Capítulo 18 {2ª Parte}
Tras haberse parado a comer en la casa de la pareja de detectives, cerca de las 18:55h, el Mercedes Benz Vegar C 220 BT azul brillante de Coraline Harper recorre la carretera con celeridad, aunque en todo momento respeta las regulaciones de tráfico. Por el camino, mientras conduce, la pelirroja de ojos celestes ha desviado sus ojos a su teléfono móvil, en el cual ha recibido varios mensajes por parte de Nadia, su medio-hermana. Se pregunta que acabará de mandarle ahora, pues el sonido de un mensaje entrante llega a sus oídos. Sin embargo, como está conduciendo, decide revisar más tarde dichos mensajes, a fin de no distraer su atención de la carretera. El hombre de delgada complexión, quien ahora está más atento a todo lo que a ella concierne, también se ha percatado de la llegada del mensaje, pero nada más leer el nombre del remitente, suspira aliviado: parece que la familia de su novia está en camino hacia Broadchurch. No puede evitar sentirse nervioso por la incipiente reunión familiar, pero espera que, siendo los hermanos de su querida Lina, sean, como mínimo, igual de afables que ella.
—¿Y si revisamos lo que sabemos hasta ahora? —propone Cora mientras conduce por la verde campiña inglesa hacia la casa del violador convicto, torciendo en una curva—. Sabemos que van a analizar el bate de criquet, pero hay otro idéntico que no aparece, como yo imaginaba, es decir, que lo más probable, es que el agresor aún lo tenga.
—Aún no tenemos lo que quiera que usaron para amordazar a Trish —apostilla Ellie desde la parte trasera del vehículo, habiéndose cruzado de brazos.
—Y ahora necesitamos averiguar qué luz vio Trish durante el ataque —añade Alec con un tono frustrado, puesto que el trabajo se les va acumulando sin cesar, y no parece que la cantidad vaya a disminuir pronto. Tiene la horrible sensación de que no consiguen avanzar—. ¿Qué más ha averiguado Harford?
—La compañía telefónica de Trish ha contactado con ella —responde Coraline rápidamente, quien, después de que Katie le enviase la dirección del agresor sexual convicto, ha recibido otro mensaje con la poca información que ha conseguido reunir de otras cuestiones del caso—. Por lo visto le enviaron un mensaje anónimo mediante una página web, que requiere que la persona que envía un mensaje, se registre antes —continúa administrándoles información, pues la posibilidad que ella se había planteado en un inicio, ha resultado ser cierta—. Y por suerte, guardan todas las direcciones IP de cualquier persona que envíe mensajes, así que, llamaran a Katie con todos los detalles.
—Vale, estupendo —Alec parece más motivado tras recibir la información por parte de su pareja, antes de sacar sus gafas de cerca, tomando en sus manos el teléfono de la taheña. Escanea el mensaje que Katie le ha enviado con los datos del agresor sexual convicto—. Aaron Mayford, 31 años, consultor de informática —comienza a leer el expediente, sintiendo que a cada palabra que lee, se le revuelve el estómago—. Tres años por violar a una mujer en un motel: ató a la víctima a la cama, y la amordazó.
—Se declaró no-culpable en el juicio, y obligó a la superviviente a demostrar que la agresión sexual había tenido lugar —añade Coraline, quien ya ha leído el expediente de arriba-abajo nada más recibirlo, habiendo guardado los datos en su memoria.
—¿Cuánto tiempo ha estado preso? —inquiere Ellie tras proferir un gruñido molesto.
—16 meses —responde su jefe en un tono lleno de seriedad—. Le han dado la condicional.
—Qué joyita de hombre... —comenta la castaña con ironía, contemplando que su buen amigo se despoja de sus gafas de cerca, guardándoselas en el bolsillo de la chaqueta—. Estoy deseando conocerlo.
Coraline se mantiene silenciosa ante sus comentarios, pues aunque ella misma siente una aversión extrema por los agresores sexuales, debe intentar, como analista del comportamiento, mantener una actitud neutral. Gira en una intersección, llegando a un pequeño y concurrido barrio residencial. Las casas están edificadas en una pendiente, de manera que el terreno de algunas se encuentra más elevado. La vivienda del agresor sexual convicto destaca entre las demás por su pintura desconchada. Las casas a su alrededor parecen más modernas, y es como si se les hubiera dado una nueva capa de pintura. "Está claro que Aaron Mayford no tiene tanta liquidez económica como para permitirse un lavado de cara de su propiedad, literal y figurativamente hablando", reflexiona para sí misma la analista del comportamiento, estacionando el vehículo en la acera frente a la casa, antes de apearse de él. Camina con sus compañeros hasta la puerta principal, cuyo timbre toca en dos ocasiones de forma rápida.
