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Capítulo 24 {1ª Parte} 🔞

🔞 ADVERTENCIA DE CONTENIDO 🔞
Este capítulo contiene escenas de sexo explícito que pueden resultar ofensivas y/o incómodas para algunos lectores, además de ser inapropiadas para los niños.
Se recomienda la discreción del lector.


Tras soltar a Jim Atwood a las 00:15, una vez han terminado de tomarle declaración, los tres detectives de la policía de Wessex deciden que ya han trabajado suficiente el día de hoy, de modo que vuelven cada uno a su casa, con la de cabello castaño ofreciéndose a acercar a los prometidos a su vivienda. Alec acepta su ofrecimiento, pues tras el día de hoy, tras todas sus emociones, no cree que sea conveniente para su querida Lina el hacer más esfuerzos de los necesarios. Tras despedirse de Ellie en la puerta de su casa, la pareja entra por la puerta principal, advirtiendo al momento el silencio que domina la casa. Queda claro entonces que Daisy se ha ido a dormir hace varias horas. La pelirroja se acerca a la mesa de la cocina, donde puede ver los deberes de su hija, acabados y revisados por alguien que no es ella. Contempla las revisiones, y a juzgar por los comentarios que ha dejado además de su caligrafía, se trata de una alumna de un curso superior. Momentáneamente, le viene a la mente una carta que recibió de los Latimer hace tiempo, agradeciéndole todo lo que hizo por ellos en el juicio. La caligrafía de la hija de Beth es exacta a la que aparece en las correcciones de los deberes de Daisy. "De modo que Chloe ha venido a casa y ha hecho compañía a Dais... Me alegro: le vendrá bien tener una amiga de su edad que la pueda apoyar en estas complicadas circunstancias", piensa para sus adentros, antes de bostezar, sintiendo que el cansancio hace presa de ella rápidamente. Tras asegurarse de guardar los deberes en la mochila de la adolescente, la cual está colocada sobre la mesa, se la cuelga al hombro, antes de encaminarse hacia las escaleras del piso superior.

Alec camina cerca de ella, contemplando cómo su querida prometida llega a la habitación de Daisy. La puerta está cerrada, pero la taheña la abre despacio, asomando la cabeza al interior. Contemplan a la adolescente durmiendo plácidamente en su cama, lo que provoca una oleada de ternura en los dos adultos. La analista del comportamiento sonríe con dulzura antes de entrar a la estancia, con el escocés contentándose con mantenerse en el umbral de la puerta, observándola. La ve dejar la mochila junto a la cama, antes de colocarse cerca de la dormida estudiante. Toma las sábanas y la manta, arropándola cariñosamente, antes de inclinarse sobre ella, besando su frente con afecto. El hombre trajeado no puede evitar que una sonrisa dichosa y entrañable aparezca en su rostro al verla realizar ese gesto, de modo que, cuanto ella vuelve al umbral de la puerta del dormitorio, Alec decide acercarse también. Camina hasta quedar junto a la cama, sentándose brevemente en el colchón, antes de apartar unos pocos mechones de cabello rubio del rostro sonrosado de su hija. Siente que el corazón le late con fuerza al contemplar ese rostro dormido que tanto ha echado de menos: aún la ve como a su niñita, esperando a que la recoja a la salida del colegio... El usualmente taciturno inspector se inclina sobre su amada hija, antes de depositar un cariñoso beso en su mejilla, provocando que, en sueños, Daisy sonría al advertir ese gesto. Ambos adultos salen del dormitorio de la jovencita entonces, cerrando la puerta con cuidado de no hacer sonido alguno, antes de dirigirse a su propia habitación.

Una vez allí, Coraline se sienta frente al tocador, despojándose rápidamente del maquillaje en su rostro, antes de soltar su cabello, posando sus ojos en el espejo. Inmediatamente, a través de la imagen que el espejo refleja, contempla cómo a su espalda, su prometido ha cerrado la puerta del dormitorio, apoyándose en ella. La está observando en silencio, con las manos en los bolsillos del pantalón, y una sonrisa entre pícara y cálida.

