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Capítulo 14 {1ª Parte}

Beth Latimer se ha reunido con Trish Winterman en el puerto de Broadchurch para hablar tranquilamente. Ahora mismo necesita su apoyo, y está más que dispuesta a dárselo. Además, necesita descansar de su carrera matutina, y tratar de olvidar las extrañas palabras de Mark. Aún se pregunta qué le ronda por la cabeza, y qué es lo que pretende conseguir. Últimamente ya no confía en él, e incluso ha llegado a culparse por sentirse así, pero ha decidido no seguir por ese camino. No es culpa suya que, cada vez que ella quiere acercarse a Mark, él la aleje al insistirse de forma asfixiante con continuar con el proceso legal contra Joe Miller. Dice que es por Danny... "Sí, claro...", piensa con acritud, posando sus ojos pardos en las olas cristalinas del mar, que chocan con la arena de la playa, esparciendo su espuma por todas partes. Puede que sufra de una depresión crónica desde hace años, eso es evidente, pero no puede ser tan hipócrita de decir que esto lo hace por Danny. Él no querría ver a su padre desmoronarse así, tirando por la borda su vida y años de felicidad que podría pasar con sus hijas, que están vivas y deseando estar con él cuanto les sea posible. No entiende que con sus acciones lo único que hace es fragmentar a su familia. Solo hace esto por él: por aliviar su culpa, por su aventura, por el golpe que le propinó, por, según sus palabras, no haber sido un mejor padre. Pues ella también se ha sentido así... Hace tiempo. Y ha aprendido a aceptar que ella no le falló a su hijo, sino que todo se reduce a que Joe Miller decidió arrebatárselo porque es un maldito psicópata y un pedófilo. Además, no contento con hacerle daño a Coraline hace años, decidió continuar con esas terribles y repugnantes tendencias con su hijo, llevando al consabido resultado. No, no fue ella la responsable, y nunca lo será. No es la culpable, y no debe dejar que la carcoma, como lo hace con Mark. Joe es el único culpable. Y ya recibió su castigo. Ahora deben pasar página, y eso es algo que su todavía marido no parece querer comprender. No sabe qué tendrá planeado para esta tarde, pero no piensa permitirle que siga destrozando a su familia. Nunca más.

—¿Beth? —la voz de Trish rompe el leve trance en el que se ha sumergido, llevándola de vuelta a la realidad, al ahora. Estaba tan enfrascada en sus pensamientos que ni siquiera se ha percatado de que su clienta lleva un minuto intentando llamar su atención.

—Sí, lo siento, Trish... —la matriarca de los Latimer hace lo posible por recomponerse—. ¿Qué me decías? Tenía la cabeza en otra parte —se excusa, avergonzada por dejar que su situación personal se interponga en su trabajo, pero recibe una sonrisa amigable por parte de su clienta, la cual consigue tranquilizarla.

—Decía que hoy me ha resultado más difícil salir de casa —la informa la cajera en un tono sereno, posando sus orbes cristalinos como el mar en el susodicho, habiéndose apoyado en la barandilla que precede a la playa, con su abrigo color rosa aislándola de la brisa que se ha levantado—. No sabía si podría hacerlo...

—No será un camino recto, Trish —le asegura la mujer de cabello castaño en un tono confidente—. Algunos días te resultarán más difíciles que otros, sin motivo aparente. Pero con el tiempo, comenzaras a cambiar esa perspectiva, y serás capaz de salir de casa sin preguntarte siquiera si eres o no capaz de hacerlo.

—No dejo de pensar en el interrogatorio de la policía —comenta la cajera en un tono pesimista, agachando el rostro, claramente avergonzada por la poca colaboración que les mostró, además de su salida tan abrupta de la comisaría—. No lo hice bien: lo vi en sus caras, aunque... —hace una breve pausa, tomando aliento para hablar—. Coraline me aseguró que no importaba lo sucedido en el interrogatorio.

—Y tiene razón —afirma Beth, agradeciendo en su fuero interno que la pelirroja sea una analista del comportamiento—. Tu única responsabilidad es decir la verdad, y la suya es encontrar al responsable —Trish asiente ante sus palabras, sintiéndose reconfortada por ellas—.¿Has hablado con alguien acerca de la agresión aparte de con Leah?

—No.

