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Capítulo 21 {2ª Parte}

Son las 14:05, y Coraline Harper está en la sala de estar, habiendo llegado con Daisy hace aproximadamente unos minutos. Se ha despojado de su chaqueta y chaleco, quedando únicamente con su camisa blanca, pantalones de trabajo y tacones. Con ayuda de la adolescente, está organizando una cuantiosa comida, puesto que, como esperaba y bien ha vaticinado al proponerle a su pareja el ir a casa antes, ha recibido un nuevo mensaje por parte de Nadia. Le ha comunicado que acaban de llegar a Broadchurch. Le ha pedido indicaciones, y la pelirroja se las ha dado gustosamente, enviándoles la dirección de su casa. Dada a hora, y el hecho de que, como le ha dicho su hermana, aún no han comido nada desde el desayuno, la pelirroja ha creído conveniente el invitarlos a comer. Por suerte, Alec ha estado de acuerdo con este plan, y le ha dicho que estará allí lo antes que pueda. La pelirroja no puede evitar sentir nauseas, aunque no cree que sea solo por el embarazo, sino por los nervios de este encuentro.

—Tranquila, Mamá, todo va a ir bien —le dice la menor de los Hardy en un tono suave, habiéndose dado cuenta de cómo le tiemblan las manos a su madre, además del hecho de que no puede estar quieta más de un minuto. No para de comprobar si el soufflé de carne está bien hecho—. Si sigues caminando así, solo vas a conseguir agotarte, ah, y hacer un agujero en el suelo —añade con un tono que mezcla el divertimento y la preocupación, logrando detenerla en ese mismo instante, colocando un bol de ensalada en el centro de la mesa del comedor.

—Sí, tienes razón, lo sé, pero... —la analista del comportamiento siente los nervios a flor de piel, antes de suspirar hondo para calmarse lo máximo posible. Coloca entonces el soufflé de carne en la mesa, junto a la ensalada—. Creía que estaba preparada para esto, pero estoy atacada de los nervios —se sincera, colocando los vasos de cristal y las copas, en caso de que alguno de ellos quiera tomar vino—. ¿Me pasas la jarra de agua? —le pide, colocando las botellas de vino y té helado en la mesa, en una esquina de la mesa, a fin de que el centro quede lo más despejado posible. Al fin y al cabo, no quiere tener una botella impidiéndole realizar contacto visual si van a charlar entre ellos.

—Aquí tienes —Alec, que acaba de llegar a la vivienda, apenas se ha molestado en quitarse la corbata para aparentar un nivel mayor de informalidad, le entrega la jarra de agua—. Hola, cariño —el escocés saluda a su hija, quien le entrega la cesta con el pan, besando su mejilla—. Vaya, te veo muy nerviosa, Lina...

—Hola, cielo —lo saluda la pelirroja con una sonrisa, besando sus labios antes de colocar la jarra de agua en la mesa—. Bueno, dadas las circunstancias, no esperarías que estuviera bailando claqué, ¿no? —consigue bromear, haciendo reír a su querido protector y su hija—. Estoy más tranquila estando tú aquí —le susurra mientras su pareja coloca la cesta de pan en uno de los extremos, antes de comenzar a poner las servilletas.

—No te preocupes: me tienes de apoyo —le susurra él de vuelta, terminando de poner la mesa, antes de suspirar, mirando su reloj de muñeca—. ¿Te han dicho exactamente cuándo van a...? —sus palabras son interrumpidas en ese preciso momento por el toque de un claxon en el exterior de su vivienda—. Hablando de los Reyes de Roma... —comenta con un tono divertido, pues sin duda, los responsables del sonido del claxon son los gemelos.

—Nadia no mentía al decir que ella conduce más rápido —se carcajea Coraline, logrando serenarse gracias a la presencia y a los ánimos de su novio, comenzando a caminar con ellos hacia la puerta de entrada, tras la cual pueden ver un Land Rover Range Rover color plata—. Ahí están —musita, abriendo la puerta principal al mismo tiempo que se abren las puertas del coche, apagándose el motor. Del interior del vehículo salen dos jóvenes de veintiocho años. Es la misma edad que tenía ella al llegar a Broadchurch—. ¡Hola! —los saluda con unas sonrisa, acercándose a los gemelos, quienes inmediatamente se apresuran en acercarse a ella.

