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Capítulo 2 {2ª Parte}

El trayecto que deben recorrer los tres inspectores desde West Flintcombe hasta la Casa Axehampton es largo y silencioso. De hecho, al ser una zona lejana a Broadchurch, y por ello desconocida hasta cierto punto para todos ellos, Alec está consultando un mapa de carretera. Cuando encuentra la localización exacta del lugar en el que se celebró la fiesta, se la comunica a Miller, quien introduce los datos en el ordenador GPS del coche, calculando la ruta más rápida hacia su destino. El hombre con marcapasos guarda el mapa en la guantera tras unos segundos. Como ya va siendo costumbre desde que empezaron a trabajar juntos hace poco más de tres años, el escocés de mirada parda decide romper el silencio que se ha instalado en el vehículo, pues no los soporta.

—¿A qué distancia está ese sitio?

—A cinco minutos en coche —asevera Ellie mientras conduce su coche por los prados ingleses, llenos de briznas verdes y amarillas, testigos de que la primavera ha llegado en todo su esplendor—. Nos ha dicho que el ataque tuvo lugar cerca del agua —ahora es la castaña quien parece reflexionar en voz alta—. ¿Creéis que se refería al mar?

—No lo creo, Ell —niega la muchacha de treinta y dos años desde la parte trasera habiendo desviado su mirada cerúlea de los campos que están atravesando a sus compañeros de profesión—. Esa elección de palabras no es casual, sino concreta: si hubiera querido referirse a él, habría dicho «olas» o «mar», pero en lugar de eso, ha dicho «agua»... —sus compañeros parecen concordar con sus palabras, pues asienten al momento nada más escucharlas.

También a ellos les ha parecido algo extraña esa elección de palabras por parte de Winterman.

—¿Pero por qué esperó? ¿Por qué no lo denunció antes? —indaga Alec tras unos segundos de silencio, esperando poder darle una respuesta a esa pregunta que lo lleva atenazando desde que ha conocido los pormenores del caso y las circunstancias del ataque—. ¿Por qué se fue a casa?

—Como Cora ya nos ha dicho en contadas ocasiones, cada persona es un mundo, y reacciona de forma distinta a las situaciones a las que se enfrenta —responde Ellie en un tono sereno, habiéndose percatado de la mirada algo molesta que de pronto tiene su amiga pelirroja, quien evidentemente empieza a hastiarse porque el hombre que ama no sea capaz de ver las cosas desde su misma perspectiva, aunque parece mantener sus impulsos de regañarlo a raya, pues comprende su desconocimiento y premura por resolver el caso.

Pero hasta Miller entiende la frustración de Harper con Hardy: esa visión de túnel que lo ayuda a enfocarse exclusivamente en el caso que tiene entre manos, que lo hace un excelente inspector, no es precisamente una que lo ayude a empatizar con el testigo, a comprender sus propios mecanismos mentales, así como sus tribulaciones. De hecho, provoca más bien lo contrario, lo que normalmente implica que se comporte como un absoluto berzotas, aunque claro, esto último es una opinión de la inspectora de cabello castaño...

—No podemos esperar que reaccione de la misma forma que otros sospechosos o testigos, Alec —intercede la joven de ojos claros en un tono suave, intentando sacarlo de esa visión de túnel—. Como ya he dicho antes, Trish necesita su espacio para asimilar todo esto.

—Ya hemos perdido... ¿60 horas? —cuantifica el escocés en un tono algo severo, desviando su mirada castaña por el retrovisor interior, posándola en su querida subordinada, a quien ve cruzada de brazos—. Si la agresión ocurrió en la fiesta, tenemos una larga lista de gente a la que interrogar y descartar, y el agresor sigue ahí fuera...