—¿Quieres hacerlo? —sabe que en estos casos conviene tener apoyo de los seres queridos, a fin de que el trauma disminuya con menos esfuerzo. Cuanto más hable de ello, menos se arraigará en su subconsciente, y más cerca tendrá la posibilidad de llevar una vida relativamente normal. Vale la pena el intentar sugerírselo—. Podría ayudarte a sanar —argumenta, llevando sus pensamientos nuevamente hacia Coraline Harper: si lo que sabe gracias a su declaración es cierto, ella no tuvo el lujo de hablar con nadie sobre lo sucedido, y de hecho se le bloqueó el trauma hasta ese momento concreto. De ahí que el trauma persistiera hasta el día de hoy, por lo que Ellie le ha asegurado.

—No, no quiero —la mujer con el cabello teñido de carmesí niega rápidamente, antes de suspirar pesadamente—. Cath ya debe saberlo, seguramente se lo haya dicho la policía, porque no deja de enviarme mensajes... Y yo no respondo a ninguno.

—¿Crees que te ayudaría hablar con ella? Es una amiga íntima, ¿no?

—Sí, pero... —por un momento, los ojos de Trish se mueven nerviosos hacia arriba a la izquierda, rememorando algo con viveza, antes de tragar saliva. Cuando habla nuevamente, su voz lleva consigo el inconfundible temblor de la ansiedad. Beth toma nota de ello, y se pregunta si debería comentárselo a Cora. Puede que ella consiga convencer a Trish, o quizás le sonsaque algo que insiste en mantener oculto, incluso de ella. Sabe que no debería, pero es contraproducente para una posible terapia el hecho de que intente mantener bajo llave algunos secretos—. Bueno, ya sabes, era su fiesta. Llevaba mucho tiempo organizándola, y... Ahora siempre la recordará como el día en que pasó todo eso —se lleva a los labios la taza de plástico en la que tiene su té, pues Beth ha pasado por una tienda a comprar un par para ambas.

—Trish, eso no es responsabilidad tuya —asevera de forma cortante la madre de Danny—. No puedes pensar eso —intenta aconsejarla, antes de decidir tomar un enfoque más personal—. Nos culpamos cuando ocurren cosas malas, y no deberíamos hacerlo.

Ambas se mantienen en un silencio sepulcral durante unos segundos. Trish reflexiona para sus adentros, antes de decidir hablar nuevamente, pues hay algo que quiere comentarle.

—Sé quién eres, Beth, al igual que sé quién es la Inspectora Coraline Harper —la informa, y por un momento, los ojos pardos de la joven madre se abren con pasmo, pues no esperaba tal confesión—. Os busqué en Google, lo siento.

—Ya... No te preocupes —Beth se esfuerza por sonreír, pues cuando finalmente pensaba que podría escapar de esa etiqueta que le colocaron hace años... «La madre del niño asesinado en Broadchurch», ahora vuelve para reírse a su costa una vez más.

—El niño al que asesinaron hace unos años, era tu hijo —la identifica correctamente, y la mujer con cabello castaño agacha el rostro, preparándose para las inevitables palabras que han se seguir a esa frase—. Eres la madre de Danny —Beth siente la familiar sensación de que le oprimen la vía aérea, impidiéndole respirar. Aún resulta muy duro escuchar el nombre de su niño, tras todos estos años, en boca de extraños—. Y Coraline... Es esa chica a la que el asesino de Danny violó, ¿no es así? —ante su pregunta, recibe un gesto afirmativo por parte de la joven madre, quien no las tiene todas consigo acerca de desvelarle algo sobre el pasado de la taheña.

—Sí, así es... Tu información es correcta.

—Siento mucho lo que te pasó —la voz de Trish se quiebra momentáneamente, empatizando con Beth como madre, pues no sabría de qué sería capaz en caso de que a Leah le sucediera algo como eso—. Lo que os pasó a ambas —añade, haciendo mención a la brillante detective, con la cual es capaz de empatizar como una superviviente de una agresión. Ahora comprende cómo es que la mujer con ojos azules como los suyos era capaz de describir tan acertadamente su situación.

—Gracias —sentencia con un hilo de voz—. No solo en mi nombre, sino en el de Cora...

—No sé cómo podéis con ello —ante sus palabras, Beth esboza una sonrisa irónica.

