Capítulo 17 {2ª Parte}
La madre de Leah traga saliva, y tras tomar aliento, se acerca a las puertas de cristal, antes de colocar temblorosa, sus manos en los manubrios. Con un leve giro de sus muñecas, abre las puertas, empujándolas hacia el exterior. El viento y el aroma del campo llega entonces a sus fosas nasales, ayudándola a relajarse brevemente, pues el entorno y las paredes de la Casa Axehampton estaban empezando a asfixiarla. Paso a paso, la cajera de cabello teñido de carmesí avanza paso a paso hacia el exterior, acercándose al lugar en el que estuvo charlando, o más bien discutiendo, con su exmarido, Ian.
Beth sigue los pasos de su clienta, preocupada por su estado, además de por cómo esta experiencia la está afectando. Como su asesora, no puede evitar estar ligeramente en contra de esta terapia de choque, pero comprende que Trish sienta la necesidad de resolver esas lagunas de su mente para poder seguir adelante. Coraline, quien también camina a su lado, se asegura de mantenerse cerca de ella para controlar su estado de ánimo, vigilando en todo momento cada cambio que sufre su comportamiento no-verbal. En un momento dado, mientras siguen a la mujer que sobrevivió a tamaña experiencia, Beth decide acercarse a la brillante subinspectora de policía, pues quiere comprobar cómo se encuentra. Debido a sus conversaciones con Ellie, sabe que el estado mental de la analista del comportamiento podría verse afectado por el caso, y como amiga, quiere asegurarse de que está bien.
—¿Cómo lo llevas? —cuestiona en un susurro, provocando que la aludida arquee una ceja, ligeramente confusa por su elección de palabras—. Me refiero a hacerte cargo de este caso en concreto, teniendo en cuenta lo que... —traga saliva, pues hablar del trauma ajeno, incluso de una amiga tan querida como Coraline, es difícil—. ...Lo que pasó con él —se resiste a decir su nombre, a fin de ahorrarles a ambas un sufrimiento profundo, algo que la taheña agradece.
—Este caso es... Complicado —la mentalista suspira con pesadez—. Es imposible para mí el distanciarme completamente de Trish, el no empatizar con ella. Sé que no debería hacerlo, que como policía debo mantener una actitud profesional, pero... —niega con la cabeza, apesadumbrada—. Sé perfectamente lo que siente: la impotencia de no saber el motivo de la agresión, la vergüenza que la recorre porque le haya pasado algo así, la rabia de no haber podido impedirlo, las ganas de arremeter contra el mundo por lo injusto que es, las pesadillas que turban su sueño un día sí y día también... —enumera una lista de síntomas que Beth ya ha notado en su clienta con anterioridad, lo que la hace asentir con vehemencia.
—Trish mencionó... —traga saliva, pues aunque ha pasado su formación, aún le es difícil hablar acerca de la Parca—. Dijo que preferiría estar muerta. Que deseaba que la hubiera matado.
—Sí, comprendo cómo se siente —afirma la analista con un tono sereno, antes de que éste se torne ciertamente oscuro, con sus ojos perdiendo momentáneamente la luz que tanto los caracteriza—. El impulso de acabar con todo que la domina en ciertos momentos, asfixiando su mente y su cuerpo, porque ya no puede soportarlo... —suspira pesadamente antes de recuperar ese brillo en sus ojos—. Pero consigue dominarse, porque se recuerda que su vida no le pertenece. Su vida ha tocado y marcado a numerosas personas, y se lo recuerda cada vez que la mano de la Parca se desliza hacia ella, instándola a dejarse llevar por ella... Lucha cada día y cada hora contra esa voz en su mente, porque su muerte es algo que les ocurre a los demás.
—¿A-acabar con todo? —la matriarca de los Latimer tartamudea, sintiendo un escalofrío por las palabras tan certeras que acaba de usar su amiga, dejando un testimonio claro de que, hace años, y puede que incluso recientemente, el pensamiento de acabar con su vida la haya sobrevenido—. Cora, ¿tú has...? —es incapaz de acabar la pregunta, contemplándola con preocupación.