No es la primera vez que lo ve mirarla de esa manera, y está segura de que no será la última, pero solo con sentir sus ojos, su cuerpo arde, y su corazón se acelera. La pelirroja con piel de alabastro corresponde su sonrisa con cierto grado de seducción, antes de despojarse de sus sandalias, siendo perfectamente consciente al momento de inclinarse para desatar la tobillera, que él está observándola. El inspector con vello facial castaño traga saliva al contemplarla, consiguiendo Coraline la reacción que esperaba de él. Una vez queda descalza, la mujer de treinta y dos años se levanta de la silla del tocador, caminando hacia su prometido.

—Alec... —su voz es suave, tentativa, pues percibe que se ha instalado ese ambiente íntimo tan característico entre ellos. Como respuesta a que ella lo llame por su nombre, el escocés, que aún se mantiene apoyado en la puerta cerrada, simplemente emite un sonido semejante a un tarareo, indicando que está escuchándola, esperando su inminente petición—. ¿Podrías ayudarme con la cremallera? —cuestiona, dándole la espalda, antes de retirar su cabello de su cuello con la mano derecha, colocándolo sobre su hombro. De esta forma, no solo está dándole la oportunidad a su querido protector de acceder mejor a la cremallera, sino que, indirectamente, lo está incitando a acercarse a ella, a inhalar su perfume, a recorrer su cuerpo con las manos. Al advertir esto, Alec siente que se le entrecorta la respiración, y su corazón late con algo más de rapidez en su pecho. Las pupilas de sus ojos pardos se han dilatado, y se ha quedado en una especie de trance, incapaz de apartar la mirada—. ¿Por favor...? —esas últimas palabras, dichas mientras ladea levemente la cabeza, con su ojo celeste izquierdo fijo en él, son las que provocan que el hombre trajeado sienta un nudo en su garganta, perfectamente consciente de sus intenciones y provocación.

Con unos pocos pasos, Alec se encuentra ya tras su prometida, intercambiando una silenciosa mirada con ella, quien espera pacientemente a que retire la cremallera. Antes de hacerlo, sin embargo, el hombre trajeado sujeta su mentón con su mano izquierda, manteniéndolo ladeado, provocando que la respiración de la joven se detenga por unos segundos, preguntándose cuál va a ser su siguiente paso. El latido de la taheña se intensifica en cuanto lo observa inclinarse hacia ella, capturando sus labios en un suave pero pasional beso. Como respuesta inmediata a ese gesto, Cora cierra los ojos y alza su mano izquierda al cabello castaño de él, acariciándolo, dejando que sus dedos se mezclen con sus mechones, logrando que el policía emita un leve suspiro de satisfacción. Tras romper el beso por falta de aire, dejándolos a ambos jadeando, finalmente, el inspector coloca su mano derecha en la cremallera, antes de comenzar a bajarla, mientras que su mano izquierda se mantiene en la cadera de su amada subordinada.

Cuando la cremallera llega hasta su límite, quedando expuesta la nívea espalda de su pareja, el escocés no puede evitarlo, e inclinándose hacia ella, deja un recorrido de suaves besos, que logran que Coraline muerda su labio inferior, sintiendo que cada parte que su enamorado toca o besa, se enciende poco a poco. El vestido orquídea se desliza por los hombros de la pelirroja debido a la gravedad, cayendo al suelo con un suave sonido. Queda entonces a la vista de su pareja, únicamente ataviada con ropa interior. Mientras coloca sus labios en el cuello de la analista del comportamiento, propinándole cariñosos besos cerca de su oreja izquierda, las expertas manos del escocés poco a poco recorren el torso de su prometida, acariciando su vientre, al cual presta especial atención. Traza delicadamente el contorno del vientre, distinguiendo con cada toque cómo ha ido cambiando estos meses con el embarazo.