—¡Cora! —exclama Nadia, siendo la primera en acercarse a abrazar a su hermana mayor, sintiendo que le caen lágrimas de los ojos debido a la emoción—. Perdona... —se disculpa por las lágrimas, pero la taheña rápidamente niega con la cabeza, indicándole que no pasa nada. Ella misma está emocionada por el encuentro, al fin y al cabo—. ¡Oh, me alegro tanto de estar aquí por fin...! —tras esperar unos segundos para recomponerse y secar sus lágrimas, Nadia estrecha a la mentalista entre sus brazos de manera cariñosa—. ¡Tenía muchas ganas de conocerte!

—Ya somos dos —sonríe Cora, correspondiendo el abrazo que le brinda su hermana menor.

—Este es Aidan —lo presenta su gemela, habiendo roto el abrazo finalmente, dejándole espacio a su hermano para que salude a su hermana mayor. Éste deja escapar una sonrisa tímida pero agradable, antes de extenderle la mano.

—Encantado de conocerte por fin, Coraline.

—Lo mismo digo, Aidan —la joven de treinta y dos años estrecha su mano con efusividad, antes de sentir que su hermano le brinda un abrazo cariñoso, aunque algo reticente, pues no quiere incomodarla—. Me alegra que hayáis llegado sin demasiadas dificultades.

—Bueno, yo no diría eso, especialmente con Nadi al volante...

—¡Oye!

Al ver este intercambio, Daisy intercambia una mirada con su padre, pues el comportamiento de su posible tía es muy parecido al de su madre. No hay manera de negar que son familia, especialmente por la forma en la que Nadia Taylor-Harper observa a su hermana mayor de pies a cabeza. A los Hardy les sobreviene al momento el pensamiento de que eso es exactamente lo que la mentalista hace al analizar a alguien. De igual forma, la manera de reaccionar por parte de Aidan Taylor-Harper se asemeja mucho al de su hermana taheña, pues cuando está concentrada, o analizando algo con vehemencia, su silencio y precaución es en extremo similar. Además, Alec no puede evitar recordar que, su timidez es igual a la que Lina demostró en un principio con él, al conocerlo. Contempla cómo los hermanos parecen a punto de iniciar una discusión, lo que le provoca una sonrisa, antes de ver cómo su querida protegida interviene para calmar las aguas.

—Dejad que os presente —hace un gesto hacia los Hardy, quienes se han acercado lentamente hacia sus invitados—. Nadia, Aidan, este es Alec Hardy, mi pareja —presenta a su querido inspector, quien estrecha la mano a ambos hermanos.

—Es un placer conoceros.

—Igualmente —responde Aidan, sonriendo educadamente.

—Lo mismo digo, Alec —responde Nadia con una sonrisa de oreja a oreja, rompiendo el contacto físico por parte de ambos—. Estábamos deseándolo, especialmente después de lo mucho que Cora nos ha hablado de ti... —le hace un cumplido, logrando ruborizar a la taheña brevemente—. Lamento habernos presentado a comer de esta manera.

—No hay ningún problema, tranquila —le asegura el escocés, antes de hacer un gesto a su hija, quien con una sonrisa de oreja a oreja se coloca frente a él, entre sus dos padres—. Esta es Daisy, mi hija —presenta a su querida adolescente, quien les estrecha la mano con entusiasmo.

—Es un placer conoceros a ambos.

—Vaya, eres adorable —sonríe Nadia, realmente feliz por conocer a esta muchachita de mirada tan avispada. Seguramente, haya aprendido un par de cosas de su hermana—. Es un gusto conocerte, Daisy.

—Me alegra conocerte, Daisy —asevera Aidan con una sonrisa más amigable, habiéndole estrechado la mano con amabilidad—. Espero que hayas cuidado bien de nuestra hermana...

—Pues claro que sí —responde Daisy, siguiéndole el juego—. Papá y yo cuidamos de ella.

—Por lo que tenemos entendido, tiende a meterse en problemas.

