Capítulo 18 {1ª Parte}
Una vez que Beth y Trish han abandonado el escenario del crimen, el escocés con vello facial castaño, comienza a examinar las pupilas de su novia, contemplando que no se dilatan con la luz, dejando claro que no es consciente de lo que sucede a su alrededor. También se asegura de tomar su pulso, comprobando que late increíblemente rápido, y su temperatura ha descendido considerablemente.
—Alec, ¿qué...? —Ellie no comprende qué sucede, pero por el tono y el ademán preocupado de su compañero de faena, está claro que es muy grave y potencialmente peligroso para Coraline.
—Está teniendo un flashback, reviviendo el trauma de lleno en su mente: si no la sacamos de ahí, podría quedarse catatónica —sus explicaciones son breves y concisas, de modo que no pierde el tiempo que podría emplear para ayudar a su novia.
Aún encerrada en los abismos más oscuros y retorcidos de su mente, a pesar de que su cuerpo actúe como movida por un piloto automático, Cora Harper siente cómo estrangulan su cuello con el alambre, rasgando su piel y haciendo brotar la sangre, que corre cálida por su cuello y nuca. El escalofrío que siempre la recorre al momento de despertarse de esta pesadilla no se produce, y una sensación heladora la recorre de arriba-abajo. "¡Mamá! ¡Mamá, por favor, ayúdame!", piensa para sus adentros, clamando por ayuda, desesperada por salir de esta situación cuanto antes. Sin embargo, por mucho que grite, por mucho que se resista, es en vano. El recuerdo solo puede acabar de una manera. Y ella lo sabe perfectamente.
—¡Coraline! —el hombre de delgada complexión hace lo posible por conseguir llamar la atención de su pareja, hacerla reaccionar. Necesita que conecte con él de alguna forma. "¡Maldita sea! ¡No debería haberla dejado exponerse al trauma de Trish tan de cerca! ¡Debería habérselo impedido!", se recrimina mentalmente, habiendo posado sus manos en las mejillas de la mujer que ama, acariciándolas con suavidad, obligándola a mirarlo—. Cora, querida, mírame —le ruega con un tono que se resquebraja a mitad de frase, provocando que Ellie, quien observa a su compañero impotente, sienta cómo se le hace un nudo en la garganta—. Por favor, por favor, Lina, reacciona... —la desesperación que poco a poco domina sus palabras empieza a ser visible en su ademán, y contemplarlo es desgarrador.
La joven de treinta y dos años ya se ha rendido: es incapaz de salir de esta situación por su cuenta. Ha llamado a su madre, a su padre, pero ninguno de ellos ha acudido en su ayuda. Entonces lo recuerda: "Mamá está muerta, y Papá también... No me queda nadie". El pensamiento es lapidario, y siente que se le viene el mundo encima. Está boca-abajo en el suelo, sintiendo cómo el alambre se presiona aún más fuerte contra su cuello y muñecas, impidiéndole moverse. Cierra los ojos, esperando poder aislarse de lo que está a punto de suceder, pues siente el peso de Joe en su espalda. Sin embargo, a diferencia de otros flashbacks, sus sentidos siguen agudizados, de modo que no puede abstraerse de su mente. "No, por favor, no... No quiero ser consciente de ello", ruega con horror, sintiendo que las lágrimas brotan de sus ojos, cayendo por sus mejillas.
El hombre trajeado de delgada complexión sigue intentando hacer reaccionar a la mujer que ama. Besa su frente, sus labios, incluso frota sus hombros y brazos, pero nada surte efecto. "Por favor, por favor, Lina, no te rindas ahora... No te dejes llevar", pide en su mente de manera desesperada, sujetando nuevamente su rostro entre sus manos, posando sus ojos pardos en los celestes de ella. En un momento dado, contempla que un río de lágrimas se desliza por las mejillas de su Lina, por lo que la estrecha entre sus brazos, apretando su cabeza contra su pecho, intentando hacerla escuchar el latido de su corazón. Recuerda que, en ocasiones, cuando ha tenido pesadillas con su trauma, el hacer esto siempre ha conseguido calmarla y despertarla.
