Capítulo 21 {1ª Parte}
Alas 12:10 aproximadamente, Coraline Harper, Ellie Miller y Alec Hardy llegan a la playa de Broadchurch. La primera se ha asegurado de pasarse primero por comisaría para delegar en Katie las tareas a cumplir: pedir la orden para vigilar al agresor convicto Aaron Mayford, revisar las coartadas con otros dos agentes para descartar sospechosos, y notificarla en cuanto llegue el resultado del análisis forense del bate de criquet. Respecto al registro de IP de los mensajes enviados a Trish anónimamente mediante esa web, lamentablemente Katie aún está esperando la llamada, de manera que no tienen nada con lo que continuar por ahí.
Usando su mano derecha como visera para impedir que los rayos de sol cieguen su visión, la pelirroja contempla que ya hay muchas personas reunidas en la playa, algunas como espectadoras y otras como participantes del juego. Conoce a la mayoría, de modo que decide hacer una lista mental: Mark Latimer, Beth Latimer, Chloe Latimer, Lizzie Latimer —quien está jugando en la arena, acompañada de su niñera—, Paul Coates, Nigel Carter, David Barret —el padre de Ellie, quien está sentado en la arena junto a Fred Miller—, Tom Miller, Maggie Radcliffe, Daisy Hardy, Cath Atwood, Jim Atwood, Ed Burnett, Ian Winterman, Leo Humphries, Clive Lucas, Lindsay Lucas —quien está observando el juego desde un lateral—, y los chicos que vinieron a su casa hace días, entre los que está el tal Michael, amigo de Tom.
En cuanto ve a su querida Daisy, quien está charlando con unas jovencitas de su edad, probablemente de sus clases de defensa personal, Alec acelera el paso, acercándose a ella, antes de posar de forma breve una mano en su antebrazo izquierdo a modo de saludo cariñoso, el cual es recompensado con una sonrisa cariñosa por parte de su hija, quien además, le guiña un ojo, deseándole suerte para esta noche. Gira el rostro al percibir por la periferia de su visión que, tras él, Lina se acerca a la adolescente rubia, dándole un cariñoso abrazo y un beso en la mejilla, antes de seguir sus pasos. Ellie por su parte, posa momentáneamente su vista en Tom, a quien ve divirtiéndose de lo lindo jugando al futbol, antes de dedicarle una sonrisa amigable a Daisy, a quien, a pesar de haber visto en pocas ocasiones, aprecia. Paseándose por el límite del terreno de juego, los detectives se dedican a observar las interacciones entre los jugadores, pero especialmente en aquellos presentes en su lista de sospechosos.
Cath, que lleva un peto amarillo, realiza una buena finta a uno de los chicos que acompañaron a Michael a casa de la pareja de detectives, pasándole el esférico a Leo Humpries. Mark Latimer, que está en el mismo equipo que Beth, intenta sujetar a su hija, Chloe, que juega con los petos naranjas. Ambos se carcajean, pues la adolescente es mucho más rápida que él, y consigue arrebatar el balón, pasándoselo a Nige, quien es de su equipo. Éste ve la oportunidad, y driblando a Ed Burnett, chuta a puerta, marcando un gol. Michael, Tom y otros adolescentes van a felicitar a Nige por el gol, al igual que Chloe, quien momentáneamente, posa sus ojos celestes en Daisy Hardy. En un momento dado, se produce un choque ligeramente violento entre dos jugadores de equipos contrarios. Clive Lucas, que lleva un peto amarillo, hace una entrada a Michael, tirándolo al suelo. Inmediatamente al ver esto, Lindsay esgrime una expresión desaprobatoria y se aleja del campo de juego con la intención de pedir un refresco al puesto playero cercano.
—Vamos, Clive, cálmate —se escucha la voz de uno de los jugadores.
—Eso es, no os pongáis así —dice otro, intentando impedir que se organice una pelea, pues los miembros del equipo de fútbol saben cómo se las gasta el taxista con su hijo—. Arriba, Michael —ayuda a levantarse al adolescente, quien posa sus ojos en su padrastro, lleno de resentimiento.