—En mi caso, muchos días no puedo, y Cora en ocasiones, tampoco lo hace —le confiesa, antes de suspirar, habiendo posado nuevamente sus ojos en el mar—. Yo me prometí a mí misma, a Danny, que no me rendiría, y Cora se prometió, a ella y a su madre, que en paz descanse, que no dejaría que Joe Miller ganase. Ambas nos dijimos que seguiríamos luchando, porque él no puede ganar. No debemos permitirlo —su voz se endurece poco a poco, recordando el encuentro con Joe en la cabaña del acantilado. Aunque aún siente las ganas irrefrenables de acuchillarlo, sabe que hicieron lo correcto. Joe no consiguió fracturarlas. A ninguna: ni a Ellie, ni a Cora, ni a ella. Han salido más fuertes que nunca de todo eso, y han seguido adelante—. No voy a mentirte, Trish: esto va a ser muy duro para ti —posa sus ojos pardos en los azules de ella—. Vas a sentirte muy sola, y por eso te insisto tanto en que cuentes con el apoyo de tus amigos y familiares. Los vas a necesitar. Y estoy segura de que Cora te habrá dicho lo mismo, ¿verdad? —la cajera asiente en silencio—. Nosotras hemos podido seguir adelante por el apoyo incondicional y el cariño de todos nuestros seres queridos: en mi caso, mis hijas, mi amiga Ellie, Cora... Y en su caso, su madre, Ellie, mi familia y yo, y el Inspector Hardy —una sonrisa se esboza en los labios de ambas al escuchar ese último nombre—. Sí, lo que estás pensando es correcto: es un secreto a voces que están involucrados románticamente, por mucho que él intente negarlo —susurra en confidencia, antes de carcajearse momentáneamente con Trish, a quien consigue arrancar una vívida y alegre carcajada—. Pero lo que quiero decir con todo esto, Trish, es que no puedes dejarle ganar. No dejaremos que ganen, ninguno de ellos, ¿de acuerdo?

—Sí —afirma Trish con un tono de voz más firme, habiendo recuperado algo de su anterior vigor y resistencia, sintiéndose reconfortada y apoyada, ahora no solo por Beth, sino también por Cora y su hija. Ahora queda la parte más dura, es cierto, debe luchar por no desfallecer, pero por eso debe continuar. Como dice Beth, no debe permitir que él gane.


Tom Miller y Michael abandonan finalmente el cementerio y los terrenos de la Iglesia de San Andrés. Paul Coates los ha dejado marchar tras tenerlos ayudándolo a adecentar las lapidas, arrancando malas hierbas durante dos horas, además de reponer el agua de los floreros dentro del sacro edificio. El muchacho de tez canela y cabello y ojos color ónix camina con pasos rápidos, mientras que el jovencito rubio lo hace con un ademán más calmado. Como hijo de una policía, no ha podido evitar percatarse de que, de vez en cuando, el reverendo enviaba y recibía mensajes en su smartphone, haciéndolo sonreír de oreja a oreja. Es evidente que tiene un nuevo amor en perspectiva, y según el juicio tan limitado del chico de ojos azules, se merece algo mejor que Becca Fisher. Y hablando de esa australiana de cabello dorado... Recuerda que hace meses abandonó el pueblo, dejando el Hotel a la venta, aunque para bien o para mal, de momento nadie parece interesado en su adquisición, de modo que el turismo de la zona se ha quedado algo estancado. Se pregunta cómo serán los nuevos dueños. De pronto, sus pensamientos quedan cortados cuando su compañero y amigo de clase se detiene frente a él, observándolo.

—¿Estás bien, Tom?

—Claro —responde el rubio con rapidez—. Solo estaba pensado en mis cosas, ya sabes... —intenta librarse de esta conversación, pues no suele ser habitual que Michael y él hablen con el corazón en la mano, aunque tampoco es algo extraño, siendo dos chicos más sensibles que el resto—. ¿Por qué? —inquiere, pues la curiosidad del moreno ha activado la suya.

—Estás muy callado.

—Tú también —rebate el adolescente, para quien esta conversación empieza a tornarse un interrogatorio a cada segundo.