Las palabras del Inspector Hardy, quien a cada minuto que pasa sumergido en este nuevo caso siente cómo aumenta su frustración y ansiedad, son interrumpidas de golpe por una llamada entrante del teléfono de Ellie, quien, por suerte, lo tiene conectado vía Bluetooth, de manera que puede hablar por el manos libres. Contesta la llamada nada más presionar uno de los botones de su volante, preguntándose quién la habrá llamado.

—¿Diga? —espera que su interlocutor se identifique.

—¿Ellie?

—¿Trish? —en cuanto escucha la ligera y temblorosa voz de la mujer de cabello oscuro, piensa que quiere que la trague la tierra, sintiendo la inquisitiva y penetrante mirada de su jefe en su persona. Comprueba que, al igual que ella, la pelirroja, sentada en la parte trasera de su coche, ha palidecido ligeramente: oh, si Alec se entera de lo que han hecho, se pondrá furioso, y ahora mismo no les conviene enfrentarse a su ira—. ¿Estás bien, Trish?

—Sí, sí —afirma la mujer al otro lado de la línea telefónica rápidamente—. Solo quería comprobar que el número era correcto —se disculpa, claramente preocupada, provocando que el inspector escocés arquee una de sus cejas de forma severa—. He cerrado las puertas y las ventanas.

—Genial —afirma Ellie en un tono lo más calmado posible, pues la mirada de su jefe aún continúa posada en ella, y la hace ponerse nerviosa: siente que le sudan las extremidades, y por un momento teme que el volante vaya a escapársele de las manos—. Intenta descansar, ¿de acuerdo? —le sugiere, intentando terminar la llamada lo antes posible, porque, a pesar de que le encantaría hablar con ella para tranquilizarla, ahora no es el mejor momento. No con el testarudo y fácilmente irritable Hardy al lado, quien parece querer taladrarle el cráneo con la mirada—. Recuerda que tienes la alarma de pánico: que no te de miedo a usarla —traga saliva antes de tomar aliento—. Y llámame cuando quieras —nota por la periferia de su visión cómo Alec se gira hacia ella, claramente molesto, dispuesto a reprocharle que haya hecho lo que evidentemente ha hecho.

—También puedes llamarme a mí si lo necesitas —añade Coraline desde la parte trasera del coche, habiendo alzado mínimamente la voz para que la mujer morena al otro lado de la línea pueda escucharla.

Nada más escucha esas palabras salir de sus labios, Alec se gira hacia su pareja con una mirada incrédula: hacía años que no la veía tirar el libro de normas por la ventana, y aunque en otras circunstancias no le habría importado, y de hecho la habría alabado por hacerlo, no es el caso en este momento. Oh, no piensa cortarse ni un pelo al momento de regañarlas por esta práctica tan poco profesional, y ambas lo saben perfectamente.

—¿Cómo se lo diré a mi hija? —la pregunta llena el breve silencio que se ha instalado.

—Intenta no pensar en eso ahora —aconseja la pelirroja de ojos azules en un tono suave—. Lo que debes hacer ahora, es concentrarte en cuidar de ti misma —añade en un tono amable y cálido, y por un momento, es capaz de visualizar cómo la morena sonríe agradecida por sus palabras—. Confía en que todos nosotros estaremos apoyándote en cada paso que des.

—Vale —el tono de voz de la cajera suena mucho más relajado—. Gracias a ambas.

—Adiós, Trish —se despide Ellie rápidamente, antes de colgar la llamada, pulsando otro botón de su volante: ve venir la reprimenda de su jefe nada más presiona el botón, y sujeta con más firmeza el volante, esperando el inminente sermón que está a punto de salir de sus labios.

—Le habéis dado vuestros números de teléfono —efectivamente, Alec comienza con su regañina en un tono lleno de molestia contenida, que aumenta a cada palabra que sale de sus labios—. Le habéis dado vuestros números de...

—¡Oh, no empieces! —se mosquea la castaña en un tono hastiado, rodando los ojos—. ¿Y qué si lo hemos hecho?