Se saca de puerta, y el balón va a parar al equipo amarillo. Mark, que tiene la pelota, se la pasa a Cath tras conseguir librarse de la presión de Chloe y Nige, que han ido a por él. Cuando la compañera de trabajo de Trish tiene el esférico en sus pies, realiza un par de movimientos para confundir a sus rivales, antes de pasarle la pelota a Ed, quien juega en su equipo. Éste aprovecha la oportunidad, y siendo motivado por sus compañeros, chuta a puerta. Jim, que es el portero del equipo naranja, consigue parar la pelota al lanzarse a por ella a la arena, bloqueándola con su cuerpo. Inmediatamente, Ed se acerca a él, intentando apartarlo de la pelota, lo que, en consecuencia, genera algunos murmullos descontentos.
—¿Qué haces, Ed? —le increpa Jim, levantándose de la arena con la pelota en las manos.
—Venga, ¡dejadlo ya! —exclama Nigel al contemplar cómo Ed empuja a Jim por los hombros.
Arrebatándole la pelota al dueño del taller, Ed la tira a la arena nuevamente, como si despreciase su forma de jugar, además de su carácter. Jim alza los brazos en señal de confusión, como si no comprendiera a qué viene ese talante agresivo hacia su persona. Ed no responde, sino que vuelve a su campo, acompañado por sus compañeros de equipo, incluyendo a Cath. Mientras se marcha, Jim no puede resistir la tentación, y habla con un tono que solo Ed es capaz de escuchar, siendo inaudible para el resto de los jugadores. Sin embargo, también es captado por la analista del comportamiento, quien lee sus labios.
—Estás como una cabra...
El escuchar estas palabras consigue cabrear a Ed, pero por no montar una escena, decide contenerse. Ya tendrá tiempo de discutir cara a cara con el idiota del mecánico.
"Ni siquiera en un juego amistoso como este, con el propósito de divertirse, Ed Burnett y Jim Atwood son incapaces de dejar ir sus rencillas personales... Increíble. Más que una competición en equipo parece que solo juegan para ellos mismos, para demostrarse quién es el mejor. En cuanto a Clive Lucas y Michael... No sé exactamente qué clase de relación hay entre ellos, pero por cómo se miran y actúan, diría que son padre e hijo. No me extrañaría, teniendo en cuenta la reacción de Lindsay ante el encontronazo entre ambos, decidiendo abandonar el terreno de juego. Ian Winterman juega bien de defensa, pero se mantiene en todo momento muy cercano a Leo Humphries... Me pregunto si se conocen de antes. Tomando en cuenta la diferencia de edad, Ian podría haber sido su profesor, pero no puedo asegurarlo", la pelirroja toma nota mentalmente de las personas que se encuentran en el terreno de juego, tomando en cuenta sus reacciones y su forma de actuar para realizar un análisis breve de su comportamiento. "Por otro lado, me alegra ver a Beth y Paul jugando codo con codo, en vistas de su reciente relación, a juzgar por cómo se miran. En cuanto a Mark, me alivia verlo disfrutando de estos momentos con Chloe: la separación le estaba pasando factura últimamente, por lo que he oído. Veo a Tom muy animado mientras juega... Me alegra que Ellie le haya levantado el castigo para que pueda disfrutar del buen día", reflexiona, habiendo pasado su atención a aquellas personas que no se encuentran en su lista de sospechosos, a quienes considera amigos cercanos. "Daisy... Está más animada que esta mañana. Parece que las chicas de la academia la mantienen segura y le hacen compañía, al igual que su profesora", posa sus ojos en la estudiante de ojos azules, quien le hace un gesto de saludo con la mano izquierda, el cual ella corresponde.
El juego se reanuda con un saque de puerta, y Maggie Radcliffe consigue el esférico. Junto a Cath, intentan driblar a Ted, de Farm Shop, pero sin éxito. Consigue arrebatarle la pelota con facilidad a la Editora Jefe del Eco de Broadchurch, quien se lamenta por ello con una carcajada, expresando en voz alta lo mal que se le da jugar. En ese preciso momento, todas las miradas se vuelven hacia la entrada de la playa, y el juego y los gritos se detienen de pronto, quedando el lugar en un incómodo y sepulcral silencio: Trish Winterman y su hija, Leah, acaban de llegar. Ambas se quedan junto a la mesa dispuesta con aperitivos y bebida, esperando a que se reanude el partido, pero nadie mueve un músculo.