—Hay movidas en casa —es parco en explicaciones, pero por lo que le ha contado anteriormente, Tom no necesita que se explaye más de la cuenta—. Mi padrastro está siendo un capullo —le comunica Michael con un ademán hastiado y resignado. Conoce a su padrastro desde siempre, pero últimamente no para de despreciar a su madre, y es algo que no puede aguantar. Además, después de lo que pasó hace días en el partido de futbol, su relación se ha resentido todavía más—. Bueno, quiero decir, más de lo habitual —suspira, antes de encogerse de hombros—. La mujer que estaba en tu casa, la pelirroja... Es la madre de Daisy, ¿verdad?

—¿Te refieres a Cora? —Tom se pone en guardia ligeramente. Desde que la conoció siempre ha sido muy protector en lo que a su relación con ella se refiere, y el hecho de que Michael haya preguntado específicamente por ella, y que la haya relacionado con la hija del Inspector Hardy, no le da buena espina. Pero decide utilizar una de las tácticas de su madre a la hora de interrogar a sospechosos, a fin de averiguar qué es lo que quiere saber de ella—. La conozco desde hace algo más de tres años: es una amiga de la familia, y también es una compañera de trabajo de mi madre —intenta ser escueto en su explicación, pues necesita que Michael indague más por su cuenta para poder averiguar qué se propone.

—Ya veo... De modo que es una policía que trabaja con tu madre —el muchacho con cabello ónix parece pensativo por unos segundos—. ¿Están investigando el caso de esa mujer? —Tom asiente lentamente, algo desconcertado por el cambio de tema—. Espero que lo encuentren pronto...

—Sí, yo también —afirma Tom en un tono apenado—. No puedo ni imaginarme la cantidad de trabajo que tienen encima mi madre, Cora, y el Inspector Hardy —se expresa el joven adolescente de piel clara, antes de suspirar pesadamente.

—Pero... ¿Es la madre de Daisy? —insiste nuevamente, como si saber ese dato fuera en extremo importante para él.

—¿Por qué quieres saberlo? —cuestiona Tom, cruzándose de brazos en una actitud defensiva. Michael capta al momento su ademán y desvía su mirada al suelo. Inconscientemente, a Tom le viene a la cabeza el rumor que se ha expandido por las cuadrillas de adolescentes del pueblo, los cuales también han llegado a sus oídos: se ha difundido una fotografía comprometedora de la hija del Inspector Hardy por el colegio—. No te habrás metido en un lio, ¿verdad?

—No, no —el joven con piel canela niega rápidamente. Demasiado rápidamente, según Tom. Suerte que ha aprendido un par de cosas de la amiga de su madre, a quien tanto admira. Recuerda perfectamente sus palabras de hace unos dos años: «si una persona responde a una pregunta que se le ha realizado apenas dos segundos después, significa que, o bien puede estar ocultando información deliberadamente, o bien que dice la verdad. En el primer caso, si desvía sus ojos, tendrás la certeza de que oculta algo, y en el segundo, si te mantiene la mirada, podrás estar seguro de la veracidad de sus palabras». Ahora que contempla que Michael ha desviado la mirada, Tom está seguro de que oculta algo deliberadamente. Se pregunta qué podrá ser—. Esa pura curiosidad, es todo.

—Oh, ya veo... —es evidente para el rubio que su amigo intenta zafarse de su penetrante mirada, además de sus preguntas.

—De modo que tu madre te ha confiscado el teléfono...

—Lo ha hecho, aunque lo he recuperado —admite el muchacho rubio, caminando nuevamente con su compañero por el sendero que lleva al centro del pueblo. Golpea suavemente con la palma de su mano el bolsillo derecho de sus vaqueros, donde se percibe el pequeño dispositivo electrónico—. Mi madre ha borrado todos los vídeos y archivos que había en él —le confiesa a su compañero. Sabe que es una mentira piadosa, y que él ha sido el responsable de borrar el contenido, pero no hay diferencia alguna en que haya sido ella o él.

El joven de cabello oscuro se muerde el labio inferior de manera disimulada.

—¿Lo viste? —cuestiona en un tono nervioso, con sus ojos oscuros posándose en el teléfono.

—¿El porno? —Michael asiente en silencio—. Sí, pero... —Tom hace una mueca de desagrado al rememorar el contenido y la charla que ha mantenido con la amiga de su madre—. Ya no me mola, ¿sabes? —se expresa, intentando hacer que entienda su punto de vista—. El sexo no es así: no es violento, no cosifica, y lo que se ve ahí es... Ficción.