Por el rabillo del ojo se percata de cómo su pareja y su amiga sacan sus placas policiales, mientras que ella, por la costumbre, ya la tiene en la mano, dispuesta a enseñársela a quienquiera que habite la casa. Tras unos segundos, una mujer hispana, de piel bronceada y cabello y ojos color ónix, abre la puerta. Sujeta en sus brazos a un infante de aproximadamente 3 años, de cabellera rubia y ojos azules. La sonrisa con la que los recibe pronto se borra en cuanto escucha las palabras de la analista del comportamiento.
—Hola, Inspectores Harper, Miller y Hardy de la policía de Wessex —los identifica rápidamente, guardando sus placas policiales donde corresponden—. Buscamos a su marido, Aaron, ¿está en casa?
—No pueden dejarle en paz, ¿verdad? —la mujer del asesor informático rápidamente defiende a su marido con gran insistencia, entrecerrando los ojos con desconfianza.
Está claro para Coraline que aún se encuentra en un estado de negación, pues es incapaz de aceptar lo que vio en el juicio, así como las pruebas flagrantes que se presentaron contra su marido. No puede aceptar el hecho de que su marido, a quien ella tanto ama, fuera capaz de semejantes actos.
—Solo queremos hablar con él, Señora Mayford —sentencia Cora con un tono suave de voz, lo que, efectivamente, logra hacer relajarse a la mujer hispana. Ésta asiente a los pocos segundos, dejándolos entrar a su casa—. Gracias —le dice, y por un ínfimo instante, la mujer sonríe de manera cordial y agradecida, probablemente por la amabilidad con la que se conduce y la trata la agente de cabello cobrizo. "A juzgar por su actitud defensiva, el ceño fruncido y la tensión en sus hombros, es evidente que no ha tratado con policías con un mínimo de modales... Lo siento mucho", piensa para sí misma, habiendo analizado su comportamiento no-verbal. Atravesando el pasillo de la entrada, llegan a la sala de estar, donde se encuentra Aaron. "De joven era de constitución delgada, pero los meses en prisión han provocado una subida imprevista de peso. Se lo ve algo escocido, lo que me hace pensar que hace poco que ha empezado a hacer ejercicio. El cabello y la barba están bien afeitados y cuidados, lo que deja claro que se preocupa por las apariencias, o al menos, esa es la sensación que quiere proyectar", analiza brevemente aquello que puede advertir superficialmente, antes de carraspear, llamando su atención—. ¿Señor Mayford? Inspectores Harper, Miller y Hardy, de la policía de Wessex —los presenta en un tono profesional, desprovisto de hostilidad, lo que, en un primer momento, desconcierta brevemente al agresor sexual convicto—. Estamos aquí por un asunto oficial: imagino que habrá escuchado las noticias acerca de la reciente agresión sexual a una mujer de la zona...
—Sí, oí la noticia, Inspectora Harper —afirma Aaron de manera cortes, correspondiendo a la actitud y trato que le dispensa la pelirroja de piel de alabastro. Se acerca a la isla de la cocina, donde está la cocina a gas, apoyándose en ella—. Imaginé que se pasarían por aquí.
—Aparece en el registro —sentencia Hardy con un punto de firmeza en la voz, pues aún está algo afectado por la reciente experiencia de su pareja con su trauma, a pesar de haberle asegurado que se encuentra prácticamente recuperada—. Habría sido negligente no comprobarlo.
—Una mujer de unos 50, ¿verdad? —Aaron no da con la cifra exacta, pero es evidente que tiene una ligera idea del contenido del comunicado oficial que publicó la policía de Wessex hace días—. ¿Ni siquiera han visto los detalles de mi caso?
—Qué quisquilloso con la edad —apostilla Ellie, quien, a diferencia de su amiga de treinta y dos años, no puede evitar dejarse llevar por sus prejuicios y emociones viscerales.
