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Capítulo 20 {2ª Parte}

Beth Latimer sale de su casa aproximadamente a las 10:55. Aunque lleva deportivas y ropa cómoda por el mensaje que le ha llegado al teléfono, anunciándose el partido de futbol de las 12:00, se ha preparado algo coqueta, pues ha quedado con Paul en la cafetería del pueblo dentro de cinco minutos. Tomando en cuenta lo rápido que suele caminar, no tardará demasiado en llegar hasta allí. Siente que le duelen las mejillas de tanto sonreír: últimamente a Paul y a ella les va muy bien, con citas en días impares del mes, y en ocasiones se ha quedado a cenar en su casa. Se ha asegurado de que su presencia en su vida no condicione demasiado a Chloe y Lizzie, pues ante todo, quiere que estén bien.

Su hija mayor ha advertido que la presencia del reverendo se ha vuelto cada vez más constante en sus vidas, y tiene sentimientos encontrados. Beth no ha hablado con ella al respecto, pero lo nota en su ademán: la forma en la que los observa. Por un lado, está claro que se alegra de su felicidad, pero por otro lado, no puede afrontar la idea de que el matrimonio de sus padres se haya roto, y de que con casi toda seguridad, no vayan a estar juntos nuevamente.

La mujer de cabello castaño y corto tiene pensado hablar de ello con Chloe cuando sea apropiado. Tiene pensado decirle que quiere divorciarse de Mark cuando su estado mental haya mejorado lo suficiente, puesto que ahora, lo importante es que se recupere. Ahora lo que más importa, es que pueda estar ahí para las niñas. Los procedimientos legales pueden esperar.

Camina con pasos rápidos, alejándose de su casa, habiendo dejado a Lizzie al cuidado de la canguro, a quien ha dado instrucciones explícitas acerca de llevarla más tarde al partido de futbol de la playa. Al menos, así le dará un poco de sol, y podrá pasar algo de tiempo con su padre.

—¡Beth! —escucha que una voz ronca la llama, y se gira hacia el origen de la voz, sujetando su bolso con fuerza: sabe cómo agredieron a Trish, y no piensa dejar que la pillen desprevenida. Tiene en sus manos el manojo de llaves de su casa, dispuesta a arañarle la cara con ellas a un posible enemigo—. Soy Ed Burnett, de Farm Shop —se presenta el musculoso y alto hombre negro, quien se ha acercado a ella a trote. Tiene una bandolera colgando a través de su pecho, y viste de sport, lo que la hace pensar que también va a acudir al partido de futbol de la playa.

—Sí, me acuerdo de usted —afirma Beth, quien ha visto en alguna ocasión anterior al dueño del establecimiento—. ¿Qué es lo que quiere? —cuestiona, antes de que una sensación de opresión se instale en su estómago al darse cuenta de que no parece estar allí por casualidad—. ¿Ha estado esperando a que saliera de casa?

—Más o menos —admite Ed, provocando que, instintivamente, Beth de un tentativo paso atrás sujetando la correa de su bolso con más fuerza, al tiempo que se muerde el labio inferior, nerviosa—. Escuche, sé que está ayudando a Trish: Cath Atwood me lo ha dicho...

—Sí, pero no puedo hablar de eso.

—Solo quiero saber si se encuentra bien.

—Vale, para que quede claro —decide poner unos límites, como si estuviera tratando con uno de sus hijos cuando eran pequeños—: cualquier cosa entre Trish y yo es confidencial.

—Soy su jefe —expresa Ed con un tono insistente—. Lleva años trabajando para mí, y estoy preocupado por ella, por su estado y su salud... Eso es todo.

—No puedo hablar de ella con usted.

—¿Y podría dale un mensaje? —Ed es inmune al desaliento, e insiste nuevamente, algo que provoca una inmediata reacción de rechazo por parte de Beth, quien frunce el ceño: ¿este hombre no entiende lo que significa la palabra «no»? Se cruza de brazos—. Dígale que pienso en ella —en cuanto esas palabras salen de la boca del jefe de su clienta, a la castaña de ojos pardos le viene a la mente la tarjeta anónima que recibió junto con las flores. Las palabras eran prácticamente idénticas—. Que todos nosotros pensamos en ella, y que si necesita algo, lo que sea, puede contar conmigo.