Sintiendo que su respiración se torna algo errática por las caricias y la atención que recibe de su enamorado, Coraline se gira sobre sí misma y presiona su cuerpo contra el de Alec. Él traga saliva en cuanto percibe cómo sus delicados y suaves senos se presionan contra su pecho, antes de emitir un gruñido placentero, debido a que, tras deshacerse de la chaqueta y la camisa, los labios de su pareja se posan en su cuello, dejando un recorrido de besos húmedos hasta la cicatriz que hay cerca de su corazón. Sin siquiera reparar en el sonido de las prendas de su pareja cayendo al suelo, la inspectora acaricia su cicatriz, antes de besarla afectuosamente, pues gracias a ella está con ella, allí y ahora. Es entonces cuando, colocándose levemente de puntillas por la diferencia de altura, la mujer con labios sonrosados rodea el cuello de su enamorado con sus brazos, acariciando su cabello, logrando arrancar efectivamente una serie de pequeños gemidos roncos por parte de Alec, quien disfruta de sus caricias en esa zona específica.

—Coraline... —él susurra su nombre entre jadeos, pronunciándolo con suavidad, como si fuera lo más preciado en este mundo para él, al tiempo que posa sus ojos pardos en los azules de ella, contemplándola con adoración: la forma en la que sus mejillas se ruborizan lo estremecen.

—Alec... Por favor... —su petición y consentimiento queda implícito, e inmediatamente, él rodea su cuerpo con sus brazos, antes de complacer su deseo, inclinándose hacia ella, juntando nuevamente sus labios, aunque en esta ocasión, el beso es mucho más pasional y hambriento.

Sin esperar mucho más, aun manteniendo ese baile entre sus bocas, el escocés sujeta a la mujer de treinta y dos años en sus brazos, llevándola como una princesa a su cama. La coloca delicadamente sobre las sábanas, rompiendo ese beso entre ambos, escuchando el claro suspiro que ella deja escapar, con sus ojos celestes brillando incluso en la tenue luz de la estancia, fijos en su rostro. Sus mejillas están sonrojadas por el calor y la viveza de su afecto, y su boca está levemente abierta, respirando agitadamente. Alec no puede evitar sentir una calidez en su pecho al verla así, vulnerable y totalmente entregada a él. Claro que, él mismo tiene esa expresión en su rostro, de completa adoración y entrega, y es entonces cuando, nuevamente, en una actitud algo demandante, la taheña exige que vuelva a besarla hasta dejarla sin sentido. Dejando escapar una carcajada al sentir de nueva cuenta sus brazos alrededor de su cuello, Alec obedece a su ruego, intercambiando una serie de besos, mientras sus manos exploran sus suaves pechos, acariciándolos con toda la dulzura que le es posible, logrando arrancar una serie de gemidos en su prometida, antes de retirarle el sujetador.

El beso se torna más demandante en ese instante, con las manos de la joven acariciando el torso del hombre que ama, mientras que las manos de él, continúan masajeando sus senos, antes de comenzar a bajar por su vientre, llegando al valle de Venus. Se deshace de su ropa interior, depositándola en cualquier lugar de la habitación, antes de comenzar a estimularla en su zona sensible con su mano derecha, partiendo sus labios, sintiendo que, debido a los besos y las caricias, la pelirroja ya está bastante lubricada. Como respuesta a sus atenciones, Coraline gime contra sus labios, dejando claro a su pareja que está disfrutando de sus caricias. Siendo cuidadoso en todo momento para evitarle cualquier incomodidad, a pesar de haber tenido relaciones sexuales antes, Alec comienza a masturbarla suavemente, mientras acaricia su clítoris, antes de, tentativamente, introducir un dedo en su cálida y húmeda cavidad. Al notar esa sensación placentera en su interior, la analista muerde suavemente el labio inferior de su amado, logrando que emita un gruñido ronco.