—Lo hemos hecho, sí —afirma la más joven de los detectives, cruzándose de brazos, intentando ignorar el comentario de su colega, a fin de que el asesor informático coopere—. Una mujer con la que tomó unas copas, a quien acababa de conocer en una conferencia de trabajo, fue invitada a su habitación de hotel. Una vez allí, mantuvieron una relación sexual, según su propio testimonio, consensuada. Sin embargo, fue catalogada como una agresión sexual por parte de ella, quien posteriormente procedió a demandarlo. El caso llegó a juicio, donde usted se declaró no-culpable, por lo que la joven tuvo que aportar pruebas de dicha agresión. Finalmente, el jurado lo declaró culpable de los cargos, sentenciándolo a 3 años de prisión —recita de memoria los puntos clave de su expediente, provocando que Aaron Mayford palidezca levemente ante la exactitud de sus palabras, habiéndosele demostrado que la inspectora frente a él tiene las cosas muy claras, y ha leído los detalles de su caso punto por punto.
El asesor informático siente que un escalofrío placentero lo recorre de arriba-abajo al contemplar la mirada determinada, factual, sin juicio alguno, que le dirige la taheña de brillantes ojos cerúleos. No niega que se siente atraído por ella, por su intelecto y atractivo físico, pero la férrea mirada parda que le dirige el inspector trajeado, lo disuade de hacer cualquier tipo de comentario acerca de su compañera.
—Tranquila, no hace falta que oigas esto —le dice Aaron a su esposa, quien asiente lentamente, saliendo con su hijo al jardín trasero, a fin de jugar con él y distraerlo—. Ya he cumplido mi condena: tengo derecho a empezar de cero.
—No —Alec lo corta en seco. No piensa dejar que se juegue es carta con él delante, y menos frente a Lina—. Tiene la libertad condicional, así que, aún está cumpliendo su condena —su tono se vuelve ronco al final de sus palabras—. ¿Y qué hay de la mujer a la que violó, Aaron? ¿Cree que ella ha podido empezar de cero? —inquiere con ironía, pues sabe, gracias a su querida subordinada, que un trauma así no se supera fácilmente, y como mucho, no desaparece hasta pasados muchos años.
—Si les interesa la verdad, la chica estaba igual de borracha que yo.
—«¿Chica?» ¿Cuántos años tenía? —la elección de palabras del agresor convicto hace que Ellie se lance prácticamente a su yugular con sus acusaciones.
—Veintisiete.
—«Mujer», entonces —especifica
—Qué quisquillosa con la edad —el asesor informático le devuelve el comentario puntilloso a Ellie, lo que ha hace morderse la lengua, impidiéndose el soltarle una fresca—. Es tal y como ha aseverado su compañera pelirroja —en cuanto esas palabras salen de su boca, comprueba para su satisfacción personal que un tic de frustración se hace presente en el ojo izquierdo del hombre de delgada complexión—. La mujer y yo nos conocimos en una conferencia de empresas informáticas —reformula su versión de los hechos, cambiando su elección de palabras por las que la Inspectora Miller considera más apropiadas—. Tomamos una copa, luego fuimos a mi habitación de hotel. Nos acostamos y nos lo pasamos bien. Cuando se despertó, se asustó: me dijo que estaba casada, y entonces empezó a acusarme de todo tipo de cosas.
—¿Cómo de atarla?
—Sí que la até, sí —asiente Mayford sin reparo alguno—. Me gusta jugar, ¿y qué? No hay nada anormal en eso —se encoge de hombros, como si los juegos de rol, el bondage y el sadomasoquismo fueran una práctica corriente entre las personas que mantienen relaciones sexuales—. Todo el mundo lee «Cincuenta Sombras de Grey» en el autobús.
"No tiene el comportamiento típico de un agresor sexual, pero sí denota un ligero comportamiento que roza la obsesión. Es un adicto al sexo y a los juegos de rol, especialmente el bondage, el cual practica habitualmente con su esposa, a juzgar por los ligeros hematomas que he advertido alrededor de su cuello y muñecas. A juzgar por su relato de los hechos, no considera una violación el hecho de aprovecharse de una mujer en estado de embriaguez, de ahí que no considere la condena lícita ni apropiada", la brillante subordinada del escocés analiza rápidamente la personalidad de Aaron Mayford, a fin de realizar un perfil psicológico de él para la pizarra de sospechosos.
—No soy un violador.
—Bueno, según el jurado, sí lo es —asevera Ellie con un tono firme, habiéndose cruzado también de brazos, imitando la postura de su compañera y buena amiga.
