Broadchurch si Alec o yo no hacemos algo para detener el acoso", se dice con un tono apenado. En ese preciso instante, Bob Daniels aparece por allí, por lo que la saca de sus pensamientos.

—Hola, Bob —lo saluda la taheña de piel clara, dejando en la basura de su mesa las cajas de la comida, pues Alec se ha encargado de traérsela a Ellie y a ella de la cafetería cercana.

—Hola, Inspectora Harper —saluda a su superiora con una sonrisa amable.

—¿Va todo bien? —el aludido asiente levemente, antes de comenzar a balancearse hacia delante y hacia atrás sobre sus talones, algo nervioso.

—Acaba de entrar una mujer, y la he metido en la habitación número tres —les comunica, y Ellie intercambia una mirada con su buena amiga de mente avispada, preguntándose por qué Bob parece tan alterado—. Deberían hablar con ella.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre? —cuestiona Ellie, confusa y preocupada.

Bob Daniels no responde a su pregunta, marchándose de la estancia a los pocos segundos. Con los nervios ahora a flor de piel, la veterana agente de policía intercambia una nueva mirada llena de preocupación con su amiga y compañera de profesión. Inexplicablemente, a ambas las ha invadido la sensación de que hay algo que relaciona a esta mujer con el caso que tienen entre manos, y no les gusta ni un pelo esa corazonada. Es la mentalista de ojos cerúleos la que decide ir al despacho de su jefe y comunicárselo.

—Inspector Hardy —mientras toca la puerta abierta del despacho, apela a su prometido con su cargo oficial, pues ahora están en el trabajo, y no quiere dar la impresión de ser poco profesional.

—Adelante, Harper —él la deja entrar a su despacho, habiendo alzado el rostro de la pantalla del ordenador para observarla, sonriéndole de oreja a oreja nada más posar su mirada parda en ella. Una vez entra a su despacho y cierra la puerta para evitar ser víctimas de oídos indiscretos, Alec deja a un lado el trato formal—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —inmediatamente, su primer pensamiento está relacionado con su bienestar, y el del bebé que lleva dentro, levantándose de la silla de su escritorio con celeridad, acercándose a ella, comenzando a escanearla de pies a cabeza, como si de pronto le hubiera salido una extremidad extra.

—No, el bebé y yo estamos bien, cielo —niega ella, acallando de una sola vez sus preocupaciones, antes de besar su mejilla con discreción. Aunque cuando han llegado esta mañana todos sus subordinados y compañeros los han felicitado por su inminente enlace, siendo perfectamente conscientes de que estaban compinchados con Ellie al hacer la porra para apostar sobre si se casarían o no, no pueden evitar el querer seguir manteniendo las formas—. Bob acaba de comunicarnos que hay una mujer esperando para hablar con nosotros en la habitación número tres —le indica, y Alec arquea una de sus cejas, claramente confuso—. No puedo asegurarlo, pero tengo la corazonada de que está relacionado con el caso de Trish... Es demasiada casualidad que se presente justo ahora, cuando los detalles del caso y la agresión se han hecho públicos.

—Y como tú bien dices, «en mi experiencia las casualidades no existen».

—Exacto.

Su prometido y jefe asiente inmediatamente ante sus palabras, saliendo de su despacho con ella caminando a su par. Tras reunirse con Ellie, deciden no hacer esperar más a la mujer, apresurándose en reunirse con ella. Bajan las escaleras hasta el piso inferior, donde las salas de espera se encuentran. Es la misma sala en la que días atrás interrogaron a Trish acerca de su encuentro con Jim Atwood, cuando se negó categóricamente a hablar de él.

Ven a la mujer antes siquiera de entrar a la estancia: tiene el cabello rubio, ojos verdes, tez sonrosada, y viste de manera formal, con una camisa blanca, una chaqueta beige, una falda de ejecutiva gris, y tacones negros. Está ataviada también con un abrigo de color blanco, casi beige, y en sus manos, sobre su regazo, sujeta su bolso de manera férrea. Inmediatamente al escuchar los pasos que se dirigen a su posición, la joven empleada de atención al cliente en la empresa de informática, alza el rostro. Una expresión entre aliviada y nerviosa la recorre al ver a los inspectores entrar a la estancia.