—No es apropiado que le diga eso.

—Vale, bien... —Ed parece derrotado.

—¿No puede pedírselo a Cath Atwood?

—Ya lo he hecho: pero ya sabe, va con pies de plomo.

—Lo siento, pero tengo que irme, me esperan en otra parte.

—Sí, por supuesto —el hombre de fuerte disposición asiente de manera distraída, como si no hubiera tomado en cuenta que tiene otras cosas que hacer—. Siento haberla entretenido —se disculpa finalmente, observándola caminar lejos de él, antes de exclamar—. ¿Vendrá a la playa luego? ¿Al partido?

—Sí.

Beth se excusa como puede, comenzando a caminar lejos del jefe de su clienta, acelerando el paso para llegar cuanto antes a la cafetería en la que ha quedado con Paul. No puede creerlo: ¡este hombre la ha estado vigilando, esperando para interceptarla en el momento en el que saliera de casa! El solo pensamiento de que pueda ser el agresor de Trish le da escalofríos. Rememorando su conversación mientras camina, llegando al centro del pueblo al cabo de dos minutos, apunta en una aplicaciones de notas de texto lo que ha advertido en las palabras de Ed Burnett, antes de guardarlo para enviárselo más tarde a Ellie.

Unas pocas zancadas más tarde, ha llegado a la cafetería, y busca con la mirada al vicario. Rápidamente, distingue su cabello rubio entre la multitud de personas allí congregadas.

—Paul —apela a su pareja en cuanto lo divisa sentado en una de las mesas, con su habitual alzacuellos, que destaca contra la camisa negra. Éste se levanta de su asiento nada más verla, sonriéndole con cariño—. Siento llegar tarde, me han entretenido por el camino —se excusa, ya que no es habitual que sea ella la que llega tarde a sus citas—. ¿Has estado esperando mucho rato? —inquiere, acercándosele, antes de darle un beso en los labios, sentándose en la silla que le retira.

—Oh, acabo de llegar hace nada... Un minuto o dos, aproximadamente —responde Paul en un tono suave, sonriendo de oreja a oreja tras recibir el beso, empujando la silla de Beth para que se siente de manera cómoda—. También me he entretenido: una mujer ha venido a confesarse a último minuto, ya sabes cómo va esto... —se encoge de hombros y Beth asiente, pues sabe cómo son las cosas en la Iglesia. El hombre con vello facial rubio le hace una señal al camarero para que se acerque, pues aún no ha pedido nada—. Una Coca-Cola Cero-Cero con hielo y... —desvía su mirada a Beth, preguntándole indirectamente qué quiere beber.

—Un Té helado, por favor —responde la castaña con una sonrisa, con el camarero apuntando su comanda, antes de entrar al establecimiento—. Parecemos un par de adolescentes —comenta sin evitar hacer la asociación, pues al percatarse de lo que han pedido, cualquiera pensaría que son unos críos.

—Bueno, yo últimamente me siento como un adolescente otra vez —comenta el vicario con una sonrisa enternecedora—. Y creo que se debe a cierta joven de cabello castaño, ojos pardos y sonrisa contagiosa —le guiña un ojo a su cita, y consigue hacerla ruborizarse al momento, dejando escapar una carcajada nerviosa pero halagada—. Gracias por venir —expresa, posando su mano sobre la de Beth en un gesto cariñoso, antes de que el camarero coloque las bebidas en la mesa.

—No me lo perdería por nada del mundo —dice Beth, volteando su mano, dejando que sus palmas se toquen, antes de sujetar la mano de Paul—. Últimamente, eres lo único que me mantiene motivada para seguir adelante día a día.

—Tan mal, ¿eh?

