Capítulo 12 {1ª Parte}
Son las 23:25, y la noche está en extremo cerrada, con una fría brisa haciendo bailar el prado, meciendo también las hojas de los árboles. Coraline Harper, quien duerme profundamente en los cálidos brazos de su novio, es despertada bruscamente por el sonido de una llamada entrante. Abre los ojos de sopetón, girándose hacia su mesilla de noche, buscando a tientas el teléfono con la mano derecha. Al sentir el movimiento de la mentalista que tiene abrazada contra él, el Inspector Hardy profiere un gruñido molesto, desenlazando sus brazos del torso de su querida taheña. Esto le permite moverse con mayor libertad. Es entonces, cuando ya no siente la calidez que le brinda la mujer de treinta y dos años, que el escocés rápidamente abre sus ojos pardos, enfocando su vista en ella. La contempla sentarse en la cama, acercando el teléfono al lado derecho de su rostro, habiendo contestado la llamada.
—¿Diga? —inquiere, con su voz adquiriendo un tono ronco por haberse despertado tan pronto. Apenas lleva durmiendo una hora y veintidós minutos, y como consecuencia a su cansancio, sus músculos y ligamentos chasquean molestos. Parpadea rápidamente, intentando despertarse a marchas forzadas. Asimismo, hace lo posible por acostumbrarse a la oscuridad de la estancia, la cual se interrumpe de sopetón por la luz de la mesilla izquierda que el hombre a su lado activa.
—¿Coraline? —la voz de Trish Winterman llega entonces al oído de la analista del comportamiento, quien rápidamente gira su rostro hacia su pareja, gesticulando con los labios el nombre de su principal testigo. Alec, quien se ha sentado también en la cama, asiente en silencio.
—Trish, ¿qué ha pasado? —el tono de la subinspectora pasa a demostrar una gran preocupación por su bienestar, pues es consciente de que no la había llamado a tal hora intempestiva por una nimiedad. Su cuerpo inmediatamente se pone en tensión, preparada para cualquier cosa.
—Acabo de recibir un mensaje amenazante...
—Estaremos ahí en unos minutos —asevera la mentalista de cabello cobrizo, colgando la llamada, antes de suspirar pesadamente, desperezándose—. Estaba disfrutando de este momento de descanso contigo, pero de pronto, mi gozo en un pozo... —se permite bromear, recibiendo una leve risa irónica por parte de Alec—. Qué se le va a hacer... Me temo que tenemos trabajo —se dirige a su querido protector, quien acaricia su espalda con afecto, comprendiendo lo cansada que debe sentirse tras el día que han vivido—. Trish ha recibido un mensaje amenazante —lo informa, y al momento, los ojos de su persona amada se abren ligeramente por la sorpresa de lo que eso puede implicar.
—¿Crees que ha sido su agresor?
—No descarto esa posibilidad —afirma ella en un tono sereno, posando sus ojos celestes en los pardos de él, negando con la cabeza pesadamente—. Pero no tiene demasiado sentido que lo haya hecho ahora, cuando la noticia se ha hecho pública: sabe que vamos tras él —argumenta tras reflexionar—. Pero hasta que no sepamos más acerca del mensaje no podemos aventurar nada —responde ella, levantándose de la cama al mismo tiempo que su compañero y protector—. Por desgracia, tendremos que despertar a Ellie de su sueño... —añade mientras busca en su armario su uniforme de subinspectora de repuesto, al igual que su jefe, quien también dispone de varios en caso de situaciones imprevistas, como lo sucedido con la ducha.
—Y conociendo a Ellie, dudo mucho que se lo vaya a tomar bien —sentencia el escocés en un tono divertido, colocándose el pantalón y la camisa de trabajo tras despojarse del pijama, tomando nota de cómo su compañera hace lo propio con su atuendo—. Odio tener que dejar a Daisy sola en casa, incluso aunque sea una adolescente... —expresa su preocupación, y al momento, advierte que su pareja concuerda con sus palabras.
—Sí, no quiero ni imaginarme lo que podría llegar a pensar si se despierta y no nos encuentra en casa —Cora reafirma sus temores acerca de su querida muchacha rubia, mientras se abotona el chaleco—. Aunque conociéndola, con lo brillante que es, seguro que deducirá que hemos recibido una llamada del trabajo y se volverá a dormir —añade, antes de sacar su bloc de notas del bolso cercano a la cama, el cual se ha colgado como una bandolera tras vestirse con la chaqueta y el abrigo—. Por si acaso, voy a dejarle una nota pegada en la puerta —sugiere, y contempla cómo su pareja, tras anudarse la corbata azul marino al cuello, asiente con una sonrisa tierna. No puede estar más complacido con que su pareja y su hija se lleven tan bien—. Si volvemos antes de que despierte, la quitaré, y si no, servirá para que Daisy no se asuste —mientras pronuncia estas palabras, escribe la nota rápidamente, antes de salir al pasillo de las habitaciones, colocando con cuidado dicha nota en la puerta de su dormitorio—. Voy a arrancar el coche —le comenta a Hardy, quien tras colocarse el abrigo sobre la chaqueta del traje, toma su bloc de notas, un bolígrafo y el teléfono en sus manos.