"¿Qué demonios están haciendo? ¿No ven que quedándose quietos empeoran la situación? Bastante tiene con saber que es el centro de todas las conversaciones del pueblo, como para que ahora se sienta como un bicho raro por haber venido al partido", piensa con evidente adversidad la analista del comportamiento, quien entiende perfectamente lo que siente la cajera, pues cuando ella fue agredida, no sabe cómo ni quién, lo filtró en el instituto. Todos la observaban y cuchicheaban sobre ella. La sensación de ser el centro de todos los cotilleos era insoportable. "¡Que alguien se le acerque, por favor!", exclama mentalmente, pues estando de servicio en este momento, lamentablemente no puede acercarse a darle un abrazo amistoso, pero por suerte, Cath Atwood corre hacia ella, brindándole un abrazo, felicitándola y agradeciéndole el que haya aparecido. "Menos mal...", la mentalista suspira para sus adentros, antes de percatarse de que Trish posa su mirada azul en ella, antes de asentir, preguntándole indirectamente si está bien tras lo sucedido ayer. "Tranquila... Estoy bien", responde al gesto de la superviviente con un asentimiento, y la advierte suspirar aliviada, feliz porque lo sucedido no la haya hecho recaer.
—Hola, cariño —Cath saluda con total normalidad a Leah, quien la saluda y brinda un abrazo amistoso—. ¿Queréis una taza de té, un smoothie o algo para comer? Servíos lo que queráis —les ofrece con un tono sereno, antes de girarse, habiéndose percatado de que los jugadores siguen en un completo silencio, habiéndose detenido el partido. Esto la hace enfadar: ¿por qué tienen que hacer sentir a su amiga así? Es una persona, como todos ellos. Y merece ir a donde quiera sin sentirse juzgada por ello—. ¡Vamos, solo es Trish! —exclama en voz alta, y sus palabras funcionan como si a todos se les accionase un botón, comenzando a jugar nuevamente—. Panda de memos... —la cajera rubia emite un gruñido descontento, el cual solo es captado por la pareja de investigadores, quienes pueden leer sus labios al momento.
—¡Venga Chloe! —Nigel, que vuelve a tener en su posesión el balón, apela a la hija de su mejor amigo, quien consigue deshacerse del marcaje que le realiza Clive Lucas, pues éste está aún absorto en Trish y su hija—. ¡Aquí te va! —añade, pasándole la pelota, con la adolescente rubia recibiéndola a los pocos segundos.
—¡La tengo, Nige! —comienza a intentar driblar al resto de sus oponentes, entre los que se encuentran su madre y su padre, antes de pasarle la pelota al hijo de la policía—. ¡Tom, atento!
El adolescente de ojos claros y cabello rubio estaba preparándose para recibir el esférico, cuando una entrada de Michael lo ha impedido, habiendo ido a por su pierna, cayendo ambos al suelo. Si llevasen equipamiento deportivo oficial, una entrada de ese estilo con botas de fútbol habría sido peligrosa, con la posibilidad de producir una fractura o esguince.
—¡Oye! —grita Chloe, quien ha visto que la entrada ha sido algo violenta—. ¿Pero qué haces?
Mientras continúa el juego, al igual que Clive, Ian y Jim no pueden evitar posar sus ojos en Trish, preguntándose si estará bien, si habrá recordado algo importante de lo sucedido aquella noche... Pero pronto, deben dejar de lado sus pensamientos, pues el juego debe continuar, y tienen que evitar que el equipo amarillo intente colarles algún gol. Tienen que defender la posición en el marcador, especialmente ahora que van ganando.
Paul Coates, que ha salido del campo de juego para descansar, siendo sustituido por otro jugador, se acerca al puesto de bebida playero. Allí, puede ver a Lindsay Lucas tomando un café helado. Mientras camina, desvía momentáneamente la mirada al campo de juego, sintiendo que una sonrisa llena de ternura aparece en su rostro al contemplar a Beth. Está claro, por cómo se mueve, que sabe jugar. Entonces posa sus ojos en Michael Lucas, el hijo de Lindsay, de quien quiere hablarle: está claro que aún tiene rencillas no resueltas con su padre, pero observando su comportamiento, parece que ha mejorado su actitud.