—¿Problemas? ¿Yo? —se ofende falsamente la pelirroja, apreciando el esfuerzo de sus dos hermanos para acabar con la ligera tensión que hay en el ambiente, al ser este su primer encuentro—. ¿De dónde has sacado esa idea tan rocambolesca?

—No sé, yo diría que tienen razón, Lina...

—Sí, Papá está en lo cierto, Mamá —la muchacha de cabello rubio no lo capta, pero las miradas de sus tíos se tornan amorosas y cálidas al escuchar cómo su padre y ella se refieren así a la pelirroja con piel de alabastro. Ambos están aliviados de saber que su hermana está acompañada por dos personas que la quieren tanto.

—¿Pero vosotros de qué lado estáis? ¡Bribones! —todos se carcajean ante las palabras de la analista del comportamiento, antes de que haga un gesto hacia la vivienda—. Pasemos dentro, la comida está lista al fin y al cabo —sus hermanos asienten con una sonrisa cálida y apreciativa, antes de seguirlos al interior de la casa, quedándose momentáneamente maravillados por la decoración—. He pensado que Daisy podría ocupar la cabecera de la mesa, mientras que nosotros nos sentamos frente a frente.

—¡Genial! —exclama la adolescente, realmente feliz porque le hayan adjudicado ese sitio.

—Me parece una estupenda idea—afirma Aidan, antes de ocupar una silla, cercana a la cabecera de la mesa—. Vamos, Nadi, no les hagamos esperar —insiste a su hermana, quien aún parece algo distraída por la decoración.

—Sí, sí —afirma la joven de veintiocho años de cabello trigueño, antes de ocupar el lugar vacío junto a su hermano, sonriendo algo nerviosa—. Lo siento: la casa es preciosa y no he podido evitar quedarme absorta en la decoración —comienza a explicarse, abriendo un nuevo tema de conversación mientras Alec sirve la comida, puesto que ha insistido en que su pareja e hija se sienten a la mesa—. Mi marido, Rick, estudió la carrera de Bellas Artes y trabaja como diseñador de interiores, así que después de tantas horas aguantando sus sermones debido al trabajo, creo que he empezado a asumirlo —todos se ríen ante su comentario, con Coraline sirviéndoles vino y agua en los vasos a sus hermanos—. Oh, es encantador, no me entendáis mal, pero llega un momento en el que hablar de trabajo resulta agotador.

—Lo comprendo —concuerda Alec, quien ha terminado de servir el soufflé de carne, habiéndose sentado junto a su hija y su pareja, quedando entre ambas. Asimismo, ha quedado sentado delante de Nadia, de manera que pueden hablar frente a frente—. Es muy difícil desconectar del trabajo, especialmente cuando consume grandes parte de tu tiempo.

—¡Al fin alguien me entiende! —exclama Nadia con alivio, logrando hacer reír a todos, mientras ayuda a su hermana a revolver la ensalada.

—Si no es indiscreción, ¿cómo os conocisteis? —intercede Cora con un tono curioso.

—Oh, no es una historia muy romántica, pero de acuerdo: os la contaré —la de cabello trigueño se carcajea, ruborizándose levemente antes de empezar a contar su historia—. Él acababa de empezar a publicitar su trabajo, de modo que vino al periódico en el que yo trabajaba. En ese entonces me ocupada de colocar los anuncios, así que allí lo conocí —sus ojos se tornan añorantes por unos segundos, antes de salir del trance—. Empezó a venir cada cierto tiempo para poner anuncios, y al dejarme el encargo en uno de ellos, escribió un pequeño poema. Pensé que se había equivocado y que me había dado una hoja errónea, así que salí del periódico para buscarlo y decírselo... ¡Ya os podéis imaginar la cara que se me quedó cuando me confesó que el poema era para mí, porque parecía triste!

—Roderick «el Casanova» —apostilla Aidan, apelando a su cuñado, haciéndolos reír a todos.

—¿Cómo lo supo?