—Preparo unas tilas y un café, y llamo a Ellie —asevera él en un tono bajo, siguiéndola fuera del dormitorio, escaleras abajo, con su pelirroja besando sus labios afectuosamente a modo de agradecimiento. Mientras prepara las tilas y el café en unos vasos de plástico para llevar, marca el número de teléfono de su amiga—. ¿Ellie? —inquiere, escuchando que la llamada es respondida.
—¿Alec? —la voz adormilada de la castaña se escucha al otro lado de la línea telefónica y el escocés está por jurar que la puede ver hacer un mohín molesto por su llamada tan inoportuna—. ¿Qué coño...? —la escucha encender la lamparilla de noche sobre la mesilla—. ¿Has visto la hora que es? ¿Por qué me llamas? No me digas que Cora te ha echado de casa... —tiene un mínimo sentido del humor a pesar de estar molesta por la interrupción de su sueño, pero es algo que él agradece.
—Me encantaría decirte que sí, Ellie —el hombre con cabello castaño y vello facial le sigue el juego momentáneamente, antes de que su tono de voz adquiera un cariz serio y grave—. Pero me temo que no es el caso —al otro lado de la línea, escucha cómo su compañera se levanta de la cama, a juzgar por el sonido del somier.
—¿Qué ha pasado? —la voz de la castaña de ojos pardos cambia, adquiriendo gravedad.
—Trish ha recibido un mensaje amenazante —nada más decir esas palabras, la escucha abrir su armario, dispuesta a prepararse para reunirse con ellos—. Aún no sabemos más porque necesitamos que nos dé información, pero nuestra querida mentalista no descarta que haya sido el agresor... Lamentablemente, de momento es únicamente una hipótesis —la informa mientras coloca las tapas a los vasos, colocándolos en una bandeja de plástico, antes de sujetarla en la mano izquierda. Una vez hecho esto, camina hacia la puerta principal—. Pasaremos a buscarte en coche para ir a casa de Trish —añade, yendo al exterior de su vivienda, cerrando la puerta con llave, antes de dirigirse al coche de su pareja, quien ya ha arrancado el motor, esperándolo.
—Entendido —afirma la castaña, quien ya está preparándose—. Aquí os espero.
Unos minutos más tarde, a las 23:35, el coche azul brillante de la analista del comportamiento estaciona en el exterior de la casa de Trish Winterman. Cuando se apean de él, los tres compañeros de profesión se dirigen a la puerta principal, con la pelirroja a la cabeza. Cada uno de ellos tiene una taza de plástico en las manos: un café para Ellie, y dos tilas para Alec y Coraline. Contemplando que su compañera se adelanta, los dos veteranos de cabello castaño aminoran levemente el paso para poder charlar un poco entre ellos.
—Bueno —la voz de Ellie es un susurro—, veo que habéis venido juntos y hasta os habláis, así que... —arquea una ceja, curiosa por su respuesta—. ¿Deduzco que está todo arreglado?
—Sí, Miller —responde Alec en un tono ligeramente ronco, pues aún está bastante adormilado, y no está precisamente de buen humor para responder preguntas—. Todo arreglado.
—Es bueno saberlo —Ellie respira aliviada, dándole un sorbo a su café con leche, advirtiendo al momento el gusto fuerte de la bebida, dejando claro que ha sido obra del escocés con vello facial—. Tu ánimo estaba realmente mustio desde esta mañana, y no hay quien hable contigo cuando estás así —bromea, contemplando que su compañero de ojos pardos la observa con una mirada crítica—. Por Dios, sois Harper y Hardy... ¡Nadie os separa! —resiste el impulso de reírse, y Alec inmediatamente tensa los labios en una delgada línea, también resistiendo la carcajada—. Anda, vamos jefe: Cora nos espera —indica, señalando con la cabeza a su compañera de cabello carmesí, quien está de pie en la puerta principal de la casa de Trish.
La mentalista de ojos cerúleos toca la puerta con los nudillos cuando sus amigos se acercan a ella. No pasa apenas un minuto y la puerta se abre, dejando a la vista a una adolescente de cabello moreno y ojos pardos. Viste con un pijama a rayas de color azul.
—Tú debes de ser Leah, la hija de Trish —supone acertadamente la joven de treinta y dos años, antes de sacar su placa al mismo tiempo que su amiga y pareja—. Somos los Inspectores Harper, Miller y Hardy —los presenta con un tono amigable, gesticulando en sus personas—. Hemos recibido una alarmante llamada de tu madre, y hemos venido cuanto antes.
—Sí, sí, claro —la adolescente de cabello moreno rápidamente asiente—. Mi madre me ha hablado de ustedes —afirma, abriendo la puerta para que puedan entrar en la vivienda—. Por aquí, por favor —los guía al interior de la casa tras cerrar la puerta principal a su espalda. Los conduce hasta la sala de estar, desde cuyas puertas correderas transparentes, pueden ver a Trish en el patio trasero, fumando un cigarrillo, con la vista fija en el oscuro horizonte.
—¿Cuándo recibió el mensaje? —cuestiona Alec en un tono sereno, contemplando a la solitaria mujer en el patio nocturno. Leah se coloca a su lado, observando a su madre con una ingente cantidad de lástima y preocupación en sus ojos pardos.
—Hace cosa de una hora —responde la adolescente factualmente—. Le dije que les llamara.
—Has hecho lo correcto, Leah —le asegura la taheña de piel de alabastro.
—Va a ponerse bien, ¿verdad?