—¿Qué más da? Solo es sexo... Y es divertido —el de cabello moreno intenta convencer a su amigo, antes de tragar saliva—. Yo aún tengo mis archivos —le confiesa en un susurro—: si quieres, podría pasártelos nuevamente al correo de tu ordenador

—Mira, no... No me interesa, ¿vale? —Tom se niega categóricamente a volver a consumir ese tipo de contenido, especialmente porque ahora ve la realidad que Cora tan claramente le ha dibujado. Y le asquea—. Tengo que llegar a casa cuanto antes: sigo castigado sin salir, y esta ha sido una excepción —se excusa, comenzando a caminar más rápido, con Michael haciendo un gran esfuerzo por seguir sus pasos. En ningún momento se percata el rubio de que su compañero ha fruncido el ceño y tiene la mirada pensativa.


Alec Hardy y Ellie Miller han llegado a Murrays Delicatessen & Bakery, un pequeño local en el pueblo de Broadchurch que se dedica a realizar especialidades de la cocina italiana, desde aperitivos y comidas, hasta postres. Por lo que publicitan en su fachada, también se dedican a transportar y entregar vino italiano, además de ofrecer un servicio público como una cafetería. "Desde luego, quien pensase en la idea de este negocio, tuvo una idea visionaria: parece que todo les va viento en popa, a juzgar por la cantidad de clientela", piensa para sus adentros el taciturno y sereno escocés, quien se apea del coche de su compañera castaña, habiendo posado sus ojos pardos en la edificación. Ellie camina a su lado, hacia el interior de la cafetería, posando sus ojos en el menú de comida que ofrecen para más tarde. Se le hace la boca agua solo de leerlo.

—Este sitio es bueno —asevera con confianza la mujer de cabello castaño, el cual tiene recogido en un pequeño moño—. Podemos comer aquí después —realiza la sugerencia, esperando que su compañero y amigo la acepte, pero pronto, su expresión anhelante pasa a una contrariada al escuchar su respuesta.

—No hay tiempo, Miller —niega Hardy al momento, apenas habiendo posado sus ojos en el menú más de dos segundos—. Tenemos que ver a este tío, y luego al músico... Vamos con retraso —añade, dejando claras sus prioridades para el día de hoy, alargando la mano derecha hacia el manubrio de la puerta, para abrirla.

"Mi gozo en un pozo", piensa Ellie en un tono fatalista, rodando los ojos de manera disimulada, pues no puede creer lo testarudo que es su jefe y amigo. "Bueno, en realidad, sí que puedo creerlo", añade con sarcasmo, antes de entrar por la puerta, que él mantiene abierta, dejándola pasar hacia el interior del local.

—Dios, ¿te alimentas del aire? ¡Nunca comes cuanto estamos fuera! —antes de poder evitarlo, expresa sus pensamientos en voz alta. "¡Le he prometido a Cora que cuidaría de ti, y por todos los santos que vas a comer algo, aunque sea un mísero dónut!", se exaspera mentalmente, antes de suspirar hondo, intentando serenarse. No es la primera vez que tiene que lidiar con el ánimo de su compañero, y no será la última, pero claro, esta vez le ha hecho una promesa a su amiga, y va a cumplirla—. No me hagas mandarle un mensaje a nuestra querida pelirroja, Alec...

—Ah, no —la amenaza surte efecto, pues el escocés parece momentáneamente achantado—. No vas a hacer algo así —rebate con firmeza, habiéndose detenido en el interior del establecimiento para encararla. Tiene grabado a fuego en su memoria la imagen de su querida novia presentándose en su casa con una cuantiosa comida, haciéndosela tragar por haber ayunado durante horas—. Comeré cuando hayamos acabado con el trabajo, no antes.

Ellie sonríe disimuladamente al escucharlo: sí que ha cambiado, y todo gracias a la mentalista.

—No me sorprende que estés tan enfurruñado y delgado —apostilla Ellie, quien no puede evitar terminar con la última palabra en esta breve discusión tan jovial entre ambos. Para su deleite, contempla que la expresión facial de su compañero trajeado se torna hastiada—. Delgado y enfurruñado —añade, antes de percatarse de que Alec saca de su chaqueta su placa policial, enseñándosela a la recepcionista del local.