—Hola —Alec es el primero que entra a la estancia, seguido por Ellie y por la mujer que ama. Tras saludar a la joven, quien parece amedrentada de pronto, le extiende la mano para estrechársela—. Soy el Inspector Hardy —se presenta, observando cómo la mujer se levanta del sillón, antes de estrecharle la mano efusivamente—. Ellas son las Inspectoras Miller y Harper.

—Hola —Ellie es quien le estrecha la mano tras hacerlo su jefe, sonriéndole con amabilidad.

—Un placer —Coraline es la última a quien estrecha la mano, pero en el mismo instante en el que lo hace, para la analista del comportamiento queda tan claro como el cristal qué es lo que esta mujer está haciendo allí, a tales horas del día—. El Sargento Daniels nos ha dicho que quería hablar con un inspector.

—Así es —responde la mujer, aun sujetando su bolso con fuerza, habiendo retirado la mano de la de alabastro de Coraline. No puede explicarlo, pero la mirada de esta agente de la ley le inspira confianza y serenidad a partes iguales, pues sabe que comprende por qué está allí, y empatiza con ella. Mentiría si dijera que no sabe quiénes son las personas frente a ella, pues como todos en la costa de Dorset, y prácticamente en todo Reino Unido, siguieron el caso de Danny Latimer, así como el posterior juicio. Por eso ha pedido específicamente hablar con ellos.

—Por favor —Alec hace un gesto hacia el sillón para que vuelva a sentarse, mientras que él y sus compañeras se sientan en los asientos frente a ella—. ¿Podría decirnos, de qué le gustaría hablar con nosotros?

—Tranquila —intercede la mentalista con ojos cerúleos, advirtiendo al momento su reticencia, al mismo tiempo que su vergüenza y su culpa, en la forma en la que desvía los ojos al suelo y a sus manos, las cuales tiemblan ahora casi de manera imperceptible en su regazo, sujetando aún el bolso—. Tómese el tiempo que necesite: estamos aquí para escucharla —añade, dejando que una sonrisa suave haga acto de presencia en sus labios, ayudando a tranquilizar poco a poco a esta posible nueva testigo.

La mujer frente a ella reciproca su sonrisa de manera nerviosa, agradecida porque intenta hacerle esta situación lo más amena posible, aunque sabe perfectamente que es imposible que así sea. Tras dejar escapar un hondo suspiro, sus manos temblorosas hacen un esfuerzo consciente por abrir la cremallera del bolso, sacando de su interior el periódico del Eco de Broadchurch, abierto por la quinta página, donde se encuentra el artículo escrito por Maggie Radcliffe, acerca del agresor sexual de Broadchurch, y su relación con la Casa Axehampton. Sintiendo que el corazón le late con fuerza en el pecho, extiende el periódico hacia el Inspector Hardy, quien lo recibe, desdoblándolo, leyendo el titular del artículo: «MUJER DE LA LOCALIDAD VIOLADA».

—¿Tiene información al respecto? —inquiere Ellie con un tono suave, desviando su mirada parda momentáneamente al artículo, antes de intercambiar una mirada silenciosa con su jefe y amigo, pues parece que la corazonada de Coraline ha dado totalmente en el clavo.

—Hace dos años... —la joven operadora comienza su relato con una voz temblorosa—. En un campo al volver a casa... Estaba... —es incapaz de continuar, tomando bocanadas grandes de aire para conseguir calmar su nerviosismo. Siente que las lágrimas amenazan con aflorar nuevamente de sus ojos, como le ha sucedido esta misma mañana en su lugar de trabajo.