—Sí, claro que sí, Leah, pero me temo que llevará su tiempo —responde la analista del comportamiento tras cruzarse de brazos—. Cuando una persona tiene que reparar su psique por causa de una agresión sexual, debe pasar por varias fases, como sucede ante una pérdida: la negación, la depresión, el recuerdo, la negociación, el empoderamiento, la aceptación, la reconexión y la rehabilitación... —hace una pausa, reflexionando acerca de cómo debe explicarse a esta adolescente—. Ahora mismo, tu madre está en el proceso del recuerdo y la negociación, ya que casi siempre van de la mano, así que, es muy importante que la apoyes en este proceso. No permitas que el trauma le reconcoma la mente, ¿de acuerdo? —la adolescente inmediatamente asiente al escucharla—. Muy bien, ahora vamos a hablar con ella, ¿de acuerdo? —le pide permiso, otorgándole la responsabilidad de decidir, tratándola como a una adulta para ganarse su confianza.
—De acuerdo.
—Gracias, Leah —la mentalista le sonríe, y abre la puerta corredera, comenzando a caminar hacia su principal testigo con cautela, seguida por sus dos compañeros, quienes intercambian una mirada orgullosa, pues como viene siendo costumbre, la mentalista ha sabido gestionar sin problemas la situación—. Hola Trish —saluda a la cajera con un tono suave, intentando no amedrentarla, pues ya está bastante tensa debido a lo sucedido. En cuanto escucha su voz, se da media vuelta, contemplando a los policías—. ¿Qué puedes decirnos del mensaje?
—Es suyo, estoy segura —asevera la mujer con el cabello teñido, entregándole su teléfono a Alec Hardy, quien se coloca sus gafas de cerca, permitiéndole leer su contenido y el número allí escrito—. Tiene mi número, así que, seguro que sabe dónde vivo —tiene la certeza inamovible de que así es, y su tono de voz lo demuestra—. ¿Creen que nos estará viendo ahora?
—¿Sabes qué podría significar? —cuestiona Alec en un tono curioso, entregándole el teléfono móvil a su pareja de ojos celestes, quien se lo enseña a Ellie con un leve movimiento de la muñeca—. ¿Callarte sobre qué? —quiere saber antes de quitarse sus gafas de cerca, guardándoselas en el bolsillo de la chaqueta del pectoral izquierdo.
—No lo sé...
—¿Tienes alguna idea de quien podría haber enviado el mensaje? —cuestiona la de ojos celestes como el mar, antes de suspirar al contemplar la flagrante negativa de la cajera, quien no verbaliza dicha negación—. Trish —la mentalista coloca sus manos en las caderas—, ¿el mensaje podría ser del hombre con el que te acostaste el día de la agresión? —quiere saber, pues aunque no le hace demasiada gracia, debe probar si su teoría acerca de su encuentro sexual es acertada.
—Les he dicho a sus compañeros que no quiero hablar de él, Coraline.
—Pero tiene tu número de teléfono, ¿verdad? —intercede el escocés rápidamente, evitando que la cajera de ojos azules intente negar ese hecho. Al momento, la contempla abrir los ojos de par en par, como si esa posibilidad fuera descabellada.
—Sé que no es él.
—Trish, si efectivamente es un hombre con el que contactaste mediante una web de citas en Internet, ¿cómo puedes estar segura de que no es él quien te agredió? ¿Cómo puedes estar segura de que no es quien te ha enviado este mensaje? —quiere averiguar la mentalista de cabello carmesí, utilizando un tono reflexivo en sus palabras, no permitiendo que su testigo meta baza en la conversación—. A menos, claro, que sí conozcas a la persona con quien te acostaste la mañana de la fiesta —como respuesta a sus suposiciones, los ojos azules de la cajera se abren mínimamente, indicando que, efectivamente, las palabras de la analista del comportamiento son certeras—. Sin embargo, si te niegas a hablar con nosotros, me temo que no tardaremos mucho en recuperar su ADN de las sábanas.
—Será más rápido si nos lo dices —apostilla Hardy en un tono factual.
—Oigan, siento no haberlo hecho bien en el interrogatorio.
—No se trata de haberlo hecho... —intercede Ellie con un tono sereno.
—Pero debería tener derecho a no decírselo —insiste Winterman en una actitud férrea, negándose a cooperar, interrumpiendo a la policía castaña a mitad de frase—. ¡Fue antes de la agresión! ¡No está relacionado! —insiste de forma vehemente, empecinada en proteger a la persona con quien se acostó esa mañana, acrecentando aún más las posibilidades de que la teoría de Coraline sea cierta.
—No podemos estar seguros de eso, Trish.
—Yo sí estoy segura —rebate la mujer con ojos celestes, respondiendo a las palabras de Miller.
—¿Y si te equivocas? —por lo menos, la veterana policía quiere que valore esa posibilidad.
—Sabemos lo duro que es esto...
—Sí, claro —la superviviente interrumpe a la analista del comportamiento con un tono irónico—. ¿Saben lo que se siente cuando te atan, inmovilizándote de cualquier manera, para que no puedas defenderte, mientras violan tu cuerpo? ¿Saben lo que es el creer que fue culpa tuya, porque lo único en lo que pienso en cada segundo del día, es en cómo pude provocar algo así? —lanza las preguntas como si se tratara de una ametralladora incapaz de quedarse sin munición. Cada una de las preguntas golpea a los investigadores como puñales, rasgando y cortando muy profundo, especialmente en el escocés. Éste desvía la mirada al suelo, y sujeta la mano izquierda de su novia, quien es la única capaz de sostenerle la mirada a Trish—. ¿Qué hice para que pasara?