—Bueno, Alec, Rick se había dado cuenta de que el chico con el que salía había dejado de llevarme flores, porque casi siempre coincidían cuando iba a poner los anuncios, de modo que, discretamente, le preguntó a una de mis compañeras si algo había pasado... Ya sabéis que en todos sitios hay chismosas —los policías asienten al momento—. Todo mi departamento se enteró de que me engañaba, y el rumor se extendió por el periódico, así que nada más enterarse, decidió armarse de valor para animarme, y me escribió ese poema tan bonito... De hecho, empezó a dejarme poemas en cada encargo, y yo no pude evitar guardar cada uno de ellos —confiesa, ruborizándose—. Al cabo de seis meses habíamos empezado a salir, y hace cosa de cinco años, nos casamos.

—Rick parece todo un romántico —apostilla Cora con una sonrisa, tomando un sorbo de su vaso de agua—. Has tenido mucha suerte —le alegra saber que, pese a todo lo que le ha tocado vivir, a Nadia la vida le haya sonreído, encontrando un hombre tan bueno como Roderick, quien a todas luces la atesora.

—Oh, no te haces idea —asiente la mayor de los gemelos, antes de tomar un poco de vino de la copa—. Él me presentó a su padre, que trabajaba como director en un periódico nacional.

—El Dorset National.

—Exacto, Cora. Me ayudó a empezar de cero en el periódico, y bueno... Con el tiempo, me hice un nombre en la industria, y escalé algunos puestos —se vuelve algo tímida al momento de hablar de su trabajo—. Imagino que Cora os habrá comentado que aún trabajo en ese periódico...

—Más bien, ella dirige el periódico —matiza su hermano—. ¡Ay! —exclama por lo bajo, pues acaba de recibir un puntapié por parte de su gemela, quien no quiere parecer presuntuosa ante la familia de su hermana mayor, aunque para su alivio, comprueba que ninguno de ellos parece observarla con molestia o desprecio.

—Tuve el honor de sustituir a mi suegro cuando decidió abandonar el periódico, dos años después de que llegase a la compañía. Claro que, no muchas personas lo vieron con buenos ojos, al haber otros candidatos con mayor veteranía y antigüedad... —se rasca la nuca, pues según puede analizar la taheña, el resentimiento continua vigente incluso hoy en día—. Por eso trabajo tanto —hace alusión al hecho de que cuando se mensajeo con su hermana, su suegro la estaba ayudado—. Quiero demostrar que me he ganado el puesto por merito propios, y no por ser la nuera del antiguo director.

—Seguro que lo haces genial.

—Gracias, Daisy, eres muy amable.

—De modo que diriges el periódico... —el tono de Alec se torna ligeramente defensivo, pues sus experiencias con la prensa no son nada agradables, y todos en la mesa son conscientes de ello—. Será un trabajo extenuante, siempre buscando nuevas noticias sobre las que informar.

—Oh, no te lo niego, es agotador... —afirma la joven de cabello trigueño y ojos verdes tras tragar un bocado de la ensalada—. Tengo que coordinar a todos los departamentos, asegurarme de que las noticias salgan impresas a tiempo y de la forma que quiero, porque ante todo, tengo una estricta política de no ser sensacionalista y mantener un enfoque neutral y objetivo.

—Eso es encomiable —tercia Coraline, quien quiere evitar una posible discusión por el punto de vista negativo que tiene Alec respecto a la prensa y los periodistas. Ella comparte levemente su opinión, pero tras las palabras de Nadia, empieza a ver que tal vez sea distinta a otros de su gremio—. La prensa no suele facilitarnos el trabajo, sinceramente...