El inspector escocés rompe el beso, pasando a besar el cuello de alabastro de ella, dejando libre sus labios para escuchar los dulces sonidos y gemidos que ella emite al tiempo que comienza a estimularla, moviendo su dedo dentro de ella. Primero solo era un dedo, pero al sentirla arquearse, rasgando su espalda con sus uñas, el hombre con cabello castaño, ahora perlado en sudor, introduce otros dos dedos. Coraline emite un gemido ronco, pues está siendo sobre estimulada, ya que además de tocarla, Alec no deja de besar su cuello. Busca la forma de acallar su voz, sintiéndose avergonzada por los sonidos que está dejando escapar. Decide morderse el labio inferior para silenciarse, pero como si adivinase sus intenciones, el escocés comienza a aumentar la velocidad en la que mueve sus dedos, rozando sus paredes, antes de encontrar ese punto en su interior que la vuelve loca.

—¡Alec...! —ella no puede evitar dejar escapar un gemido—. ¡Ah-ah...!

Él sonríe disimuladamente, al haber conseguido impedir que retenga su voz, pues le encanta escucharla. Siente que su miembro comienza a volverse erecto ante esta visión tan erótica, con ella gimiendo bajo él, revolviéndose y buscando la forma de llegar al éxtasis. Traga saliva, intentando contener su propia excitación, al mismo tiempo que comienza a masturbarla más insistentemente, rozando suavemente su clítoris con el pulgar de su mano, mientras que con su boca, comienza a lamer y succionar sus sensibles pezones. Al momento, siente cómo la espalda de su prometida se arquea, dejando escapar un gemido de placer.

—¡A-Alec! —nuevamente gime su nombre, y el escocés siente que sus dedos se deslizan incluso más fácilmente que antes, con su interior expulsando cada vez más fluidos que lubrican sus dedos. La cabeza de ella se inclina hacia atrás contra la almohada, con su boca ligeramente abierta, jadeando erráticamente. Está cerca. Él es capaz de notarlo, pues ya conoce al dedillo cada reacción de su cuerpo ante sus acciones. Aumenta la velocidad de sus dedos, con el pulgar dando vueltas en su clítoris de manera insistente.

—¡C-Cora...! —al escocés se le escapa un gemido al sentir cómo sus paredes vaginales se cierran alrededor de sus dedos.

—¡M-me voy a correr! —dice la joven de piel nívea, antes de que sus manos se deslicen nuevamente al cabello castaño de él, enterrándose entre sus mechones, sujetándolos con fuerza y tirando de ellos—. ¡Ah-ah...! ¡Voy a...! ¡Voy a...! —es incapaz de terminar sus frases ni de pensar en algo coherente, sintiendo que el placer la embarga, con la tensión de su cuerpo elevándose hasta llegar a su punto de quiebre.

El Inspector Hardy besa sus labios en el mismo instante en el que la mujer de cabello carmesí tiene su orgasmo, gimiendo contra sus labios al mismo tiempo que arquea su espalda nuevamente, con sus manos sujetando y tirando algo bruscamente de su cabello. Siente cómo sus paredes vaginales se contraen antes de relajarse, y cómo los fluidos de su orgasmo mojan sus dedos y su mano. Alec rompe el beso tras retirar su mano de su húmedo interior, quedando sobre ella, apoyado en sus codos, con sus ojos pardos fijos en los azules de ella, respirando ambos agitadamente, sintiendo la intensa calidez de sus cuerpos.

En ese preciso momento, incorporándose levemente y quedando sentada sobre las sábanas, las manos de ella, que recorren su cuerpo desde su cabello, pasando por su pecho, se detienen en la hebilla de su cinturón. No ha pasado desapercibido para ella los leves gemidos y gruñidos que ha emitido su prometido mientras la masturbaba, y por ello, es consciente de que aún tiene una erección. Más, cuando empieza a hacer el esfuerzo de despojarlo de su pantalón y con ello de su ropa interior, el hombre con cabello castaño, ahora revuelto y pegado a su frente perlada, se sienta frente a ella y sujeta sus manos, apartándolas con suavidad y delicadeza de la hebilla.