—Hace tiempo, sí —los temores de Beth son confirmados con sus palabras—. Cuando recordé lo que me había sucedido, hace ya tres años, nunca se lo he contado a Ellie o Alec, pero el pensamiento de quitarme la vida aparecía en mi cabeza constantemente —se sincera con ella, deteniéndose momentáneamente, observando el paisaje, antes de que sus ojos celestes se posen en los pardos de Beth—. Pensaba en que habría sido mejor que me hubiera matado, a tener que vivir con el trauma de lo que me hizo, a tener que recomponer cada pedazo de mi nublada memoria —se cruza de brazos, antes de desviar su mirada hacia el interior de la Casa Axehampton, donde su pareja y su amiga se encuentran aún—. Alec fue mi tabla de salvación: si él no hubiera estado ahí para apoyarme cuando empecé a recordar, no sé qué habría sido de mi —se sincera con un tono ligeramente melancólico—. Probablemente me habría convertido en su próximo caso...
Alec y Ellie, que se han quedado rezagados en el interior de la vivienda, mantienen una conversación privada, con el escocés acercándose a su compañera para hablar en confidencia. Cuando lo ve acercarse, la inspectora de cabello castaño no puede evitar sonreír disimuladamente, pues ahora que Cora ha confirmado sus sospechas, no puede esperar al momento en el que su compañero y amigo sepa acerca de su inminente paternidad.
—El dueño está aquí hoy, ¿verdad?
—Sí, dijo que estaría arriba, para no molestar —asevera Ellie con un tono factual, haciendo un gesto con su mano izquierda hacia las escaleras, las cuales están situadas cerda del salón principal—. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Recuerdas haber visto una carretilla con una caja en el pasillo, la primera vez que estuvimos aquí? —inquiere, pues quiere comprobar hasta qué punto las suposiciones de su pareja y la suya se alinean con las de Ellie.
—No.
—No, nuestra novata y yo tampoco... —al escucharlo apelar de esa forma a su amiga y compañera, hace que un escalofrío cálido y añorante recorra a Ellie, recordándole a tiempos pasados, cuando empezaron a trabajar juntos los tres—. Por lo que, a la fuerza, la presencia de esa caja es obra de alguien de la casa, probablemente del dueño o su esposa —el inspector de taciturna actitud suspira pesadamente—. En la caja hay un palo de criquet, imagino que puedes dilucidar el resto.
—Estás diciendo... ¿Qué podría ser el arma del crimen?
—Podría serlo, aunque puede que Cora tenga otra teoría —comenta el escocés, dando una mirada ladeada a la mujer que ama, antes de comenzar a caminar hacia el exterior, dispuesto a reunirse con ella, siendo seguido por Ellie a los pocos segundos.
Trish Winterman ha caminado hasta quedar junto a la orilla del lago, siendo acompañada por Cora y Beth, quienes se encuentran de pie a su lado, observándola en silencio. Apenas advierte los pasos de los otros detectives, quienes se detienen a su espalda, a pocos pasos de ella. Esperan a que recuerde algo más de aquella noche, y efectivamente, así es. El olor a la hierba cortada y el sonido de los grillos en el lago, provocan que una nueva oleada de recuerdos aparezcan en la mente de la cajera.
—Estuve fumando aquí, e Ian vino por detrás... —asevera, haciendo un gesto hacia la puerta por la que todos ellos han accedido al exterior de la vivienda—. Comenzamos a discutir.
Ian Winterman ha salido de la Casa Axehampton tras terminarse la copa de champan que tenía en la mano. Tras contemplar cómo su mujer, porque aún lo es, salía del recinto de la fiesta para fumares un cigarrillo, ha decidido confrontarla. No puede creer que tenga la poca desfachatez de pavonearse y contonearse por la fiesta, como si estuviera soltera. Ni siquiera es capaz de ver lo hipócrita que está siendo, cuando él mismo provocó la finalización de su vida en pareja, al tener una aventura con Sarah. Le increpa a su exmujer su comportamiento en la fiesta, y acertadamente, Trish le canta las cuarenta, rebatiendo que él fue el culpable de su separación en primer lugar. Asimismo, se asegura de cuestionar su buen juicio, al haber traído como acompañante a la fulana de su novia. Ian, quien sabe que ha perdido la discusión nada más empezarla, decide retirarse para salvar lo poco que le queda de orgullo.