—Los jurados se equivocan, ¿verdad? —inquiere, posando una mirada significativa en la castaña y en la taheña de piel de alabastro. Es evidente que las reconoce. Sabe quiénes son y qué las relaciona con el caso de Danny Latimer, así como el posterior juicio que se celebró hace años—. Inspectora Harper, usted expuso las pruebas que tenía en contra de su agresor sexual, y mire por dónde, fue exonerado de toda culpa —en cuanto esas palabras dejan sus labios, al Inspector Hardy le cuesta trabajo mantener la compostura para no partirle la cara al asesor informático por las palabras que ha dirigido hacia su mujer amada—. Al igual que el jurado se equivocó con él al declararlo no-culpable, el jurado también se equivocó conmigo al declararme culpable.
—¿Y qué hace ahora, Aaron? —intercede el hombre de cabello y vello facial castaño, intentando desviar el tema de conversación, aunque comprueba para su alivio, que Coraline ni siquiera da muestras de sentirse afectada por sus palabras. Simplemente lo contempla con indiferencia. Al contrario que ella, Ellie parece a punto de moler a palos al hombre que tiene delante solo por atreverse a mencionar ese juicio y esa resolución.
—Registro de datos —responde el hombre con camisa a rayas de color azul, rascándose la nuca, sintiéndose desmotivado al no haber obtenido ninguna respuesta emocional por parte de la joven de treinta y dos años—. La empresa me envía archivos, y yo informatizo los datos —explica con claridad, a fin de que los detectives comprendan en qué consiste su trabajo exactamente—. Una condición para mi liberación.
—¿Trabaja desde casa entonces? —cuestiona Coraline, manteniendo un tono sereno de voz en todo momento, provocando que el agresor sexual convicto pose sus ojos en ella, observándola, como si se tratase de una rareza única.
—Oh, sí —no puede evitar carcajearse de manera irónica—. No muchas oficinas quieren tenerme allí, ¿verdad? Después de un juicio y de una resolución así... Esas cosas te marcan la vida para siempre.
—No, imagino que no —responde Alec en un tono factual, deseando largarse de allí.
—¿Dónde estuvo el sábado pasado por la noche? —pregunta Ellie con más calma.
—Pescando —responde Aaron con convicción—. Ahora lo hago todos los sábados: bajo a la playa, acampo, y paso la noche allí —describe sus actividades nocturnas de los sábados con concisión—. Mi padre y yo solíamos hacerlo en vacaciones, y yo era un crío. Me recuerda a él —sus ojos efectivamente se vuelven levemente vidriosos al recordar a su progenitor, por lo que según lo que puede advertir Coraline, Aaron dice la verdad—. Tienes el mundo para ti solo...
—¿A qué playa fue?
—A la que hay a un par de kilómetros del pueblo, Inspectora Harper, al este.
—¿Cerca de Flintcombe? —intercede Miller, habiendo descruzado los brazos, apoyándose en una encimera cercana, mientras que coloca la mano derecha en su cadera, en una actitud más relajada y abierta.
—No, no tan lejos —niega el hombre con cabello rubio, pasando una mano por su barba—. A la que queda a mitad de camino entre allí y Broadchurch.
—¿Y cómo llegó hasta allí? —es el turno de Alec para presionar a su potencial sospechoso.
—Conduciendo.
—¿Dónde aparcó?
—En el aparcamiento del National Trust, que está justo a pie de playa.
—¿A qué hora salió de casa? —el Inspector Hardy se ha cruzado de brazos y lanza las preguntas como si se tratase de una ametralladora. Es incombustible, y gracias al marcapasos, ahora puede pasarse horas realizando interrogatorios, claro que, está seguro de que es algo que su querida y brillante novata desaprobaría.
—Sobre las 22:00-23:00.
—¿A qué hora volvió?
—A las 06:30-07:00 de la mañana.
—¿Su mujer estaba despierta cuando volvió? —hace un gesto a la mujer que juega con su hijo en el exterior, posando brevemente su mirada en ellos. No quiere ni imaginarse lo que tendrán que pasar ambos al tener que vivir junto un hombre como Aaron Mayford. Las miradas y los comentarios seguramente sean insoportables, eso si se parece mínimamente a la situación que observó con Ellie.
—Sí, recordará haberme visto entrar.
—¿Vio a alguien en la playa?
—Había un par de tipos más pescando en la playa, pero los pasé de largo antes de instalarme... Creo haberme cruzado con un conocido, Finn, de cuando trabajaba en mi antigua empresa de informática.