"Sujeta el bolso con tanta fuerza, que parece como si fuera a partirlo en dos. Desvía los ojos a todos los rincones de la habitación, como si tuviera miedo de ser sorprendida. El sonido de un archivador cayéndose antes de que nosotros entrásemos la ha sobresaltado más de lo que sería considerado normal. Al darnos la mano ha querido romper rápidamente el contacto físico...", piensa rápidamente Coraline, reflexionando acerca de los indicios que ha advertido en el comportamiento y las acciones de la testigo que está sentada en el sillón. "Reconozco claramente ese temblor en la voz, en todo el cuerpo, y ese nudo en la garganta que te impide hablar. El miedo que la recorre por todo el cuerpo y lo fuerte que cierra los ojos solo al intentar recordarlo, además de su reticencia a hablar de ello, junto con la vergüenza y la culpa, es un indicativo claro de lo que le pasó hace dos años... Ella también fue agredida. Y ha venido hasta aquí porque teme que, al no haber dicho nada para denunciarlo, el mismo agresor haya vuelto a hacerle lo mismo a otra mujer, en este caso a Trish", analiza rápidamente en el lapso de unos pequeños segundos. Segundos que utiliza la mujer frente a ella para recomponerse y continuar con su relato.

—...Él me ató y me metió algo en la boca para amordazarme —consigue relatar, temblándole la voz a cada palabra, sintiéndose enferma con la sola idea de recordarlo. Había conseguido dejarlo enterrado en un rincón recóndito de su mente, pero la noticia y el modus operandi de esta agresión han provocado que sus recuerdos vuelvan a la superficie—. Me violaron, y nunca se lo conté a nadie.

Cuando obtienen esta información, Ellie se apresura en conseguirle a la víctima un vaso de agua fría, con el fin de ayudarla a relajarse, pues ahora que ha confesado que fue agredida sexualmente de la misma forma que le sucedió a Trish, deben interrogarla de manera formal. Pero para no estresarla con un ambiente claustrofóbico y opresivo como lo sería una sala de interrogatorio, Coraline aconseja realizar el interrogatorio en la sala en la que ahora mismo se encuentran. Alec toma en cuenta su consejo profesional y accede, pues ahora mismo, esta potencial superviviente podría arrojar luz acerca del caso de Trish, y deben hacer que se sienta cómoda. Solo de esta manera conseguirán una declaración concisa y confiable.

—¿Podría decirnos su nombre completo y su dirección, para que conste?

—Me llamo Laura Benson y vivo en el número 19 de Hazel Grove, Kingsbere.

—¿Por qué has venido a comisaría hoy, Laura? —inquiere la mujer de piel de alabastro y cabello carmesí, quien es la responsable de iniciar el interrogatorio, especialmente porque Laura parece sentirse más cómoda al hablar con ella.

—He leído que habían agredido sexualmente a una mujer —por respeto, evita decir la palabra para referirse a la experiencia vivida por la otra víctima de su posible agresor—. A mí también me ocurrió: me violaron —sin embargo, no se tiene a sí misma la consideración que ha demostrado hacia Trish, al momento de relatar lo que le sucedió, como si se considerase menos importante.

—¿Y cuándo fue eso? —quiere saber Ellie, advirtiendo que Coraline apunta cada respuesta y cada pregunta en su bloc de notas electrónico.

—Hace dos años... —hace las cuentas en su mente, pues las fechas son algo distintas a las actuales debido a los años bisiestos—. El 2 de junio, fue un sábado —rememora finalmente, dejando constancia formalmente de que su agresión ocurrió el 2 de junio de 2015.

Cora anota ese dato en su libreta, frunciendo el ceño momentáneamente: su cerebro acaba de procesar la información de manera tan rápida que es incapaz de percatarse de la conexión entre las fechas. Seguramente se acordará después de revisar los datos y los hechos con más calma, una vez terminen el interrogatorio. Puede que su mente haya relacionado lo sucedido con algún evento importante de su vida, pero no puede estar segura.

—¿Y sabes quién fue la persona que te agredió?

—No —niega Laura categóricamente—. Sigo sin saberlo.

—¿Y dónde tuvo lugar la agresión? —es la protegida de Hardy quien realiza la pregunta.