—Sí, lo sabemos —afirman los gemelos al unísono, antes de carcajearse, pues es habitual que estas cosas les sucedan de manera puntual—. Tuvimos la mala suerte de cubrir la noticia de Broadchurch —añade la muchacha con un tono indeciso, algo temerosa por mencionar el caso de Danny Latimer. Al momento, contempla que Alec Hardy deja el tenedor en el plato y entrelaza las manos, esperando sus siguientes palabras. Traga saliva antes de continuar—. Seré franca... Lo que pasó alrededor del caso fue un despropósito: todo parecía una función de circo, y ni siquiera se respetó a las personas involucradas —expresa su opinión con claridad, logrando tranquilizar al escocés, quien comprueba que, a diferencia de Karen White, esta periodista es íntegra y honrada—. Estoy totalmente de acuerdo en que los compañeros de otros periódicos se pasaron de la raya: Dios, un hombre se suicidó por ello... —Aidan dirige una mirada ladeada a su hermana por haber pronunciado el nombre del Señor, pero no comenta nada al respecto, pues respeta sus opiniones—. Entiendo que tengáis una opinión algo adversa en lo que se refiere a nuestro trabajo, especialmente tú, Alec —no menciona el nombre de Sandbrook, pero queda implícito en todo momento. Daisy está atenta a todo lo que se habla en la mesa, desviando momentáneamente la mirada al plato con las últimas palabras de Nadia, pues comprende que se refiere al caso que destrozó a su padre—. Con mi trabajo pretendo cambiar un poco esa rama del periodismo, al igual que la percepción de la gente.

—Te deseo suerte, entonces —el hombre de delgada complexión alza el vaso de agua, ofreciéndole un brindis para que consiga su objetivo, pues si bien la muchacha trabaja como periodista, está claro que pretende facilitar el trabajo a todos los involucrados con la prensa.

—¿No habrás pensado por casualidad en destinar una oficina del Dorset National en Broadchurch? —intercede Cora tras servirse algo de ensalada en el plato, al igual que Daisy, intentando aliviar la tensión—. Por los rumores que he oído en el pueblo, a Maggie Radcliffe van a cerrarle el Eco de Broadchurch, porque su periódico se niega a renovar el alquiler del local...

—¿Margaret Radcliffe? ¿La Margaret Radcliffe que informó acerca del Destripador de Yorkshire? —cuestiona su hermana menor, quien estudió el trabajo de la brillante periodista en su época universitaria. Recibe un gesto afirmativo por parte de la pelirroja, por lo que, tras tragar un nuevo bocado de ensalada, niega con la cabeza—. No puedo permitir que un talento así se desperdicie. No te preocupes: yo me encargo —asevera con confianza, haciendo una nota mental para contactar con el periódico que se encarga de vender las oficinas del Eco de Broadchurch.

—¿En serio? —cuestiona la taheña, sorprendida por su rápida decisión.

—Llevaba tiempo queriendo expandir nuestros horizontes, y el colocar una oficina por la zona es una idea muy atractiva. Además, mi marido y yo estábamos pensando en mudarnos pronto, de modo que en realidad, me estás haciendo un favor —le asegura con una sonrisa, antes de desviar su mirada hacia su hermano—. El Señor Reverendo, aquí presente, ahora mismo está buscando empleo debido a que han demolido la pequeña parroquia del pueblo en el que vivimos...

—Que mala suerte —sentencia la adolescente, comenzando a comer el soufflé.

—La verdad es que si... No se puede tener más mala suerte —afirma Nadia antes de apostillar—. Así que, aquí donde lo veis, está esperando una señal Divina para cambiar de aires.

—Qué graciosa, Nadi... —comenta Aidan con un tono divertido, a pesar de que intenta disimularlo, provocando que todos en la mesa se carcajeen—. Aunque no está desencaminada, no soy el que más necesita encontrar trabajo, sino mi mujer —Alec se atraganta brevemente con el agua en cuanto escucha esas palabras salir de su boca: sí, es consciente de que a los curas anglicanos se les permite tener familia, pero no esperaba que el hermano de Lina lo estuviera.

—¿Estás casado? —mientras su hija le da palmadas en la espalda para ayudarlo a dejar de toser, el escocés consigue formular la pregunta.

—Aunque parezca increíble, así es —el joven con cabello trigueño asiente con una sonrisa de oreja a oreja, acariciando con delicadeza la alianza que lleva en la mano izquierda—. Nos conocimos cuando fui a Egipto a realizar trabajo de misionero: con tan solo 22 años, ella estaba a cargo de regentar el Hotel en el que me hospedé, junto a su padre.

—Venga, Dan, cuéntales tu historia... —lo anima Nadia con una sonrisa llena de pillería—. Yo ha he contado la mía, de modo que ahora te toca a ti, hermanito... —añade, provocando que su gemelo resople con algo de hastío.