—Hola, Lindsay —saluda a la joven mujer con cabello rizado, quien le dedica una sonrisa amigable, pues el reverendo ha sido un gran apoyo para ella todo este tiempo, aconsejándola sobre cómo tratar con sus tribulaciones—. Veo bien a Michael, ahora que ha pasado lo del altercado en el colegio...
—Lo siento... —la mujer de cabello rizado esgrime una expresión confusa—. ¿Qué altercado?
—Lo expulsaron junto a otro chico por ver y compartir pornografía —inmediatamente, el rostro de la mujer que tiene delante palidece, y su expresión se desencaja: está claro que no estaba al tanto de lo sucedido—. Lo siento, creía que lo sabías —Paul cierra los ojos con fuerza: ¿cómo ha podido ser tan descuidado? Pero abogando por el Diablo, aunque sea algo inesperado para él, en su defensa, algún profesor debería habérselo contado.
—Clive no me lo dijo...
—Claro... —la conversación se ha tornado algo incómoda, y el hombre con vello facial rubio casi puede jurar que ve los engranajes de la mente de Lindsay girar a toda velocidad, intentando encontrarle un sentido, una justificación, a esta noticia tan impactante. Ninguna madre piensa que sus hijos sean capaces de hacer estas cosas, y Lindsay acaba de darse de bruces con la brutal realidad—. Oye, lo... Lo siento mucho.
—Me preocupa estar perdiéndole, Paul... —musita la que antaño fuera estudiante de magisterio, con sus palabras resquebrajándose lentamente nada más pronunciarlas. Él la escucha en silencio, dejándola hablar—. Tengo miedo de perder a Michael —matiza, de manera que el reverendo no piense que se refiere a su marido—. Estábamos muy unidos, y me lo contaba todo... Era un niño muy bueno —sonríe con dulzura al recordarlo—. Luego cumplió los 14 y todo cambió en un instante —sus hombros caen debido a la desesperanza que lleva asolándola desde entonces—. Michael necesita un padre, y esa es una clase de amor diferente... Me da miedo que Clive no esté a la altura —expresa sus temores, siendo aquellos de los que llevan hablando desde hace tiempo—. ¿Cómo puede uno ser un buen padre, cuando aún es un crío?
El partido termina aproximadamente una hora y media más tarde, con los jugadores comenzando a recoger el equipamiento, las bebidas y la comida. Es el momento de guardar la pelota y las porterías, pero hay un pequeño problema con lo primero: Clive Lucas, quién sabe si en un ademán de demostrar a su hijo que es tan bueno como él, o simplemente para divertirse, está dándole toques al balón. Michael, su hijo, le exige que le pase la pelota para poder guardarla, pero el taxista hace caso omiso a sus palabras, y continúa dándole toques al balón. En un momento dado, tira a una de las porterías, carcajeándose. Definitivamente, se comporta como un crío de 15 años. El adolescente de cabello y ojos color ónix tensa la mandíbula en una delgada línea, pues no aprueba en absoluto cómo se comporta su padrastro. Él necesita una figura paterna, y no otro coleguilla de su misma edad, que además, no hace nada en casa, y desprecia a su madre. Con una mirada de reproche, Michael se quita el peto naranja y se aleja del terreno de juego.
La mentalista de la policía, que ha observado ese comportamiento, decide anotarlo en su libreta electrónica, aquella que hace tiempo le regalase Ellie, cuando volvió de sus vacaciones. Advierte que sus dos compañeros se han acercado a ella para leer lo que escribe, leyéndolo por encima de su hombro: «Jim Atwood – Ed Burnett ➡ Aversión mutua = ¿Horario de Cath?/¿Otra causa subyacente?; Clive Lucas – Michael ➡ ¿Posible padre e hijo? Reacción de Lindsay/Tensión en el trato; Ian Winterman – Leo Humphries ➡ ¿Relación? Diferencia de edad considerable = ¿Profesor y alumno?». Cuando termina de hacer las conexiones, apuntando aquello que ha notado durante el partido, hasta en estos últimos instantes, suspira con pesadez: el trabajo empieza a ser agotador, y no solo por su estado, sino por la falta de pistas... Sí, tienen algunos sospechosos, pero hasta que no haya más pruebas que los relacionen con el crimen, no pueden continuar con la investigación. Necesitan encontrar un hilo suelto del que tirar, como en una madeja...