—Bueno, es un cúmulo de cosas: por un lado, mi trabajo... Siento que no estoy dando la talla en algunos aspectos, y teniendo en cuenta lo sucedido ayer, me preocupa no ser capaz de ayudarla como debo —decide desahogarse con su pareja, dejando salir el estrés que lleva acumulado desde hace días—. Por otro lado está Mark... —en cuanto el nombre de su todavía marido cruza sus labios, Paul frunce el ceño, pues sabe que si el fontanero está involucrado, esta conversación podría ir mal. Beth toma en su mano izquierda el vaso de té helado, dándole un sorbo, pues necesita energía para hablar de él—. He conseguido hablar con él, que recapacite sobre la encerrona que nos preparó en casa el otro día —el reverendo Coates la escucha en silencio, pues le contó lo sucedido, y no puede estar más de acuerdo con sus opiniones—. Tengo la sensación de que he conseguido conectar con él, que entienda que no está solo en su dolor y que puede contar conmigo como amiga, pero al mismo tiempo siento que está guardándose parte de ese dolor, y creo que no voy a conseguir que forme parte de la vida de Chloe y Lizzie completamente —siente que le tiembla el cuerpo al hablar, y a los pocos segundos, Paul ha movido su silla hasta quedar junto a ella, abrazando sus hombros en un gesto de consuelo—. Tengo que pensar en la felicidad de mis hijas y en la mía propia, pero también en la de él, y por eso, voy a pedirle el divorcio a Mark —sus palabras le parecen ponzoñosas nada más las pronuncia, preguntándose en qué momento sus caminos se han separado tanto—. No ahora, evidentemente, pero cuando haya conseguido recomponerse mental y físicamente.

—Vas a seguir apoyando a Mark, lo entiendo —Paul habla con un tono sereno, asintiendo a cada palabra, pues las intenciones de Beth son claras: no solo piensa en las niñas y en ella, sino en lo que es mejor para Mark—. Al fin y al cabo, siempre será una parte fundamental en la vida de tus hijas, y quieres mantener una relación lo más cordial posible con él.

—Exacto, pero no puedo subyugar mi felicidad y la suya a una relación codependiente... Mi bienestar emocional no puede depender del suyo, y viceversa: él no puede depender emocionalmente de mí —intenta explicar la razón tras sus acciones, aunque sabe que no necesita hacerlo con Paul, quien la entiende incluso mejor que ella misma.

—Tienes razón: eso sería tóxico, y os acabaríais destruyendo mutuamente —acaricia los hombros de la castaña con afecto, mientras que con su mano derecha sujeta el vaso de Coca-Cola, dándole un buen sorbo—. No te martirices: estás haciendo lo que crees que es más beneficioso para ambos, y tienes todo el derecho a perseguir tu propia felicidad, igual que él tiene el derecho a perseguir la suya.

—Gracias por animarme, Paul... Siempre sabes qué decirme —dice Beth tras suspirar, besando su mejilla, no importándole que otras personas del pueblo puedan verlos. Tiene derecho a disfrutar de su vida y de su nueva relación.

—De nada —él le sonríe con afecto, antes de carraspear, pues quiere abordar un tema que le provoca cierta inseguridad a nivel personal—. ¿Qué hay de las niñas? ¿Saben algo sobre nosotros o...?

—Todavía no les he comentado que estamos saliendo, pero estoy convencida que Chlo lo sospecha —responde de manera clara a su pregunta—. No me lo ha dicho directamente, pero parece que tiene sentimientos encontrados al respecto... —tamborilea nerviosa con los dedos en la superficie del vaso de té helado, antes de suspirar—. Entendería que esta situación te sea violenta y que quieras que nos demos una pausa.

—No, no, Beth —el reverendo niega inmediatamente esa posibilidad, propinándole un casto pero cariñoso beso en la frente—. Entiendo perfectamente que Chloe pueda tener sentimientos encontrados con nuestra relación: por un lado, está contenta porque hayas empezado a rehacer tu vida, pero por otro, me considera un intruso en la familia, que está impidiendo que sus padres se reconcilien... Ante una situación así, es normal —le asegura con un tono factual, pues él mismo sintió dichas emociones tras el divorcio de sus padres, con su madre encontrado una nueva pareja tiempo después—. Solo quería asegurarme de que estabas segura de querer hablar a las niñas sobre nosotros.