—No sé lo que se siente, no...
—Yo sí lo sé —intercede la pelirroja de mente sagaz, respondiendo a la pregunta de su testigo tras haberlo hecho su amiga y compañera de profesión—. Sé lo que es que un hombre anule tu voluntad por completo. Que te someta y te sujete de formas inimaginables para mantenerte controlada, impidiendo que puedas defenderte, porque para él no eres más que un divertimento pasajero —el tono de su voz va adquiriendo un filo de hierro a cada palabra, detallando lo que realmente piensa acerca de lo que a ella le sucedió. El escucharla explicarlo de esa forma tan concisa, hace que a sus dos compañeros se les haga un nudo en la garganta—. Su único propósito es disfrutar con tu cuerpo, poseerlo, porque no eres más que algo con lo que puede jugar un rato, sin importarle cómo puede afectarte a posteriori —las palabras que salen de sus labios parecen veneno en cuanto las escupe. No pensaba tener que recurrir a su experiencia como superviviente para calmar a Trish, pero no le ha quedado otro remedio—. Es incapaz de registrar que eres un ser humano porque, a efectos prácticos, para él no lo eres. Ni siquiera estás viva para empezar —la mirada celeste de la mujer de cuarenta y nueve años se ha quedado fija en su persona, y es en este instante cuando comprende que, efectivamente, si alguien puede comprender de primera mano lo que significa ser una superviviente de una agresión sexual, esa es Coraline Harper.
—Encontraremos al hombre que te atacó —Alec debe carraspear antes de hablar para mantener mínimamente a raya sus emociones, pues las palabras de su querida subordinada lo han calado hondo, y necesita un momento para recomponerse. Nota cómo Lina le aprieta la mano que tiene sujeta en la suya, infundiéndole ánimos—. Encontraremos a la persona que te ha enviado este mensaje anónimo, pero tardaremos más si no cooperas —intenta hacerla razonar, que confíe en ellos, pero como esperaba, una negativa flagrante aparece en el rostro de la cajera.
—No les diré con quién me acosté, lo siento —sentencia, dando por finalizada la charla, antes de caminar hacia su casa, donde puede contemplar a su hija, sentada en el porche, tecleando algo con rapidez en su smartphone.
Los tres agentes de la ley se giran hacia la casa, contemplando cómo Trish entra en ella con pasos rápidos, desapareciendo en su interior, mientras que su hija parece escribir y enviar un mensaje, antes de incorporarse del suelo del porche. Una vez les dedica a los detectives una sonrisa amable y agradecida, Leah también ingresa a la vivienda.
Ian Winterman está durmiendo plácidamente junto a su novia, Sarah, antes de que el estridente sonido de su teléfono lo desperté. Acaba de recibir un mensaje. Su pareja se mueve en su lado de la cama, molesta por el sonido del teléfono, exigiéndole que lo apague. Al fin y al cabo, siendo profesores deben levantarse temprano y no está por la labor de trasnochar porque Ian no apague el teléfono cuando debe. El hombre de cabello ya canoso se incorpora en su lado de la cama, tomando en sus manos el teléfono móvil que brilla con la pantalla encendida en su mesilla derecha. Sus ojos, a pesar de estar cansados por la falta de sueño, leen rápidamente el nombre de la persona que envía el mensaje: Leah. Como si una descarga eléctrica lo hubiera hecho despertar del todo, el aturdimiento da paso a la preocupación: su hija no suele mensajear a estas horas intempestivas, de modo que tiene que haber sucedido algo muy grave. Sus ojos escanean entonces el mensaje, y la sangre se le hiela al momento:
23:43 Violaron a Mamá en la fiesta de Cath.
Un escalofrío lo recorre de pies a cabeza nada más procesa esa información. Con sigilo, esperando no despertar a su pareja, se levanta de la cama, dirigiéndose al vestidor en la habitación contigua. Toma en sus manos lo primero que encuentra y se viste con ello, apresurándose en tomar el manojo de llaves de la entrada, en las cuales están sus llaves de casa y las del coche.
Viendo que no pueden hacer nada más por el momento, los detectives deciden volver al coche de la analista del comportamiento. Sin embargo, antes de hacerlo, se aseguran de apuntar en un papel el número anónimo que ha enviado esos mensajes amenazantes el teléfono de Trish. Por suerte, aunque la cajera no está de ánimo para colaborar, Leah les facilita el número.
—Parece que tu hipótesis va tomando fuerza, Cora —advierte Ellie mientras caminan hacia el coche de la susodicha. En el trayecto desde su casa a la de Trish, su jefe la ha puesto al corriente acerca de las suposiciones y deducciones de la pelirroja con piel de alabastro—. Si como tú dices, realmente es un desconocido de una web de citas, ¿cómo puede estar tan segura de que no es la misma persona con quien se acostó ese día? ¿Cómo puede cerciorarse de que no es quien la agredió? —cavila más para sí misma que para sus compañeros, quienes caminan a su par—. Por fuerza, la persona con quien se acostó tiene que ser alguien conocido, como has planteado.