—Bien hecho —asegura su jefe con un tono confiado, alabando que haya estado tan atenta a las personas en el campo de juego. Sin duda alguna, su querida subordinada no ha perdido su toque, y su mente sigue tan avispada como de costumbre, aunque ha de admitir que ha notado una significativa mejoría desde el día anterior, de modo que, ahora está seguro de que su TEPT está totalmente bajo su control—. Cuando lleguemos a comisaría necesito que le entregues a Katie esas pesquisas —añade, recibiendo un gesto afirmativo por parte de su brillante taheña, mientras que Ellie hace un notorio esfuerzo por reprimir una carcajada: es demasiado predecible para ella.
—¿Lo ves? —Cath habla entonces, llamando la atención de los investigadores, quienes se encuentran cerca de la mesa con los aperitivos y refrigerios—. Te dije que era una buena idea: estoy muy orgullosa de ti, amiga —nuevamente, alaba y apoya la decisión de Trish de haber acudido al encuentro, posando una mano en su espalda, brindándole ánimo.
Esto hace que la madre de Leah sonría con brevedad, algo nerviosa aún por haberse acercado a la playa, pero con más ánimo al haber sido tan bien acogida por su amiga.
—Creo que ya debo volver a casa...
—Ha sido genial que hayas venido —le asegura Beth, quien se ha acercado a ella, aún llevando el peto amarillo. La mira a los ojos, comunicándole que está haciendo grandes progresos en su recuperación.
—Gracias —Trish sonríe a su asesora, antes de intercambiar una mirada con la taheña, a quien agradece la ayuda prestada el día anterior, habiéndose sentido en extremo aliviada porque se encuentre bien, y su experiencia no la haya afectado negativamente. De hecho, también es su manera de agradecerle el apoyo, pues sin ella, está segura de que no habría podido recordar esos matices.
Percatándose de que su querida y apreciada trabajadora se aleja del campo de juego, Ed Burnett posa sus ojos en ella. Está ayudando a Clive y otros chicos a recoger una de las porterías, la que queda cerca de la mesa de refrigerios, de manera que ha podido captar la atención de Trish. Los ojos celestes de ella lo observan, y él, rememorando la conversación que ha mantenido con Beth Latimer hace varias horas, simplemente le hace un gesto de pulgares arriba, al mismo tiempo que abre los ojos ligeramente, preguntándole de manera indirecta «¿estás bien?». Patricia deja escapar una sonrisa agradecida por su preocupación, antes de responder a esa pregunta con un encogimiento de hombros, diciéndole indirectamente «más o menos». Entonces, la superviviente de esa brutal agresión sexual se da media vuelta, comenzando a caminar hacia el pueblo, acompañada por su hija, quien rodea sus hombros con su brazo derecho a modo de felicitación: Leah está muy contenta de que se haya animado a salir de casa para acudir al partido.
La Inspectora Miller intercambia una mirada con la Inspectora Harper, habiéndose percatado ambas de la comunicación no-verbal entre Ed y Trish. Está claro para ambas que las palabras de Cath esta mañana han sido en extremo certeras, pues el aprecio que el dueño de Farm Shop tiene por su superviviente es cristalino y obvio en todos los sentidos. Se preocupa por ella constantemente, pero hay algo en esa preocupación, que a la analista no le parece demasiado ordinario: hay un brillo extraño en sus ojos que le provoca escalofríos. Sí, puede que esté dispuesto a interponerse entre cualquiera con malas intenciones y Trish, ¿pero de dónde proviene ese interés? ¿Es amor o... Algo más oscuro? Cierra los ojos y niega con la cabeza: aun es demasiado pronto para saberlo, pero piensa mantener un ojo avizor sobre el hombre negro y corpulento. Camina con Ellie hacia la otra portería, pues se han percatado de que las redes para ésta son con cuerda de pescador azul. La misma con la que ataron a Trish la noche de la agresión. Desvía la mirada momentáneamente hacia Alec, quien está charlando con Daisy, y la puede ver sonreír de oreja a oreja, iluminándosele la cara. Se pregunta de qué estarán hablando, pero sus pensamientos pronto son interrumpidos por la llegada de Leo Humphries.