—Estaba volviendo a casa de un pub, The Rising Sun, en Abbots Chapel. Había un evento y estaba lleno hasta los topes... Recuerdo que había música, y cerraron tarde —no puede evitar que una sonrisa ligeramente dichosa llegue a sus labios al recordar cómo disfrutó de aquella noche, de esa libertad. Sin embargo, esa hermosa y perlada sonrisa pronto se desvanece de un plumazo el rememorar lo que siguió a esos dichosos momentos—. Los últimos nos fuimos sobre las 3:30h.

—¿Y cuándo saliste del pub, te fuiste sola o ibas acompañada por alguien?

—Sola.

—¿Qué pasó cuando te marchaste del pub? —pregunta la veterana agente de cabello castaño con toda la delicadeza de la que es capaz, pues sabe de buena tinta, además por Cora, lo difícil que resulta para una superviviente de agresión sexual el recordar dicho trauma a marchas forzadas.

—No estaba lejos de casa —continúa Benson, dejando que una solitaria lágrima salada se deslice por su mejilla derecha—. Hay un campo que hay que cruzar en diagonal: la hierba está alta, porque nunca la cortan, y lleva hasta la parte de atrás de Kingsbere —detiene su relato de los hechos momentáneamente, apretando los labios en una delgada y tensa línea, mientras juguetea con la alianza en su mano izquierda. Cuando nuevamente abre la boca para continuar, le tiembla la mandíbula—. Estaba justo a mitad de camino, cuando me pareció oír algo. Pensé en mirar hacia atrás, pero no sé por qué. Noté cómo alguien venía corriendo hacia mí —toma aliento entre ligeros sollozos, los cuales se han abierto camino a medida que las palabras salen de sus temblorosos labios—. Me dio un puñetazo. Me golpeó desde atrás —relata, cayéndole de nueva cuenta un reguero de lágrimas saladas por las mejillas, al mismo tiempo que empieza a moquear, debido a que la nariz se le ha taponado. Rápidamente, Harper le entrega una caja de pañuelos para que se seque las lágrimas y la nariz—. Gracias —dice la superviviente, antes de secarse las lágrimas de los ojos, para después sonarse la nariz, logrando calmarse brevemente como para continuar—. Y debido al golpe, perdí el conocimiento.

La analista del comportamiento, a pesar de tener ahora su TEPT bajo control, no puede evitar sentir que un escalofrío la recorre de arriba-abajo al escuchar el relato de la agresión por parte de Laura. No puede evitar empatizar con ella, pensar que ella misma ha pasado por su situación.

Discretamente, sin apartar la mirada de su actual testigo, Alec sujeta la mano izquierda de su prometida en su derecha. No ha podido evitar fijarse en que Laura Benson lleva una alianza, y por lo impoluta que está y por cómo juguetea con ella, debe llevar poco tiempo casada. Alec es capaz de ponerse en la piel del cónyuge de Benson, y se imagina perfectamente cómo reaccionaría él ante esta situación. Dios, está a punto de casarse con Lina, y no puede evitar reaccionar de manera visceral a estas situaciones, porque ahora más que nunca tiene algo que proteger.

Cora reciproca el gesto de su confidente y protector, dándole un apretón a su mano, acariciando su dorso con afecto, transmitiéndole lo agradecida que está por su apoyo constante y su cariño.

—¿Y sabes cuánto tiempo estuviste inconsciente antes de despertarte, Laura?

—No, Inspectora Harper —niega la superviviente con la cabeza, secándose las lágrimas una vez más—. Cuando me desperté tenía algo en mi boca... Recuerdo que era algo de un material grueso, quizás un calcetín, amordazándome. Tenía las manos atadas a la espalda, y él estaba encima de mí —relata, sintiendo que el temblor de sus manos se transmite a todo su cuerpo—. Olía a bebida —señala, y la pelirroja de ojos azules detiene su escritura en su bloc de notas al momento, pues este es otro detalle que Trish mencionó en su declaración, pero que no se ha hecho público.

—¿Qué clase de bebida?

—Alcohol —responde Laura rápidamente—. No sé por qué recuerdo eso: alcohol barato.