—¡Son vuestros números personales! —exclama él, intentando hacerse oír por encima de su voz—. ¿¡Pero qué os he dicho!? —estalla finalmente, alzando el tono de voz varias décimas más de lo habitual, frustrado porque ambas hayan desobedecido una norma estricta del protocolo, que impide que los agentes se involucren a un nivel personal con los investigados o testigos—. ¡Siempre igual, Miller! —acusa a su amiga de ojos pardos, quien, en una ocasión anterior, con otro caso, también hizo lo mismo.

—¡Perdóname por ser humana! —se excusa la inspectora, soliviantada por su tono acusador.

—¡Lo necesitaba, Alec! —rebate la taheña, alzando la voz, saliendo en defensa de su amiga.

—¡Oh, tú también no! —niega él al momento, siendo una de sus primeras discusiones laborales, pues en todo este tiempo no ha habido momento en el que no estuvieran de acuerdo, o no tuvieran la misma perspectiva sobre un caso, pero esta vez es distinto, y sus personalidades y experiencias personales chocan como trenes a toda velocidad—. ¡Sabes perfectamente que hay procedimientos y que hay que respetarlos, Coraline! —solo usa su nombre completo con ella cuando realmente está molesto o enfadado, y esta es una de esas veces—. ¡Nosotros investigamos, y los servicios de apoyo ayudan!

Como respuesta a su tono de voz y al hecho de que utilice su nombre de esa manera, la analista del comportamiento siente que su carácter defensivo y protector empieza a salir a flote.

—¡Pero los servicios de apoyo aún no estaban allí!

—¡Por Dios, no discutas esto! —el escocés se exaspera con su pareja, suspirando hastiado—. No podéis seguir haciendo esto —asevera, intentando calmarse, respirando hondo—. Especialmente tú, Miller.

—¡Solo lo he hecho una vez!

—Dos veces —él rebate su afirmación al momento.

—Oh, ¿llevas la cuenta? —cuestiona ella, incrédula, sujetando el volante con más fuerza, tentada a dar un volantazo para hacerlo callarse, pues ahora todos en el coche están de mal humor gracias a su regañina, y a su incapacidad para valorar y ver cómo una experiencia así puede trastocar la personalidad y mente de una persona.

—¡Sí!

—Si tan insoportable te parece lo que hacemos y cómo trabajamos, ¿por qué has vuelto? —espeta la castaña, utilizando como munición el hecho de que estuviera lejos de ellas por poco más de dos años, hastiada porque aún no le haya dado una respuesta definitiva a esta pregunta. Sin embargo, aunque supone y sospecha certeramente que ha vuelto por Cora, no tiene pruebas fehacientes de que su relación se haya consolidado tan íntimamente—. ¡Siempre estás malhumorado!

—¡No empieces! —esta vez es el hombre con vello facial el que se molesta, rodando los ojos—. Hay un protocolo, y ambas lo sabéis de sobra —persiste en aleccionarlas sobre sus acciones—. Creo que no tengo que estar recordándooslo todo el tiempo: ¡sois dos inspectoras!

—¡Te aseguro que no echaba nada de menos tus riñas y sermones constantes! —exclama la castaña mientras tuerce en una intersección, tentada nuevamente a pegar un frenazo solo para hacerlo callar—. ¡Ni siquiera sé cómo Cora puede aguantarte!

"Hasta yo empiezo a cuestionármelo, la verdad...", piensa con ironía la aludida.

—¡Eso no es asunto tuyo, Miller!

—Oh, ¿¡tú puedes meterte en nuestras vidas y regañarnos, pero nosotras no podemos hacer lo mismo!? —Ellie está incrédula y niega con la cabeza, y por un momento, teme que el volante vaya a partirse en dos de lo fuerte que lo está sujetando—. ¡Si no te gusta cómo trabajamos, apártanos del caso y punto, que para algo eres el inspector a cargo! —rebate en un tono ligeramente rencoroso, rememorando cómo, incluso cuando trabajaron codo con codo en el caso de Danny Latimer, tuvieron sus desavenencias por sus métodos tan distintivos de trabajo, los cuales chocaban un poco entre sí, pero parece que ha ido a peor con los años.