—Escucha, novata, te necesito —su voz tiembla ligeramente cuando pronuncia esas palabras. Jamás se ha permitido un momento de vulnerabilidad como este, hasta el punto de demostrarle los sentimientos más viscerales que le provoca—. Necesito que vuelvas... Que vuelvas conmigo —acaricia su cabello mientras la estrecha entre sus brazos, sintiendo el habitual escalofrío que lo recorre por la espalda al sentir el suave tacto de sus mechones entre sus dedos—. Me comporté como un auténtico idiota esos primeros días y semanas en los que trabajamos juntos —suelta una carcajada irónica ante sus palabras, sintiendo la mirada compasiva y llena de cariño de Ellie en su persona—. Estoy seguro de que todos en la comisaría apostaron cuánto tiempo tardarías en hartarte de mi carácter y mandarme a paseo —da un hondo suspiro, acariciando la espalda de su persona amada—. Pero a pesar de todo, lo soportaste. Incluso cuando me proponía ponerte retos para comprobar tus habilidades, los superaste sin demasiado esfuerzo, y jamás me dirigiste una palabra desagradable por ello —rememora sus comienzos en el cuerpo, cuando la instaba a seguir las normas, haciéndola trabajar hasta tarde para que recopilase sus deducciones y se las entregase redactadas, a fin de comprobar su proceso mental—. Eres mi compañera, mi amiga... —su voz se entrecorta a mitad de frase, carraspeando para intentar retomar el control de sus emociones, pues incluso ahora, habiéndose abierto a ella y a Ellie, le es complicado el manejar esta situación, esta vulnerabilidad—. Eres esta fuerza en mi vida, sin la que no puedo vivir... Tú me impulsas cada día, me devuelves la alegría y mi fuerza, y no quiero volver atrás —siente que las lágrimas amenazan con salir de sus ojos, por lo que opta por cerrarlos, estrechando un poco más firmemente a su pareja entre sus brazos—. No puedo volver a estar sin ti. No puedo... —aprieta los dientes, siendo consciente de que sus sentimientos están desbordándose poco a poco. En ese preciso momento, siente la mano de Ellie en su espalda, propinándole una caricia llena de compasión y apoyo—. Nunca te has rendido y has permanecido a mi lado, ¿no es cierto? —inquiere, deseando que sus palabras lleguen al rincón remoto de su mente en el que se encuentra encerrada, aun sintiendo cómo las lágrimas de su taheña de ojos celestes caen por sus mejillas, mojando su cuello y camisa—. Vuelve conmigo, Lina, por favor... Vuelve conmigo.
Ellie, quien ha observado a su buen amigo en una posición tan vulnerable, dejando salir a la luz todo aquello que siente por la muchacha pelirroja, no puede seguir en silencio. Decide ayudarlo, hablándole a su querida amiga, quien en ocasiones es más como una hija.
—Cora, estás a salvo, no estás sola —la voz de la castaña adquiere ese habitual tono maternal que en tantas ocasiones antes ha usado con la analista del comportamiento. Deben ayudarla como sea, especialmente ahora que está embarazada. No solo su vida está en juego, sino la del bebé, y por todos los santos que Ellie piensa hacerla reaccionar—. Estás con nosotros... Él no está aquí, no puede hacerte daño —añade, sintiendo que la rabia la invade una vez más. Rabia por lo que Joe le hizo. Rabia por no haber podido cortar de raíz ese trauma en su amiga. Rabia porque no haya podido llevar una vida normal—. Lo que ves en tu mente no es real... Vuelve con nosotros.