—Hola —la saluda cortésmente—. Inspectores Hardy y Miller —los presenta a ambos, haciendo un gesto hacia su compañera de cabello castaño, aun intentando obviar y olvidar sus comentarios de hace unos segundos—. Queremos hablar con el encargado del catering de la fiesta de la Casa Axehampton, el sábado 28 de mayo.

—Claro —afirma la joven recepcionista de cabello rubio, sonriéndole con cierto aire encandilado, paseando sus ojos de arriba-abajo sin discreción—. Ahora mismo llamo a Andy —le guiña un ojo al escocés antes de marcharse, lo que provoca que, por un lado, Alec arquee una ceja, confuso, y que por otro, Ellie se tape la boca para reprimir una carcajada.

—Creo que le has gustado...

—¿Qué quieres decir?

—Anda, vamos: ¡es evidente! —exclama la inspectora de policía casi en un susurro, mantenido la conversación entre ambos—. La forma en la que te ha sonreído nada más verte, como te ha escaneado con la mirada... Y ese guiño antes de marcharse —describe sus acciones, y puede comprobar que un ademán asqueado hace acto de presencia en su amigo, dejando claro que no encuentra nada halagador el comportamiento de la recepcionista—. ¡Quién lo iba a decir... Alec Hardy es un Casanova!

—Oh, cállate, Miller —se molesta el de cabello lacio, guardando su placa policial en el bolsillo interior de su chaqueta, contemplando la sonrisa jovial de su amiga, quien se ha expresado con un talante bromista—. Está trabajando: no debería intentar ligar con sus clientes, y menos con un agente de la ley que también está de servicio —empieza a reprochar las acciones de la joven, en un tono severo, pues a su modo de ver, la rubia que los ha atendido a su llegada debería concentrarse en su trabajo, y no en sus posibles amoríos—. Además, ¿has visto su alianza? ¡Está casada, Miller! —esta deducción lo hace molestarse aún más, pues le trae malos recuerdos de su pasado con Tess Henchard y el caso de Sandbrook—. No debería tirar por la borda su matrimonio por un posible escarceo amoroso... —se cruza de brazos, comenzando a dar pequeños golpes al parqué del suelo con la bota derecha, impaciente porque el tal «Andy», que se encargó del catering en la fiesta de Cath Atwood, se persone allí.

Ellie no puede evitar pensar que es una actitud tierna viniendo de él: si sus sospechas son ciertas, y está segura de que así es, el amor que le profesa a Cora es tan inmenso que ni siquiera advierte cuando otras mujeres lo encuentran atractivo, por mucho que esto último la sorprenda. Sin duda, sus acciones hablan mucho más alto que sus palabras, y la hacer reafirmar sus pensamientos: "Si hay un hombre en esta tierra que se merezca a una mujer como mi amiga taheña, ese es Alec Hardy...". En ese momento, sus pensamientos quedan cortados por la llegada de un hombre negro joven, quizás de treinta y pocos años, de cabello y ojos morenos, vestido enteramente de blanco, que ha aparecido de la cocina del establecimiento. Probablemente, a juzgar por su atuendo, sea el jefe de cocina.

—Soy Andy —se presenta, estrechándoles la mano a los inspectores con firmeza y amabilidad.

—¿Se ocuparon ustedes del catering de Cath Atwood el sábado por la noche? —Ellie no pierde el tiempo y va directamente al quid de la cuestión, siendo testigo de cómo Andy se coloca una toalla en el hombro izquierdo, probablemente usada para quitarse el sudor de la frente mientras cocina.

—Sí, así es —afirma Andy al momento, asintiendo con vehemencia—. Fue nuestro primer gran encargo —el tinte de orgullo que impregna sus palabras queda patente por la forma en la que hincha el pecho—. Cath viene mucho por aquí, y nos preguntó si nos ocuparíamos de la comida.

—¿Y a cuánta gente se llevó con usted? —quiere saber la de cabello castaño, habiendo sacado su libreta y bolígrafo, al igual que su amigo y superior.

—Sam y yo preparamos la comida, y contamos con cuatro de nuestros empleados para servirla —hace memoria, desviando sus ojos arriba a la derecha, habiendo constatado ambos detectives de que es zurdo, de modo que accede a la memoria a largo plazo. Va a decirles la verdad—. Lo preparamos todo aquí, durante el día, y luego lo llevamos a Axehampton. Llegamos allí alrededor de las 16h, y lo organizamos todo —los ojos oscuros de Andy no se despegan de la libreta de Ellie Miller, quien está apuntando cada palabra que sale de sus labios—. Había mucha comida.