Los detectives y la asesora en delitos sexuales escuchan el relato de Trish en silencio, juzgando en sus propias mentes las acciones y comportamiento de su exmarido, pues a su modo de ver, dejan mucho que desear, y destilan hipocresía por los cuatro costados.
Alec frunce el ceño entonces, decidido a continuar con esta terapia de choque improvisada. Cuando habla, su voz sigue manteniendo ese tono calmado de hace unos minutos, pues intenta mantener a su superviviente lo más tranquila posible. Ante todo, no quiere provocarle un ataque de ansiedad o un flash de sus recuerdos más traumáticos de aquella noche. Ya ha visto lo que pueden desencadenar en su pareja, y no quiere provocárselo a alguien de manera consciente.
—¿Por dónde se fue él cuando terminasteis de discutir?
—No lo sé, le di la espalda —niega Trish, encogiéndose de hombros, pues no recuerda haber escuchado los pasos de Ian para volver al recinto de la fiesta—. Y entonces, después de unos minutos, oí cómo alguien decía mi nombre, por allí —señala una zona alejada de la casa, cerca de un frondoso árbol y arbustos—. O eso creo —no está segura, pues sus recuerdos a partir de este punto aún siguen envueltos en densa niebla—. Y caminé hacia la voz.
—¿Y no reconociste de quién era? —cuestiona Ellie, curiosa a la par que confusa.
—Di por hecho que era Ian.
—No es extraño: en momentos puntuales, cuando los sentidos se agudizan al encontrarnos solos en un entorno fuera de nuestro control, es frecuente que una voz resuene con un timbre que interpretamos como familiar o conocido... —asevera la analista del comportamiento, quien al analizar las respuestas de Trish ante las preguntas de sus compañeros, ha deducido que, debido a la influencia del entorno y la situación, los sentidos de su superviviente la engañaron para interpretar la voz del agresor como una conocida, especialmente si utilizó su nombre para llamar su atención. Ella misma puede atestiguar que, en algunos momentos puntuales, a raíz de su agresión, el timbre y cadencia de voz de algunas personas la han hecho confundirlas con Joe Miller. Algo escalofriante sin duda alguna—. Quizás algo en la cadencia de la voz te recordó a Ian —ante las palabras de la experta en lenguaje corporal, la mujer con cabello teñido asiente al momento, pues su sensación en ese momento fue exactamente tal y como la ha descrito.
—Así es, en efecto.
—Gracias, Agente Harper —sentencia Alec con un punto de dureza en la voz, pues aunque alaba sus contribuciones y agradece su presencia allí, no quiere que se involucre más de lo debido, pues corre el riesgo de poner en juego su propia salud mental—. ¿No oíste a alguien detrás de ti, antes de que te golpearan? —dirige su pregunta a su testigo, y ésta niega con la cabeza.
—No, solo en el último momento —se expresa Trish, rememorando la sensación de aquel instante—. Casi pude notar cómo se movía el aire, como si algo lo cortase con rapidez —añade, gesticulando con sus manos cerca de su nuca, siendo el lugar en el que recibió el golpe que la dejó inconsciente por vez primera—. ¿Hasta dónde me llevó? —se pregunta la cajera de Farm Shop, contemplando con sus ojos celestes el puente de piedra que hay cerca de su posición—. No sé a qué distancia está... —añade con un tono curioso a la par que nervioso, comenzando a caminar hacia el puente, no advirtiendo la mirada preocupada que comparte Beth con los detectives, antes de seguir sus pasos. Camina por el puente de piedra, bajando hasta el lago inferior, siguiendo la orilla. Solo en ese preciso instante se percata del sonido de agua corriendo, que se hace más intenso conforme se acercan a la cascada cercana al sauce. Detiene sus pasos en seco, cerrando los ojos con fuerza. Flashes de aquella noche comienzan a asaltar su mente, esforzándose en recordar—. Ese es el sonido... —anuncia con una voz temblorosa y fatalista. Sabe que, si da unos pasos más, estará más cerca del lugar en el que fue agredida sexualmente, y con ello, más cerca del origen de su trauma—. Es el sonido que escuché aquella noche.