La analista del comportamiento siente que la impotencia la recorre desde los tuétanos hasta las extremidades. Sabe que no puede hacer nada por contrarrestar el trauma, que debe dejar que siga su curso, aunque una pequeña parte de su ser le dice que no es así. No debe dejarle ganar. Pero su resistencia se ha agotado. Ya no tiene más energía para luchar. En ese preciso momento, escucha una voz que la llama insistentemente: "¿Quién es? ¿Quién me llama?", se pregunta, confusa. "Esa voz... Conozco esa voz", piensa para sus adentros, sintiendo que ese timbre y ese tono característico se acercan a su persona. El volumen de la voz aumenta. "Alec...", reconoce al dueño de la voz al cabo de unos segundos, y finalmente es capaz de escuchar lo que le dice. "Me necesita... Alec me necesita", siente que las fuerzas vuelven a ella a cada palabra que escucha. Siente cómo sus sentimientos llegan a ella, rogándole que vuelva a su lado. Escucha entonces el latir de su corazón, que en tantas ocasiones antes la ha calmado. "Tengo que volver", se dice, antes de escuchar la inconfundible voz de Ellie, quien también intenta llegar hasta ella. "Esto... Esto no es más que un mal sueño. Una pesadilla", empieza a resistirse, luchando nuevamente, pues las fuerzas han vuelto a ella con más ímpetu que nunca. El Joe conjurado por su trauma hace lo posible por retenerla, sorprendido porque aún le quede tanta fuerza. "¡No eres real: no estás aquí! ¡No tienes poder sobre mí!", exclama, logrando zafarse de su agarre, en el mismo instante en el que siente que alguien la ayuda a levantarse del suelo, encontrándose frente a frente con el rostro sonriente de su querido escocés. A su lado, como siempre, se encuentra su apreciada Ellie, quien también le dedica una sonrisa. "No seguiré permitiendo que mi trauma me domine", como si se tratase de un espectro fantasmal, su negativa provoca que el Joe de su mente comience a gritar de dolor, retorciéndose en el suelo del callejón. "Sí, es cierto, marcaste mi vida para siempre, pero también debo darte las gracias: por lo que hiciste, me convertí en la persona que soy ahora... Fuerte, valiente, y llena de determinación", Joe palidece al escuchar esas palabras, las cuales, al estar en su mente, resuenan a su alrededor como un encantamiento. "Es hora de que acepte mi pasado...", asevera con firmeza, acercándose al fantasma de Joe, el cual funciona en su mente como un recordatorio constante de su trauma. Se arrodilla junto a él entonces, contemplándolo con lástima. En todo momento, el Alec y la Ellie de su mente la flanquean, apoyándola. "Ya no te necesito".
Alec se sobresalta en cuanto siente que los brazos de su querida Lina rodean su espalda, devolviéndole el abrazo. Empieza a notar cómo la calidez vuelve a su cuerpo, y su corazón late desbocado en su pecho ante la posibilidad de haberla hecho reaccionar. Cuando se aleja para contemplar su rostro, aún sujetando sus antebrazos, el alivio lo recorre de arriba-abajo: sus hermosos ojos celestes brillan como siempre lo han hecho, y una sonrisa agradecida y dulce está plasmada en sus labios sonrosados, los cuales van recuperando su color poco a poco.
—Siento haberos preocupado... —es lo primero que es capaz de articular.
—¡Lina...! —la interrumpe el hombre de delgada complexión, quien no puede evitar estrecharla nuevamente entre sus brazos, besando sus mejillas, frente, y labios. No puede creer que hayan conseguido traerla de vuelta. Está eufórico.
—¡Oh, Cora! —Ellie también la abraza con gran cariño, una vez su amigo ha soltado su agarre sobre ella. Le acaricia la espalda y el cabello, además de observarla fijamente a los ojos, comprobando que efectivamente haya vuelto con ellos. Una vez lo ha hecho, vuelve a abrazarla—. ¿Estás bien? —inquiere con preocupación—. No reaccionabas...
—No debería haberte dejado acercarte tanto al trauma de Trish, lo siento —se martiriza su novio con un tono melancólico, antes de llevarse la mano derecha a la frente—. Esto es culpa mía —suspira con pesadez, antes de negar con la cabeza de manera apesadumbrada—. Pensaba... Pensaba que te había perdido —hace alusión al miedo que lo atenazaba de verla sucumbir a la catatonia, y la Inspectora Harper coloca su mano derecha en su mejilla, intentando consolarlo.