—¡Solo digo, que no puede llamaros a todas horas!

Alec intenta calmar las aguas, pues no pretendía en ningún momento que la discusión se elevase tanto de tono, temiendo que alguno de ellos diga algo de lo que más tarde podrían arrepentirse. Pero sus palabras tienen todo el efecto contrario, pues la poca paciencia que parecía tener la mujer que ama se agota en cuanto escucha esas palabras salir de su boca. Es como si un invisible hilo en su mente se hubiera partido finalmente tras tensarlo en todas direcciones.

—¡La han violado! —su tono de voz resuena en el coche como un huracán, recordándole al momento que ella sabe perfectamente lo que es pasar por una experiencia así—. Por el amor de... —se interrumpe antes de soltar un improperio—. Alec, ¿tanto te costaría dejar de lado tu faceta de inspector para empatizar con ella, aunque solo sea por un segundo? —lo regaña en un tono firme, provocando que al escocés lo recorra un escalofrío por el tono tan severo impregnado en sus palabras—. Comprendo que quieres resolver el caso, de verdad que sí, pero no puedes hacerlo a costa de la salud mental de Trish... Podrías dejarla traumatizada de por vida si insistes en hacerla recordar las circunstancias de su trauma por la fuerza —sabe perfectamente de lo que está hablando, pues esa fue la principal razón que, en el pasado, hizo que su psiquiatra le colocase fuertes mentales para aislar su trauma de su mente, evitando que lo recordase a marchas forzadas—. Solo te pido que demuestres algo de comprensión, tal y como hiciste conmigo en su momento... Dale algo de tiempo para sobreponerse —le ruega, y comprueba para su alivio, que su pareja asiente en silencio, habiendo calmado finalmente sus ánimos—. Gracias.

—Lo siento.

Ambas inspectoras son conscientes de lo mucho que debe haberle costado el disculparse al hombre trajeado, pues ante todo es alguien orgulloso, pero también posee un gran corazón. Solo necesita que, de vez en cuando, le den un empujoncito en la dirección correcta. Tanto Ellie como Cora suspiran pesadamente, decidiendo dejar atrás esta breve riña entre ellos, procediendo el silencio a inundar el interior del vehículo una vez más, aunque en esta ocasión no es uno incómodo, sino que les brinda la oportunidad perfecta para relajarse y disfrutar de unos pocos momentos de paz antes de llegar a la posible localización del delito.


Efectivamente, tal y como la Inspectora Miller ha vaticinado con anterioridad gracias al ordenador de a bordo del vehículo, apenas tardan unos cinco minutos en llegar a la Casa Axehampton: una lujosa vivienda, propia de las casas inglesas más antiguas, llena de distinción e historia en cada una de sus paredes. El coche enfila la carretera de entrada hacia la mansión de verano, con un extenso prado de milenrama de color blanco a ambos lados del trayecto. Mientras el vehículo se acerca a la entrada principal, los tres compañeros son capaces de vislumbrar un pequeño lago tras la parte trasera de la casa, así como un bosque cercano.

—No sabía que esto estaba aquí —asevera Alec, ciertamente sorprendido, no solo por la magnificencia que destila la vivienda, sino por su localización, alejada del mundanal ruido, aislada convenientemente, siendo el lugar perfecto para cometer algún acto ilegal—. ¿Qué es, parte de un pueblo?