—Pues claro que lo estoy —afirma ella sin dudarlo ni un segundo—. Eres lo mejor que podría haberme pasado estos últimos dos años —añade con confianza, antes de posar sus ojos en la mochila de su pareja, de cuyo interior puede ver sobresalir un bloc de notas—. ¿Ya has pensado a qué quieres dedicarte una vez dejes el sacerdocio?

—Bueno... —Paul suspira hondo—. Se me han ocurrido algunas ideas, aunque no sé qué te parecerán.

—Soy toda oídos.

—La primera es esta: estaba pensando en hacer un blog y un canal de YouTube acerca de cuestiones religiosas, psicológicas y de apoyo —comienza a explicar su idea, y Beth asiente en silencio, dejándolo hablar—. Como sabes, tengo la carrera de teología, psicología y un grado en ciencias de la tecnología —recuerda que le habló de ello hace tiempo, siendo lo primero que estudió, antes de ordenarse sacerdote—. He pensado en darles un buen uso: con el canal de YouTube, pienso crear videos acerca de contenido actual, ofreciendo mi punto de vista respecto a ello, y además, crearé algunos vídeos acerca de pasajes litúrgicos. El blog complementará al canal, y será una manera de interactuar con los seguidores, ofreciéndoles consejo, y apoyo —toma aliento, dando un sorbo a su bebida, antes de seguir hablando—. La segunda idea es esta: utilizar mis conocimientos para montar una consulta especializada de apoyo psicológico, tanto presencial como de forma online. Crearía un blog sobre cómo hacer frente a distintas situaciones de la vida, y ofrecería sesiones de terapia a quien lo necesite.

—¡Eso es una idea fantástica, Paul! —la mujer de cabello castaño corto está impresionada: ha encontrado la manera perfecta de poner sus habilidades y conocimientos al servicio de los demás, sin sentir que está menospreciándose a sí mismo. Percatándose de que ha elevado el tono más de la cuenta, la matriarca de los Latimer baja el tono—. Elijas lo que elijas hacer, voy a apoyarte —le asegura, intercambiando una mirada llena de amor con el vicario, quien sonríe, agradecido por su apoyo constante. Ambos se han convertido en un pilar de ayuda mutua—. Y sé que hagas lo que hagas, será fantástico.

—Gracias, Beth —Coates se atreve a besarla en los labios en esta ocasión, siendo el primer beso que le dispensa de manera autónoma y voluntaria, habiendo hecho frente a sus inseguridades y a las habladurías de la gente. Si quiere estar junto a la mujer que ama, nadie puede impedírselo—. ¿Vas a participar en el partido de fútbol de la playa? —cuestiona, contemplando su ropa.

—Sí, ¿y tú?

—Probablemente —afirma el hombre con cabello rubio—. Será una buena oportunidad para unir un poco a la comunidad, especialmente en momentos de tanta incertidumbre como éstos... —da una ligera mirada a su alrededor, contemplando a las parejas y familias reunidas, que disfrutan animadamente del soleado día—. La idea de que haya una persona así suelta es escalofriante, y admiro que la gente haya decidido reunirse para demostrarle que no puede derrotarnos, pero... Deberían ser cautelosos.

—Opino lo mismo —concuerda su novia, tomando un sorbo de su té helado—. A Trish la atacaron incluso habiendo una multitud de personas que podrían haber visto al agresor... No creo que juntarnos todos vaya a demostrarle al culpable que somos fuertes.

—Ya entiendo a qué te refieres: crees que podría darle motivos para volver a hacerlo.

—Eso es —la joven madre asiente con la cabeza de manera vehemente, dándole otro sorbo a su té, contemplando que su novio hace lo propio con su bebida—. Podría tomarlo como una provocación en vez de como una demostración de valentía...