—Trish, no tienes por qué obligarte a pasar por esto —asevera Coraline en un tono preocupado, habiendo tomado nota del temblor en su voz, de cómo se muerde el labio inferior debido a la ansiedad, además del temblor intermitente en sus manos, las cuales tiene cerradas en puños—. No tienes por qué enfrentarte a ello aquí y ahora —intenta calmarla, incluso darle la oportunidad de salir huyendo si es lo que necesita.
Ella misma comienza a sentirse temblorosa. La analista siente cómo su propio trauma está usando el de Trish como muleta y anclaje para emerger a la superficie. Sentir cómo la bilis le sube a la garganta le resulta enfermizo. Hace lo posible por remitir el sentimiento que se aloja en la boca de su estómago, además de deshacerse del nudo en sus cuerdas vocales. Espera pacientemente la respuesta de Trish, y en un momento dado, sus ojos celestes y los de ella se encuentran. Ve en ellos una determinación voraz, y sabe que su destino está sellado.
—Coraline, ¿podrías darme la mano? —ruega, pues a diferencia de las demás personas a su alrededor, solo la joven de treinta y dos años comprende realmente lo que siente en este preciso momento. Es la única capaz de empatizar con ella hasta el punto de sentir su trauma como el suyo, y ahora mismo, necesita a alguien que la comprenda tan profundamente como ella, para apoyarla.
La pareja del escocés de cuarenta y siete años cierra los ojos con pesadez: es evidente que Trish iba a pedir su ayuda. Se niega a darle la espalda a ese suceso, insistiendo en recordar su trauma, aun a costa de su estabilidad emocional. No puede aprobarlo como analista del comportamiento, pero como superviviente del trauma, comprende la necesidad de la cajera de enfrentarse a sus demonios.
—Claro —antes siquiera de darle la oportunidad a Alec de rebatir y negarse ante tal proposición, por temor a su estado, la pelirroja accede al ruego de su superviviente. Independientemente de cómo esta experiencia la está afectando personalmente, su papel en este momento se centra en ayudar a Trish a sobrellevar como sea posible la experiencia de choque que va a llevar a cabo—. Lo que necesites —se coloca junto a la mujer con ojos similares a los suyos, tomando su mano derecha en su izquierda, propinándole un apretón cálido y amistoso, siendo perfectamente consciente de la mirada llena de preocupación que intercambian su querido inspector y su buena amiga.
Una vez tiene asegurada la mano de la mujer con piel de alabastro en la suya, la cajera con el abrigo rosa chicle comienza a caminar nuevamente. Caminar junto a la Subinspectora Harper le proporciona una seguridad que no era consciente que necesitaba, y le brinda un apoyo incondicional. Paso a paso, siente que su corazón late desbocado. Paso a paso, sus pulsaciones aumentan, pues está acercándose al lugar. El sonido del agua corriendo es lo que antecede a la tempestad de sus recuerdos aún nublados y su trauma. Entonces, al doblar unos arbustos, queda a la vista: la pequeña cascada con el sauce. Automáticamente, las manos de Trish comienzan a sudar, transmitiéndole a Coraline cómo sus niveles de adrenalina han aumentado peligrosamente, habiéndose activado la amígdala cerebral, que responde ante una amenaza inminente. Su respiración es temblorosa, y hace grandes esfuerzos por mantenerse serena. Sus pupilas están dilatadas, y no desvía sus ojos de la cascada que tiene frente a ella. Aprieta levemente la mano de la mentalista que tiene sujeta, y Coraline posa sus ojos marinos en ella, devolviéndole el apretón, indicándole que está allí y no va a dejarla sola. Trish traga saliva y asiente, comenzando a caminar hacia el rincón que queda junto a la cascada, bajo las ramas del sauce, acompañada en todo momento de la pelirroja.
—¿Trish? —Beth llama a su clienta, habiendo intercambiado una mirada preocupada con los agentes debido a su actitud—. ¿Qué estás...? —teme que pueda influenciar a Coraline de alguna manera, y por la mirada llena de preocupación que advierte en el escocés de cabello castaño y lacio, éste comparte sus temores.