—No —niega al momento la analista del comportamiento, quien por fortuna, tiene un leve conocimiento al respecto—. Es una antigua casa señorial, que, por lo que tengo entendido, posee unas casitas alrededor donde vivían los trabajadores de la finca, junto con una pequeña iglesia, aunque no hay tiendas ni otros servicios en kilómetros a la redonda —añade en un tono sereno, antes de proceder a extenderse en su explicación—. A juzgar por el estilo, bebe de las influencias del periodo Tudor, la arquitectura renacentista, y la arquitectura estuarda, que promovieron entre otras cosas, el uso de la piedra como principal material de construcción, además de ventanas y puertas cuadradas o redondeadas, como en Montacute House, en Somerset, otra casa señorial —sus dos compañeros se vuelven hacia ella en cuanto la castaña detiene el coche, claramente sorprendidos por su dominio de la materia—. ¿Qué pasa? —cuestiona en cuanto se percata de los dos pares de ojos pardos posados en su rostro—. Me miráis como si hubierais visto una vaca volando —bromea, divertida ante las expresiones patidifusas del amor de su vida y su mejor amiga, lo que en última instancia, provoca que todos se echen a reír a carcajadas.

—Oh, echaba de menos tus explicaciones, Cora —expresa Ellie con evidente disfrute y alegría, sonriendo de forma genuina, antes de apearse del vehículo, siendo una acción imitada por sus dos compañeros de profesión—. Escuchad esto —llama la atención de la pareja mientras caminan por la entrada de la vivienda, habiendo sacado rápidamente su teléfono para buscar cualquier tipo de información sobre su actual ubicación—: «La Casa Axehampton se alquila para eventos privados, como bodas, cumpleaños y aniversarios»...

—Hoy parece que no —comenta Alec de forma sarcástica, habiendo utilizado sus manos como visera para intentar ver algo del interior a través de una de las ventanas. Contempla que la puerta está cerrada a cal y canto, y retrocede unos pasos, observando la casa señorial en su inmenso esplendor—. No está vallada, por tanto, cualquiera puede llegar hasta aquí en coche.

—También hay otro camino al otro lado de la propiedad, junto a la casa —asegura Ellie, quien ha consultado los pocos datos disponibles en su teléfono móvil, siguiendo el camino que su jefe le marca, alejándose de la Casa Axehampton—. Que hambre... —masculla por lo bajo, rebuscando en su bolso, lo que provoca que Cora no resista el impulso de carcajearse

Esto consigue llamar la atención de Hardy, que se gira hacia ellas, observándolas con una expresión confusa en el rostro, mientras caminan hacia el lago, el cual no está muy lejos de la propia vivienda, y por tanto, de la fiesta que se celebró hace tres días.

—¿Qué estás haciendo? —cuestiona en un tono entre curioso y confuso.

—Llevo media noche despierta, igual que vosotros dos —le recuerda la castaña en un tono severo mientras continúa rebuscando en su bolso—. Y ni siquiera has querido parar a tomar un café o un sándwich, de modo que estoy hambrienta —añade, provocando que la muchacha pelirroja que camina junto a ella sienta cómo le rugen las tripas—. Y por lo que veo, no soy la única —la joven con piel de alabastro se ruboriza brevemente, avergonzada—. ¡Ajá! —exclama, sacando dos pequeñas barras de cereal del interior de su confiable bolso oscuro.

—Oh, Dios, ¿qué es eso? —Alec no puede estar más mortificado.

—Barritas de cereales —responde la joven analista del comportamiento, quien ya las ha visto con anterioridad cuando debía hacer de canguro de los hijos de su amiga.

—Las llevo en el bolso por Fred.

—¿Y cuánto llevan ahí dentro? —el escocés parece a punto de quitarle las barritas de las manos por considerarlo algo malsano y poco saludable, pero al contemplar que Miller abre una de ellas y empieza a masticarla, sus ojos se abren con pasmo y horror.

—Me da igual —responde la castaña tras engullir lo que está masticando—. Toma, Cora.

—Madre mía, gracias, Ell —la mujer de ojos azules siente que se le hace la boca agua con la sola idea de tener algo que llevarse a la boca, rememorando que no ha tomado nada de fuste desde esta mañana, cuando han bebido té en casa de Trish Winterman.