—Eso me temo, y la negativa de Trish a cooperar solo lo hace más evidente —se lamenta la mentalista mientras niega con la cabeza, sacando las llaves de su coche de su bolso—. Y cuando le he preguntado si realmente no conoce a la persona con quien se acostó esa mañana, sus ojos se han abierto por una milésima de segundo.
—Eso significa que su respuesta es afirmativa —asevera Alec, abriendo la puerta del copiloto, mientras que Ellie abre la del pasajero, en la parte trasera, pues la analista del comportamiento va a conducir.
—En efecto —afirma su novia, introduciéndose en el coche, cerrando la puerta del conductor, antes de abrocharse el cinturón—. Esperaba convencerla de que confiase en mí tras contarle mi experiencia, pero no ha dado resultado... —suspira pesadamente, comprobando que el hombre que ama y su buena amiga se hayan atado, antes de encender el motor—. Deberíamos pasarnos por comisaría a cotejar el número de teléfono que ha mandado el mensaje... Puede que pertenezca a alguno de nuestros sospechosos.
—O a la persona con quien aseguras que se acostó —apostilla su querido escocés, mientras ella desaparca el vehículo, comenzando a conducir hacia su lugar de trabajo, el cual, a pesar de las horas intempestivas, aún sigue abierto.
Ian Winterman ha estacionado su coche en el aparcamiento de cercano a la playa de Broadchurch, no muy lejos de su actual apartamento. Ha conducido hasta allí para poder hablar tranquilamente con su hija, pues siente que necesita hablar con alguien para tranquilizarse. Marca el número de Leah y espera. A los pocos segundos descuelgan la llamada, y al voz de su hija llega a sus oídos.
—¿Diga?
—Hola, soy yo —se identifica al momento—. ¿Puedes hablar?
—Sí —afirma la adolescente, sentándose en la cama de su habitación tras cerrar la puerta—. Mamá está en su cuarto, y la policía acaba de marcharse —le cuenta rápidamente, provocando que por un momento, a Ian lo recorra un escalofrío: ahora entiende por qué insistían tanto conque les entregase una prueba de ADN, y el comunicado de esta tarde no ha hecho sino aumentar sus temores.
—¿Estás segura de esto, Leah?
—¿Crees que me lo he inventado? —acusa su hija en un tono decepcionado, pues no puede creer que, con todo lo que está pasando, y conociéndola como lo hace, piense que ella podría inventarse una historia semejante—. Ella misma me lo ha dicho.
—¿Y sabe...? —no le salen las palabras y la voz se le entrecorta al preguntar. Un imperceptible temblor le hace sujetar con mayor fuerza el teléfono contra su oreja izquierda, pues rememora vagamente los eventos de la fiesta, y se estremece solo de pesar que, alguien de allí, fuera capaz de hacer algo así—. ¿Sabe quién fue?
—Creo que no...
—Escucha, no... No sé qué hacer —Ian necesita pensar con calma las cosas, pero quizás su hija pueda ayudarlo a decidir—. ¿Crees que debería pasarme por casa? ¿Interesarme por cómo está, en caso de que necesite algo? —desea ayudarlas en todo lo que pueda, pero teniendo en cuenta cómo se encuentra su relación ahora, no sabe si será lo más prudente.
—¡No! ¡No puedes! —Leah descarta esa posibilidad al momento. No puede permitir que su padre vaya por casa como quien va a una tienda a devolver un producto defectuoso. Por no hablar de la situación tensa entre ellos... Ni hablar—. Además, me pidió que no te lo contara —le confiesa en un susurro, desviando los ojos hacia la puerta, como si temiese que su madre fuera a escucharla. Suspira pesadamente a los pocos segundos—. Papá, ¿quién haría algo así?
—Un ser despreciable, Leah... Un ser despreciable.
—Gracias por hablar conmigo, Papá —le dice su hija tras unos segundos, e Ian sonríe amargamente: no es justo que una chiquilla de su edad tenga que ser testigo de algo así—. Debería irme a dormir, o de lo contrario no tendré fuerza mañana para levantarme —advierte que intenta bromear para parecer fuerte, y su corazón se estremece: su hija está siendo forzada a crecer demasiado deprisa.
—Sí, será mejor que descanses —le desea Winterman en un tono cariñoso—. Te quiero, Leah.
—Y yo a ti, Papá.
El profesor de instituto cuelga entonces la llamada, quedándose a solas, sumido en un total silencio. No arranca el motor ni pisa la marcha hasta pasados varios minutos, pues aún se encuentra procesando toda la información que se le ha brindado. Mientras conduce hacia cierto lugar del pueblo, sabe que este caso los va a afectar colateralmente, y no importa lo que haga por impedirlo. Todos están en el ojo del huracán, y deberán hablar con la policía. Lo que importa, sin embargo, es hacerlo cuanto antes y disipar cualquier sospecha que pueda haber sobre él, pues, como ha demostrado la estadística, la mayoría de los crímenes pasionales o que vulneran el derecho de la mujer, son perpetrados por conocidos de la víctima. En su mayoría, familiares cercanos, como parejas, exparejas o amantes. No debe dejar que la policía lo relacione con el atacante de Trish. Una vez estaciona el coche, espera, pues sabe lo que debe hacer.
En la comisaría de policía de Broadchurch, aproximadamente a las 00:05, Alec Hardy está junto a la encimera del servicio, con la cafetera y el microondas, preparándose un té. Hace mucho desde que no toma uno, y las circunstancias lo ameritan. De no hacerlo, está seguro de que caerá redondo en el primer asiento que encuentre, y ahora mismo necesita mantener su mente activa y despierta. El té ayudará a mantener sus neuronas funcionando, al menos durante unas horas más.