—Por orden de mi cofradía, a la edad de 23 años tenía que dar clases de Inglés, Matemáticas y Religión en una escuela recién construida en el corazón de Giza, donde acudían los niños de familias desfavorecidas y en precaria situación económica —comienza a explicar con un tono sereno, tomando un sorbo del vino blanco que le ha servido su hermana en la copa—. En ocasiones, como estos niños necesitaban clases de refuerzo, me los llevaba al Hotel para ayudarlos. Nefertari Rose, o Rose, como la llamo yo, siempre estaba en la recepción y se encargaba del servicio de habitaciones, solía verme siempre rodeado de niños, de modo que empezó a interesarse por mi trabajo...

—Perdona que te interrumpa, Aidan —su hermano no parece molestarse por la interrupción, de modo que continúa hablando a los pocos segundos—. Por su nombre diría que es anglo-egipcia.

—Y estás en lo cierto, Cora —afirma su hermano menor con una sonrisa, antes de retomar su relato—. ...Rose solía subir a la habitación cuando pedía aperitivos para los niños, y en ocasiones, solía ayudarme a dar algunas clases debido a la barrera idiomática, puesto que ella es experta en el lenguaje egipcio, como es evidente —sonríe al rememorar esos tiempo pasados—. Poco a poco, fuimos viéndonos con mayor regularidad, y en un momento dado, su madre, Kiya, me invitó a su casa. No lo consideré extraño, puesto que en Egipto la amabilidad con los turistas y extranjeros es enorme, y apenas basta con ser amable para que te inviten a su hogar a tomar el té. Resulta que Rose había hablado a sus padres del misionero tan amable que estaba esforzándose por educar a los niños que vivían cerca de su casa, por lo que querían agradecérmelo. Por lo visto, la mayoría de esos niños eran parientes de Kiya.

—Menuda casualidad —comenta Alec, tomando un bocado del soufflé.

—Yo no lo habría dicho mejor, pero esperad, que ahí no termina la cosa —menciona Nadia.

—Me invitaron a comer y me agasajaron como si fuera de la familia, aunque insistía en que no era necesario, porque solo hacía mi trabajo. Conversé mucho con su padre, quien me dijo que la amabilidad de Kiya se debía al hecho de que, por haberse casado con un inglés, se la había apartado de la familia, y apenas tenía relación con sus sobrinos. Estaba agradeciéndome que cuidase de ellos y los ayudase —da un nuevo bocado al soufflé, el cual le tiende Coraline—. Acto seguido, me preguntaron si podía darle clases también a Rose, puesto que, desgraciadamente, las leyes egipcias casi no permiten estudiar a las mujeres, y de querer hacerlo, deben abandonar el país lo antes posible. Kiya y Steve querían que Rose tuviera una mejor vida que ellos, y eso empezaba por una buena educación. Accedí, como es lógico. Mi trabajo consiste en ayudar al prójimo, como manda el Señor —aprecia, ganándose miradas enternecedoras por parte de la pelirroja y Daisy, quienes encuentran la historia muy conmovedora. Alec por su parte arquea levemente la ceja tras darle un trago al vaso de agua, pues las cuestiones religiosas siguen sin ser de su agrado. Aidan no dice nada al respecto, pero entiende su opinión—. Empecé a darle clases, estrechando nuestra relación cada vez más. Además de enseñarle sobre todo lo que ella me pedía, Rose me enseñaba acerca de la historia egipcia, con sus leyendas y tradiciones —aún recuerda cómo se quedaban hasta tarde estudiando, antes de acompañarla a su casa—. Empecé a interesarme por sus gustos, aficiones... En fin, todo lo que tenía que ver con ella. Pronto, empecé a llevarla por Egipto con la excusa de aprender más acerca de su cultura, solo para poder verla a los ojos, iluminada por el sol del atardecer —percatándose de que su voz se ha tornado suave, y su expresión se ha tornado embobada, carraspea, avergonzado, antes de sentir que su gemela rodea sus hombros con el brazo derecho.

—¿Verdad que es adorable?