—Los sentidos del olfato, del oído y del gusto son los que están conectados al sistema límbico del cerebro, que se encarga de procesar la memoria y las emociones —explica rápidamente la mentalista de treinta y dos años en un tono sereno—. Cuando hacemos frente a eventos traumáticos éstos pueden percibirse de manera más intensa en nuestro subconsciente, de ahí que seas capaz de recordar el alcohol que había bebido tu agresor —Benson asiente en silencio, agradeciéndole a la inspectora que se lo haya explicado, pues durante mucho tiempo se ha preguntado por qué era capaz de recordar ese retazo de ese horrible ser humano que la despojó de libertad y seguridad.

—¿Serías capaz de describirlo? —indaga la Inspectora Miller.

—No sé... No pude verlo, lo siento.

—Tranquila, lo estás haciendo genial —le asegura la castaña, percibiendo por la periferia de su visión que sus dos compañeros asienten al unísono en el mismo momento en el que la escuchan.

—¿Qué hiciste con la ropa de aquella noche, Laura? —cuestiona Alec en un tono muy suave.

—La lavé —responde la superviviente entre lágrimas—. No he vuelto a ponérmela.

—¿Todavía la conservas? —el escocés continúa con el interrogatorio, a pesar de lo difícil que le está resultando el mirarla a los ojos. A esos ojos tan destrozados y llenos de dolor. No puede evitar ver retazos de la Lina adolescente que vio en el juicio en la propia Laura Benson. Sabe que no debería personificar el caso, hacerlo personal, pero con su prometida siendo una superviviente de una agresión sexual, cree que está justificada su percepción de la situación. Su actual testigo asiente en silencio, no confiando en su voz para dar la respuesta a la pregunta—. ¿Y hablaste con alguien sobre lo ocurrido?

—Con mi médico —responde Laura, armándose de valor para alzar la voz. Tras tanto tiempo en silencio, aún le es difícil sacar el coraje necesario para hablar de ello—. Una o dos semanas después de lo sucedido. Me dijo que debía denunciarlo, pero no quise... —toma aliento rápidamente, como si temiera que solo por hablar de ello, el agresor fuera a aparecer por cualquier esquina de la comisaría. Es por eso por lo que tampoco es capaz de dejar de vigilar la puerta de entrada a la habitación, así como el ambiente del exterior de la estancia. No deja de estar en guardia: ya la sorprendieron una vez, y no volverá a pasar—. No se lo conté a nadie, hasta ahora.

—¿Por qué no quisiste denunciarlo entonces? —cuestiona el Inspector Hardy.

—Por lo mismo por lo que no lo hizo la Inspectora Harper —se atreve a hacer mención a su caso específico contra Joe Miller, y la aludida asiente en silencio, comprendiendo perfectamente a qué razones se refiere. Sin embargo, la mirada del hombre trajeado se torna levemente afilada, pues no soporta que le recuerden ese evento traumático a su prometida. Pero al comprobar que Lina no parece afectada, lo deja correr—. Sé lo que pasa gracias a los periódicos. Había bebido mucho, demasiado. Llevaba una falda corta, un top bonito, maquillaje... —su voz se torna irónica con cada palabra, llena de rencor hacia la prensa, y a su manera de informar a la sociedad acerca de esta clase de delitos—. Sé perfectamente lo que me habrían hecho, porque sé cómo tratan a las mujeres como yo.

—Nosotros no —el hombre de delgada complexión y cabello castaño se apresura en tranquilizarla, negando dichas acusaciones en el ámbito policial.

—¿Y por qué has cambiado de opinión? —a pesar de saberlo, Cora quiere escucharlo de su propia boca. Necesita oírselo decir, al igual que sus compañeros de profesión.

—Lo leí en el periódico y vomité en el baño del trabajo... —rememora con un escalofrío—. No podría soportarlo: no dejaba de pensar una y otra vez «¿y si fue él? ¿Y si fue el mismo hombre? No lo denuncié, y se lo ha hecho a otra persona» —como temía la mentalista de la comisaría de Broadchurch, Laura Benson se culpa a sí misma por la agresión que ha sufrido Trish Winterman—. Pude impedirlo de haber sido más valiente, si hubiera hablado de ello, si lo hubiera denunciado... Pero no lo hice —las lágrimas vuelven a aflorar una vez más, secándoselas al momento con el papel—. Sé por lo que está pasando ella, y es culpa mía.