—¿Puedo ver su equipo de pesca? —el escocés de taciturno carácter finalmente realiza la pregunta que estaba deseando desde el momento en el que han entrado a la vivienda.
—Sí, claro —Aaron asiente con vehemencia, antes de comenzar a caminar hacia la puerta principal, seguido por el inspector de cabello y vello facial castaños, cuya mirada parda no desvía de su persona. Una vez fuera de su casa, el asesor informático se acerca a la puerta del garaje, la cual abre gracias a un manojo de llaves que ha tomado de la entrada—. Bienvenido a mi cueva —asevera, entrando al garaje mientras deja algo de espacio para que el agente de la ley lo siga—. Intento hacer ejercicio, ¿sabe? Me mantiene despejado —comenta cuando pasan junto a una máquina de pesas, una bicicleta estática y un saco de boxeo. Hardy simplemente contempla esos aparatos de ejercicios una mirada poco impresionada: está claro que Aaron no tiene la complexión de un hombre que hace ejercicio diariamente, y no cree que tenga la fuerza necesaria para arremeter contra él, en caso de que se le pase por la cabeza hacerlo—. ¿Usted hace ejercicio?
—No —asevera rápidamente el escocés, quien no tiene siquiera la intención de mantener una conversación mínimamente intrascendente entre ellos.
Su mirada parda se ve atraída entonces por fotos en las paredes y armarios de mujeres con poca o nula ropa interior, en posiciones sugerentes. Desvía la mirada al momento, sintiéndose enfermo solo con haberlas contemplado unos segundos. Personalmente, ni se le pasaría por la cabeza hacer algo así. Lina es y será siempre suficiente para él.
—El equipo de pesca: el que usé el sábado por la noche —asevera Mayford, habiendo sacado dicho material, sujetándolo en sus manos con firmeza.
—¿Y qué cebo utilizó? —cuestiona el hombre trajeado tras exhalar hondo.
—Era caballa, así que, anzuelos con señuelo.
—¿Pescó algo?
—Me fue bien, sí.
—Menuda galería tiene aquí —el hombre de delgada complexión siente que las palabras son como veneno en cuanto las pronuncia. A Aaron no le ha pasado desapercibida la mirada que Alec Hardy ha desviado de sus fotografías, por lo que decide atajar ese asunto, antes de que pueda volverse en su contra.
—Me ayuda a motivarme cuando me ejercito, ¿sabe? —inquiere en un tono sereno, no desprovisto de picardía, antes de añadir sin ningún tipo de vergüenza—: Usted también lo entendería, si hiciera ejercicio y tuviera alguna fotografía de la Inspectora Harper para motivarlo.
—Gracias por su tiempo, Señor Mayford —Alec siente una intensa ira que lo recorre de arriba-abajo, escribiéndoles un mensaje a sus compañeras para que se reúnan con él en el exterior de la vivienda—. Enviaremos a uno de nuestros agentes a tomarle huellas de descarte y a recoger muestras de su equipo de pesca —le comenta en un tono lo más calmado posible, pues no quiere darle la satisfacción de verlo soliviantado por sus comentarios tan inoportunos.
Coraline y Ellie se reúnen con su jefe en el exterior de la vivienda, tal y como él les ha solicitado. Aaron vuelve al umbral de la puerta principal de su casa, contemplando cómo los agentes se retiran de su lugar de residencia. Su mirada parda no se aparta de la agente de cabello carmesí, a quien encuentra indescriptiblemente atractiva.
—No me lo imaginaba así para nada —sentencia Ellie en un susurro, caminando hacia el coche de su buena amiga, quien a diferencia de ellos, es la única que parece conseguir mantener la calma.
—Cora, que Harford compruebe las grabaciones de todas las cámaras de seguridad que hay entre este punto y la playa del sábado por la noche —su voz adquiere un filo cortante y amenazante, rememorando los desplantes que les ha hecho este agresor sexual convicto, al igual que los comentarios acerca de su querida pareja—. Quiero saberlo todo sobre este hombre.
—Entendido —afirma su novia al momento, apresurándose en mandarle un mensaje de texto a su subordinada, quien responde afirmativamente a los pocos segundos, indicándole que va a ponerse manos a la obra, aunque tenga que trabajar toda la noche. La pelirroja le insiste en que cuide su salud, y en que no trabaje demasiado.
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