—¡Nadia! —se ruboriza el pastor, desviando su mirada al plato, nervioso.

—Empiezo a dudar sobre si Rick es «Casanova» o lo eres tú, hermanito —comenta Cora con una sonrisa llena de ternura, comprendiendo que, a pesar de sus circunstancias y orígenes tan distintos, Rose y Aidan encontraron a su alma gemela en el otro—. Perdona, perdona... —se disculpa al ver lo mucho que se ha ruborizado.

—Por favor, continúa —le pide Daisy tras meterse un pedazo de carne a la boca, puesto que apenas ha tocado el soufflé desde que su posible tío ha comenzado a contar su historia.

—Puesto que me lo pides así, Daisy... —el pastor le guiña el ojo con una sonrisa amigable, antes de tomar un sorbo del vaso de agua, a fin de calmar sus nervios—. Mientras más clases le daba, más me ayudó a percatarme de que tenía talento para el estudio, llegando a sobrepasar la barrera de mi conocimiento. Esto provocó que redoblara mis esfuerzos por encontrar temas que pudieran interesarla, llegando a encontrar uno que la fascinó completamente: gestión y dirección de empresas. Como es natural, ayudando a su padre en el Hotel, había desarrollado un talento innato para gestionarlo, a pesar de que en Egipto no se le permitía por la condición de su género... —el joven pastor aprieta los puños, dejando evidente su desagrado por leyes tan retrógradas—. Sin embargo, todo lo bueno termina, y como tal, mi trabajo de misionero pronto llegó a su fin. Tras dos años en Egipto, debía marcharme, algo que estaba encontrando realmente difícil, puesto que me sentía como uno más de la familia... Y me había enamorado de Rose. Tres días antes de mi marcha, Rose se presentó en mi habitación, y me rogó que la llevase conmigo, alegando que no podía vivir sin mí, que prefería morir, a vivir lejos de mi durante el resto de su vida. Quería huir, pero logré convencerla de que hablase con sus padres, y nos dirigimos a su casa —juguetea de manera distraída con su alianza—. Hablé con Steve y Kiya, confesándoles la viveza de mis sentimientos por su hija, pidiéndoles su bendición para casarme con ella, y así, llevarla a Inglaterra, para dale la oportunidad de estudiar, de tener un futuro brillante. Ambos nos dieron su bendición nada más escuchar de Rose que era su deseo, puesto que solo tenían en mente la felicidad de su hija. Insistieron en que nos casásemos primero en Egipto, según sus costumbres, antes de marcharnos a Inglaterra, y así lo hicimos —una sonrisa dichosa aparece en su rostro, y Coraline advierte al momento que esa misma expresión la ha visto muchas veces cuando era niña, en su padre—. Rose y yo llevamos felizmente casados tres años, y tras haberse graduado con un grado de gestión y dirección de empresas, ahora busca un lugar en el que empezar.

—Me alegra que hayáis encontrado la felicidad —sentencia Cora, sirviéndole a su hermano un poco más de vino, pues debido a los nervios, se ha terminado la copa—. Si Rose está interesada en regentar un hotel, en Broadchurch tenemos una vacante —le ofrece con un tono esperanzado. No es que esté intentando que vengan a vivir a Broadchurch, pero como hermana mayor, lo mejor que puede hacer por ellos es ayudarlos, y eso empieza por ofrecerles la oportunidad de un nuevo empleo—. La dueña del Hotel Traders lo ha puesto en venta, y de momento no hay nadie interesado... Imagino que es por la fama del pueblo después de lo sucedido.

—Vaya, eres muy amable, gracias, Cora —dice Aidan, pasando una mano por su vello facial de pocos días, reflexivo—. Me aseguraré de comentárselo a Rose cuando tenga un momento libre: seguro que estará encantada en cuanto lo sepa.

—Siento curiosidad... —intercede de pronto su gemela, habiendo entrelazado sus manos, colocándolas bajo su mentón en una actitud intrigada—. ¿Qué hay de vosotros? —inquiere, posando su mirada en su hermana y su pareja, quienes intercambian una mirada algo nerviosa—. ¿Cómo os enamorasteis? Creo que es hora de que nos contéis los detalles...

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