Por su parte, la pelirroja de ojos azules se ha excusado para ausentarse un momento, pues debe ir al servicio. Aunque su pareja piensa que es porque quiere refrescarse, realmente debe acudir a vaciar el contenido de su estómago. El embarazo está pasándole factura, y se pregunta cuánto tiempo más podrá ocultárselo. No mucho, seguramente, pues su querido protector está atento a todo lo que a ella concierte, especialmente tras su charla de hace unas horas.
Ellie otro lado, camina hacia la zona de servicio, dejando su chaquetón naranja de mamá sobre el respaldo de una de las sillas cercanas. Desvía momentáneamente la mirada al pasillo que da a los baños de la planta, pues cree tener una mínima idea de lo que sucede a su amiga: al haber sido madre en dos ocasiones, ha aprendido a reconocer los síntomas de un embarazo en sus primeros meses. Se pregunta cuándo se lo dirá, y si Alec lo sospecha. Pero a juzgar por la tranquilidad con la que se comporta su compañero, éste aún no sabe nada. Eso la hace rodar los ojos: Dios, ¿cómo pudo este hombre estar casado anteriormente? ¿Cómo no puede notar los síntomas? Desecha esos pensamientos para resistir el impulso de estrangularlo por su visión de túnel. Piensa entonces en su amiga, y le enternece la idea de que vaya a haber un pequeño Hardy corriendo por la comisaría. Se imagina cómo correría hacia su padre, cómo su jefe lo tomaría en brazos, besando sus sonrosados mofletes, heredados de su madre, sin duda. Solo espera que ese pequeño o pequeña no llegue con el mal carácter de su padre, o teme que la dulce y amable Cora termine por suicidarse.
—Voy a meter el móvil de Trish en una bolsa de pruebas sin cerrar —comunica a su compañero y amigo, y éste la observa realizar el procedimiento, introduciendo con cuidado el teléfono de su testigo. Se ha asegurado de ponerse guantes para no dejar sus huellas en él—. Si alguien quiere acceder a ella, que hable conmigo primero, o con Cora —añade, contemplando cómo su apreciada amiga regresa del servicio, habiéndose refrescado la cara, pues le brilla ligeramente, aunque claro, para Ellie, es evidente que no le brilla por el agua, sino por el embarazo—. Tenemos que encontrar a quien envió el mensaje lo antes posible.
—Para ello tendremos que cuadrar el numero desde que se envió el mensaje con los de todos los sospechosos que manejamos —asevera la mentalista de piel de alabastro, acercándose a la zona de servicio, cruzándose de brazos en una actitud decidida—. Además de eso, tenemos que comprobar que no se haya hecho uso de una cuenta en alguna web que genere mensajes anónimos para enviarlos a teléfonos móviles —añade con rapidez, pues no sería la primera vez que alguien intenta esa táctica para despistarlos—. Van a ser unos días muy largos, sí... —apostilla antes de bostezar repentinamente, realmente agotada por la falta de sueño y el haber sido despertada bruscamente—. Tienes un aspecto horrible, cielo —comenta al posar sus ojos en su pareja, apelando a él de forma cariñosa. En circunstancias normales no lo haría, pero estando a solas y únicamente con Ellie como testigo, se permite hacerlo.
—Concuerdo —dice Ellie, disfrutando de la mirada algo avergonzada de su jefe al escuchar que Lina lo llama así. Se ha servido en una taza un té ya hecho, antes de abrir el microondas.
—Muchas gracias —responde el de cabello lacio, introduciendo la taza en el interior del electrodoméstico, antes de cerrar la puerta—. ¿Qué pensáis? ¿Fue su agresor el que le envió el mensaje? —inquiere, antes de mover la rueda de tiempo hasta un minuto.
—Aunque podría ser la conclusión lógica, Alec, no tendría sentido, como ya te he dicho al despertar —dice Coraline, suspirando levemente—. ¿Por qué hacerlo ahora? La noticia se ha divulgado, se ha hecho público...
—A menos que, eso es precisamente lo que lo animara a hacerlo, Lina —él rebate sus palabras, pues ahora necesita debatir con ellas cualquier posibilidad que se les presente, a fin de estar preparados. Ni siquiera repara en que la mujer que ama y su buena amiga no despegan sus ojos del microondas—. Si fue su agresor, eso reforzaría la teoría de que es alguien conocido.
—¿De verdad vas a beberte ese asqueroso té recalentado? —cuestiona su amiga castaña, igual de asqueada por ello que su amiga con piel de alabastro. Desde luego, este hombre se olvidaría hasta de comer si estuviera en su mano.
—¿Callarse sobre qué? —Alec ignora por completo sus palabras, sumergido aún en su reflexión sobre el caso—. ¿Acaso cree que conoce su identidad? ¿O hay algo más que ella no nos está contando?
—Tengo que irme a casa, meterme en la cama, y te sugiero que hagas lo mismo —insiste Ellie, quien siente el sueño y el cansancio devorando cada ápice de resistencia del que dispone. Al advertir que su compañero de trabajo ignora nuevamente sus palabras, suspira pesadamente—. Cora, hazme un favor, y marcharos los dos a casa, descansad un poco... Mañana tenemos que madrugar —le pide a su confidente y buena amiga, quien asiente al momento, pues también siente el cansancio recorriendo todo su cuerpo.