—No es culpa tuya: ha sido elección mía —recalca con firmeza, y su pareja asiente lentamente, aceptando que, si bien él ha permitido sus acciones, la responsabilidad recae en ella, no en su persona—. De todas formas, es cierto que no debería haberme acercado tanto —admite la pelirroja con piel de alabastro, antes de suspirar pesadamente—. Pero quería ayudarla, independientemente de lo que significase para mi —advierte la protesta que está a punto de desencadenarse por parte de sus dos superiores, de modo que se les adelanta—. Sí, es un acto desinteresado en extremo, pero si no lo hiciera, no sería yo, ¿verdad? —inquiere, y sus dos compañeros de profesión suspiran y ruedan los ojos, pues saben que está en lo cierto—. Esta experiencia ha sido la catarsis que necesitaba para liberarme de su presencia en mi mente... —revela, sorprendiendo a su pareja y a su amiga—. Los síntomas han remitido por completo: al aceptar mi pasado y lo que me sucedió, he experimentado un choque terapéutico que me ha ayudado a suprimir mi TEPT —explica lo que ha sucedido en su mente, por lo que Ellie y Alec la escuchan en silencio.
—¿A qué te refieres, Cora? —Ellie está intrigada, pero debido al tecnicismo de sus explicaciones, desea que simplifique lo máximo posible para poder entenderla completamente.
—¿Recordáis cuando le expliqué a Leah, la hija de Trish, que hay distintas fases para reparar la psique por causa de una agresión sexual? —tanto el hombre que suspira por ella como su gran amiga asienten al unísono—. A lo que me refiero con mi explicación, es que, gracias a vosotros, mi mente acaba de pasar por la reconexión y la rehabilitación... Prácticamente es como si estuviera curada —simplifica, y advierte en el ánimo de sus compañeros un cambio notable, lleno de alegría y alivio a partes iguales, pues lo único que han querido desde hace tiempo es su bienestar y felicidad. El saber que la han ayudado a conseguirlo es realmente satisfactorio—. Bueno, es evidente que no estoy curada completamente, y probablemente siga teniendo pesadillas o sobresaltos, pero se acabaron los flashbacks y los flashes.
—¿Estás segura? —Alec posa una mano en su espalda, sintiendo que la incertidumbre lo invade a pesar de las palabras de su querida Lina. "Confío en ti, pero tu mente podría jugarte una mala pasada en algún momento, incluso aunque creas que has superado el trauma", reflexiona para sus adentros, aunque sus preocupaciones pronto quedan en un segundo plano al contemplar la sonrisa confiada de la que Lina hace gala.
—Completamente —dice con convicción—. Conozco mi mente a la perfección —sentencia la experta en análisis del comportamiento, contemplando que tanto su enamorado como su buena amiga relajan la tensión en sus cuerpos—. Y ahora que vuelvo a estar en plenas facultades mentales... —deseando dejar atrás su pasado y su trauma por completo, la protegida del escocés centra su mente nuevamente en su trabajo—. ¿Qué ha pasado con Trish? —inquiere, cruzándose de brazos, pues acaba de percatarse de que ni ella ni Beth Latimer se encuentran allí—. Debido a encontrarme encerrada en mi propia mente, no he podido ser consciente de lo que me rodeaba...
—Ha sido muy duro —Ellie inmediatamente corresponde el ánimo y profesionalidad de su amiga con la suya propia, de modo que se concentra en el trabajo. Se deshace de las lágrimas que se habían agolpado en sus ojos debido a la preocupación por el estado de su amiga mientras contempla que su jefe asiente en silencio ante sus palabras.
—Ha sido como volver a verte a ti, hace ya tantos años —el escocés de cabello y vello facial castaño es parco en sus palabras, pero es lo bastante conciso como para que la taheña sepa a qué día se está refiriendo: cuando le confesó que estaba recordando sus vivencias—. Tras recordar parte de la agresión, Beth la ha llevado a su casa —su protegida y compañera asiente en silencio, sintiendo lástima porque aún se encuentre en esas fases iniciales de la negociación—. Ha dicho que su agresor estuvo bebiendo alcohol barato, posiblemente vodka, y una gran luz brillante la cegó, imposibilitándole ver nada a su alrededor —hace un gesto hacia la cabaña que hay a lo lejos, al otro lado de la campiña, donde Trish cree haberla visto.
—Por si fuera poco, ha asegurado que le bloqueaban la vista con un brazo.