—¿Puedo llevármela? —inquiere el joven de veintitrés años, posando una mano en el metal.
—¿Esta cuerda la ha fabricado tu empresa? —cuestiona la mentalista con piel de alabastro, habiendo enarcado las cejas con evidente interés, pues la presencia de esta red en las porterías del equipo de fútbol, podría hacer sospechosos a todos los integrantes, lo cual, se traduciría en más horas de trabajo extenso para ellos.
—Sí —el joven que maneja la empresa de su padre asiente al momento, hinchando el pecho con orgullo—. Yo abastezco al equipo de fútbol, dado que lo entreno, así que... —de nuevo, ese tono prepotente y superior aparece en sus palabras—. Puedo conseguirle un descuento, si quiere, Inspectora Harper —ofrece con un tono que envía escalofríos a la espalda de ambas investigadoras. Aunque la oferta parece inocente, hay algo, quizás su instinto profesional que, frente a esa actitud soberbia, las disuade de confiar en él.
—¡Vamos, Leo! —exclama Ian, haciendo jogging hacia su posición—. ¡Mueve el culo! —pide con urgencia, señalando el otro extremo de la portería, indicándole que se encargue de levantar el otro extremo, a fin de transportarla hasta el campo de fútbol al que pertenecen—. Hola.
—Hola, ¿usted lo conoce? —inquiere Miller con un tono amigable, sonriéndole.
—Sí, fui su profesor —responde Ian al momento con un tono añorante, como si estuviera rememorando tiempos pasados. Efectivamente, como la brillante taheña pensaba, ambos son profesor y alumno, y por ello, tienen una relación estrecha. Sin embargo... Su relación parece ser más estrecha que eso, y es algo que deberán tener en cuenta en el futuro—. Ha sido incómodo que Trish haya venido —las detectives fruncen ligeramente el ceño, por lo que se apresura en rectificar sus palabras—. No es que no me haya parecido bien, pero... Puede que no haya sido el mejor momento.
—¿Ha hablado con ella?
—No, no me ha parecido el momento oportuno —niega Ian, respondiendo a la pregunta de la mujer con ojos azules lo más rápido posible, como si quisiera largarse de allí lo antes posible—. Demasiado público, y ella todavía está... —no termina la frase, amedrentándose con la llegada del Inspector Hardy, quien se coloca junto a su novia—. Voy a llevarme esto, disculpen —se excusa, antes de sujetar con firmeza la barra de la portería—. Vamos Leo, cógela por ese lado —le exhorta, y el joven adulto hace lo que se le pide, levantando entre ambos la portería sin demasiado esfuerzo, comenzando a caminar con ella, llevándosela de allí.
—¿Cuerda azul en las porterías? —comenta Hardy con un tono suspicaz.
—Sí —afirma Coraline, habiéndose cruzado de brazos—. Como esperaba, Ian fue su profesor.
—Tenemos que comprobar la coartada de ese chico...
El escocés de delgada complexión asiente ante sus palabras, al igual que su pareja, pues están de acuerdo con sus aseveraciones. No han tenido demasiado en cuenta a Leo Humphries, quien con su actitud, empieza a resultarles algo sospechoso. Deben hablar con su novia y confirmar si lo que les dijo en su empresa es cierto. El hecho de que, convenientemente, olvidara mencionar que había provisto de red azul a las porterías del equipo de futbol, es sin duda una señal de alarma.
—Voy a llevar a Daisy a casa —propone Cora con un tono suave, sonriéndole a la adolescente, quien espera pacientemente junto a su profesora de la academia de defensa personal—. Además, tengo que comprobar si Aidan y Nadia están a punto de llegar —le dice a su pareja, quien asiente al momento, pues ante la inminente llegada de su familia, les conviene que uno de ellos esté en casa para recibirlos.
—Buena idea —afirma el escocés con un tono suave—. Nos vemos luego.
Observando que Cora se aleja de ellos, tomando de la mano a Daisy, la compañera y amiga de la pareja frunce el ceño, pues está confusa: no conoce a las personas que ha mencionado su buena amiga. Que ella recuerde, la pelirroja no tiene tíos, ni familia que viva cerca de Broadchurch, a menos claro, que se trate de un tío-abuelo descarriado... Por otro lado, podría ser un amigo de su antiguo lugar de residencia, en Cardiff, pero lo descarta al momento.