A pocos metros de la cafetería, oculto tras una pared de pequeños árboles, en la terraza de un bar, Mark Latimer observa de lejos a Beth y Paul, que están conversando animadamente entre ellos. En un momento dado, los ve intercambiar un par de gestos cariñosos, incluyendo algunos besos. Sonríe con amargura: se siente feliz por ellos, sin duda, pero no puede evitar que una leve sensación de aversión se instale en su pecho. Aversión no hacia Paul por salir con Beth, o con Beth por intentar buscar algo de felicidad, sino aversión hacia su propia persona. Si no se hubiera distanciado de ella, si hubiera insistido en acudir a un terapeuta matrimonial, si hubiera ignorado los coqueteos de Becca Fisher, probablemente, ahora estaría junto a su familia. Pero no lo ha hecho, y las consecuencias de sus acciones lo han llevado hasta este momento.

Su situación emocional ha mejorado ligeramente gracias a las palabras de apoyo de Beth, y siente que puede contar con ella de ser necesario, que comprende su dolor, algo que hasta hacía unos días, pensaba que era imposible. Al fin y al cabo, la muerte de su hijo no es solo algo que le sucedió a él. También a su mujer. También ella siente esa impotencia en su interior... Ese sentimiento de tortura que le dice que podría haber hecho más por Danny. Es una voz que él, a diferencia de su todavía mujer, no ha conseguido acallar. No ha conseguido pasar página, y necesita encontrar la forma de hacerlo. Por eso está esperando al detective privado que contrató: necesita los datos y dirección actuales de Joe Miller. Tiene que enfrentarse a él: mirarlo a los ojos y que le cuente la verdad.

Éste se presenta allí a los pocos segundos, sentándose en la silla frente a la suya.

—Señor Latimer, encantado de conocerlo, soy Nick Foulkes —le extiende la mano, y Mark se la estrecha efusivamente—. Hablamos por teléfono hace días.

—Sí, gracias por venir —responde el fontanero de ojos azules con un tono amigable, antes de hacer un gesto hacia su propia bebida, pues se ha pedido un café con leche mientras esperaba—. ¿Quiere tomar algo?

—No, gracias, me temo que no puedo quedarme —niega el detective con un tono sereno, rechazando el ofrecimiento lo más educadamente que puede—. Pero me ha parecido más conveniente pasarme a entregárselo yo mismo, que confiar en los caprichos del servicio postal —añade, antes de dejar escapar una carcajada irónica—. Aún recuerdo cuando nuestro servicio postal era la envidia de todo el mundo —se cruza de brazos—. ¿Y ahora? Una entrega al día, si hay suerte, claro.

—Perdóneme por ir al grano, ¿pero qué es lo que ha descubierto?

—Todo lo que me pidió.

—¿Todo? —Mark se sorprende por su rapidez, pues teniendo en cuenta lo bien que se aseguró Paul de cubrir los pasos de Joe, esperaba que el detective tardase como mínimo una semana—. No ha tardado mucho.

—No ha sido pan comido, pero... —saca un sobre blanco del interior de su chaqueta—. Tampoco ha sido muy difícil, siéndole completamente sincero —le extiende el sobre, y el fontanero de ojos azules y cabello moreno lo toma en sus manos al momento—. Me he tomado la libertad de introducir en el sobre la factura: le he hecho un 50% de descuento por sus... —no parece encontrar la palabra para definirlo, pues sabe perfectamente quién es el hombre que lo ha contratado. Actualmente, no hay hombre, mujer o niño que no sepa quién es Mark Latimer—. Por sus circunstancias específicas.

—¿Qué quiere decir? —Mark está acostumbrado a que la gente lo trate con condescendencia o amabilidad, pero esta clase de compasión es nueva para él. Es como si realmente entendiese por lo que está pasando.