—Entonces debemos encontrar el origen de esa luz —sentencia la mentalista, comenzando a caminar con pasos firmes hacia la cabaña, al mismo tiempo que marca el número de teléfono de la Oficial Harford. A los pocos segundos, la escucha descolgar el teléfono—. Katie, soy Cora.
—¡Cora, hola! —la saluda animadamente—. Me alegra oírte, ¿en qué puedo ayudarte?
—Necesito que contactes con el propietario de la casita que hay a pocos metros de Axehampton, al otro lado de la campiña en la que se encuentra la cascada, cruzando el puente de madera —le da los datos exactos de su localización, y escucha cómo la joven negra los anota rápidamente en un bloc de notas, a juzgar por el sonido de rasgueo, proveniente sin duda, de la punta de un bolígrafo contra un papel.
—Vale —asevera con confianza—. Me pondré en contacto si consigo alguna información útil.
—Gracias, Katie —añade, agradeciéndole sus esfuerzos y trabajo, antes de colgar la llamada, sintiendo que su novio la alcanza, caminando a su izquierda, antes de sujetarla suavemente por la flexión del codo izquierdo, instándola a aminorar la marcha.
—No te alejes demasiado... No quiero perderte de vista —le pide en un tono suave, lleno de preocupación, negándose a soltar su agarre—. Apenas acabas de salir de tu propia mente, Lina... Tómatelo con calma, por favor —añade, y para su consuelo, su querida protegida obedece, reduciendo su paso para caminar más pausadamente—. Lo siento, sé que puedo parecer muy asfixiante...
—Estás preocupado, lo entiendo —lo corta Cora con un tono que equivale al suyo, acercándose a él, dejando que sus manos se rocen, antes de entrelazar los dedos de sus manos, propinándole unas suaves y reconfortantes caricias en el dorso de la mano con su pulgar izquierdo—. Gracias por haberme despertado... —le susurra en confidencia y gran afecto mientras caminan hacia la casita al otro lado del puente, escuchándose claramente los pasos de Ellie a su espalda, quien ha decidido darle un momento de privacidad a la pareja—. Tu voz ha logrado entrar a mi mente.
—¿Qu-quieres decir que has escuchado t-todo lo que he dicho? —Alec tartamudea tras carraspear, tragando saliva ante la perspectiva de que Cora pueda encontrar ñoña la forma en la que tan claramente le ha expuesto sus sentimientos.
Esta perspectiva ligeramente reacia a mostrar vulnerabilidad, está motivada por un resquicio de su pasado con Tess, quien no soportaba ese lado de su personalidad, indicando que lo consideraba infantil. Incluso, ahora que lo recuerda, su padre era quien, cuando no era más que un niño, le decía que el hecho de demostrar tan abiertamente sus sentimientos, era poco masculino. El tren de sus pensamientos se detiene en el mismo instante en el que la delicada y suave voz de su pareja llega a sus oídos.
—Cada palabra —a diferencia de la expresión molesta que esperaba encontrar por años de abuso emocional, Alec encuentra una dulce y suave sonrisa, y unos ojos llenos de un inconmensurable amor, que no se despegan de su rostro—. «¿Una fuerza sin la que no puedes vivir?» —recita de memoria, provocando que el hombre con acento escocés se ruborice.
—Yo...
Coraline besa su rojiza mejilla entonces, interrumpiendo sus palabras en seco.
—No te justifiques: no es necesario que lo hagas —asevera con convicción, antes de propinarle un apretón a su mano derecha—. Adoro cada parte y cada faceta tuya, ¿me explico? —él asiente ante sus palabras, esbozando una sonrisa que le ilumina el rostro, sintiéndose reconfortado por sus palabras, además de validado por sus sentimientos y forma de expresarlos—. Te quiero —le expresa de forma clara su cariño por él, especialmente motivado por el hecho de que, gracias a su insistencia, y al amor que le tiene, tanto ella como su bebé están bien, a salvo.