—Quiero hacerlo... Necesito hacerlo —es lo único que dice la mujer con el cabello teñido, caminando lentamente hasta el rincón bajo el sauce, antes de sentir que un estremecimiento la recorre. Comienza a sollozar entonces, flashes de lo sucedido apareciendo como destellos de luz en su mente—. C-Cora... —su voz temblorosa llama a la taheña, quien aprieta su mano con firmeza.
—E-estoy aquí, Tri-trish —siente su propia voz temblando por la adrenalina que también se ha hecho presente en su cuerpo, contemplando impotente cómo su superviviente se sienta en el embarrado suelo—. E-estoy aquí —hace lo posible por intentar tranquilizarla, pero pronto, comienza a perder el control de su cuerpo y su mente.
Trish, quien debido a sus traumáticos recuerdos y flashes, ni siquiera es consciente en este momento del estado de la pelirroja, estira las piernas una vez se encuentra sentada. Siente un nudo en la garganta que le impide respirar con fuerza, pero se obliga a seguir con esto. Traga saliva, intentando mantener bajo control la poca calma de la que dispone. Siente cómo la mano de la mujer con piel de alabastro tiembla en la suya, contemplando que, si bien sus ojos están abiertos, no parece enfocar nada a su alrededor. Están abiertos con un abismo infinito de horror y miedo, y la cajera de ojos celestes está segura de que ella misma se ve así. Sabe que el hecho de que la policía esté sufriendo un ataque de ansiedad es en parte consecuencia de su ruego, y no puede evitar sentirse culpable por ello. En un esfuerzo por transmitirle un mínimo de ánimo a esta muchacha que ha sufrido en su propia piel el mismo trauma que ella, aprieta su mano con fuerza, antes de recostarse en el suelo.
Como esperaba que sucediera, Cora siente cómo su visión procede a volverse oscura. La sensación ha vuelto a su cuerpo: sus manos y piernas se entumecen, no notando el apretón que Trish le proporciona. Los pelos de su espalda se erizan al escuchar la clara voz de Joe Miller, diciéndole que piensa hacerle pagar su desplante. Con su visión cegada por completo bajo el peso de sus recuerdos, contempla cómo la escena ante ella cambia. Empieza a temblar de arriba-abajo imperceptiblemente. Está volviendo a suceder. Va a revivirlo una vez más. Quiere despertarse. Quiere abandonar esta pesadilla.
La clienta de Beth se recuesta en el suelo embarrado, cerca de la orilla, notando como su cuerpo entero tiembla de pies a cabeza. Las lágrimas caen poco a poco por sus mejillas mientras cierra los ojos, reviviendo ese momento una vez más. Siente cómo una luz blanca la ciega, impidiéndole ver a su agresor, antes de sentir cómo empieza a violarla sin compasión. La bilis sube a su garganta, y tiene que incorporarse al momento. Siente unas ganas irrefrenables de vomitar. Y es lo que hace nada más se incorpora.
Coraline intenta moverse, hacer cualquier sonido para salir de la jaula que su mente y recuerdos han creado. No le es posible. Consigue incorporarse del suelo, corriendo hacia la salida del callejón donde sufrió la agresión, pero independientemente de lo mucho que corra o de lo rápida que sea, nunca consigue salir del callejón. El camino siempre termina en una pared, sin posibilidad de salir de allí. A su espalda, Joe Miller camina hacia ella con pasos lentos, sujetando el alambre en sus manos, retorciéndolo para causarle el mayor daño posible. Entonces alarga sus manos hacia ella. La pelirroja intenta apartar sus manos, pero ha perdido su fuerza. Vuelve a ser una adolescente sin capacidad de defenderse. Incluso si intenta apartarlo de ella, no le es posible. Joe es más fuerte y alto que ella. La subyuga sin dificultades y la tira al suelo del callejón. Intenta escabullirse, sin éxito.