—Lamento mucho su pérdida —cuando los ojos azules de su empleador se posan en los pardos de él, el hombre que tiene delante comprende al momento que también él ha perdido a un ser querido por culpa de un asesino—. Espero que encuentre lo que necesita —se despide de él, antes de levantarse de la silla en la que se ha sentado para entregarle el sobre, caminando lejos de él.

—¡Eh, Mark! —la voz de Nigel Carter se escucha de manera estridente entonces, y el fontanero se vuelve nervioso hacia la cafetería en la que Paul y Beth estaban teniendo una cita, temeroso de que lo hayan escuchado y puedan descubrirlo allí. Pero para su buena fortuna, ya han abandonado el local, y probablemente, se han dirigido hacia la playa, donde va a tener lugar el partido—. ¿Cómo estás, tío?

—Bueno, voy tirando —responde el hombre de pelo color ónix, guardándose el obre en el interior de la chaqueta, antes de terminarse el café, levantándose de la silla—. Superar lo que le pasó a Dan aún es demasiado duro, y la separación de Beth no es fácil, pero dadas las circunstancias, ambos nos merecemos ser felices —se expresa, y siente que la mirada de Nigel se torna compasiva, pues los conoce desde hace mucho, y le apena que su matrimonio haya acabado así—. ¿Qué tal tú? —le estrecha la mano, antes de propinarle un cariñoso y amistoso abrazo, el cual se rompe a los pocos segundos—. Hace mucho que no te veía por aquí...

—Después de la muerte de mis madres... Tuve que distanciarme —hace alusión a la pérdida doble que ha tenido que afrontar, antes de suspirar—. Primero murió mi madre adoptiva: cáncer de hígado... Se veía venir, pero no estaba preparado para despedirme de ella —se sincera, y Mark recuerda el día en el que la enterraron en el cementerio cercano a la Iglesia de San Andrés—. Antes de morir me dijo que buscase a mi madre biológica, Susan, que intentase al menos mantener una relación cordial con ella, de modo que eso hice —Mark recuerda vagamente el rostro de aquella mujer que vio en el juicio de Joe, aunque sí recuerda que poseía un perro. Aún le resulta difícil pensar que esa mujer fuera la madre de Nige—. Pasé prácticamente un año entero intentando encontrarla, hasta que finalmente lo conseguí. Pero llegué muy tarde: el cáncer de sus pulmones se había extendido hasta el estadio 4, y no había nada que hacer. Fui a visitarla al hospital en el que la ingresaron, y conocí a mi hermana, Sophie —en cuanto menciona su nombre, sonríe—. Te encantaría: es agradable, tiene un gran sentido del humor, cocina de muerte, y para colmo, está soltera —le guiña un ojo a su mejor amigo, antes de carcajearse—. Hemos decidido trabajar juntos en su editorial —le revela sorpresivamente su nuevo empleo—: sí, quién lo iba a decir, ¿verdad? Yo escribiendo y editando libros... —ambos se carcajean ante esa ocurrencia, aunque a Mark no le parece descabellada, puesto que Nigel siempre ha tenido una gran imaginación—. Se me dan bastante bien las novelas de crímenes y misterio... Puede que sea por la genética —hace una broma acerca de su padre biológico, antes de carraspear, percatándose de que podría ser inapropiada dadas las circunstancias de su amigo—. Hemos decidido mantener una relación estrecha, para compensar todos estos años que nos hemos perdido —Mark le dedica una sonrisa, agradecido porque Nigel haya tenido mejor suerte en la vida que él—. Le he hablado de ti, y está deseando conocerte en algún momento.

—Tío, no sé sí sería buena idea...

—Insiste —responde Carter con una sonrisa amigable—. Según sus palabras: «quiero conocer a la persona que ha ayudado tanto a mi hermano», de modo que, cuando quieras, podemos organizar una cena.

—Está bien, está bien —el fontanero se rinde ante su insistencia.

—Por cierto, ¿te has enterado de lo del partido? —su antiguo compañero de profesión asiente—. ¿Y si nos acercamos? Por los viejos tiempos: podríamos enseñarles cómo se juega de verdad al fútbol.

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