Aproximadamente a las 16:12h, cuando han terminado de tomarle declaración a Laura Benson, tranquilizándola en el proceso, los tres agentes de policía le piden a la superviviente que los lleve hasta el campo en el que fue agredida. Con la confianza de que la policía está de su parte, Laura accede a su ruego, y se monta en el coche de la analista del comportamiento, el cual es conducido por el Inspector Hardy, mientras que la Inspectora Miller se sienta en el asiento del pasajero. La mujer que trabaja de operadora en la empresa de informática se sienta en la parte trasera del vehículo, acompañada por Coraline Harper, quien en todo momento sujeta sus manos en un gesto amable y reconfortante. Gracias a sus indicaciones llegan pronto a su casa. El hombre trajeado de delgada complexión estaciona el vehículo frente a su puerta, antes de apearse de él. Caminan unos pocos metros, hasta llegar al campo de hierba de color trigueña donde tuvo lugar la brutal agresión. Es capaz de recordar el lugar exacto en el que sucedió, de modo que los investigadores lo apuntan en sus blocs de notas, con el fin de ser lo más precisos posibles en sus deducciones y acusaciones, cuando ya hayan encontrado a un potencial sospechoso que coincida con las declaraciones de ambas supervivientes, así como con las pruebas. Cuando vuelven a su casa, pues por consejo de Harper no debe excederse ni obligarse a recordar, la mujer de cabello rubio y ojos verdes suspira aliviada, aún sujetando el bolso contra su pecho, como si fuera un escudo.

Laura se vuelve hacia los policías y sonríe brevemente.

—Gracias.

—Has sido muy valiente al venir a hablar con nosotros, Laura —asevera con confianza la analista del comportamiento de cabello carmesí—. No sé cómo has podido guardártelo durante tanto tiempo, pero estás haciendo lo correcto, te lo garantizo —la aludida asiente con más tranquilidad que en la comisaría, dejando escapar una sonrisa agradecida y aliviada.

—Quiero que sepas que, nos da igual el tiempo que haya pasado —intercede Hardy en ese preciso instante, quien ahora más que nunca está decidido a atrapar al responsable—. Lo investigaremos meticulosa y concienzudamente. Haremos todo lo que esté en nuestra mano para encontrar a la persona que te hizo esto.

—Y te mantendremos al corriente de todo lo que pase, ¿de acuerdo? —añade Ellie con un tono suave y amable—. Pero necesitarás apoyo para procesar todo esto, y para seguir adelante mientras dure la investigación... ¿Tienes a alguien con quien hablar?

—Me casé hace seis semanas —la sonrisa de Laura es contagiosa debido a su felicidad. Alec siente que un escalofrío lo recorre de pies a cabeza, pues su deducción no estaba errada. Lleva casada relativamente poco tiempo—. Él no lo sabe —confiesa con algo de nerviosismo, pidiéndoles de manera implícita su opinión—. ¿Debería contárselo?

—Me temo que no podemos darte una respuesta correcta, Laura: al fin y al cabo, tú conoces a tu marido mejor que nadie, y podrás anticipar su reacción ante esa posible noticia... —sentencia la analista del comportamiento—. Si estas segura al cien por cien de que es una persona comprensiva, capaz de escucharte y apoyarte incondicionalmente, independientemente de lo que sucediera en el pasado, mi consejo es que se lo cuentes. Pero si estás segura de ello en un noventa y nueve por ciento, con ese uno por ciento de inseguridad sobre su reacción, no lo hagas. En este segundo caso, mi consejo es que acudas a un terapeuta profesional que te ayude a gestionarlo.

—Muchas gracias, Inspectora Harper —afirma la superviviente, antes de despedirse de ellos, contemplando cómo entran en el coche de la analista del comportamiento, antes de conducir lejos de allí, de vuelta a Broadchurch.

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