Los ojos celestes de Coraline lo contemplan con nerviosismo a la par que confusión.

—¿Ca-cariño...? —la voz de ella suena entrecortada, más alta de lo habitual debido a la excitación que aún la recorre de arriba-abajo, pues siente que su deseo sexual no ha sido satisfecho, ya que necesita sentirlo cerca de ella, dentro de ella—. ¿Qué estás...? —no comprende por qué de pronto se ha alejado, impidiéndole satisfacerlo como él ha hecho con ella. Mientras frunce el ceño levemente, siente que la frustración la invade.

—S-si seguimos... N-no quiero haceros daño, a ti o al bebé —es la respuesta que llega a sus oídos entre jadeos, y la hace estremecerse debido a la ternura y la consideración tras sus palabras: cree que podría hacerles daño si continúan manteniendo relaciones sexuales, y por eso está negándose a penetrarla, aun a riesgo de no satisfacerse y no llegar al orgasmo. Con una sonrisa enternecedora, la pelirroja se acerca a él, acariciando su vello facial con cariño y suavidad, antes de comenzar a repartir besos por su cuello, haciéndolo inhalar hondo y gemir—. Li-Lina...

—Tranquilo —asevera ella, antes de besar el lóbulo de su oreja, logrando hacerlo estremecerse, advirtiendo al momento cómo su erección se hace visible bajo sus pantalones, rozando ligeramente contra su muslo—. El bebé y yo estaremos bien: los músculos del útero y la bolsa amniótica lo protegen —su lado racional y analítico sale a la superficie, algo que, inconscientemente, excita y atrae a su prometido, haciéndolo tragar saliva, sintiendo que la sangre bombea con más fuerza hacia su miembro erecto—. Además —la analista baja su tono de voz a propósito, antes de colocar nuevamente sus manos en la hebilla de su pantalón—, te necesito...

Esas palabras que reafirman su consentimiento, junto con la aseguración de que el bebé y ella estarán bien incluso si continúan, son el catalizador para que el escocés abandone sus reticencias. Dejando escapar un suspiro, permite que su querida protegida comience a deshacerse de su ropa inferior. Una vez descartados los pantalones y la ropa interior, dejándolos en el suelo junto a la cama, las manos de la pelirroja se deslizan hacia su vello púbico, antes de posar sus ojos celestes en los pardos de él. Los orbes de ella brillan con ligera picardía, y él es capaz de inferir qué es lo que busca: quiere una confirmación explícita mediante su lenguaje corporal de que debe continuar. Alec asiente lentamente, antes de dejar escapar un quejido cuando su amada sujeta su miembro en su mano derecha, mientras que sus labios se dedican a besar sus pezones erectos. Como ya le enseñara, Cora empieza a mover su mano derecha arriba y abajo a lo largo de su miembro, desde la base, escuchando con atención cada suspiro, cada gruñido y cada gemido que emite. Poco a poco, empieza a sentir cómo palpita, y cuando sus ojos celestes se posan en el rostro de su querido inspector, lo contempla mordiéndose el labio inferior, con los ojos cerrados fuertemente, claramente disfrutando de las sensaciones.

—¡Li-Lina...! —los propios gemidos de él, que comienzan a escucharse con su acento escocés, pronto provocan que, de nueva cuenta, la pelirroja con piel de alabastro sienta su propia excitación acrecentándose—. ¡Ci-cielo...!

Mientras lo masturba, escuchando claramente los quejidos y pequeños gemidos que su adorado Alec deja escapar, Cora se acerca a su cuello, antes de posar nuevamente sus labios en él, succionando en un punto concreto, cerca de su oreja. Se asegura de dejar un chupetón, una especie de marca para asegurarse de recordar este momento, esta noche, posteriormente.