—Ellie tiene razón, Alec, tenemos que descansar —sugiere la taheña, siendo testigo de cómo su enamorado escucha el sonido del microondas, avisando de que el tiempo ha terminado, antes de abrir la puerta con la mano derecha.
—Digamos que conoce a su agresor... —elucubra Hardy mientras sujeta la taza por el mango, sacándola del electrodoméstico, cerrando la puerta de este—. ¿Cuál fue el motivo? —continúa hablando en voz alta, como antaño hiciera cuando se ocupaban del caso de Danny Latimer. Realiza preguntas sin parar, algo que agota mentalmente a Ellie, pues no dispone de la energía necesaria para seguirle. Por suerte, la mentalista sí puede hacerlo, manteniéndose a la escucha—. ¿Alguien enfadado con ella? —teoriza, abriendo la puerta de la nevera cercana—. ¿Celoso por algo? —saca una botella de leche, oliendo su contenido, antes de echársela en el té, con su querida analista enarcando las cejas, claramente desaprobando que use leche que, probablemente esté ya caducada—. ¿Quería castigarla? ¿O fue simplemente un tonteo por alcohol que acabó de forma violenta? —toma un cuchillo untado en el filo con mantequilla, antes de darle vueltas al té con el mango de éste.
—Señor, con todo el respeto del mundo, le recuerdo que no hubo ningún tonteo —Coraline interviene en la conversación entonces, colocando sus manos en sus caderas. Utiliza un tono formal para evitar que su escocés pueda errar en sus teorías—. La golpeó, la amordazó y la violó. Eso significa que, dentro de las categorías para clasificar a un agresor sexual, entra dentro de la organizada, es decir que venía preparado: llevaba la cuerda, el objeto contundente para dejarla incapacitada y tenía la intención de violarla —deja constancia de los hechos de forma concisa—. Fue cuestión de poder y control, no de sexo.
—Lo sé, Lina.
—Según lo que puedo deducir, como muchos agresores sexuales, roza peligrosamente la línea de la psicopatía, que lo ha impedido matar a sus víctimas, pero basta con que ese pensamiento llegue a su mente, para que vaya un paso más allá —comienza a pasear lentamente por la estancia, cavilando en voz alta, cerrando los ojos, permitiéndose un momento para intentar realizar una conexión empática con el agresor—. Necesita dejar constancia de su control ante sus víctimas, y su único propósito es hacer realidad esa fantasía de control, esa fantasía sexual que ha imaginado tantas veces anteriormente, porque en todos estos casos, el agresor siempre comienza con una fantasía sexual, para luego hacerla realidad posteriormente. Particularmente, se enfoca en aquellas que se relacionan con el bondage, sentirse poderoso, estar en una situación de control —a cada descripción que hace del agresor, su tono va adquiriendo un tono más ronco, más monótono incluso, alejándose de la realidad—. Ha fantaseado sobre lo que va a hacer durante mucho tiempo... Y la primera vez que lo hace realidad, se percata de que no es fantástico, sino que es hasta decepcionante, y por eso, en sus consiguientes ataques, las acciones que realiza se tornan cada vez más bizarras, violentas, extremas —Alec y Ellie intercambian una mirada preocupada, pues aunque la han visto hacer esta clase de conexiones empáticas con anterioridad, siempre los escama verlo. La facilidad con la que es capaz de meterse en la mente del perpetrador los deja siempre helados, y esta no es la excepción—. El violador en serie centrado en el proceso, quiere extender cuanto le sea posible el tiempo que pasa con sus víctimas, para poder disfrutarlo y recrearse a posteriori. Quiere atarlas, ver el miedo que las atenaza, quiere que intenten resistirse antes de terminar su obra... —la mentalista apenas es consciente de lo que ahora la rodea, sino que se ve a sí misma como el agresor de Trish en este momento, con sus ojos celestes habiendo perdido su habitual brillo, tornándose oscuros, casi negros—. Encuentro a una mujer sola en la fiesta. Es muy conveniente, pero no puedo evitar el cosquilleo que me recorre por la espalda cuando pienso en la posibilidad de poseerla, de controlarla —es la primera vez que Ellie o Alec escuchan a la taheña con piel de alabastro hablar en primera persona durante una de sus conexiones empáticas. Significa que está empatizando más de la cuenta con el agresor. "¿Cómo debo detenerla? ¿Cómo puedo evitar que siga haciéndose esto?", se pregunta el escocés, pues está indeciso acerca de cómo debe actuar. Nunca se han enfrentado a esta situación, y ahora comprende por qué Lina, cuando le demostró por primera vez esta habilidad, dijo que era estremecedor y aterrador.
—Lina, por favor, detente —Alec intenta llamar su atención, sujetándola por la flexión del brazo derecho cuando pasa a su lado. Consigue detener su caminar, pero sus ojos están perdidos en la nada. Ni siquiera parece estar allí—. Lina, ¿me oyes? —inquiere, pues la joven se ha quedado momentáneamente muda, pero reanuda su habla a los pocos segundos, dejando claro que ni siquiera lo ha escuchado.