—¿Y vio algo inusual aquella noche, algo fuera de lo normal? ¿Alguna discusión o conflicto?

—Verá inspectora, servimos la comida, limpiamos, y nos fuimos a casa. Agotados, como es evidente —se encoge de hombros, pues la faena de esa noche fue intensa—. Solo hice un descanso para fumar en toda la noche: un paseo de diez minutos por el jardín, nada más.

—¿A qué hora paseó? —quiere saber la madre de Tom, desviando su mirada de vez en cuando a su compañero, comprobando que apunta también algunos datos en su libreta.

—Tarde... —hace cuentas, intentando recordar la hora exacta—. ¿23:30, 00:00?

—¿Por dónde paseó? —el tono de Alec es sereno, instándolo a responder de forma concisa.

—Bajé al lago y volví —en cuanto esas palabras salen de su boca, Andy siente las intensas miradas pardas de los investigadores en su persona, y empieza a ponerse nervioso. No es consciente de la gran relevancia que tiene para la investigación en curso el hecho de que estuviera paseando por allí, pero puede que lo adivine si enlaza el comunicado policial con el actual interrogatorio al que está siendo sometido.

—¿Vio a alguien más por ahí abajo?

—No, me temo que no, inspectora —Andy responde con amabilidad, y no desviando la vista, algo que, según habría comentado la analista del comportamiento de haber estado allí, significa que dice la verdad y no intenta engañarlos.

—Necesitaremos los nombres y datos de su equipo —le pide Alec en un tono sereno, pues el hecho de que estuviera paseando por los jardines de Axehampton, en concreto por el lago, lo hace entrar en la lista de sospechosos.

—No hay problema —el joven ataviado de blanco está dispuesto a colaborar con lo que sea.

—Solo una cosa más... —el escocés se prepara para realizarle la misma pregunta que a otros testigos, con la cual será considerado más o menos sospechoso—. ¿Le importaría darnos una muestra de ADN? —cuestiona, y por un momento parece que Andy se pone nervioso—. Estamos recogiendo muestras de los que estuvieron allí el sábado. También recogeremos las de su equipo —lo tranquiliza, habiendo comprobado en su ademan que es un hombre joven con aparente honestidad y rectitud, algo que valora positivamente el testarudo inspector—. Es voluntario.

—Si es lo que necesitan... —Andy no da una negativa flagrante, sino todo lo contrario, de modo que su ademán cooperativo lo hace parece menos sospechoso que, digamos, Ian Winterman, quien se negó a darles una muestra de ADN—. ¿Quieren comer algo, ya que están aquí?

Al momento, el rostro de Ellie se ilumina como un árbol de Navidad al que acaban de colocarle las luces festivas. Sus ojos pardos escanean la barra del lugar, contemplando los jugosos y apetecibles bocadillos y aperitivos. Se le hace la boca agua solo de pensar en parar un momento para tomarse un tentempié, pero de nueva cuenta, su querido amigo y compañero, hace añicos sus esperanzas.

—No, gracias, estamos bien —asevera con un ademan profesional el padre de Daisy, guardando su libreta y bolígrafo en el interior de la chaqueta—. Tenemos que irnos —añade, antes de estrecharle la mano efusivamente, no apreciando ni percatándose de la mirada contrariada y decepcionada de su compañera, quien está deseando llevarse algo a la boca.

"Idiota", es lo único en lo que puede pensar Ellie mientras camina tras Hardy, una vez le ha estrechado también la mano a Andy a modo de despedida. Si Cora estuviera con ellos en este momento, la castaña trajeada apuesta su casa a que su jefe habría accedido a la oferta de Andy, de habérselo pedido ella. Entra en su coche, colocándose en el asiento del conductor, pues ahora deben dirigirse hacia el local en el que habitualmente toca la banda que actuó en la fiesta del sábado. "Espero que, cuando acabemos de hablar con ellos me deje parar a comer algo... Dios, este hombre es incombustible", piensa con cierto resquemor, desaparcando el vehículo, antes de introducir las coordenadas en el GPS integrado en él.

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