La aludida toma en sus manos la otra barrita de cereales que le tiende su compañera, y por un momento, el hombre de complexión delgada está tentado de arrebatársela para evitar que se la coma. Debería comer algo más saludable, pero teniendo en cuenta las certeras y verídicas palabras de Ellie, está claro que, si por él fuera, estarían sin comer casi todo el día. Una leve sonrisa aparece en sus labios al observar cómo su subordinada taheña engulle con satisfacción la barrita, y desiste en su intento por parecer asqueado. Decide que, esa noche cenarán algo apetitoso. Al fin y al cabo, de alguna forma tiene que compensarla por hacerla prácticamente acompañarlo en ayunas. La nota entonces a su lado, ofreciéndole en silencio parte de la barrita, que él declina amablemente con un simple gesto de la cabeza, antes de detener su caminar en seco, pues algo ha llamado su atención.

—¿Oís eso? —cuestiona con su tono algo barítono, antes de quedarse silencioso, para que así, sus dos compañeras puedan escucharlo también: no muy lejos de su posición, se escucha el rumor claro del agua.

—Vamos —es la joven de treinta y dos años quien toma el liderazgo en esta ocasión, comenzando a caminar con presteza hacia el origen del sonido, una vez se ha terminado la barrita energética—. Agua... Trish oyó agua —murmura para sí misma mientras camina con pasos rápidos por la ribera del río que desemboca en el lago de la propiedad.

Pasan un pequeño puente de piedra, logrando contemplar claramente cómo el río cae en forma de cascada a un nivel inferior, con el agua chocando con las pequeñas rocas cubiertas de musgo esmeralda, salpicando todo a su alrededor.

—Echaré un vistazo ahí abajo —asevera la joven de ojos cerúleos, haciendo un gesto al terreno menos elevado por el cual desciende el agua que corre por otro pequeño río, tras caer por la cascada cercana—. Si Trish escuchó agua que corría, tal vez escuchase el sonido de una cascada, con el agua cayendo —supone, y antes de que alguno de sus compañeros pueda objetar su decisión de explorar el entorno, la taheña se adelanta, comenzando su investigación, con Alec y Ellie siguiéndola al momento, temiendo que cualquier cosa le suceda si la dejan sola.

El páramo verde casi podría parecer un vergel, de no ser por la incesante voz en su cabeza que les dice que están buscando el lugar en el que se cometió el delito. Alec se arrodilla junto al puente de piedra, en la pequeña explanada verde, donde puede contemplarse como el agua cae en forma de cascada, formando otro pequeño río y consiguiente lago. Se pregunta dónde pudo tener lugar la agresión, y chasquea la lengua ante las múltiples posibilidades. El agresor fue muy concienzudo y avispado a la hora de escoger un lugar para esconder su delito: a menos que encuentren pruebas de la agresión como una cuerda o algo de sangre seca, pasaran días peinando la zona, perdiendo un valioso tiempo que bien podrían utilizar para localizar al perpetrador.

Lina está atravesando algunos matorrales en su descenso hacia el pequeño río, seguida de cerca por la castaña de cabello rizado. Caminan varios metros, analizando los lugares cercanos a la cascada que puedan coincidir con la descripción dada por la víctima de la agresión. La analista del comportamiento, que continúa observando el entorno, se detiene en seco, pues algo llama su atención. Algo que, aunque muchos otros lo habrían pasado por alto, ella no: las pequeñas y recortadas briznas de hierba fresca justo frente a sus pies, están aplastadas y dobladas en ángulos diversos. Eso significa que alguien ha pasado por allí, al menos hace dos días, lo que coincidiría con la fecha de la fiesta. Desgraciadamente, al tratarse de hierba, no hay huellas que encontrar, pero su instinto le dice que debe seguir la hierba aplastada, de modo que así lo hace. Sigue las briznas de hierba aplastadas, las cuales siguen una dirección muy concreta. Alza la vista entonces, y sus ojos cerúleos se encuentran con la cascada, que ruge imponente y estruendosamente a cada paso que da en su dirección. El sonido es mucho más ensordecedor, de modo, que se ajusta más a la descripción que Trish pudo darles.