—¡E-eso...! ¡Ah...! —Hardy no puede evitar emitir un gemido al sentir cómo la mujer que ama lo marca de esa manera. Esta acción además, provoca que el miembro del inspector comience a segregar liquido preseminal, mientras aumenta el nivel y el volumen de sus sonidos—. V-vuelve a hacerlo... —le ruega entre jadeos, sintiendo a los pocos segundos que Cora cumple su deseo, dejando otra marca, pero esta vez en su clavícula derecha.

En un momento dado, Alec sujeta a su amada pareja por la cadera, instándola a tumbarse nuevamente en la cama, pero para su sorpresa, la pelirroja de ojos azules se acerca a su torso, antes de elevar su cadera unos centímetros sobre su miembro.

—¡Ah...! ¡C-cielo...! —en el mismo instante en el que siente cómo las cálidas paredes de ella lo rodean poco a poco, insertándolo en su interior, Alec deja escapar un gemido ronco, rodeando el cuerpo de su pareja con sus brazos.

—¡Estás tan duro...! ¡Ah...! —mientras desciende su cuerpo hasta llegar a la base de su erección, la mujer con piel de alabastro no puede evitar dejar escapar una serie de gemidos y suspiros, sujetándose a los hombros de su pareja.

El vaivén comienza entonces de manera lenta, amorosa y suave, con el hombre con vello facial moviendo sus caderas en un movimiento ascendente, haciéndolos gemir a ambos, pero con su adrenalina y la excitación por las nubes, ninguno puede soportarlo más de un minuto. Pronto, sus caderas se separan y unen velozmente, escuchándose el sonido de sus cuerpos chocando el uno contra el otro. La cadera de él se mueve rápidamente, encontrándose a medio camino de sus embestidas con la de ella, que, ayudándose de las rodillas, se mueve arriba y abajo.

—¡A-Alec...! ¡A-Alec...! —Cora no puede parar de gemir su nombre mientras percibe cómo su interior empieza a contraerse nuevamente, sintiendo cómo su miembro entra y sale de su interior, golpeando su punto de mayor placer—. ¡S-se siente t-tan bien...! —le expresa entre jadeos, provocando que el miembro de él se endurezca un poco más al escuchar su voz—. ¡Ah-ah...! ¡Más rápido...! —le pide con un tono lleno de lujuria, antes de hundir la cabeza en el cuello de su pareja, no pudiendo evitar morder su hombro debido al placer que la recorre.

—¡Ah...! ¡Li-Lina...! —la voz jadeante y llena de placer del hombre de delgada complexión se eleva un poco, siendo recorrido por un estremecimiento de placer al sentir cómo lo ha mordido, provocando que sus embestidas se tornen más fuertes y profundas, antes de aumentar la velocidad, como ella le ha pedido—. ¡M-me siento bien d-dentro de ti...! —el placer lo recorre de tal manera, que el escocés es incapaz de hablar con coherencia, dejando que su excitación hable por él. Su miembro está palpitando aún más fuerte, y sus jadeos se intensifican—. ¿Estás...? ¡Ah...! ¿Estás cerca...? —cuestiona con una voz ronca, su acento escocés impregnando sus palabras, pues siente cómo el interior de su querida pelirroja está contrayéndose, oprimiendo su miembro, siéndole cada vez más complicado el moverse.

—¡Ah-ah...! ¡Ah-ah...! —incapaz de responder salvo con gemidos cerca de su oído, el de cabello castaño percibe cómo asiente con la cabeza.

—¡Va-vamos, cielo...! —la anima sin dejar de moverse, necesitando escuchar cómo llega a su clímax, sintiendo que el suyo también se acerca rápidamente.