—Llamo su atención. Es tan inocente que pica al instante, deteniéndose. Es el momento perfecto. Corro hacia ella de modo que no escuche mis pasos, y con un rápido movimiento la golpeo en la nuca. Cae al suelo, inconsciente. Saco la cuerda y la ato de pies y manos. Me gusta ver cómo intentan resistirse una vez despiertan. Termino mis nudos. La coloco boca-arriba, antes de empezar a despojarla de las prendas inferiores. Abre los ojos en ese momento. Quiere pedir ayuda, suplicar que no le haga daño, porque no sabe ver lo mucho que voy a atesorarla. Lo que voy a disfrutar con esto... —su voz y su forma de hablar estremece al momento a los detectives veteranos, pues si lo que está empatizando se ajusta mínimamente a la realidad, es muy probable que esto es exactamente lo que sucediera aquella noche. Ellie se acerca a su amiga y acaricia su espalda, probar si consigue traerla de vuelta a la realidad. No surte efecto—. La amordazo para que no pueda gritar. Intenta resistirse de nuevo en vano, y eso me excita demasiado. No espero más. Me adueño de su cuerpo al instante. Cada movimiento es certero y rudo, y me hace disfrutar cada segundo. Empieza a mover la cabeza, intentando verme. Eso me irrita. La dejo inconsciente con un golpe de su cabeza contra el suelo. Que esté inconsciente no me corta la diversión y termino al cabo de unos minutos. Es el clímax que esperaba... Este es mi plan —parece haber finalizado su conexión empática, pues parpadea rápidamente, recuperando su habitual brillo en los ojos. Sin embargo, como ya ocurriera anteriormente, su respiración es errática y pierde el equilibrio, siendo sujetada por su pareja, quien ha dejado la taza de té en la encimera con una rapidez pasmosa—. ¿Alec...?
—Tranquila, te tengo —le asegura él, sujetándola contra su pecho, abrazándola cariñosamente—. Has ido demasiado lejos esta vez, querida... —la amonesta, realmente preocupado por lo que ha presenciado. Ni siquiera repara en que ha apelado a ella con su mote cariñoso, pues en este momento no importa—. Estabas hablando como el agresor.
—No... —Coraline expresa su horror en sus palabras—. No soy consciente de ello.
—Lo has hecho —reafirma Ellie, también preocupada—. Has llegado a empatizar tanto con él que te has puesto en sus zapatos, literalmente —describe, y su amiga agacha el rostro, avergonzada y preocupada—. Sé lo difícil que te resulta, créeme, pero no puedes permitir que esa habilidad tuya te aleje de la realidad —le aconseja, y la taheña asiente al momento, recostando su cabeza en el pecho de su novio, quien la mantiene cerca de él, como si fuera su pilar, para tranquilizarla—. Al menos hemos sacado algo en claro: el agresor es alguien controlador, obsesionado con el sexo, y hasta cierto grado, alguien que roza la psicopatía —comenta la veterana inspectora de cabello castaño, antes de cruzarse de brazos—. En cuanto a ti —señala a su jefe, y este traga saliva, pues ve venir una regañina a kilómetros—. Has ido demasiado lejos con Trish —comienza a expresar su descontento, sin dejar de observar a su buena amiga, quien poco a poco va recuperando el color en su rostro, además de regular su respiración—. Sé que estás cansado y que quieres resultados, pero tienes que ser más amable.
—Me da miedo que vuelva a hacerlo —responde el escocés de cuarenta y siete años en un tono suave, reconociendo que se ha pasado de la raya con su testigo, siendo algo que Cora le recriminó ayer hace unas horas—. Me aterroriza que... La próxima víctima sea una Lina —expresa su miedo en un susurro, acariciando los hombros de su persona amada con cariño, contemplando que ha cerrado los ojos, respirando tranquilamente. Se ha dormido, pues debe rendirle cuentas al agotamiento y al uso de su empatía—. Por eso la presiono —Ellie comprende sus temores, pues es un hombre con una gran integridad moral, y si a eso le añade el hecho de que ahora mantiene una relación con una mujer que también es una superviviente de una agresión, es comprensible que sus temores se acrecienten—. Voy a llevarla a casa —asevera, desviando sus ojos pardos a su querida protegida y compañera, antes de sujetarla en sus brazos, como a una princesa, para deleite de la veterana inspectora—. Oh, borra esa sonrisa de tu cara, Miller —se molesta el escocés, haciéndose más fuerte su acento conforme aumenta su frustración—. Y ni se te ocurra sacar una foto —la advierte, pues su amiga ya está con el teléfono en la mano.
—¡Venga ya! ¡Esto no lo vuelvo a ver en mi vida! —se carcajea Ellie, habiendo tomado una discreta foto sin flash, antes de bloquear su smartphone, caminando con él hacia el aparcamiento. Con la pelirroja incapacitada para la conducción debido al sueño, el de cabello castaño lacio es quien deberá conducir el vehículo—. Volveré caminando a casa.
—Ah, no, ni hablar —su jefe desecha al momento ese planteamiento, habiendo recostado a su pareja en la parte trasera del coche, tapándola con una manta—. Sé que puedes defenderte de lo que sea, Ellie, pero no pienso permitir que vayas sola y de noche por la calle, especialmente habiendo un violador suelto —argumenta—. Te acerco a casa, vamos —añade mientras abre la puerta del conductor, sentándose en el interior, y la mujer trajeada no tiene más remedio que asentir ante sus palabras, abriendo la puerta del copiloto y sentándose en el asiento. En todo momento sonríe de oreja a oreja.
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