Ellie acude inmediatamente junto a Trish, acariciando su espalda, sin siquiera percatarse del estado de su amiga, pues está tras ella, y por ello, no puede ver su rostro. Beth también se acerca a su clienta, juzgando que la analista del comportamiento se encuentra concentrada analizándola.
A pesar de que la mano que sujetaba la de su superviviente ha quedado vacía, pálida y flácida junto a su cuerpo, al sentir que Alec se acerca a ella, la pelirroja se levanta del suelo, quedando al lado de su superior, como si no hubiera pasado nada. Sin embargo, sus ojos siguen perdidos en la oscuridad. Su cuerpo guarda las apariencias, mientras su mente la encierra en su propio trauma.
—Puedo olerlo... —la atención del Inspector Hardy, quien no ha podido evitar advertir el comportamiento algo extraño de su novata, se desvía momentáneamente hacia Trish Winterman en cuanto la escucha hablar con un tono de voz nervioso, lleno de ansiedad—. Es ese olor a agua, y las hojas y... ¿Con Vodka? Algo así —consigue identificar el olor que emanaba de su agresor esa noche, lo que podría ser una pista significativa para localizarlo—. Había bebido, puedo olerlo en él... Y había una luz brillante, justo allí —señala un punto inespecífico frente a su rostro, donde recuerda haber visto la luz que la cegaba, imposibilitando su visión.
—¿Qué clase de luz? —cuestiona Ellie con un tono preocupado, pues a pesar de no querer presionarla en este momento tan vulnerable, es necesario que les de todos los datos de los que disponga.
—No lo sé, muy brillante.
—¿Crees que venía de la cabaña? —inquiere Alec, quien no deja de vigilar el estado de Cora, pues aún que mantiene demasiado silenciosa, y demasiado quieta para su gusto. Una voz en lo profundo de su mente le grita que debe observarla con más atención, que hay algo mal en ella.
—Venía de esa dirección, sí.
—¿Y era muy brillante? —el hombre de delgada complexión insiste en que su testigo les proporcione todos los detalles posibles, aunque sabe que su pareja no aprueba sus métodos en estas ocasiones. Espera escucharla recriminarlo o advertirle que no se pase de la raya, pero no escucha ni una sola palabra salir de sus labios, lo que empieza a escamarlo.
—No lo sé, porque me colocó el brazo encima para que no le viera... —Trish siente que vuelve a sufrir arcadas, de modo que niega con la cabeza, sintiendo que las lágrimas vuelven a aflorar de sus ojos—. ¿Puedo irme? Quiero irme, quiero irme ya —pide entre sollozos, antes de levantarse del suelo con la ayuda de Beth.
—Claro que puedes —dice Ellie con un tono suave y amable—. Beth te acompañará a casa. —añade mientras se levanta también del suelo, posando por primera vez sus ojos en su querida amiga taheña—. ¿Cora? —cuestiona, llamando la atención de su compañera, no recibiendo respuesta—. Cora, ¿va todo bien?
—¿Qué le sucede? —cuestiona Beth, quien ha sujetado a su clienta por la flexión del codo, dispuesta a llevársela a su casa, gracias a un coche policial que los ha acompañado todo el trayecto desde Broadchurch. Ahora también ella es capaz de ver la mirada perdida y desenfocada que tiene la analista del comportamiento.
—E-estaba temblando... —comenta la cajera de Farm Shop aún con voz temblorosa, provocando que los ojos de Alec se abran con pasmo ante la aterradora realidad que acaba de presentársele—. Lo si-siento, es culpa mía q-que ella...
—Ocúpese de Trish: aléjela de aquí y llévela a su casa —ordena Hardy a la asesora en delitos sexuales, quien ante su tono autoritario que no admite réplica alguna, asiente en silencio.
Hay algo en el ademán del inspector escocés, quizás su miedo mezclado con su intransigencia, lo que la hace obedecer al momento, caminando lejos de allí con Trish, quien no deja de disculparse por el estado de la joven analista. Era hasta cierto punto, consciente de que la pelirroja estaba trazando límites para no sentirse influenciada por su trauma, pero ella la ha obligado a sobrepasarlos para sentirse apoyada. Ha sido ligeramente egoísta por su parte, y ahora debe afrontar las consecuencias.
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