—También yo a ti —responde él, antes de darle un beso en la frente, dejando zanjada esta conversación, pues ambos necesitaban tranquilizarse mutuamente. Ella, en lo referente a transmitirle lo mucho que la ha ayudado, y él, al expresarle una vez más su preocupación por su bienestar—. Hay una luz de seguridad —comenta, desenlazando sus dedos de los de su novia, advirtiendo que Ellie los alcanza, caminando al otro lado de Coraline—. Podría haber sido eso: a menudo funcionan con sensores de movimiento, lo que me hace pensar... ¿Qué pudo encenderla?
—A no ser que la encendieran desde dentro —apostilla Ellie, quien quiere barajar todas las opciones a su disposición, atravesando con ellos el pequeño puente de madera, acercándose a la casita—. Lo que significaría que había alguien aquí.
—¿No tenemos acceso a este sitio?
—Me temo que no, Alec —niega su brillante subordinada de cabello cobrizo, cruzándose de brazos nuevamente—. No tenemos noticias del hombre que vive aquí: Katie lo está persiguiendo —asevera, confiando en las capacidades de su subordinada de mente analítica.
—También podrían haber sido los faros de un vehículo... —propone Ellie, haciendo un gesto desde la casita hasta el sauce en el que agredieron a Trish Winterman—. A esta distancia, con una luz lo bastante potente...
—No creo que sea el ángulo correcto —la mujer de treinta y dos años rebate la teoría de su compañera y amiga al momento, negando con la cabeza—. A esta distancia es imposible que los faros de un coche cegasen la visión de una persona que está tumbada en el suelo, boca-arriba, en un ángulo de 90º —parece reflexiva por unos segundos, habiendo colocado su mano derecha en su mentón, antes de parpadear rápidamente, pues una idea ha llegado a su mente. Chasquea los dedos—. A no ser...
—Que fuera más cerca de lo que ella cree —el Inspector Hardy termina por ella, pues como suele ser costumbre, ambos han llegado a la misma conclusión y se sincronizan al momento—. Podría haber sido una linterna o un móvil enfocándola.
—Eso tiene más sentido —afirma la pelirroja de ojos celestes, asintiendo con vehemencia ante sus palabras—. El bate de criquet... —rememora de pronto, pues encontrar el arma del crimen es primordial en este caso, para así, dar con posibles huellas que la vinculen al agresor. Posa sus ojos en su querido escocés, quien asiente lentamente con una mirada molesta.
—Tenemos que hablar con el dueño —está deseando escuchar qué excusa se inventa para no haber informado de este hecho.
Aproximadamente a las 11:30h, una vez recorren el sendero de vuelta a la Casa Axehampton, suben al piso superior, donde se encuentra el propietario de la edificación. Éste está en una pequeña sala, disfrutando de un poco de té. Cuando le piden que baje con ellos al pasillo de la planta baja, accede al momento, dispuesto a ayudarlos. "Por su comportamiento, no parece que haya ocultado pruebas deliberadamente... O es extremadamente bueno actuando y escondiendo sus intenciones de mí, o es simplemente idiota", reflexiona para sus adentros la joven analista del comportamiento, tomando nota del ademán cooperativo, de las cejas arqueadas y de la sonrisa bonachona del dueño. Sus pensamientos la hacen disimular una sonrisa. "Sin duda, el convivir tanto tiempo con Alec, ha hecho algo de mella en mi carácter y respuestas, aunque también puede deberse al embarazo". Cuando llegan al pasillo en el que se encuentra la carretilla que contiene la caja con los diversos juguetes, el dueño asiente lentamente cuando el Inspector Hardy le pregunta por qué está la caja allí.
—Mi esposa quiso dejarlo todo recogido una vez que sus hombres se marcharon —explica con un tono despreocupado—. Sobre todo, son cosas que nuestros nietos suelen dejar por ahí tiradas —añade con una leve sonrisa divertida, rememorando los juegos que ha compartido en más de una ocasión con sus nietos.
—¿Todo esto ha aparecido desde que se marcharon nuestros investigadores forenses? —Alec está lívido, y aunque ha colocado las manos en las caderas para prevenir cualquier arranque de ira por su parte, siente unas ganas irrefrenables de sacudir al hombre que tiene delante: ¿¡pero cómo puede ser tan estúpido!? ¿¡Acaso no se da cuenta de que puede comprometer la integridad de la investigación!?