Mientras caminan hacia la comisaría de Broadchurch, Ellie no ha podido sacarse de la cabeza la breve conversación que han mantenido sus compañeros y amigos en la playa. Como no puede aguantar más el silencio que se ha instalado entre su jefe y ella, por no hablar de la curiosidad que la domina, decide hablar.
—¿Quiénes son Aidan y Nadia?
—Son sus hermanos... Bueno, medio-hermanos —responde el escocés al momento, contemplando cómo los engranajes de la mente de su amiga empiezan a girar a toda velocidad, intentando procesar la información.
—¿¡Qué!? ¿¡Cora tiene hermanos!? —exclama la castaña finalmente, siendo silenciada por su superior con un gesto, a fin de que la gente del pueblo no empiece a chismorrear. La mujer de cabello rizado y ojos pardos se tapa la boca por unos segundos—. ¿Tiene hermanos? —repite en un tono más bajo, para ser discreta—. ¿Desde cuándo? ¿Y en qué momento pensabais decírmelo?
—Son medio-hermanos: solo comparten padre —recalca el hombre de cabello castaño lacio, antes de suspirar, pues sabía que tarde o temprano, deberían hablar con Ellie sobre ello. Dadas las circunstancias, prefiere ser él quien lo haga.
—¿Perdona? ¿Cómo que...?
—Es una historia larga y complicada... —la interrumpe, pues ve venir la confusión que esa noticia puede provocar en ella: al fin y al cabo, lo poco que sabe Ellie de la familia de Lina es que su padre murió y su madre tuvo que criarla sola—. Te la resumo de camino a comisaría, te lo prometo —añade, contemplando el mohín que hace Ellie al escuchar lo que parece ser una negativa a profundizar más en la historia—. Todo empezó cuando Lina tenía cuatro años... —comienza a contarle la historia, con su amiga y subordinada escuchándolo en silencio—. Curtis Harper, tras una discusión con Tara, acababa de ser destinado a Londres para ayudar con la Masacre del Remembrance Day, y fue asistido por una enfermera de nombre Ivy Taylor. Trabajaron codo con codo salvando vidas, y ambos empezaron una aventura. Pero Curtis decidió volver con su familia, sin saber que Ivy estaba embarazada —el tono del hombre con cabello y vello facial castaño baja poco a poco, sintiendo en sus carnes que no aprueba en absoluto las acciones del padre de su pareja—. Ivy no tenía intención de decírselo, porque no quería destrozar su vida matrimonial y familiar, pero el SIDA se la llevó demasiado rápido. Curtis tuvo que hacerse cargo de los bebés: un par de gemelos llamados Aidan y Nadia. Decidió llevárselos a casa de sus padres, intentando mantener el secreto. Tara como es evidente, lo descubrió fácilmente, pero en lugar de exigirle abandonar a los niños, decidió permitirle cuidar de ellos, contratando a una amiga de la familia para que se ocupase de ellos —aún hoy es el día en el que admira a la madre de su pareja, y desea que hubiera podido estar más tiempo en sus vidas, para poder ver lo feliz que es su hija—. Cuando Curtis falleció, Tara se dedicó a pasarles la manutención necesaria hasta su mayoría de edad, habiéndose convertido en su tutora legal, puesto que ellos no tenían más familia. De igual manera, se aseguró de hacer cumplir la última voluntad de su marido: repartir su herencia entre Cora, Aidan y Nadia, y ella.
—Dios... —Ellie no puede creer lo que está escuchando. Tara era una mujer especial, pero ahora puede ver lo valiente y fuerte que fue, aguantando y soportando las acciones de su marido, solo para después, con toda su buena fe y el corazón de oro más grande inimaginable, cuidar de esos gemelos, hasta las últimas consecuencias, haciendo honor incluso al testamento de su compañero de vida—. No puedo ni imaginar lo que pudo sentir Tara cuando supo acerca de la aventura de Curtis, a quien tanto quiso, y seguía queriendo... Seguro que estaba destrozada, pero aún así, supo ver que los niños no tenían ninguna culpa —apenas puede expresar una pequeña parte de lo mucho que ha aumentado su estima y admiración por la Tara Williams—. ¿Y Cora...?