La inspectora Miller se detiene un momento, habiendo perdido ya de vista a su buena amiga y compañera de cabello carmesí. Ni siquiera es consciente de que la muchacha ha desaparecido de su lado, pues se encuentra enfrascada en sus propias pesquisas, habiéndose arrodillado, removiendo algo la tierra a sus pies, apartando pequeñas ramitas y palos. No hay nada que le indique que alguien haya pasado por allí, pues de haberlo hecho, las susodichas ramas estarían rotas o partidas por la mitad. Cierra los ojos con pesadez al aparecer en su mente la posibilidad de que no encuentren ninguna pista significativa.

Alec, que ha terminado de revisar el entorno cercano al puente de piedra, ha seguido finalmente el trayecto de sus compañeras, llegando rápidamente hasta la posición en la que Ellie se encuentra, acercándosele. Apenas están a varios metros de la cascada y el puente, de forma que no se han alejado demasiado precisamente. Nuevamente, comienza a ver la inminente posibilidad de que tardarán días en encontrar algo sustancioso para considerar este lugar como la posible escena del crimen.

—¿Algo? —tiene que alzar la voz para que se le escuche por encima del murmullo del agua.

—No —niega la castaña de cabello rizado, con la coleta ondeando tras su nuca ante el movimiento de su cabeza—. Pero es el sitio perfecto para que ni te vean, ni te oigan, ¿no es así, Cora? —asevera con un tono sereno, antes de voltearse rápidamente, pues esperaba escuchar la réplica de su amiga, pero no ha sido así. Rápidamente comienza a buscar a la subinspectora—. ¿Cora? —cuestiona, pues la ha perdido de vista, y en un lugar tan extenso, teme que se haya perdido.

—¿Dónde está? —Alec coloca sus manos en sus caderas, algo exasperado, pues no es la primera vez en todos los años que la conoce, que su querida novata, aunque ahora no lo sea, decide aventurarse por ahí sin decirles ni pío acerca de sus intenciones.

—No lo sé —se sincera Ellie en un tono confuso a la par que nervioso mientras se encoge de hombros, pues ve venir la regañina de su jefe a kilómetros de distancia, nada más notar cómo frunce el ceño—. La estaba siguiendo, pero de pronto ha desaparecido...

Y efectivamente, tal y como esperaba, tras escuchar sus palabras, Hardy estalla.

—¿¡La has perdido!? —no puede evitar que un tono de reproche llegue a sus labios en cuanto pronuncia estas palabras, pues si algo no desea, es que a su pareja pueda sucederle algo: ¿y si el agresor sexual ha vuelto a la zona? Como bien le ha explicado su analista del comportamiento, algunos agresores retornan a las escenas del delito para recrearse—. ¡Tenías que vigilarla! —le echa en cara, logrando enervar a la castaña, quien lo señala con el dedo a modo de advertencia.

—¡No me eches la culpa! —rebate Miller, comenzando a caminar con impaciencia, con su mirada castaña escaneando nerviosa y ágilmente su entorno, buscando cualquier pista del paradero de su compañera—. ¡Tú también tenías que hacerlo! —le espeta mientras ambos la buscan, recordándole ese tácito acuerdo entre ellos de protegerla y vigilarla, con el fin de que este caso no la afecte demasiado o la haga recaer en sus peores recuerdos.

—Ya hablaremos de eso luego —asevera el escocés en un tono férreo, antes de que una sensación de opresión y miedo lo recorra de arriba-abajo, aprisionando su garganta—. ¿¡Lina!? —su tono de voz se alza a cada segundo conforme aumenta su preocupación—. ¡Lina!