—Sí —afirma el dueño, completamente ignorante a la ira que recorre al escoces, aunque es capaz de percibir en sus palabras el tono tirante y afilado que las impregna—. Para ella ha sido una forma de volver a tomar las riendas después de lo ocurrido... Al fin y al cabo, los dos estamos bastante afectados —ante sus palabras, Ellie Miller toma una bocanada de aire: sí, hay personas inocentes, pero también las hay hasta el punto de ser ignorantes.
—¿Y no se le ocurrió decirnos que había encontrado todo esto? —el Inspector Hardy hace lo posible por lo soliviantarse más de lo debido, sintiendo que su querida Lina coloca una mano en su hombro para evitar que arremeta más de lo necesario contra el dueño de la propiedad, quien palidece nada más escucharlo.
—Oh, lo cierto es que no... Lo siento —parece sobrecogido y tembloroso—. ¿Es relevante?
—Aún estamos buscando el arma que usaron para dejar inconsciente a esa mujer —sentencia Coraline con un tono más sereno que el de su superior y protector, cruzándose de brazos bajo el pecho—. Necesito una bolsa de pruebas: este bate de criquet tiene que ser analizado —se dirige entonces a la agente que está en el umbral de la puerta, quien asiente al momento, apresurándose en ir a su coche para recoger una bolsa de pruebas, para así, llevarlo precintado a comisaría—. Dígame si mi suposición es correcta —posa sus ojos en el dueño de Axehampton, quien asiente al momento—: ¿hay un segundo que se ha extraviado misteriosamente? —cuestiona, pues desde que han entrado hace unas horas a la vivienda, ha manejado la hipótesis de que la auténtica arma del crimen aún esté en posesión del agresor, y por tanto, contenga sus huellas y el material genético de Trish.
—Está en lo cierto, Inspectora Harper —asiente el dueño con un tono nervioso, pues el carácter del hombre trajeado que tiene delante ha conseguido ponerlo nervioso en extremo, amedrentándolo—. Me temo que no tengo ni idea de dónde puede estar el segundo —en ese momento, el teléfono de la mentalista comienza a sonar, y tras leer el nombre en el identificador de llamadas, descuelga.
—Hola, Katie, ¿cómo vas? —inquiere tras alejarse unos pasos de sus amigos, para así, hablar con más tranquilidad con su subordinada.
—Me temo que todavía no hay suerte con el dueño de la casita —niega la oficial en un tono ligeramente decepcionado—. Pero sigo intentándolo —añade, antes de informarla acerca de sus recientes hallazgos—. Cora, escucha: mientras revisaba el registro de agresores sexuales, me he encontrado con que hay un violador condenado que regresó a esta zona hace diez semanas, después de salir de prisión con la condicional.
—¿Tienes algún detalle más?
—Sí —afirma Katie con evidente nerviosismo y ansiedad, lo que, según la experiencia de la mentalista, no es buena señal, pues significa que, como mínimo hay algo que podría relacionarlo con el crimen de Axehampton—. He leído su expediente —traga saliva, sintiendo que se la hace un nudo en la garganta, que momentáneamente, le impide hablar—. Cora... Ató y amordazó a su víctima, igual que a Trish Winterman —parece que quiere decir algo más, pero tiene la sensatez de contenerse. Sin embargo, la taheña sabe que ha resistido el impulso de añadir «y al igual que a ti» por respeto a su persona, y por respeto a su profesionalidad. Lo agradece internamente.
—De acuerdo: envíame su dirección, iremos después de comer —Cora asiente con lentitud, antes de volverse hacia sus compañeros y el dueño de Axehampton, quienes ahora han posado sus ojos en ella, expectantes—. Gracias por su tiempo —extiende la mano hacia el dueño, quien se la estrecha, aún algo amedrentado—. Si encuentra nuevas pistas, por favor, avísenos.
—No cometeré el mismo error dos veces, Inspectora Harper.
—Eso está por verse —masculla por lo bajo Alec tras comenzar a caminar hacia el exterior, seguido por sus dos compañeras de trabajo. Se pregunta a qué viene la urgencia de trasladarse a otra localización, pero como comprobará al cabo de unos minutos, la razón lo amerita.
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