—Nunca se lo dijeron. Decidieron mantenerlo en secreto: no querían perturbar su vida y la imagen heroica y maravillosa que ella tenía de su padre... —niega su compañero, comenzando a subir con ella los escalones de la comisaría—. Como padres, creyeron que hacían lo mejor para ella, equivocadamente, como es obvio —deja escapar una carcajada irónica—. Hace cuatro días, el 30 de mayo, Lina recogió una carta, enviada hace tres semanas: era de Nadia. Tras la muerte de Tara, debían repartirse sus bienes, incluyendo la herencia —los ojos de Ellie se abren con pasmo al dilucidar a dónde va a parar esta parte de la historia—. Sí, es lo que crees: Tara había dejado estipulado en su testamento que quería que cierta parte se le entregara a los gemelos, por lo que puedo entender, sería un 20% para los gemelos, y un 80% para Coraline.
—Pobre Cora... —Ellie se detiene en seco, posando sus ojos pardos en los de su jefe y amigo, al mismo tiempo que niega con la cabeza—. Debió ser una noticia chocante para ella, el enterarse acerca de toda esta historia familiar que se la ha ocultado deliberadamente, tras la muerte de su querida madre... No puedo ni imaginar cómo pudo trabajar adecuadamente después de ese día —expresa su preocupación, y contempla que Alec asiente ante sus palabras, admirando la fuerza de voluntad de su novia, quien no dejó que esas noticias la desestabilizasen, al menos en parte—. ¿Van a venir a Broadchurch? —cuestiona entonces, rememorando el comentario de la pelirroja.
—Sí —afirma el escocés, abriendo la puerta de la comisaría para dejarla pasar—. Le aconsejé que podía conocerlos, que no significaba que se comprometiese a nada, especialmente porque tienen que hablar acerca de la herencia...
—Bien dicho —lo halaga su compañera, pasando el control de identificación interior—. ¿Sabes si Cora ha decidido algo respecto al asunto de la herencia? —cuestiona, pues conociendo a su amiga, probablemente lo tenga todo planificado.
—Es posible —afirma el hombre con cabello castaño y traje, antes de suspirar—. Aunque tras saber que Aidan y Nadia están dispuestos a renunciar su parte si Lina lo desea, y teniendo en cuenta los mensajes que se han estado escribiendo estos días, creo que son buenos chicos... Y no creo que Cora vaya a impedirles reclamar esa parte —supone, informando a su colega acerca de los recientes acontecimientos—. Será mejor que nos reunamos con Katie y veamos si ha hecho algún progreso con lo que nuestra querida novata le ha encomendado esta mañana —añade, dispuesto a subir las escaleras, antes de que el sonido de un mensaje entrante llegue a su teléfono móvil—. Oh, un segundo —el escocés se detiene ante las escaleras que suben a sus lugares de trabajo. Tras desbloquear el teléfono, lee el mensaje—. Vaya...
—¿Qué sucede?
—Parece que Aidan y Nadia van a comer en casa.
—Oh... —Ellie no sabe cómo reaccionar ante la noticia, por lo que opta por un enfoque positivo pero neutral—. Al menos les dará la oportunidad de charlar y conocerse mejor.
—Sí, eso es cierto —afirma él, antes de bloquear nuevamente el smartphone, una vez ha respondido al mensaje de su enamorada—. Yo... —se interrumpe, inseguro sobre cómo proceder—. Quizás sería mejor que...
—Vete a comer a casa —sugiere la castaña de ojos pardos con una sonrisa—. Yo puedo comer en la comisaría y mantenerte al tanto de lo que vayamos averiguando, si es que hacemos algún progreso. Cuando acabes, puedes venir a supervisar el trabajo y a finiquitar lo que sea necesario.
—Gracias, Ellie, te debo una —asevera el escocés, suspirando con alivio, antes de dar media vuelta, comenzando a caminar hacia el exterior de la comisaría, tecleando el número de la empresa de taxis, a fin de llegar lo antes posible a su casa.
—Sí, ¡y bien gorda! —se carcajea la veterana agente mientras sube las escaleras, pensando en qué bocadillo de la máquina expendedora va a escoger esa vez.
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