El corazón le late desbocado en el pecho, pues a cada segundo en el que no recibe respuesta, teme lo peor. Múltiples escenarios cruzan su mente: desde caídas desafortunadas, hasta un secuestro o un ataque a su persona por parte del agresor de Trish. No puede permitir que le suceda nada, y menos estando a su cargo, porque no se lo perdonaría. Por la periferia de la visión, nota que Miller está a su lado, también buscándola insistentemente, gritando su nombre a todo pulmón, con el fin de localizarla.

—¡Ellie! ¡Alec!

La voz de la Subinspectora Harper rompe el fatídico y estremecedor silencio, provocando que ambos agentes y compañeros, giren sus rostros hacia la cascada cercana encontrándose con que la joven taheña los está esperando allí, haciendo señas con los brazos, a fin de que puedan verla. Claramente, gracias a su tonalidad de cabello, que contrasta tan gravemente con el entorno, no les hace falta que gesticule tan exageradamente con los brazos, como si estuviera haciendo ejercicios de aerobic, pero agradecen el haberla encontrado al fin.

—¡Oh, por el amor de...! —se detiene antes de emitir un gruñido que se encuentra a medio camino entre el hastío y la ira, encaminándose rápidamente a la posición de su pareja—. ¿Por qué has desaparecido así? —antes siquiera de poder evitarlo, el escocés comienza su regañina—. ¿¡Te haces idea de lo preocupados que estábamos!? ¡El agresor podría haber vuelto!

"Vaya, aquí tenemos a Hardy", piensa la Inspectora Miller sarcásticamente, pues desde hace tiempo, ha decidido hacer una distinción en el carácter de su compañero, apelando a él de la forma correspondiente. Cuando es cariñoso, comprensivo y amable, o lo más parecido que puede llegar a ser, es Alec. Sin embargo, cuando es un borde, gruñón, e idiota, es Hardy. Y en este momento, es éste último.

—Lo siento —se disculpa la muchacha en un tono sorprendido a la par que preocupado, pues no es del todo consciente de haberse alejado sin decir palabra, aunque claro, se encontraba demasiado sumida en sus pensamientos y pesquisas como para darle importancia—. He estado investigando la zona, y creo que he encontrado el escenario del crimen —como si fuera mano de santo, las palabras «escenario del crimen» terminan con la regañina y la ira del escocés, quien rápidamente cierra la boca, dejando de lado su papel como novio, adoptando su papel de inspector—. Mirad —la analista del comportamiento comienza su explicación—: posibles rastros de sangre seca aquí —señala una pequeña piedra—; y aquí —aparta un enramado, dejando a la vista un pequeño plástico de un llamativo color rojo borgoña—, lo que parece ser el envoltorio de un condón —sus compañeros se han acercado a ella, contemplando las pruebas que ha ido indicándoles, asintiendo a cada palabra—. Todo con el sonido de agua corriendo cerca —asevera, dando por zanjado el asunto, pues está claro que ésta es, en efecto, la escena del crimen.

—Dios, tienes razón —afirma Ellie en un tono que queda a medio camino entre el horror y el alivio. Horror por el hecho de ser consciente de que en aquel lugar, Trish fue agredida sexualmente, pero alivio por haberlo encontrado al fin, llevándolos un paso más cerca de encontrar al perpetrador—. Ocurrió aquí...

—Buen trabajo —Alec le dedica unas simples palabras de ánimo a su pareja junto con un discreto pero efectivo gesto, pasando su mano desde su hombro hasta su mano izquierda, sujetándola con firmeza. Tras hacerlo, se aleja de sus compañeras, sacando su teléfono móvil, marcando el número de la comisaría—. Soy el Inspector Hardy y estoy en la Casa Axehampton —se identifica a sí mismo, así como el lugar en el que se encuentra, para que los servicios forenses acudan lo antes posible—. Tenemos un posible escenario de un crimen.

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