—¡Ah...! ¡A-Alec...! —Cora está arqueando su espalda, al mismo tiempo que inclina la cabeza hacia atrás, provocando que, para evitar que se haga daño, él la recueste sobre la cama, sin dejar de moverse dentro de ella, logrando encontrar un nuevo ángulo desde el que golpear su punto débil—. ¡Ah-Ah...! —ella gime descontroladamente, pues está sobre estimulada una vez más: Alec acaba de inclinarse sobre su pecho, succionando sus pezones, mientras que su mano derecha se ha deslizado entre sus cuerpos, acariciando su clítoris, sujetándolo y tirando suavemente de él—. ¡N-no pares...! —le ruega con pasión, pues esta acción ha provocado que una sensación, como de corriente eléctrica, la recorra de arriba-abajo. Su interior se estrecha aún más, aprisionando el miembro de su pareja, quien rechina los dientes, moviéndose de manera algo descoordinada y frenética, pues su orgasmo está tan cerca como el de ella.

—¡V-vamos...! —sus caderas golpean las de su prometida a un ritmo frenético.

—¡A-Alec...! ¡M-me corro...!

Su segundo orgasmo no tarda en llegar, con Cora moviendo sus caderas para encontrarse con las suyas, sujetando con sus manos el cabello castaño que tan loca la vuelve. Como respuesta al orgasmo de ella, Alec coloca su cabeza junto a su cuello, cerca de su oído, gimiendo y jadeando.

—¡Ah...! ¡M-me vengo...! —sintiendo cómo el líquido del orgasmo de su pareja envuelve su miembro, presiona unas cuantas veces más antes de sentir que su propio orgasmo lo envuelve, liberando su semen en el interior de su conducto vaginal—. ¡Li-Lina...! —no detiene las embestidas incluso mientras está eyaculando, provocándoles a ambos un gran placer.

Cuando el subidón va disminuyendo, Alec sale de ella respirando agitadamente, antes de recostarse en la cama, a su lado. Automáticamente, buscando su calor, ella se recuesta sobre su pecho, escuchando el latir de su corazón. Él rodea su cuerpo con sus brazos, abrazándola, pues ella aún tiembla de arriba-abajo por el intenso placer que siente. Mientras aún jadean, Alec besa a su prometida en su frente perlada en sudor, habiéndole apartado el mojado cabello de ésta. Ella lo mira a los ojos, acariciando su vello facial con suavidad y ternura, mientras él la sujeta por la cadera, acariciando su vientre con afecto.

—¿Estás bien...? —pregunta el escocés con preocupación, observándola atentamente.

—Estoy maravillosamente, cariño... —responde ella con un tono satisfecho y dulce, besando la punta de su nariz en un ademán amoroso—. Y el bebé también —le asegura, antes de bostezar debido al cansancio que la domina—. Me gustaría darme un baño caliente para relajarme, pero tengo mucho sueño... —se lamenta con un mohín que el inspector encuentra adorable.

—Yo me encargo, no te preocupes —asegura él, sonriéndole, antes de tomarla en brazos como a una princesa, llevándola al aseo de la planta superior, cruzando el pasillo, asegurándose primero de que la puerta del dormitorio de Daisy está cerrada.

Tras compartir una serie de besos cariñosos, además de susurrarse amorosamente palabras de amor, ambos se meten en el agua caliente de la bañera, dejando que ésta relaje sus cuerpos. El escocés aprovecha el momento para ayudar a su pareja a lavarse, pues debido al cansancio, apenas puede mantener los ojos abiertos. Frota su cuerpo con la esponja llena de jabón, con el fin de deshacerse de cualquiera resto o bacteria del sexo. Una vez están aseados, Alec vuelve a sujetarla en sus brazos. Camina con ella hasta la habitación, donde ambos se visten con su ropa interior y su ropa de dormir, introduciéndose en la cama bajo las sábanas. Él rodea el cuerpo de ella desde atrás, con su mano derecha bajo la almohada, cerca de su cabeza, mientras que la izquierda se queda sobre su vientre, cerca de su bebé. No puede evitar sonreír ante la perspectiva de que esa nueva que han creado juntos crece día a día. Está deseando que pasen esos siete meses restantes para poder conocerlo/a.

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